Maneras de distraer es
lo que buscan en esta campaña electoral en la que Chávez se ausenta por
momentos a causa de su enfermedad. Hacer campaña electoral desde lejos y con
terceros para tratar de mantener la buena imagen del presidente parece ser la
última tarea de la gerencia en este gobierno.
Nuestra capacidad de
sorpresa debería estar agotada después de haber visto tantas cosas insólitas en
estos tres últimos lustros. Pero no, ella renace con cada pirueta de la
revolución bolivariana, al paso de los inacabables monstruos de su sinrazón.
Vamos a ver una
campaña presidencial diferente a cualquiera que hayamos visto, la presente de
Chávez. Creemos que en mucho se debe a que está enfermo hasta nuevo aviso, él
mismo lo reconoce, pero su enfermedad es muy peculiar como todo lo suyo. Un día
de estos, ha dicho, lo podremos ver jugando una partida de beisbol, pichando
los nueve innings seguramente.
De manera que lo que
podría explicar bastante, en realidad no explica casi nada, a lo mejor unas
siesticas un poco más largas que las habituales. Si permanece mucho tiempo en
Palacio es porque está muy ocupado con sus tareas de estadista y sobre todo
porque su fortuna electoral es de tales dimensiones y fortaleza que no tiene
que andar dejando el aliento y el alma, de casa en casa, de plaza en plaza,
como su insignificante rival. Cuestión de estilo, de tronío, pues.
Además le basta estar
en efigie en todos los postes del país, en no pocos muñecos que lo parodian y
cuando le venga en gana en la pantalla chica, incluidas las asfixiantes
cadenas. Para qué sudar con este sol que quema blancos y tuesta negros o
mojarse con las impertinentes lluvias que trae el cambio climático.
De manera que cuando
se digna asomarse al mundo es a lugares donde el poder está bien concentrado,
para no perder pólvora en aves de poca monta. Y ya sabemos dónde está éste, en
última instancia: en la punta del fusil, y preferentemente que sea un Kalashnikov.
No es de extrañar pues
que la mayoría de sus dosificadas salidas hayan sido a desfiles, graduaciones,
ascensos, nombramientos y otros rituales de los portadores de esos aparatos
letales.
En estas visitas,
encadenadas por supuesto, se trata de los defensores de la patria, suceden
cosas que ya van siendo cotidianas pero que miradas con más cuidado son
realmente imprevistas, sobre todo no previstas en la Constitución y las leyes
vigentes. No sólo el Magistrado repite todos los lugares comunes y muy cursis
del autoelogio castrense sino que les agrega algunos electrizantes de su propia
cosecha.
Lo más imprevisto es
que algún generalazo se levante en el auto sacramental verde oliva y diga que
la fuerza armada es socialista, revolucionaria, chavista, vivirá y vencerá,
patria o muerte (antes), o cualquiera de las otras letanías.
Así se logra un doble
efecto, que los muchachos se sientan glorificados y amados y no caigan en malos
pensamientos, nunca se sabe. Pero sobre todo que el votante desarmado y sin
charreteras sienta temores por lo que estos irreductibles patriotas pudiesen
hacer si alguna "victoria de mierda" ocurriese el famoso 7.
Valga decir que
ganaran los apátridas, lacayunos instrumentos endógenos del enemigo de todos,
el Imperio, omnipresente, insondable y terrible. Entregaríamos la soberanía,
burlaríamos la Independencia, volveríamos a matar a Bolívar, traicionaríamos la
tierra que nos vio nacer. Terrible circunstancia.
Mientras llega el
beisbol el Presidente juega ludo. Capriles continúa su huracanado peregrinaje.
Y los que lo seguimos, los obstinados de esta pesadilla y que queremos
despertarnos en una mañana clara, aprendemos a ser muy empeñosos y a estar muy
mosca.
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