El viejo engaño de la paz
Mientras que la clase política aplaude el silencio y la postración de los generales de la República, degollando de un tajo la única defensa que tiene nuestra democracia, siguen también llevándonos con las narigueras del engaño haciéndonos creer que la izquierda, cuya fuente ideológica es el marxismo asesino, en realidad busca la paz de nuestra nación
Por Ricardo Puentes Melo
Junio 1 de 2014
Cuando el Partido Comunista llega a Colombia, encuentra un campo de cultivo excepcional para desparramar su violencia salvaje en el país. Asociado con la clase política, logra que Enrique Olaya Herrera –a quien ayudaron a ganar las elecciones- le conceda la personería jurídica con la promesa de ir reduciendo y desarmando a las Fuerzas Militares hasta el punto de convertirlos en un ejército de mendigos.
Olaya Herrera les cumple la promesa a los comunistas y, recibiendo un ejército de 8.000 efectivos, a los pocos meses lo reduce a 4.000, les quita las armas y les entrega armamento viejo y oxidado de la Guerra de los Mil Días, les quita la ración y la dotación de uniformes.
Quiso la providencia que la Guerra con el Perú hiciera renacer el amor por nuestra institución. Los colombianos se regalaban en los cuarteles y la guerra se estaba ganando a pesar del deseo de la clase política colombiana que, viendo que su pacto con los comunistas estaba a punto de caerse, se reúnen y deciden el destino de Colombia. El ministro Alfonso López Pumarejo se congrega en secreto con el canciller de Perú y le dice que, aunque Colombia está ganando la guerra, deben firmar un acuerdo de paz. Acuerdo que incluye que el enorme territorio que Perú le robó a Colombia no nos fuera regresado.
Y así se hizo. Se firmó la paz a pesar de ir ganándole a Perú y, además, les regalamos parte de nuestro territorio. Todo para que los políticos liberales de la época siguieran con su plan naciente y mancomunado con el Partido Comunista.
La nueva doctrina comunista comienza a esparcirse en los campos; en donde quiera que había una organización civil, allá llegaban
los cuadros del Partido para infiltrar los movimientos y, poco a poco, contaminarlos con la mentirosa idea de la necesidad de una guerra fratricida como único camino para la justicia social. Pero lo cierto era que ellos buscaban una sola cosa: La toma del poder. El comunismo siempre ha ido tras de la toma del poder. Y su única talanquera ha sido el Ejército de Colombia.
Viendo que la violencia era un imperativo para acceder rápidamente al poder, el comunismo internacional asesina a Jorge Eliécer Gaitán y hace que la prensa liberal culpe al gobierno conservador. La violencia se desata de una manera feroz en el país. Los campos son arrasados por esta irracionalidad nacida en el seno marxista del Partido Comunista.
Así, de su discurso por la justicia y la protección de los humildes, el Partido Comunista se convierte en el mayor verdugo de quienes dice defender. Crea las guerrillas comunistas y siembra de miles y miles de muertos los campos colombianos. Mujeres y niños son quemados vivos frente a la mirada impotente de padres y esposos que se negaron a abrazar el nuevo evangelio de la revolución mientras ríos de dinero fluían hacia la prensa liberal para que algunos periodistas ayudaran en la manipulación de las masas, desinformándolas, engañándolas. Quienes no estaban de acuerdo con las ideas terroristas del comunismo fueron tachados por la prensa como “mano negra”, “ultraderecha”, “falangistas”, etc.
Con la anuencia de la clase política, las ideas comunistas se implantaron en las regiones apartadas del país mediante la institución del terror, de la tortura, de la amenaza de exterminio para quienes se negaran a comulgar con semejante aberración.
Para prender la mecha, las guerrillas comunistas arrasaron labranzas, quemaron ranchos y obligaron a que los campesinos emigraran hacia las ciudades donde crearon focos de miseria y delincuencia al mismo tiempo que la despensa del país –el campo- fue quedando abandonado y la nación empobrecida paulatinamente.
El segundo objetivo de las guerrillas marxistas fue encaminarse hacia las ciudades donde ya tenían sus cuadros en sindicatos, bandas de delincuencia común, universidades, barrios populares y colectivos de artistas que ayudaron a difundir el evangelio del odio comunista.
Gracias a su muy bien urdido plan, el Partido Comunista usó el doble discurso de la legalidad política mientras en la oscuridad manejaba también las prácticas salvajes de sus guerrillas armadas. Y cuando éstas bandas armadas estaban a punto de ser derrotadas, los cuadros políticos del Partido, junto a sus otros subpartidos fieles a la madre Rusia, hacían las jugadas necesarias para arreglar diálogos, lograr respiros mientras se rearmaban de nuevo para proseguir su carrera de asesinatos, secuestros y masacres.
Esa es la lucha prolongada. Los bandidos saben bien que su pelea es de largo aliento y que los indultos, las amnistías, los perdones y olvidos sin justicia para sus víctimas son parte de su estrategia de subsistencia. Por ello, luego de las Fuerzas Militares persiguieran y sometieran a las guerrillas liberales, y luego de que muchos de sus integrantes se unieran a las guerrillas marxistas, disfrazan su exterminio como producto de lucha de clases entre partidos políticos. Nada más falso.
Así, cuando surgen las FARC, más como una movida publicitaria que como nacimiento real de esta recua de malhechores, la prensa a su favor se encargó de hacerles la propaganda necesaria como movimiento libertario de campesinos, cuando no era más que un manojo de rateros y bandidos asesinos a sueldo del comunismo internacional.
Cuando Guillermo León Valencia llega al poder, que le entrega Alberto Lleras Camargo junto a la herencia de un país en llamas, Valencia combate con denuedo a los grupos comunistas armados. Llega hasta las “repúblicas independientes”, zonas del país que los comunistas han convertido en sus fortines, y los saca de allí a la fuerza. De inmediato, la prensa y los “intelectuales” marxistas califican a Valencia de hacer “uso desmedido de la fuerza” para combatir a los criminales.
Con el tiempo, la estrategia de la paz fue usada de nuevo por el comunismo. Las FARC, viendo que el ejército estaba a punto de exterminarlas, lanzan el clamor del diálogo nacional y, de nuevo, la clase política hace el juego correspondiente. Luego de que Julio César Turbay Ayala prácticamente las aniquila, Belisario Betancur saca a sus miembros de las cárceles e inicia con ellos un diálogo cuyo objetivo era, por supuesto, el rearme de los bandidos.
Las FARC tienen un tiempo de inactividad leve y, como lo habían hecho en numerosas ocasiones, no entregan las armas y siguen reclutando gente en los campos y cinturones de miseria de las ciudades. Mientras su partido político Unión Patriótica hace el trabajo de pantalla, los cuadros del Partido Comunista continúan ganando adeptos en las regiones. Renuevan los cuadros de las guerrillas rurales, aplauden la creación de la UP como truco para demostrar que tienen vocación democrática y siguen con el siguiente paso: A sabiendas de que mediante la elección democrática no accederán nunca al poder, asesinan a varios de sus cabecillas que estaban en la Unión Patriótica, y logran convertirlos en “mártires de la democracia”, lo que les da la excusa para, una vez rearmados, seguir con su accionar terrorista.
Logran que la clase política ordene frenar las acciones del ejército y siguen creciendo y armándose.
Luego, ya caído el muro de Berlín, la financiación de la revolución marxista buscó otras fuentes. Fidel Castro funda el Foro de Sao Paulo, una multinacional del terrorismo comunista, y dice que para financiar la toma del poder en Latinoamérica, hay que hacer lo que hizo él mismo con el M-19: Financiarse con narcotráfico.
Envía a su recién enrolado y viejo amigo, Juan Manuel Santos, para que proponga despejar gran parte del territorio nacional con el
fin de “dialogar para la paz”; finalmente Andrés Pastrana acepta el consejo de Juan Manuel Santos y Fidel Castro, y despeja el Caguán para que las FARC, bajo la excusa de dialogar por la paz, se rearme, se refinancie mediante el narcotráfico, y se prepare para la toma del poder mediante las armas.
En los tiempos del Caguán, las FARC amenazaban con romper los diálogos si la clase política no cedía a sus demandas. Al mismo tiempo que lanzaban discursos sobre la paz, seguían volando pueblos, masacrando campesinos, emboscando y quemando vivos a soldados y policías, secuestrando civiles y traficando con droga.
Cuando el ejército estaba a punto de tomar acción, el Partido Comunista, mediante el engaño y la manipulación, y usando sus cuadros políticos en los diversos partidos, presionaban en el Congreso para frenar el accionar de los soldados. Los militares eran encarcelados o destituidos. Se creó, bajo la dirección de Cuba, la Comisión de Paz que no tenía otro objetivo que ganar tiempo mediante mentiras y artimañas para que los terroristas se armaran mejor para su lucha de largo aliento.
Todas las guerrillas colombianas siempre han sido entrenadas por Fidel Castro; todas las decisiones de las narcoguerrillas siempre han sido consultadas con los hermanos Castro. Desde los asesinatos de José Raquel Mercado, Bitterman, la toma del Palacio de Justicia, el despeje del Caguán, la toma sangrienta de pueblos, la masacre de Bojayá, los asesinatos de Álvaro Gómez, y generales de la República, hasta las instrucciones de asesinar a Álvaro Uribe Vélez y el Procurador Alejandro Ordóñez, todo ha contado con la bendición de Fidel y el entrenamiento en Cuba.
El proceso de paz del camarada Juan Manuel Santos, a quien el G2 bautizó con el alias de “Santiago”, no es otra cosa que más de lo mismo: un engaño que reiteradamente se hace a la buena fe de los colombianos y que no tiene el propósito de conseguir la paz, sino el ganar tiempo para el rearme y la reorganización de los bandidos en las regiones.
Al igual que en el pasado hicieron el M-19 y algunos miembros del EPL, ELN y FARC, en este proceso de paz los bandidos más antiguos del grupo terrorista se incorporarán a la vida civil, lavaran sus activos habidos del negocio del narcotráfico y el secuestro, se convertirán en ministros, alcaldes, periodistas, o formaran ONG y ‘comisiones de la verdad’, mientras que los mandos medios accederán al comando central para dirigir la horda de bandidos.
Los comandantes desmovilizados harán llamados hipócritas a quienes ellos bautizarán como “facciones rebeldes” que no siguieron las directivas de La Habana, y les clamaran que abandonen las armas y sigan el camino de la paz.
Pero la verdad la conocemos todos. Es la misma estrategia usada en las desmovilizaciones del M-19 y las otras bandas, es lo mismo que las FARC han hecho en el pasado. Unos cuadros pasan a la vida civil, disfrazándose de decencia, haciéndose miembros de partidos democráticos, ocupando cargos públicos de poder para, desde allí, seguir apoyando el pillaje, las masacres, las extorsiones, los secuestros y los asesinatos selectivos, mientras que las armas que nunca entregaron ni entregarán servirán para continuar la búsqueda del poder total.
Esa es la realidad del país. Eso es lo que nos espera si gana Juan Manuel Santos o si Oscar Iván Zuluaga se deja hipnotizar por los cuadros del Partido agazapados en el Centro Democrático y en el Partido Conservador que, mediante la vocería de Martha Lucía Ramírez, trata de engatusarnos con ese viejo cuento de la paz que tan bien les ha funcionado a los turiferarios de La Habana.
¡Qué vergüenza..! Mientras que la clase política aplaude el silencio y la postración de los generales de la República, degollando de un tajo la única defensa que tiene nuestra democracia, siguen también llevándonos con las narigueras del engaño haciéndonos creer que la izquierda, cuya fuente ideológica es el marxismo asesino, en realidad busca la paz de nuestra nación.
La paz solamente se logra con justicia. Y la justicia para las víctimas es la cárcel o el exterminio de los victimarios. Sin indultos, perdones ni olvidos.
Así de simple es.
Ricardo Puentes Melo
ricardopuentesm@gmail.com
@ricardopuentesm
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