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MANUEL MALAVER |
“Los
fundamentalismos del Siglo XXI” no son iguales, ni siquiera parecidos, pero no
hay dudas que comparten una pasión que es como su huella dactilar, la prueba
que dejan de los desafueros donde, por lo general, siembran la muerte, el
terror o el silencio: es su odio a la libertad de expresión, y la decisión de
destruirla en cualquiera de sus expresiones, pues están convencidos que, donde
haya hombres y mujeres libres, es imposible que germine su mensaje árido,
pútrido y seco.
Y
tras este objetivo, es indiferente que estén instalados en los desiertos del
Cercano, Medio o Lejano Oriente, o en las selvas, llanos y cordilleras
sudamericanas, o en los cómodos butacones de estados neototalitarios que, desde
Managua, Caracas, Quito, La Paz o Buenos Aires, activan la censura casi con la
única misión de que no se conozcan las corruptelas, incompetencias y
violaciones masivas de los derechos humanos de sus regímenes con vocación
vitalicia y dinástica.
Pueden
llamarse, entonces, “Estado Islámico”, Al Qaeda, FARC, ELN, “Guerreros Unidos”,
carteles de Tijuana o Sinaloa, imperio ruso o república china, revoluciones
cubana y nordcoreana o “Socialismos del Siglo XXI”, pues, en cualquiera de
estas denominaciones, no perderán segundos para que periodistas y editores sean
asesinados, o medios impresos, televisoras y emisoras desaparezcan o sean de
ellos y solo de ellos.
Los
recientes asesinatos en París de cuatro caricaturistas del semanario satírico
“Charlie Hebdo” (Stephane Charbonnier, “Charb”; Jean Cabut, “Cabu”; Georges
Volinki; y Bernard Verlhac, “Tignous”) y siete de sus compañeros de redacción
por un comando del “Estado Islámico” o de Al Qaeda, es la última, sangrienta,
escalofriante y perturbadora prueba de hasta dónde puede llegar la barbarie de
los fundamentalismos.
Pero
no se piense que es la única de cuantas han estremecido la opinión mundial en
los últimos meses, pues en el semestre final del 2014, el planeta se enteró con
horror de brutales decapitaciones públicas de comunicadores, como las de los
reporteros autónomos británicos, James Foley y Steven Sotloff a manos de
militantes del autoproclamado “Estado Islámico”.
Hubo
mucha violencia en el mundo contra el periodismo y los periodistas durante el
año pasado, como que, “Al menos 118 periodistas murieron en ataques con bomba o
incidentes de fuego cruzado en el 2014 y Pakistán es el país más peligroso y
riesgoso para la profesión”, según un informe de la Federación Internacional de
Periodistas (FIP).
En
su 24ª lista anual la FIP califica a la región Asia Pacífico por segundo año
consecutivo como la más peligrosa, con un total de 35 periodistas muertos,
entre ellos el corresponsal de la AFP en Kabul, Sardar Ahmad, víctima de un
ataque en un hotel de la capital afgana en el que murieron su esposa y dos de
sus tres hijos menores de edad.
Le
sigue Oriente Medio con 31 fallecidos, América con 26, África con 17 y Europa
con 9. Pakistán, con 14 periodistas muertos, y Siria, con 12, son los dos
países más peligrosos del mundo para ejercer la profesión.
En
América Latina 25 reporteros murieron en hechos de violencia registrados en
Brasil, Colombia, República Dominicana, Honduras, México, Paraguay y Perú”
Sin
embargo, la que nos interesa destacar es la violencia desatada “por el régimen
de terror del crimen organizado, que en países como Honduras y México produjo
un total de 11 periodistas asesinados”
“En
esos dos países, muchos periodistas pagan con su vida por informar sobre
sucesos tales como la corrupción o el tráfico de drogas”, añade la FIP que
extrae esta conclusión de la misión que llevó a cabo en septiembre en el estado
mexicano de Guerrero, “una de las áreas más violentas de México”, con el
propósito de “alertar a las autoridades de la necesidad de una acción drástica
para proteger a los periodistas locales”.
Pero
en eso en cuanto a periodistas asesinados “con ataques de bombas o incidentes
de fuego cruzado”, o simplemente por la acción de comandos del “Estado
Islámico”, Al Qaeda, las FARC, los carteles de la droga, o el terrorismo de estado
de los regímenes de Rusia, Bielorrusia, Irán, Siria o Irán, porque en lo que se
refiere a la acción de no matar periodistas, sino medios, ese récord lo está
batiendo la dictadura neototalitaria de Nicolás Maduro en Venezuela.
Al
efecto, es bueno subrayar que Maduro no está cerrando medios impresos, ni
radioeléctricos a la usanza de los viejos totalitarismos que, simplemente,
enviaban pelotones de soldados a bajarles la Santamaría y conducir a las
cárceles y cámaras de tortura a sus dueños, redactores y anclas, sino, a los
primeros, negándoles dólares para que no puedan proveerse de papel, y a los
segundos, forzando a sus propietarios a venderlos a agentes del gobierno que
proceden a despedir a los periodistas de oposición y a sustituirlos por burócratas
que siguen la línea oficial.
Así
desaparecieron hasta 100 diarios el año pasado en toda Venezuela, y en la
capital, Caracas, de seis grandes diarios nacionales, dos (los de mayor
circulación) cambiaron de dueños y se convirtieron en oficialistas, dos están
siendo presionados y forzados a vender, y apenas, dos, se mantienen
independientes y de oposición.
En
cuanto a la televisión, puede asegurarse que la escabechina ha sido más
profunda y devastadora, pues de cinco canales independientes que existían cuando
comenzó Chávez en 1998, tres fueron presionados para que se adscribieran a la
línea oficial, a uno no se le renovó la licencia y fue obligado a cerrar, y el
sobreviviente que era un canal de cable pero de oposición, fue comprado por
agentes del gobierno de Maduro y transformado en órgano del dictador y sus
políticas.
En
lo que se refiere a las emisoras de radio, apenas sobreviven unas pocas, pero
boicoteadas y asfixiadas y en espera de que en algún momento tengan que
silenciar sus transmisores.
En
otras palabras que, desde el poder de un estado, y valiéndose de argucias,
algunas veces seudolegales, y otras simplemente autoritarias, el
“fundamentalismo del Siglo XXI” que encarnan Nicolás Maduro y su revolución,
también se proponen los objetivos de los integristas del “Estado Islámico”, de
Al Qaeda y de las bandas del narcotráfico y la delincuencia organizada, pero
solo que de una manera más solapada, menos ruidosa y menos sangrienta.
Pero
estableciendo y logrando el estrangulamiento de las voces disidentes, para solo
dejar oír el vozarrón de este disparatero que completa cabalmente la obra de la
destrucción de Venezuela que dejó pendiente Chávez o una propaganda oficial que
trata de convencer a los venezolanos de que no hay inflación,
desabastecimiento, violencia y vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Maduro,
sin embargo, no es el único “fundamentalista Siglo XXI” que en Sudamérica la ha
emprendido contra la libertad de expresión y con el ánimo de hacerla
desaparecer, sino que en Ecuador, Rafael Correa, lleva seis años desapareciendo
medios y multando y encarcelando periodistas y confesando de manera pública y
abierta que no tolera la libertad de expresión y que no descansará hasta verla
reducida a su mínima expresión.
Sinceridad
que no forma parte del estilo de Cristina Kirchner, presidenta argentina que
emprendió una guerra contra la familia propietaria del grupo de medios
“Clarín”, a quienes, incluso, acusó en los tribunales de haber adoptado a sus
hijos legítimos de una pareja desaparecida durante la monstruosa dictadura del
general, Videla.
Casos,
historias y expedientes de la más diversa índole, con argumentos de disímiles
facturas, pero que en todos está la presencia y el furor de “los
fundamentalismos del Siglo XXI” contra los hombres y mujeres libres de todo el
planeta.
Manuel
Malaver
manuelmalaver@gmail.com
@MMalaverM
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