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sábado, 16 de mayo de 2015

LEONARDO MONTILLA, TEODORO Y LA VENEZUELA DIGNA

“Los venezolanos dan una lección de coraje en defensa de la Civilización” Mario Vargas Llosa

José Ortega y Gasset, pensador y periodista español ( 1883-1955), su obra  la han  señalado como el perspectivismo, según el cual las distintas concepciones del mundo dependen del punto de vista y las circunstancias de los individuos, cuya razón vital además es el intento de superación de la razón pura y la razón práctica de idealistas y racionalistas. Para Ortega,” la verdad surge de la combinación  de visiones parciales, en la que es fundamental el constante diálogo entre el hombre y la vida que se expresa a su alrededor, especialmente en el universo de las artes y la creatividad (Obra selecta: Meditaciones del Quijote)

Los Premios Ortega y Gasset fueron creados en 1984 por el mundialmente reconocido diario El País de España en memoria de este gran pensador y periodista de habla hispana José Ortega y Gasset. Se otorgan a los mejores trabajos publicados en medios de comunicación en español de todo el mundo, valorando  la defensa de las libertades, la independencia política, la tolerancia, la seriedad, rigurosidad y  pasión de quienes lo ejercen, como valores esenciales del Periodismo libre y democrático.

La Venezuela que lucha, la Venezuela valiente, la Venezuela soberana, recibió esta semana en la persona de Teodoro Petkoff, el reconocimiento mundial que en todos los países se hace a la lucha contra la autocracia militarista, corrupta e incapaz  que ha hundido la patria en esta espiral de insatisfacciones que padecen las mayorías nacionales.

 Teodoro es una referencia ética y política de la Venezuela contemporánea; su accionar desde el activismo jamás descuido la creación de un pensamiento político que da luces en la defensa de la democracia como sistema de respeto y justicia social. Petkoff ha librado y nos ha enseñado lo que es el combate por la vida como decía Ali Primera. El gobierno autocrático de Maduro, vergüenza histórica de la Venezuela libre, recibe otra sanción moral del mundo civilizado; gritan, chillan y descalifican, el resultado de la gestión oficialista al frente del Estado es vista como lo que es un error en la historia nacional. El premio Ortega y Gasset es un incentivo y el reconocimiento a la lucha emancipadora del pueblo venezolano por preservar la democracia, la libertad, la constitución y buscar un mecanismo de justicia social que devuelva la calidad de vida para todos.

Los procesos sociales son dialecticos y cambiantes, la Venezuela decente, la misma de los cada vez más activos sectores populares ha acumulado fuerza y organización, así como liderazgos consecuentes y probados en la lealtad; el compromiso y la convicción democrática; el objetivo en correspondencia con el reconocimiento internacional es la participación efectiva, pacífica y constitucional; los cambios exigen ganar con el concurso de todos la asamblea nacional... “La libertad es un derecho por demás confortable: lo es tanto que a los comunistas les encanta invocarla y disfrutar de sus mieles antes de llegar al gobierno.

“La defensa del derecho a la información es uno de los tantos combates que libra en todo el mundo la ilustración contra la barbarie acomplejada” Alonso Moleiro.

Leonardo Alfredo Montilla Delgado
montillaleoa@gmail.com
@LeoMontilla

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domingo, 21 de septiembre de 2014

ALONSO MOLEIRO, UNA CRISIS LLAMADA MADURO

Si alguna institución cursa en este momento en una enorme crisis en Venezuela, esa la Presidencia de la República. Luego de años transitando un clima de opinión con una Primera Magistratura disponedora y omnipresente, de la mano de Nicolás Maduro el país se desplaza suspendido en medio de los dominios de la nada.

Los datos que arrojan al respecto los sondeos de opinión son particularmente elocuentes. Maduro, un dirigente político sin arraigo alguno, desprovisto, en última instancia, de atributos para ejercer una función tan delicada, transita un peliagudo terreno enfangado con crisis económica y ausencia total de liderazgo. Su presencia en el poder retrata por sí sola la gravedad del momento venezolano actual.

El abismo que se abre sobre los pies de este país. Hace mucho tiempo que Venezuela no tenía en el Palacio de Miraflores a una figura tan desprovista y accidental.

La circunstancia, en sí misma muy problemática, no debería sorprender a nadie.

La presencia de Maduro es el resultado del desafortunado proceso de enfermedad y muerte de Hugo Chávez. El desaparecido caudillo no tuvo previsto jamás, como no podía tenerlo nadie, que podía morir, y terminó estructurando un movimiento político en el cual nadie podía hacerle sombra.

Antes que un líder, cosa que jamás ha sido, ni será, Nicolás Maduro es un funcionario público. Un señor que dejaron encargado de ejecutar una encomienda sin tener los atributos naturales para eso. Un dirigente sindical con algunas aptitudes específicas, al cual los hados colocaron en el poder sin que nadie, comenzando por él mismo, tuviera previsto qué hacer ante la eventualidad.
Lo que las encuestas de esta semana están revelando es un dato por demás paradójico: la “era Maduro” es la cabal expresión del chavismo sin liderazgo. Toda una ironía: si algo no se ha dejado de decir en el tránsito de estos 14 años es que el oficialismo es un movimiento caudillesco; articulado en torno al mito del hombre fuerte, que coloca por delante la pasión y la subjetividad frente a la desabrida racionalidad electoral de sus adversarios.

Por insólito que suene, cuatro de los cinco líderes fundamentales invocados por los estudios demoscópicos de este momento son opositores: Maduro, el quinto en discordia cuando toca evaluar atributos cualitativos, es además el único chavista que aparece en el radar.

Venezuela cursa en este momento un espantoso y cruel proceso de ruina en medio de la abundancia. Sus efectos están parcialmente disueltos en medio del eclipse informativo que han ido urdiendo con método los funcionarios chavistas que ejercen la cartera de la comunicación. El naufragio de la economía y los sectores productivos, tantas veces advertido por economistas y académicos, es, sobre todo, una herencia de la terquedad y el dogmatismo de Hugo Chávez, un astuto político que, como otros líderes de su signo, no entendía nada de finanzas.

La papa caliente ha recaído ahora sobre un inocente Maduro, a quien la Presidencia le ha caído en las manos sin haberla pedido, haciendo buena aquella máxima universal que contempla que el trajinar político, llevado a estos extremos, es el escenario natural de lo inesperado.

Y mientras el país se marchita sin que a nadie le importe, de cadena en cadena, vemos cada tanto al pobre Maduro, forzando reflexiones pedagógicas apuradas y ejerciendo un papel orientador que no puede cumplir. Maduro no transmite nada. Lleva hasta el límite del absurdo los recursos del disimulo: si los problemas nacionales no se resuelven, sino que se agravan, lo que queda es apoyarse en la censura ministerial para comportarse como si no estuviera pasando nada.

No es lo mismo: no lo será jamás. No se trata sólo de la Oposición: parte importante del chavismo tampoco le cree a Maduro.

El país le está pidiendo decisiones a una persona incapaz de tomarlas: preso, en medio de una encomienda sentimental llamada Plan de la Patria, que profundizará la crisis; desconocedor absoluto de cuestiones elementales de estado; sin pensamiento geométrico; dogmático; y, ahora que ha visto lo endeble que es su figura, amenazante y represivo.

Con su torpe retórica, su discutible telegenia, sus equívocos y sus torpezas, Maduro expresa con dramatismo el enorme vacío nacional que se registra con la muerte de Chávez. Su presidencia tiene un amargo sabor a epitafio, a secuela, a consecuencia indeseada. Es la expresión de la decadencia nacional.

Alonso Moleiro
alonsomoleiro@hotmail.com
@amoleiro

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martes, 15 de abril de 2014

ALONSO MOLEIRO, EL DEBATE EN MIRAFLORES: VICTORIA POR KNOCK OUT

El debate escenificado en cadena nacional en el Palacio de Miraflores por los dirigentes del PSUV y de la MUD constituyó un evento político de enorme importancia cualitativa que con probabilidad sumará unos cuantos gramos de más en torno a la percepción general de la crisis nacional que se expande con velocidad entre toda la población.

El evento, propuesto a los venezolanos en calidad de “diálogo”, terminó constituyendo una rotunda acta de acusación en contra del oficialismo en virtud del manejo irresponsable de la mayoría de los problemas nacionales y su mortificante agravamiento de los últimos años. La Unidad obtuvo una victoria política clarísima y superó con holgura los monocordes argumentos del chavismo, casi todos invocados para recrear situaciones políticas que tuvieron lugar hace diez o doce años atrás

Las colas para consumir alimentos, los estragos del hampa y los secuestros, la ruina del aparato productivo nacional, las cuatro devaluaciones de la moneda, la crisis cambiaria, la escasez de divisas, el fracaso de las expropiaciones. Fueron contenidos vaciados antes los venezolanos en calidad de argumentos con notable calidad expositiva, por Julio Borges, Simón Calzadilla, Juan José Molina, Henry Ramos Allup y Roberto Henríquez, entre otros.

Esta sola circunstancia desnuda de nuevo cuan equivocados suelen estar quienes hacen aproximaciones tan rígidas y geométricas de las ciencias sociales. Especialmente precaria luce, en este momento, aquella oración colocada en las redes en calidad de mantra, según la cual “el diálogo le lava la cara al régimen”, puesto que “los principios no se negocian”. Ni el gobierno se lavó la cara, ni salió fortalecido, ni se negociaron principios algunos, ni desmovilizará protesta alguna en el futuro.

Lo que estamos debatiendo en esta coyuntura son los contenidos que se escudan detrás de los dos modelos que se disputan el poder en el país. Uno de esos modelos, el socialista, ha arruinado por completo a Venezuela y eso era necesario denunciarlo en un escenario en cadena. La política moderna se alimenta en muy buena medida de precepciones. No hubo esa noche un solo orador del chavismo capaz de rebatir con propiedad las reiteradas acusaciones hechas por la Oposición. Con un panorama mediático secuestrado y hermético, en el cual la censura y la autocensura están la orden del día, perder la oportunidad de dirigirse al país para hacer gala de otra inútil exhibición de principismo habría constituido una auténtica tontería. Nadie debe olvidar que una buena parte de nuestros compatriotas tiene al canal estatal como única fuente de información. El chavismo quedó desenmascarado.

También se equivocan aquellos que insisten en menospreciar y ridiculizar lo hecho hasta ahora en las jornadas de protesta que comenzaron el 12 de febrero, y evidencian, todavía, una inexplicable reserva  hacia la presencia de los ciudadanos en la calle como terreno natural de este problema. Afirmar que lo que ha sucedido desde esa fecha para acá constituye “un fracaso”, en virtud de los presos, los heridos y los desmanes registrados, es, cuando menos, una mezquindad.

La sola escenificación del debate lo delata. Muy mal, muy nervioso, muy consciente de su debilidad, tiene que estar un gobierno que prácticamente tiene que implorar a sus enemigos que asistan a Miraflores para tener que escuchar aquella reláfica de agravios y acusaciones frente a todo el país y parte de la comunidad internacional. Todo eso ha sido posible gracias al asedio democrático y a la indignación ciudadana. Por muy antipática que algunos les luzca la consigna de “La Salida”.

No se puede afirmar sin simplificar las cosas excesivamente que lo único que se ha hecho en estas semanas es trancar las urbanizaciones de clase media con guarimbas. Eso no es cierto. Afirmarlo, por cierto, es opacar por completo el papel del movimiento estudiantil en este trance. En el país ha tenido lugar un despertar ciudadano en el cual se han escrito capítulos importantes, con victorias políticas claras, en contra de un gobierno que ha evidenciado muy poco interés en escuchar a sus adversarios y que no cree en la democracia. Si este gobierno no es democrático, como se afirma, ha llegado la hora de las terapias combinadas.  Necesitamos más flexibilidad en las posturas. La agitación política que los partidos estaban llamados a comandar, y cuya tarea no ejecutaron, se derramó de forma no planificada en clave de asambleas, protestas con toda suerte de ardides inteligentes y multitudinarias marchas que han estremecido a la nación.

Las dos estrategias han sido válidas, y una es aproximadamente consecuencia de la otra. No afirmo esto, “para estar seguro de no equivocarme”, como se podría estar pensando de forma pueril. No estamos armando una quiniela; quién acierta o quién se equivoca acá es lo de menos. Estamos analizando los hechos. Ha ocurrido en otros entornos igualmente conflictivos: así como es importante salir a la calle y no dejarse pisotear cuando toca plantarse frente a autocracias como ésta, también lo es meterse en las aguas de la retórica para dar la batalla necesaria en el terreno conceptual.  Mucho más frente a todo el país.

La victoria política y comunicacional obtenida por la MUD en el debate del pasado jueves ha sido tan contundente que no ha dejado de sorprender a la opinión pública y a la misma oposición. Ha dejado sin argumentos al inmovilismo amante de soluciones exclusivamente electorales, que acusa de “antipolítico” a todo aquello que se sale de cierta ortodoxia, y al eternamente miope costado radical de la disidencia. Se ha dado un enorme paso al momento de enviarle mensajes políticos concretos al país nacional, buena parte del cual no nos escucha porque la disidencia democrática ha pedido la televisión.

Puede que sea cierto que, en sí mismo, el dialogo planteado no ofrezca demasiadas posibilidades y no comprometa al gobierno a aplicar las rectificaciones que espera el país. Pero si no lo hace, peor para ellos: el 2015 es un año que ofrece la costa de una importante consulta electoral, la de las parlamentarias. 

Esto en caso de que la Oposición no sea capaz de presentar otra propuesta antes. Este desarrollo, espontáneo, aproximadamente anfibio, ha hecho muchísimo para debilitar al chavismo ante el país. Vamos a aceptarlo. Es hora de ser más flexible en los diagnósticos. Acá todo suma. Lo único que falta acá es salir a comandar la calle con un objetivo político concreto. No estamos muy lejos.  El modelo socialista ha fracasado por completo y ninguna cantidad de spots, componendas, censuras y presiones puede ocultar eso.

Alonso Moleiro
alonsomoleiro@hotmail.com
@amoleiro

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martes, 11 de febrero de 2014

ALONSO MOLEIRO, LA HORA DECISIVA DE LA MUD,

La terrible situación que está atravesando el país no debería ser obstáculo para convenir en la importancia de lo hecho hasta el momento por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Por mucho que sea cierto que sus falencias más notables se están empezando a sentir ya con alguna dosis de dramatismo.

El logro fundamental de la Mesa viene signado por los confines de su propia existencia: la MUD es un espacio político legítimo, que asumió con mucha seriedad las encomiendas propias del momento electoral planteado, que pudo convenir un agudo mapa de acuerdos para honrar la promesa de la Unidad. Su vocería mejoró notablemente con Ramón Guillermo Aveledo y Ramón José Medina y su espíritu se apropió del espacio político y culturas de la anteriormente fragmentada oposición venezolana. La podemos criticar, pero lo cierto es que la realidad política y el bastimento de la Oposición está en la MUD.

El trabajo programático hecho a partir de la presentación de las “100 soluciones para la Gente” es digno de un aplauso. Todavía hoy pienso que es uno de los más serios esfuerzos para repensar la nación que se ha he hecho en muchos años. Constituye el mejor mentís a aquel postulado tan caro del sifrinaje chavista y sus encuestadoras portátiles, según el cual la Oposición venezolana “no tiene proyecto qué ofrecer”

El problema, y lo saben sobre todo los propios dirigentes de la Unidad, está en la ejecución. No logra desprenderse la MUD de su condición electoral. Sus mandos tienen un diseño demasiado administrativo y su capacidad para colocar políticas en la calle y temas en la opinión pública es muy modesta. La bancada parlamentaria tiene algunas individualidades muy meritorias, pero su peso específico sigue siendo poco relevante. No niego que las elecciones han sido asumidas con responsabilidad y patriotismo. En algún momento, y cuando nadie lo esperaba, la Unidad arañó genuinamente el poder político.

Sin embargo, la ausencia de la Oposición ante la dramática deriva de la vida nacional puede producir un gravísimo daño en torno a la posibilidad misma de poder reconstruir este país. Al chavismo le está saliendo muy barato destruirlo todo: no hay forma de ponerle costo político al estrepitoso fracaso del chavismo en todos los frentes de la vida nacional. No es momento de ser tan prudente. Los venezolanos podrían perfectamente acostumbrarse a que los maltraten; el entorno nacional podría irse deteriorando a un ritmo que nos coloque a vivir en algún confín Surinamés sin que nadie, ni siquiera nosotros mismos, nos hayamos dado por enterados. Venezuela está muchísimo peor de lo que muchísimos venezolanos creen, y la Oposición no ha sido capaz de explicar por qué.

La crisis cambiaria, la corrupción del alto gobierno; Rafael Isea y el Fondo Chino. Los negocios del control de cambios. Las causas de la inflación, los responsables de la devaluación. Cadivi, los privilegios, las fiestas, las fortunas súbitas. Los colectivos, las motos, las armas. Las discotecas en las cárceles. Los raspacupos. La crisis de un modelo económico y la pertinencia del nuestro. Son los temas, los grandes temas de este momento histórico. Algunos no aparecen en las encuestas, pero están parados frente a nosotros. El petróleo está encaramado en los 100 dólares y no hay suficiente para repuestos ni medicinas. De nuevo una administración irresponsable ha botado a la basura el futuro de muchos venezolanos gracias al despilfarro y corrupción. Venezuela tiene una tormenta perfecta: un sector de la población la está destruyendo, pero tiene el dinero suficiente para convencernos de lo contrario. Lo dijo Alberto Barrera. Todo está contra el gobierno, menos la Oposición.

La tesis de la “acumulación de fuerzas”, con todo el respeto que me merecen sus voceros, me luce en este momento muy conservadora. Las correlación de simpatías del país va a seguirse alterando y muchos escenarios pueden precipitarse. Se aproxima una crisis económica que es necesario cabalgar. 

A la Oposición le arrebataron una victoria electoral en el pasado mes de abril. Nadia habría podido preverlo siquiera dos meses antes. Existe en este momento un país que hay que salir a buscar, hacerlo despertar, explicarle lo que pasa. La crisis que vivimos tiene unos culpables, responsables políticos, económicos y administrativos de una nación en quiebra; tomada por la delincuencia y corrompida por los cuatro costados. Hay mucha gente perjudicada, disgustada, agredida. Hay muchas víctimas y mucho dolor. Ni siquiera los chavistas parecen saber qué hacer, aparte de permanecer en el poder. No es impaciencia. No estamos jugando ajedrez.

Porque si esperamos tranquilos hasta 2019, ese país incluso podría ya no existir. Como soy de los que piensa que todavía existe, pienso que la cosa no es para después.

alonsomoleiro@hotmail.com

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jueves, 21 de noviembre de 2013

ALONSO MOLEIRO, EL CASO DAKA,

El rasgo más destacable de toda la crisis generada en el caso de las tiendas Daka no lo constituyen las colas, ni el discurso oficial, ni la engañifa pública que postula la existencia de una “guerra económica”.

Por encima, incluso, del nerviosismo generado en el universo del comercio, y del público en general, se me ocurre que con lo que nos tenemos que quedar es con la apropiación del discurso que justifica los saqueos y el pillaje anarquizado, y su legitimación, ejecutado en calidad de amenaza, por parte del gobierno nacional.

Vamos a ponerlo en estos términos: si los programas sociales de este gobierno de verdad tuvieran la efectividad que todos los estamentos del chavismo, desde Iris Varela hasta Ricardo Menéndez, desde Nicmer Evans hasta Mario Silva, postulan como una verdad revelada, en este país no se hubiera presentado un solo foco de pillaje en los episodios de la semana pasada.

Los programas sociales del gobierno no se están transformando en desarrollo social. Todo lo contrario: relajar las normas laborales, apurar soluciones compulsivas y no planificadas, colocar en los mandos gerenciales a personas sin solvencia moral, consagrar la impunidad en el delito, promover la tenencia de armas, tolerar las invasiones, relativizar la propiedad privada y el respeto a la ley, le ha ido dando los toques definitivos al virus incivil que se ha apropiado con toda comodidad de la conciencia colectiva de nuestro pobre país.

La posibilidad de un escenario de anarquía total expresada en saqueos no es nueva en Venezuela: tiene en la psique de todos, flotando como una eventualidad, desde el 27 de febrero de 1989. De manera implícita y explícita, sin embargo, Hugo Chávez lo asomó como una hipótesis legítima en sus primeras alocuciones públicas una vez investido de presidente. Alguna vez, incluso, llegó a asomar que tal cosa, un aleccionador flujo invasivo y depredador que recorriera a Caracas del oeste para el este, podría tener lugar si la oposición se empeñaba en intentar obstaculizar sus proyectos.

Saquear no es un ejercicio legítimo de justicia, ni un pronunciamiento político con fines específicos. Ni siquiera se trata de un acto de violencia selectiva de carácter propagandistico. El saqueo es la expresión por excelencia de la Venezuela salvaje. El país sin educación, sin valores, sin límites y sin ley. Por lo tanto, sin justicia. La expresión más acabada de la violencia orgiástica, del apuro dionisíaco que habilita a una personas a  disponer de bienes ajenos sin castigo y sin consecuencias.

No es la primera vez que tal cosa sucede. Los estallidos sociales pueden ser también fenómenos concretos que se producen en momentos de penurias económicas o tragedias naturales. Han tenido lugar en muchas naciones del vecindario latinoamericano –República Dominicana, Argentina, Uruguay o Brasil-, y más allá, en el mundo desarrollado, como consecuencia de tensiones étnicas o sociales, en países tan civilizados como Estados Unidos o Inglaterra.

La diferencia respecto a lo que acabamos de vivir y los ejemplos citados es una: los desmanes de las semanas anteriores, aislados afortunadamente, concurrieron a la calle atendiendo un llamado oficial que técnicamente los hizo legítimos. Los llamados a saqueos son aplaudidos y  atendidos por acomplejados y resentidos, pero también por los vivos químicamente puros. A nadie se le debe escapar este detalle: fue el gobierno el que promovió la presencia de la gente en el festín de los días anteriores. Elías Jaua, entre otros dirigentes chavistas, llegó a afirmar, incluso, que si un escenario general de violencia llegara a concretarse “no sería en contra de nosotros”.

Finalmente, las personas que fueron vistas llevándose en sus carros bienes que no les pertenecen no parecían estar siendo objeto de alguna agresión económica, o padeciendo alguna penuria especialmente grave. Muy por el contrario. Todos pudimos verlos: se trataba de personas bien vestidas y comidas, que acudieron a aquella cita de forma oportunista, asumiendo que nada les iba a ocurrir por llevarse cosas ajenas robadas. Parecían tener claro que, en Venezuela, aquel que acoja los postulados que el chavismo invoca para poder salirse con la suya jamás será objeto de ninguna sanción. Fueron encarados y enfrentados por muchos presentes en Naguanagua: un episodio que nos indica que en este país no todo está perdido.

Poco se dice, entretanto, de la paradoja que estamos viviendo: un momento de crisis cambiaria y fiscal en tiempos de vacas gordas, esto es, con el petróleo a 100 dólares el barril; un aparato productivo convertido en chatarra y un sistema cambiario, expresado en Cadivi, con el cual los funcionarios del gobierno y el estado han estado esquilmando y sobornando a cualquier ciudadano inocente durante años. Durante los años de la Venezuela bolivariana.

alonsomoleiro@hotmail.com

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lunes, 4 de noviembre de 2013

ALONSO MOLEIRO, LOS PENSAMIENTOS DE BOLÍVAR Y EL VICEMINISTERIO CURSI,


Los voceros y dolientes del gobierno se ha defendido de la unánime rechifla que ha producido en todos lados el anuncio del mentado y orwelliano Viceministerio de la Suprema Felicidad Social afirmando que es este un criterio perteneciente a la sagrada genealogía reflexiva de Simón Bolívar.

Los ríos de tinta derramados en torno al núcleo temático “pensamientos del Libertador” deberían a estas alturas ser examinados con un lente detenidamente crítico. No tiene sentido hacer consideraciones excesivas hacia un movimiento político que, como el chavismo, jamás ha tenido un sentido del ridículo especialmente relevante. Pero si esta nación aspira a alguna vez a tener un juicio colectivo de carácter adulto en torno a su devenir y su legado, conviene hacer lo necesario para fomentar una revisión exigente hacia esa actitud postrada y sin contenidos que impera en torno a la interpretación de la vida Bolívar.

Notablemente más denso que la práctica totalidad de los políticos de su momento en el ámbito de la Gran Colombia, Bolívar fue, sobre todo, un hombre de acción. Juntar algunas de sus frases, expresadas en proclamas y comunicaciones epistolares ordinarias, y presentarlas empaquetadas en “pensamientos” es, sobre todo, un esfuerzo institucional ejecutado en el siglo XIX con el objeto de hacer oficial el desproporcionado culto que hoy alcanza niveles delirantes en torno a su memoria. Culto que, como bien lo ha anotado Germán Carrera Damas, entre otros historiadores, obró en los comienzos del proyecto republicano como un factor de unificación nacional en un momento en el cual la existencia misma de la nación, arrasada por caudilletes y alzamientos de toda índole, corría un auténtico peligro.

A nadie debe extrañarle, entonces, que aún cuando Bolívar comprendió como pocos la situación política que le tocó vivir, y tuvo iniciativas de enorme audacia, y ejecutó hazañas militares incuestionables, sus reflexiones, esas que de forma automática nos venden como perlas del pensamiento de carácter incuestionable, no tengan nada de particular. Muchas de ellas son oraciones con frecuencia extraídas de su contexto, perfectas para ser memorizadas en la escuela primaria. Expresiones sencillas, prescriptas, sobre todo, con el objeto de reforzar el carácter cívico de la venezolanidad.

El Congreso de Angostura ha sido una iniciativa política ensalzada a más no poder, y con toda razón. Pocas personas, por el contrario, se han detenido a discutir en torno a los filamentos doctrinarios de la archicitada frase “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Claro: el proyecto nacional grancolombiano precisaba de hombres probos, con claridad de objetivos y audacia, vinculados al conocimiento y la rectitud, conectados con las corrientes de pensamiento universal. No iba a ser posible, de otra forma, tener una nación viable, capaz de hacer felices a sus ciudadanos.

Por lo demás, la que probablemente sea la frase más citada de Bolívar, como amarga ironía, es una oración gramatical integrada por dos sujetos, en calidad de valores, por demás bastante ausentes del momento venezolano actual. No hemos abundado mucho, ni en moral ni en luces en estos lustros de la Venezuela bolivariana.

En los años de mi niñez, como en la niñez de todos, los “pensamientos del Libertador” fueron enseñados en la escuela primaria con el carácter de una religión de estado: debían ser aprendidos de memoria; ser invocados, incluso, si el profesor nos tomaba por sorpresa, y debían ser respectados y acatados como si se tratara de la palabra de Cristo. No son demasiados los venezolanos que se han animado, después, a interpretar su contenido con los lentes de un adulto.

Nos servimos de citas y nos apoyamos en frases ajenas si estas tienen un carácter auténticamente rupturista; si desafían una verdad convencional tenida por sacrosanta, si de verdad nos ponen a repensar situaciones o pueden ilustrar con claridad una sensación que no conseguimos juntar en una oración. Ese es y ha sido, en todo momento, el significado y el contenido de las citas y pensamientos.

De Bolívar me quedo con su pasión republicana, con su fe en América Latina, con su honradez y su arrojo. Nadie venga a estas alturas a tratar de convencerme de que la frase “Un hombre sin estudios es un ser incompleto” es una frase digna de ser citada. Mucho menos para andar hablando de una existente corriente ideológica o para ponerle nombre a ministerios. “La gloria esta en ser grande y en ser útil”. “Soy demasiado fuerte como para degradarme a engañar”.  “El mejor gobierno es aquel capaz de ofrecer la mayor suma de felicidad posible”. Lo pudo haber dicho Bolívar, y también Oscarcito, el compañero de Franco.       

alonsomoleiro@hotmail.com

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viernes, 6 de septiembre de 2013

ALONSO MOLEIRO, VENDER PETRÓLEO PARA FINANCIAR CHATARRA


Cuando toque reseñar en perspectiva lo acaecido durante el penoso período histórico en curso en Venezuela, podríamos referirnos con toda tranquilidad a “la era en la cual toda empresa estatizada quedaba destruida”.  Por muy acentuada que sean las pasiones en la política, pocos podrán sentirse injuriados con las implicaciones de la afirmación.

Helicóptero ruso cae en destrozado
La transferencia de activos y sociedades mercantiles a la administración estatal no se hizo de forma alocada o improvisada, contrariamente a lo que pudiera pensarse. Conforme obtenía las victorias políticas que le abrían el campo a la toma de decisiones, Miraflores hizo una cuidadosa selección de los sectores de la economía que consideraba “estratégicos”. El plan ha sido adelantado con notable astucia, haciendo honor a un rasgo que signó las decisiones de Hugo Chávez en vida, y que hablaba bien de sus habilidades como político: saber esperar el momento para hacer las cosas.

Lo ocurrido en las empresas de Guayana, por ejemplo, merece un comentario particular. El holding de la CVG ha sido y es un conglomerado estatal de empresas. El gobierno bolivariano, sin embargo, y Hugo Chávez en particular, hizo desde 2004 un esfuerzo especial para convertirlas, también, en el espacio para desarrollar nuevas relaciones de producción. Carlos Lanz, primero, y una retahíla de gerentes lanzados desde un paracaídas, a continuación, se apersonaron en las riberas del Orinoco y el Caroní para presentarle a las graderías las flamantes conclusiones de sus estudios del marxismo. Fue mucho el dinero que se gastó para formar cuadros, discutir fundamentos teóricos y ahondar en el criterio de la nueva sociedad. 

En algún momento del año 2006, este servidor pudo presenciar como en un programa de Venezolana de Televisión Aristóbulo Istúriz defendía apasionadamente la política de control obrero y rebatía con fervor a su ex compañero de causa, Andrés Velásquez, cuando éste denunciaba que, con harta frecuencia, los mandos gerenciales de CVG eran electos en tumultuosas asambleas donde oradores “pescueceaban” discursos obreristas mientras eran ovacionados de forma indiscriminada. La crisis energética de 2010 terminó por sepultar el otrora poderoso entramado industrial del sur del país.

En incontables ocasiones se ha afirmado que hace unas cuantas décadas la gerencia pública desechó, por impracticable, toda la jerigonza marxista que Lanz, Jaua, Giordani y el resto de sus lunáticos compañeros continúan considerando infalible. El botón de la muestra tiene una coordenada particularmente descriptiva: Rusia, unos de los aliados fundamentales del chavismo. Nación que ha hoy en día cuenta con poderosas corporaciones en materia gasífera, petrolera y de armamentos, expresadas en sociedades mercantiles con organigramas de inspiración tradicional que hoy apalancan, a diferencia de lo sucedido en los años soviéticos, un emergente y muy bien fundamentado poderío industrial. Cada cuanto se aparecen por acá, a financiar los nuevos disparates ideológicos del chavismo y acumular sus acreencias, seguros de tener un aliado incondicional en la región.

Pero es que, además, a cualquier militante chavista le tiene que decir suficiente que, al menos en lo tocante al trazo que se expresa en consignas y objetivos, el oficialismo  “acepte” la existencia de la empresa privada. La acepta, no tanto porque la admire: lo hace porque la necesita.

Con sus múltiples incompletitudes y falencias, aún acusando los rigores globales del momento actual, el capitalismo encontró una forma expedita y particularmente eficiente para producir riquezas y desarrollar a las sociedades. Todavía más: aunque suene herético, podemos afirmar que algunas sociedades capitalistas han logrado unos niveles de desarrollo no vistos por la humanidad nunca jamás.  Podemos quejarnos e indignarnos, con sobradas razones, en torno a lo que se hace y decide en los entornos financieros; exigirle a las grandes fortunas del mundo un compromiso algo menos hipócrita en materia de responsabilidad ambiental y combate a la pobreza. Podemos, también, reclamar la presencia decidida del estado en el proceso económico, defender la esfera pública en la toma de decisiones, como garante de la voluntad general, de la protección del débil jurídico y de la pertinencia misma de la política como concepto civilizador.

Lo que nadie puede negar, porque el rasgo lo pudo avizorar, incluso, el propio Carlos Marx en sus escritos, es que durante el tránsito del siglo XX, en el momento del apogeo capitalista, la humanidad ha podido desarrollarse a una velocidad superior a la registrada en los diecinueve siglos anteriores. Los satélites, los buscadores de Google, los sanitarios, el agua caliente, los Gps, las redes sociales, la tecnología aeronáutica, los avances en medicina y ciencia: ninguno de esos elementos se gestaron solos, organizando carteleras participativas en sociedades comunales. Son producto de un fenomenal despliegue de fuerzas productivas, la creatividad y la innovación que ha hecho posible que los seres humanos de hoy vivan más tiempo, estén mejor alimentados y mucho mejor informados que en cualquier otro momento de la historia.

En Venezuela, de momento, seguimos parados en el mismo lugar. Hace poco, en un cándido esfuerzo para intentar tapar el sol con un dedo, el ministro de Industrias, Ricardo Menéndez declaraba ante El Correo del Orinoco que en el pasado, los “intereses imperialistas” impedían el desarrollo aguas debajo de los productos siderúrgicos nacionales, todo bajo el supuesto de que esta sería una realidad inminente en el socialismo.

Un socialismo que lo único que ha hecho es vender petróleo para financiarse proyectos productivos inviables, que en sí mismos constituyen una chatarra conceptual. Mientras se denuncia el hambre especulativa de las empresas trasnacionales y se prefigura la llegada del hombre nuevo, se acude a algunas corporaciones gigantescas, en Brasil o en Rusia. Pero no para rectificar, sino para endeudarse y repetir nuevamente la misma calamitosa operación.

Alonso Moleiro ‏
@amoleiro

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jueves, 29 de agosto de 2013

ALONSO MOLEIRO, EL EQUILIBRIO INFORMATIVO Y EL EQUILIBRISMO EXISTENCIAL

De un tiempo a esta parte, cada vez que un vocero público quiere hacer vigente los cambios en su escala personal de prioridades, agita ante las graderías el resbaloso expediente del “equilibrio informativo”. La más común de las engañifas que consumen felices algunos periodistas y políticos que no terminan de comprender los rasgos fundamentales del momento venezolano actual.

No se trata de que el norte del equilibrio, como la de la despolarización, no sean horizontes a conquistar para toda la sociedad. Quien suscribe esta nota ha sido durante toda su vida, junto a muchos otros de sus colegas, un obsesivo defensor de la precisión en el dato; la relación correcta, pero sin concesiones, frente al poder; y el imperativo de que, en la obtención de una noticia, todas las fuentes sean consultadas.

Pienso que es necesario hacer todos los días ejercicios de buena voluntad; desahogar, hasta donde se pueda, el duro fermento anímico que producen las agresiones cotidianas del oficialismo asentando la convicción de que las cosas se pueden hacer bien, ejerciendo correctamente la profesión, hablando también de aquello que a todos nos beneficie. Por muy grave que sea la diferencia que tenemos con los chavistas, por discutible que nos parezca aquello que a ellos les enorgullece, y por despreciables que con frecuencia consideramos sus maniobras y su vocación para mentir, jamás debemos perder de vista que este país seguirá siendo una sola cosa: buenas y malas las heredarán nuestros hijos y nietos, en un contexto completamente distinto, espera uno que para bien, al que vivimos actualmente.

La defensa del equilibrio información, sin embargo, en ninguna circunstancia puede comportar la consagración del arte del equilibrismo. La enfermedad del oportunismo, del exceso de ambición, la venta de conciencias y de la debilidad de espíritu que inunda a tantas voluntades en la Venezuela de hoy.  El equilibrio no es un decreto: como todo equilibrio, precisa de unas circunstancias precisas que permitan su concreción. Necesita un contexto que le permita florecer con dignidad.

Uno de los actores de la vida nacional está promoviendo una moción en la cual quede prohibida la tolerancia. Pues bien: es lo único que no puede tolerar un tolerante. El juego civil en Venezuela tiene en este momento las cartas marcadas. El equilibrio será una circunstancia consolidada en la medida que rescatemos un estado democrático que nos permita sembrarlo de nuevo, junto a otros valores hoy en decadencia, en la nación.

La línea que colmó el plato en torno a cualquier debate con el oficialismo en torno a la libertad de expresión, la transparencia informativa, el pluralismo político y la ética en el proceder lo constituyó el cierre de Radio Caracas Televisión, en mayo del año 2007. El Venezuela hay gente que olvida muy rápido. Demasiado rápido. A partir de entonces las cosas, lejos de mejorar, han empeorado: el alto gobierno a creado un estado para sus amigos y simpatizantes y hace lo que quiere con la legalidad. A todos debería lucirnos obvio que no tiene la menor intención de rendirle a la nación un sincero y humilde relato autocrítico de sus excesos. Son jerarcas acomodados, privilegiados y amorales en su inmensa mayoría. Están dispuestos a hacer lo que sea, incluyendo la posibilidad de venderle el alma al demonio, con el objeto de no perder  jamás el poder. Todos los días se llaman a propietarios de medios y se les amenaza; a los más críticos se les han levantado incontables procesos administrativos. Los poderes públicos se complotan legalmente contra muchos de nuestros colegas por denunciar lo excesivo y lo punible. Periodistas de todos los medios han sido apaleados en incontables ocasiones por bandas armadas en actitud gangsteril. Sus medios de comunicación han escupido incontables insultos cotidianos en contra de la disidencia. Vivimos en un gobierno que ha hecho de la impunidad su razón de vida.

Disidencia a la cual pertenecen, por supuesto que sí, partidos, sindicatos, ligas estudiantiles, universidades, y algunos medios de comunicación: gracias a ellos la opinión pública ha podido ir cotejando, de forma dispersa pero consecuente, los indicios más serios de un estado disfuncional, peligrosa y profundamente corrompido en todos sus estamentos. Nadie termina de explicarse por qué es que los periodistas y medios del gobierno pueden evidenciar una conducta como la que observan mientras, al mismo tiempo, se sienten con derecho a vetar y condicionar la de los demás.   Sabemos lo que sabemos porque Globovisión, Tal Cual, El Universal y El Nacional, La Patilla, y El Nuevo País, entre otros, lo han ido denunciando de forma responsable y valiente. El propio gobierno ha ido destilando la información de forma oportunista, con el objeto de presentar algunos presos de menor monta a manera de hora de parra: el Fondo Chino, Cadivi, Pdvsa, Bandes, la CVG, las gobernaciones de Guárico, Aragua y Bolívar. Las notas estructuradas del Ministerio de Finanzas. La valija llena de dólares de Pedro Antonini Wilson. Los puertos, los tribunales, las contrataciones, las obras públicas. Todos sabemos lo que está pasando en este país.

La disidencia que describo forma parte de un estamento social que tuvo su epicentro en la clase media, pero que es amplísimo, ya mayoritario en el país, con una enorme diversidad social y un amplio espectro: la oposición política que existe en medio del marco constitucional dispuesto para ello. A nadie le debe dar pena asumir tal circunstancia en este momento. Un sentimiento completamente legítimo: es robusto, es profundo, y, en virtud del estado actual de destrucción de la nación y la calidad de vida de sus habitantes, está completamente justificado.

Vayan dedicadas estas líneas a ciertos delanteros centrales de la oportunidad que gustan posar de santurrones; a los funcionarios hipócritas que gustan calzarse el sombrero de periodistas, pero que no dejan jamás de ser dolientes de esta decadente burocracia; a los empresarios que expanden sus intereses inconfesables a la sombra del poder político, a aquellos que se están haciendo ricos mientras nos venden por partes la radionovela de la revolución

A aquellos que, todavía hoy, se atrevieron a decir que  Globovisión “es un partido político”.


Alonso Moleiro (

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miércoles, 7 de agosto de 2013

ALONSO MOLEIRO, LA TAREA NO ESTÁ HECHA,

Después de haber concretado una hazaña electoral que nadie tenía prevista, y de obtenido una resonante victoria política durante el pasado mes de abril, la Unidad Democrática ha entrado de nuevo en uno de sus habituales extravíos cognitivos. Uno de esos inexplicables baches funcionales que secuestran a sus mandos mientras el deterioro nacional sigue su proceso de cocción.

Mientras la MUD permanece “colgada”, emitiendo declaraciones eventuales y formalizando denuncias ocasionales, una parte de sus graderías acusa los efectos de una comprensible, aunque completamente remontable, dosis de frustración. Es en circunstancias como estas cuando se hace más necesario que nunca dialogar con las masas: explicar el tenor de las decisiones tomadas; diagramar un cronograma que incluya el corto, el mediano y el largo plazo; hacerle entender a la gente la importancia capital que revisten las venideras elecciones de alcaldes, pero sobre todo, las ya cercanas y cardinales elecciones parlamentarias.

Muy especialmente porque es necesario tener claro que, aunque se han alcanzado cotas de fortaleza jamás vistas, y la ausencia de Hugo Chávez coloca al oficialismo en una posición especialmente vulnerable, la tarea para concretar el cambio democrático aún no está hecha. Sigue siendo Venezuela una nación postrada en un delicado equilibrio entre dos fuerzas de tamaño casi similar. Dicho de otra forma: con la precaria ventaja que en este momento podemos concederle a las fuerzas de la Unidad no es posible materializar cambios políticos de ninguna especie, y mucho menos gobernar con solvencia una nación asaltada por problemas tan delicados.

Vamos a comprenderlo de una vez: lo que está planteado en Venezuela, dentro de un marco que obligatoriamente tiene que ser constitucional y pacífico, es un cambio de régimen político.  Un cambio que, si no es llevado con cuidado, puede comprometer seriamente la paz pública y la viabilidad de la nación por varios lustros. Quienes en todo momento hacen reflexiones apresuradas hablando de la importancia de “cobrar”, deben saber que no estamos en presencia de una elección colegial o de unas primarias internas. Nos estamos enfrentando a personas sin escrúpulos, atrincheradas en torno a sus privilegios, en muchos casos armadas. Estarían esperando ansiosos una decisión infeliz similar a aquella que mandó a Miraflores a aquella marcha desde en Chuao en la tarde de abril de 2002.

La próxima administración que se asiente en Miraflores, tendrá, además de las urgencias económicas y sociales que todos conocemos, una apremiante tarea para recomponer las instituciones del país, especialmente en lo tocante a la administración de justicia, y restaurar definitivamente la autoridad del estado en materias tan delicadas como el resguardo de las fronteras, la seguridad interna y el combate al narcotráfico.

Mientras tanto, aún con sus limitaciones como conductor, y su precaria habilidad para dirigirse a las masas, Nicolás Maduro ha ofrecido nuevas evidencias de que no es tan tonto como algunos suponen. En los tres breves meses que ha comprendido su gestión obtuvo lo fundamental: el oxígeno necesario para sentarse en la silla de gobierno.  La espantosa crisis económica gestada el año pasado lo ha obligado a tomar decisiones medianamente sensatas. La conversación con los sectores productivos privados y la suspensión de la agenda de expropiaciones ha sido concebida, también, para aislar a estos agentes de cualquier veleidad con la política. El papelón que pasó la nación luego de la folletinesca pataleta diplomática con los colombianos, obtuvo, sin embargo, el resultado que el alto gobierno estaba buscando: cercar a Capriles Radonski en la región, previniendo a cualquier gobierno sobre lo que pudiera suceder si se pone a conversar de más con los enemigos del proveedor energético del vecindario.

Quién alguna vez creyó que de esta circunstancia íbamos a salir en cosa de días o semanas debe aterrizar de una buena vez. La balanza sigue inclinándose a favor de la oposición, y eso lo confirman encuestas recientes, pero no a la mágica velocidad que algunos creían. Para que las cosas terminen de cambiar es necesario consolidar una mayoría aplastante, inequívoca y sin fisuras, similar a la que tuvimos en 1999. Una vez que estén dadas las condiciones. No estamos demasiado lejos.

El espantoso contexto de destrucción nacional gestado en manos del chavismo está alimentando todos los días la causa del cambio democrático. Ahora, por primera vez, hay un liderazgo genuino y robusto, expresado en Henrique Capriles Radonski. Las circunstancias políticas del país han cambiado de forma por demás notoria y dramática desde el año pasado y sería una verdadera tontería no tomar nota de eso.

Es a Capriles, acompañado de la dirigencia de la alternativa democrática, al que le toca tomar decisiones de urgencia para fortalecer y recrear la inoperante estructura funcional de la MUD. Insertarse en la lucha social con mayor denuedo; diseñar la hoja de ruta de la transición dentro del cauce constitucional, y sobre todo, enviarle a la nación mensajes políticos concretos, acabados y estructurados, en torno a la naturaleza del gobierno, su estructura corrompida y su inexcusable responsabilidad en el actual estado de cosas.

Un gobierno calamitoso e irresponsable que, sin embargo, obtiene notas sobresalientes en aquello en lo cual sus rivales son marcadamente inhábiles: las operaciones de propaganda y la formación de matrices.

alonsomoleiro@hotmail.com

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miércoles, 24 de julio de 2013

ALONSO MOLEIRO, REFLEXIONES PARA PATRIOTEROS Y PATRIOTAS


El patriotismo es la menos perspicaz de las pasiones, Jorge Luis Borges

Por mucho que pretenda hacerse pasar por virtuoso, el nacionalismo es una de las enfermedades más extendidas en los colectivos humanos en estos tiempos. Las tragedias más sobresalientes del siglo XX se alimentaron del delirio supremacista, el culto demente hacia el ancestralismo y la obsesión paranoide hacia la diferencia. La última de ellas, bordada al costado de Europa Occidental, en las orillas del Adriático, la tenemos a la vista: la Yugoslavia de Slobodan Milosevic.

Algunas plumas anotadas en la causa incondicional del gobierno hacen en estos días toda suerte de malabarismos retóricos para presentar al fascismo como una suerte de prolongación de los intereses de los capitales financieros. Afirmaciones de una flacidez por demás notoria, que técnicamente se rebaten solas: desde la Alemania Nazi hasta el fundamentalismo Hutu, las degollinas más extendidas de todos los tiempos han estado atadas al costumbrismo totalitario: partido único, modales marciales, grima a la modernidad, propaganda de guerra, satanización del adversario, degradación del debate público, montoneras en las calles.

Por supuesto que la afiliación voluntaria a una nación no coloca a nadie, de forma automática, en los peligrosos dominios del nacionalismo doctrinario. Sin ser nacionalista, en lo particular puedo afirmar que soy un resuelto defensor de un criterio que encuentro mucho más consistente: el de la identidad cultural. Los países no son inventos de nadie: son realidades palpables con entornos, anclajes emocionales y efectos jurídicos concretos.

El nacionalismo latinoamericano encuentra sus orígenes en el otro extremo del pensamiento: la izquierda y la extrema izquierda. El tutelaje cultural y los sucesivos escamoteos militares llevados adelante por los Estados Unidos en esta parte del mundo hicieron posible que se asentara de forma por demás genuina y legítima en muchos intelectuales, pensadores y activistas latinoamericanos de mediados del siglo XX. 

La afirmación nacional era, a diferencia de otras ocasiones, una palanca para afirmar los derechos de la ciudadanía. Bolívar y sus huestes; los palestinos, los partisanos de Tito, Garibaldi, los combatientes armenios: en los tiempos del florecimiento republicano, nacionalistas han sido aquellos que no tienen nación en la cual asentar sus vidas.

Un complejo entramado de desarrollos diversos ha tenido lugar en América Latina y el mundo a partir de entonces. Las formas de propiedad, la pertenencia cultural, el lenguaje, la ciudadanía: todos son elementos sometidos a una lenta pero intensa metamorfosis producto de la expansión tecnológica, el poder de los buscadores en Internet y el carácter fractal de las redes sociales.  

La globalización no es, como piensan las variantes monocordes del chavismo, un antojo trasnacional, o una circunstancia impuesta, sino un estado de la historia, a estas alturas de carácter irreversible. La cosmópolis es una de sus consecuencias culturales directas. No es una casualidad que las constituciones más avanzadas del mundo, incluyendo la nuestra, consagren el derecho de las personas a tener dos nacionalidades. Anthony Giddens, el autor inglés de La Tercera Vía y Más allá de la izquierda y la derecha, lo definió con enorme precisión: son estos los tiempos de la “fidelidad múltiple”.

Mutaciones e intercambios que también tienen su correlato en el lado izquierdo del consumo cultural: Manu Chao, por ejemplo, uno de los intérpretes más brillantes de este tiempo, es un músico de carácter nómada, de padres españoles, nacido en Francia, amante de los dominios árabes y latinoamericanos, con éxitos grabados en portugués, francés, italiano y español. El artista global por excelencia. La misma afirmación vale para Le Monde Diplomatique y el inefable Ignacio Ramonet.

El modelo mixto desarrollado por Brasil también puede servirnos de ejemplo. Los brasileros no han perdido tiempo culpando a los demás de sus problemas. Tienen una influencia geopolítica que toca, incluso, a sus conquistadores, los portugueses, y a las naciones africanas que comparten su lengua, y un desarrollo tecnológico que no deja de sorprender. Así como la Unión Europea y los Estados Unidos se ríen de las enternecedoras bravatas antioccidentales de Cuba o Nicaragua, respetan con entera sinceridad las disposiciones del gigante sudamericano.  La realidad brasilera es hija de un modelo democrático liberal que respeta y promueve la independencia de criterios. Un entorno cultural flexible, complementario y múltiple, que tiene a algunas de sus universidades en la vanguardia de la subregión. La independencia que tanto alude el chavismo no la vamos a alcanzar colocando discos de Xulio Formoso: la obtendremos desarrollándonos como lo ha hecho Brasil

Son circunstancias multidimensionales, de carácter concurrente y de una enorme complejidad. El chavismo, el falangismo, el castrismo y el leninismo tienen para esta realidad respuestas muy elementales. Dividir a la humanidad en parcelas; suponer que esa sola circunstancia las hace únicas y mejores que las otras; hacer ascos de la diferencia y el mestizaje cultural. Mirar el futuro con la nuca. Tener una visión policial de la política. Llorar con el himno, cuadrársele a una bandera, desbordarse en cánticos cursilones de carácter rural. Son parte de los vicios más genuinos de la extrema derecha y la extrema izquierda. Ese es nuestro verdadero dilema: apertura o aislamiento. Uno de los aspectos más interesantes de la plataforma programática de la MUD descansaba en esa cláusula: “Venezuela, país abierto al mundo”. El eje del racionalismo democrático.

Pío Baroja lo dijo una vez: “el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando”. 

No hay insulto que me de más risa que ese de “apátrida”.

alonsomoleiro@hotmail.com

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miércoles, 17 de julio de 2013

ALONSO MOLEIRO, LA RADIONOVELA DE INDEPABIS Y LA INFLACIÓN

Poco habría que agregar al comprobado fracaso de las políticas anti inflacionarias de esta y la anterior administración. Portador del dudoso honor de ser una de las naciones con los mayores dígitos anuales de inflación en el mundo, el gobierno bolivariano intenta zafarse del brete evadiendo cualquier ejercicio que los ponga a compararse con otras naciones: debemos tener presente cualquiera de las hecatombes económicas que se han registrado en la Venezuela del pasado para darle gracias a Dios, ya que son éstos y no otros nuestros gobernantes.

El fracaso del gobierno actual en el combate a la inflación ha sido explicado en ocasiones por sus propios voceros, presume uno que de forma involuntaria. Jorge Giordani y Alí Rodríguez han afirmado varias veces que el cuadro inflacionario nacional tiene una causa estructural que se asienta en la crónica debilidad del aparato productivo nacional. Mientras no se produzca suficiente, y se tenga que importar, mientras la demanda supere a la oferta de bienes, la inestabilidad de los precios estará garantizada.

El resto de los economistas existentes en el país, entretanto, han expresado hasta la saciedad eso que a cualquier mortal ligeramente empapado de nociones de economía le podría lucir más o menos evidente: que tanto el anclaje de precios como el control cambiario han resultado dos instrumentos inútiles de política económica; que el ingreso petrolero coloca en manos de la gente dinero para comprar bienes que no existen, puesto que no se producen, y que tal circunstancia los encarece; y que la agresiva estrategia de expropiación de activos adelantada por el estado sólo ha servido para que la nación sea el propietaria de una amplia gama de sociedades mercantiles inservibles y quebradas.

Emerge entonces una silenciosa pero poderosa fibra de empresarios vinculados al negocio de la importación, con enorme talento para engordar sus bolsillos a la sombra de la espesa y ridícula quincalla verbal de carácter patriotero que tanto emociona a los altos funcionarios oficiales.

El gobierno sabe que para sacudirse de la responsabilidad de su fracaso parte con una ventaja natural sobre sus detractores. Es mucho más sencillo, y más útil, convertir a la inflación en un problema político. Siendo una verdad incontrovertible que la comprensión del fondo del problema sobre las causas de la inflación y el deterioro general del aparato productivo nacional tiene unos aditamentos que se le pueden escapar al grueso de la población, se trata entonces de desarrollar una eficaz estrategia propagandística para convertir el problema en un asunto sentimental.

Se trata, entonces, de otorgarle a instancias como el Indepabis y la Sundecop atribuciones de carácter plenipotenciario: funcionarios que desarrollan una adecuada secuencia de visitas a medios de comunicación, y trabajan duro para hacerse populares con sus opiniones, y organizan espectaculares operativos propagandísticos para que la opinión pública crea que ambas instancias, pueblo y gobierno, son víctimas de una conjura antinacional de la que siempre será responsable el último eslabón de la cadena de comercialización: los dueños de abastos y automercados.

Aunque a muchos nos parezca un auténtico chiste, es en ese contexto que debemos ubicar los disparatados argumentos que aluden la existencia de una “guerra económica”. Como el gobierno no puede con el problema, y ha evidenciado al respecto una terquedad casi demente, urde el libreto de una especie de radionovela. Son los ricos los que suben los precios; estos no bajan porque no nos quieren.

En los predios de Venezolana de Televisión nadie habla de inflación: la norma es hacer alusión a “la especulación”. El fenómeno de la complejidad descrita es presentado como una suerte de antojo. Las causas reales del grave problema inflacionario en Venezuela, salvo en contados eventos de carácter académico, no son evaluadas por nadie en las esferas del oficialismo. Se trata de presentarle a la audiencia unos engañosos spots en las cuales manos inocentes relatan alguna experiencia cooperativista con aditamentos afectivos, o se ejecute un ejercicio comunicacional fraudulento de carácter masivo presentando empaques de café o leche con un corazoncito socialista para proyectar una inexistente sensación de productividad a manos llenas.

Nada se dice sobre aquello que a todos debería resultarnos obvio: que en el vecindario latinoamericano naciones como Uruguay, Colombia, Chile o Perú, los dígitos de inflación presentan un promedio de 2 y 3 por ciento anual —números que en este país se toman con toda tranquilidad un mes—, sin controles cambiarios, sin fiscales de precios y en un entorno de absoluta disponibilidad de toda suerte de bienes en sus automercados y dispensarios.


@amoleiro

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