Lo peor que le puede pasar a un político -y en particular a un gobernante- es convertirse en fastidioso y ser de mal agüero. Es el caso, desde hace ya algún tiempo, del Presidente de Venezuela.
Dentro de pocos meses, en febrero próximo, se cumplen 20 años del fracasado golpe de Estado que intentó Chávez contra la Constitución, que dejó un alto saldo de muertos y heridos no pagados todavía, del cual logró salir airoso, gracias a su discurso y a la entonces frescura de su mensaje que cautivó. Ese mismo discurso, repetido una y mil veces, perdió frescura, resultando ahora pesado. Sus palabras ya no cautivan, entre otras cosas por conocidas y reiteradas, por agresivas y falsas; son más de lo mismo.
Chávez hoy es perfectamente predecible. Cuando lo escuchamos, ya sabemos lo que va a decir. No hay nada nuevo en quien al comienzo era, en lo fundamental, un vendedor de esperanza, mientras ahora -cada vez más- es por un lado amenazante, y por otro buscador de conmiseración, de que le digan pobrecito. Lo dicho se hace patente al hablar hasta el cansancio de su enfermedad, de la que ya nos tiene hartos. ¿Cuántos enfermos de cáncer tenemos en Venezuela? Yo mismo me operé de ese mal en enero de este año, y no lo andamos cacareando. Chávez quiere hacer de su cáncer una bandera nacional, una razón para la lucha de sus disminuidos seguidores, quienes ahora corean con él “Venceremos y viviremos”, una vez que lo asustó la “pelona”, y dejó de repetir “Patria socialista o MUERTE”, de la que hizo consigna obligatoria hasta para los oficiales de nuestra Fuerza Armada.
Chávez está envejecido. Me refiero, por supuesto, no solo a su edad física, cuando está camino a ser sexagenario. Su obsolescencia es fundamentalmente la referida a su imagen, a su mensaje, a su revolución que ya fracasó y murió antes que él. Seguramente no juegan a favor de la credibilidad de su discurso las largas e inaguantables peroratas, en las que se le quedan dormidos hasta los ministros, como hemos podido observar por televisión, en cadenas agotadoras que no le generan sino críticas, incluso de los propios. Ese hablar hasta por los codos lo deja sin decir nada nuevo, y lo novedoso que añade a su desgastado discurso, pronto lo envejece al repetirlo sin cesar una y otra vez.
Peor que fastidioso es ser pavoso, y esa desgracia le ha caído al Presidente Chávez, afectándonos a todos. Quien quiera un Presidente pavoso, no se quiere a sí mismo ni a los suyos.
Hay quienes dicen, y pareciera que no les falta razón, que la jurungadera de muertos no le ha salido bien. Por supuesto que no hago referencia únicamente a la indebida, exagerada y publicitada manipulación de los venerables restos del Libertador, sino a los cadáveres de otros seres humanos, que según se cuenta, jurunga tanto en Venezuela como en Cuba, atendiendo requerimientos de ritos extraños a la cultura y tradición venezolana. Vacié, esa lavativa no conduce a nada positivo, ni genera vibras de bien. La mala suerte pareciera estársela transmitiendo al país, y hasta él mismo salió afectado con un cáncer. Él, que se creía Superman e inmortal, ahora como todos nosotros comienza a sentir respeto por la muerte.
En los últimos días se comenta la mavita del Presidente, que está multiplicándose. La gente habla de los accidentes, atribuyéndoselos a la mala suerte que da el Presidente, al referirse a la caída de aviones o eventos con aeronaves, al choque de trenes, al descarrilamiento de éstos, a los accidentes viales, a las caídas de puentes y a cuanta cosa mala nos ocurre.
Chávez cansón y pavoso, ya basta, cambiemos de suerte. La revolución está agotada y marchita. Cambio ya.
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