Toda conversación venezolana con algún argentino de más de 50
años, generalmente, gira alrededor de tres tópicos: los tangos, la guerra de
Las Malvinas y cómo se vive en hiperinflación.
Desde luego, antes del tango y después del tango, no hay nada
musical en el resto de América Latina que, a juicio del sureño, tenga más
impacto y pegada, salvo un gol de Maradona o de la “pulga” Messi.
Mientras que en el caso de la guerra por Las Malvinas, la
combinación reflexiva se desplaza entre la canallada política de los “milicos” empeñados en cambiar el
interés de los hijos de Río de la Plata por sobrevivir en el medio del huracán
inflacionario, y la astuta alimentación con altas dosis de ultranacionalismo y
la convicción propagandística de que aquello era pan comido y vino fácil para
la segura celebración del triunfo ante los ingleses.
¿Y la hiperinflación?: ¡Esa es otra cosa¡. ¡0lvidáte del
tango y de Las Malvinas, porque ante ese parto del peronismo, es la guerra de todos
los días y los años en un país al que nunca se le ha negado en el mundo su
trayectoria como gran productor de alimentos¡. ¡Un campeón mundial¡. Pero
gobernado por ciertos figurones del más rancio populismo continental a los que,
realmente, nunca les preocupó otra cosa que competir con la imagen y prestancia
de cualquier actor de cine, apoyándose en las sumisas bondades de un pueblo
depauperado, aunque feliz de que le reconociese su presencia, además de que se
le dijera que se gobernaba en nombre suyo y para su beneficio. Así se lo
hicieron saber y sentir Juan Domingo Perón y Evita.
Argentina, Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú, cada uno con sus
peculiares características y condiciones políticas y económicas, pasaron por la
experiencia de vivir altas inflaciones. Mejor dicho, hiperinflaciones que, como
peor medicina contra sus causas, fueron administradas como excusa y razón para
justificar asonadas militares. Por su parte, Ecuador, que también vivió lo
suyo, optó por un recetario excepcional, la dolarización de su economía. Y,
como en el caso de los otros cinco países de la región, también asfixiado por
la miseria en la que estaba sumida una gran parte de su población, decidió
enfrentar su problema inflacionario apuntalando esa determinación en lo que,
para el momento, fue prédica histórica común en la zona: hacerlo en Democracia
.
Todos esos países pudieron salir del foso de esa siniestra y
costosa enfermedad económica, a partir del momento que su liderazgo político y
económico asumieron que el más eficiente de los tratamientos pasaba,
inexorablemente, por transitar el camino del entendimiento, del consenso
inteligente y del diálogo alrededor de voluntades afines a la importancia de
evitar que sus conciudadanos siguieran siendo víctimas eternas del empobrecimiento,
de la miseria potenciada por las improvisaciones y la olímpica práctica del
engaño.
Es decir, combinación pura y no rebuscada de otras
alternativas, más allá de la sumatoria de voluntades comunes en función de un
propósito similar, como del convencimiento de que, reinstitucionalizando cada
país, y abriéndole espacios permanentes a la convivencia en paz y en libertad,
los resultados no podrían ser mejores: menos inflación, más Democracia.
Cuando esta semana, una vez más, el Ministro de Planificación
y Finanzas, Jorge Giordani, el Presidente del Banco Central de Venezuela,
Nelson Merentes, y el Presidente del Instituto Nacional de estadísticas, Elías
Eljuri, se combinaron para hacer alardes públicos sobre la forma como durante
el electoral año 2012 han logrado contener la ya treintiañera inflación a la
venezolana, resultó inevitable evocar el caso de los antes citados países.
Desde luego, por el aprendizaje inflacionario vivido por los
argentinos. Pero también, como hecho no menos relevante que el anterior, por
los distintos puentes que debieron cruzar los habitantes de los países
latinoamericanos que acordaron acabar progresivamente con las causas de sus
economías inflacionarias, y los caminos por los que decidieron transitar, teniendo siempre como norte un elemento
sobresaliente para que eso sucediera: adoptar políticas económicas de Estado,
sin que los estados tuvieran que ser arte y parte determinante en dicho
proceso, más allá de lo que les permitía y autorizaban sus respectivas
constituciones.
En otras palabras, no supeditando tan relevantes como
trascendentes pasos a costos políticos,
ni a la necesaria manipulación de componentes estadísticos; menos a
desestimar la obligación de aclarar que una cosa es derrotar las causas de la
inflación, y otra es contenerla a partir del uso desmedido de controles de
precios, congelamiento, subsidios cruzados, además de importaciones amparadas
en providencias administrativas
cambiarias y monetarias, al mejor gusto de los rectores de los diversos
gobiernos.
Hoy el petróleo libera a Venezuela de toda posibilidad de
transitar y vivir bajo el inhumano régimen de una economía hiperinflacionaria,
desde el punto de vista estadístico. Es cierto. Sin embargo, como quiera que a
quienes peores daños le provoca en su sistema de vida es a los ciudadanos con
menor capacidad de compra, para cada uno de ellos, no cuenta tanto el cuento de
Giordani y de Merentes, menos el de Eljuri, sobre el comportamiento estadístico
de la inflación en julio pasado, como sí el hecho de que el efecto en su
sistema de vida es tan duro como una hiperinflación.
Cada familia venezolana que ya cohabita con su hiperinflación
particular. De lo que hoy se ocupa, es de tratar de conquistar una fuente de
empleo digno que le permita hacerle frente
a la violencia restrictiva de ese forzoso sistema de vida. Pero esa
posibilidad, por decisión de los mismos
arquitectos de la contención inflacionaria que acuden a los medios para hablar
de supuestas tendencias descendientes de la carrera inflacionaria criolla, poco
a poco, tiende a ser una alternativa sólo viable en el seno de la
administración pública, ya que a las empresas privadas se les ha sometido a ser
lo que hoy son: sobrevivientes en el medio de una antiempresarial política
económica, imposibilitadas para crecer, expandirse y ser generadoras de más
fuente de trabajo.
Y mientras esa verdad abofetea a quienes ahora apelan al
logro político del ingreso de Venezuela al Mercosur, para, desde luego,
multiplicar garantías de que tal paso convertirá al país en la potencia económica bien soñada
por los administradores de costos y beneficios de las alianzas con tres de los
países que ayer vivieron en hiperinflación –Argentina, Brasil y Uruguay-,
otros, los que deberían estar diseñando estrategias competitivas en ese amplio
mercado, los empresarios del país, están haciendo colas ante Cadivi, los
ministerios de Industrias y de Comercio, el propio Banco Central y en la
Vicepresidencia Ejecutiva de la República, para que les hagan el favor de
permitirles mantener activos a sus predios agrícolas, funcionando a sus plantas procesadoras, y abiertas las puertas de las empresas comerciales.
Director
de Fedecámaras por el Sector Pecuario,
Director
de la Federación Nacional de Ganaderos
egildolujan@gmail.com/0414.3200617
Edecio
Brito Escobar edecio.brito.escobar@hotmail.com
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