Los países que aceptan lo que debería ser intolerable han tomado la senda de la liviandad
Encendamos
los reflectores sobre lo que sucede. País de barbarie, de acróbatas de la
política que nada saben de gestión de gobierno, pero que vaya si han exprimido
estos años para volverse billonarios. No importa cuánto lo nieguen, la verdad
está ahí, cruda, presente, indisimulable.
No necesitamos posdoctorados en
finanzas para saber a dónde ha ido a parar buena parte del monumental ingreso
petrolero de estos años.
El nuevo riquismo tiene entre sus defectos el
exhibicionismo. Abundan los trajes de marca, las carteras de firma, los carros
carísimos y además blindados, las joyas que alumbran toda la avenida como el
diente de oro de Pedro Navaja. El derroche y la ostentación se dan la mano en
este festival de ladrones pegados como sanguijuelas a la nación, haciendo
negociados y succionando a la República sin empacho alguno.
Según
los estudios, la corrupción no es un punto grave en la mente de los ciudadanos.
Todo indica que no es óbice para la decisión política. No es de extrañar que en
un país donde los valores se han escurrido por las alcantarillas, donde las
instituciones son entes esclavos de un presidente hecho deidad y donde abundan
los funcionarios públicos de alto nivel que en poco tiempo pasaron de clase
límite a magnates, la gente sienta que la corrupción es irremediable y es el
menor de los males.
No
falta quien diga que Capriles sería un presidente honesto porque "como su
familia tiene dinero, él no tendrá que robar". Tal comentario lo he
escuchado en boca de personas que se supone entienden la gravedad del tema.
Estamos en serios problemas cuando la clase "pensante" se permite
evaluar así la calidad moral de un posible presidente. Eso es aceptar aquella
consigna horrorosa de Chávez cuando advirtió que la gente tiene razones para
robar, justificando así el delito.
Los
países que aceptan lo que debería ser intolerable han tomado la senda de la
liviandad. Por ese camino se llega a la entronización de la entropía, como
ocurrió en Estados Unidos en la época de la prohibición y ocurre hoy en ese mal
boceto de país que es Cuba. Si todos tenemos un precio, el país termina
teniendo un precio. Y los gobernantes de turno se sentirán con licencia para
venderlo al mejor postor. Es decir, a quien les haga hincharse los bolsillos.
Esos son los verdaderos vende patria.
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