A dos semanas de la celebración de nuestras
históricas Primarias, que independientemente de sus resultados marcarán un
punto de no retorno en el avance de las fuerzas democráticas para desplazar al
chavismo y reconquistar la perdida democracia liberal que nos ha caracterizado
como Nación desde el 23 de enero de 1958, no es inútil desglosar algunas
opiniones personales sobre lo que atisbo como eventual resultado. Sin que, lo
aseguro, mi pronóstico presuponga la mediación indiscreta de mis simpatías
personales. Si los encuestadores se permiten hacerlo, ganando suculentas
recompensas crematísticas a cambio de sus indiscretas e intencionadas
opiniones, ¿por qué no habría de opinar quien no persigue otra cosa que serle
fiel a lo que considera una verdad objetiva?
En primer lugar, me parece que la consistente
primacía que ha mostrado Henrique Capriles a lo largo de toda la campaña, no se
ha puesto verdaderamente en peligro en ningún momento de la misma. La decisión
de Henry Ramos de preferir al discípulo de Manuel Rosales, el joven abogado y
actual gobernador zuliano Pablo Pérez, no logró el desarrollo esperado. Creo
incluso que jamás alcanzó las expectativas esperadas ni consiguió despegar.
Responsable de lo cual no deja de ser cierta displicencia de su mentor acción
democratista, la falta de entusiasmo del partido blanco y los tropiezos de un
comando de campaña que antes espantaba que atraía a los eventuales
simpatizantes. Conozco el caso de importantes personalidades que a pesar de su
entusiasmo, fueron tan fríamente acogidos que prefirieron distanciarse antes
que insistir en sus buenas intenciones.
Nada de todo lo anterior es atribuible al
candidato, dotado de excelente currículo y una contundente dosis de carisma. La
falla no es suya: es del aparato que lo ha respaldado. No es el caso de
Leopoldo López, que a pesar de su esfuerzo por obtener su rehabilitación y el
montaje de un poderoso aparato partidista no consiguió sobresalir en la
contienda. La carencia de un perfil definido y la grisura de sus intervenciones,
monotemáticas y sin brillo intelectual, lo llevaron a empantanarse a mitad de
camino. Lo que terminó convenciéndolo de la necesidad de salvar sus esfuerzos
acoplándose al llamado Bus de la Victoria.
No ha sido el caso de María Corina Machado, la
auténtica revelación de este proceso de primarias. Sin temer a los prejuicios
de una sociedad enferma de machismo y clientelismo populista, escorada desde su
nacimiento hacia los barriales de la socialdemocracia y el estatismo, supo
defender con templanza, con integridad, con una gran elocuencia y firmeza
admirable sus posiciones liberales. Era imposible, en las circunstancias que
hoy dominan a la sociedad venezolana tras 13 años de desatado populismo
comunistoide, que pudiera alcanzar las alturas necesarias como para haber sido
designada candidata a medirse contra Hugo Chávez. Pero logró poner su pica en
Flandes: por primera vez en medio siglo de democracia Venezuela ha recibido
dosis de pedagogía liberal y se ha enfrentado a la perfecta imagen de una
eventual presidenta de la república. A nuestro entender, muchísimo mejor dotada
que Dilma Rouseff, Michelle Bachelet o Cristina Fernández.
Ha sido una pena que el otro gran candidato de las
fuerzas democráticas más consecuentes del antichavismo, Diego Arria, haya
tenido que competir con una figura tan carismática como María Corina. Pero su
presencia ha sido fundamental en la clarificación de las posiciones políticas
de la oposición y en el desenmascaramiento del totalitarismo gobernante. Una
labor que marca el territorio de la oposición y hace prácticamente impensable
que, independientemente de los resultados del 7 de octubre, el totalitarismo
logre imponerse en Venezuela.
Respecto de Pablo Medina, resulta difícil
comprender su función política en este proceso, que no sea la demostración de
la apertura con que la Mesa de Unidad Democrática procedió a lo largo de esta
difícil campaña. Como lo dijéramos luego del primer debate, su candidatura nos
ha parecido perfectamente prescindible.
Creo, pues, para finalizar, que Henrique Capriles
ganará la candidatura con cierta holgura, suficientemente despegado de Pablo
Pérez como para asentarse cómodamente en la vanguardia de la lucha contra Hugo
Chávez y su proyecto totalitario. Creo, asimismo, que la derrota eventual de
Pablo Pérez, amén de situarlo a él personalmente en una difícil situación
frente a su futuro inmediato sacudirá las filas de la socialdemocracia
venezolana. Si no nos equivocamos, su derrota debiera conmover la aparente
firmeza de los liderazgos actuales de AD, UNT y COPEI, que cometieran el grave
error de apuntarse a perdedores seducidos por engañosas encuestas de opinión.
Y creo, asimismo, que los excelentes resultados
previsibles para María Corina Machado y, en menor medida, para Diego Arria,
abren el panorama a la irrupción en Venezuela de un gran movimiento político
modernizador que no apunte al poder por el poder sino al poder para echar a
andar un gran proceso de transformación radical de la sociedad venezolana. Un
proceso de transformación anhelado en lo profundo de la sociedad venezolana
pero que no habrá alcanzado aún el nivel de conciencia como para alcanzar el
gobierno.
En suma: después el 12 F, nada será como antes.
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