ENRIQUE PEÑA
NIETO, DECLARADO EL VIERNES PRESIDENTE ELECTO DE MÉXICO
Cuando un
país enfrenta una crisis que amenaza su misma sobre vivencia, en su trastienda
encontramos las herramientas utilizadas para hacerle frente y, en su estado
presente de salud, comprobamos la efectividad o lo destructivo de las mismas.
En la trastienda de los EU emerge la revolución de Reagan; en la de Japón
encontramos las armas de Mc Arthur; en la de México trastabillamos con las
trampas de coyotes y machetes del Pacto de Calles.
Sin embargo,
en el desván de los recuerdos de uno de los países más poderosos de la tierra,
Alemania, permanece olvidado un capítulo de la historia el cual, en estos
momentos de confusión global, debería ser inspiración para el mudo y en
especial para México ante la devastación post revolucionaria y esta moderna
torre de Babel que nos aprisiona cuando buscamos nuevas herramientas.
Al finalizar
de la Segunda guerra mundial, Alemania quedó totalmente destruida y a merced de
los aliados. Sería luego cruelmente cercenada dando vida a dos mendigos;
Oriental y Occidental. La primera bajo la bota de la Unión Soviética, la
segunda en el mapa de los aliados. Los soviéticos cubrían la presa de su
cacería con un manto sepulcral de silencio y censura, gestando la “Republica
Democrática de Alemania.” Décadas después el mundo se enteraría de la
vergonzosa realidad de hambre, miseria y explotación con lo que se condenaba a
esa mitad de la Alemania sacrificada, la del destino equivocado.
Alemania
Occidental porta en su expediente historias de heroísmo, valor, e indomable
carácter para reconstruirla ante la humillante derrota. Después acuerdos de
Bretoon Woods, en donde se elaboraba la receta para la recuperación económica
mundial, Germania ya no era un país, era una zona de muerte y devastación. Pero
en el corazón de la Europa ya cautiva del Keynesianismo impreso en los acuerdos
para la nueva arquitectura financiera, surgía un hombre para convertirse en el
símbolo del “Milagro Alemán.”
Hitler,
además de los activos de la sociedad, había usurpado algo más valioso; sus
mentes. La tarea no era sólo enfrentar la devastación física, sino también la
devastación moral de una población engañada, manipulada y violada. Era esa la
tarea que enfrentaba este estadista ante el cual, todas las apuestas se
establecían en su contra. Pero cuando alguien anida un gran sueño, lo convierte
en su propósito supremo y decide pagar cualquier precio para lograrlo,
poderosas fuerzas acuden a su ayuda y se revela como realidad. Ese hombre era
Ludwig Erhard, a quien, sin exageraciones frívolas, se le puede llamar el padre
de la Alemania moderna.
En el verano
de 1945 la ciudad de Berlín era un gigantesco basurero, un colectivo campo
santo y no había edificación que permaneciera erguida. Pero ello era sólo la
mínima expresión del infierno que la cubría. La gente buscaba sustento entre
los escombros y basureros; algunos comían ratas para sobrevivir; circulaban
inclusive historias de canibalismo. En los meses posteriores el cáncer de las
economías abrazaba al moribundo país; inflación galopante.
Los EU
activaban un plan para la desnazificación, desarme y democratización de ese
infierno de Dante. Ante la revelación de los campos de concentración Nazis,
surgía una ola de de indignación mundial y los aliados expropiaban lo pocos
bienes de capital no destruidos, demandando pagos de su futura producción. El
Plan Morgenthau hacía un llamado para mantener Alemania en camisa de fuerza
como economía rural y, de esa forma, evitar su resurgimiento.
Ante este
apocalíptico panorama, hace su debut Ludwig Erhard como Ministro de Economía.
El Plan Marshal funcionaría como espada de dos filos. Era un torrente de
capital para limpiar las heridas de la guerra, pero era también la consolidación
del estatismo keynesiano que ya abrazaba al mundo en el cual, el Estado
expropiaba a la sociedad gran parte de su libertad usurpando la función de “su
promoción económica”. Europa iniciaba su ruta hacia su Euroesclerosis y los
partidos social demócratas, enarbolando la bandera del colectivismo, tomaban
control del Continente.
Sin embargo,
Erhard, un economista de la rama austriaca, no se deja seducir por el canto de
las sirenas estatistas. Es aquí cuando inicia una de los capítulos de la
historia económica mundial más ignorados. Activaba un rescate para la moribunda
Alemania mediante una terapia intensiva y milagrosa. Japón era recogido de sus
escombros por un Douglas Mc Arthur quien, como Jesucristo a Lázaro, lo revivía
para hacerlo marchar. Pero el orgullo alemán aun ante la derrota, no permitiría
prótesis en la etapa más importante de su historia.
Remando
contra la corriente mundial del nuevo estatismo, inicia una reestructuración
monetaria para de inmediato domar la inflación. Esta reforma era precedida por
uno de los programas de liberación económica más importantes de su historia
que, antes de ser destruida, se encontraba encadenada vía el socialismo militar
del nazismo. En un periodo en que el mundo se dirigía en la dirección opuesta;
Alemania se sacudía las cadenas del estatismo para establecer una economía
liberal—aunque Erhard le daba un tinte especial y la bautizaba como “economía
social de mercado.”
Erhard
definía su invento como: “Un sistema de mercado libre orientado a consolidar la
eficiencia y potencial de la economía, promoviendo justicia social a través de
un marco de libertad individual en donde imperara el estado de derecho, ante el
cual, “todos serían iguales. Mas mercado, mas ley y menos estado con
burocracia,” afirmaba el economista.
Liberando el
genio aprisionado desde la era de Bismarck y protegido con el marco legal, en
los 5 años posteriores a la su derrota el ingreso per cápita crecería un
promedio de 20% anual; la producción industrial en un 40% y para 1958, sería
cinco veces superior. Su resurgimiento sería tal que de inmediato pudo pagar
sus deudas y reparaciones de guerra y así se iniciaba el periodo conocido como
la época de oro alemana. Erhard lograba algo también milagroso, el pueblo
alemán recuperaba la confianza en su gobierno luego de ser violado. El secreto
de su milagroso programa es definido como su habilidad, no para crear gentes
mejores, sino para inspirarlos y haciendo uso de su genio aprisionado,
impulsarlos para alcanzar grandes logros.
Afortunadamente
en el devastado México podemos ver la emergencia de nuestros revolucionarios
Ludwigs— Von Peña, Herr Beltrones, Frömmigkeit Gordillo y Jurgen Gamboa—apóstoles del derecho y,
cargando como herramienta sus guadañas, se declaran listos para el rescate
antes de que lleguemos a devorarnos unos a los otros puesto que, hace mucho la
gente busca sustento en los basureros y no come ratas porque todas se
atrincheran en las oficinas de de gobierno y de los partidos políticos, las
protegen con guaruras pagados por el pueblo, y circulan en autos blindados
cortesía de Hank Rhon.
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