Las intenciones de
China, en esta etapa de la economía mundial en la que los países ya se alinean
para salir de la crisis financiera que nos dejó el 2008 y dentro de un ambiente
de bajos precios petroleros que tiende a favorecer las economías de los países
no productores de energía fósil, son las de convertirse en el gran prestamista
mundial. El tema no ha sido planteado frontal y abiertamente, pero todo indica
que el gigante asiático acaricia, dentro de sus planes de mediano plazo,
utilizar el calibre de sus cuantiosísimas reservas para liderar el ambiente
asiático en lo financiero para, desde allí, entrar pisando fuerte a escala
planetaria.
Su primera pica en
Flandes ya ha sido puesta con la propuesta de creación del Banco Asiático de
Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés). La iniciativa de
crear un banco regional para Asia no ha sido bien recibida por el mundo. Los Estados Unidos, otro gran coloso en el
plano de las finanzas mundiales han mantenido fuertes reservas y han influido
sobre Europa y Japón para retrasar su lanzamiento por considerarlo todos un
poderoso y peligroso rival a las instituciones financieras internacionales
existentes a la fecha. Pero, más que
nada, porque ven en la propuesta un
deseo en mascarar el deseo de la potencia asiática de mantener un control
hegemónico en su área de influencia natural que es el entorno asiático.
China no ha esperado
la bendición del Fondo Monetario Internacional- un paso determinante, en este
caso- para hacer sentir su peso en el financiamiento mundial de proyectos
estatales y privados de gran envergadura. No hay sino que calibrar su presencia
en nuestro propio continente, donde ha ofertado y materializado una panoplia de
fórmulas originales de mega-préstamos, para entender la influencia que tal país
está determinado a ejercer en los asuntos subcontinentales. África no se queda atrás
en la relación preferida que los chinos han estado armando y en la gravitación
que han logrado alcanzar en el desarrollo económico de algunos de sus países.
En este momento, ya
parece que, tras una minuciosa evaluación reciente, el FMI está dando luz verde
al proyecto, siempre que Beijing consiga mantener el paso en las reformas
estructurales emprendidas destinadas a desacelerar su expansión económica y
instaurar un modelo de desarrollo más sustentable. La alta gerencia del órgano
financiero ha hecho saber a los dirigentes chinos que tal orientación no es
solo imprescindible para garantizar la sostenibilidad de la salud económica del
país sino para contribuir a la estabilidad del crecimiento mundial.
El respaldo del FMI
ocurre una vez constatado que el objetivo de crecimiento por debajo del 7% está
siendo instrumentado y que, en efecto, este año 2015 la administración Xi
Jinping podrían reducirlo del 7,14%
alcanzado en el 201, a 6,8 %, y que el panorama para el 2016 sería el de
mantenerlo por debajo de 6,5%.
Para este momento, ya
26 países se han sumado a la propuesta del mandatario de arrancar con un fondo
global de 100.000 millones de dólares para préstamos de infraestructura, lo que
parece ser una mínima fracción de los 8 billones de dólares que la región
requerirá para los próximos 5 años.
Así,
el aval otorgado por Christine Lagarde, permitiría materializar en breve plazo
el lanzamiento de la institución, con lo cual China lograría, además, sacar del
juego financiero asiático tanto a los Estados Unidos como a Japón y
consolidaría, igualmente, una reducción notable de la influencia de estos dos
países en los asuntos regionales.
China , una vez más, sale ganadora.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
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