A continuación
presentamos un extracto del libro Puntos de Reflexión. El manual del progresista,
de George Lakoff.
1. La trampa del
tema específico. Es un lugar común: no todos los progresistas comparten las
mismas ideas. Cada uno tiene sus ideas y sus preocupaciones. En realidad, los
progresistas estamos de acuerdo. Estamos de acuerdo en los valores: por lo
tanto, existe una base real para la unidad de los progresistas. Los valores
progresistas se aplican a muchos temas. Lo mismo ocurre con los principios y
las formas de argumentar. Los conservadores comunican conservadurismo, sea cual
sea el tema que se saque a colación. Los progresistas tienen que comunicar
progresismo. Tenemos que acabar con la fragmentación con loa que tratamos las
distintas cuestiones políticas y recuperar la centralidad de los valores y de
los principios para de este modo recuperar una visión progresista global
2. La trampa de la
encuesta. Muchos progresistas se dejan guiar por las encuestas. La tarea del
líder consiste en liderar, no en seguir. Por otra parte, contrariamente a lo
que se cree, las encuestas no reflejan la exacta realidad. Las encuestas tan
sólo reflejan el tipo de preguntas que hacen, que, por otro lado, no siempre
son relevantes. Los verdaderos líderes no recurren a las encuestas para tomar
posición; lideran a la gente hacía nuevas posiciones.
3. La trampa de la
“lista de propuestas”. Los progresistas suelen pensar que la gente vota en
función de los programas electorales y de las propuestas políticas específicas
de los candidatos. Lo cierto es que la gente vota basándose en los valores, la
capacidad de transmitir, la autenticidad, la confianza y la identidad.
4. La trampa del
racionalismo. Existe una –falsa pero extendida- teoría según la cual la razón
es algo completamente consciente, verbalizado (pues refleja literalmente el
mundo objetivo), lógico, universal y libre de emociones. La ciencia cognitiva
ha demostrado que cada uno de estos extremos es falso. No obstante, los
progresistas caen en esta trampa.
5. La trampa del
“no es necesario crear marcos”. Los progresistas sostienen a menudo que “la
verdad no necesita enmarcarse” y “que los hechos hablan por sí solos”. La gente
utiliza marcos –es decir estructuras mentales profundamente arraigadas que
configuran nuestra comprensión del mundo- para entender los hechos. Los marcos
están en nuestros cerebros y definen nuestro sentido común. Es imposible pensar
o comunicarse sin activar estos marcos. De ahí la importancia de enmarcar, de
activar uno u otro marco. Las verdades tienen que enmarcarse para que se vean
como verdades. Los hechos necesitan un contexto.
6. La trampa de
las “políticas son valores”. Los progresistas suelen equiparar las políticas
con los valores, es decir, con conceptos éticos como la empatía, la
responsabilidad, la justicia, la libertad, etc. Las políticas no son valores en
sí mismas, aunque se basen, o debieran basarse, en ellos. Por ejemplo, la
Seguridad Social y el seguro médico universal no son valores: son medidas
políticas que reflejan y realizan los valores de la dignidad humana, el bien
común, la justicia y la igualdad.
7. La trampa del
centrista. Existe una creencia generalizada: que existe un “centro” ideológico,
es decir, un grupo mayoritario de electores, bien con una ideología propiamente
centrista, bien posicionados entre la derecha y la izquierda, bien que
comparten unas mismas opiniones. En realidad el llamado centro está formado por
biconceptuales, es decir, por personas que son conservadoras en algunos
aspectos de la vida y progresistas en otros. Los electores que se consideran
“conservadores” suelen tener valores progresistas en cuestiones importantes de
la vida. Tenemos que dirigirnos a estos biconceptuales “parcialmente
progresistas” apelando a sus, a veces sólidas, identidades progresistas. Muchos
progresistas creen que deben “escorarse a la derecha” para conseguir más votos.
En realidad, es un error. Al acercarse a la derecha, los progresistas refuerzan
los valores de la derecha y renuncian a los suyos; y además, se alejan de sus
bases.
8. La trampa del
menosprecio. Demasiados progresistas creen que la gente que vota a los conservadores
es sencillamente tonta, sobre todo si se vota en contra de sus propios
intereses económicos. Los progresistas creen que basta con explicar a la gente
cuál es su verdadera situación económica para que cambie su voto. En realidad,
los que votan a los conservadores tienen sus razones y convendría entenderlas.
El populismo conservador es de naturaleza cultural, no económica. Los
populistas conservadores, que se consideran gente corriente, con sentido moral
e ideas razonables, se sienten despreciados por las élites liberales que les
oprimen. Consideran que los progresistas están intentando imponerles una
“corrección política” inmoral, y esto les irrita. Como los progresistas no
comprenden la acción política conservadora, tachan a los líderes conservadores
de incompetentes y poco brillantes. Esto se debe a que analizan los propósitos
conservadores desde el punto de vista de los valores progresistas. Si se
analizan los propósitos conservadores desde los propios valores conservadores,
se conseguirá comprender la situación, es decir, se entenderá el éxito que
vienen cosechando los conservadores (2).
9. La “trampa
reactiva”. En casi todos los temas, hemos dejado que los conservadores definan
el marco del debate. Los conservadores está tomado la iniciativa política y
transmitiendo sus ideas. Cuando los progresistas reacccionamos, retomamos los
valores y marcos conservadores, y no sólo no hacemos oír nuestro mensaje, sino
que, peor aún, reforzamos las ideas conservadoras. Los progresistas necesitamos
un conjunto de políticas proactivas y de técnicas de comunicación para
transmitir nuestros propios cuatro valores según nuestros propios términos.
Tenemos que cambiar los marcos del debate, y no reforzar los marcos
conservadores. Pero tampoco basta con cambiar los marcos. Los líderes
progresistas, más allá de los partidos, deben realizar juntos una campaña de
ámbito nacional, organizada, sistemática y prolongada, que le transmita
abiertamente los valores progresistas a la gente –día tras día, semana tras
semana, año tras año-, sea cuales sean los temas específicos que constituyan el
objeto de la discusión en un momento concreto.
10. La trampa del
lema ingenioso. Algunos progresistas creen que se ganan elecciones o se
consigue el apoyo de los electores con golpes de efecto ingeniosos y eslóganes
llamativos, el "marco de superficie". Los marcos de superficie son
inútiles sin los marcos más profundos, es decir, sin nuestras convicciones
morales más arraigadas y nuestros principios políticos. Los marcos, ya sean los
superficiales o los profundos, si se utilizan con honestidad, son necesarios
para que la verdad salga a la luz y se perciban nuestros valores. Por el
contrario, la frase ocurrente supone un uso fraudulento de los marcos
lingüísticos de superficie para esconder la verdad. Los valores y principios
progresistas - los marcos profundos- tienen que estar previamente asentados
para que los eslóganes puedan tener algún efecto; los eslóganes por sí solos no
consiguen nada. Los eslóganes conservadores funcionan porque los conservadores
llevan décadas comunicando sus marcos.
11. La trampa del
lenguaje técnico. Los progresistas recurren demasiado a la jerga política y el
lenguaje especializado para exponer sus propuestas. En lugar de eso, deberían
referirse a las preocupaciones de los electores como, por ejemplo, cómo harán
que los hijos puedan ir a la universidad, o cómo fomentarán la creación de
empresas.
12. La trampa del
juego de las acusaciones. Es muy cómodo achacar todos nuestros problemas a los
medios de comunicación y a las mentiras conservadoras. Sin duda, los líderes
conservadores mienten a menudo y usan un lenguaje orweIliano para distorsionar
la verdad y, sin duda, los medios de comunicación se sienten cómodos repitiendo
los marcos conservadores. Pero es poco lo que podemos hacer directamente al
respecto. Sólo podemos controlar directamente cómo comunicamos nosotros. No
basta con corregir una mentira con la verdad, sino que es necesario enmarcar
las cosas con nuestra visión moral para que la verdad se entienda, y es necesario
que este nuevo marco vuelva a delimitar el debate político. Si muchas personas
empiezan a expresar honesta, efectiva y frecuentemente la visión progresista,
los medios de comunicación serán mucho más propensos a adoptar nuestros marcos.
Una vez vistas
estas trampas, cabría pensar que estamos atrapados en un agujero demasiado
profundo. ¿Por qué somos optimistas?. Porque existe un camino para salir de
todas esas trampas: comprender la anatomía de la visión progresista y
comprender la anatomía del electorado. Si entendemos estas dos cosas, resultará
más fácil ayudar a los electores estadounidenses –y agregamos nosotros, a los
venezolanos- a encontrar sus corazones progresistas.
Extracto de Puntos
de Reflexión. El manual del progresista. Por George Lakoff
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