Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra. Henrik Johan Ibsen
1.- UNA OEA APOLILLADA. DANILO ARBILLA
2.- EL MAL. HORACIO VÁZQUEZ-RIAL
3.- LAS CONTRADICCIONES DEL ANARQUISMO COLECTIVISTA. JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ
La Fuerza de la esperanza se mueve. Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 664 días, cuenta regresiva inexorable. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel
UNA OEA APOLILLADA. DANILO ARBILLA
En septiembre próximo la Carta Democrática Interamericana (CDI) cumple diez años. No será un aniversario feliz. Para muchos ha servido de poco; en todo caso para dar "legitimidad'' a varios presidentes que tras acceder al gobierno por la vía democrática luego han violentado todos los principios que hacen a las genuinas formas democráticas y republicanas; esto es, solo ha servido para "sellarlos'' en el poder. El expresidente peruano Alejandro Toledo es de los que cree que algo de eso ha ocurrido, que el problema es que "en América Latina no hay instituciones fuertes , con coraje y con arraigo para implementar y hacer cumplir la CDI''.
Toledo, a quien entrevisté en Lima, pugnará nuevamente por la presidencia en las elecciones del 10 de abril próximo, va primero en las encuestas y es el favorito. Su nombre y del Perú están especialmente ligados al de la Carta Democrática. Esta, precisamente, fue aprobada en Lima, en septiembre del 2001, siendo Toledo presidente. En más, en alguna medida fue una consecuencia, una sana consecuencia del régimen dictatorial de Alberto Fujimori , un presidente electo democráticamente que pisoteó a los otros poderes --la Justicia, el Congreso--, llamó a una constituyente, se hizo una constitución pare ser reelegido y perpetuarse en el poder (cualquier parecido con regímenes actuales no es pura coincidencia), e incluso desconoció a organismos y decisiones de la OEA. Con aquel documento se buscó reafirmar, garantizar y exigir el respeto de los principios democráticos y además crear el antídoto ante ese tipo de manipulaciones fujimoristas o similares. Qué ironía, ¿no?
Pero en este aspecto Toledo no anda con medias tintas: "Lo que pasa es que la OEA es un vacío. Es un cascarón. Es una institución burocrática, apolillada. Es un edificio bonito en Washington. La OEA nunca ha tenido el más mínimo coraje para decir: señores, implementemos la CDI, ni para ponerse de pie cuando varios gobiernos autoritarios la han violado y la utilizan en nombre de la democracia primero para elegirse y después manipulan sus instituciones para re re reelegirse y violan los derechos humanos, la libertad de expresión y la independencia de los poderes''.
Hugo Chávez es el hombre más desestabilizador de América Latina y la OEA no le dice nada. Tenemos el respaldo de una carta democrática pero es una especie de institución muerta.
En América Latina --insiste Toledo-- no tenemos instituciones que cuando las dictaduras disfrazadas de democracias entran a hacer su juego y manipulan las reglas para seguir en el poder, les salgan al paso. Las evidencias son contundentes: Nicaragua, Venezuela, Honduras a su manera, Bolivia, cuidado con Argentina.
Sin duda la OEA no ha tenido el coraje de hacerlo. Si a Hugo Chávez no le gusta un gobernador lo bota, si no le gusta un empresario lo pasa a la justicia, si no le gusta un alcalde lo bota, si no lo le gusta un medio lo agarra. ¿Dónde está la institución que vela por la fortaleza de la democracia en el continente?''
Es muy probable que Alejandro Toledo gane las elecciones en Perú. Si eso ocurre, es posible que ese hecho pueda marcar una antes y un después para la OEA y la CDI. Puede que él haga lo que hasta ahora Uribe, Alan García, Martinelli, Calderón, Piñera y Santos no han podido, no se han animado o no han querido hacer en defensa de la democracia a nivel continental, como muchos creían que lo iban a hacer.
EL MAL. HORACIO VÁZQUEZ-RIAL
El bien sólo existe como consecuencia de la lucha contra y el triunfo sobre el mal. No me refiero aquí a la bondad, condición de individuos que libran su guerra particular contra el mal. No me refiero, pues, a la labor de Francisco Ferrer ni a la de las personas que hacen Cáritas, en una desigual contienda con las consecuencias del mal, con sus síntomas, no con sus causas, que pertenecen al terreno de los que mandan, incluso desde el más allá, como Mahoma.
He empezado a reflexionar sobre esto porque tengo la impresión de que en la política actual, tanto la española como la internacional, reina el mal. La célebre frase de Edmund Burke: "Lo único que se necesita para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada", que impulsó a Churchill a lanzarse a una guerra que, en principio, no tenía posibilidades ciertas de ganar, debería estar presente en la cabeza de todos, siempre.
Se habla estos días de Gadafi, como hace poco de Mubarak. No hay un solo país árabe que no tenga un malvado en el poder. Hay pocos hispanoamericanos a los que no les ocurra lo mismo. Y no olvidemos África, donde Nelson Mandela es una excepción y está siendo poco a poco sustituido por malvados. A los de Gadafi y Mubarak –y a quienes les sucedan, que no serán mejores– hay que añadir los nombres de Robert Mugabe (Zimbabue), Omar al Bashir (Sudán), Sharif Sheid Ahmed (Somalia; ¡cómo sería la cosa que los somalíes se exiliaban en Libia!); Daniel Ortega, el presidente paidófilo e incestuoso de Nicaragua; Hugo Chávez, Fidel y Raúl Castro; ese rey Abdalá, al que el Borbón va a visitar a su yate cuando viene a Marbella y un largo etcétera. Esos tipos tienen voto en la ONU y a veces hasta presiden su comisión de Derechos Humanos, como ha sido el caso del libio. Y los hombres buenos no hacen nada, al parecer.
Pero además de lo que no hacen los hombres buenos está el problema de los hombres malos. Porque hay hombres malos que mandan y hombres malos que obedecen. Los asesinos de niños de Darfur, los camellos que venden la droga de las FARC o de los capos afganos, los cubanos que sirven a la Seguridad del Estado: ejércitos, literalmente, de malvados.
Unos cuantos pensadores y no pocos literatos convencieron a la humanidad de que todos nos movemos por objetivos materiales. No importa si uno fabrica coches o cocaína: realiza una ambición. Esa convicción ha dañado gravemente el sentido moral de esta época, en que las grandes barreras trabajosamente construidas por la tradición judeocristiana parecen estar cediendo día a día.
Yo escribo sobre ideas. Las mías. A veces, me pagan por ello. A veces, no. Pero cuando un lector se enfada conmigo porque tiene ideas distintas me acusa de decir lo que digo por dinero. Está extendida la suposición de que escritores y periodistas se venden y están dispuestos a sostener lo que les manden. Y es verdad que existen ejemplos de ello; pero un personaje así deja de ser un periodista o un escritor y pasa a ser un político al uso. Con todo, esto no significa nada en sí mismo: es la pura aceptación del mal en los otros. Les parece lógico, habitual, hasta aceptable, si bien se mira, porque facilita mucho la interpretación del mundo.
"¡Faltan valores!", clama la mayoría, que nada hace por construirlos o reconstruirlos o restaurarlos o recrearlos, o crearlos, a secas, porque la realidad es cambiante y hay que ponerle límites nuevos de tanto en tanto. No basta con armar el belén por Navidad ni con encender las velas de Januká. Los hombres buenos que no hacen nada también cuidan la tradición. Hasta que llega el mal y les pasa por encima: siempre los coge por sorpresa, como a Chamberlain, modelo de hombre bueno y peligrosamente ineficaz.
Al avance del mal contribuye generosamente uno de los más horribles sentimientos humanos: el miedo. Los políticos suelen denominarlo "prudencia", pero sólo lo hacen porque temen por sobre todo el llamar a las cosas por su nombre. Los políticos son prudentes por naturaleza: sus carreras se construyen más con lo que no hacen –o con lo que no se sabe que hacen– que con lo que realmente realizan, entre otras cosas porque hacer, lo que se dice hacer, sólo es posible cuando se ha alcanzado el poder. Es cierto que hasta el último concejal de un pueblo pequeño maneja algo de poder, al igual que lo maneja, en mayor medida, la oposición. Pero sólo el verdadero poder da ocasión de hacer. No mucho, porque no es prudente hacer demasiado, pues puede poner en riesgo el poder adquirido.
El miedo paraliza, es enemigo de la acción, dispone al hombre a la pasividad, lo hace incapaz de enfrentar el mal.
Habrá quien, atribuyéndome una capacidad para la alusión oblicua que no poseo, piense a estas alturas que estoy hablando de la oposición española en concreto, de su cada vez más lento movimiento inercial y de lo mucho que uno sufre ante el espectáculo de su pasividad frente al mal. En realidad, me doy cuenta ahora mismo de que es posible establecer esa relación. Porque es cierto que no tenemos un gobierno socialista, con el que se podría debatir y hasta pactar, sino que tenemos un gobierno de malvados.
Malvados que se sienten cómodos con otros malvados y van a Qatar, a los Emiratos o donde cuadre, entre colegas, para pedir a los malvados de allí que se queden con un trozo de la banca española, por ejemplo, o que le salven el culo económico al Barça pagando su propia publicidad en las camisetas de los jugadores, pobres diablos ricos a los que no se les va a ocurrir cuestionar nada. Y es que hay dinero y dinero. El extendido prejuicio acerca de la maldad intrínseca del dinero es eso, un prejuicio. Sólo es verdad que resulta más sencillo extender el mal con dinero.
Hoy vi en el informativo del mediodía una habitación llena de dinero. Estaba en una de las casas de un narco mexicano. Trescientos millones de dólares, que abultan mucho. Era como la piscina del tío rico del Pato Donald, aunque no con monedas de oro, sino con trozos de papel. Millones de vidas espachurradas para reunirlo. No se había acumulado con la venta de tractores o neveras o cualquier otra de esas cosas que llenan nuestras casas. Era dinero de sangre, de miseria, de oprobio. Algunos de esos dólares llegaron desde Madrid, otros desde Darfur. Ese dinero era una representación del mal.
Estoy convencido de que hay hombres buenos no sólo en México, también en el ejército mexicano. Pero es políticamente difícil, costoso, peligroso, arrasar a los narcos. Piénsese únicamente en lo que le ha costado a Uribe y le cuesta a Santos mantener en ciertos límites a las FARC: es imposible arrasar la selva, hay que traer marines con cuentagotas porque está mal vista la ayuda americana. Así que no se hace.
Como no se interviene en Libia. Los funcionarios de la política suelen ser más prudentes aún, si cabe, que los políticos mismos. El mal engorda constantemente y nadie hace nada. No sea, pensará algún tipo de esos –que se considerará a sí mismo un hombre bueno–, que me confundan con un hombre malo si me pongo impaciente. Mejor esperar, reunirnos nuevamente, sin prisas. No hacer nada brutal, nada comparable a la invasión de Irak, mi imagen jamás deberá ser asociada a la de Bush. Y además es un problema de los libios.
¡Qué fiesta de malvados! El mal triunfa porque los hombres buenos no hacen nada.
LAS CONTRADICCIONES DEL ANARQUISMO COLECTIVISTA. JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ
El anarquismo es la propuesta política de organizar una vida social sin el Estado. Hay varios anarquismos, por lo que esta definición se queda necesariamente corta, pero esta idea, la de una sociedad sin Estado, es lo que define al anarquismo y lo que hace común a todas sus manifestaciones. Hay anarquismos individualistas y colectivistas, con Pierre-Joseph Proudhom como bisagra entre ambos. Hay, también, varios anarquismos individualistas y varios colectivistas.
Pero de los primeros nos podemos quedar con la síntesis de Murray N. Rothbard, que combina la economía austríaca con el iusnaturalismo, y del segundo, con la línea de Bakunin y Kropotkin, aunque haya diferencias entre ellos. Parten de la idea de que el hombre es bueno por naturaleza, pero que está constreñido por unas instituciones que, además de mantenerle en una esclavitud, le corrompen y permiten la explotación de unos por otros. La principal de esas instituciones es el Estado, pero no la única. También, para algunos al mismo nivel o superior, la religión. Y, en general, todo tipo de usos sociales que podemos identificar, grosso modo, con la moral. La perspectiva del anarquismo colectivista no es puramente negativa. Creen en el progreso del hombre, ligado al avance de la ciencia y a la transmisión a las masas de la cultura. Una cultura emancipada de los viejos prejuicios y asentada sobre principios materialistas y verdaderamente científicos.
No carece de programa económico, por otro lado. La producción no sería capitalista, porque no se reconoce la institución de la propiedad privada. Recaería en una propiedad común, que haría comunes también los frutos del esfuerzo y los bienes que luego se repartan. Esto no es una contradicción, excepto, acaso, con la realidad y con la naturaleza humana. La gestión común está condenada al fracaso, como muestran cuantos ejemplos se han dado.
Para entender por qué fracasa sistemáticamente la gestión común, podemos seguir el ejemplo que pone David Osterfeld en Prosperity versus planning. Partamos de una comuna de 1.000 personas que producen 100.000 fanegas de trigo al año a razón de 100 por trabajador. Las venden a un precio de 5 dólares por fanega, por lo que cada uno se lleva 500 dólares al año. Pedro, totalmente imbuido por las ideas colectivistas, decide incrementar su trabajo hasta las 150 fanegas al año. Al final del ejercicio se producirán 100.050 fanegas, que dividido entre los 1.000 trabajadores arroja una nueva división en los 500,25 dólares. En definitiva, Pedro ha aumentado su trabajo en un 50 por ciento y le saca un rédito del 0,05 por ciento. Los otros 999 también se beneficiaron en un 0,05 por ciento, aunque en su caso sin aportar una fanega más al común. Él carga con todos los costes de su mayor trabajo, y el resultado se divide entre todos. Juan, sin embargo, ha entendido cómo funciona el sistema y decide trabajar la mitad. Ahora se producirán 99.950 fanegas, que reducen las ventas a 499.750 dólares, o 499,75 por persona. Juan trabaja la mitad y sólo pierde un 0,05 por ciento. Mientras que se lleva todo el beneficio de aumentar su ocio, los costes de la menor producción se reparten entre toda la sociedad.
Y aquí sí empiezan las contradicciones del anarquismo colectivista. Porque hay poderosísimos incentivos para no trabajar más y para trabajar lo menos posible. La sociedad comunal, que emergería naturalmente una vez eliminado el Estado, resulta ser un fracaso. No hay más que ver los carteles propagandísticos que llamaban a los miembros de las comunas aragonesas a trabajar. Y para lograr sus objetivos, recaló en un gobierno dictatorial. Así define Julián Casanova al Consejo de Aragón: “Creó sus propios órganos de policía, efectuó requisas, impuso rígidos mecanismos de control de la economía, administró justicia y sobre todo utilizó un amplio aparato burocrático y propagandístico para consolidar el poder de la CNT”.
Esta contradicción surge de un puro error intelectual, y es la pretensión de que una vez eliminado el Estado surgirá un determinado tipo de sociedad, que es la preferida por esta corriente. Es un non seguitur. Lo que elijan hacer las personas liberadas del Estado no tiene por qué tener la forma que dicen los anarquistas colectivistas. Si ese colectivismo no es una mera predicción sobre la estructura que adquirirá una sociedad libertaria o una propuesta que puedan aceptar libremente los trabajadores, podrán asimismo rechazarla. Y es un programa político que deba imponerse, tendrá que hacerlo un órgano coactivo centralizado, es decir, un gobierno. Y ello vale también para la propiedad. Puedes partir de no reconocer ninguna, pero en cuanto un ciudadano mezcle su trabajo con la tierra, la considere suya y el resto de ciudadanos así lo reconozcan, o respetas ese desarrollo de la sociedad libre, o impones por la fuerza el esquema de un comunismo que ya no sería libertario.
Y como esta llegan el resto de contradicciones. Lo que se ha descrito en el campo de la economía vale para el de las creencias. Se puede confiar en que el desarrollo de la ciencia y la cultura arrinconará, hasta hacerla desaparecer, a la fe religiosa. Pero si no es así, o te quedas con tu anarquismo y convives con los creyentes y sus usos, o impones tu pensamiento y recalas en el poder de algún gobierno.
El anarquismo individualista tiene sus insuficiencias. Bien derivadas de que la ausencia del Estado lleve a carencias esenciales a la sociedad, bien porque el desarrollo de la economía no nos ha conducido todavía a entender plenamente que una sociedad libre daría con las instituciones necesarias para el reconocimiento y el libre ejercicio de los derechos. Pero la perspectiva de este anarquismo es completamente distinta, y por eso elude las contradicciones del colectivismo anarquista. Parte del estudio de la naturaleza humana y del funcionamiento de una sociedad libre, basada en los derechos de la persona, incluidos los derivados de la propiedad privada. Y no busca imponer un esquema predeterminado, sino que entiende que la sociedad que surgirá naturalmente funcionará lo suficientemente bien como para permitirnos cumplir razonablemente nuestros objetivos vitales. Los ácratas colectivistas deberían replantearse o su anarquismo o su colectivismo.
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