La reciente reunión entre los directivos de la Conferencia
Episcopal Venezolana y una representación gubernamental del más alto nivel,
suscitó no pocos comentarios y unos cuantos rumores. Resultó también extraña,
dada la ruptura de puentes producida por
el sector oficial hace casi diez años.
En la agenda normal de
las asambleas ordinarias del Episcopado se contempla, desde décadas, un tiempo
para la visita de un alto funcionario del Gobierno (antes era el Ministro de
Justicia y Cultos), con el fin de intercambiar sobre asuntos de interés común.
A partir de 1999 ese espacio comenzó a estar vacío, hasta que la
intercomunicación se rompió por completo. A esto se añade que peticiones
también escritas para una audiencia presidencial no recibieron respuesta. Con
la reunión de Mayo se ha restablecido una comunicación, que esperamos,
continúe. El país no gana nada con ruptura de puentes. Los miembros de la
Iglesia son simultáneamente ciudadanos del Estado venezolano y postulan que sus
representantes se entiendan, al menos, en cuestiones fundamentales-límite. Para
no decir que desean una regular colaboración mutua en cuestiones beneficiosas
para todos.
Algún periodista ha dicho que dicha reunión habría constituido
un apaciguamiento de la Iglesia, impuesto por Roma y debido a motivos financieros. Esta afirmación, aparte de ser
totalmente falsa, revela un tratamiento light y completamente desinformado de
la cuestión. Estimo que la Iglesia, y
concretamente, los obispos, necesitan críticas serias, con fundamento, las
cuales pueden también conducir, en casos, a cambios que mejoren actitudes o
comportamientos de los pastores. En efecto, la Iglesia, que peregrina en y con
la historia, no puede considerarse ni autosuficiente ni como comunidad perfecta. Pero no ayudan a su
mejoramiento y conversión infundios como los mencionados. De paso no estaría de
más agregar, a propósito de este tipo de
reuniones, que, a menos darse una grave justificada razón en contrario,
conviene o se necesita una información autorizada , veraz y oportuna, a la
opinión pública, sobre las mismas, pues no hay nada más contraproducente que el
“secretismo” en tales casos.
Intercambiar, dialogar, no significa ni “apaciguar”, ni “apaciguarse”; tampoco,
renunciar a las propias identidades y convicciones. Implica sí entrar en
comunicación para iniciar o mejorar el mutuo conocimiento, entenderse en puntos
que puedan disminuir tensiones y lograr acuerdos: progresar en verdad y bondad.
El bien común ha de ser horizonte hacia el cual se encaminen los encuentros. El
diálogo supone pluralidad y polifonía. Cerrarse a la comunicación sería
renunciar a la condición más propia de un ser, como el humano, que se define
como ser para la comunicación y la comunión. Al fin y al cabo –creemos los
cristianos- Dios, primer principio y fin supremo de todo, es Amor (ver 1Jn4,
8), comunicación, comunión. Para la Iglesia el diálogo es, desde tiempos del
Vaticano II, algo no sólo bueno sino obligante e irreversible. Lo explicitó
Juan Pablo II a propósito del Ecumenismo y en máxima apertura
interreligiosa e interhumana.
Con respecto a un encuentro Episcopado-Gobierno en Venezuela,
realista, fundado en la verdad y tendiente al logro de acuerdos beneficiosos para el país, no sobra recordar
la línea del proyecto político-ideológico oficial, a saber, socialista de corte
marxista, como se autoidentifica el “Socialismo Siglo XXI”. Con ocasión de la
propuesta de reforma constitucional sometida a referéndum en 2007 sobre la
implantación de un “Estado Socialista” en Venezuela, el Episcopado tomó una
posición firme y clara. La expresó en la exhortación Llamados a vivir en
libertad. Allí, como conclusión, leemos lo siguiente:
-la proposición de un “Estado Socialista” es contraria a
principios fundamentales de la actual Constitución, y a una recta concepción de
la persona y del Estado.
-la propuesta de Reforma excluye a sectores políticos y sociales
del país, que no estén de acuerdo con el Estado Socialista, restringe las
libertades y representa un retroceso en la progresividad de los derechos
humanos.
-por cuanto el proyecto de Reforma vulnera los derechos
fundamentales del sistema democrático y de la persona poniendo en peligro la
libertad y la convivencia social, la consideramos moralmente inaceptable a la
luz de la Doctrina Social de la Iglesia.
Esa fue y es la posición de la Conferencia Episcopal Venezolana.
El verbo lo uso aquí también en indicativo, por cuanto lo que se propuso
entonces y fue rechazado, se ha venido de facto implementando; más aún, para la
próxima jornada electoral del 7 de Octubre se plantea como propósito, de parte
oficial, la profundización de su
socialismo.
Recuerdo esta posición del Episcopado para subrayar,
precisamente por las hondas diferencias existentes y ante eventuales
situaciones críticas que se puedan presentar en relación al 7-0, la conveniencia y necesidad de reuniones como
la que es materia de estas líneas. Y también para salir al paso de consejas
periodísticas sobre crematísticos apaciguamientos.
Estoy seguro de que la gran mayoría de los venezolanos espera la
continuación de la reunión de Mayo en otras y con otros (sectores políticos y
sociales en general). Resulta plausible,
en este sentido, que al día siguiente de reunirse con el gobierno, el
Episcopado hizo lo mismo con el candidato presidencial de la oposición.
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