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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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domingo, 12 de febrero de 2012

RAFAEL BELLO: LA UNIDAD DEL PUEBLO VENCE LA OSCURIDAD Y EL TERROR

La fuerza unitaria, en un propósito de salvación nacional, es el camino a seguir. El espíritu unitario abriga la necesidad imperativa de la nación en un sistema de libertades públicas. El autoritarismo repugnante se hace trizas en sus ambiciones perpetuas.
El encuentro de voluntades progresistas en el propósito unitario le pondrá término a lo que tanto daño le ha hecho al pueblo venezolano y está encaminado a la reconstrucción del país. Pero ese propósito no puede ser ajeno a la lucha frontal, decidida, valiente y tenaz contra todo cuanto significa imposición totalitaria y amenaza de exterminio a la creciente determinación colectiva que no se doblega sino que, por el contrario, se empina con las banderas de la libertad, justicia y paz.
Con la unidad saldremos adelante y dejaremos atrás la pava perniciosa. La única verdad en estos tiempos es el fraude en todos los sentidos. El gigantesco fracaso que acentúa la pobreza y destruye la infraestructura nacional que colocaba al país en una dimensión de sostenido crecimiento económico y social. Esa es la verdad aderezada con el dispendio de los ingresos petroleros y la corrupción avasallante. Venezuela ve los avances de naciones en su desarrollo.
Está en el tránsito inmediato de dar la más formidable lección de conciencia cívica en el ejercicio de su voluntad, que prevalece sobre la imposición inquisitorial del pensamiento único. Con la preeminencia del ideal democrático, quedará atrás cuanto ha representado el saqueo insaciable de los fondos públicos.
Para que Venezuela sea capaz de salvaguardar la seguridad de sus hijos, la producción con predominio de la fuerza de trabajo en afán de bienestar, la unidad abre horizontes de libertad. La unidad del pueblo vence la oscuridad y el terror.
bello.rafael@yahoo.es

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lunes, 23 de enero de 2012

CÉSAR AUGUSTO MONTOYA: EL LIBERALISMO. CONCEPCIÓN FILOSÓFICA

John Gray sostiene que el liberalismo constituye un proceso cultural acumulativo en el que las diferentes fases de la evolución del pensamiento occidental van dejando su huella, siendo considerado por algunos autores como la teoría política de la modernidad.
Como elemento primigenio para tratar de abordar lo que en el desarrollo del presente trabajo constituye una proyección general de la doctrina política conocida como LIBERALISMO, debemos efectuar una distinción – si se quiere – semántica, con referencia a lo que en ideología política significa ese término.
La primera de las acepciones que tradicionalmente se le ha dado a dicha expresión, es aquella que la relaciona con la filosofía política defensora a ultranza de la libertad, del desarrollo intelectual y de la libertad de pensamiento. Así las cosas, bajo esta concepción ha de entenderse que el liberalismo como tal significa avance, renovación, progreso.
La segunda de las acepciones que ha tenido el LIBERALISMO es aquella que la refiere a los inicios del industrialismo maquinista el cual tuvo su origen en el siglo XVIII, aplicándose la teoría del laissez faire inspirada en la ideas deslumbrantes para aquella época del famoso pensador inglés Adam Smith.
El ideólogo inglés A. Smith, (1723-1790), en su trabajo Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones (1776), afirma que la economía está regida por unas leyes inmutables que poseen mecanismos propios de autorregulación. De tal suerte – prosigue A. Smith – la misión de los economistas es descubrir esas leyes y eliminar los obstáculos que impidan su puesta en práctica social. Esto es, dejar la máxima libertad a los individuos que buscan enriquecerse supone conseguir una producción óptima al menor coste posible, así como la armonía social. De ahí el que los poderes públicos intervengan en el plano económico sea un error gravísimo, salvo en los aspectos que atañen al bien común de la sociedad. (Ver: Amartya Sen, Sobre ética y economía. Alianza. Madrid. 1989).
Ese liberalismo primario operó bajo una óptica ideológica muy clara que consistía en elevar el culto al individualismo en franca oposición a la; o, a las corrientes de corte colectivista.
El escritor George H. Sabine, en su obra Historia de la teoría política FCE., 5ª reimp., 1972, nos explica su criterio personal sobre lo que significa el LIBERALISMO, y dice lo siguiente:
[…] Puede tomarse el liberalismo, con amplia justificación histórica, como la culminación contemporánea de toda la tradición política occidental. En este lato sentido, liberalismo sería igual en su significado, a lo que en el uso político popular se llama generalmente “democracia”.
Algunos politólogos estudiosos del liberalismo sostienen que dicha doctrina conforma una mentalidad que ha llegado a ser la doctrina política principal de la civilización occidental; y con mayor causa después de los acontecimientos históricos que tuvieron lugar en 1989. (Ver: Laski H.J., El liberalismo europeo, FCE. México 1969).
Por su parte John Gray sostiene que el liberalismo constituye un proceso cultural acumulativo en el que las diferentes fases de la evolución del pensamiento occidental van dejando su huella, siendo considerado por algunos autores como la teoría política de la modernidad. (Ver su obra: Liberalismo. Alianza. Madrid. 1994)
En la Enciclopedia del Pensamiento Político, bajo la dirección de D. Miller, encontramos que las características particulares de el liberalismo sobre las cuales se han construido tanto sus variedades posteriores como sus desviaciones radicales y conservadores son: la ausencia en la naturaleza de una guía moral positiva, la prioridad de la libertad sobre la autoridad, la secularización de la política y la promoción de constituciones y principios de derecho que establezcan los límites de gobierno y determinen los derechos de los ciudadanos frente a éste.
Resulta importante destacar que las primeras ideas liberales surgen prácticamente a finales de la Edad Media y aparecen en franca oposición a las llamadas trabas feudales. Esa oposición tiene su explicación porque la sociedad feudal era estamental, corporativista, anti individualista, teocéntrica, hiper religiosa, estática y pesimista. Contra todo ellos se presentará el liberalismo y se enfrentará a la última etapa del feudalismo; esto es las sociedades del Antiguo Régimen dirigidas por monarquías absolutas.
Surgen cambios esenciales en la manera de pensar y particularmente en el comportamiento de las personas y de aquellas corporaciones que con el advenimiento de la máquina de vapor y el incremento del desarrollo industrial va creciendo en Europa. Esto es, que la clásica forma de ver las cosas por parte de los católicos quienes para la época consideraban a la pobreza como una virtud y al rico como un egoísta pecador se pasa gracias a la Reforma protestante a tener una visión distinta. Por ello, John Gray, propone que las libertades básicas se conciban como la armazón de las condiciones necesarias para la acción autónoma. Un hombre libre –dice Gray – es aquel que posee los derechos y privilegios para pensar y actuar autónomamente, para regirse a sí mismo y no ser gobernado por otro (Ver: John Gray: Liberalismo, op. Cit. P.97).
Ahora bien, los cambios sustanciales que ha dado el hombre como el mundo que le rodea, desde la caída del Muro de Berlín, incluyendo obviamente la llegada del hombre a la Luna, y toda una serie de acontecimientos, descubrimientos y adelantos logrados por la mente humana, y que hoy en día conforman toda una base sustancial que nos permite prever que la humanidad – si preserva su entorno natural – y se organiza para vivir en paz y libertad, tomando igualmente en consideración el consecuente derrumbe del socialismo rojo marxista que humilló, asesinó y esclavizó en nombre de una mal llamada revolución popular a millones de seres humanos en lo que fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas desde 1917, nos permiten pensar que los pueblos; particularmente aquellos que habitan los llamados países del Tercer Mundo o países en vías de desarrollo, tendrán que reconocer que todas las llamadas revoluciones de corte socialista ocurridas y conocidas hasta ahora; particularmente en el Siglo XX, lo que han traído a los pueblos es: miseria, división, dependencia y atraso, entre otros males.
Frente a ese panorama desolador, parece que hay una nueva ola doctrinaria que está llevando a muchos pueblos a recapacitar y abandonar la idea de que las izquierdas son buenas, pues los fracasos permanentes que vienen cometiendo en todos los órdenes son evidentes. En tales circunstancias, hoy en día observamos cómo el actual Presidente de Francia se identificó en su campaña electoral como DERECHISTA y triunfó por una significativa mayoría. Amén de estar demostrando su liderazgo en Europa. De igual forma, el Alcalde de la ciudad de Buenos Aires en la República de Argentina también se identificó plena y claramente como DERECHISTA y ganó de manera abrumadora las elecciones ocurridas recientemente en dicha ciudad. Otto Pérez Molina, derechista ganó recientemente las elecciones presidenciales en Guatemala y tomó posesión del cargo el 14 de enero de 2.012. Esto sin olvidar al actual Presidente de Chile. Sin embargo, cabe notar que durante los gobiernos Chilenos previos izquierdistas, nadie osó convocar a marchas para protestar por: mejores presupuestos, elevación de salarios, reforma constitucional, etc., etc.… ¿acaso esos problemas no existían, y aparecieron al día siguiente de tomar el poder un DERECHISTA?... Por favor, no crean los izquierdistas que el mundo está lleno de protozoarios…
Por el contrario resulta irrefutable el desastre al cual han llevado gobiernos de izquierda a muchos países, incluyendo europeos, como lo es el caso de: Grecia, Portugal y España. Las izquierdas son buenas para hacer campañas políticas – porque ofrecen de todo, incluyendo puentes en lugares donde no hay ríos – pero al llegar al poder cometen el enorme desacierto de entramparse en el populismo; despilfarran el dinero a diestra y siniestra a fin de mantener y conquistar adeptos. Atacan la propiedad privada; invaden y secuestran todo aquello que les dé popularidad, sin enterarse que con ello están postrando la economía, pues desaparecen las fuentes seguras de ocupación; esas mismas que generan riqueza; tratan de crear un monolítico procurando que las distintas ramas del poder público del estado queden sujetas a los mandatos del Ejecutivo; colocan al frente de la alta gerencia gubernamental a aquellos personajes que más se han destacado por su participación en la campaña política con la cual se alcanzó el triunfo electoral, pero sin darse cuenta que esos personajes – posiblemente – para lo único que sirven es para montar “saraos”.
En fin, cuando las arcas propias están vacías, entonces corren a las potencias que les interesan en búsqueda de préstamos a objeto de repartir el dinero sin control alguno entre las masas populares, pues consideran que lo que ellas necesitan y claman es pan y circo…
El final, todos lo conocemos, cuando el mismo pueblo que los llevó al poder los desaloja del mismo por ineptos, y ladrones, entonces, son las Derechas las que tienen que comenzar a poner orden en la casa y a tratar de enmendar toda la serie de locuras y de desafueros que ocurrieron durante esos mandatos izquierdistas (posiblemente lo que ahora ocurra en España después de la espectacular derrota sufrida por los socialistas españoles) De paso sea dicho, todos los líderes izquierdistas hablan de revolución; de igualdad; de humildes, de pobres, etc., pero se cuidan de vivir en zonas privilegiadas; sus hijos no van estudiar en escuelas públicas; nadie los ve frecuentando taguaras o ventorrillos; por el contrario frecuentan con espectacular cotidianidad los mejores restaurantes y bares; y obviamente, consumen las bebidas embriagantes más costosas y los platos más sofisticados. Eso sí, son tan vulgares que no les da vergüenza llevar el uniforme. Cuando pueden viajan de incógnitos y se proveen vestimentas, perfumes y útiles personales en la cuna del capitalismo (New York, Londres, París o Berlín, entre otras ciudades) pero al regresar a sus lugares de origen comienzan nuevamente con su trepidante discurso contra las oligarquías; contra el capitalismo; contra los vende patrias…
Ello nos lleva a pensar, que frente al lenguaje SOCIALISTA, demasiado trillado por cierto, y con resultados fatales para la economía de los pueblos, emerge quizá con un frescor cautivante lo que podríamos denominar LIBERALISMO, O LA DERECHA HUMANISTA DEL SIGLO XXI, cuyos postulados podríamos resumir de la manera siguiente:
Construir países, donde el ESTADO deje de ser empresario (pues hasta ahora lo ha sido, con resultados catastróficos) y permitir que la iniciativa privada maneje la economía, pero sometida esa actividad a evitar los monopolios y a tomar las medidas que sean necesarias para mantener y preservar el BIEN COMÚN.
Países en donde el gobierno de turno sepa y entienda que el INDIVIDUO (Persona Humana), no está al servicio del ESTADO, sino que es éste último el que está al servicio del HOMBRE. Estados, donde la libertad de expresión y de información sean intocables por parte de los entes gubernamentales y la censura la ejerza el ciudadano de manera particular. Países donde la propiedad y el capital no estén concentrados ni en cien familias, pero tampoco en un Estado socialista centralista omnipotente, sino que la prioridad esté focalizada en que TODOS los ciudadanos pasen de ser simples usuarios a ser propietarios de los bienes tanto muebles como inmuebles que requieran para llevar una vida decente y humana.
Esto es, donde se respete la PROPIEDAD PRIVADA, honrada y legalmente adquirida. Gobiernos, donde sean extirpados tanto el capitalismo salvaje explotador del hombre por el hombre, como los regímenes socialistas desconocedores de los más elementales derechos inherentes a la persona humana. Naciones donde haya una justa y auténtica distribución de la riqueza que sirva para lograr un auténtico equilibrio social y económico. Países donde quienes adquieren grandes beneficios apreciables en dinero no sólo se conformen con pagar las cargas fiscales que les impone el Estado, sin que además, sean promotores, creadores y soportes directos de fundaciones y asociaciones dedicadas a proteger a los más débiles: niños, enfermos y ancianos.
Países donde la pirámide de gobierno en las universidades oficiales sea conformada única y exclusivamente por la voluntad libremente expresada en las urnas, mediante votación universal y secreta, por los ESTUDIANTES, sin que el régimen de turno pueda intervenir en la elección de sus autoridades, ya sea ellas estudiantiles, administrativas o académicas.
Naciones, donde las autoridades dediquen su energía, pero de manera permanente, a cubrir sólo – como inicio - los siguientes objetivos prioritarios:
a) Seguridad de los ciudadanos (orden público).
b) Seguridad y defensa de la República.
c) Administración de Justicia designando jueces probos pero altamente calificados desde el punto de vista intelectual.
d) Mantenimiento y desarrollo progresivo de la infra estructura del país: escuelas, liceos, tecnológicos, universidades, con maestros y profesores altamente calificados. Hospitales, medicaturas, dotados del elemento humano competente y de los insumos necesarios para llevar a cabo una política de salud no sólo preventiva sino curativa de avanzada. Construir vías de penetración, acueductos, etc.,) con lo cual se provea a la ciudadanía en general de los medios necesarios para alcanzar su propio desarrollo. Apuntalar una auténtica SEGURIDAD SOCIAL.
e) Absoluta y total independencia de las altas ramas del poder público del Estado.
f) Limitar el mandato presidencial a cinco (5) años sin posibilidad de reelección.
g) Sistema bicameral (diputados y senadores) limitando tal mandato a dos (2) períodos, para que así todos tengan la oportunidad de ejercer el poder.
h) Eliminar, como en el caso particular de Venezuela, el artículo 330 de la Constitución, a fin de que los uniformados regresen a sus cuarteles y cumplan su misión primigenia. Despojarlos del derecho al voto, pues ellos no pueden pertenecer a ningún partido o grupo de electores; ellos pertenecen y deben ser el alma de la patria.
i) Un régimen político en el cual, para que no se pueda abusar del poder, el poder detenga al poder…
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Interesante resulta analizar la obra de Isaiah Berlin, eminente filósofo liberal. El centenario de su nacimiento, viene por cierto de conmemorarse, particularmente en Europa y Estados Unidos de Norte América. Este personaje nació en Riga, Letonia, hijo de un comerciante en maderas emigrado a Inglaterra, el que era descendiente putativo de quien fue la cabeza "de una de las sectas más importantes de judíos hasídicos de Europa oriental, conocidos con el nombre de lubabich [...]" (Ignatieff, 1999: 27). Fue el primer judío en ser elegido para recibir una beca en el All Souls College de Oxford. Entre 1957 y 1967 fue Chichele Professor de Teoría Social y Política en la Universidad de Oxford. En 1967 ayudó a fundar el Wolfson College de Oxford, y se convirtió en su primer presidente. Recibió el título de Knight Bachelor en 1957 y la Orden de Mérito en 1971. Fue presidente de la Academia Británica entre 1974 y 1978. Recibió también el Premio Jerusalén en 1979 por sus escritos sobre la libertad individual en la sociedad.
La obra de Berlin fue vasta pero dispersa, debido a que en su mayoría consiste en artículos y recensiones en revistas especializadas. Solo dos de las ahora numerosas recopilaciones de sus trabajos fueron editadas directamente por él: Four Essays on Liberty (1969) y Vico and Herder (1976). Su más famoso artículo, la conferencia inaugural como Chichele Professor de 1958, intitulada "Two concepts of liberty", ha sido de enorme influencia tanto en la teoría política contemporánea como en la teoría liberal. En dicho artículo presenta la ya famosa distinción entre libertad positiva y libertad negativa.
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“… Fines permanentes de la tiranía:

PRIMERO: el abatimiento moral de los súbditos, porque las almas envilecidas no piensan nunca en conspirar.
SEGUNDO: crear desconfianza de unos ciudadanos respecto de los otros, porque no se puede derrocar la tiranía mientras los ciudadanos no estén bastante unidos para poder concertarse.
TERCERO: extenuar y empobrecer a los súbditos, porque no se emprende ninguna cosa posible, y por consiguiente el derrocar a la tiranía, cuando no hay medios de hacerla.
En suma: producir la desconfianza entre los ciudadanos; debilitarles y degradarlos moralmente. Tal es el primer método de conservación para las tiranías”.
Tomado del Capítulo VIII, de la Obra “LA POLÍTICA”, escrita por el filósofo griego Aristóteles, quien falleció en el año 322 antes de Jesucristo…
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viernes, 13 de enero de 2012

RAÚL AMIEL: DESAFÍOS

Desafíos, queridos amigos, son retos para combatir en gestas singulares; son encrucijadas en que necesitamos destrezas más que fuerzas para salir airosos; son dificultades o problemas de solución difícil, vencibles en la medida en que los encaramos con determinación y sacrificios o renunciamientos, pero sobre todo, los Desafíos son oportunidades para enfrentar los obstáculos, vencerlos y progresar en la realización.
Los Desafíos son pruebas no siempre superadas. En ellos nunca está ausente la incertidumbre, la fatiga y a veces el desconcierto. Al enfrentarlos, no rara vez nos invade el desaliento o la renuencia, la tendencia a la comodidad, o la excusa para evadirnos sin sufrir derrotas en los intentos.
Todos tenemos Desafíos. La vida entera es un proceso de incesantes y crecientes Desafíos. Venezuela tiene desafíos como Nación que anhela vivir en democracia, con la seguridad y justicia que otorga el imperio del Derecho, gozando de bienestar espiritual y material compartido por todos sus hijos.
Creo que tenemos desafíos que se arrastran por demasiado tiempo, porque a pesar de saber cómo aliviarlos o resolverlos nos falta la voluntad política suficiente para hacerlo. Y tenemos también desafíos nuevos, secuela de la modernización de nuestras Instituciones y pueblo, frente a los cuales aún carecemos de juicios certeros.
Cuando hablamos de democracia le pedimos mucho a la palabra Democracia. Parece que fuera la perfección y, por eso, siempre estamos insatisfechos, porque, como dice Rosseau, la democracia es para los dioses; nosotros, humildes mortales, no hacemos nada más que caminar hacia la democracia.
Por tanto, sin intentar responder de manera ordenada a las preguntas que se han planteado, sino de manera desordenada, para que después cada uno haga sus reflexiones, creo que una primera idea que se podría poner sobre la mesa es la siguiente: ¿Por qué le pedimos a la palabra democracia que siempre sea tan perfecta? Queremos una democracia perfecta. Pero, ¿por qué queremos esta perfección en la democracia?
La democracia es una forma de organizar la convivencia, que es el gran problema de la humanidad, y de trasladar la propia vida hacia los otros, que es un tema profundamente político. Como el tema de la convivencia no lo tenemos resuelto, recurrimos a la democracia para ver si nos ayuda. ¿Cuáles son, por consiguiente, los Grandes Desafíos de la Democracia en Nuestra Patria?
Nuestra democracia debe ser una Democracia Constitucional, no al estilo del Buen Salvaje de Rosseau en El Contrato Social, sino una democracia que comporta una manera de gobierno que se ejerce de acuerdo con un contrato que es la Constitución. Eso tiene consecuencias importantes desde el punto de vista democrático; por ejemplo, es incompatible con la revolución.
La Democracia Constitucional comporta un régimen de derechos fundamentales; comporta unos derechos básicos, como la libertad de expresión y, por tanto, está relacionada con los medios de comunicación, que tienen una tarea fundamental dentro de la Democracia Constitucional, la de crear una opinión pública libre. Por eso, la democracia se fundamenta en la concepción de que el ser humano es un ser racional, es decir, que piensa, presunción sobre la cual se ha montado el esquema democrático y que iría muy bien demostrar.
Este nuevo modelo, Democracia Constitucional, nos permitirá el tránsito efectivo y verdadero hacia la Democracia Participativa y el Estado de Derecho, permitiendo la flexibilidad necesaria para plantear con la frecuencia conveniente las acciones y las estrategias necesarias para lograr el desarrollo integral y equilibrado del país, ampliar la base de ciudadanos emprendedores que produzcan riqueza, reducir las desigualdades y sacar adelante a los grupos y regiones más necesitados.
Sobre la democracia, yo haría un diagnóstico de los problemas que me preocupan. En primer lugar, la erótica del poder (cuando alguien llega al poder le coge gusto, porque manda); en segundo lugar, la soberbia (los políticos necesitan una dosis de humildad para restaurar la idea clásica de servicio público); y, por último, los cambios generacionales. Estamos instalados en la cultura de la transición.
El descubrimiento y configuración del Estado-Gobierno anhelado en la Democracia Constitucional nos sitúa en una agenda de transformaciones honda y vasta. Por eso pensamos en la instauración del Estado Regional, entendido como instrumento para aumentar la participación social, vigorizar la democracia directiva y lograr mayor efectividad en la satisfacción de las necesidades públicas mediante la gestión de proximidad, es decir, la que acerca el servicio a la comunidad que lo recibe y donde el Ciudadano es parte activa.
Quienes así pensamos queremos, por esa vía, incrementar la gobernabilidad de la Sociedad Estatal, a través de mayores y mejores instancias de información, transparencia, control, ejecución y responsabilidad Ciudadana.
Pensamos que no hemos llegado aún a comprender y practicar la democracia como estilo de vida. Es decir, no la hemos asimilado lo suficiente como para forjar una conciencia y sentimiento que trascienda la sola forma de gobierno o elenco de reglas procesales de esa estirpe, pese a la corrección con que ellas fueron y, desde 1999, son aplicadas en Nuestra Carta Fundamental.
En otras palabras hemos entendido la democracia en cuanto conjunto de normas para que el Pueblo elija libremente, cada cierto tiempo, a determinadas autoridades y las controle a través de sus representantes.
Pero hemos olvidado que ella es, además y principalmente, un estilo y finalidad de convivencia caracterizado por la vigencia -diaria y constante de valores, tales como la participación, el respeto y la tolerancia, la solidaridad y la responsabilidad resultantes de asumir, la Sociedad misma, nuevas y múltiples actividades conducentes al bien común en términos de un desarrollo o progreso humano armónico y persistente.
Pensamos que el baluarte ante el Individuo Solo y el Estado Todo se halla en la Sociedad Civil fuerte, activa, participativa, solidaria, pero a la vez en sí misma descentralizada. Y acentuamos esta descentralización socioeconómica, pues nada o poco de avance en la renovación de nuestro Estado-Sociedad para lograr la gobernabilidad y el desarrollo armónico de Venezuela se alcanzará de mantenerse la concentración, territorial y funcional, de las decisiones y recursos privados en Caracas, o en diminutas organizaciones que resuelven desde allí.
Las reflexiones que hemos expuesto se fundan en el carácter nuestro, con sus virtudes y defectos. De ese temperamento venezolano y debemos realzar cinco rasgos culturales, porque corregirlos es parte, tal vez lo más difícil, de los Desafíos que tenemos.
En efecto, Desafío es vencer la corrupción, deteniendo su avance para no llegar a la situación dramática del colapso institucional, conscientes que esa patología es letal para la Democracia y el Derecho.
Desafío tenemos, además, por nuestra mala memoria, a raíz de lo cual no aprendemos las lecciones de la historia y, con obcecación, reincidimos en los errores aduciendo que los fracasos anteriores se debieron a sucesos ilegítimos y que necesitamos otra oportunidad para ensayar nuestros proyectos.
Desafío tenemos, en seguida, para ser transparentes, decir la verdad en donde sea, sin ocultarla ni entregarla a medias, acomodándonos en función de oportunidades y conveniencias, lograr ventajas arbitrarias, alcanzar éxito sin sacrificio, en fin, recurrir a tácticas o estrategias que son eufemismos, acuñados por quienes han militarizado la Política, para maquillar el maquiavelismo.
Desafío tenemos también para resolver diversas patologías políticas, v.gr., el odio y rencor; el instinto de venganza, aunque nunca se diga que eso no es efectivo; por último, la envidia y el resentimiento.
Desafío tenemos, finalmente, de cara a la violencia en los espíritus y las manos. Debemos erradicarla cuando se ejerce contra la naturaleza, depredándola sin pensar que las generaciones de hoy no tenemos derecho a hipotecar el bienestar de nuestros hijos; o tratándose de erradicar la violencia contra la familia evidenciada en el abuso de niños y los ataques, físicos y psicológicos, en el hogar; violencia contra la persona, patente en el atropello a sus derechos inalienables, comenzando con el derecho a la vida; violencia contra la seguridad ciudadana, a raíz de la escalada delictiva, común o sofisticada; violencia ejercida en contra de grupos, sean estratos sociales, sectores económicos o etnias; violencia en contra de los Estados, atropellados en su Soberanía e Independencia; violencia, en fin, en contra de quienes tienen fe o practican la tolerancia, arrinconados por el fundamentalismo, las sectas y el relativismo ético.
Digo entonces que los Desafíos se vencen con análisis y reflexión; con inteligencia y templanza; con prudencia y perseverancia; pero también con Coraje o Voluntad Política, como ahora se le llama.
Pienso en el Coraje más que como arrojo o bravura con el significado de una disposición del carácter, habituada a afrontar dificultades, resistir adversidades, doblegar obstáculos y, a raíz de todo eso, volverse, prueba tras prueba, más valeroso. Por lo mismo, pienso en el Coraje como una cualidad de hacernos valientes al realizar actos de valentía.
Coraje es saber elevarse sobre la comodidad y el ocio; es recordar siempre que los venezolanos debemos entendernos, aceptarnos como somos y ayudarnos; es dar antes que recibir, sin discriminaciones pero con preferencia por el desamparado y el desvalido; es identificarse con los valores del espíritu, tan acosados, impugnados o disminuidos en tiempos de desenfrenado materialismo y subjetivismo.
Tener Coraje es hacer lo que la conciencia revela que es correcto, aunque la opinión de la mayoría, la presión del ambiente o la conveniencia utilitaria indiquen lo contrario.
Tener Coraje es confiar en Venezuela y en nosotros mismos cuando otros dudan de nuestra capacidad para enfrentar y vencer los Desafíos. Los Desafíos se vencen con Coraje.
Si asumimos los Desafíos y los vencemos, entonces seremos dignos de decir que hemos superado las causas y recuerdos de las discordias, borrándolas con un olvido eterno, para avanzar en la realización del sueño de todos los venezolanos que es vivir en Paz, con Justicia y en Democracia.

raulamiel@gmail.com

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martes, 13 de diciembre de 2011

RAUL AMIEL: CONTRATO SOCIAL PARA LA PROSPERIDAD DEMOCRÁTICA VAMOS DEL ESTADO POPULISTA A LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR

La existencia de un proyecto de “Visión de País” que la ciudadanía haga suyo, que sea conocido y compartido, puede ser el punto de partida en respuesta a la necesidad de un Gran Acuerdo Nacional que debe tomar la Nación para su recuperación, reconstrucción y reconciliación con plena realización Política, Económica y Social
Un análisis de las demandas del entorno en lo económico, político, social, laboral, patrimonial, etc. es menester. Debemos esbozar un análisis por contraste de los resultados de hoy  versus las demandas no satisfechas; La sociedad fue, es y será implacable cuando no se haya demostrado al menos la intención seria de encaminarse hacia los estándares requeridos en esos resultados.
Debemos ofrecer una exhortación de acción a partir de la visión del país que se requiere construir en el futuro. Un programa que nos involucre a todos, pues sus lineamientos permiten a los sectores, organizaciones y ciudadanos ubicarse en el, porque perciben que tienen allí un lugar, un papel, y saben cual es, que no es otro que, el país que todos queremos poner en marcha.
Es inyectar un shock de optimismo y esperanza. Es un sueño en acción por una verdadera lucha frontal contra la pobreza y la iniquidad.
Deseamos una Venezuela libre y próspera. Pretendemos un Estado responsable, ordenado, eficiente y eficaz, el buen uso del dinero de los venezolanos, la reducción de la inflación, la reducción de la deuda pública, y el mejoramiento de la economía, entre otras cosas.
Una propuesta para una Venezuela de éxito.
El bienestar de la persona humana, la familia y -por tanto- la sociedad constituyen el objetivo de nuestro pensar. El fin de la acción política es la persona humana y su familia. El Estado es útil, pero no como un fin en sí mismo sino como el medio para facilitar las condiciones para que las personas y las familias logren un mayor bienestar.
Oportunidad para todos.
Venezuela debe ser tierra de oportunidades para todos, sin discriminaciones ni privilegios. Todos deben tener, de una vez, oportunidad de un empleo productivo y de cambiar de empleo para lograr mejores condiciones económicas o de otra índole.
Un gobierno para la gente.
Los Venezolanos merecen y necesitan un Gobierno amigable. Un gobierno inclusivo quitará las limitaciones a la iniciativa privada y a la generación de empleos, respetará a las minorías y la libertad de expresión y fomentará el debate nacional con liderazgo y convicción.
Libertad, responsabilidad y orden.
El principal elemento de la libertad es la responsabilidad. El irrespeto a la vida y a la propiedad es incompatible con una vida ciudadana en libertad, libre de temores e inseguridad en las casas, las escuelas o las calles.
Un país de propietarios.
Venezuela debe ser un país de propietarios. Hoy, muchos venezolanos que solo son dueños de su salario y de algunos pocos ahorros. Hoy día, cada familia que lo desee y se esfuerce, debería ser dueña de su casa de habitación, del mobiliario hogareño, de una computadora y de un medio de transporte familiar. Además, los venezolanos podrían, si así lo deciden, ser dueños de una empresa de servicios, agricultura, industria o fondo de pensión e inversión; participar plena y dignamente de la economía nacional y no solo como asalariados. Se puede y se deben titular las tierras en zonas populares urbanas y de las zonas del campo. Todos los ciudadanos tendrán la oportunidad de participar de forma activa en el capital de muchas empresas y en las grandes obras de infraestructura, mediante la titularización, como dueños, en vez de meros espectadores.
Una Venezuela respetada, moderna y visionaria.
Hay que romper las cadenas de la ineptitud y la ineficacia _del presente y del pasado_ que le han puesto freno al desarrollo y la prosperidad nacional. Las acciones deben estar basadas en la participación e inclusión de los pobres que hoy están en la base de la pirámide de ingresos. La infraestructura de carreteras, puentes, represas, acueductos, electrificación, puertos marítimos y aeropuertos, transporte urbano, servicios básicos en salud y educación se han quedado rezagadas bajo los esquemas del estatismo inoperante. Es necesario dar un cambio substancial y profundo para su rescate estructural y la construcción eficiente de nuevas obras.
Es el momento preciso para nuestra oportunidad
Poco a poco se va estrechando en Venezuela el espacio para los análisis, los diagnósticos y las diferentes interpretaciones de la realidad. La mayoría de los análisis y diagnósticos coinciden. Y coinciden porque la realidad ya es inocultable. La quiebra institucional del país salta a la vista. El futuro de las promesas de ayer es la realidad de hoy, quedando claro que con esta interpretación de la democracia (versión socialismo del siglo XXI)  ni se come, ni se cura, ni se educa. Han pasado las épocas en las que se podían minimizar estos fenómenos tratando de taparlos con alguna promesa esperanzadora.
En Venezuela no están fallando aspectos parciales de un sistema aceptable a partir de la nueva constitución del 99. Lo que está fallando, lo que nació fallado de entrada, es el sistema mismo. Construido sobre quimeras que nunca fueron más que hermosas expresiones de deseos; alimentado por utopías infantiles cuya inviabilidad política ha quedado palmariamente demostrada; sostenido por una cantidad increíble de hipocresía y eternamente dependiente de decisiones externas cuyo objetivo jamás coincidió con el interés nacional. El sistema sociopolítico actual — o el "proceso" como han dado en llamarlo — son sencillamente insostenibles.
¿Cómo resolver el problema? En primer lugar, lo que hay que tener en claro es que una crisis sistémica no representa un problema sencillo. Si queremos construir un buen sistema relacional, tenemos que conocer la diferencia entre lo urgente y lo importante; tenemos que saber qué debe hacerse primero y qué debe hacerse después; tenemos que saber qué está bien y qué está mal y, por último, también tenemos que saber por qué está bien lo que se acepta y por qué está mal lo que se rechaza.
¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Habiendo dicho lo precedente, la pregunta inmediata es: ¿por dónde empezaríamos? ¿Cómo comenzaríamos a construir un nuevo "modelo", distinto del actual, con reales posibilidades de funcionar en forma satisfactoria? La enorme mayoría de la gente seguramente nos contestaría: "Hay que empezar por la economía."
Gran error: la economía es lo urgente. La política es lo importante. En Venezuela la economía anda mal porque la política anda peor. No es la política la que anda mal porque la economía es un desastre. La economía Venezolana no arranca porque no hay decisión política para hacer lo necesario a fin de que arranque o, mejor dicho, no hay ni suficiente poder político ni suficiente voluntad política para tomar las medidas que la hagan arrancar y funcionar decentemente. Peor todavía: ni siquiera hay una estructura política institucional medianamente satisfactoria a través de la cual eventualmente podría canalizarse una voluntad política orientada a recuperar la capacidad económica del país.
Consecuentemente, lo primero que Venezuela necesita es una estructura de poder político correcta que permita tomar las medidas necesarias para restaurar a la economía. En otras palabras: la recuperación del poder político es la condición necesaria que forzosamente debe preceder a la reconstrucción económica. De otro modo, las decisiones políticas tomadas carecerán de credibilidad; la falta de credibilidad inevitablemente se traducirá en falta de confianza y no hay economía en el mundo entero capaz de funcionar sobre la base de la desconfianza y la incertidumbre.
Desde el momento en que el órgano del poder político por excelencia es el Estado, la primer propuesta tiene que ser, pues, la de restaurar al Estado. Y restaurarlo no significa ni desmantelarlo para tener un Estado ineficaz pero barato; ni significa tampoco inflarlo hasta dimensiones elefantiásicas para tener un Estado muy benefactor pero ineficiente y, por añadidura, carísimo.
Lo que necesitamos es un Estado correctamente dimensionado que cuente con:
*          El poder necesario para superar las divergencias internas y lograr una síntesis de las fuerzas y los intereses contrapuestos que desgarran a la sociedad.
*          La capacidad de planificar a largo plazo en función de un futuro positivo para el país, con planes estratégicos coherentes que no resulten tergiversados después a propósito de cada coyuntura electoral.
*          La autoridad moral y el prestigio necesarios para conducir a la Nación construyendo consensos alrededor de objetivos concretos y viables.
LA RESTAURACIÓN DEL ESTADO IMPLICA, ASÍ, TRES GRANDES METAS:
1.         Restaurar las estructuras del poder político para que las decisiones necesarias se puedan tomar en tiempo y forma; y para que, una vez tomadas, se las pueda hacer cumplir de un modo efectivo y persistente.
2.         Realizar el planeamiento estratégico para establecer un nuevo Proyecto de Nación con metas, objetivos, cronogramas, recursos y responsabilidades.
3.         Poner la ejecución en manos de personas capaces y honestas, cuya personalidad, cuyo comportamiento y cuya idoneidad profesional generen la certidumbre necesaria para recuperar la confianza y la fe en el futuro.
Cualquier gran cambio político, en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la historia se ha compuesto de dos elementos principales:
A) Un factor impulsor representado por un cuerpo cultural formado por ideas, opiniones, ideologías, filosofías, mística, dogma, tradiciones, — es decir: todo lo que podríamos incluir en el concepto algo genérico de "ambiente cultural" — y, además,
B) Un factor aglutinante representado por un conjunto organizado de seres humanos que abarcaría a líderes, agrupaciones, partidos, organizaciones, corporaciones, facciones, instituciones, — es decir: todo lo que podríamos incluir en ese otro concepto genérico de "movimiento sociopolítico".
Para poner en marcha esta iniciativa de un “Contrato Social para la Prosperidad Democrática”, los actores sociales para emprenderlas están públicamente disponibles. Hacen falta la lucidez, el coraje y la voluntad política necesarios para asumir este desafío.
Venezuela coexistiendo con la comunidad mundial del Siglo XXI con equilibrada interrelación económica con los demás países, disfrutando de un clima de plena libertad, una democracia efectiva y una sociedad cohesionada, prósperamente rica, sana y abierta a las variables realidades culturales y científicas es posible.
Llegó la hora del Cambio. El protagonista eres tú. Tú eliges. Tú decides.
@raulamiel
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lunes, 12 de diciembre de 2011

ZENAIR BRITO CABALLERO: ES PERENTORIO QUE RESCATEMOS LA ÉTICA Y LA MORAL PÚBLICA

Expresó hace algún tiempo el escritor mexicano Oscar Diego Bautista, que para gobernar y gobernar bien, es necesaria la máxima capacidad, lealtad y excelencia de quienes deliberan y ocupan los cargos en el Estado. Personas que, además, posean integridad acompañada de un conjunto de valores, hechos,  principios, una filosofía que contenga la idea de bien común, así como un espíritu de servicio. Personas que comprendan que el deber está por encima del poder.
Las anteriores palabras, cobran más vigencia que nunca hoy en Venezuela  y en nuestras ciudades, pues lastimosamente nos hemos convertido en la antítesis de lo que debería ser la administración pública. Solo basta observar los hechos a nuestro alrededor que lamentablemente ya se han vuelto cotidianos: Diputados, Gobernadores, Alcaldes, Ex alcaldes, Concejales, inhabilitados, suspendidos, con procesos judiciales, presos, funcionarios con órdenes de captura. Servidores públicos que alguna vez juraron ante Dios y las autoridades cumplir y hacer cumplir las leyes, pero que terminaron desviándose.
Al mirar estos casos, es inevitable lamentar a lo que puede llegar la condición humana con el fin de obtener poder y riqueza, las dos cosas que más anhelamos tener y que se han convertido en el estereotipo más atractivo para una sociedad venezolana carente de valores que ha consentido con prácticas y comportamientos amorales y delictivas, a las que con su silencio cómplice les ha hecho apología.
En los tiempos de antes, como dirían nuestros padres y abuelos, ser un servidor público, era un honor y cualquiera que cayera en desgracia, para utilizar el mismo lenguaje de los ancestros, se consideraba una afrenta no sólo para la familia, sino para la sociedad, hoy ni siquiera nos inmutamos cuando los funcionarios públicos son cuestionados y exhibidos ante la opinión pública, hoy ser servidor público  es solamente el  medio para obtener un fin, que no es precisamente el bien común sino personal.
El escenario actual, en el que diariamente un nuevo escándalo de corrupción aflora, no es más que la radiografía de una enfermedad que ha hecho metástasis en todo los estamentos públicos venezolanos, pero también privados, que han socavado los pilares de los principios, las buenas costumbres, el sentido del deber, la decencia, la honestidad y por supuesto los de la ética pública.
Sólo de esta manera puede entenderse como se fraccionan contratos, se piden sobornos, se ofrecen recompensas, se favorecen a amigos y familiares con contratos multimillonarios, se amañan licitaciones, se inflan precios, se paralizan las obras, disfrazan objetos contractuales, explotan a los trabajadores bajo las garras infames de las cooperativas, se arrastran para delinquir, se roban ó desvían los dineros de la salud, los de la educación, los impuestos, conductas todas ellas que además de delictivas que le causan un monumental detrimento al Estado, son signos de la decadencia total.
Por todo esto, es perentorio que volvamos a los cimientos, a esos que una vez nos hicieron una Venezuela honorable, donde se reprochaban públicamente a los delincuentes fueran del pelambre ó de la alcurnia, aquellos que enseñaban que los dineros públicos son sagrados.
Es perentorio que rescatemos la ética y la moral pública, y no es un discurso ó posición romanticona ó idealista, es que es la única manera en que no terminemos de perdernos y que dejemos las bases firmes para que las generaciones que se están levantando vean un buen ejemplo a seguir.
La administración pública para que sea una verdadera casa de cristal, debe ser transparente en su servicio con los ciudadanos, pues son ellos precisamente quienes justifican su existencia.
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martes, 8 de noviembre de 2011

ODOARDO LEÓN-PONTE: DIMENSIONES DEL DESARROLLO HUMANO

Equidad es trato justo de las diferencias  o desigualdades que impiden una vida verdaderamente humana en grupos de personas; es ampliar las opciones de los menos favorecidos; superar tratos, condiciones y posiciones innecesarias, evitables  e inaceptables; que no haya diferencias donde debe haber igualdad.
 Sostenibilidad es satisfacer las necesidades de la generación actual sin afectar negativamente la capacidad de satisfacer las necesidades de generaciones futuras, que deben disfrutar, como mínimo, del mismo nivel de bienestar del que disfruta la generación actual. Es ambiental, económica, social, política y cultural. Mantiene programas incorporando en su diseño su apropiación por los agentes involucrados, asegurando la viabilidad económica una vez que los agentes se retiren. No considera deudas en el presente para pagar en el futuro; busca superar los impactos negativos causados por algún actor, organiza las comunidades y forma y capacita las personas, incorpora la autogestión financiera y la alianza entre distintos actores del desarrollo.
Potenciación es libertad de escoger y llevar a cabo el tipo de vida que la gente valore como importante, atendiendo a la liberación de privaciones que puedan sufrir los seres humanos. Mejora la posibilidad de tener una vida larga y saludable, de adquirir conocimientos y tener los recursos  para una vida decente; es vida productiva, respeto a si mismo, libertad económica y social; es consultar a la gente sobre lo que valora como importante y que participe en la toma de decisiones; es incrementar sus capacidades y permitirle ser agente activo de su propio desarrollo y no beneficiario pasivo de soluciones determinadas por otros.
Cooperación es participación e interacción activa y proactiva de personas y organizaciones para acciones conjuntas de mutuo interés, basadas en la confianza; es cooperación e integración trabajando como miembros de la comunidad a las cual se pertenece; es respetar diferencias culturales, políticas y sociales y ampliar las posibilidades de convivencia y opciones de todos. Incorpora alianzas, redes y asociaciones entre factores del desarrollo para lograr soluciones colectivas; acepta el conflicto como realidad que se resuelve con análisis y negociación. Productividad enfoca la diferencia entre fines y medios del desarrollo y la relación entre objetivos y recursos. La gente es el objeto central del desarrollo y no los recursos o medios asignados; mide el impacto en las condiciones de vida y bienestar de la gente en función de su condición y no en la de los medios creados o en la mejoría de los existentes; utiliza la menor cantidad de recursos posible.
Seguridad Humana considera los riesgos y amenazas constantes por delincuencia, violencia, enfermedades y desempleo, que impidan ampliar las opciones de vida y de ganarse el sustento por carencia de capacidad; enfrenta reducir o eliminar las probabilidades de catástrofes, mejorar la capacidad de educación para conseguir empleo, mejorar el ingreso y las privaciones por falta de salud. Incluye prevención, control  y reducción de riesgos a la integridad física, salud, empleo y calidad de vida.
El enfoque de Desarrollo Humano y sus Dimensiones, como instrumento común, permite medir, comparar  y sumar los resultados logrados y difundir individual, sectorial  y colectivamente la contribución al Desarrollo Humano: Al Desarrollo.  
odoardolp@gmail.com

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lunes, 7 de noviembre de 2011

CARLOS R. PADILLA CARPA: EL ORIGEN DE LA CRISIS EN LOS PAÍSES DEL ESTADO DE BIENESTAR


"Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enseñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida." ...Proverbio Chino

Cuando el estado del bienestar se introdujo por primera vez en Inglaterra, fue presentado como un paso más en el desarrollo de la historia de la humanidad.
La historia sin embargo parece sugerir que la edad del declive de una nación es con frecuencia un periodo que muestra una tendencia a dar peces y no en enseñar a pescar y a la simpatía por regímenes similares. Tanto como se retiene el status de líder, estos son demagogos y populistas, pero si esa posición se ve en peligro se inicias procesos de represión.
Las posibilidades reales del estado de bienestar estarán dadas por la existencia de recursos que le permitan mantener sin fuentes de producción estables tal situación de dispendio. En una primera etapa intenta servir a las mayorías, luego solo a quienes los apoyan y finalmente a nadie.
Pero esta situación de bienestar material, en la que todo parece estar disponible sin esfuerzo aparente, por un lado relaja valores tales como la disciplina, el trabajo, la dedicación, la atención, y por otra parte muchas personas llegan a pensar que la abundancia es su derecho natural y que se deben satisfacer sus deseos sin contribución alguna por su parte. Si ello no se materializa sobreviene la crisis.
Mientras tanto, quienes manejaban los presupuestos nacionales cuya fuente no era otra que el rentismo y los irracionales impuestos al capital privado, se enriquecían escondiendo corrupción tras la ineptitud. A su sombra acrecentaban sus chequeras los mercantilistas que comercializaban con el oligopolio estatal.
Se propone entonces la sustitución del estado de bienestar centralizado por un estado federal descentralizado para la sociedad del bienestar que procure un desarrollo armónico   y un incremento de la calidad de vida de todos los ciudadanos, mediante el equilibrado ejercicio de la libertad, la igualdad de oportunidades para educación, salud y servicios públicos enmarcados en un efectivo estado de derecho que limite las potencialidades del gobierno a las funciones que le son propias de seguridad, justicia y obras públicas de infraestructura.
Un sistema contrario al mercantilismo negociador a la sombra del estado y a todo intento de monopolios y menos de oligopolios.
Un ejercicio de la libertad entendida como la actividad individual de hacer lo que el libre albedrio de cada uno decide en respeto a la libertad de los demás, aceptando la igualdad de seres humanos dentro de un estado de derecho en sana práctica de la fraternidad sin plantear favoritismo hacia ninguna clase social sin importar la desigualdad porque no es egoísta y procurando solventar la pobreza mediante la antigua expresión de no darle a nadie un pez sino ensenarle a pescar
Un sistema que respete a los emprendedores y los promocione para la sana competencia y al contrario del socialismo marxista no tenga   interés en quitarles lo que han ganado en la seguridad que el capital crea empleo y riqueza e intentar reducir las fortunas mediante impuestos no sólo reduce el bienestar de quien las posee, sino el de todos, en general.
carlos.padilla.carpa@gmail.com

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domingo, 30 de octubre de 2011

RAFAEL TERMES: DEL ESTADO DEL BIENESTAR A LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR

Para lo que tiene que ser mi intervención en este curso sobre «la necesaria vertebración de la sociedad», los organizadores han elegido un título en cuyos extremos figuran dos palabras -Estado y Sociedad- con una intencionalidad adversativa que se observa a primera vista. Sin embargo, en ambos extremos del título se repite la palabra bienestar dando fe de que el objetivo a lograr es precisamente el bienestar, aunque, en cuanto a la manera o los medios de lograrlo, las opiniones pueden ser no sólo distintas sino incluso contrapuestas. Hay más, la cadencia del enunciado completo -«Del Estado del Bienestar a la Sociedad del Bienestar»- acredita que los organizadores -y yo con ellos- piensan que desde la situación presente -el Estado del Bienestar- hay que evolucionar hacia una meta mejor que quedaría definida por el sintagma «la Sociedad del Bienestar». No podía ser de otra manera en un curso dirigido por la Fundación Independiente, cuya aspiración principal es la revitalización de las estructuras sociales espontáneas como la mejor manera de alcanzar los objetivos a los que el hombre como hombre, antes que como ciudadano, aspira ineludiblemente, y entre los cuales ocupa un lugar fundamental el anhelo innato al bienestar.
Empezaré, pues, por hacer algunas reflexiones sobre el bienestar; pasaré después a exponer, cómo, en mi opinión, el intento de proporcionar este bienestar a todos mediante la actuación premeditada y directa del Estado ha fracasado moral y económicamente; y finalmente intentaré decir cómo puede efectivamente alcanzarse el deseable bienestar mediante la espontánea actuación de la persona humana, individualmente o en asociación con quien libremente desee, siempre que el Estado no interfiera en este propósito y se limite, que no es poco, a crear el marco legal para que la acción humana espontánea se produzca, acudiendo, simplemente, en virtud de la función subsidiaria que le es propia, a resolver aquellos pocos casos en los que los individuos no son capaces de lograr, por sí solos, el nivel indispensable de bienestar.
EL BIENESTAR
Sabemos, por propia experiencia, por observación de lo que ocurre a nuestro alrededor y por la enseñanza de la más sana filosofía, que el hombre tiende naturalmente a la felicidad. No se necesitan muchas demostraciones para probar que el hombre, en su polifacético obrar, busca inexorablemente la felicidad, aunque en la apreciación de lo que apetece como bueno pueda errar, y de hecho yerra frecuentemente. Lo cual no obsta para decir que siendo el hombre libre, aunque con libertad humana imperfecta -solamente Dios es verdaderamente libre- la voluntad humana apetece libremente la felicidad, aunque la apetezca de modo necesario. Es cierto que la felicidad es un concepto subjetivo y cada uno, según sus disposiciones anímicas, la cifrará a su manera, de forma que bien puede decirse que hay tantas formas de buscar la felicidad como hombres y mujeres existen, aunque, tal vez, quepa añadir que algunos puedan pensar que la mejor manera de ser feliz es no preocuparse demasiado por llegar a serlo. Sin embargo, cabe ciertamente afirmar que entre los objetivos o fines que el hombre se puede proponer en busca de la felicidad, en términos generales, ocupa un lugar destacado el encaminado a satisfacer no sólo las necesidades básicas o de subsistencia -en las que el hombre no se diferencia de los animales irracionales-, sino también y sobre todo las necesidades superiores, que únicamente el hombre siente, y que comprenden con los bienes del espíritu, la inclinación hacia lo que se llama el bienestar, como una realidad condicionada por el uso de las cosas materiales no absolutamente imprescindibles para poder mantenerse en la existencia.
Ahora bien, la aspiración a cubrir las necesidades básicas y, por encima de ellas, las originadas por la inclinación al bienestar, requiere el empleo de recursos que, por lo general, son escasos. Y aquí empieza la historia del hombre que, desde que Dios lo puso en la tierra, para que la trabajara, no ha cesado de luchar para extraer de su seno lo necesario para el logro de este bienestar que innatamente desea. De tal forma que Alfred Marshall pudo definir la economía como «el estudio de aquella parte de la acción individual y social que está más íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar». Pero la simple observación de lo que, a lo largo de la historia, ha sucedido, pone de manifiesto que no todos ni siempre logran este bienestar que apetecen y al que, por su propia condición de personas humanas, tienen derecho. Y aquí es donde se asientan los argumentos para pretendidamente justificar la intervención del Estado para adoptar el papel de benefactor de los necesitados, dando lugar a lo que, con el paso del tiempo, ha venido a ser lo que hoy conocemos con el nombre de Estado del Bienestar.
EL ESTADO DEL BIENESTAR
En este punto, con el que doy comienzo a la segunda parte de mi exposición, no me parece ocioso llamar la atención sobre la componente política -en la acepción menos noble de la palabra- de los orígenes de tal actuación estatal. Fue en efecto el Canciller Bismarck quien, en los años ochenta del siglo pasado, en su lucha contra el naciente socialismo, adoptó determinadas disposiciones sociales de carácter paternalista, pensando que, si los obreros percibían que el Kaiser se ocupaba de ellos, dejarían de oír los cantos de sirena del partido socialista. Sin embargo, pese al sesgo interesado y al carácter espúreo de su origen, nada habría que objetar, hasta aquí, a una política tendente a resolver las necesidades básicas de los estratos menos favorecidos de la sociedad, ya que sin duda existe acuerdo en que alguien debe tomar la decisión de subvenir a la indigencia.
Lo que sucede es que, a partir del final de la primera Guerra Mundial, lo que debía haber quedado como un sistema de resolver las necesidades actuales y futuras de aquellas pocas personas que, por distintas razones, no son capaces de hacerlo por sí mismas o en voluntaria y libre colaboración con otros ciudadanos, se fue convirtiendo en un instrumento para universalizar la protección social, con carácter de servicio público, burocratizado, para pobres, clases medias y ricos. Este modelo impuesto por los políticos, con la complicidad de las élites dirigentes que, al amparo del pensamiento keynesiano, habían perdido la fe en el Estado liberal, con el paso del tiempo ha ido extendiendo su ámbito de acción y engrosando la magnitud de sus prestaciones, sin que se sepa bien hasta dónde hay que llegar.
Puede decirse que este Estado del Bienestar es el que desean los votantes, pero la verdad es que éstos no tienen mucho donde elegir porque, a pesar de que los resultados insatisfactorios del modelo fueron pronto patentes, los políticos -sean socialistas sean conservadores- tienden todos a ofrecer programas de gasto en favor de sus clientelas, a fin de ganar las elecciones que es lo que realmente importa a los políticos. Si los ciudadanos han aceptado, implícitamente, el planteamiento del Estado del Bienestar, ha sido bajo el engaño de hacerles creer que la protección que les otorgaba era gratuita; siendo así que la pagamos todos -unos más y otros menos- hasta que resulte imposible pagarla, cosa que ya está sucediendo.
Desgraciadamente, a pesar de la amarga experiencia del desempleo que se ha abatido sobre Europa -y en especial sobre nuestro país- a consecuencia, sin duda, del modelo socio-económico que late tras el Estado del Bienestar, la realidad es que los políticos, presos ellos mismos del engaño en que han hecho incurrir a sus electores, no se atreven a mentar nada que pueda suponer un intento de cambio del sistema de protección social, a pesar de que estén convencidos de que hay aspectos del mismo con imperiosa necesidad de ser modificados. Y es que aun haciéndoles gracia de no caer, en interés partidista, en el fomento del fraude y en la corrupción del sistema, la tentación de utilizar los alegados beneficios de la Seguridad Social con fines electorales es muy grande.
Pero los hechos son tenaces y, si no se toman las necesarias medidas correctoras, como están ya haciendo algunos países europeos, la quiebra económica del Estado del Bienestar, sobre todo en lo que se refiere a las pensiones, la sanidad y la protección del desempleo, es inexorable, en un plazo más bien corto, ya que es imposible y, dentro del proyecto de la Unión Europea todavía más, intentar cubrir el déficit que estas prestaciones provocan, con más y más deuda; deuda, que a su vez, a causa del peso de los intereses, es generadora de mayor déficit.
El Estado del Bienestar, tal como se ha concebido y aplicado, ha sido y sigue siendo perjudicial, pero no solamente por la quiebra económica a que conduce. Con ser esto malo, a mi juicio no es lo peor. Lo peor del Estado de Bienestar es el daño que ha hecho a la mentalidad de los hombres de nuestro siglo. El Estado ciertamente debe proteger las situaciones de indigencia y, en ejercicio de su función subsidiaria, extenderla a los contados casos que la sociedad no puede atender. El error del Estado del Bienestar es haber querido que esta protección se universalizara, alcanzando al inmenso número de aquellos que, sin necesidades perentorias, debían haber sido puestos a prueba para que dieran los frutos de que la iniciativa individual es capaz; en lugar de ello, generaciones enteras han sido adormecidas por el exceso de seguridad, con cargo al Presupuesto y, lo que es peor, en detrimento de las unidades productivas de riqueza que, de esta forma, se sienten desincentivadas. En este sentido el nivel a que se ha llevado el Estado del Bienestar ha traicionado incluso el pensamiento de Lord Beveridge, tenido por el padre del Estado del Bienestar moderno, quien había escrito: «el Estado, al establecer la protección social, no debe sofocar los estímulos, ni la iniciativa, ni la responsabilidad. El nivel mínimo garantizado debe dejar margen a la acción voluntaria de cada individuo para que pueda conseguir más para sí mismo y su familia».
Lo que, contrariamente, ha sucedido, es que nuestros contemporáneos, acostumbrados a tener cubiertas, sin esfuerzo, todas sus necesidades básicas, desde la cuna hasta la tumba, han perdido el amor al riesgo y a la aventura, creadora de riqueza. Preso de una paralizante excesiva seguridad, el hombre de hoy se desinteresa progresivamente de su contribución al desarrollo de la sociedad, lo que conduce a instituciones cada vez más ineficaces y anquilosadas. En esta situación, lo único que subsiste es la ambición por el enriquecimiento rápido y sin esfuerzo, fomentando la corrupción y el empleo de toda clase de artes torcidas para lograrlo.
El Estado del Bienestar, en manos de políticos que buscan sus propios objetivos de perpetuación en el poder, produce efectos contrarios a los que dice perseguir. El seguro de desempleo amplio y duradero, produce más paro; la ayuda a los marginados produce más marginación; los programas contra la pobreza producen más pobres; la protección a las madres solteras y a las mujeres abandonadas, multiplica el número de madres solteras y el número de hogares monoparentales... Los estatistas dicen que, a pesar de todo, el Estado del Bienestar produce sociedades socialmente más justas. Y pretenden probarlo, porque, haciendo un empleo abusivo del concepto de «justicia», han convertido en «derechos» a satisfacer en nombre de la «justicia social», lo que no eran más que reivindicaciones propugnadas por determinados grupos políticos y sindicales. Por eso, aunque, en España, desde 1970 el peso del gasto social sobre el PIB se ha más que doblado, la gente no se siente satisfecha y pide más y más amplias prestaciones, continuando la escalada de presiones para convertir en derechos las pretensiones más absurdas y abusivas, como es, por ejemplo, la demanda de hacerse reembolsar los gastos de abortar, con lo cual, además de haber legalizado el crimen, se pretende que el crimen en que el aborto consiste sea pagado con el dinero de los contribuyentes, con total vulneración de lo que debe entenderse por Estado de Derecho.
Los defensores del Estado del Bienestar dicen, también, corrompiendo de nuevo los conceptos, que, gracias a él, nuestras sociedades son más solidarias, cuando, en realidad, la solidaridad organizada con cargo al Presupuesto lo que hace es expulsar la virtud personal de la solidaridad, con sacrificio personal, de la que la sociedad dio abundantes pruebas antes de que el intervencionismo estatal justificara la inhibición del individuo. Este es el daño moral hecho por el Estado del Bienestar: la vinculación del individuo al Estado. Sus efectos serán muy difíciles de desarraigar en unas generaciones crecidas al amparo del Presupuesto. No sin razón se ha podido decir que el ciudadano de nuestros días contempla la seguridad que el Estado del Bienestar le proporciona como algo consustancial a su propia forma de vida y a lo que difícilmente va a renunciar. Esto es lo malo.
LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR
La crítica económico-financiera y sobre todo moral que acabo de hacer al Estado del Bienestar no significa, ni mucho menos, que tengamos que renunciar a la búsqueda del bienestar social. Lo que significa, y con ello entro en la tercera parte de mi intervención, es que hay que buscarlo por otro camino y este camino no puede ser más que el de devolver el protagonismo al individuo y a la sociedad, replegándose el Estado al papel que le es propio. Yo no soy anarquista y, por lo tanto, no pretendo elaborar un modelo de bienestar en el que el Estado esté ausente. Creado por el hombre, para servirle a él y a la sociedad, que es un producto espontáneo de la propia naturaleza humana, el Estado es necesario. El Estado debe existir, acotado a los límites determinados por los fines para los que primigeniamente fue concebido, es decir, para servir, y no como ahora sucede, para ser idolatrado, sacrificando en su honor a las personas y a sus bienes materiales y espirituales, entre los cuales están la libertad y la dignidad humana, tantas veces conculcadas por las concepciones estatistas.
El Estado debe existir para servir a la sociedad, no al revés, definiendo el marco legal dentro del cual los individuos, aisladamente o en asociación con quien deseen, puedan perseguir libre y responsablemente sus propios fines; y administrando justicia entre los ciudadanos, todos iguales ante la ley, para dirimir los conflictos que en la persecución de estos fines puedan presentarse. Descendiendo al campo concreto del bienestar, que es el que esta mañana nos ocupa, el Estado, si se me permite el juego de palabras, no debe, en principio, dar al hombre lo que necesita para asegurarse el bienestar, sino darle la seguridad de que por sí mismo puede ganarse el bienestar que necesita, espoleando en él, con los adecuados incentivos, el ímpetu para abrirse camino en la vida, es decir, fomentando la responsabilidad de forjar la propia existencia, generando en el individuo la garra suficiente para afrontar la lucha con vistas a la realidad presente y a las eventualidades del futuro. O sea, propiciando todo lo que el Estado del Bienestar ha destruido, pretendiendo dar a todos una excesiva y, por ello, paralizante seguridad.
Todo individuo, en orden a la satisfacción de sus necesidades económicas, intenta maximizar la utilidad de su consumo a lo largo del tiempo, mediante una adecuada combinación de gasto y ahorro. El hombre sabe que, contando con sus solos medios, si desea disponer de recursos en el futuro para atender a toda clase de necesidades, previsibles o no, ha de sacrificar el consumo presente en aras de un ahorro que le asegure el futuro. Esta convicción hace al hombre emprendedor y prudente, al mismo tiempo. Emprendedor, para asumir aquellos riesgos razonables que prometen mayores ingresos, y prudente, para apartar del consumo aquella razonable parte de los ingresos destinados a la previsión del futuro. Por esto el ahorro es una virtud.
Esta situación, que es, a mi entender, la deseable, es la que se produce cuando el Estado no lo impide. En ausencia del intervencionismo estatal, la sociedad se vertebra y produce, por iniciativa individual, todas aquellas instituciones de carácter privado necesarias para el logro de los objetivos del bienestar. El primer resultado de este cambio de enfoque es que los objetivos se lograrían mejor, es decir, más eficientemente y a menor coste. Todo el mundo está convencido de que los sistemas privados de prestaciones sociales son más eficaces y baratos que los públicos. Incluso los que defienden la Seguridad Social pública, lo hacen, no por razones económicas, sino por la necesidad -dicen, erróneamente, desde luego- de primar la equidad sobre la eficiencia, reconociendo, implícitamente, lo que hoy ya no se discute, es decir, que la eficiencia está del lado privado. Es más, en el supuesto de que el Estado quiera reservarse -en algunos casos razonablemente, como veremos- el papel de financiador total o parcial de las prestaciones sociales, su provisión puede y debe confiarse al sector privado porque lo hará mejor y más barato.
Para anticiparme a las críticas -que, sin haberse expresado, estoy ya oyendo- a las críticas, digo, basadas en el presunto menosprecio del sistema expuesto hacia aquellas personas que ni son capaces por sí mismas de hacer frente a sus necesidades de bienestar presente y futuro, ni disponen tampoco de los medios para acceder a las instituciones que la sociedad civil promueve, me gustaría explicar con cierto detalle, por vía de ejemplo, cómo funcionaría, cómo debería funcionar, sin olvidar a los menos capaces, un sistema de bienestar social, proporcionado por la libre iniciativa de la sociedad, en tres campos tan sensibles y significativos como son la enseñanza, la asistencia sanitaria y el sistema de pensiones, a fin de probar que el sistema liberal que propugno ni es insensible ni inhumano.
Empezando por la enseñanza, habría que privatizar todos los centros de educación, primaria, secundaria, profesional y universitaria y, en los casos en que no resulte, por el momento, posible, hay que desenchufar los centros estatales de los presupuestos del Estado, dotándoles de autonomía de gestión, así como suprimir todas las subvenciones a los llamados centros concertados, de forma que unos y otros, con las tasas o matrículas necesarias para cubrir sus respectivos costes, compitieran en eficacia, calidad y precio, a fin de que los padres o los propios alumnos pudieran elegir el Centro que más les convenza. De esta forma se acabaría con la injusticia, la inmoralidad, de que el Estado imparta educación gratuita o a un precio irrisorio, tanto al hijo del mayor potentado como al hijo del obrero menos remunerado. Esta situación es inmoral porque la diferencia entre, por ejemplo, las 70.000 pesetas de la matrícula y las 500.000 pesetas, por lo menos, que es el coste real de una plaza en una Facultad Universitaria, la pagan en sus impuestos principalmente las clases medias, incluidas aquellas personas que no utilizan los servicios educativos.
Naturalmente que, para tranquilizar a los críticos, añadiré que, dejando aparte que en el Estado liberal la gente dispondría de mayores rentas netas a consecuencia de los menores impuestos que esta clase de Estado reclama, el sistema que propugno no se opone a que el Estado, para que no se pierda ninguna inteligencia por falta de medios económicos, facilite bonos escolares a quienes lo necesiten, de acuerdo con su nivel de renta, a fin de que cada uno aplique el bono, en pago total o parcial, a la escuela, instituto o universidad libremente elegida y que, al no ser subvencionada, ofrecería precios de matriculación de acuerdo con sus propios costes reales y según la calidad de la enseñanza impartida. Pienso que este esquema es más razonable que el actual y deja a salvo la atención a los menos pudientes.
Aunque el sistema descrito es sustancialmente aplicable a todas las otras áreas del bienestar, pasemos a la asistencia sanitaria, donde para mejorar una eficiencia que hoy está por los suelos, es indispensable, también, aumentar la competencia entre todos los prestadores de servicios para la salud, sean centros hospitalarios, sean oficinas de farmacia, sean, en su caso, compañías aseguradoras del coste de estos servicios, llegado el momento de su utilización por parte de los usuarios finales. Veamos, brevemente y a título de ejemplo, lo que cabe hacer con los actuales hospitales públicos. Estas instituciones pueden ser vendidas o, en su caso, cedidas por el Estado a grupos privados, quienes previo pago de un canon al Estado por dicha cesión, facturarían a las Compañías Aseguradoras, o Mutuas, los gastos incurridos por sus afiliados. Estas Compañías captarían sus clientes entre los que quisieran «desengancharse» de la Seguridad Social dejando de cotizar la parte correspondiente a sanidad. Naturalmente que para admitir la deducción de cuotas habría que demostrar la existencia de póliza de cobertura privada, ya que el Estado no puede permitir que, por falta de la misma, recayera sobre él la subsidiaria función asistencial.
En la línea de la protección a los que no dispongan de medios para afiliarse a una Mutua, o hacerse su propio seguro de asistencia sanitaria, el Estado, en su papel subsidiario,en el que según se ve no ceso de insistir, proporcionaría, como en el caso de la enseñanza, bonos sanitarios para ser gastados en el centro médico que cada uno eligiera.
Pero es en el campo de las pensiones de jubilación donde quizá mejor se ve lo que estoy propugnando. El actual sistema español de pensiones, público y de reparto, exige su reconversión para hacerlo privado y de capitalización. Las razones de esta afirmación son obvias. El sistema vigente es, en primer lugar, injusto porque la pensión del jubilado de ayer la pagan los trabajadores de hoy, trasladándose así la carga hacia las generaciones futuras que no saben si, cuando llegue la hora de su jubilación, habrá alguien que pague sus pensiones. Porque el sistema, además de injusto, es ineficiente; tiende a la quiebra. Cuando había cuatro trabajadores por jubilado, el sistema sin dejar de ser injusto, funcionaba; pero, a medida que la población envejece y el paro aumenta, va disminuyendo la base en que se apoya el invento. Cuando se llegue, ya estamos cerca, a que no haya ni un trabajador por jubilado, ¿cómo vamos a pagar las pensiones? Por esto el sistema, más pronto o más tarde, inexorablemente quebrará. Todos los estudios lo confirman y el propio Pacto de Toledo, artimaña política para mantener el sistema público y de reparto, lo reconoce cuando, para asegurar el pago de las pensiones en el futuro, no encuentra otra solución, en forma más o menos disimulada, que reducirlas.
Por esto, aun aquellos que, en nombre de una mal entendida solidaridad, no quieren reconocer la inmoralidad del sistema de reparto y la ineficiencia de la gestión pública del mismo, no tienen más remedio que aceptar que, finalmente habrá que cambiarlo, para pasar -gradualmente, desde luego- a un sistema en el que cada uno se construya la pensión que desee para el futuro con su propio ahorro de hoy, de acuerdo con su propia función de utilidad. Yo ahorro ahora para tener más el día de mañana. Si gasto más hoy, tendré menos mañana. Optar por una u otra alternativa debe ser una libre decisión de cada cual. Cada cual debe fabricarse la pensión, o el seguro de enfermedad, de que quiera disponer. ¿Significa esto que el Estado no tiene nada que decir en este asunto? Desde luego que no. El Estado tiene dos funciones a realizar: la función reguladora y la función subsidiaria. En méritos a la primera, el Estado debe obligar a todo el mundo a asegurarse una pensión mínima que, en la mayoría de los casos, debe ser equivalente o próxima al salario que se percibe. ¿Qué se necesita para esto? ¿Detraer, por ejemplo, un 10% del salario? Pues se detrae, con exención fiscal desde luego. ¿Alguien quiere obtener una pensión más amplia y quiere ahorrar, por ejemplo, un 20%? Ahorre un 20%, que también debería estar exento de impuestos para estimular el ahorro, ya que el ahorro, que se convertirá en inversión, es bueno para el país. Que cada uno ahorre para su pensión lo que quiera, pero el Estado debe exigir el mínimo, porque si alguien no se asegura, puede caer en la indigencia y el Estado, en méritos de la otra función, que es la subsidiaria, tendría que acudir en socorro de ese indigente, que ha llegado a serlo porque ha querido, no porque no haya podido.
El caso del que no ha cumplido con la obligación de asegurarse la pensión mínima porque no ha podido, porque no ha tenido ingresos de donde detraer el ahorro, es completamente distinto. En este caso, la aplicación del principio de subsidiariedad entra de lleno. En este caso, el Estado debe pasarle una pensión, que llamamos «asistencial» y que se financia con cargo a los Presupuestos Generales; es decir con cargo a los impuestos que pagan todos los contribuyentes y que, como ya he señalado, serán impuestos muy reducidos, porque, en el modelo de Estado mínimo que estoy defendiendo, el Estado necesita poco dinero. Pero las pensiones que llamamos «contributivas» deben hacerse capitalizando cada uno su propio ahorro, con un mínimo obligatorio y voluntariamente por encima de dicho mínimo.
Ahora bien; que el Estado obligue a todos los ciudadanos a constituirse una pensión mínima no quiere decir que los fondos destinados a ello, así como los destinados a capitalizar pensiones voluntarias de mayor importe, tengan que ser administrados por el Estado. El Estado obliga hasta un mínimo y estimula fiscalmente por encima del mínimo, pero este ahorro forzoso o voluntario que cada uno realiza debe poder invertirlo en la capitalizadora privada que prefiera de acuerdo con las condiciones que le ofrezca, en régimen de competencia, que quiere decir de eficiencia, con la ventaja añadida de que el ahorro administrado por las capitalizadoras sirve para financiar, a través del mercado de capitales, la economía privada creadora de riqueza y empleo.
De esta forma, gracias a la mayor eficiencia del régimen de mercado, con el mismo ahorro se obtendrían pensiones mayores de las que ahora promete la Seguridad Social y, andando el tiempo, no podrá pagar, porque, como los cálculos imparciales demuestran, el sistema quebrará. Los políticos, del partido que sea, no quieren hablar de ello, porque piensan que les quita votos, pero de hecho es imposible mantener nuestro sistema público de pensiones.
CONCLUSIÓN
Preferir al Estado del Bienestar la Sociedad del Bienestar que, desde luego requiere la presencia del Estado, pero de un Estado mínimo, que cree el marco regulador y ejerza simplemente la función subsidiaria, no impide reconocer que, en las actuales circunstancias, es difícil que la sociedad civil asuma el papel que le corresponde. No porque intrínsecamente carezca de capacidades para ello, sino porque, tras décadas de intervencionismo estatal, estas capacidades han sido adormecidas. Pero precisamente porque, adormecidas, siguen latentes, no es imposible despertarlas, regenerarlas y vertebrarlas para que produzcan con toda pujanza los frutos deseables.
Es cierto que, al día de hoy, la virtud moral de la solidaridad, que supone sacrificio y esfuerzo personal, aparece dañada por los efectos deletéreos de la solidaridad organizada por el Estado, con cargo al presupuesto, porque las conciencias se sienten tranquilizadas, ya que -piensan los ciudadanos- para ocuparse de los otros ya está el Estado, que para esto nos quita el dinero con los impuestos. Pero, a pesar de ello, todos podemos observar la presencia y hasta el auge de tantas organizaciones no gubernamentales, que es un nombre moderno para designar el antiguo y permanente fenómeno del voluntariado social. No es que yo pretenda que el bienestar de los incapaces de procurárselo por ellos mismos haya que esperarlo exclusivamente de la benevolencia o la beneficencia de los que tienen más recursos; ya he dicho insistentemente que esta función ha de ser asumida por el Estado, en el ejercicio de su papel subsidiario. Si he querido referirme al fenómeno del altruismo que, sin duda, existe en nuestra sociedad a pesar de que, en su conjunto, aparezca como tan egoístamente hedonista, ha sido para hacer caer en la cuenta del potencial de la sociedad para, acertadamente estimulada, desarrollar todo el poder creador inserto en la propia libertad del hombre. Y es este potencial el que debe crear las instituciones civiles que, reemplazando al Estado en el papel que errónea e ineficazmente tiene asumido, sirvan para lograr, en interés propio que no es sinónimo de egoísmo, el deseable bienestar de los promotores, sabiendo que, aun sin proponérselo, lograrán también el bienestar de los demás.
Para este despertar de la sociedad frente al Estado, para este rearme de las instituciones civiles es necesario insistir, en toda ocasión, como incansablemente hace la Fundación Independiente, entre otras entidades, en la inexcusable recuperación de los valores morales individuales y de la convivencia, así como en la responsabilidad que alcanza a todos aquellos que con sus palabras y su ejemplo pueden ayudar a la revitalización de las estructuras espontáneas capaces de evolucionar, prescindiendo de la no deseable actuación gubernamental, los grandes y pequeños problemas del cotidiano vivir, a fin de alcanzar aquel nivel de bienestar que, como decía al empezar, es necesario para que el hombre pueda atender, sin agobios materiales, al cultivo de los valores superiores del espíritu que, como ser racional y libre, de naturaleza trascendente, le son exclusivamente propios.
Curso de Verano organizado por la Fundación Independiente y la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid
El Escorial (Madrid), 11/15 agosto de 1997

Separata del número extraordinario de "Cuadernos de Sociedad". 8ª Conferencia

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