El rechazo a la instauración de un modelo cubano en Venezuela es abrumador.
Los alcaldes de la alternativa democrática advierten que el gobierno revolucionario avanza hacia la constitución de un Estado comunista. Así definen lo que está ocurriendo. Otros factores, sin embargo, apelan a denominaciones diferentes. Cada cual llama las cosas conforme a sus intereses ideológicos particulares. Desde hace años escuchamos una gama de versiones diversas y difusas, que dificultan la comprensión de los ciudadanos alrededor del "modelo" que se procura implantar.
Mientras el Presidente disipa las dudas -desechando la ambigüedad que empleaba al referirse a la naturaleza de su proyecto-, quienes le adversan siguen contribuyendo a la desorientación de los ciudadanos. El rechazo a la instauración de un modelo cubano en Venezuela es abrumador, pero -pese a las nítidas precisiones del mandatario- casi la mitad de la población todavía se niega a creer que el país se encamina hacia ese puerto.
La incongruencia de estos segmentos del país es equivalente a la extravagancia de los adversarios del "proceso", cuyas múltiples calificaciones al "modelo" le ofrecen al gobierno la oportunidad de continuar avanzando en medio de la incredulidad de los ciudadanos. Es inexplicable que, mientras el gobierno abandona la ambigüedad de la que se sirvió, sus oponentes persistan en abstracciones que sólo son útiles al mantenimiento del estado de confusión en que está sumida una amplia porción del país.
Durante una fase de este experimento, esa incredulidad fue inducida por el propio Chávez, quien entonces emitía mensajes ambivalentes, apalancados en la abundancia de recursos. La riqueza petrolera le permitió a la revolución desarrollar un relato ficticio sobre la propuesta socialista. Hasta el empresariado se comió el cuento. El advenimiento de las vacas flacas -y la necesidad de apresurar la marcha, antes de que se propague la idea de que "cualquier cosa es mejor que Chávez- han producido un giro. Por estos días, ni el gallo canta más claro.
Si el Presidente es cada vez más categórico, no se entienden las imprecisiones del campo contrario, desde donde se habla de capitalismo de Estado, burocratismo armado, fascismo, democradura, dictablanda, dictadura plebiscitaria, autoritarismo personalista, totalitarismo electivo-militarista, y otras muchas calificaciones que, siendo aplicables, obstaculizan la comprensión de los ciudadanos y refuerzan su idea de que "esto no va" hacia donde dice el propio timonel.
El problema de la oposición no es un mero asunto de marketing. El reto de la unidad trascendía de la designación de sus candidatos: involucraba también una visión compartida acerca del "modelo". Sin ella no hay estrategia política y comunicacional exitosa. Las fallas de gestión no bastan en esta disputa.
argelia.rios@gmail.com
@argeliarios
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Los alcaldes de la alternativa democrática advierten que el gobierno revolucionario avanza hacia la constitución de un Estado comunista. Así definen lo que está ocurriendo. Otros factores, sin embargo, apelan a denominaciones diferentes. Cada cual llama las cosas conforme a sus intereses ideológicos particulares. Desde hace años escuchamos una gama de versiones diversas y difusas, que dificultan la comprensión de los ciudadanos alrededor del "modelo" que se procura implantar.
Mientras el Presidente disipa las dudas -desechando la ambigüedad que empleaba al referirse a la naturaleza de su proyecto-, quienes le adversan siguen contribuyendo a la desorientación de los ciudadanos. El rechazo a la instauración de un modelo cubano en Venezuela es abrumador, pero -pese a las nítidas precisiones del mandatario- casi la mitad de la población todavía se niega a creer que el país se encamina hacia ese puerto.
La incongruencia de estos segmentos del país es equivalente a la extravagancia de los adversarios del "proceso", cuyas múltiples calificaciones al "modelo" le ofrecen al gobierno la oportunidad de continuar avanzando en medio de la incredulidad de los ciudadanos. Es inexplicable que, mientras el gobierno abandona la ambigüedad de la que se sirvió, sus oponentes persistan en abstracciones que sólo son útiles al mantenimiento del estado de confusión en que está sumida una amplia porción del país.
Durante una fase de este experimento, esa incredulidad fue inducida por el propio Chávez, quien entonces emitía mensajes ambivalentes, apalancados en la abundancia de recursos. La riqueza petrolera le permitió a la revolución desarrollar un relato ficticio sobre la propuesta socialista. Hasta el empresariado se comió el cuento. El advenimiento de las vacas flacas -y la necesidad de apresurar la marcha, antes de que se propague la idea de que "cualquier cosa es mejor que Chávez- han producido un giro. Por estos días, ni el gallo canta más claro.
Si el Presidente es cada vez más categórico, no se entienden las imprecisiones del campo contrario, desde donde se habla de capitalismo de Estado, burocratismo armado, fascismo, democradura, dictablanda, dictadura plebiscitaria, autoritarismo personalista, totalitarismo electivo-militarista, y otras muchas calificaciones que, siendo aplicables, obstaculizan la comprensión de los ciudadanos y refuerzan su idea de que "esto no va" hacia donde dice el propio timonel.
El problema de la oposición no es un mero asunto de marketing. El reto de la unidad trascendía de la designación de sus candidatos: involucraba también una visión compartida acerca del "modelo". Sin ella no hay estrategia política y comunicacional exitosa. Las fallas de gestión no bastan en esta disputa.
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