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jueves, 1 de enero de 2015

SOFÍA IMBER POR SOFÍA IMBER: UNA PASIÓN INDOMABLE.

SOFIA 90 AÑOS. GUSTAVO ADOLFO OJEDA GARCIA
Me llamo Sofía Imber, y tengo 90 años. Hay quienes dicen o piensan que son más, quizá porque ven el estado físico en que me encuentro y consideran que este cuerpo es aún más viejo; quizá porque creen que todas las mujeres mienten sobre su edad y que yo entro en esa categoría de “todas las mujeres”. Pero no. Me llamo Sofía Imber y tengo 90 años. Lo sé por mi madre, Ana Barú, que nunca mentía y siempre me dijo que yo nací el 8 de mayo de 1924, en Soroca, entonces ciudad de Besarabia, luego de Rusia, hoy de Moldavia. Casi todo lo que sé de ese lugar lo sé porque me lo contaron, pues no tengo recuerdos. Apenas si todavía guardo en la memoria la figura de Kostik, el cochero de mi familia, el primer hombre del que me enamoré o, en todo caso, el primer hombre que se me hizo necesario en la vida. Todo lo demás es un relato verbal que escuché desde antes de tener uso de razón y que me ha acompañado desde siempre como una historia de persecuciones, pérdidas y muerte. Siendo judía mi familia, se comprenderá muy bien por qué tuvimos que escapar de aquellos lados del mundo cuando comenzó el asedio a nuestra raza.

Llegué a Venezuela muy niña, en 1930. El general Gómez aún estaba vivo, pero para nosotros, que veníamos huyendo de todos los horrores, este era un país de paz. Mi madre, mi hermana Lya y yo desembarcamos en La Guaira. Mi padre, Nahúm Imber, ya estaba aquí. Había venido unos meses antes. Nos instalamos en La Victoria, Aragua. Aquello fue una tragedia para mi madre, que no entendía ni aceptaba su nuevo entorno. De Besarabia a Venezuela. De un día para el otro. Nada fácil para una mujer como ella, tan correcta, tan habituada a sus costumbres y sus modos. Al año nos vinimos a Caracas. Lya, mayor que yo, se había mudado aquí para estudiar Medicina en la Universidad Central y lo lógico era que la acompañáramos.

Nuestra primera casa en Caracas quedaba en el número 18 de Bolsa a Pedrera. Después, como nos fue posible, nos mudamos a otras, un poco mejores. Éramos gente pobre, es la verdad, pero personas bien dispuestas, y a pesar de todos los fracasos, que fueron muchos, logramos salir adelante. Mis padres ganaron una reputación muy respetable en Venezuela, mi hermana Lya fue la primera mujer que se graduó como médico en este país, y yo… bueno, yo soy Sofía, una trabajadora.

Comencé a luchar cuando aún era pequeña. Tendría 10 años, quizá un poco más. Iba al Country Club a darles clases de ruso a dos señoras de sociedad, la señora Dagnino y la señora Gil Fortoul. Cuando no me embarcaban me pagaban 5 bolívares. No aprendieron nada. Creo que no les interesaba demasiado aprender. Era una diversión, simplemente. Por ese mismo tiempo me dieron trabajo en Radio Continente, en el programa de Alberto Ravell, que era muy popular. Como yo tocaba el piano porque mamá me había hecho estudiar música en la escuela del maestro Sojo, por alguna circunstancia que no recuerdo, Ravell se interesó en mí y me invitó a trabajar con él. Me pagaba la misma cantidad de 5 bolívares y me presentaba como “Astrid, la niña prodigio del piano”. Fue mi primera aparición en un medio de comunicación, pero nada ni nadie podía prever entonces que mi destino estaría atado al periodismo. De hecho, apenas salí del Liceo Fermín Toro, donde hice el bachillerato y comencé a ser una persona de verdad, mi decisión fue estudiar Medicina. Era buena alumna. Recuerdo en especial las clases de Anatomía. Tenía buen pulso para las disecciones.

Pero sucedió que el periodismo volvió a ponerse en mi camino y de un momento a otro ya estaba de reportera en Últimas Noticias, donde tuve como jefe a Oscar Yanes, que nos hacía inventar historias truculentas cuando no había ninguna noticia que diera que hablar en la ciudad. Por supuesto, no era lo único. También hacía reportajes y entrevistas. En esas andaba cuando, en 1944, conocí a quien sería mi primer esposo, Guillermo Meneses, con quien tuve a mis cuatro hijos: Sara, Adriana, Daniela y Pedro. Nos casamos de un impulso, 17 días después del momento en que comenzamos a frecuentarnos. Les avisamos a nuestras familias por teléfono, cuando ya éramos marido y mujer. Durante los años que estuvimos juntos lo quise mucho. Todavía lo quiero. Cuando yo quiero, quiero con terror… Guillermo era perfecto. Perfecto.

Claro que no han faltado los que me acusan y me culpan por haberlo dejado cuando lo dejé. Por haberlo dejado y por haberme casado con Carlos Rangel, mi segundo esposo. Por haberlo dejado cuando Guillermo me amaba como a nadie, porque yo era el mundo para él. Yo acepto todo —se alza de hombros—, pero me pregunto por qué la gente tiene tanta curiosidad en mi vida. Por qué les interesa tanto: a qué hora me acuesto, a qué hora me levanto, qué comida como, qué dejo de comer, cuánto dinero tengo, cuánto gasto. Que si tuve amantes. Que quiénes fueron. Es algo que no me explico. De pronto se me ocurre que como siempre hice lo posible por mantener mis cosas en privado, eso contribuyó a que algunos crean que yo soy un misterio o que guardo una infinidad de secretos. No puedo hacer nada. De la puerta de mi casa no pasa nadie excepto los amigos, aunque ya casi no tengo porque han muerto.

Con Guillermo viví en Caracas, en Bogotá, en París y en Bruselas. En Bogotá nos exilamos en 1945, a voluntad, como consecuencia del derrocamiento del general Isaías Medina Angarita, muy admirado por nosotros. A París fuimos a dar en 1949, gracias a que la Junta Militar de Gobierno presidida por Carlos Delgado Chalbaud nombró a Guillermo como subsecretario de la embajada de Venezuela en esa ciudad. Es otra de las cosas de las que nos acusan. De las que me acusan. Que hayamos vivido, que yo haya vivido en París, primero, y luego en Bruselas, durante la dictadura de la década de los años cincuenta. Siempre respondo que nosotros no conocíamos los horrores que se estaban cometiendo en Venezuela.

¿Es necesario que me defienda? Desde que pude hacerlo hasta que la vejez comenzó a cercar mi vida no hice otra cosa excepto trabajar, trabajar y trabajar. Además de dedicarme a la prensa escrita, ingresé en la televisión e hice, entre otros, el programa “Buenos Días”, un hito en la historia del periodismo venezolano. Al principio éramos tres los anfitriones: Reinaldito Herrera, Carlos Rangel y yo. Luego quedamos Carlos y yo. Luego quedé yo. Sola. Porque Carlos, mi segundo esposo, hombre afectuoso y de una inteligencia muy fina, se suicidó en 1988. Fue un golpe muy duro para mí, pues él y yo hacíamos todo, todo juntos, pero fue su decisión y yo supe comprenderla. Me dejó una carta, que a veces vuelvo a leer. Allí me dice que sabré sobreponerme, que debo hacer esto y aquello… Carlos era perfecto. Perfecto.

Quizá nadie como él podría dar el mejor testimonio sobre lo que fue hacer el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, que inauguramos en 1974 y llegó a ser uno de los mejores de América Latina, como se ha dicho y se sabe. El museo fue mi segunda casa durante casi 30 años, hasta el día de 2001 en que Hugo Chávez me botó de la dirección, a través de un programa de televisión. Yo estaba haciendo ejercicio en la Cota Mil cuando me enteré. Me llamaron de casa para informarme. No alteré mi rutina. De la Cota Mil fui a tomarme un café en la panadería St. Honoré, como lo tenía previsto. Eso fue en enero. Yo pensaba renunciar en marzo. Sabía que no iba a poder trabajar con una persona como Chávez en el gobierno. Él se adelantó a mi decisión.

Hoy en día, cuando me preguntan si me siento satisfecha, siempre digo lo mismo: me siento satisfecha de las cosas que hice bien. ¿Feliz? Lo he sido a veces. No se puede ser feliz constantemente. Mi mayor logro, eso sí, son mis hijos, a pesar de las dificultades que hemos enfrentado. Quise para ellos tres cosas en la vida: que hablaran inglés, que supieran nadar y que tuvieran unos buenos dientes. Pedro, mi único varón, murió en enero de 2014. Tenía 51 años… Horrible… Horrible… Lo pienso mucho. El dolor hace pensar. A muchos les parece insólito que yo no llore. Dicen: “Es una mujer cruel, es una mujer insensible”.

Si yo llorara, lloraría el mar entero.

Los que me frecuentan han visto que tengo mucho sentido del humor. Me río de mí misma. Reflexiono. Me analizo. Hago psicoanálisis desde que vivía en París, donde comencé a verme con el doctor Daniel Lagache, en el número 270 de la rue du Bac. Luego seguí mi terapia en Caracas, hasta hoy. Uno nunca termina de conocerse. El análisis es como un espejo. Solo da lo que uno muestra. Tal vez lo único que lamento es no haber podido creer todavía en Dios. No nací con la virtud de creer. Si creyera, la vida sería más fácil. El que cree se siente acompañado. El que no, está solo. Con todo, pienso que si hay un Dios bueno para mí, cuando llegue el momento de mi muerte, será rápida. No quiero que, dado el caso, me prolonguen innecesariamente la existencia. ¿Para qué? ¿Qué sería de la vida? ¿Qué sería de la vida sin pasiones? Nada. ¿Tragar, cagar y dormir? No. Para mí, eso no. Y mis hijos ya lo saben.

Enviado a nuestros correos por
Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
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martes, 30 de diciembre de 2014

PAULINA GAMUS, "RELATOS SALVAJES",

PAULINA GAMUS
EL ÉXITO DE UNA PELÍCULA QUE TIENE LA VIOLENCIA COMO HILO CONDUCTOR

Ha sido hasta ahora la película más taquillera en la historia del cine argentino. Aclamada en el Festival de Cannes es también candidata al Oscar como mejor película en lengua no inglesa. La revista Time la ha seleccionado como una de las diez mejores películas de 2014. ¿Por qué tanto éxito de una película que tiene la violencia como hilo conductor en sus distintas historias? Quizá porque logra tratar con humor, aunque sea negrísimo, la rabia y su consecuencia inmediata: la venganza, dos sentimientos que están presentes en todo ser humano y que depende de cada quien y de sus circunstancias saber manejar.

Relatos Salvajes ha llegado al público cinéfilo en un año signado por el horror y la impiedad. De algún lugar del infierno llegó un grupo de fanáticos llamado EI o IS, según se trate de español o inglés, que se solaza en filmar y difundir sus decapitaciones y asesinatos colectivos. Antes de eso y ya desde atrás, la guerra civil en Siria con sus más de 200.000 muertos e incontables desplazados, el fanatismo yihadista en Pakistán que causa la muerte de más de 100 niños de una escuela y los actos terroristas en Afganistán e Irak también con su secuela de civiles masacrados.

México fue y sigue siendo una noticia que avergüenza: 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en Iguala, Estado de Guerrero, fueron asesinados por un acto de complicidad entre policías y bandas de narcotraficantes. Y no es el único crimen masivo que ocurre en ese país en circunstancias similares.

En Venezuela, en el mes de abril, 42 personas murieron asesinadas a balazos por militares y grupos paramilitares afectos al gobierno por manifestarse en contra del régimen de Nicolás Maduro. En noviembre más de 50 presos de la cárcel de Uribana en el estado Lara murieron envenenados muy probablemente por los guardianes del penal. La verdad nunca se sabrá, al menos mientras gobierne el chavomadurismo. Poco importa la vida de unos presos, por lo general pobres, en un país que en 2013 registró 25.000 asesinatos, en su mayoría impunes. Se estima que al cierre de 2014 se supere esta cifra macabra bajo el mismo signo de la impunidad. 

Tiene que haber mucho odio, mucho resentimiento social o la irracionalidad de todo fanatismo para que segar vidas sea algo banal y mecánico. Y ver morir algo rutinario, parte del paisaje. Es difícil sin ser psiquiatra o psicólogo, saber qué pasa por la mente de un delincuente o lo que hay en su historia personal, para asaltar a una mujer a todas luces pobre y arrebatarle la muñeca a su hijita de cuatro años. ¿Cómo drenar la rabia que producen esos hechos que se van acumulando sin que sus perpetradores sufran algún castigo? Allí radica la popularidad de Relatos Salvajes: cada uno de los personajes que ha sido atropellado, ofendido, abusado, engañado, tiene la posibilidad de cobrar la afrenta y hacerlo con creces. Es el placer de la revancha, ese manjar que según decía Walter Scott, es el más sabroso y se prepara en el infierno.

La película argentina ha tenido un enorme éxito en su país, pero no sé si equiparable al que aún tiene en Venezuela después de muchas semanas en cartelera. Ese dulce placer de la venganza ante la injusticia y la violencia impune que vivimos a diario lo disfrutamos por intermedio de cada uno de los vengadores de Relatos Salvajes. No podría asegurar que la película sea tan exitosa en países en los que la justicia funciona, en donde hay policías que cumplen con su deber de perseguir y apresar a los delincuentes y jueces independientes y honestos que se encargan de imponerles las penas que establece la ley. Es la diferencia abismal entre países con leyes para ser acatadas y países con leyes para ser violadas, especialmente por sus gobernantes.

Siempre me asombró, en mi trato con sobrevivientes del Holocausto, que en esas personas que habían sufrido las más atroces torturas y los más indescriptibles vejámenes, no hubiese un ápice de resentimiento y que en su mayoría hubiesen reconstruido sus vidas, formado familias y, en muchos casos, tuvieran un excelente sentido del humor y ejercercieran de manera activa la solidaridad. Pienso que su venganza, su revancha, fue la derrota del nazismo, su aplastamiento, su desaparición como régimen genocida y perverso. En ese caso, aunque por otras vías, también hubo justicia. Esa que cojea en muchos países de la América latina y que en Venezuela tiene brazos y piernas amputados.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
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sábado, 29 de noviembre de 2014

PAULINA GAMUS, BOLIVAR DECONSTRUIDO

Muere Chávez y queda Maduro, mucho más sumiso en su entrega a los dictadores cubanos
PAULINA GAMUS
Con mucha razón se llama Culto a la devoción natural, inducida u obligatoria de los venezolanos por Simón Bolívar. 

La cosa comenzó con el general José Antonio Páez ya erigido en dictador, cuando decide repatriar los restos mortales de El Libertador en 1842. 

Ordenó que los empleados públicos llevasen luto por ocho días y que se colocaran estatuas del héroe en diferentes sitios públicos. 

Lo curioso del asunto es que fue el mismo Páez quien lideró La Cosiata, movimiento separatista de la Gran Colombia, lo que se asumió como una traición a Bolívar. 

Según algunos historiadores, el motivo real de tanto homenaje fue un temor profundamente religioso al castigo divino por destruir el sueño del hombre que, a lomo de caballo, liberó cinco naciones del yugo español. 


El temor al parecer subsiste y es mucho más marcado en los dictadores que en los gobernantes democráticos.

A partir de aquel diciembre de 1842, el nombre de Bolívar y su presencia nos inunda. 

Se llama así nuestra moneda que para afrenta al Padre de la Patria, es cada vez de valor más escaso

Quienes mayor culto han rendido al epónimo, son los mismos que la han ido devaluando hasta transformarla en una partícula del dólar americano y enun microorganismo del euro

El centro de todas las ciudades y pueblos de Venezuela se reconoce porque hay una estatua ecuestre de Bolívar y si el pueblo es pequeño y pobre, entonces un busto de bronce colocado sobre un pedestal de piedra. 
La plaza, obviamente, se llama Bolívar. 

El país está lleno de avenidas, calles, liceos, escuelas y hospitales que llevan el apellido Bolívar a secas o acompañado del nombre de pila Simón. 

Hay un Estado suroriental llamado Bolívar bastante rico en hierro, diamantes, oro, energía hidráulica y otros dones de la naturaleza y de su aprovechamiento por el hombre. 

Así fue hasta que los gobernantes más bolivarianos de todos los tiempos, lo hundieron en una ruina similar a la del resto del país

Una de las mejores universidades de Venezuela es la Simón Bolívar que a duras penas sobrevive al odio que la revolución bolivariana siente por la autonomía universitaria y por los institutos de educación superior, en general. 
En las últimas semanas los colectivos o bandas armadas del gobierno de Nicolás Maduro, han incendiado 18 universidades y han incursionado varias veces en la más importante del país, la Central, en Caracas,destruyendo bibliotecas, aulas e instrumentos de enseñanza

Como Chávez no pudo soportar el rechazo mayoritario que los estudiantes y el profesorado de todas las universidades del país le manifestaban, creó una universidad, no faltaba más ¡Bolivariana!. 

La orden del caudillo supra planetario e inmortal, fue que esa universidad graduara médicos, abogados y otros profesionales en solo tres años. 
Es muy probable que un abogado ignorante e inepto haga encerrar a su cliente pero un mal médico sin lugar a dudas lo entierra. 

Uno de mis seguidores en Facebook escribe en su perfil: "egresado de la Universidad BOLIBARIANA". 

¿Qué más podríamos agregar?

Cuando Hugo Chávez se reveló como el más bolivariano de todos los gobernantes del país, incluido José Antonio Páez, dio el primer paso de su paroxismo cambiándole el nombre a Venezuela por República Bolivariana. 
Pero había algo, una piedra en el zapato que lo atormentaba. 

Simón Bolívar no era solo Simón Bolívar, era Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco. 

Cuatro apellidos y todos de abolengo en un país en el que probablemente la mitad de sus habitantes apenas tiene uno. 

¿Como podría un gobierno revolucionario que derrumbó las estatuas de Cristóbal Colón porque su llegada a la América causó el genocidio indígena, aceptar que Simón Bolívar era de ascendencia absolutamente española y además criollo y mantuano, lo que significaba que era de la elite dominante y blanca? 

¿Cómo digerir en un país donde según la conseja popular, quien no lanza flechas toca tambor en alusión a la mezcla étnica que se produjo con la llegada de los esclavos africanos, que la familia Bolívar exhibía lo que en esos tiempos se llamaba pureza de sangre? 

Chávez era, como el mismo lo pregonaba, de origen zambo, es decir, mezcla de indio y negro pero en su caso con un toque de blanco

Y al mismo tiempo Chávez era hijo (aunque putativo) de Bolívar y estaba a punto de convertirse en Bolívar mismo. 

Se presentaba pues una complicación con los orígenes del héroe libertador.
Entonces procedieron a lo que bien podríamos llamar la deconstrucción del Simón Bolívar histórico.

Ya no habría nacido en Caracas, en el centro de la ciudad y en una casona que milagrosamente sobrevive a la locura urbanística que destruyó toda nuestra herencia arquitectónica. 

Bolívar nació en Barlovento, tierra emblemática de la negritud venezolana. 
Nadie explica qué hacía la señora Palacios y Blanco de Bolívar y Ponte, una dama de salud precaria y además embarazada, en tierras de sol ardiente y sin aire acondicionado. 

El hecho es que para la revolución que no podía ser otra cosa que bolivariana, doña Concepción no tuvo más remedio que parir allá. 

Ese extraño acontecimiento podría sugerir que la mamá del futuro Libertador dio un mal paso y que quizá el papá del niño Simón no era don Juan Vicente Bolívar y Ponte, sino algún esclavo de la familia. 

Nadie lo dijo pero ese posible adulterio habría sido la venganza de doña Concepción contra su marido, un obseso sexual que fue expulsado del pueblo de San Mateo en el Estado Aragua, por haber violado a cuanta niña aparecía ante sus ojos

Una vez planteada esta duda subliminal sobre la paternidad de don Juan Vicente Bolívar, vino otro paso: cambiar la imagen de El Libertador plasmada en infinidad de pinturas de su época y copiada en retratos, estatuas y en lo más cotidiano y manoseado por el colectivo, la moneda. 

Entonces una misión con disfraces de astronautas encabezada por el mismo Chávez, procedió a remover los restos mortales del prócer y a reconstruir por medios digitales su “verdadera imagen”. 

El resultado fue un señor de facciones más cercanas al hombre de Cromagnon que a las de un mestizo de estas tierras. 

Enseguida devino la obligatoriedad de cambiar los retratos de El Libertador imprescindibles en toda dependencia oficial, por los que representan a ese Bolívar de dudosa filiación.

Muere Chávez y queda Maduro, mucho más sumiso en su entrega a los dictadores cubanos. 

A él le correspondió colocar la guinda que le faltaba a la torta histórica: justificar la presencia hegemónica de Fidel y Raúl Castro en Venezuela. 

Según los nuevos libros de historia hechos en socialismo, una nodriza cubana amiga de doña Concepción, se encargó de darle de mamar al recién nacido Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco. 

No se explica como la aristocrática mamá del futuro héroe tenía amistad con nodrizas y menos cubanas. 

¿Cómo y cuándo llegó esa señora con sus pechos cargados de leche a Caracas o a Barlovento, según el cuento que se quiera creer? 

¿Cuánto duraba la travesía de la isla antillana a Venezuela para que la nodriza llegara a tiempo de cumplir su cometido? 

O bien, 

¿Qué hacía una nodriza cubana en Caracas cuando aún no existía Fidel Castro y no se había producido la anexión de Venezuela a Cuba? 

Para no desairar al sector afrodescendiente del pueblo venezolano, la cubana le dio de sus pechos al niño Simón por unos días y luego dejó encargada de la misión láctea a la Negra Hipólita, la nodriza que todos conocemos

Todos es un decir, porque si este batiburrillo de revolución bolivariana continúa, los niños que hoy estudian la primaria en las escuelas del país saldrán imbuidos de esa patraña oficialista que se ha tragado la verdadera historia, la genuina, la de siempre, la nuestra.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com

@Paugamus
Este articulo fue publicado el 12 de mayo de este año

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jueves, 6 de noviembre de 2014

PAULINA GAMUS UN PAÍS PARA ENTENDER, NUNCA SUPIMOS CUÁNTO QUERÍAMOS A NUESTRO PAÍS HASTA QUE LA CATÁSTROFE DEL CHAVISMO

PAULINA GAMUS 
Hace muchos años el ministerio de Turismo de Venezuela utilizaba el eslogan o lema Un país para querer. El mensaje estaba dirigido a los extranjeros porque si de los venezolanos se trataba, nunca supimos entonces cuánto queríamos a nuestro país hasta que nos ocurrió la catástrofe del chavismo. Aquellos que, venidos de otros lares, nos visitaban, quedaban encantados por muchas razones: el clima, las playas, las bellezas naturales, los excelentes restaurantes y, sobre todo, la simpatía y calidez de la gente.

Un país que fue de los primeros exportadores de petróleo ahora importa gasolina.

Hoy no somos un país para querer sino para entender y no solo para que nos entiendan los extranjeros, sino para entenderlo nosotros mismos. Cada día suceden tantas cosas que impiden el aburrimiento y nos mantienen en ascuas a la espera de lo que vendrá, que indefectiblemente es algo peor.

Imposible incluir en esta nota, por razones de espacio y de paciencia de los lectores, todo lo que nos viene a la mente para contar. Elegiré algunos sucederes que jamás creería quien no esté padeciendo en carne propia la revolución bolivariana, mezclada en una licuadora diabólica con el socialismo del siglo XXI:

Champú. Caracas es una ciudad construida sobre riachuelos y quebradas y el país entero tiene agua a montones, menos en la mayoría de los grifos. Quizá por esa razón, heredada según se dice de los ancestros aborígenes, el venezolano de cualquier clase social —hasta el que vive hacinado en el rancho más primitivo— se las ingenia para bañarse a diario y nunca despedir olores desagradables como ocurre en otras latitudes. Como ejemplo cito que hace años, en una pensión de Paris, mi hermano debía pagar dos francos cada vez que utilizaba la ducha. Como era verano y se bañaba hasta tres veces al día, la dueña le preguntó si estaba enfermo. Aquello se transformó en un evento que convocaba asamblea de camareras con el murmullo: ¡el venezolano se va a bañar!

En Venezuela, las policías abundan casi tanto como los delincuentes
Así fue hasta que por efectos de la revolución que ha creado un viceministerio de la Suprema Felicidad Social y, más recientemente, los Círculos del Buen Vivir, el país sufre carencia de casi todo lo que permita la higiene personal. Ante la desesperante escasez de champú, un ministro que no es cualquiera sino el del Hábitat y Ecosocialismo, ha proclamado: "Pues si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos". Basta con dejar volar apenas un poco la imaginación para suponer que la misma recomendación se extiende a otras carencias como la de papel higiénico.

Niñeras. Son un lujo que solo pueden permitirse quienes pertenecen a esa categoría socio-económica que es la burguesía, detestada y anatematizada cada día por los socialistas revolucionarios que llevan tres lustros desplumando a Venezuela. Pero niñeras que viajen en aviones privados y cuelguen en su muro de Facebook fotos de sus visitas a Paris, los Alpes suizos, las pirámides mexicanas y otras maravillas del globo terráqueo, solo las de Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega o las de la familia Mendoza de las Empresas Polar de Venezuela, tan hostigada y acosada por el chavismo. ¿Puede entenderse que el funcionario más marxista leninista del régimen, desde que encapuchado quemaba autobuses hasta ahora que es ministro nada menos que de las Comunas —es decir ¡comunismo!— tenga a una niñera que viaja por el mundo con la familia ministerial, incluida la suegra, en aviones oficiales y además con armas de fuego en su equipaje?

El socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia
Fascismo. Busco en Wikipedia la definición que me parece más ligera: “El fascismo se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo y que está en manos de un partido único. El Estado fascista ejerce su autoridad a través de la violencia, la represión y la propaganda, incluyendo la manipulación del sistema educativo”. Caramba, ni que los señores de Wikipedia estuviesen instalados en Venezuela presenciando los desafueros del régimen chavomadurista. Un día cualquiera mi automóvil se detiene en un semáforo justo detrás de un autobús absolutamente pintado de rojo y con el siguiente letrero en el vidrio trasero: "Destruido por el fascismo y recuperado por la revolución”. El letrero no cumpliría su cometido si no tuviese a la derecha una imagen de Bolívar y a la izquierda la del difunto Hugo Chávez. ¿Conoce alguien otro país en el cual el fascismo se dedique a destruir autobuses en vez de hacer lo suyo que es destruir a la gente?

Gasolina. Desde el llamado Caracazo, aquellas 48 horas de muerte y destrucción en febrero de 1989 que el chavismo celebra como una efemérides, ningún Gobierno se ha atrevido a subir el precio de la gasolina. Mientras la inflación ya va por los tres dígitos y cada vez se hace más difícil alimentar a la familia o adquirir medicinas, el valor de un tanque de gasolina en Europa es lo que gasta un vehículo venezolano en cuatro años. Y para mantenerla en esos niveles de precio, un país que fue de los primeros exportadores de petróleo en el mundo ahora la importa.

Policías. En cualquier país medianamente normal, las policías sirven para guardar el orden público y dar seguridad a la población. En Venezuela, uno de los países con mayor índice de violencia criminal en el mundo, ciertos grupos paramilitares llamados Colectivos y creados para defender la revolución, logran defenestrar al ministro del ramo y descabezar a la principal policía de investigación del país.

Las policías abundan casi tanto como los delincuentes, para lo cual el Gobierno acaba de crear la Misión Guardianes de la Policía de la Patria. Suponemos que son unos policías cuidando a otros.

Un médico con especialización gana 8.000 bolívares, es decir 80 dólares o 70 euros por mes.

Cárceles. En casi 16 años el chavismo no construyó una cárcel y el hacinamiento en las que existen provoca, cada dos por tres, masacres que horrorizan a la nación. Pero hoy surge una gran esperanza para los presos: la muy sui géneris ministra del área ha prometido la libertad a quienes aprendan cuatro idiomas. Suponemos, dado el nivel educativo de la población penal, que el español será uno de ellos.

Salarios. Durante su ejercicio como primer ministro, Itzhak Rabin, militar y héroe de guerra en un país siempre en alerta bélica, redujo dramáticamente el presupuesto militar para aumentar el de educación. En un país como Venezuela, donde los militares no arriesgan un pelo desde los años 60, cuando enfrentaron con valor y derrotaron a la guerrilla castro-comunista, se les acaba de incrementar el salario en un 45%, además de los regalos de vivienda, automóviles y otras prebendas. Mientras tanto un médico con especialización gana 8.000 bolívares que, para que se entienda, son 80 dólares o unos 70 euros por mes. Sumamos los presupuestos miserables de las universidades, los salarios humillantes de maestros y profesores y entendemos al menos algo: el socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia.

Paulina Gamus
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sábado, 4 de octubre de 2014

PAULINA GAMUS, EL COMPLOT DE LAS BATAS BLANCAS

En la misma medida en que un tirano se hace más represivo, se incrementa su pánico.......

El elemento básico de todo régimen dictatorial es el miedo, pero no solo el que infunde el dictador a sus oprimidos, sino el miedo que a él lo persigue y acosa. En la misma medida en que un tirano hace más crueles e injustas sus acciones represivas, se incrementa su pánico. Desconfía de todos y su círculo de incondicionales en quienes puede creer se cierra cada vez más. 

Del dictador venezolano Juan Vicente Gómez se recuerda que al pie de su cama, en el suelo, dormía el indio Eloy Tarazona, elevado al grado de coronel por su servilismo. Tenía entre sus deberes probar la comida que debía consumir el benemérito. Ni la familia del dictador le inspiraba a este tanta confianza.

Pero ningún caso de miedo bidireccional fue tan singular como el de Isosif Stalin. En los últimos quince años de su vida, solo su ama de llaves, Valentina Istomina, podía acceder a él sin restricciones. Era tanto el terror que inspiraba el tirano soviético que los guardias que oían desde el exterior de sus habitaciones los ruidos extraños que producía por su derrame cerebral, no se atrevían a entrar para saber qué le sucedía. Cuando por fin un oficial lo hizo y avisó al temible jefe de la policía Lavrenti Beria, este, sumido en pánico, tampoco sabía qué hacer y solo fue al día siguiente cuando llamaron a los médicos.

Los testigos del suceso dicen que esos médicos estaban aterrados; sus manos temblaban tanto que no podían quitarle la camisa al paciente y tuvieron que cortarla con tijeras. A ninguno se le ocurrió que Stalin podría ser intervenido quirúrgicamente, les horrorizaba pensar en las consecuencias por si moría. Lo singular de la historia para el tema que nos ocupa, es que ninguno de esos médicos conocía a Stalin ni sabía de su historia clínica: era la primera vez que lo examinaban.

Todos los médicos del Kremlin estaban en prisión y en vías de ser condenados a muerte, acusados de un complot para asesinar a los más altos dirigentes de la URSS. El mismo Stalin los denunció en un discurso ante el Politburó en diciembre de 1952: “Todo sionista es agente del espionaje estadounidense. Los nacionalistas judíos piensan que su nación fue salvada por los Estados Unidos, allá donde ellos pueden hacerse ricos y burgueses. Piensan los judíos que tienen una deuda con los estadounidenses. Entre los médicos, hay numerosos sionistas”. El 13 de enero de 1953, Pravda, órgano oficial del Partido comunista, publicó un artículo ferozmente antisemita, con el título: «Bajo la máscara de médicos universitarios hay espías asesinos y criminales». La denuncia era de una "conspiración de burgueses sionistas" organizada por el Congreso Judío Mundial y financiada por la CIA. Los complotados serían once médicos de los cuales siete eran judíos. La muerte de Stalin, el 5 de marzo de 1953, salvó la vida de esos médicos.

Lo que nadie podría imaginar entonces es que 46 años después, en un país de América del Sur, apareciera un teniente coronel tan paranoico y tan profundamente antisemita como el tirano soviético, y con un odio similar al de aquel contra los médicos de su propio país. El repudio de Hugo Chávez contra todo venezolano que ejerciera la medicina comenzó con su primer gobierno en 1999. Muchos creímos que aquello fue solo el pretexto para llenar a Venezuela de supuestos médicos cubanos, de los cuales muchos eran paramédicos y otros activistas de la revolución cubana. Pero el acoso continuó y fue implacable hasta el punto de provocar la emigración masiva de profesionales de la salud, desde los más prestigiosos hasta los recién graduados. No se sabe con exactitud cuántos se han ido a ejercer la medicina en otros países, lo que si se sabe es que quienes se gradúan quieren desesperadamente irse de Venezuela.

El destino de Chávez, con respeto de las mil y una diferencias, terminó siendo similar al de Stalin. Koba el terrible quizá hubiese sobrevivido si los médicos que conocían su historia clínica y tenían experiencia, lo hubiesen operado. Pero estaban presos acusados de conspiración. Chávez quizá habría sobrevivido si en vez de confiar en los magníficos oncólogos y cirujanos venezolanos, no se hubiese entregado en manos de la piratería cubana. Fueron la desconfianza y el odio nacido de la paranoia, lo que llevó a los dos gobernantes a la tumba.

Hay un refrán judeo-español que mis abuelos heredaron de sus ancestros y que aplicaban a cualquier cambio de gobierno: vaya señor venga peor. Nunca fue más sabia esta endecha que en el caso del sucesor de Hugo Chávez, verbigracia Nicolás Maduro. El heredero de un país en ruinas y con el servicio de salud en escombros, ha sido incapaz de superar y desprenderse del socialismo de opereta de su legatario. Hoy le toca enfrentar hospitales y clínicas que prestan servicios mínimos por falta de insumos, equipos dañados y carencia de especialistas médicos.

Se enfrenta además a una escasez dramática de medicamentos y los médicos son agredidos en los hospitales públicos, por familiares de pacientes. Son los efectos de la campaña oficialista que atribuye a un enemigo externo la conspiración contra la salud del pueblo.

Aparece una epidemia viral con un nombre africano —chicungunya— y mueren ocho pacientes en un hospital de Maracay, Estado Aragua. El doctor Ángel Sarmiento, presidente del gremio médico de ese Estado lo denuncia y está siendo buscado por la policía para apresarlo. Mientras la policía se afana en localizar a tan peligroso delincuente, esa localidad venezolana tiene el más alto índice de contagiados; hasta los chavistas claman por el Twitter y por los medios oficialistas, para que Maduro haga algo para evitar más muertes. Se calcula que los enfermos de ese mal son más de 70.000 y no hay una sola pastilla de acetaminofén en todo el país para aliviar sus dolores y la fiebre.

En la estructura mental de Nicolás Maduro y de su banda no cabe ninguna solución que no sea reprimir, amenazar y fomentar más odio contra los médicos de su país. Y, ¡no faltaba más!, acudir a la ciencia cubana tan desarrollada gracias a la revolución castrista, para que envíen unos especialistas en conspiración bacteriológica. Si todavía hay ingenuos que creen que a Chávez le inocularon el virus del cáncer ¿por qué no van a creer que la chigungunya es obra del Imperio y de su punta de lanza, la oposición fascista y golpista?

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
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viernes, 26 de septiembre de 2014

PILAR RAHOLA, "CHAMBERLAIN VS SENDLER” AL RECIBIR EL PREMIO MORRIS B. ABRAM ENVIADO A NUESTROS CORREOS POR PAULINA GAMUS

Conferencia de agradecimiento por el premio Morris B. Abram Human Rights Award, que me fue concedido el dia 5 de abril en Ginebra, por la organización UN Watch. Pilar Rahola Martínez

Estimados amigos, buenas noches.

“Zog Nit Keyn Mol!” “Nunca digas que esta senda es la final”... Así empieza el himno de los partisanos del gueto de Varsovia, cuya heroica lucha enaltece el alma humana. Al saber que tendría el honor de recibir el premio que lleva el nombre de Morris Berthold Abram, el gran luchador de los derechos humanos, recordé la belleza de este triste himno. ¿Qué debía pensar Morris Abram cuando formó parte del Tribunal de Nuremberg y los tuvo allí, cerca, ese conjunto de seres humanos convertidos en una masa informe, criminal y malvada? Quizás pensó en el silencio de los buenos, no en vano las mayores crueldades del mundo no se han edificado sobre la maldad de los malos, sino sobre el pesado silencio de los buenos.

Sobre el silencio, sobre la indiferencia y sobre la traición. ¿Cuántas traiciones a los derechos humanos y cuánto silencio acumulan nuestras sociedades libres, nuestros intelectuales, nuestras organizaciones? Miren el magnífico ejemplo de Líbia. ¿Nos preocupaban los derechos humanos cuando le dábamos la mano a Gadafi, lo invitábamos a las fiestas y le vendíamos nuestros juguetes bélicos? No. Gadafi solo nos ha preocupado cuando ha puesto en peligro nuestra estabilidad energética. Y es que un dictador en el poder es un amigo, pero un dictador derrotado, es un dictador. Traición y silencio. Miren el silencio y la traición a los derechos que proyectamos sobre las dictaduras del petro-Islam, con sus mujeres esclavas, sus leyes tiránicas, su odio a la libertad. Miren los miles de muertos por la tiranía sudanesa, ¿a quien importan? Miren la locura de Irán, avanzando en su carrera nuclear para poder asesinar masivamente ¿Dónde están los ruidosos antiisraelíes que vociferan su solidaridad con las víctimas en las calles del mundo, ante estas atrocidades? ¿Por qué no se pasean con sus flotillas de la libertad por las costas iraníes, por las de Arabia Saudita, por las de Siria? Y la magnífica ONU, ¿por qué mantiene a algunas de las dictaduras más feroces en sus Consejo de Derechos Humanos? Silencio y traición. Y así miles de víctimas lloran su tragedia al margen de los focos, de las pancartas, de las manifestaciones, de las resoluciones de Naciones Unidas.

Es por ello, estimados amigos de UNWatch, que agradezco enormemente el galardón que hoy me ofrecen. Porque lo interpreto como un premio contra el silencio, contra la indiferencia y contra la traición. Los premiados que me han precedido honran la memoria de Morris Abram con una categoría que no alcanzo y solo puedo sentirme orgullosa de pertenecer a la misma lista de personas como la iraní Nazanin Afshin-Jam, o la ruandesa Esther Mujawayo o la afgana Massouda Jalal, valientes mujeres de nuestro tiempo, auténticas Nelson Mandelas femeninas que han alzado su voz contra el miedo y contra la tiranía. Soy una humilde seguidora de su legado y de su compromiso, convencida de que las mujeres del siglo XXI seremos las grandes portadoras de la bandera de la libertad.

Permítanme que les explique por qué estoy aquí, en esta encrucijada de causas que me animan a alzar la voz. Primero, porque la única condición moral de un intelectual, es la del compromiso. Pero no el compromiso fácil con las pancartas y las consignas previsibles, sino con los valores que nos configuran como civilización. Un compromiso contra los tiranos. Pero también contra los amigos que prefieren mirar hacia otro lado y disparar a las dianas fáciles, porque el miedo o el prejuicio les impiden saber quiénes son los verdaderos enemigos. Es un compromiso con los valores que nacieron en el primer texto fundacional de nuestra historia moderna, las Tablas de la Ley, el inicio de la modernidad. Y siguiendo el hilo rojo de esas Tablas, continuaron con el Derecho Romano, charlaron con Spinoza, construyeron la Ilustración y aterrizaron en la Carta de Derechos Humanos. Ese es el compromiso moral de nuestros tiempos: la defensa de los valores de nuestra civilización. Es el compromiso de Irene Sandler, de Morris Abram, de Baruj Tenembaum, de Nazanin, Esther o Massouda, no importa la religión o la cultura, porque nos unen esos mismos valores... Y sin ese compromiso, nuestra sociedad no existiría. Aprovecho, pues, este extraordinario honor que me otorga UNWatch para denunciar a todos aquellos colegas del mundo de las ideas y del periodismo que callan ante la esclavitud de la mujer en el Islam, ante la persecución de los homosexuales, de los cristianos, de los librepensadores, ante las ideas totalitarias que pueblan el planeta. Y mientras callan contra las dictaduras y sus tiranos, chillan contra dos grandes democracias, quizás porque gritar, por ejemplo, contra Israel o contra Estados Unidos sale gratis. De hecho, contra Israel se vive mejor. Pero alzar la voz contra el Islam fundamentalista, eso sí que resulta un compromiso de riesgo.

También estoy aquí porque creo que los valores de la libertad están amenazados por una ideología totalitaria que nos ha declarado abiertamente la guerra. Y no hablo de una religión o de una cultura, sino de una ideología, la del islamismo fundamentalista. Si en el siglo XX la humanidad tuvo que enfrentarse al reto totalitario del estalinismo y del nazismo, el siglo XXI se enfrenta a una ideología de muerte que contamina a miles de cerebros y mata a miles de personas. Y no solo se trata de organizaciones terroristas escondidas en las montañas del mundo. También se trata de países felizmente sentados en la Asamblea General de la ONU, y cuya maldad legal esclaviza a sus ciudadanos, mientras financia por todo el mundo a imanes fanáticos. Es una ideología que utiliza y vampiriza la tecnología del siglo XXI pero que aspira a volver a la Edad Media, y que usa nuestra democracia para intentar destruirla. Soy una mujer libre de un país libre, pero a mi lado millones de mujeres no pueden amar a quien quieren, pueden ser mutiladas genitalmente, lapidadas, marcadas con ácido, abusadas, despreciadas, sometidas a la maldad feudal. Esa ideología que las odia, nos odia a todos, porque odia la libertad. Este premio lo dedico a ellas, a las mujeres encarceladas en los burkas de unas leyes malvadas. Los países que las esclavizan, se sientan tranquilamente en la ONU, nadie les monta manifestaciones en contra y hasta forman parte del Consejo de Derechos Humanos. Algún día tendremos que preguntarnos a dónde fue a parar el sueño de Eleanor Roosevelt de una Liga de Naciones que tenía que garantizar la libertad de los pueblos. Hoy la ONU es todo lo contrario, es el blanqueador de las oscuras entrañas de muchas dictaduras.

Estoy aquí porque no creo en el choque de civilizaciones, pero creo en el choque histórico entre civilización y barbarie, y creo también que estamos en un momento delicado y trascendente. Estoy aquí porque amo a los disidentes de la dictadura iraní, pero odio a los bárbaros que gobiernan Irán. Porque amo a los intelectuales, los estudiantes, los jóvenes egipcios, pero temo a los musulmanes fanáticos que quieren usar sus revueltas para instaurar leyes feudales. Estoy aquí porque amo a todas las religiones, pero lucho contra aquellos que usan a Dios para el odio, el fanatismo y la muerte. Y el riesgo de contaminar a miles de cerebros que habitan en Europa, o en América o en cualquier del mundo, es más alto de lo que nos atrevemos a reconocer. Por eso estoy aquí, también, porque la ideología totalitaria que esclaviza seres humanos en las dictaduras teocráticas, también quiere esclavizar sus mentes en las democracias occidentales.

Y sí, estoy aquí porque creo que Israel es la avanzadilla de la lucha por esos valores de libertad. Y que la criminalización que sufre por parte de muchos intelectuales occidentales tiene que ver con una mirada tuerta que ve el mundo al revés y que, en su delirio, está traicionando los valores que dice defender. Estoy aquí porque creo en Albert Camus cuando le dijo a Jean-Paul Sartre que defender a Stalin no era defender la libertad. A los muchos aprendices de Sartre les digo, en homenaje a Camus, lo mismo: defender la libertad no es callar ante las maldades del islamismo fundamentalista, no es minimizar el terrorismo, no es llorar solo por unas víctimas y despreciar a otras, ni es criminalizar a una democracia que lucha por sobrevivir rodeada de dictaduras que quieren verla destruida. Eso no es luchar por la libertad. Eso es perpetuar la peor tradición de izquierdas, la que no lloró por las víctimas de Stalin, miró hacia otro lado con Pol Pot y aún perdona a Castro. Y ahora, del viejo poster  del Che Guevara a la kefia palestina, la misma ceguera y la misma inversión de valores: no lloran por las víctimas del terrorismo islamista, miran hacia otro lado con las Sirias y los Irán y aún perdonan a los Hamas y Hezbollah.

Permitan que mencione a Neville Chamberlain y a Irende Sendler. Son los dos polos del comportamiento humano, ante el reto totalitario. Mientras Chamberlain se fue de paseo con Hitler, le dio la mano y decidió mirar hacia el lado oscuro de su conciencia, Irene Sendler dio la mano a las víctimas, se jugó la vida y salvó vidas. Hoy pasa exactamente lo mismo y mientras unos se esconden en sus miedos y creen que dando la mano a los dictadores teocráticos garantizan su vida opulenta, otros dan la mano a sus víctimas. La gran luchadora por las libertades, la siria Wafa Sultan, me dijo hace unos meses en Estados Unidos, “tenemos un proverbio árabe que dice: si me necesitas, te poseo”. ¿Es eso lo que nos ocurre? Que al necesitar su petróleo, poseen nuestro silencio?¿Es tan frágil nuestro sistema de libertades, que se sustenta en el miedo, el apaciguamiento y el silencio? Sin duda eso es hoy Naciones Unidas y eso es también una parte importante de nuestro mundo intelectual, periodístico y político: miedo, apaciguamiento y silencio.

Contra el miedo, premios como los de UNWatch, que dan honor a la lucha por las libertades. Contra el apaciguamiento, el compromiso de Nazanin Afshin-Jam, de Esther Mujawayo, de Massouda Jalal, de tantos y tantas. Y contra el silencio, la palabra libertad. Dijo Winston Churchill, “El coraje es la primera de las cualidades humanas, porque es la que te garantiza todas las demás”. ¡Coraje! Dedico este premio a ellos, a los hombres y mujeres de la historia que han tenido el coraje de luchar contra la barbarie, el dolor y el miedo para defender la libertad. Gracias.

Muchas gracias.

Pilar Rahola Martínez (Barcelona, 1953). Doctora en Filología Hispánica y también en Filología Catalana (Universidad de Barcelona). Directora de la Editorial catalana Pòrtic (1987 – 1990), Directora de la Fundación Acta, para la difusión del pensamiento y el debate. Vice-alcaldesa de la ciudad de Barcelona, responsable de las áreas de comercio, consumo y turismo. Autora de Aquell estiu color de vent", (1983), Aperitiu nocturn (1985), La questió catalana (1993), Mujer liberada, hombre cabreado ( 2000), Carta a mi hijo adoptado (2001), Historia de Ada (2002), El món actual a través de tres generacions (2003), Catalunya, any zero (2004) y Atrapados en la discordia (2009). Premios: Josep Casanovas de periodismo (1991), Betera en Lilà, (2003) por su lucha a favor de la mujer, Javer Olam ("Amigo del Mundo", 2004), otorgado por la Comunidad Judía de Chile, Derechos Humanos (2011) de UN Watch. Desde hace años sigue de cerca la cuestión de Oriente Medio, cuya geografía física, política y social conoce bien. Su conferencia "Los judíos y las moscas" en la UNESCO de París, en mayo de 2003, fue uno de los primeros textos europeos de denuncia del papel de la izquierda y del periodismo, respecto a Israel, a quienes acusa de fomentar el antisemitismo actual. Ha sido traducida a varios idiomas.

http://www.pilarrahola.com/3_0/CONFERENCIAS/default.cfm?ID=1914
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viernes, 19 de septiembre de 2014

PAULINA GAMUS, LA VIDA DE NOSOTROS

La justicia revolucionaria ha dado a luz delitos que no existen en ninguna legislación y cuya supuesta comisión no requiere de testigos o pruebas

Así ironizaron los cubanos con el título de la memorable película alemana “La vida de los otros”, del director Florian Henckel von Donnersmarck quien también fue el guionista. La trama se desarrolla en Alemania oriental -la cínicamente llamada República Democrática Alemana- en los casi estertores del régimen comunista. El tema es la persecución de la temible policía política -la Stasi- a cualquier disidencia especialmente la de los intelectuales. ¿El método? La grabación de las conversaciones mediante dispositivos colocados en sus viviendas. La Stasi tenía alrededor de 300 mil funcionarios, entre agentes e informantes, dedicados a la tarea de sembrar el terror mediante delaciones que conducían a la cárcel sin fecha de salida.

Los comunistas alemanes no inventaron esa manera de utilizar el miedo para doblegar a la gente, su escuela fue la soviética. En los tiempos de la URSS había un chiste muy difundido por quienes visitaban ese país, incluidos los comunistas de otras tierras. Decían que en los hoteles había el siguiente letrero de advertencia: “no ponerle agua al florero porque se oxida el micrófono”. El régimen castrista, como buen discípulo del estalinismo, hizo otro tanto en Cuba: reclutó a miles de soplones que controlaban (y controlan) las vidas de sus vecinos e incluso de sus familias, para denunciarlos ante la menor manifestación de descontento o crítica al gobierno.

Grabar las conversaciones telefónicas de los ciudadanos ha sido un vicio de casi todos los gobiernos, valga recordar que en el famoso caso Watergate, los agentes de la CIA que violentaron las oficinas del Partido Demócrata, no solo buscaban robar documentos sino también colocar dispositivos en los teléfonos para realizar grabaciones. Los regímenes autoritarios modernos pueden prescindir de tan numeroso personal y de métodos que ahora lucen rudimentarios como la instalación de micrófonos con cableados y otras complicaciones. Las modernas tecnologías permiten intervenir teléfonos a distancia y piratear correos electrónicos. Y las cámaras de video graban los movimientos de las personas a quienes se quiere imputar algún delito. Como compensación o contrapartida a los abusos militares y policiales, cada poseedor de un teléfono móvil es un testigo de cargo cuando filma las violaciones de los derechos humanos en que aquellos incurren.

En los 80 fue tan abusivo en Venezuela el uso de grabaciones telefónicas para extorsionar o desacreditar a personas con alguna figuración pública, que el Congreso sancionó en diciembre de 1991, la Ley de Protección a la Privacidad de las Comunicaciones. Cometía delito quien grababa y quien divulgaba el contenido de las grabaciones. Los policías solo podían grabar en los casos de delitos contra la seguridad o independencia del Estado, corrupción, drogas, secuestro y extorsión. En cualquier otra circunstancia, debían pedir autorización de un tribunal para realizar las grabaciones. La mencionada ley jamás fue derogada, continúa vigente pero como casi todas incluyendo la máxima -la Constitución de la República-ha sido letra muerta para el gobierno del desaparecido Hugo Chávez y para el actual de Nicolás Maduro.

¿Qué graban los policías del régimen fascista, seudo marxista y militar de Maduro y su camorra? ¿Acaso se interesan por descubrir a los miles de delincuentes que mantienen aterrorizada y bajo toque de queda autoimpuesto a la población? ¿Persiguen a los secuestradores, sicarios, homicidas que descuartizan a sus víctimas, narcotraficantes, contrabandistas de uniforme que trafican con alimentos, gasolina y cabillas hasta la vecina Colombia? ¿Tienen controlados a los pranes que reinan en las cárceles de todo el país y que desde allí ordenan, por sus teléfonos móviles, asesinatos, secuestros y extorsiones? En absoluto, los criminales pueden continuar con sus actividades con la seguridad de que al gobierno poco le importa lo que hagan y deshagan. Las grabaciones del régimen sirven solo para perseguir y encarcelar a dirigentes políticos de oposición y para que la gente común tenga miedo de hablar por teléfono.

Pero ya hasta las grabaciones comienzan a ser prescindibles, la justicia revolucionaria ha dado a luz delitos que no existen en ninguna legislación y cuya supuesta comisión no requiere de testigos o pruebas. Dos alcaldes de oposición, Enzo Scarano, de San Diego, Estado Carabobo y Daniel Ceballos, de San Cristóbal, capital del estado Táchira, fueron destituidos y encarcelados por desacato a una notificación judicial publicada en la prensa. En el caso de Ceballos, el agravante fueron sus conversaciones telefónicas en las que trazaba estrategias políticas con partidarios. El dirigente político y ex alcalde Leopoldo López, está en la cárcel por los delitos de instigación pública, daños a la propiedad e incendio, ambos en grado de determinador. Pero además por tráfico de influencias, lo que se deriva de sus conversaciones telefónicas. Esas singulares imputaciones, sin necesidad de pruebas, han sido fabricadas por la Fiscal general más abyecta en la historia de Venezuela, se merece que la llamen fiscala.

La tapa del frasco ha sido el delito inventando por un diputado ágrafo que gracias a la meritocracia revolucionaria, ocupa la vicepresidencia de la Asamblea Nacional. El nuevo crimen es vandalismo lingüístico y el criminal es el presidente del gremio médico del estado Aragua. Cometió ese neodelito al denunciar ocho extrañas muertes por una epidemia indeterminada en esa región. En un país en el que cada día es más difícil encontrar medicinas y la gente acude al Twitter para suplicar por ellas, en que los hospitales carecen de los mínimos recursos para diagnósticos y tratamientos, en que las clínicas privadas han debido reducir al mínimo las intervenciones quirúrgicas por falta de recursos, hasta de anestesia; el delito es revelar que hay gente muriendo por una epidemia ignota e incontrolada. Hay que agradecer al altísimo que a estas tierras no haya llegado el ébola, la mortandad sería de cientos de miles y las cárceles no alcanzarían para recluir a quienes mencionen la soga en la casa del ahorcado, aunque sea por teléfono.

Paulina Gamus
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jueves, 11 de septiembre de 2014

PAULINA GAMUS, EL GRAN SALTO ADELANTE

Durante tres meses, los venezolanos fuimos espectadores y víctimas de una farsa que el farsante mayor llamó "el sacudón"

"La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa". Quién nos iba a decir que una de las frases más traídas, llevadas y manidas de Karl Marx iba a ser tan útil para describir los desaguisados de un Gobierno de seudo marxistas. Marx no lo dijo pero es factible creer que no le hubiese molestado una tercera posibilidad, la tragicomedia, verbigracia en el caso venezolano. Hasta hace algunos días, el causahabiente de Hugo Chávez —Nicolás Maduro— se había dedicado a repetir la historia del hundimiento de la Cuba fidelista, según el patrón dictado por el causante. Así se llama en derecho a quien deja una herencia pero, en el caso específico de Chávez, habría que entenderlo además como aquel que causó la catástrofe económica y social de Venezuela. Maduro ha sido el sepulturero.

Sin embargo, parecían soplar vientos de cambio. Durante tres meses, oficialistas y opositores fuimos espectadores y más tarde víctimas de una farsa que el farsante mayor llamó "el sacudón". Sus anuncios harían estremecer los cimientos de la nación. Rafael Ramírez, el segundo hombre más poderoso del país después de Chávez, aún en vida de éste; aquel que usufructuaba tres cargos: presidente de la petrolera estatal PDVSA, vicepresidente del área económica y ministro de Petróleo y Minería, se había reunido con inversionistas internacionales y aseguraba que Venezuela iba hacia la unificación cambiaria y la apertura económica. ¡Ahhh!, y que era inevitable el aumento del precio de la gasolina, la más barata del globo.

Los economistas y opinadores de oficio estuvieron distraídos todo ese tiempo debatiendo sobre cuál debía ser la cotización del dólar único y las consecuencias inflacionarias. A la par, se creaban comités y circulaban por Internet peticiones para protestar contra el aumento del combustible. De vez en cuando aparecía algún capitoste de la hidra de mil cabezas y una sola corrupción, que es el partido de Gobierno, rebatiendo a Ramírez y sus propuestas burguesas y neocapitalistas. En el órgano oficioso de la revolución chavomadurista —Aporrea— se peleaban los marxistas radicales con aquellos que reconocían que por el camino trazado por Maduro y su caterva, íbamos directos al precipicio.

Para incrementar el suspense, Maduro continuaba anunciando que venía el "sacudón". La gente hacía el esfuerzo sobrehumano que se requiere para ver y oír sus cadenas radiotelevisivas, a la espera de los anuncios que pondrían a temblar a la patria bolivariana. Pero el aposentado en la silla presidencial se iba por las ramas, trepaba hacia las copas de los árboles, escalaba montañas y no soltaba prenda. A las personas de juventud prolongada o en la edad de oro, es decir, a los viejos, nos parecía un remake de El derecho de nacer, aquella radionovela cubana que de verdad sacudió los sentimientos de miles de escuchas en los años 50. Don Rafael del Junco, el abuelo del héroe Albertico Limonta, había agotado no menos de 30 episodios de la serie tratando de revelar una dramática verdad, sin poder articular palabra. Y ahora, por culpa de otros cubanos, el presidente venezolano no terminaba de sacudirnos. Pero llegó al fin la noche del 2 de septiembre. Maduro habló como si él fuera Konrad Adenauer al frente de un país parecido a Suiza. Hizo unos cambios no de caras sino de cargos al mejor estilo de Lampedusa: "Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos, y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado".

Con la defenestración esa noche del otrora poderoso Rafael Ramírez y su confinamiento a la cancillería —tan disminuida desde tiempos de Chávez— murió toda esperanza de rectificación. Paradójicamente, el hombre que contribuyó a que Hugo Chávez hundiera a Venezuela sin emitir entonces una sílaba de protesta o desaprobación, parecía estar dispuesto a reflotarla. Pero se impusieron, más que los ideólogos marxistas, los militares cuya única ideología es mantener el statu quo que les permite continuar el saqueo sistemático del erario público.

¿Seguirá todo igual, nada cambiará? Ojalá los venezolanos tuviésemos la suerte de seguir tan mal como antes del sacudón de Maduro, porque la realidad que se avecina es la del gran salto adelante de Mao Zedong. Como se recuerda, el mismo fue el propósito de transformar la economía agraria china en una sociedad comunista mediante la industrialización y el colectivismo. El resultado fue una hambruna que causó la muerte de 30 millones de chinos, en su mayoría niños y ancianos. Por supuesto que una parte de esa historia no podría repetirse en Venezuela ni en la versión comedia. Imposible pensar en una industrialización tan desastrosa como aquella de Mao ya que, en dieciséis años, la revolución bolivariana no ha logrado producir un tornillo. El quid está en la colectivización para lo que Maduro designó Ministro de Comunas a Elías Jaua, un comunista irredimible en cuyo curriculum destaca como lo más loable, su pasado de terrorista urbano. Nuestras esperanzas están cifradas en que para organizar un Estado comunal se requiere algún sentido de la planificación y un mínimo de eficiencia, cualidades inexistentes en estos marxistas tropicales y amantes de la vida burguesa.

Clamemos pues al cielo para que nada cambie y para que la historia no se repita en ninguna de sus versiones. Solamente recordemos que al desastre del gran salto adelante de Mao, le siguió la revolución cultural con su secuela de persecuciones, asesinatos, suicidios y destrucción. Fue la venganza del gran timonel por el fracaso de su Salto. Maduro no es Mao Zedong ni Venezuela es la China de entonces, pero el hambre y la represión son iguales en cualquier parte.

Paulina Gamus
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