Ese nombre tan rimbombante de “pluripolar”
era el mejor disfraz para ocultar la verdadera intensión de Chávez con respecto
al mundo, que no era otra que la imposición del “otro imperio”, el de los
suyos, el de los que pensaban como él, de los que creían que el mundo
industrial-capitalista había fracasado y que ahora le tocaba el turno a los
países del hambre, a las ex-colonias, al tercer mundo, a los socialistas
integrados como bloque, a los gobiernos del fundamentalismo islámico, a los
hombres fuertes del autoritarismo mesiánico.
¿Y cuál era su pensamiento? Era sencillo:
llegó la hora de la justicia planetaria, de invertir los papeles y entregarle
el testigo del nuevo orden mundial a una especie de politburó, a la usanza del
modelo estalinista en la Rusia comunista; su fantasía de un orden rojo mundial
admitía la fórmula maoísta, la de las dictaduras de la Europa del Este antes de
la caída del muro de Berlín, el comunismo agrario de Polt Pot, de los
zapatistas, de los Sin Tierra, , la de los regímenes autoritarios de África,
como el de Idi Amín o el del hermano Gadafi, y por supuesto el castro
comunismo, que lo alimentaba ideológicamente.
Chávez carecía de imaginación política, aunque
audaz y frontal con sus posiciones, toda ella era una colcha de retazos de
muchos pensamientos amalgamados en la licuadora de su cabeza, y reflejaba un
profundo resentimiento en contra del orden mundial que regía los destinos del
mundo.
El resorte que movía sus discursos y acciones
era la filosofía de la liberación, la del oprimido que tenía la oportunidad de
insultar y enredarle la vida a su enemigo. Era la filosofía del esclavo
Espartaco en contra del imperio romano. Toda su argumentación, su dignidad,
justificación ética, sentido de justicia provenían de un centro, él era un
oprimido, “un pata en el suelo” y billones como él, que son mayoría en el
mundo, sabían que les había llegado la hora de su venganza, porque en el fondo,
lo que lo movía era el odio, no el amor que proclamaba a los cuatro vientos.
Y con esa actitud no había muchas opciones,
“o estás conmigo o en mi contra”. Su
política exterior se resumía a un simple listado de países amigos o enemigos,
de socios y aliados, si podía sonsacarlos y llevárselos a su lado, bien, si no,
que se atuvieran a las consecuencias.
Bajo ese patrón diseñó una política de
estado, de oportunidades y amenazas, de fortalezas y debilidades, que
respondían a su interés de ser reconocido como líder de ese otro orden mundial,
aunque eso significara – ahora estamos viviendo las consecuencias – que el país
y sus prioridades quedaran en el olvido. Su estrategia de acaparar el foco de
atención de la opinión pública resultó, trató de acostumbrar a sus relacionados
a la “política de micrófonos”, Chávez resolvía todo ante las cámaras de
televisión - de esa manera se ahorraba, evadía, el tener que contar con un
cuerpo diplomático de carrera y profesional - sus asuntos los arreglaba en sus
maratónicos viajes alrededor del mundo, de manera personal, mirándose a los
ojos con el otro, como tanto le gustaba.
Aprovechó de hacer rodar rumores, información
falsa, infundios y fantasías sobre su persona, entre ellos el emparentarse con
los héroes de las guerras federales, hizo de su intento de golpe de estado un
acto de justicia social, se presentó como el responsable del aumento del
petróleo en el mundo al inicio de su mandato, dijo que cuando le dieron el
golpe de estado, el “pueblo” fue a rescatarlo y restituirlo en la presidencia,
presumió de que nunca perdía una elección, se autoproclamó sucesor de Fidel… en
fin, que gracias a su esfuerzo Venezuela podía lucir los mejores índices de
calidad de vida y progreso ante el mundo.
Esa intensa campaña de RRPP le valió que
muchas puertas se le abrieran, su figura de rebelde y pendenciero gustaba en
muchos lugares, donde la gente, aburrida por jefes de estado convencionales,
saboreaba las declaraciones disonantes de este personaje exótico.
Esa forma de manejar los asuntos externos del
país también le permitió que unos hombres grises e incapaces, que sólo
obedecían órdenes, tuvieran el rango de cancilleres de la república. Sin una
Cancillería preparada y atenta al desarrollo de una agenda nacional, siguiendo
la pista de eventos y compromisos que venían de muy atrás en el tiempo, se
descuidó políticas que concernían a las fronteras, al comercio exterior, a
tratados internacionales que iban en curso de colisión con las políticas del
líder, se desatendió juicios y demandas donde la nación tenía mucho que perder.
El mundo era su ostra, Venezuela le quedaba
pequeña, es por ello que hizo suyo el lema que lanzó el comunista Ignacio
Ramonet, en su pasquín Le monde Diplomatic, “Salvar el Planeta”, esa era su
gran misión.
Si, por un lado, la figura del presidente
Chávez era un éxito mediático en el mundo, en términos de la Real Politic era
un fracaso, el país se hizo más vulnerable, reaccionando a las situaciones,
aislándose progresivamente de la comunidad internacional, sin instituciones,
sin un marco legal confiable, convirtiéndose en un socio poco confiable e
impredecible.
Pero era una política exterior sumamente
costosa, Chávez creía tener en su puño a una serie de países - que eran votos a
su favor en los organismos internacionales - como clientes, países vasallos que
por petróleo y dólares saltaban, daban vueltas o se hacían los muertos. De esa manera, por 13 años de mandato,
desangró y arruinó al país, pues no sólo eran ayudas costosas para
infraestructuras, sino créditos y compra de deuda y bonos de países amigos que
terminaban en cuantiosas pérdidas para el tesoro nacional.
El gran premio para los gobiernos que
siguieran su línea eran los grandes pedidos de productos para exportar a
Venezuela, compitiendo deslealmente con los productores nacionales y trancando
las posibilidades de desarrollo interno del país. Sacrificó, incluso, la
independencia alimentaria de su propio pueblo para dar inicio a una peligrosa
economía de puertos; nos hizo, como nunca, dependientes de la renta petrolera,
entregando nuestra soberanía a otros países.
No sólo cambió de manera drástica nuestra
exitosa estructura de mercado petrolero, sino que sacó a la república de la
participación de importantes pactos y foros regionales y mundiales, y nos
impuso otros acuerdos donde se sentía más cómodo. ¿Quién no recuerda las
“cumbres paralelas”, cercanas a las reuniones de mandatarios, que su entorno le
preparaba y los “foros alternativos” que se corrían paralelamente a las
actividades institucionales de los gobiernos? Llenaba estadios con “los pueblos
sin voz” para, en interminables discursos, torpedear y descalificar los
esfuerzos de los países de occidente. Cómo le gustaba retar a las potencias
capitalistas y sus estrategias militares, rompiendo cercos y zonas de seguridad
para reunirse con los enemigos del imperio, que era la red mundial de déspotas
que imaginaba, serían los herederos del nuevo mundo.
Separar el culto a su persona de los
intereses del país fue un labor harto difícil, le gustaba rodearse de
escritores, artistas - una parte de Hollywood se rindió a sus pies, -
indudablemente se trataba de una “star” del jet set internacional, pero, en
realidad, ¿Representaba los intereses de nuestro país? Hasta su muerte fue
convertida en un evento del mass media, rodeada de secretos, trucos,
desinformación… el combustible de la vida se le acabó sin lograr lo que se
proponía.
Su legado fue una Latinoamérica confundida,
más dividida que nunca, con organismos multilaterales debilitados, con nuevas
organizaciones que responden a oscuros designios, que en vez de ayudar a la
convivencia regional se dedican a crear conflictos, despertó un populismo
clientelar y agresivo, volvió a poner la palabra revolución en la boca de mucha
gente que necesita paz y trabajo, revolvió el militarismo y lo puso a competir
con la sociedad civil.
Y mientras Venezuela cae en barrena, en medio
de una espantosa crisis económica y social, el orden mundial parece haber
cambiado muy poco. Chávez montó su acto sobre nuestras cabezas y lo que dejó,
sobre nosotros, ni huele ni se siente bien. –
saulgodoy@gmail.com
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