No
basta con querer un cambio político para el país. Es preciso atender a ciertas
condiciones. De algunas me he ocupado en mi penúltimo artículo, que complemento
hoy con otras también muy importantes.
1. CORREGIR
LA IDEA DE TORTA A REPARTIR.
Nuestro
potencial petrolero es un gran bien, pero ha sido mal interpretado. ¿Daño
colateral? Sr ha metido en la mente de muchísimos compatriotas la idea de que
somos un país rico con una inmensa e inacabable torta a repartir, y que “el
problema” nacional es y ha sido el de su re-partición. Todo lo que se dice de
irresponsable rentismo, de abundoso clientelismo, de subsidio ligero y de
ilusorio liderazgo internacional, tiene allí su raíz. La idea de la torta se
refleja en la no real diversificación de la economía, la débil conciencia
productiva, la escasa planificación. El Estado, propietario único de la torta,
está dado al gasto fácil, a no temer errores de cálculo, a discontinuidad
administrativa.
Los
errores cometidos desde décadas se han agravado con la así llamada “Revolución”,
por el manifiesto populismo, el manirrotismo hacia el exterior, la embestida
contra la propiedad y la iniciativa no oficiales y el costoso cultivo de una
imagen planetaria.
Una
“nueva política” exige mayor humildad y racionalidad, al evaluar y manejar el
potencial petrolero. Tarea primaria e ineludible no es cómo repartir la torta,
sino cómo lograr una economía productiva diversificada, descentralizada,
participativa, previsiva. Solidaria. Con una educación de calidad técnica,
social, ética, como base firme.
2. ACABAR
CON LA “IDOLATRÍA” PRESIDENCIAL
Es
preciso modificar la actuación y la imagen del primer magistrado. Nuestro
sistema republicano parece haberse convertido en monarquía, y hasta absoluta.
La
Doctrina Social de la Iglesia contiene, entre sus principios orientadores
fundamentales, el de subsidiariedad, según el cual, los órganos y cuerpos
superiores no deben absorber las funciones que pueden realizar los inferiores.
Todo lo que se diga sobre federalismo y descentralización tiene aquí su
fundamento.
La
omnipresencia-omnipotencia del Presidente, con la acumulación en-o- por él de
todo lo habido y por haber de gobierno, son fallas de nuestra democracia. La
salud de ésta requiere efectiva separación de poderes, tejido de equipos y
delegaciones, real descentralización. Esto supone una reformulación del
concepto de liderazgo y una educación para la corresponsabilidad y la
participación ciudadanas.
3. RECOMPRENSIÓN DE LA AUTORIDAD
Jesús
dejó múltiples lecciones muy iluminadoras sobre el sentido de la autoridad, al
definirla como servicio en vez de dominación. Advierte sobre la tentación de
buscar los primeros puestos para “mandar”, al estilo de su tiempo. En Marcos 9,
35 leemos: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos y
el servidor de todos”. Ayudará mucho en este punto recordar la etimología de
auctoritas, que viene del verbo latino augere: hacer crecer. La autoridad es
para promover; no para aprovecharse de, ni oprimir.
Entre
nosotros no es raro que un funcionario público se aucomprenda como quien hace
“un favor” al ciudadano y no como alguien pagado por éste para prestar un
servicio. Hacer una obra pública no es un “regalo” del gobernante, como si
proviniese de su peculio personal. El funcionario no es ningún Papá Noel,
distribuidor de dádivas. En lo que toca a lo presidencial, en los ultimísimos
tiempos se ha llegado a un cierto “culto de la personalidad” en extremo
pernicioso. Da la impresión de que es el pueblo el que debe girar en torno al
que preside, y no lo contrario.
Una
educación sobre la autoridad como servicio se hace indispensable. Y enmarcada
en una concepción de la persona como “ser para el otro” y servidora del
prójimo.
Las
próximas elecciones han de llevar a un cambio político de verdad y no a meros
maquillajes.
@OvidioPerezM
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