Un avisado reportero gráfico
fotografió el mediodía de este miércoles 12 de febrero desde los tejados de un
edificio de la Avda. Urdaneta, en el centro de Caracas, un hecho verdaderamente
aterrador y, cuando menos, escandaloso: del estacionamiento de la Fiscalía
General de la República salía una camioneta pick up de color blanco cargada de
sujetos armados hasta los dientes pertenecientes a lo que el gobierno, en el
colmo de la sinvergüenzura y el descaro, llama “colectivos revolucionarios” y
que no son más que hampones prontuariados, contratados y armados por el
gobierno con armas largas y cortas de alto calibre, incluso ametralladores
punto 50, que sirven para realizar el trabajo más sucio de la represión
nazifascista que lo mantiene en pie: amedrentar a la población en las barriadas
más populares a toda hora y bajo cualquier pretexto, atacar a inermes
manifestantes y, llegado el caso, dispararles a mansalva con el abierto
propósito de asesinarlos.
De manera tan aviesa y descontrolada, que pocos
minutos después de dejar “el templo en el que se comienza a impartir justicia”
morían tres involucrados, dos estudiantes y uno de ellos, jefe de uno de estos
“colectivos” llamado Carapaica. En el colmo del descaro, esa noche, mientras el
joven estudiante asesinado era velado, su ataúd adornado con una bandera de
Venezuela y un balón de fútbol – su deporte favorito -, el mafioso recibía de
sus mesnadas, expuesto llamativamente sobre la urna, el símbolo de su actividad
en vida: una metralleta de alto calibre. Hay pruebas fotográficas.
Para comprender la imbricación de
estos grupos hamponiles con la dictadura castrochavista que hoy representa el
Sr. Nicolás Maduro, pero que comenzó a gestarse nada más asaltar el poder Hugo Chávez, hay que remontarse a un
encuentro entre el recién coronado teniente coronel y Fidel Castro, que tuviera
lugar en el Palacio de la Revolución, en La Habana, en presencia del por
entonces gobernador de un Estado venezolano, hoy retirado de la política, quien
me refiriese su contenido y cuya identidad me reservo por razones obvias.
Perfectamente en claro que uno de los problemas más acuciosos que debería
asumir al frente del recién conquistado gobierno venezolano sería el de la
inseguridad – la cifra de víctimas fatales de la actividad hamponil durante el
último año del gobierno de Rafael Caldera que le precediera, había ascendido en
toda Venezuela a más de cinco mil homicidios y la situación carcelaria ya era
explosiva, con muertos y heridos por riñas con armas blancas, cuchillos
artesanales y chuzos fabricados con pedazos de soportes de somieres, tenedores,
cucharas y otros elementos a mano, Fidel
Castro, luego de meditar durante unos instantes para encontrar las palabras
justas le respondió: “por ahora nada. Pero considera que eventualmente podrían
convertirse en tus aliados en la lucha por el Poder”.
Las evolución de las cifras y la
práctica industrialización del crimen dan cuenta del servicial papel cumplido
por el hampa subordinada a las directrices del gobierno. En estos 14 años, sólo
en la ciudad capital, Caracas, mueren más víctimas del hampa al año que
entonces en toda Venezuela. Y a nivel nacional la cifra se ha quintuplicado. La
población penitenciaria ha construido dentro de los establecimientos
carcelarios verdaderos guetos controlados y administrados por los más feroces
de los hampones, los llamados Pranes, armados con el más sofisticado de los
armamentos – pistolas de alto calibre, fusiles ametralladoras, ametralladoras
punto 50, granadas e incluso bazucas. Y en esos antros, con casinos, salas de
juego, discotecas, incluso piscinas, se celebran orgías con presencia de
prostitutas de postín, algunas de las cuales vedettes, cabaretistas y actrices
de telenovelas. Quienes entran y salen de las prisiones como Pedro por su casa.
La complicidad de los guardias nacionales encargados es obvia, el negocio
sumamente lucrativo. Muchos de los más lucrativos negocios del crimen –
asesinatos por encargo, asaltos, robos y secuestros son organizados desde
dichos centros administrativos del crimen. Y la mortandad entre los
presidiarios ha roto todos los récords.
Con el pretexto de enfrentar la
criminalidad carcelaria el gobierno de Hugo Chávez elevó la máxima
administración de los centros penitenciarios al rango de ministerio y encargó
de dichas tareas a una de las más polémicas, controvertidas, extremas,
radicales e implacables de sus seguidoras, Iris Varela. A la que se le atribuye
incluso un tórrido romance con uno de los Pranes en cuestión. Y quien aparece
celebrando un cónclave en uno de los pasillos de una de las más cavernarias de
esta prisiones con un grupo de prisioneros, entre los cuales se hallaban dos de
los delincuentes que poco tiempo después, a comienzos de enero, asaltaran a
medianoche en una carretera que une Puerto Cabello a Valencia, en el Occidente
del país, en gavilla, a mansalva, con premeditación, en despoblado y con
alevosía a una querida Miss Venezuela y actriz de telenovelas, Mónica Spear y a
su esposo, un ciudadano británico, todo ello en presencia de la hija de cuatro
años de la pareja, en uno de los crímenes más horrendos de los últimos tiempos,
conmoviendo hasta la esencia a la ciudadanía. Pues está comprobado que la élite
de asesinos encarcelados utilizan las prisiones como sitios de planificación y
hospedaje, pudiendo salir y entrar a discreción. La ministra es “pana”, amiga
de los criminales. Y la lealtad al régimen y la disposición a efectuar trabajos
sucios para el gobierno garantiza total libertad de acción.
Tales grupos hamponiles se
confunden con las bandas delictivas adscritas al régimen en calidad de “”colectivos
de acción popular”, los que además de ser cooptados por el gobierno reciben
dinero, motocicletas y armamento de alta eficacia para realizar en los barrios
más conflictivos las tareas de amedrentamiento de la población, imponer un
virtual toque de queda generalizado a lo largo y ancho de todas las ciudades
del país y servir de grupos paramilitares de acción rápida y violenta cuando
una circunstancia específica lo amerita. Una revisión somera de los resultados
electorales en todas las cárceles del país demuestra que el chavismo es mayoría
incuestionable, si no unánime, en todas ellas. Lo que se traduce en la
inmediata disposición de verdaderos equipos de violencia sistemática al
militante servicio de las autoridades policiales y parapoliciales del gobierno.
Como el que emergió del estacionamiento de la fiscalía el 12 de febrero para
enfrentar a una marcha pacífica, desarmada que después de haber cumplido su
propósito y cuando ya se retiraba, precisamente, de la fiscalía adonde fuera a
reclamar por la insólita inseguridad reinante, fue asaltada a tiros, con los
fatales resultados de todos conocidos.
Los testimonios gráficos son
abrumadores. Demuestran, con el impacto de las imágenes, que el gobierno de
Nicolás Maduro se mantiene en pie gracias al sistemático y sistémico uso de la
violencia paramilitar, en el más puro estilo fascista. Que sus guardias de
asalto están constituidas por miles de hampones travestidos de “revolucionarios
bolivarianos”. Que las fuerzas armadas pueden dar un paso al lado para permitir
que esas fuerzas paramilitares, coordinadas con las policías represoras
intimiden, agredan, asalten y ejerciten la violencia callejera más aterradora.
En estos últimos días las hemos visto en acción con el uso de sofisticados medios
de represión: lanzagranadas, bombas lacrimógenas, carros lanza agua, escopetas.
Hiriendo a jóvenes, mujeres y ancianos. Desde sus motos de alta cilindrada, los
paramilitares acorralan y reprimen a los jóvenes. Desde sus sofisticadas y
recién importadas tanquetas blindadas protagonizan las dantescas escenas de
persecución que una aterradora multitud de inermes demócratas ha sufrido sin
piedad ni descanso.
Hampones paramilitares, policías
antidisturbios y soldadesca de la Guardia Nacional son los medios canallescos a
los que recurre una dictadura gobernada por un personaje ilegítimo, carente de
respaldo popular, sumido en la más grave crisis económica, social y política
vivida por el chavismo desde su asalto al Poder hace 14 años y que comienza a
ser acosada crecientemente por una ciudadanía que ha dicho basta. Vivimos los
días de la ira. El desenlace, que podría ser sangriento, se aproxima.
@sangarccs
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