A mediados de la semana pasada, antisociales, delincuentes, ateos, sin moral y sin principios religiosos, sin ninguna visión del presente ni del futuro, irracionalmente liberaron sus frustraciones arremetiendo contra un importante monumento patrimonial de nuestro país y de nuestra ciudad Barquisimetana: El Monumento que representa a la imagen de Nuestra Divina Pastora, con su Niño en brazos y rodeada por sus ovejas casi a la entrada de nuestra ciudad. Esperemos que no se trate de un acto premeditado y diabólico de alguna secta satánica iconoclasta ya que si fuese así vamos por muy mal camino; y todos los discursos y aparentes buenas intenciones son palabreríos de malvivientes con apariencia de ovejas.
Lo repito: la importancia del patrimonio cultural histórico y religioso construido con tantos costos y empeño es trascendental; y, en este caso, el valor de ese hermosísimo monumento de la Divina Pastora—que ha sido destruido parcialmente por vándalos incultos, satánicos y ateos— radica principalmente en que no solo son joyas arquitectónicas ejemplares, sino que también son un testimonio perenne de nuestra historia.
Venezuela—nuestro país— es una sociedad que, desgraciadamente y en forma cíclica, se ve constantemente azotada por los desastres naturales provocados por las lluvias y vaguadas; y, como consecuencia, muchos monumentos u obras de arte han llegado a sufrir destrucción. Ahora, lo inadmisible es que nuestro patrimonio cultural-religioso sea destruido por la acción humana en las condiciones que señalamos y denunciamos, porque no fue solo ese monumento sino atacar vitrales de iglesias, decapitar a una imagen de José Gregorio Hernández, pintar la imagen de Santa Lucia en la vecina ciudad de Yaritagua y pintar de rojo sangre las imágenes de la Divina Pastora que están cerca del Obelisco.
Además, esperamos que se deduzcan responsabilidades y que la ley se cumpla en este caso. Esto no sucediera si nuestra población hubiera sido educada inculcándole valores religiosos, morales y éticos, la importancia de todas las manifestaciones de la cultura. ¿Por qué en otros países los monumentos y las imágenes de los santos se respetan, y, es más, hasta se les rinde tributo? Pues es precisamente porque la gente sabe su origen y significado, lo ha aprendido de sus padres y lo ha confirmado con plenitud en la enseñanza formal.
¿Qué se puede esperar aquí en esta Venezuela socialista-comunista y atea, cuando cientos de educadores no saben de historia ni de geografía nacional? Que el Ministerio de Educación haga la prueba. Y ¿qué se puede esperar también de decenas de miles de alumnos que son adoctrinados en las fulanas llamadas misiones y son desinteresados de todo? Hagamos la prueba. Pregunte qué piensan del presente y del futuro y sobre sus planes en una sociedad como la nuestra. ¿Y qué se hace por cambiar estas formas de hacer y pensar? ¿Qué hacen las iglesias? ¿Qué hacen las instituciones del Estado? ¿Qué hacen los medios de comunicación social: prensa, radio y televisión? Es más, ¿qué hacen los partidos políticos?
Aunque usted no lo crea, o no lo sepa, el patrimonio cultural y religioso es la memoria colectiva de un pueblo. Si nosotros comparamos a un pueblo o nación a un ser humano veremos que el cuerpo somos todos y que el patrimonio cultural construido es parte del cerebro, de la intelectualidad; es la memoria consciente que permite realizar acciones al cuerpo, de forma razonada, meditada tal vez, de acuerdo con los estímulos (retos y circunstancias) y sus interrelaciones con el entorno, sea este natural o creado por el hombre.
Ahora, imagínense qué podría pasar con una persona que le destruyan violentamente las células nerviosas que anidan su memoria y que, al igual que el patrimonio cultural como le hicieron a la Divina Pastora y a los demás santos, es un recurso no renovable, y que si se deteriora se pierde para siempre. Al principio no podrá recordar el pasado (historia) y después perderá el sentido del presente al no poder identificarse; y también las coordinaciones de su cuerpo, tampoco recordarán a que se dedicaba en la vida cotidiana.
Al llegar a este estado, que de por sí es irreversible, pasará a no saber quién era ni quién es, y perderá toda su identidad y posibilidad de tener un futuro coherente. Además, habrá perdido toda conciencia y autodominio (toma de decisiones) de su cuerpo, quedando en estado vegetal. En otras palabras, si nosotros seguimos perdiendo nuestro patrimonio cultural y religioso, nuestra memoria colectiva —como está pasando— no solo perderemos nuestra identidad nacional, sino que también perderemos nuestro futuro como nación.
Señores, venezolanos y venezolanas hay que proteger el patrimonio cultural y religioso. No debemos de ser insensibles e indiferentes; el patrimonio cultural y religioso vivifica, une pueblos y es hasta rentable. Entonces, se debe proteger. Y muy bien lo podemos hacer de diversas maneras. Aquí hay alcaldes inescrupulosos —por no decir cómplices— con actitudes mezquinas hacia la destrucción del patrimonio arqueológico, cultural y religioso. En nuestro caso concreto, en Venezuela y en Barquisimeto principalmente donde ocurrieron estos actos vandálicos, la primera medida sería conservar y difundir los tesoros patrimoniales a toda la nación.
Aquí los medios de comunicación deben jugar un papel de primer orden. Esta difusión es el mejor seguro que se pueda tener, pues mientras más entienda la gente que son parte de su historia y que de ellos se pueden forjar muchas cosas, entre ellas el desarrollo y la identidad nacional, más los cuidarán.
Una buena manera de dar a conocer el valor del patrimonio cultural y religioso es trabajando, sobre todo, con los niños, a través de una política organizada o, por lo menos, dirigida por las instancias estatales competentes. ¿Por qué los niños y por qué el Estado? Porque los menores no tienen prejuicios y es más fácil que aprendan a estimar los monumentos nacionales, a las imágenes y a la Iglesia.
Además, en manos de ellos está el futuro del país; y el Estado debe de cumplir con una política organizada alrededor del progreso del pueblo. Parte de esta política es tener un plan de instrucción pública a corto, mediano y largo plazo, y también tiene el deber impostergable de proteger y administrar lo que pertenece a la nación.
Hay, Dios…! ¿Pero qué se puede esperar de esos alcaldes que ni hablar saben? Pues los hay, aunque usted no lo crea. Pero eso quizá no sería tanto el problema. La cuestión es que van ‘como macho sin dueño’, a la deriva: hacen y deshacen. Y estos, con su forma de ser, no solo destruyen el patrimonio sino que también obstruyen buenas iniciativas y procesos.
La sociedad civil, por su parte, debe organizarse. En esto las municipalidades deben jugar un papel de primer orden. Es más, al hablar de patrimonio cultural y religioso debo olvidarme de que si soy de un partido llámese como se llame—si es que estos últimos aún existen—, o vaya usted a saber de qué más…; es, más bien, introducirme en un proyecto de nación, ya que el patrimonio cultural y religioso es de todos y, por ende, nos compete cuidarlo todos.
Así de sencillo. La legislación de nuestro país debe contener el firme compromiso de proteger toda la estructura patrimonial, con su riqueza histórica, no de forma ligera ni contradictoria, que solo sirve para su destrucción y saqueo, sino para que se haga cumplir. El gobierno revolucionario y los gobiernos locales deben ser los primeros abanderados de las reformas que se tienen que dar en beneficio del patrimonio cultural y religioso, respetando la libertad de cultos, pues ellos son los representantes de las comunidades y de la nación. Por otro lado, el Gobierno socialista-comunista, a través de su Cancillería y embajadas, debe de promover y firmar convenios internacionales de protección de los bienes patrimoniales; estos necesariamente deben ser efectivos y coherentes y, de ser posible, reconocidos, aprobados y difundidos por la Organización de las Naciones Unidas.
Con estas propuestas y otras que se puedan crear, podremos defender el patrimonio cultural y religioso de nuestro pueblo, y, al mismo tiempo, difundirlo sin mellar su integridad; y sobre todo forjar identidades históricas nacionales como medios de unión y no de rencillas o, a lo mejor, de situaciones que yo tildaría como de oportunismo personal o, peor aún, político. Esperamos que los lamentables hechos ocurridos en Barquisimeto, Yaritagua y otras ciudades venezolanas no se repitan.
britozenair@gmail.com
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