Noto con desencanto, decepción y desaliento que la sociedad venezolana se involucra muy poco o nada en las cosas y asuntos que nos hunden cada vez más. Los problemas y las soluciones los generamos entre todos, porque de una u otra manera, como portadores de conciencia abierta, hacemos funcionar la sociedad.
Que nadie se crea inocente y libre de culpa, de ningún modo, ante ciertos hechos. Con nuestra apatía, que es un declarado mal endémico, estamos presenciando cómo se va desplomando la sociedad venezolana que debería estar en una situación de mayor holgura económica y crecimiento educativo y cultural.
Si hasta la naturaleza es nuestra gran aliada, pues no tenemos registros de terremotos ni de graves inundaciones como en muchos países entre otros desórdenes de origen natural. Y sin embargo... Muchos son los venezolanos que opinan y dicen que somos así porque durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez nos aislaron de gran parte del mundo y se gobernó con mano de hierro a nuestros antepasados y otros afirman que no nos podemos reponer todavía de la dictadura perezjimenista y de la llamada IV República que nos silenció por más de cuarenta años. “Excusitis”.
Pero lo cierto y lo concreto es que los tiempos vividos, los actuales, son los que verdaderamente cuentan en nuestra agenda y en nuestra realidad. Y a partir de nosotros mismos en pleno siglo XXI, deberíamos ya aprender a involucrarnos en todo cuanto afecta a nuestra estructura social venezolana para poder proyectarnos hacia un futuro esperanzador. Y ese futuro, bien lo sabe usted estimado lector, se lo debemos a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos.
La pasividad nos está llevando a los venezolanos a un alarmante grado de decadencia. No debería ser así. Se supone que estamos en una llamada democracia y que podemos hablar y expresarnos sin temor pues las leyes garantizan nuestra libre expresión de ideas. La falta de compromiso, la indolencia, la indiferencia nos está pasando cada vez más y con mayor insistencia facturas de orden moral, económico, educativo y político.
A mí me causa un sentimiento de simpatía observar cómo muchos feligreses realizan ferias de ropas usadas en algunas Iglesias, con la finalidad de solventar algunos gastos de los templos. He visto hace poco tiempo, a través de Globovisión, a unos jóvenes universitarios pintando señales de tránsito en las calles. ¡Eso es involucrarse! Suelo observar a través del Radar de los Barrios y de Plomovisiòn que la estructura de algunas escuelas públicas se halla en condiciones deplorables.
Y pienso que los padres o representantes de los alumnos deberían considerar qué pueden hacer, desde su ingenio y su fuerza de voluntad, para dar una mejor fisonomía y condiciones de seguridad a tales instituciones. No puede ser tan imposible que los padres se reúnan semanalmente para hacer una evaluación sobre el problema y ver el modo de coordinar un trabajo conjunto que redunde en beneficio de la casa de estudios de sus muchachos.
Las redes sociales son de enorme gravitación en estos tiempos. A través de ellas las personas pueden formar una suerte de alianza para combatir o ponerse de acuerdo sobre una circunstancia política o económica que tiene repercusión en Venezuela. De hecho, las redes sociales pueden constituirse, si se proponen seria e inteligentemente, en elementos de cambios políticos, pues las expresiones de sus usuarios, abiertamente ventiladas, pesan, y cuánto, en esta era digital. Lo que ya no conviene más a la sociedad venezolana es la permanencia o vigencia de esta oxidada pasividad e indiferencia. ¡Ya no! ¡Hasta cuándo!
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