*EDITORIAL DIARIO EL IMPULSO (14/04/2008)
¿Qué falta por pasar?
El país es flagelado, humillado, sin parar.
¿Qué falta por pasar?
El país es flagelado, humillado, sin parar.
Cuando apenas la pesada atmósfera política, o económica, o cultural, comienza a aplacarse tras el último zarpazo, entonces vuelve a producirse otra arremetida oficial, invariablemente con más saña que la anterior.
No hay descanso, ni reserva de escrúpulos.
Pareciera que el principal pasatiempo de quienes fingen gobernar, es el de encontrar el método de atormentar a cada sector de la vida nacional, con descargas incesantes de abusos, cada día más lejanos y divorciados de un sistema de justicia y legalidad.
Cualquiera juraría que el repertorio de arbitrariedades ya ha sido agotado, que nada falta por pasar, en el preciso instante en que estalla en nuestros rostros y conciencias, el escándalo que una gran mayoría, casi siempre ingenua, se negó a admitir como posible.
Todo lo que se ha descartado tildándolo de fruto de la exageración, ha acabado produciéndose. Tanta es la creatividad de los perversos que detentan el poder, que los peores agoreros correrán siempre el riesgo de quedarse cortos en sus presagios.
Así, el estado Lara, que con algunas excepciones había permanecido inmune a las invasiones de predios agrícolas, amaneció, el jueves de la semana pasada, con la militarización del frágil Valle del Turbio, área que semeja ahora el indeseado escenario de un campo de batalla. De un solo golpe, 32 extensiones cañeras fueron declaradas "totalmente ociosas" (en plena zafra) y, por tanto, susceptibles de inmediata ocupación. Había bastado el particular parecer del caporal del INTI, para que procediera la confiscación.
A escasas semanas de la mayúscula depravación puesta al descubierto en Barinas, con la negociación masiva y milmillonaria de tierras por parte de la familia real, exculpada de toda responsabilidad penal por un diligente tribunal en cuestión de horas, a los cañicultores de aquí se les dio un trato propio de maleantes.
Una de las caras del desprecio hacia ellos se evidencia en el hecho de que debieron enterarse del despojo a través de un "cartel de notificación" publicado en un pasquín oficialista, tan solo unos días antes.
Esto se ha producido en medio de una incontenible orgía de nacionalización de empresas (Sidor, Cemex), proceso que mueve a temer por el futuro de ellas, vistos los antecedentes de un gobierno que no se caracteriza precisamente por ser un buen administrador.
Además, semejante ansia de echarle el guante al aparato productivo, así como a cualquier refinería obsoleta o banco quebrado que sean ofrecidos a precio de oro en el exterior, ha entrado en los niveles de excitación que se aprecian, justo en momentos en que instituciones fundamentales de la nación lucen resentidas al máximo, en su operatividad y en su prestigio.
Un solo nombre bastaría para abreviar esta sórdida calamidad: el de Isaías Rodríguez.
Ha quedado de bulto que el ex fiscal envió a la cárcel a un grupo de venezolanos, al exilio a otros, e imputó a un puñado más, "sin elementos suficientes de convicción para acusar", como él mismo confesaría, basado en el vidrioso testimonio de un "testigo estrella" que era un falso psiquiatra, un experimentado mitómano.
Es larga la lista de incriminaciones, en el caso del asesinato de Danilo Anderson, que tuvieron como soporte los insostenibles embustes de aquel hombre en cuyos ojos el entonces cabeza del Ministerio Público "había leído la sinceridad", y fue creíble, primero en "un 85 por ciento", luego en "60 por ciento".
Otras víctimas no tuvieron tanta suerte como los que ahora pueden sentirse moralmente reivindicados, aunque condenados a largas penas como ocurre con los Guevara (Rolando y Otoniel, 27 años y nueve meses de cárcel; y Juan Bautista Guevara, pena máxima, de 30 años).
Nos referimos a los que han caído: Juan Carlos Sánchez, privado de su libertad sin orden judicial y muerto, en noviembre de 2004, a causa de torturas en la sede de la Disip. También el abogado Antonio López Castillo.
"A su hijo lo matamos como a un perro", le largaron unos desalmados con uniforme a Haydée Castillo de López, ya anciana. Ella misma, traspasada por su inmenso dolor, fue esposada y debió pasar la noche en el desnudo y frío piso de un calabozo.
¿Sabe usted qué es lo que falta por pasar en este país? ¿Qué debe ocurrir para que nos sintamos ofendidos?