En 2008 Barack Obama se presentó como factor de unidad nacional que superaría las divisiones de Washington. Como Presidente, sin embargo, ejecutó la agenda del sector radical del partido Demócrata, ante el repudio del electorado. En lugar de concentrarse en la crisis económica optó por imponer, sin un voto Republicano, una ley de seguridad social de 2.600 páginas (sin contar apéndices), un desmesurado proyecto de ingeniería social típico de mentalidades socialistas.
En dos años Obama sumó más a la deuda estadounidense que su predecesor en ocho, y el desempleo alcanzó 10% de la fuerza laboral. Su política exterior consiste en apaciguar a los enemigos (Irán) y enajenar a los amigos (Israel).
Mas si uno lee los editoriales y análisis de la prensa europea y latinoamericana acerca del resultado, no encuentra explicación coherente de lo ocurrido en las recientes elecciones parlamentarias. Al mesianismo pro-Obama se añade ahora el misterio. Una derrota como no se veía desde 1948 es minimizada sin sentido alguno.
Lo peor no ha sido que Obama, quien hizo campaña como centrista, haya gobernado hasta ahora como un socialdemócrata de izquierda europeo. Lo peor es que el primer Presidente de color, en lugar de utilizar su triunfo para alentar a los afroamericanos y latinos a dejar atrás la cultura de la victimización y la dependencia, haya ampliado exponencialmente el poder del gobierno en la economía y sobre las vidas de la gente, en especial de minorías que requieren, por el contrario, abandonar las subordinaciones tutelares y abrirse paso como ciudadanos libres de un país libre, capaces de valerse por sí mismos sin muletas paternalistas.
Da vergüenza pasearse por la mayoría de los comentarios de la prensa izquierdizante en EEUU, Europa y América Latina. En primer lugar ni cuenta se dieron de la importancia del “Tea Party”, un movimiento aluvional con hondas raíces en la sociedad norteamericana y sus tradiciones libertarias. Cuando al fin se percataron de su impacto trataron de descalificarlo como “racista”. Y ahora, consumado su avance, los mismos despistados de antes anuncian que el “Tea Party” dividirá al partido Republicano. ¿En qué quedamos entonces? ¿Es o no es un fenómeno de importancia que requiere explicación en lugar de insultos?
Una significativa mayoría del electorado rechaza la agenda de Obama y el Presidente debería rectificar para dar respuesta a las legítimas aspiraciones de la gente. Si EE UU tuviese un sistema parlamentario Obama ya estaría fuera del poder. Pero las circunstancias le dan la oportunidad de rectificar.
En cuanto a los Republicanos, deberían entender que su imperativo es mantener los principios y a la vez ser flexibles en las tácticas políticas. Si bien el electorado estadounidense es en su mayor parte de centro-derecha, es también maduro y crítico; ha demostrado la capacidad de exigir respuestas a los políticos y juzgarles severamente cuando así lo aconsejan los vaivenes de la vida.
Me parece difícil, pero no imposible, que Obama cambie. A diferencia de Clinton, Obama es poco pragmático y está demasiado comprometido con el ala izquierda del partido Demócrata. Tampoco pareciera poseer la destreza para “conectarse” a estas alturas con la gente. La vanidad, alimentada por sus admiradores internacionales, se le ha subido a la cabeza.
Los Republicanos no tienen sino que actuar con prudencia y equilibrio, proponiendo opciones serias hacia adelante. De lo contrario, con el endeudamiento y la demagogia que le corroen, EE UU se arriesga a convertirse en República bananera.
En dos años Obama sumó más a la deuda estadounidense que su predecesor en ocho, y el desempleo alcanzó 10% de la fuerza laboral. Su política exterior consiste en apaciguar a los enemigos (Irán) y enajenar a los amigos (Israel).
Mas si uno lee los editoriales y análisis de la prensa europea y latinoamericana acerca del resultado, no encuentra explicación coherente de lo ocurrido en las recientes elecciones parlamentarias. Al mesianismo pro-Obama se añade ahora el misterio. Una derrota como no se veía desde 1948 es minimizada sin sentido alguno.
Lo peor no ha sido que Obama, quien hizo campaña como centrista, haya gobernado hasta ahora como un socialdemócrata de izquierda europeo. Lo peor es que el primer Presidente de color, en lugar de utilizar su triunfo para alentar a los afroamericanos y latinos a dejar atrás la cultura de la victimización y la dependencia, haya ampliado exponencialmente el poder del gobierno en la economía y sobre las vidas de la gente, en especial de minorías que requieren, por el contrario, abandonar las subordinaciones tutelares y abrirse paso como ciudadanos libres de un país libre, capaces de valerse por sí mismos sin muletas paternalistas.
Da vergüenza pasearse por la mayoría de los comentarios de la prensa izquierdizante en EEUU, Europa y América Latina. En primer lugar ni cuenta se dieron de la importancia del “Tea Party”, un movimiento aluvional con hondas raíces en la sociedad norteamericana y sus tradiciones libertarias. Cuando al fin se percataron de su impacto trataron de descalificarlo como “racista”. Y ahora, consumado su avance, los mismos despistados de antes anuncian que el “Tea Party” dividirá al partido Republicano. ¿En qué quedamos entonces? ¿Es o no es un fenómeno de importancia que requiere explicación en lugar de insultos?
Una significativa mayoría del electorado rechaza la agenda de Obama y el Presidente debería rectificar para dar respuesta a las legítimas aspiraciones de la gente. Si EE UU tuviese un sistema parlamentario Obama ya estaría fuera del poder. Pero las circunstancias le dan la oportunidad de rectificar.
En cuanto a los Republicanos, deberían entender que su imperativo es mantener los principios y a la vez ser flexibles en las tácticas políticas. Si bien el electorado estadounidense es en su mayor parte de centro-derecha, es también maduro y crítico; ha demostrado la capacidad de exigir respuestas a los políticos y juzgarles severamente cuando así lo aconsejan los vaivenes de la vida.
Me parece difícil, pero no imposible, que Obama cambie. A diferencia de Clinton, Obama es poco pragmático y está demasiado comprometido con el ala izquierda del partido Demócrata. Tampoco pareciera poseer la destreza para “conectarse” a estas alturas con la gente. La vanidad, alimentada por sus admiradores internacionales, se le ha subido a la cabeza.
Los Republicanos no tienen sino que actuar con prudencia y equilibrio, proponiendo opciones serias hacia adelante. De lo contrario, con el endeudamiento y la demagogia que le corroen, EE UU se arriesga a convertirse en República bananera.
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