Argentina tiene serios problemas que el gobierno no ve, o no quiere ver. La decadencia institucional del país, que se extiende a la educación, la salud, la seguridad y la transparencia, no es consecuencia exclusiva de este gobierno, pero los Kirchner la han acelerado notablemente.
Esta pronunciada decadencia que aparece en todos los índices internacionales, de todos los rubros, los argentinos la hemos tolerado y permitido. Indiferentes al quehacer público, ajenos a la Constitución Nacional, mansos ante los atropellos al estado de derecho, hemos sido cómplices de aquellos que nos han destruido la república.
En el planeta se han puesto de moda “los indignados”; seguidores del folleto escrito por Stéphane Hessel, judío alemán naturalizado francés, combatiente durante la 2ª guerra mundial contra los nazis y redactor, entre otros, de la declaración de DDHH de la ONU de 1948.
Hessel, de 93 años, reclama por aquello por lo que luchó y no ve plasmado en la realidad. Aconseja desde su viejo sueño militante, que los jóvenes se indignen para conseguir algunas utopías. Y “los indignados”, se indignan, en particular en España. No tienen proyectos, no tienen líderes.
Pero tienen dignidad. Como dice Aldo Abram, en Argentina no podemos tener indignados, porque hemos perdido la dignidad. Para las mayorías, es tristemente cierto. La dignidad es un concepto muy demodé, difícil de sostener, que el clientelismo, el puestito, la coima o el subsidio, borran con demasiada facilidad del inventario nacional.
Hasta ahora, en Argentina no hay “indignados”.
La resignación es un concepto religioso altamente recomendable, en temas que hacen a la vida privada. La resignación cívica es equivalente a sumisión, claudicación o conformismo. El DRAE define resignación como: entrega voluntaria que alguien hace de si, poniéndose en las manos y voluntad de otra persona.
Esta resignación cívica ante hechos de corrupción evidentes, este permitir que un escándalo tape al anterior sin solucionar nunca nada, esta resignación ante el avasallamiento del federalismo más primario, –la presidente nombra vicegobernador y acepta o no, listas de diputados provinciales, ante la inercia de los que debieran reaccionar– indica que no nos sentimos capaces de revertir la situación.
La resignación busca culpables, no acepta responsabilidad alguna sobre los hechos a los que se resigna; espera que mágicamente algo o alguien, cambie la situación. Honoré de Balzac decía que “la resignación es un suicidio cotidiano”.
La corrupción, inexorablemente, lleva a la “B”. No sólo a River, a la nación también. Southern Wings, los 60kgs de coca en Barajas, el ataúd entre Tacna y Córdoba capital que viajó 14 veces, SKANSKA, la valija de Antonini Wilson, los subsidios de Jaime, el sideral incremento patrimonial de la pareja reinante, los desaparecidos de Santa Cruz; la casualidad que todos los juicios que implican a funcionarios del gobierno le tocan a Oyarbide; el abuso de la cadena oficial para hacer propaganda estatal, y más, mucho más, todo lo toleramos mansamente.
Por ahora, los argentinos estamos resignados.
Desgraciadamente, no “estamos destinados al éxito”. Pero afortunadamente, tampoco estamos destinados al fracaso. Decididamente no estamos destinados a “esta cosa” incalificable en la que nos hemos convertido.
Hemos perdido la república en el camino. Esto implica que no hay separación de poderes. El poder judicial es manejado por el ejecutivo, lo que a su vez implica que no hay justicia. El legislativo está de adorno, un adorno muy costoso para los que pagamos impuestos, ya que es puenteado permanentemente por el ejecutivo, a través de DNU que no corresponden.
Los derechos individuales han desaparecido, todo es populismo y propaganda. Los ojos del ejecutivo están en la nuca, siempre en el pasado; el futuro no existe. No se planifica a largo plazo y el crecimiento fenomenal de estos últimos años (gracias a “la diosa soja”), la presidente lo tipifica con la explosión demográfica/urbana de la villa 31.
La mayoría de los argentinos hemos contribuido a este estado de cosas. Hemos colaborado. Algunos han colaborado por ignorancia, por desconocer sus derechos, no se los han enseñado. “Si el caballo piensa, se acabó la equitación”, decía Martínez Estrada, “Las 40”.
Otros han colaborado con su indiferencia ante los hechos; muchos han colaborado con entusiasmo, unos pocos por convicción, los más, por beneficios de algún tipo. También han colaborado los que vendieron su dignidad, y los resignados. Prácticamente todos, salvo muy poquitas excepciones, todos hemos colaborado.
Si hemos llegado a este punto por nuestra culpa, tenemos la posibilidad de revertir la situación. Si nos convertimos en ciudadanos plenos, votar es sólo el primer escalón, si conocemos nuestros derechos y nos aseguramos que aquellos que pretenden representarnos, los conozcan, estaremos más cerca de reencontrar la república.
Si exigimos a los políticos internas dentro de sus partidos, proyectos claros sobre todos los temas, políticas de estado a largo plazo, con la certeza de que van a defender el debido proceso, y sólo así les damos el voto, estaremos más cerca de la república que fuimos y nunca debimos haber dejado de ser.
Si pudimos destruir la república por acción o por omisión, es nuestro ineludible deber, recuperarla. Colaboramos en la destrucción, colaboremos en la reconstrucción. Podemos. Las elecciones ya llegaron. Lleguemos a tiempo para graduarnos de ciudadanos.
Ni indignados, ni resignados: ¡ciudadanos!
“Si los pueblos no se ilustran, sino se divulgan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que puede, vale y debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas, y será tal vez nuestra suerte, cambiar de tiranos, sin cambiar la tiranía.”
- Mariano Moreno.
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