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miércoles, 26 de junio de 2013

HECTOR E. SCHAMIS, SER LIBERAL, SER PROGRESISTA

Para algunas expresiones de la nueva izquierda latinoamericana, más o menos “populistas”, la agenda redistributiva y progresista debe avanzara expensas del liberalismo. 

En esta versión, el liberalismo no es más que una ideología a desenmascarar, el credo de la derecha, los poderosos y el capitalismo internacional. El debate en la región se basa entonces en un razonamiento falaz, que reduce y por ende distorsiona el fenómeno en cuestión. Si esto transcurriera sólo en los claustros, no importaría demasiado. Lo grave es que con esta falacia estos gobiernos hacen política, deteriorando las instituciones republicanas y la legalidad democrática. Ironía suprema, de este modo también afectan los derechos de las mismas clases populares que dicen representar.

Es muy cierto que el liberalismo enuncia postulados teóricos (o ideológicos, si se prefiere) que dan sustento al libre mercado, la iniciativa individual y la propiedad privada—el esqueleto del sistema capitalista. Pero una lectura parcial y sesgada omite que el liberalismo además es la matriz del constitucionalismo, el principio que establece la separación de poderes y los mecanismos que lo regulan y reproducen. La singularidad del estado liberal reside en la idea que las personas tienen derechos fundamentales, y esos derechos están protegidos sólo si el uso del poder público está restringido a priori, o sea, dividido y limitado por normas relativamente estables.

La creación de un orden social basado en la igualdad formal—derechos y garantías—junto con la desigualdad material—propiedad privada—fue objeto frecuente de controversias intelectuales y disputas políticas. Para algunas vertientes de pensamiento, esta era una fórmula intrínsecamente contradictoria y, como tal, insostenible. La nueva izquierda parece suscribir de esta lógica, desconociendo que la “invención democrática” resolvió esa supuesta incongruencia tiempo atrás. De hecho, una vez que el liberalismo clásico se combinó con el proceso histórico democratizador, se creó el marco institucional indispensable para la expansión de derechos—civiles, pero también políticos y sociales—que condujeron a la participación política irrestricta y la redistribución. Si ello no fuera así, el voto continuaría siendo exclusivo para hombres, blancos y propietarios. Y si el derecho a la propiedad privada, tan esencial al capitalismo liberal, fuera inalterable, la tributación progresiva y el estado de bienestar serían quimeras.

El constitucionalismo liberal conforma así una corriente histórica profundamente progresista. Sin el liberalismo no habría igualdad ante la ley, ni existiría la noción de debido proceso, y por ende tampoco tendríamos la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La democracia, entonces, debe ser liberal para ser verdaderamente “democrática”. Esto es esencial para entender lo que está en juego en América Latina, donde nos devoran los sesos con la condena del liberalismo por parte de supuestas democracias populares, directas, radicales, plebiscitarias y demás. Camuflaje retórico, esa es la propaganda de un régimen que usa el método democrático para llegar al poder, pero que una vez allí lo ejerce de manera autoritaria, incluyendo su intención de perpetuarse en él.

Las mayorías son por definición transitorias, de ahí que la constitución liberal reserve derechos y garantías para proteger a las minorías, que pueden ser un partido político derrotado o una minoría étnica o religiosa. Pero en países crecientemente heterogéneos en lo social y diversos en lo cultural, también es minoría un grupo que, independientemente de su número, sea perjudicado por una asignación desigual de recursos materiales—por ejemplo, los pobres o la fuerza laboral femenina—o por una distribución asimétrica del reconocimiento social—por ejemplo, los homosexuales o los discapacitados.

Y cuando de las clases populares y la redistribución se trata, el liberalismo también es necesario para eso. Primero porque un programa redistributivo sólo es sustentable en el tiempo si es parte del tejido de procedimientos de la democracia liberal, como bien lo demuestra la social democracia escandinava, que construyó las sociedades con mayor equidad social y mayor libertad individual del planeta. Y segundo porque cuando cambia el ciclo económico y la economía se contrae—o sea, cuando el boom de las commodities se agote—en un orden normativo débil se exacerban las desigualdades pre-existentes, lo cual perjudica a los pobres desproporcionadamente.

Ser liberal es ser progresista porque la separación de poderes y el debido proceso están del lado de los que menos tienen. Los pobres no tienen recursos materiales, ni apellido, ni influencia política, sólo tienen la norma jurídica que los protege y los empodera, es decir, que les da poder. Hacer redistribución con el liberalismo es ampliar derechos sociales, es construir ciudadanía. Sin el liberalismo, con la discrecionalidad del jefe del Ejecutivo, la redistribución no construye más que clientes de una estrategia de dominación. Hacer justicia social a expensas de otros tipos de justicia es falso; redistribuir recursos mientras se intimida a periodistas críticos y se avasalla a jueces independientes es parte de esta falacia que nos gobierna.

El liberalismo histórico convirtió a los súbditos en ciudadanos, individuos autónomos con derechos garantizados por la norma constitucional. Las izquierdas bolivarianas y sus parientes cercanos transforman a estos ciudadanos en sujetos dependientes de una máquina paternalista que busca perpetuarse—reducen las esferas de derechos en lugar de ampliarlas. Sin el liberalismo, esta versión perversa de progresismo cada vez se parece más a su antítesis, un autoritarismo regresivo.

El autor es profesor en la Universidad de Georgetown, Washington DC.
http://internacional.elpais.com/internacional/2013/06/24/actualidad/1372079406_551376.html

hes8@georgetown.edu

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sábado, 18 de agosto de 2012

AXEL KAISER, SER LIBERAL, CATO INSTITUTE,


CATO Institute - 16-Ago-12 - Opinión
http://www.elcato.org/ser-liberal
Ser liberal
por Axel Kaiser *
Ser liberal consiste en reconocer en cada persona igual dignidad, lo cual solo es posible cuando se acepta que cada uno de nosotros es el juez supremo de sus fines y que por tanto puede perseguir su propia concepción del bien. Ser liberal consiste así en permitir a nuestros semejantes perseguir sus fines aun cuando lo que hagan nos parezca indecente o desagradable. Un liberal rechaza la idea de que pueda ser conocida una verdad absoluta a través de la razón, asumiendo en cambio que todos somos falibles y por tanto incapaces de determinar con certeza qué es mejor para los demás.
Más aún, un liberal cree que incluso si fuera posible adquirir tal conocimiento, nada nos daría el derecho a imponer por la fuerza un determinado curso de acción sobre otro individuo. El liberal cree que ser libres implica tener la opción de equivocarse, de pecar y de arruinar nuestras vidas si así lo deseáramos. El liberal también cree que cada uno es responsable por las consecuencias de sus actos y que por tanto no puede coaccionarse a terceros para aliviar los efectos de dichos actos ni de situaciones derivadas de la mala suerte. Pues en el minuto en que aceptamos que podemos utilizar la fuerza sobre otro para satisfacer necesidades ajenas, estamos privando a ese otro de su dignidad convirtiéndolo en un instrumento para fines que no son los suyos.
La libertad no se entiende por tanto como un poder real de hacer ciertas cosas, sino como la posibilidad de perseguir nuestros fines sin estar sujetos a coerción de terceros y sin instrumentalizar a terceros para que nos provean de los medios materiales que nos permitan alcanzar nuestros fines. El liberalismo constituye así un rechazo radical a la idea de esclavitud. De ahí que el auténtico liberal no respalde amplias políticas redistributivas realizadas desde el Estado. Pues estas se sustentan en la coacción sistemática sobre un grupo de la población que es violentamente confiscado de los frutos de su trabajo para satisfacer necesidades ajenas.
Para los realmente desvalidos, el liberal cree en la bondad y filantropía privada mucho más que en el puño del Estado. Esta visión optimista y realista sobre el espíritu solidario y creativo del ser humano, refuerza en el liberal la idea de que siempre es preferible privilegiar los arreglos voluntarios de las personas al uso de la violencia. Pues los pobres, para esta visión confirmada por la evidencia, son personas libres dotadas de una enorme capacidad de auto superación e ingenio la cual es destruida cuando se les trata y concibe como incapaces por la clase política. En consecuencia, el auténtico liberal rechaza la idea de que para ser libres se requiera de cierto nivel de riqueza. Pues un esclavo que es bien mantenido por su amo no deja de ser menos libre por el hecho de llevar una vida materialmente cómoda, que una persona que, a pesar de sus privaciones materiales, es su propio señor.
En suma, el liberalismo es la opción por la dignidad humana, por la tolerancia y por permitir el desarrollo de las fuerzas creativas y solidarias del espíritu humano, la cuales  se encuentran en el origen de la prosperidad universal.
* Axel Kaiser es investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Este artículo fue publicado originalmente en El Diario Financiero (Chile) el 10 de agosto de 2012.
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