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lunes, 10 de noviembre de 2014

BYUNG-CHUL HAN, ¿POR QUÉ HOY NO ES POSIBLE LA REVOLUCIÓN?

BYUNG-CHUL HAN,
Para descifrar la alta estabilidad del sistema de dominación liberal hay que entender cómo funcionan los actuales mecanismos de poder. El comunismo como mercancía es el fin de la revolución


Cuando hace un año debatí con Antonio Negri en el Berliner Schaubühne, tuvo lugar un enfrentamiento entre dos críticas del capitalismo. Negri estaba entusiasmado con la idea de la resistencia global al empire, al sistema de dominación neoliberal. Se presentó como revolucionario comunista y se denominaba a sí mismo profesor escéptico. Con énfasis conjuraba a la multitud, la masa interconectada de protesta y revolución, a la que confiaba la tarea de derrocar al empire.La posición del comunista revolucionario me pareció muy ingenua y alejada de la realidad. Por ello intenté explicarle a Negri por qué las revoluciones ya no son posibles.

¿Por qué el régimen de dominación neoliberal es tan estable? ¿Por qué hay tan poca resistencia? ¿Por qué toda resistencia se desvanece tan rápido? ¿Por qué ya no es posible la revolución a pesar del creciente abismo entre ricos y pobres? Para explicar esto es necesario una comprensión adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación.

Quien pretenda establecer un sistema de dominación debe eliminar resistencias. Esto es cierto también para el sistema de dominación neoliberal. La instauración de un nuevo sistema requiere un poder que se impone con frecuencia a través de la violencia. Pero este poder no es idéntico al que estabiliza el sistema por dentro. Es sabido que Margaret Thatcher trataba a los sindicatos como “el enemigo interior” y les combatía de forma agresiva. La intervención violenta para imponer la agenda neoliberal no tiene nada que ver con el poder estabilizador del sistema.

El poder estabilizador de la sociedad disciplinaria e industrial era represivo. Los propietarios de las fábricas explotaban de forma brutal a los trabajadores industriales, lo que daba lugar a protestas y resistencias. En ese sistema represivo son visibles tanto la opresión como los opresores. Hay un oponente concreto, un enemigo visible frente al que tiene sentido la resistencia.

El carácter estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor; es decir, cautivador

El sistema de dominación neoliberal está estructurado de una forma totalmente distinta. El poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.

Es ineficiente el poder disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta con sus preceptos y prohibiciones. Es esencialmente más eficiente la técnica de poder que se preocupa de que los hombres por sí mismos se sometan al entramado de dominación. Su particular eficiencia reside en que no funciona a través de la prohibición y la sustracción, sino a través del deleite y la realización. En lugar de generar hombres obedientes, pretende hacerlos dependientes. Esta lógica de la eficiencia es válida también para la vigilancia. En los años ochenta, se protestó de forma muy enérgica contra el censo demográfico. Incluso los estudiantes salieron a la calle. Desde la perspectiva actual, los datos necesarios como oficio, diploma escolar o distancia del puesto de trabajo suenan ridículos. Era una época en la que se creía tener enfrente al Estado como instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos en contra de su voluntad. Hace tiempo que esta época quedó atrás. Hoy nos desnudamos de forma voluntaria. Es precisamente este sentimiento de libertad el que hace imposible cualquier protesta. La libre iluminación y el libre desnudamiento propios siguen la misma lógica de la eficiencia que la libre autoexplotación. ¿Contra qué protestar? ¿Contra uno mismo?

Es importante distinguir entre el poder que impone y el que estabiliza. El poder estabilizador adquiere hoy una forma amable, smart, y así se hace invisible e inatacable. El sujeto sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento. Se cree libre. Esta técnica de dominación neutraliza la resistencia de una forma muy efectiva. La dominación que somete y ataca la libertad no es estable. Por ello el régimen neoliberal es tan estable, se inmuniza contra toda resistencia porque hace uso de la libertad, en lugar de someterla. La opresión de la libertad genera de inmediato resistencia. En cambio, no sucede así con la explotación con la libertad. Después de la crisis asiática, Corea del Sur estaba paralizada. Entonces llegó el FMI y concedió crédito a los coreanos. Para ello, el Gobierno tuvo que imponer la agenda liberal con violencia contra las protestas. Hoy apenas hay resistencia en Corea del Sur. Al contrario, predomina un gran conformismo y consenso con depresiones y síndrome de Burnout. Hoy Corea del Sur tiene la tasa de suicidio más alta del mundo. Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar de querer cambiar la sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como resultado una revolución cede ante la autoagresión.

Cada uno es amo y esclavo. La lucha de clases se convierte en una lucha interna, consigo mismo

Hoy no hay ninguna multitud cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y revolucionaria global. Por el contrario, la soledad del autoempleado aislado, separado, constituye el modo de producción presente. Antes, los empresarios competían entre sí. Sin embargo, dentro de la empresa era posible una solidaridad. Hoy compiten todos contra todos, también dentro de la empresa. La competencia total conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados.

No es posible explicar el neoliberalismo de un modo marxista. En el neoliberalismo no tiene lugar ni siquiera la “enajenación” respecto del trabajo. Hoy nos volcamos con euforia en el trabajo hasta el síndrome de Burnout [fatiga crónica, ineficacia]. El primer nivel del síndrome es la euforia. Síndrome de Burnout y revolución se excluyen mutuamente. Así, es un error pensar que la multitud derroca al empire parasitario e instaura la sociedad comunista.

¿Y qué pasa hoy con el comunismo? Constantemente se evocan el sharing (compartir) y la comunidad. La economía del sharing ha de suceder a la economía de la propiedad y la posesión. Sharing is caring, [compartir es cuidar], dice la máxima de la empresa Circler en la nueva novela de Dave Eggers, The Circle. Los adoquines que conforman el camino hacia la central de la empresa Circler contienen máximas como “buscad la comunidad” o “involucraos”. Cuidar es matar, debería decir la máxima de Circler. Es un error pensar que la economía del compartir, como afirma Jeremy Rifkin en su libro más reciente La sociedad del coste marginal nulo, anuncia el fin del capitalismo, una sociedad global, con orientación comunitaria, en la que compartir tiene más valor que poseer. Todo lo contrario: la economía del compartir conduce en última instancia a la comercialización total de la vida.

El cambio, celebrado por Rifkin, que va de la posesión al “acceso” no nos libera del capitalismo. Quien no posee dinero, tampoco tiene acceso al sharing. También en la época del acceso seguimos viviendo en el Bannoptikum, un dispositivo de exclusión, en el que los que no tienen dinero quedan excluidos. Airbnb, el mercado comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la hospitalidad. La ideología de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización total de la comunidad. Ya no es posible la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración también se comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir” nadie da nada voluntariamente. El capitalismo llega a su plenitud en el momento en que el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto es el fin de la revolución.

Byung-Chun Han es filósofo.

Traducción de Alfredo Bergés.
http://elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771_691913.html

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jueves, 6 de noviembre de 2014

PAULINA GAMUS UN PAÍS PARA ENTENDER, NUNCA SUPIMOS CUÁNTO QUERÍAMOS A NUESTRO PAÍS HASTA QUE LA CATÁSTROFE DEL CHAVISMO

PAULINA GAMUS 
Hace muchos años el ministerio de Turismo de Venezuela utilizaba el eslogan o lema Un país para querer. El mensaje estaba dirigido a los extranjeros porque si de los venezolanos se trataba, nunca supimos entonces cuánto queríamos a nuestro país hasta que nos ocurrió la catástrofe del chavismo. Aquellos que, venidos de otros lares, nos visitaban, quedaban encantados por muchas razones: el clima, las playas, las bellezas naturales, los excelentes restaurantes y, sobre todo, la simpatía y calidez de la gente.

Un país que fue de los primeros exportadores de petróleo ahora importa gasolina.

Hoy no somos un país para querer sino para entender y no solo para que nos entiendan los extranjeros, sino para entenderlo nosotros mismos. Cada día suceden tantas cosas que impiden el aburrimiento y nos mantienen en ascuas a la espera de lo que vendrá, que indefectiblemente es algo peor.

Imposible incluir en esta nota, por razones de espacio y de paciencia de los lectores, todo lo que nos viene a la mente para contar. Elegiré algunos sucederes que jamás creería quien no esté padeciendo en carne propia la revolución bolivariana, mezclada en una licuadora diabólica con el socialismo del siglo XXI:

Champú. Caracas es una ciudad construida sobre riachuelos y quebradas y el país entero tiene agua a montones, menos en la mayoría de los grifos. Quizá por esa razón, heredada según se dice de los ancestros aborígenes, el venezolano de cualquier clase social —hasta el que vive hacinado en el rancho más primitivo— se las ingenia para bañarse a diario y nunca despedir olores desagradables como ocurre en otras latitudes. Como ejemplo cito que hace años, en una pensión de Paris, mi hermano debía pagar dos francos cada vez que utilizaba la ducha. Como era verano y se bañaba hasta tres veces al día, la dueña le preguntó si estaba enfermo. Aquello se transformó en un evento que convocaba asamblea de camareras con el murmullo: ¡el venezolano se va a bañar!

En Venezuela, las policías abundan casi tanto como los delincuentes
Así fue hasta que por efectos de la revolución que ha creado un viceministerio de la Suprema Felicidad Social y, más recientemente, los Círculos del Buen Vivir, el país sufre carencia de casi todo lo que permita la higiene personal. Ante la desesperante escasez de champú, un ministro que no es cualquiera sino el del Hábitat y Ecosocialismo, ha proclamado: "Pues si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos". Basta con dejar volar apenas un poco la imaginación para suponer que la misma recomendación se extiende a otras carencias como la de papel higiénico.

Niñeras. Son un lujo que solo pueden permitirse quienes pertenecen a esa categoría socio-económica que es la burguesía, detestada y anatematizada cada día por los socialistas revolucionarios que llevan tres lustros desplumando a Venezuela. Pero niñeras que viajen en aviones privados y cuelguen en su muro de Facebook fotos de sus visitas a Paris, los Alpes suizos, las pirámides mexicanas y otras maravillas del globo terráqueo, solo las de Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega o las de la familia Mendoza de las Empresas Polar de Venezuela, tan hostigada y acosada por el chavismo. ¿Puede entenderse que el funcionario más marxista leninista del régimen, desde que encapuchado quemaba autobuses hasta ahora que es ministro nada menos que de las Comunas —es decir ¡comunismo!— tenga a una niñera que viaja por el mundo con la familia ministerial, incluida la suegra, en aviones oficiales y además con armas de fuego en su equipaje?

El socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia
Fascismo. Busco en Wikipedia la definición que me parece más ligera: “El fascismo se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo y que está en manos de un partido único. El Estado fascista ejerce su autoridad a través de la violencia, la represión y la propaganda, incluyendo la manipulación del sistema educativo”. Caramba, ni que los señores de Wikipedia estuviesen instalados en Venezuela presenciando los desafueros del régimen chavomadurista. Un día cualquiera mi automóvil se detiene en un semáforo justo detrás de un autobús absolutamente pintado de rojo y con el siguiente letrero en el vidrio trasero: "Destruido por el fascismo y recuperado por la revolución”. El letrero no cumpliría su cometido si no tuviese a la derecha una imagen de Bolívar y a la izquierda la del difunto Hugo Chávez. ¿Conoce alguien otro país en el cual el fascismo se dedique a destruir autobuses en vez de hacer lo suyo que es destruir a la gente?

Gasolina. Desde el llamado Caracazo, aquellas 48 horas de muerte y destrucción en febrero de 1989 que el chavismo celebra como una efemérides, ningún Gobierno se ha atrevido a subir el precio de la gasolina. Mientras la inflación ya va por los tres dígitos y cada vez se hace más difícil alimentar a la familia o adquirir medicinas, el valor de un tanque de gasolina en Europa es lo que gasta un vehículo venezolano en cuatro años. Y para mantenerla en esos niveles de precio, un país que fue de los primeros exportadores de petróleo en el mundo ahora la importa.

Policías. En cualquier país medianamente normal, las policías sirven para guardar el orden público y dar seguridad a la población. En Venezuela, uno de los países con mayor índice de violencia criminal en el mundo, ciertos grupos paramilitares llamados Colectivos y creados para defender la revolución, logran defenestrar al ministro del ramo y descabezar a la principal policía de investigación del país.

Las policías abundan casi tanto como los delincuentes, para lo cual el Gobierno acaba de crear la Misión Guardianes de la Policía de la Patria. Suponemos que son unos policías cuidando a otros.

Un médico con especialización gana 8.000 bolívares, es decir 80 dólares o 70 euros por mes.

Cárceles. En casi 16 años el chavismo no construyó una cárcel y el hacinamiento en las que existen provoca, cada dos por tres, masacres que horrorizan a la nación. Pero hoy surge una gran esperanza para los presos: la muy sui géneris ministra del área ha prometido la libertad a quienes aprendan cuatro idiomas. Suponemos, dado el nivel educativo de la población penal, que el español será uno de ellos.

Salarios. Durante su ejercicio como primer ministro, Itzhak Rabin, militar y héroe de guerra en un país siempre en alerta bélica, redujo dramáticamente el presupuesto militar para aumentar el de educación. En un país como Venezuela, donde los militares no arriesgan un pelo desde los años 60, cuando enfrentaron con valor y derrotaron a la guerrilla castro-comunista, se les acaba de incrementar el salario en un 45%, además de los regalos de vivienda, automóviles y otras prebendas. Mientras tanto un médico con especialización gana 8.000 bolívares que, para que se entienda, son 80 dólares o unos 70 euros por mes. Sumamos los presupuestos miserables de las universidades, los salarios humillantes de maestros y profesores y entendemos al menos algo: el socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus

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EMILIO NOUEL V., LAS IDEOLOGÍAS, LOS POLITICOS Y EL HEMISFERIO AMERICANO

 “El poder de la ideas, y especialmente de las ideas morales y religiosas, es al menos tan importante como el de los recursos físicos” Karl Popper                                                                                     

EMILIO NOUEL V.
La fuerza e influjo de las ideologías y creencias sobre quienes impulsan el curso de los acontecimientos políticos-sociales y generan los cambios económicos, es una verdad incontestable en todo tiempo y lugar; es casi una perogrullada repetirlo, no hacen falta mayores demostraciones empíricas.

En su afán de imaginar utopías, diseñar modelos de sociedades, edificar estructuras políticas o justificar intereses individuales o de grupo, el hombre, armado de diversas visiones sobre los acontecimientos de la vida, ha perseguido con pasión sus objetivos de preservación o de transformación  de la realidad a lo largo de la historia.
Sabemos que incluso Platón no fue un filósofo alejado de la política de su tiempo; no pudo escapar a la tentación de llevar a la práctica sus ideas. Recuérdese sus tres viajes a Siracusa con el propósito de convertirse en consejero de reyes que pudieran concretar sus formulaciones políticas.
No hay duda de que las ideologías y creencias constituyen el acervo intelectual del que los hombres se han nutrido o inspirado con miras a sus ejecutorias públicas o privadas. 
El hemisferio americano, desde una perspectiva histórica, ha sido vasto espacio para la promoción y concreción de ideas provenientes del mundo occidental al que pertenece, pero también es vivero primigenio de algunas propias que pusieron en obra los que construyeron durante siglos nuestro continente. Octavio Paz decía que “La utopía americana es una mezcla de tres sueños: el del asceta, el del comerciante y el del explorador. Tres individualidades”.
Por su parte, el profesor argentino Carlos Altamirano ha señalado en un importante estudio colectivo sobre los intelectuales de América Latina, que sus elites culturales han sido actores importantes que han operado como articuladores entre los centros culturales metropolitanos europeos y la región.
Así, en el que fue alguna vez llamado “Nuevo mundo”, han confluido durante siglos diversas culturas y tradiciones que han contribuido a la conformación de un nutrido y variopinto grupo humano, cuya “mezcla” nos confiere ciertas peculiaridades, sin que ello nos desligue o diferencie de manera tajante de nuestras raíces múltiples, algunas con improntas mayores que otras, todo dependiendo de la región particular de que se trate.
No obstante, sin desconocer aquellos orígenes heterogéneos, hoy por hoy, pertenecemos a lo que se conoce como civilización occidental, y a sus rasgos fundamentales estamos adscritos.
Las ideas políticas y económicas que se desgranan de ese enorme patrimonio histórico han repercutido en todos los campos del quehacer de nuestro continente, en especial, en relativo a las relaciones hemisféricas.   
Obviamente, tales ideas afloran en entornos históricos muy concretos, bien sean locales o exteriores, impulsadas por fuerzas sociales o individualidades de prestigio.
Nuestro hemisferio ha sido escenario en que las viejas y modernas corrientes políticas han operado, con mayor o menor influencia. Liberales, conservadores, nacionalistas, socialdemócratas, demócrata-cristianos, humanistas, marxistas, fascistas, indigenistas y hasta ideologías híbridas, han probado suerte allí, siendo sus performances harto conocidas.
En el curso que han seguido la interdependencia y la integración económicas en nuestro continente, y en particular, en América Latina, aquellas han tenido, sin duda, un impacto decisivo. En nuestra historia particular, ellas han sufrido un proceso de adaptación con consecuencias felices en unos casos, o infortunadas en otros.
Los actores políticos determinantes o influyentes han asumido posiciones frente al tema, cada uno desde sus particulares perspectivas e intereses.
En la actualidad, a pesar de que algunos llegaron a hablar del fin u ocaso de las ideologías, éstas siguen siendo inspiradoras de muchos líderes políticos, sociales y/o empresariales. De allí que las políticas que éstos formulan, diseñan y/o acometen sean el producto inmediato de aquellas visiones.  
Vislumbrar con claridad el itinerario que seguirá la dinámica integradora económico-comercial y política en el ámbito regional y las negociaciones que van aparejadas a ella, así como la suerte que correrán en lo sucesivo los distintos esquemas de relacionamiento vigentes o propuestos, no resulta una tarea fácil, por la complejidad de los asuntos envueltos, los diversos actores, las variables en liza, el entorno global y los puntos de vista que entran en acción.
En un mundo preñado de incertidumbres, avizorar con claridad lo que nos traerá el futuro, nos exige un esfuerzo de comprensión de los nuevos fenómenos político-económicos-tecnológicos, pero también tener siempre presente la experiencia histórica, los aciertos y fracasos de las ideas puestas en práctica por líderes sociales y gobernantes, para así evitar caer en los mismos errores que tantas oportunidades nos han hecho perder y nos mantienen en rezago relativo respecto de otros países y regiones.

Emilio Nouel V.
@ENouelV
emilio.nouel@gmail.com


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jueves, 10 de julio de 2014

JOSÉ RAFAEL AVENDAÑO TIMAURY, ACUERDO NACIONAL E IDEOLOGÍAS

La praxis política indica que los partidos políticos nacionales y organizaciones políticas internacionales deben estar anudados por lo ideológico como factor fundamental, ya que les imparte personalidad definida a los fines y propósitos establecidos. En ocasiones, las circunstancias puntuales existentes, ya sean de carácter electoral o de otra índole, se flexibilizan y permiten el advenimiento de diversas tendencias ideológicas que la exceden. Existen muchos ejemplos históricos nacionales e internacionales que lo demuestran. En Venezuela se constituyó en 1957 la llamada Junta Patriótica conformada por los partidos existentes para la época: AD, URD, Copei y PCV para enfrentar de manera clandestina a la dictadura. Hace tres años se conformó la MUD como órgano coordinador de partidos opositores al régimen y tuvo una loable intervención unitaria en las contiendas electorales acaecidas con motivo a las elecciones legislativas nacionales y estatales, a la de alcaldes y concejales y a las presidenciales donde, incluso, participó con tarjeta única.

En tiempos de guerra, nacionales e internacionales, se ha producido una agrupación similar: en la Guerra Civil Española participaron del lado republicano fuerzas antagónicas desde el punto de vista ideológico como la de los socialistas, anarquistas y comunistas. En la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aliadas hicieron frente común a la barbarie. Los norteamericanos, ingleses y la Unión Soviética lo hicieron sin que existieran resquemores por la alianza previa establecida entre los comunistas y los nazis en el pacto Ribbentrop-Molotov.

La actualidad venezolana nos presenta un oscuro panorama político existencial que nos divide y que trasciende la simple confrontación ideológica. Del lado oficialista aparecen diversas organizaciones que se definen como socialistas y el PCV. La oposición, por su parte, presenta en la MUD un mayor factor de diferenciación político-ideológico: socialdemócratas, demócratas cristianos, socialistas, marxistas, liberales etc. Inclusive existen más de cuatro partidos que se definen como socialdemócratas, cuatro democratacristianos, varios socialistas y dos o tres marxistas. Esta asombrosa disparidad de criterios debe hacernos reflexionar sobre si la simple identidad ideológica basta para definir y estructurar las organizaciones políticas. Dudo, por ejemplo, que ideológicamente sean afines personajes tan dispares como Diosdado Cabello, Rafael Ramírez, Soto Rojas y otros. También me resulta difícil de digerir un único partido socialdemócrata conformado por la gente de AD, UNT, MAS, ABP, el partido del gobernador Falcón y otros. Imaginemos en la actualidad a Copei con PV, Álvarez Paz, Caldera Pietri y otros. Mención especial merece PJ. El partido no digirió bien la salida de varios dirigentes identificados con la socialdemocracia que ostentaron importantes desempeños. Ahora, nutridos nuevamente con dirigentes provenientes de la socialdemocracia y socialistas a secas proyectan a futuro desavenencias seguras.

No deseo pecar de pesimista ni creer sin solución la realidad que nos aplasta. Cuando tengamos nuevo gobierno, restablecida la normalidad política, social y económica; cuando la sindéresis cubra nuevamente el pensamiento y modo de proceder político, la ideología recobrará su sitial tradicional.

En lo particular yo me siento cada día más identificado con planteamientos de personas que pertenecen a organizaciones políticas e individualidades diferentes porque compartimos aspectos puntuales de las maneras de solucionar la crisis nacional. Pertenecen a la socialdemocracia, socialistas, democratacristianos, marxistas, liberales, conservadores y muchos más del tan amplio espectro ideológico. La razón es única: "Son más importantes las cosas que nos unen que aquellas que no separan".

Hay valores universales que trascienden lo ideológico y hasta lo pragmático. Se puede ser honesto siendo socialista, democratacristiano o liberal u otro que forme parte de diversas ideologías; puede serlo también un cristiano, un musulmán o un agnóstico; también cualquier practicante de una orientación filosófica determinada. De igual manera pueden ser deshonestos militantes de cualquiera de ellos.

Se puede ser pragmático en el exacto concepto del término, pero esa condición no puede ser jamás estirada  y desproporcionada de forma tal que puedan desbordar los límites éticos. Éstos también trascienden los linderos ideológicos porque su parcela tiene un valor universal. Por lógicos y fríos que sean los análisis, cuando se enfrentan con la ética, se desmoronan. Aun cuando esta ética sea a veces un poco romántica.

Los venezolanos deseamos un cambio radical de lo que nos oprime. Sobrepasamos ya los tres tercios de la población del país. Esta circunstancia, concatenada a los demás trastornos, constituye un acicate insoslayable para procurar el cambio deseado.

José Rafael Avendaño Timaury
cheye@cantv.net
@cheyejr

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domingo, 1 de junio de 2014

MARIO VARGAS LLOSA, DECADENCIA DE OCCIDENTE

Tras las elecciones europeas, irrumpen torrencialmente los enemigos populistas del euro y de la UE; mientras tanto, Estados Unidos se está retirando discretamente del liderazgo democrático y liberal

Aunque en apariencia los partidos tradicionales —populares y socialistas— han ganado las elecciones al Parlamento Europeo, la verdad es que ambos han perdido muchos millones de votos y que el hecho central de esta elección es la irrupción torrencial en casi toda Europa de partidos ultraderechistas o ultraizquierdistas, enemigos del euro y de la Unión Europea, a los que quieren destruir, para resucitar las viejas naciones, cerrar las fronteras a la inmigración y proclamar sin rubor su xenofobia, su nacionalismo, su filiación antidemocrática y su racismo. Que haya matices y diferencias entre ellos no disimula la tendencia general de una corriente política que hasta ahora parecía minoritaria y marginal y que, en esta justa electoral, ha demostrado un crecimiento espectacular.

Los casos más emblemáticos son los de Francia y Gran Bretaña. El Front National de Marine Le Pen, que, hasta hace pocos años era un grupúsculo excéntrico, es ahora el primer partido político francés —de no tener un solo diputado europeo tiene ahora 24— y el UKIP, Partido de la Independencia de Reino Unido, luego de derrotar a conservadores y laboristas, se convierte en la formación política más votada y popular de la cuna de la democracia. 

Ambas organizaciones son enemigas declaradas de la construcción europea y quieren enterrarla a la vez que acabar con la moneda común y levantar barreras inexpugnables contra una inmigración a la que hacen responsable del empobrecimiento, el paro y la subida de la delincuencia en toda Europa occidental. La extrema derecha triunfa también en Dinamarca, en Austria los eurófobos del FPÖ alcanzan el 20%, y en Grecia el ultraizquierdista antieuropeo Syriza gana las elecciones y el partido neonazi Amanecer Dorado (10% de los votos) envía tres diputados al Parlamento Europeo. Catástrofes parecidas, aunque en porcentajes algo menores, ocurren en Hungría, Finlandia, Polonia y demás países europeos donde el populismo y el nacionalismo aumentan también su fuerza electoral.

LOS MOVIMIENTOS ANTISISTEMA PUEDEN ENTERRAR, A LA CORTA O A LA LARGA, LA UNIÓN EUROPEA

Algunos comentaristas se consuelan afirmando que estos resultados denotan un voto de rabia, una protesta momentánea, más que una transformación ideológica del viejo continente. Pero como es seguro que la crisis de la que han resultado los altos niveles de desempleo y la caída del nivel de vida tardará todavía algunos años en quedar atrás, todo indica que el vuelco político que muestran estas elecciones en vez de ser pasajero, probablemente durará y acaso se agravará. ¿Con qué consecuencias? La más obvia es que la integración europea, si no se frena del todo, será mucho más lenta de lo previsto, con la casi seguridad de que habrá desenganches entre los países miembros, empezando por el británico, que parece ya casi irreversible. Y, acosada por unos movimientos antisistema cada vez más robustos y operando en su seno como una quinta columna, la Unión Europea estará cada vez más desunida y conmovida por crisis, políticas fallidas y una contestación permanente que, a la corta o a la larga, podrían enterrarla. De este modo, el más ambicioso proyecto democrático internacional se iría a pique y la Europa de las naciones encrespadas regresaría curiosamente a los extremismos y paroxismos de los que resultaron las matanzas vertiginosas de la II Guerra Mundial. Pero, incluso si no se llega al cataclismo de una guerra, su decadencia económica y política seguiría siendo inevitable, a la sombra vigilante del nuevo (y viejo) imperio ruso.

Al mismo tiempo que me enteraba de los resultados de las elecciones europeas yo leía, en el último número de The American Interest, la revista que dirige Francis Fukuyama (May/June 2014), una fascinante encuesta titulada America self-contained? (que podría traducirse como ¿América ensimismada?), en la que una quincena de destacados analistas estadounidenses de distintas tendencias examinan la política exterior del Gobierno del presidente Obama. Las coincidencias saltaban a la vista. No porque en Estados Unidos haya hecho irrupción el populismo nacionalista y fascistón que podría acabar con Europa, sino porque, con métodos muy distintos, el país que hasta ahora había asumido el liderazgo del Occidente democrático y liberal, discretamente iba eximiéndose de semejante responsabilidad para confinarse, sin traumas ni nostalgia, en políticas internas cada vez más desconectadas del mundo exterior y aceptando, en este globalizado planeta de nuestros días, su condición de país destronado y menor.

Sobre las razones de esta “decadencia” los críticos discrepan, pero todos están de acuerdo que esta última se refleja en una política exterior en la que Obama, con el apoyo inequívoco de una mayoría de la opinión pública, se desembaraza de manera sistemática de asumir responsabilidades internacionales: su retiro de Irak, primero, y, ahora, de Afganistán, tras dos fracasos evidentes, pues en ambos países el islamismo más destructor y fanático sigue haciendo de las suyas y llenando las calles de cadáveres. De otro lado, el Gobierno de Estados Unidos se dejó derrotar pacíficamente por Rusia y China cuando amenazó con intervenir en Siria para poner fin al bombardeo con gases venenosos a la población civil por parte del Gobierno de El Asad y no sólo no lo hizo sino toleró sin protestar que aquellas dos potencias siguieran suministrando armamento letal a la corrupta dictadura. Incluso Israel se dio el lujo de humillar al Gobierno norteamericano cuando éste, a través de los empeños del secretario de Estado Kerry, intentó una vez más resucitar las negociaciones con los palestinos, saboteándolas abiertamente.

NUEVAS FORMAS DE AUTORITARISMO, COMO LAS DE RUSIA Y CHINA, HAN SUSTITUIDO A LAS ANTIGUAS

Según la encuesta de The American Interest nada de esto es casual, ni se puede atribuir exclusivamente al Gobierno de Obama. Se trata, más bien, de una tendencia que viene de muy atrás y que, aunque soterrada y discreta por buen tiempo, encontró a raíz de la crisis financiera que golpeó con tanta fuerza al pueblo estadounidense ocasión de crecer y manifestarse a través de un Gobierno que se ha atrevido a materializarla. Aunque la idea de que Estados Unidos se enrosque en solucionar sus propios problemas y, a fin de acelerar su desarrollo económico y devolver a su sociedad los altos niveles de vida que alcanzó en el pasado, renuncie al liderazgo de Occidente y a intervenir en asuntos que no le conciernan directamente ni representen una amenaza inmediata a su seguridad, sea objeto de críticas entre la élite y la oposición republicana, ella tiene un apoyo popular muy grande, la de los hombres y mujeres comunes y corrientes, convencidos de que Estados Unidos debe dejar de sacrificarse por los “otros”, enfrascándose en costosísimas guerras donde dilapida sus recursos y sacrifica a sus jóvenes, en tanto que escasea el trabajo y la vida se vuelve cada vez más dura para el ciudadano común. Uno de los ensayos de la encuesta muestra cómo cada uno de los importantes recortes en gastos militares que ha hecho Obama han merecido el respaldo aplastante de la ciudadanía.

¿Qué conclusiones sacar de todo esto? La primera es que el mundo ha cambiado ya mucho más de lo que creíamos y que la decadencia de Occidente, tantas veces pronosticada en la historia por intelectuales sibilinos y amantes de las catástrofes, ha pasado por fin a ser una realidad de nuestros días. ¿Decadencia en qué sentido? Ante todo, en el papel director, de avanzada, que tuvieron Europa y Estados Unidos en el pasado mediato e inmediato, para muchas cosas buenas y algunas malas. La dinámica de la historia ya no sólo nace allí sino, también, en otras regiones y países que, poco a poco, van imponiendo sus modelos, usos, métodos, al resto del mundo. Esta descentralización de la hegemonía política no estaría mal si, como creía Francis Fukuyama luego de la caída del muro de Berlín, la democracia liberal se expandiera por todo el planeta erradicando la tradición autoritaria para siempre. Por desgracia no ha sido así sino, más bién, al revés. Nuevas formas de autoritarismo, como los representados por la Rusia y China de nuestros días, han sustituido a las antiguas, y es más bien la democracia la que empieza a retroceder y a encogerse por doquier, debilitada por los caballos de Troya que han comenzado a infiltrarse en las que creíamos ciudadelas de la libertad.

http://elpais.com/elpais/2014/05/28/opinion/1401289239_864652.html
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miércoles, 26 de junio de 2013

HECTOR E. SCHAMIS, SER LIBERAL, SER PROGRESISTA

Para algunas expresiones de la nueva izquierda latinoamericana, más o menos “populistas”, la agenda redistributiva y progresista debe avanzara expensas del liberalismo. 

En esta versión, el liberalismo no es más que una ideología a desenmascarar, el credo de la derecha, los poderosos y el capitalismo internacional. El debate en la región se basa entonces en un razonamiento falaz, que reduce y por ende distorsiona el fenómeno en cuestión. Si esto transcurriera sólo en los claustros, no importaría demasiado. Lo grave es que con esta falacia estos gobiernos hacen política, deteriorando las instituciones republicanas y la legalidad democrática. Ironía suprema, de este modo también afectan los derechos de las mismas clases populares que dicen representar.

Es muy cierto que el liberalismo enuncia postulados teóricos (o ideológicos, si se prefiere) que dan sustento al libre mercado, la iniciativa individual y la propiedad privada—el esqueleto del sistema capitalista. Pero una lectura parcial y sesgada omite que el liberalismo además es la matriz del constitucionalismo, el principio que establece la separación de poderes y los mecanismos que lo regulan y reproducen. La singularidad del estado liberal reside en la idea que las personas tienen derechos fundamentales, y esos derechos están protegidos sólo si el uso del poder público está restringido a priori, o sea, dividido y limitado por normas relativamente estables.

La creación de un orden social basado en la igualdad formal—derechos y garantías—junto con la desigualdad material—propiedad privada—fue objeto frecuente de controversias intelectuales y disputas políticas. Para algunas vertientes de pensamiento, esta era una fórmula intrínsecamente contradictoria y, como tal, insostenible. La nueva izquierda parece suscribir de esta lógica, desconociendo que la “invención democrática” resolvió esa supuesta incongruencia tiempo atrás. De hecho, una vez que el liberalismo clásico se combinó con el proceso histórico democratizador, se creó el marco institucional indispensable para la expansión de derechos—civiles, pero también políticos y sociales—que condujeron a la participación política irrestricta y la redistribución. Si ello no fuera así, el voto continuaría siendo exclusivo para hombres, blancos y propietarios. Y si el derecho a la propiedad privada, tan esencial al capitalismo liberal, fuera inalterable, la tributación progresiva y el estado de bienestar serían quimeras.

El constitucionalismo liberal conforma así una corriente histórica profundamente progresista. Sin el liberalismo no habría igualdad ante la ley, ni existiría la noción de debido proceso, y por ende tampoco tendríamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La democracia, entonces, debe ser liberal para ser verdaderamente “democrática”. Esto es esencial para entender lo que está en juego en América Latina, donde nos devoran los sesos con la condena del liberalismo por parte de supuestas democracias populares, directas, radicales, plebiscitarias y demás. Camuflaje retórico, esa es la propaganda de un régimen que usa el método democrático para llegar al poder, pero que una vez allí lo ejerce de manera autoritaria, incluyendo su intención de perpetuarse en él.

Las mayorías son por definición transitorias, de ahí que la constitución liberal reserve derechos y garantías para proteger a las minorías, que pueden ser un partido político derrotado o una minoría étnica o religiosa. Pero en países crecientemente heterogéneos en lo social y diversos en lo cultural, también es minoría un grupo que, independientemente de su número, sea perjudicado por una asignación desigual de recursos materiales—por ejemplo, los pobres o la fuerza laboral femenina—o por una distribución asimétrica del reconocimiento social—por ejemplo, los homosexuales o los discapacitados.

Y cuando de las clases populares y la redistribución se trata, el liberalismo también es necesario para eso. Primero porque un programa redistributivo sólo es sustentable en el tiempo si es parte del tejido de procedimientos de la democracia liberal, como bien lo demuestra la social democracia escandinava, que construyó las sociedades con mayor equidad social y mayor libertad individual del planeta. Y segundo porque cuando cambia el ciclo económico y la economía se contrae—o sea, cuando el boom de las commodities se agote—en un orden normativo débil se exacerban las desigualdades pre-existentes, lo cual perjudica a los pobres desproporcionadamente.

Ser liberal es ser progresista porque la separación de poderes y el debido proceso están del lado de los que menos tienen. Los pobres no tienen recursos materiales, ni apellido, ni influencia política, sólo tienen la norma jurídica que los protege y los empodera, es decir, que les da poder. Hacer redistribución con el liberalismo es ampliar derechos sociales, es construir ciudadanía. Sin el liberalismo, con la discrecionalidad del jefe del Ejecutivo, la redistribución no construye más que clientes de una estrategia de dominación. Hacer justicia social a expensas de otros tipos de justicia es falso; redistribuir recursos mientras se intimida a periodistas críticos y se avasalla a jueces independientes es parte de esta falacia que nos gobierna.

El liberalismo histórico convirtió a los súbditos en ciudadanos, individuos autónomos con derechos garantizados por la norma constitucional. Las izquierdas bolivarianas y sus parientes cercanos transforman a estos ciudadanos en sujetos dependientes de una máquina paternalista que busca perpetuarse—reducen las esferas de derechos en lugar de ampliarlas. Sin el liberalismo, esta versión perversa de progresismo cada vez se parece más a su antítesis, un autoritarismo regresivo.

El autor es profesor en la Universidad de Georgetown, Washington DC.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/24/actualidad/1372079406_551376.html

hes8@georgetown.edu

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miércoles, 23 de enero de 2013

JESÚS FERRERO, ¿LIBERALISMO O BARBARIE?

No solo las gentes de izquierdas están indignadas con la situación presente.
Una de las mentiras más hirientes del presente es suponer que la nueva casta financiera es liberal, a pesar de que niega muchos presupuestos del nuevo y viejo liberalismo. 
Cojamos como primer ejemplo de lo dicho al padre supremo del liberalismo, Adam Smith, que aconsejaba prudencia en el gasto y en los préstamos, y que en el capítulo III de La riqueza de las naciones, declara: “No pueden florecer largo tiempo el comercio y las manufacturas en un Estado que no disponga de una ordenada administración de la justicia, donde el pueblo no se sienta seguro en la posesión de su propiedad, en que no se sostenga y proteja, por imperativo legal, la honradez en los contratos, y que no se dé por sentado que la autoridad del gobierno se esfuerza en promover el pago de los débitos por quienes se encuentran en condiciones de satisfacer sus deudas. En una palabra, el comercio y las manufacturas solo pueden florecer en un Estado en que exista cierto grado de confianza en la justicia y el gobierno.”
Es sabido que la casta financiera ha perpetrado toda clase de abusos y engaños con sus clientes, jugando miserablemente con su dinero, usurpándoselo para llevar a cabo operaciones de alto riesgo, y ante las cuales los gobiernos han hecho la vista gorda, en parte por los muchos favores que les debían a los bancos. Adam Smith dice que el gobierno ha de velar para que se paguen las deudas (y también dice que siempre que los deudores puedan hacerlo). Todo lo contrario a lo que están haciendo los bancos y los gobiernos. Se exige que a los que no pueden pagar las deudas que lo hagan aunque sólo les quede como destino el suicidio, pero ignorando que los bancos no están pagando los gastos comunitarios de las casas que usurpan a la clase obrera y a la clase media. Queda claro que la desconfianza hacia la banca y el gobierno es en estos momentos total y es normal que entre nosotros no florezcan ni las manufacturas ni el comercio, como preveía en ese caso el viejo Adam Smith. ¿Y qué decir del siempre malinterpretado David Ricardo? Según él, el sueldo más correcto tendría que permitirle al trabajador mantener a su familia y posibilitarle la existencia de una previsión en una entidad bancaria para momentos de vacas flacas. Muy razonable, pero ¿qué ha hecho la casta financiera con el dinero que los trabajadores depositaban en sus entidades y que les hubiese servido para vivir una vejez digna?
Tampoco parecen haber hecho caso a Stuart Mill, que al final de su ensayo Sobre la libertad decía que “el valor de un Estado, a la larga, es el valor de los individuos que lo componen. Y un Estado que pospone el desarrollo y la elevación intelectual de sus miembros, un Estado que empequeñece a los hombres, a fin de que sean, en sus manos, dóciles instrumentos, llegará a darse cuenta de que, con hombres pequeños, nada grande podrá ser realizado”, asegura.
A la luz de estos principios, es preferible no analizar el comportamiento del poder político y financiero, empeñado en someter a la clase media y hacerla desaparecer, que pospone hasta lo indecible el desarrollo intelectual, y que empequeñece a los hombres hasta convertirlos en títeres trágicos de un estado de cosas donde prevalece, por encima de todo, la injusticia, la estafa y la mentira, y donde las denuncias no sirven para nada.
Si dejamos atrás el liberalismo clásico y nos acercamos más a nuestra época y a las escuelas marginalistas, nos encontraríamos con Léon Walras, que creía en la relación directa entre la utilidad, el consumo y el bienestar. Cuanto más bienestar poseyera un ciudadano, más útil sería para la economía en general y para la sociedad, y con más capacidad de lubricar el sistema. Si siguiésemos su teoría, la clase media, cada vez más abocada a la ausencia de bienestar, estaría dejando de ser una clase útil: algo bastante peligroso y demencial.
La clase obrera está desempleada y es imposible de absorber
Antes de seguir confieso que me he ido acercado desde mi condición de novelista a los textos fundamentales del liberalismo y el neoliberalismo buscando trasfondos teóricos para la construcción de algunos personajes, y nunca ha dejado de asombrarse como los viejos y los nuevos pensadores del liberalismo confunden con frecuencia los artefactos ideológicos de la cultura (o de su cultura) con las leyes de la naturaleza, a menudo con la intención de justificar doctrinas bastante dudosas. Ya decía Unamuno que “la ciencia es la ideología de cada época” y la ciencia de este momento es la economía, saturada de ideología por todas partes. Nada escapa al imperio de la ideología, y la presunta ausencia de ideología que proclama cierto liberalismo es otra ideología con la que hay que contar, más sofística que sofisticada. Resulta sorprendente que cuanto más clara se percibe una ideología más suele ser negada como tal por sus defensores. A este respecto me viene a la mente lo que le dijo una vez Trotski a André Breton: “El marxismo no es una ideología, es un destino”. Lo mismo vienen a decir ciertos liberales respecto a su ideario, pero no pretendo aquí enjuiciar las doctrinas liberales sino apoyarme parcialmente en ellas para hablar de la devastación presente. Por otra parte, mis andanzas por la senda izquierda nunca me han impedido aceptar que las iluminaciones de los autores ya indicados, además del férreo Malthus (que como más tarde Lévi-Strauss, pensaba que la superproducción y la superpoblación era lo peor que le podía ocurrir a nuestra especie) me han ayudado a comprender mejor lo que pasó y lo que está pasando en nuestro cuerpo social, últimamente muy enfermo y deteriorado. Si bien pocos textos me han servido tanto como La acción humana de Ludwig von Mises, especialmente cuando habla de la imposibilidad de gobernar en desacuerdo con la opinión pública. “No cabe un gobierno impopular y duradero”, dice, y asegura que la supremacía política de la opinión pública “determina el curso de la historia” y que de poco les sirven, a los individuos intelectualmente mejor dotados, “los logros sociales y las grandes ideas si no hacen atractiva a la mayoría su ideología.”
Muchos gobernantes europeos de ahora debieran prestar mucha atención a las reflexiones de Mises y esmerarse en explicarse mejor, infinitamente mejor, si no quieren que los devore “el curso de la historia”.
En el mismo capítulo Mises habla de uno de los grandes errores del liberalismo clásico: el haber ignorado a los de abajo, el no haber previsto “la aparición de masas humanas sin acomodo posible”, y el haber cerrado los ojos ante el surgimiento de “un proletariado que aquel orden social que pretendían perpetuar no podía compensar y absorber.” Y acaba diciendo que “jamás pensaron los viejos liberales que las masas podrían llegar a interpretar la experiencia histórica con arreglo a filosofías muy distintas a las suyas.”
Y bien, es evidente que los actuales dirigentes están cayendo en el mismo error que Mises atribuía a los liberales del pasado: no haber previsto el despliegue, cada vez más abismal, de una clase obrera desempleada e imposible de absorber, así como el desmoronamiento, no menos abismal, de una clase media empobrecida y que se va a ver obligada a “interpretar su experiencia histórica con arreglo a filosofías muy distintas” a las que cabría imaginar en tiempos de bonanza y burbuja desalmada.
No hablemos pues ni de liberalismo ni de socialismo, hablemos mejor de caos y de barbarie, justamente lo que más repudiaba el neoliberal Mises. Por eso no solo las gentes de izquierdas están profundamente indignadas con la situación presente. ¿Acabará yendo algún banquero a la cárcel?
http://elpais.com/elpais/2013/01/09/opinion/1357726853_604540.html
@jesusferrero

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