Obama causó
simpatía por su agilidad al moverse. Aunque sus trajes son blindados, camina
fácilmente.
Foto: AFP y
Diego Santacruz / EL TIEMPO
Juan Gossaín
descubrió que la ropa de Obama está tejida con hilos de acero y que no probó
bocado.
Parecen tan
normales que nadie se dio cuenta, pero todos los vestidos que Barack Obama
lució en Cartagena estaban blindados, salvo la piyama blanca de mangas largas
que se puso las dos noches. (Lea también: Santos y Obama confirman que el TLC
entra en vigencia el 15 de mayo)
Se trata de
un recubrimiento a prueba de balas, llamado kevlar, hecho con una fibra
flexible y liviana que le permite caminar sin rigideces.
Cuando los
sastres que confeccionan sus trajes los entregan en la Casa Blanca, los
especialistas del Servicio Secreto, que integran la guardia presidencial,
proceden a agregarles el blindaje. Es como forrar la ropa por dentro, pero con
hilos de acero.
El viernes
en la noche, por ejemplo, concurrió a la recepción en la fortaleza de San
Felipe de Barajas con un vestido entero de color oscuro y una camisa blanca sin
corbata y el cuello abierto. El atuendo completo era blindado. Eso no impidió
que subiera la colina con la agilidad que pone en cada acto público y que tanta
admiración provocó entre los cartageneros.
Ahora
entiendo por qué, a pesar de su delgadez, Obama a veces produce la impresión de
que la ropa le quedara grande. O de que hubiera engordado de repente.
Además,
durante el festejo en el mismo castillo, sobre su mesa podía verse una
misteriosa cajita envuelta discretamente: son sus medicamentos, que incluyen
pastillas contra la acidez estomacal, pero también un poderoso antídoto para el
caso de posibles envenenamientos. No probó bocado durante la cena. (Siga este
enlace para leer: 'El hecho de que no haya declaración no es un fracaso':
Santos)
El sábado
por la mañana, el presidente de Estados Unidos, que debía de tener hambre,
pidió en el Hilton un desayuno abundante: café, jugo de naranja, huevos
revueltos muy amarillos, al estilo americano, y una canasta de panes.
Luego, en
camino hacia la instalación de la Cumbre, se detuvo un instante en la cocina,
para perplejidad de los empleados, y se tomó fotos con ellos.
Ese día, en
el almuerzo oficial, en el Centro de Convenciones, tampoco tocó ni un grano de
arroz. Los meseros empezaron a preguntarse si es que Barack Obama no come
nunca. Abandonó la mesa y prefirió encerrarse en la oficina que le tenían asignada.
Del hotel le trajeron una ensalada de vegetales y algo de frutas. Apenas la
picoteó. Comió solo y comió poco. Luego regresó a la mesa de sus colegas, pero
no compartió con ellos ni el postre.
Del barco de
Roosevelt al hotel de Obama
En 1934,
hace poco menos de 80 años, Franklin Delano Roosevelt, que fue presidente de
Estados Unidos cuatro veces, almorzó en el Club Cartagena con su colega
colombiano Enrique Olaya Herrera y durmió en la ciudad, acompañado de sus dos
hijos y su silla de ruedas, pero a bordo de una fragata de guerra que estaba
anclada en las afueras de la bahía.
De manera
que Barack Obama es el primer presidente de su país que duerme en tierra firme
colombiana, también en Cartagena, y dos noches seguidas. Cuando ya había
anunciado que solo vendría por unas cuantas horas, el único que logró
convencerlo de lo contrario fue Michael McKinley, su embajador en Bogotá.
En un
comienzo, los organizadores de la Cumbre habían reservado los diez pisos del
Hilton, a la orilla del mar, para alojar a tres de los países más poderosos de
América: Estados Unidos, Brasil y México.
De repente
llegó un mensaje de Washington: necesitaban el hotel completo para ellos.
Brasileños y mexicanos, en un gesto comprensivo, accedieron a mudarse. Los
estadounidenses alquilaron entonces todas las 360 habitaciones. Al Presidente
lo instalaron en la suite más importante, en el centro del octavo piso.
Al entrar a
la habitación de Obama lo primero que se encuentra es una amplia sala de
reuniones que tiene dos sofás de cuero, una mesita de centro con un florero y
dos butacas. Viene luego el dormitorio presidencial, con una cama gigantesca
que no parece doble sino cuádruple, y un clóset inmenso. El baño con tina es
casi tan grande como un apartamento. Y por último, un comedor con asientos para
ocho personas. Tiene un ventanal que mira a los jardines, pero no había nada
que temer: el vidrio estaba más blindado que la ropa del Presidente. (Vea también:
Video de Obama saludando a comunidades negras de La Boquilla y San Basilio de
Palenque)
El Gobierno
de Estados Unidos había anunciado a la Cancillería colombiana que Obama vendría
acompañado por tres aviones y seis automóviles. Pero la movilización se volvió
tan grande que terminaron llegando diecinueve aviones y ventiocho carros.
El sábado a
medianoche el Presidente levantó el teléfono de su mesita de noche, al que le
habían instalado tres líneas diferentes, y en un castellano fluido solicitó que
le bajaran la intensidad al aire acondicionado. Pidió el favor dos veces:
please, please.
Le trajeron
hasta el agua
Y aunque
disponía de una neverita repleta de bebidas, no consumió nada, ni siquiera
agua. La verdad es que sus ayudantes le trajeron el agua desde Washington,
envasada en unas botellas transparentes de tenue color azul.
Para la cena
del sábado, ofrecida por el presidente Santos en la Casa de Huéspedes Ilustres,
le mandaron
a Obama si quería comer algo en especial.
"El
Presidente acepta lo que le brinden, pero pide que lo atiendan sus propios
meseros", fue la respuesta de sus asesores.
Así se hizo
y llevaron cinco, todos ellos del Servicio Secreto. Tenían, como es de suponer,
la misión de probar cada alimento por anticipado. Los acompañaban un hombre y
una mujer enigmáticos que jamás se despegaron de Obama a lo largo de la visita.
Son el doctor Scoutt Young, su médico de cabecera, reputado como uno de los
mejores internistas del mundo, y la señora Susie Maron, su enfermera personal,
que ostenta el grado de mayor del Ejército de Estados Unidos.
Entre los
seis médicos que acompañaron al Presidente había uno que, además, es experto en
manejar un helicóptero en caso de emergencia.
En mis
apuntes finales de la Cumbre de las Américas encuentro otro hecho que merece
destacarse: la victoria de la guayabera, aunque haya sido por estrecho margen,
como dicen los comentaristas deportivos. Al acto de instalación concurrieron
trece mandatarios ataviados con guayabera, doce con saco clásico -ya sabemos
cuál de ellos estaba acorazado-, otro lo hizo con una chaqueta típica (el
boliviano Evo Morales), cuatro más eran mujeres y solo uno asistió en mangas de
camisa: el colombiano Juan Manuel Santos.
Ayer, a las
nueve y media de la mañana, la delegación de Estados Unidos se despidió del
hotel, con su equipaje a cuestas. Obama ni siquiera se detuvo ante el puesto de
ventas que las señoras de la embajada en Bogotá habían instalado en el fondo de
la recepción.
Ofrecían
camisetas y tazas con una cara de Obama 'muerto' de risa, otra de García
Márquez en sus 85 años y una de Hillary Clinton guiñando un ojo. Cada una valía
20.000 pesos. Las utilidades serán para obras de beneficencia.
A la hora de
la foto oficial con todos los presidentes, Obama masticaba un chicle. Hacia las
seis de la tarde, mientras el avión presidencial tomaba vuelo entre el cielo
espléndido de Cartagena, más de 700 personas de su comitiva, que se quedaron a
disfrutar del turismo un par de días, alquilaron el Café del Mar, situado
encima de las murallas venerables, para celebrar su propia rumba.
"Despachamos
al hombre", dijo uno de ellos, con sonrisa picaresca. "Y ahora
arranca nuestra fiesta".
JUAN GOSSAÍN
Periodista y
escritor.
http://m.eltiempo.com/politica/barack-obama-sus-trajes-blindados-y-otros-secretos/11576484
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