Cuba debe haber sido el único país de América
Latina que ha enviado a los homosexuales —al menos a miles de ellos— a campos
de trabajo forzado para reeducarlos, modificar su conducta y traerlos al buen
vivir revolucionario, mediante el proceso purificador de cortar caña o sembrar
boniatos de sol a sol, bajo los maltratos inclementes de militares especialmente
sádicos.
Le agradezco a la asociación Colegas de Madrid,
dedicada a defender en España los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y
transexuales, y a su presidente, el señor Rafael Salazar, la generosa
iniciativa de propiciar esta jornada sobre derechos humanos y homosexualismo en
Cuba.
Se trata de un tema extremadamente importante,
dado que en Cuba, como sucede en todas las sociedades totalitarias, las
personas que tienen una orientación sexual diferente a la que prescribe el
gobierno, suelen padecer diversos grados de discriminación, rechazo y, en
definitiva, homofobia.
Cuba debe haber sido el único país de América
Latina que ha enviado a los homosexuales —al menos a miles de ellos— a campos
de trabajo forzado para reeducarlos, modificar su conducta y traerlos al buen
vivir revolucionario, mediante el proceso purificador de cortar caña o sembrar
boniatos de sol a sol, bajo los maltratos inclementes de militares
especialmente sádicos.
Y no se diga que fue un fenómeno aislado
ocurrido en los años 60 del siglo pasado, cuando el régimen acababa de comenzar
y era dirigido por unos jóvenes barbudos, inexpertos y escasamente educados,
prisioneros de cierta mentalidad rural teñida por el machismo.
En 1980, durante el éxodo de Mariel, tras más
de veinte años de gobierno, los Castro expulsaron de Cuba a miles de
homosexuales calificados como “escoria”. Previamente, fueron vejados por turbas
fanáticas alentadas por la policía política que organizaron unos repugnantes
pogromos contra ellos.
La mejor prueba de lo que la cúpula dirigente
cubana pensaba de los homosexuales es que, junto a ellos, y en los mismos
botes, embarcaron rumbo a Estados Unidos a muchísimos asesinos, locos y hasta
un pobre leproso. Para el gobierno cubano, un homosexual era indistinguible de
un asesino, un loco o un leproso. No había diferencias.
Los nazis, con su perverso sentido de la
organización, antes de encerrarlos o sacrificarlos, clasificaron a los judíos
con una estrella de David amarilla, a los homosexuales con un triángulo rosa y
a delincuentes de diversos tipos con triángulos verdes o de otros colores. Los
comunistas cubanos ni siquiera se tomaron ese siniestro trabajo.
Afortunadamente para la historia, los cineastas
Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal dejaron filmado un excelente documental
sobre este tema, Conducta impropia, que estremece de horror a cualquier persona
decente que lo contemple.
Iusnaturalismo contra Iuspositivismo
En todo caso, mi intervención de hoy será más
abarcadora y, aunque lo incluye, excede al tema cubano y comienza remontándome
a los griegos, cuando se estableció un debate teológico que dura hasta nuestros
días.
Me explico. Cuando los estoicos plantearon en
Grecia, hace dos mil trecientos años, que los seres humanos tenían derechos que
no provenían de la fratría o de la ciudad a la que pertenecían, sino que
gozaban de ellos por su especial naturaleza, inmediatamente se alegó que esos
derechos provenían de los dioses.
¿Si no los concedían los hombres, de dónde
podían proceder si no era de la voluntad de las deidades?
Cuando Occidente se hizo monoteísta, heredó el
iusnaturalismo o derecho natural postulado por los estoicos. Casaba
perfectamente con la teología judeocristiana. Un Dios omnipotente podía otorgar
derechos que los hombres no podían cancelar porque no habían sido concedidos
por ellos.
Si Dios había creado a los hombres a su imagen
y semejanza, esto los hacía diferentes al resto de las criaturas. El
iusnaturalismo era un razonamiento perfecto … para los creyentes.
La Ilustración, que es de donde viene
directamente nuestra organización política y nuestra visión moderna del Estado,
se organizó en torno a esas benéficas suposiciones. La Declaración de
Independencia de Estados Unidos en 1776, y la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de Francia en 1789, son dos claros ejemplos de la enorme
influencia del iusnaturalismo en la evolución política de nuestra civilización.
Pero frente a esta tradición, poco a poco, fue
ganando terreno el iuspositivismo. Todo derecho era una concesión humana,
porque derivaba de leyes hechas por el hombre y, por lo tanto, ellos podían
modificarlo, sustituirlo o anularlo. Rousseau, aunque a veces se contradice,
puede ser considerado el padre del iuspositivismo y su Contrato Social una
fuente potencial de autoritarismo.
En todo caso, si se abandonaba el iusnaturalismo,
la única barrera defensiva era elconstitucionalismo. Los pueblos, después de
graves y sangrientos enfrentamientos, habían logrado limitar la autoridad de
los monarcas, de la aristocracia y del clero. Simplemente, se reconocía la
existencia de ciertos derechos y se estipulaba que no se podía legislar fuera
de los límites de la Constitución. Esa era la coraza que protegía los derechos
individuales.
El problema es que las Constituciones podían
ser abolidas o cambiadas radicalmente por diversos medios, incluida la
violencia, amparándose en el discutible principio de que la Revolución es
fuente de un nuevo orden legítimo, destruyendo en ese acto cualquier suposición
de que existían derechos humanos imprescriptibles.
Esto es lo que ha sucedido en los regímenes
totalitarios fascistas y comunistas. La noción deliuspositivismo permitió la
desaparición de los derechos individuales y se subordinaron todos los derechos
a la consecución de los fines del Estado, definidos éstos por una minoría
poseedora de todas las verdades y dueña de todas las certezas. Ése ha sido el
origen de los mataderos contemporáneos sufridos por nuestra especie en el siglo
XX.
La coherencia emocional
¿Hay otra fuente moral capaz de alimentar la
noción de que existen derechos individuales inalienables? Esa es la crucial
pregunta que deseo responder en estos papeles.
Como toda legitimidad debe asentarse en una
teoría razonable, a los efectos del debate es fundamental poder defender la
existencia de derechos naturales sin necesidad de recurrir a Dios o a
argumentos de autoridad. Mi intención hoy es identificar y analizar la
existencia de otra necesidad, generalmente olvidada, a la que llamo coherencia
emocional. Asimismo, establecer que esa necesidad da origen y sustento a la
existencia de los llamados derechos naturales.
Nadie duda de que los seres humanos tienen
ciertas necesidades básicas absolutamente vitales. El oxígeno, el agua y la
alimentación son tres buenos ejemplos. No se les pueden negar estos elementos a
las personas, sin que ello se convierta en un crimen horrendo. No ha sido
necesario consignarlo en los textos legales porque es obvio, pero existe el
derecho tácito a respirar, a beber y a alimentarse. Quizás es a eso a lo que se
referían los clásicos cuando hablaban del “derecho a la vida”.
Tampoco se les puede negar a las personas el
derecho a la coherencia emocional sin infligirles un daño cruel capaz de
provocarles la mayor infelicidad.
Debo comenzar, pues, por definir qué es la
coherencia emocional y por qué es fundamental poder gozar de ella.
La coherencia emocional es un estado anímico en
el que nos sentimos en paz con nosotros mismos cuando tomamos decisiones y
adoptamos comportamientos que se ajustan a nuestros valores, deseos y
preferencias. La felicidad tal vez sea exactamente eso. No radica
necesariamente en poseer objetos valiosos y vivir en casas lujosas, sino en
sentir una íntima armonía y satisfacción con nuestro yo interior.
De alguna manera, la coherencia emocional está
en la base misma de ese derecho a “la búsqueda de la felicidad” que proclamó
John Locke y luego, un siglo más tarde, reiteró Thomas Jefferson en la
Declaración de Independencia de Estados Unidos. “Conócete a ti mismo”, es un
viejo consejo o mandato supuestamente inscrito en el templo de Apolo, en
Delfos, porque solo dentro de uno mismo se podía encontrar la felicidad.
“La felicidad —afirmaba Ayn Rand— es un estado
de alegría sin contradicciones”.
No olvidemos que un estado anímico determinado
—tristeza, amor, atracción o repulsión físicas, melancolía, alegría, desazón,
repugnancia, odio, o la propia felicidad a la que aludimos— es el resultado de
la intrincada, pero instantánea confluencia física, totalmente incontrolable,
entre nuestra carga genética, la acción de neurotransmisores y hormonas, y las
informaciones, creencias y valores que aporta la cultura en que nos desenvolvemos.
Los estados anímicos, dicho sea de paso, nos proporcionan grados de dolor y de
placer. A veces son tan gratos que quisiéramos que se prolongaran para siempre.
A veces son tan dolorosos que deseamos quitarnos la vida para no seguir
sufriendo.
Cuando nos obligan a sostener criterios que
íntimamente rechazamos, cuando debemos adoptar actitudes que contradicen
nuestros reales deseos, cuando se nos prohíbe amar a quien queremos, o se nos
exige amar a quien no queremos, cuando nos fuerzan a militar en organizaciones
que no nos simpatizan, o a repetir consignas que detestamos, las consecuencias
son nefastas para nuestro organismo.
En esas circunstancias adversas de íntimas
contradicciones surge un malestar psicológico que puede desembocar en
verdaderas neurosis que se somatizan de distintas formas, incluida una
peligrosísima alteración del ritmo cardíaco, porque resulta que, finalmente,
era cierto que el corazón sufre de pena, como siempre han sospechado los
poetas.
Disonancia cognitiva
Un psicólogo especialmente brillante de la
década de los cincuenta del siglo XX, León Festinger, llamó a este proceso
“disonancia cognitiva”, abriendo con ese concepto una zona muy rica de
investigaciones científicas.
La disonancia cognitiva nos hería la psiquis de
una forma tan profunda que tratábamos de paliar sus efectos con conductas
erráticas muy dolorosas, como traicionar nuestra racionalidad asumiendo
hipócritamente puntos de vista ajenos y contrarios a nuestras convicciones que
nos ponían a salvo de las consecuencias de nuestras creencias reales.
El llamado síndrome de Estocolmo es la más
conocida y manoseada de las disonancias cognitivas. Consiste en alabar y amar a
nuestros verdugos para que no nos hagan más daño, fingimiento que, en cierto
momento, nos lleva a dudar de nuestros verdaderos sentimientos y a dar por
cierta lo que no es otra cosa que una penosa estrategia de supervivencia.
¿A dónde nos conduce claramente la necesidad de
coherencia emocional?
Nos conduce a proclamar, como su consecuencia
lógica, el derecho a expresarnos libremente, a informarnos libremente, a
asociarnos libremente, y, tal vez, al más trascendente de todos los derechos
relacionados con la necesidad de coherencia emocional: a amar libremente a
quien queremos y como queremos.
A lo largo de los siglos, los hombres han
estado dispuestos a jugarse la vida en defensa de estas libertades porque en
ello les iba algo tan importante como la coherencia emocional. La necesitaban.
Necesitaban respetarse a sí mismos para experimentar lo que era una existencia
realmente digna y decorosa.
Nadie está autorizado a conculcarnos esos
derechos. Nadie está legitimado para impedir nuestra coherencia emocional.
Quien lo haga, cometerá un crimen contra la naturaleza humana.
Claudio Sánchez Albornoz, glosando y
corrigiendo a Benedetto Croce, dejó escrito que la historia es la hazaña de la
libertad, y la libertad, la hazaña de la historia”.
Tenía razón. Es posible concebir la aventura
humana en Occidente, pese a las contramarchas eventuales, como una ampliación
creciente de las libertades individuales.
Ustedes, jóvenes, hacen historia participando
de esa hazaña de la libertad. Todos les tenemos que estar profunda y
eternamente agradecidos. ¡Adelante!
Fuente: iplperu.orgEL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, REPUBLICANO LIBERAL, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA