"Todo
parece imposible hasta que se hace". Nelson Mandela
Lo
que hemos hecho los argentinos con nuestra patria seguramente figura ya en el
libro de los records porque -convengamos- haber pasado, en un sólo siglo, de
ser una de los primeros, más ricos y más respetados países del mundo a este
presente de pobreza, desprestigio e insignificancia no es una tarea para
cualquiera; es más, para probar esa afirmación basta con notar que sólo
nosotros lo conseguimos. No tuvimos guerras ni pestes, aquí no cayeron bombas
atómicas ni nos arrasaron terremotos o tsunamis, nuestros recursos naturales
siguen disponibles y, sin embargo, cada vez somos más pobres, menos educados,
más egoístas, menos creíbles, más violentos y nuestros chicos, en medio de esta
cornucopia inagotable, mueren de desnutrición.
Como
bien sabemos, esa monstruosa decadencia no empezó hace una década sino que
nuestra historia ha sido un tobogán en leve e imperceptible declive que, sin
dudas, ambos Kirchner transformaron en un barranco vertical. Pero hoy los
planetas se han alineado y, con un poco de inteligencia y generosidad, estamos
frente a la posibilidad de invertir ese rumbo que, indefectiblemente, nos lleva
a la desaparición como nación independiente.
Hace
varios años escribí una nota a la cual, pretenciosamente, titulé: "La
Argentina que quiero" (http://tinyurl.com/bla4n57). En ella enumeraba las
medidas que, a mi entender, debíamos adoptar para cambiar nuestro futuro; no
voy a repetirlas aquí ya que, si tiene interés, bastará que utilice ese link
para acceder a ella, pero creo que conservan total actualidad.
El
sueño que creo hoy posible podría llamarse, simplemente, "república".
Y estamos, como nunca, cerca de lograrlo. El primer paso ya lo hemos dado
porque, con la variedad de opciones que votaremos en los próximos comicios, el
próximo Congreso convertirá en imposible cualquier hegemonía, de esas que
tantos males han causado; así, quien quiera sea el elegido para ocupar el cargo
de Presidente deberá negociar, arduamente, con todos los sectores para obtener
las leyes que requiera. Y eso es verdadera democracia. Por demasiados años
hemos creído una falsedad inteligentemente vendida: la
"gobernabilidad" depende de contar con mayoría en ambas cámaras;
basta con observar qué sucede, en este sentido, en los países importantes, por
ejemplo los Estados Unidos, donde Barack Obama gobierna con sendas minorías
parlamentarias.
Pero,
claro, cuando hablamos del sillón de Rivadavia, las cosas cambian y a eso me
referí cuando pedí generosidad. Tenemos que terminar con el populismo, no con
la solidaridad, ya que ha sido la raíz de nuestros males, en materia de
pobreza, de educación, de salud, de justicia, de inseguridad. Para lograrlo,
ahora debemos expulsar definitivamente a los Kirchner, y a cualquiera de los
herederos de este nefasto "modelo", del poder antes que su desmedido
afán por el latrocinio termine con la Argentina. Van en camino de lograrlo y,
por eso, el remedio debe ser heroico.
Es
por eso que hablé de un sueño realizable. Si, antes de las PASO, toda la
oposición ofreciera una fórmula única, con seguridad ésta triunfaría en la
primera vuelta electoral. Así como las elecciones de la Ciudad Autónoma y de
Santa Fe dieron un enorme triunfo al PRO, en Mendoza la victoria puede
adjudicarse también fundamentalmente a ese partido, pero también al Frente
Renovador; éste ha dado un gran paso con el acto de relanzamiento de la campaña
el 1° de mayo, más allá de los aparatos de algunos barones del Conurbano y a
varios pesos pesados de la CGT. Por eso, ambas fuerzas deben confrontar antes y
ofrecer esa propuesta de candidatos unificada, para derrotar a un kirchnerismo
que hará lo imposible para perpetuarse; si lo hacen, la sociedad podrá
decirles, parafraseando a Winston Churchill, "nunca tantos le debieron tanto
a tan pocos".
Por
lo demás, si ese acuerdo se concretara, tendría un subproducto nada
despreciable, ya que Cristina se vería obligada tanto a continuar su permanente
golpe de estado contra el Poder Judicial cuanto a olvidar cualquier ensoñación
de crear una situación de conflicto de tal gravedad que le permitiera seguir
sentada, por sí o por interpósita persona, hasta tanto la situación económica,
con inversiones chinas, mejorara e hiciera que el humor de los argentinos
cambiase y volviese a preferirla.
Si
Sergio Massa o Mauricio Macri no aceptaran competir en una gran PASO opositora,
como hoy reclama la ciudadanía, es posible -aunque poco probable, pese a las
encuestas compradas que abundan en estos días- que el oficialismo resultara
triunfador en las elecciones; la sociedad no lo perdonará porque demostrarían
que no son estadistas que piensan en las próximas generaciones sino que, aún en
medio del naufragio, privilegian apetencias personales y egoístas sobre las
necesidades de un país que aúlla por un futuro, que nunca llegará de la mano de
los actuales gobernantes.
Para
Massa, si los verdaderos números lo convencieran antes de junio de la
imposibilidad de alcanzar a entrar en el ballotage, la mejor opción sería ir
por la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires, donde tiene su bastión y
donde ya ha enterrado -acompañado por Macri- los sueños reeleccionistas de la
noble viuda, y donde podría demostrar una gestión exitosa superior al pequeño
Municipio de Tigre; en cambio, si no hiciera caso de las matemáticas, podría
ver reducido su papel a ser un diputado más, un rol en el que no se encuentra
muy cómodo, y debería atravesar desde el llano, y sin la lapicera del poder,
cuatro años trascendentales.
Los
nuevos desafíos pasan hoy por la modificación de la ubicación geopolítica de
nuestro país en el concierto mundial, por el respeto irrestricto a la
Constitución y la consecuente división de poderes, por la regeneración de una
Justicia independiente, por la revisión de los códigos recientemente sancionados,
por la revalorización de la educación pública, por la lucha frontal contra el
narcotráfico. Pero también por la expulsión de la administración pública, en
todos sus niveles, de todos aquellos que han ingresado a la misma con el sólo
fin de colonizarla y trabar el desempeño de un eventual gobierno de oposición;
para lograrlo, y dado que los afectados pretenderán escudarse en la demencial
estabilidad del empleo público que la ley garantiza, bastará con obligarlos a
rendir examen de competencia y a reunir los requisitos que cada cargo requiere.
La
lucha contra la corrupción en todas sus formas -incluida la financiación de los
partidos políticos- tiene que ser decidida, transformarse en una política de
estado, e incluir la reforma del Código Penal para transformar estos delitos en
imprescriptibles, algo razonable en un país donde ha alcanzado un nivel tal que
ya constituye un verdadero genocidio.
Creo
que este sueño, impensable hasta hace poco tiempo, hoy puede transformarse en
una realidad que nos permita, de una vez por todas, salir del pozo en el que
estamos sumidos y ponernos a ascender, todos, como una nación integrada, seria
y responsable de sus actos.
Enrique
Guillermo Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
@egavogadro
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