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martes, 30 de diciembre de 2014

PAULINA GAMUS, "RELATOS SALVAJES",

PAULINA GAMUS
EL ÉXITO DE UNA PELÍCULA QUE TIENE LA VIOLENCIA COMO HILO CONDUCTOR

Ha sido hasta ahora la película más taquillera en la historia del cine argentino. Aclamada en el Festival de Cannes es también candidata al Oscar como mejor película en lengua no inglesa. La revista Time la ha seleccionado como una de las diez mejores películas de 2014. ¿Por qué tanto éxito de una película que tiene la violencia como hilo conductor en sus distintas historias? Quizá porque logra tratar con humor, aunque sea negrísimo, la rabia y su consecuencia inmediata: la venganza, dos sentimientos que están presentes en todo ser humano y que depende de cada quien y de sus circunstancias saber manejar.

Relatos Salvajes ha llegado al público cinéfilo en un año signado por el horror y la impiedad. De algún lugar del infierno llegó un grupo de fanáticos llamado EI o IS, según se trate de español o inglés, que se solaza en filmar y difundir sus decapitaciones y asesinatos colectivos. Antes de eso y ya desde atrás, la guerra civil en Siria con sus más de 200.000 muertos e incontables desplazados, el fanatismo yihadista en Pakistán que causa la muerte de más de 100 niños de una escuela y los actos terroristas en Afganistán e Irak también con su secuela de civiles masacrados.

México fue y sigue siendo una noticia que avergüenza: 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en Iguala, Estado de Guerrero, fueron asesinados por un acto de complicidad entre policías y bandas de narcotraficantes. Y no es el único crimen masivo que ocurre en ese país en circunstancias similares.

En Venezuela, en el mes de abril, 42 personas murieron asesinadas a balazos por militares y grupos paramilitares afectos al gobierno por manifestarse en contra del régimen de Nicolás Maduro. En noviembre más de 50 presos de la cárcel de Uribana en el estado Lara murieron envenenados muy probablemente por los guardianes del penal. La verdad nunca se sabrá, al menos mientras gobierne el chavomadurismo. Poco importa la vida de unos presos, por lo general pobres, en un país que en 2013 registró 25.000 asesinatos, en su mayoría impunes. Se estima que al cierre de 2014 se supere esta cifra macabra bajo el mismo signo de la impunidad. 

Tiene que haber mucho odio, mucho resentimiento social o la irracionalidad de todo fanatismo para que segar vidas sea algo banal y mecánico. Y ver morir algo rutinario, parte del paisaje. Es difícil sin ser psiquiatra o psicólogo, saber qué pasa por la mente de un delincuente o lo que hay en su historia personal, para asaltar a una mujer a todas luces pobre y arrebatarle la muñeca a su hijita de cuatro años. ¿Cómo drenar la rabia que producen esos hechos que se van acumulando sin que sus perpetradores sufran algún castigo? Allí radica la popularidad de Relatos Salvajes: cada uno de los personajes que ha sido atropellado, ofendido, abusado, engañado, tiene la posibilidad de cobrar la afrenta y hacerlo con creces. Es el placer de la revancha, ese manjar que según decía Walter Scott, es el más sabroso y se prepara en el infierno.

La película argentina ha tenido un enorme éxito en su país, pero no sé si equiparable al que aún tiene en Venezuela después de muchas semanas en cartelera. Ese dulce placer de la venganza ante la injusticia y la violencia impune que vivimos a diario lo disfrutamos por intermedio de cada uno de los vengadores de Relatos Salvajes. No podría asegurar que la película sea tan exitosa en países en los que la justicia funciona, en donde hay policías que cumplen con su deber de perseguir y apresar a los delincuentes y jueces independientes y honestos que se encargan de imponerles las penas que establece la ley. Es la diferencia abismal entre países con leyes para ser acatadas y países con leyes para ser violadas, especialmente por sus gobernantes.

Siempre me asombró, en mi trato con sobrevivientes del Holocausto, que en esas personas que habían sufrido las más atroces torturas y los más indescriptibles vejámenes, no hubiese un ápice de resentimiento y que en su mayoría hubiesen reconstruido sus vidas, formado familias y, en muchos casos, tuvieran un excelente sentido del humor y ejercercieran de manera activa la solidaridad. Pienso que su venganza, su revancha, fue la derrota del nazismo, su aplastamiento, su desaparición como régimen genocida y perverso. En ese caso, aunque por otras vías, también hubo justicia. Esa que cojea en muchos países de la América latina y que en Venezuela tiene brazos y piernas amputados.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus

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jueves, 6 de noviembre de 2014

PAULINA GAMUS UN PAÍS PARA ENTENDER, NUNCA SUPIMOS CUÁNTO QUERÍAMOS A NUESTRO PAÍS HASTA QUE LA CATÁSTROFE DEL CHAVISMO

PAULINA GAMUS 
Hace muchos años el ministerio de Turismo de Venezuela utilizaba el eslogan o lema Un país para querer. El mensaje estaba dirigido a los extranjeros porque si de los venezolanos se trataba, nunca supimos entonces cuánto queríamos a nuestro país hasta que nos ocurrió la catástrofe del chavismo. Aquellos que, venidos de otros lares, nos visitaban, quedaban encantados por muchas razones: el clima, las playas, las bellezas naturales, los excelentes restaurantes y, sobre todo, la simpatía y calidez de la gente.

Un país que fue de los primeros exportadores de petróleo ahora importa gasolina.

Hoy no somos un país para querer sino para entender y no solo para que nos entiendan los extranjeros, sino para entenderlo nosotros mismos. Cada día suceden tantas cosas que impiden el aburrimiento y nos mantienen en ascuas a la espera de lo que vendrá, que indefectiblemente es algo peor.

Imposible incluir en esta nota, por razones de espacio y de paciencia de los lectores, todo lo que nos viene a la mente para contar. Elegiré algunos sucederes que jamás creería quien no esté padeciendo en carne propia la revolución bolivariana, mezclada en una licuadora diabólica con el socialismo del siglo XXI:

Champú. Caracas es una ciudad construida sobre riachuelos y quebradas y el país entero tiene agua a montones, menos en la mayoría de los grifos. Quizá por esa razón, heredada según se dice de los ancestros aborígenes, el venezolano de cualquier clase social —hasta el que vive hacinado en el rancho más primitivo— se las ingenia para bañarse a diario y nunca despedir olores desagradables como ocurre en otras latitudes. Como ejemplo cito que hace años, en una pensión de Paris, mi hermano debía pagar dos francos cada vez que utilizaba la ducha. Como era verano y se bañaba hasta tres veces al día, la dueña le preguntó si estaba enfermo. Aquello se transformó en un evento que convocaba asamblea de camareras con el murmullo: ¡el venezolano se va a bañar!

En Venezuela, las policías abundan casi tanto como los delincuentes
Así fue hasta que por efectos de la revolución que ha creado un viceministerio de la Suprema Felicidad Social y, más recientemente, los Círculos del Buen Vivir, el país sufre carencia de casi todo lo que permita la higiene personal. Ante la desesperante escasez de champú, un ministro que no es cualquiera sino el del Hábitat y Ecosocialismo, ha proclamado: "Pues si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos". Basta con dejar volar apenas un poco la imaginación para suponer que la misma recomendación se extiende a otras carencias como la de papel higiénico.

Niñeras. Son un lujo que solo pueden permitirse quienes pertenecen a esa categoría socio-económica que es la burguesía, detestada y anatematizada cada día por los socialistas revolucionarios que llevan tres lustros desplumando a Venezuela. Pero niñeras que viajen en aviones privados y cuelguen en su muro de Facebook fotos de sus visitas a Paris, los Alpes suizos, las pirámides mexicanas y otras maravillas del globo terráqueo, solo las de Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega o las de la familia Mendoza de las Empresas Polar de Venezuela, tan hostigada y acosada por el chavismo. ¿Puede entenderse que el funcionario más marxista leninista del régimen, desde que encapuchado quemaba autobuses hasta ahora que es ministro nada menos que de las Comunas —es decir ¡comunismo!— tenga a una niñera que viaja por el mundo con la familia ministerial, incluida la suegra, en aviones oficiales y además con armas de fuego en su equipaje?

El socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia
Fascismo. Busco en Wikipedia la definición que me parece más ligera: “El fascismo se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo y que está en manos de un partido único. El Estado fascista ejerce su autoridad a través de la violencia, la represión y la propaganda, incluyendo la manipulación del sistema educativo”. Caramba, ni que los señores de Wikipedia estuviesen instalados en Venezuela presenciando los desafueros del régimen chavomadurista. Un día cualquiera mi automóvil se detiene en un semáforo justo detrás de un autobús absolutamente pintado de rojo y con el siguiente letrero en el vidrio trasero: "Destruido por el fascismo y recuperado por la revolución”. El letrero no cumpliría su cometido si no tuviese a la derecha una imagen de Bolívar y a la izquierda la del difunto Hugo Chávez. ¿Conoce alguien otro país en el cual el fascismo se dedique a destruir autobuses en vez de hacer lo suyo que es destruir a la gente?

Gasolina. Desde el llamado Caracazo, aquellas 48 horas de muerte y destrucción en febrero de 1989 que el chavismo celebra como una efemérides, ningún Gobierno se ha atrevido a subir el precio de la gasolina. Mientras la inflación ya va por los tres dígitos y cada vez se hace más difícil alimentar a la familia o adquirir medicinas, el valor de un tanque de gasolina en Europa es lo que gasta un vehículo venezolano en cuatro años. Y para mantenerla en esos niveles de precio, un país que fue de los primeros exportadores de petróleo en el mundo ahora la importa.

Policías. En cualquier país medianamente normal, las policías sirven para guardar el orden público y dar seguridad a la población. En Venezuela, uno de los países con mayor índice de violencia criminal en el mundo, ciertos grupos paramilitares llamados Colectivos y creados para defender la revolución, logran defenestrar al ministro del ramo y descabezar a la principal policía de investigación del país.

Las policías abundan casi tanto como los delincuentes, para lo cual el Gobierno acaba de crear la Misión Guardianes de la Policía de la Patria. Suponemos que son unos policías cuidando a otros.

Un médico con especialización gana 8.000 bolívares, es decir 80 dólares o 70 euros por mes.

Cárceles. En casi 16 años el chavismo no construyó una cárcel y el hacinamiento en las que existen provoca, cada dos por tres, masacres que horrorizan a la nación. Pero hoy surge una gran esperanza para los presos: la muy sui géneris ministra del área ha prometido la libertad a quienes aprendan cuatro idiomas. Suponemos, dado el nivel educativo de la población penal, que el español será uno de ellos.

Salarios. Durante su ejercicio como primer ministro, Itzhak Rabin, militar y héroe de guerra en un país siempre en alerta bélica, redujo dramáticamente el presupuesto militar para aumentar el de educación. En un país como Venezuela, donde los militares no arriesgan un pelo desde los años 60, cuando enfrentaron con valor y derrotaron a la guerrilla castro-comunista, se les acaba de incrementar el salario en un 45%, además de los regalos de vivienda, automóviles y otras prebendas. Mientras tanto un médico con especialización gana 8.000 bolívares que, para que se entienda, son 80 dólares o unos 70 euros por mes. Sumamos los presupuestos miserables de las universidades, los salarios humillantes de maestros y profesores y entendemos al menos algo: el socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
@Paugamus

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martes, 6 de mayo de 2014

PAULINA GAMUS, LA MUERTE LES SIENTA BIEN

La revoluciones tienen como objetivo trastocar el orden anterior, ponerlo patas arriba y de ser posible desaparecerlo. Casi siempre van acompañadas de violencia porque es la única manera del quítate tú para ponerme yo cuando ese cambio no ocurre por la vía electoral. Justamente allí radica buena parte de la singularidad de la llamada revolución bolivariana que preferimos denominar chavofidelista. Fue propuesta y emprendida por un personaje que la única vez que intentó hacerse del poder por la fuerza, causó más de 100 muertes y fracasó rotundamente. Alcanzó el poder mediante los votos en una elección absolutamente democrática y luego se propuso liquidar el sistema que se lo permitió.

Otro aspecto original de esa revolución que se apropió del nombre del Libertador de cinco naciones suramericanas, fue la pretensión de su artífice de aparecer como un demócrata cabal en la medida en que se iba transformado en autócrata. Hacía una elección cada año y el mundo entero se tragaba el cuento de que en Venezuela había un exceso de democracia, como dijo Lula Da Silva en elogio a la gestión de su entrañable amigo Hugo Chávez. En lo que éste resultó absolutamente fiel a la receta de todos los dictadores, fue en dividir a la población en dos grupos irreconciliables: los míos y la nada. Así se produjo el fenómeno de la polarización con odio. Hago esta salvedad porque en los cuarenta años de vida civil y democrática que comenzaron el 23 de enero de 1958 y concluyeron en febrero de 1999, Venezuela fue un país polarizado entre el socialdemócrata Acción Democrática y el socialcristiano Copei, los dos grandes partidos que se alternaron en el poder en esas cuatro décadas. Pero fue una polarización respetuosa del otro, democrática y civilizada.

En esos cuarenta años, cuando moría algún líder o dirigente político de uno de esos dos grandes partidos, es posible que sus compañeros de ruta se alegraran más que los contrarios por causa de las luchas intestinas. Pero había unas maneras, un modo por hipócrita que fuera, que obligaba a propios y extraños a manifestar sus condolencias y rendirle al difunto los honores funerarios dignos de su rango o trayectoria. Moría un adeco y los copeyanos acudían al sepelio y viceversa. Si el viajero a mejor vida era alguien que se había distinguido por sus méritos o había ocupado la presidencia de la República o del Congreso, era factible que también acudiesen a expresar sus condolencias, los miembros de los eternos opositores partidos de la Izquierda. Eso es pasado y está a punto de transformarse en historia.

El primer muerto significativo dentro de las filas chavistas fue un joven fiscal del ministerio público (así con minúsculas, como lo merece) llamado Danilo Anderson. Se había hecho célebre en una cacería de brujas de empresarios y banqueros y según las malas lenguas, que suelen ser las mejor informadas, practicaba de tal manera la extorsión que su nivel de vida se había elevado rápidamente desde la modestia casi lindante con la pobreza, hasta la de un metrosexual que exhibía con desparpajo, costosos trajes de marca y relojes que encandilaban. Tenía además una camioneta todo terreno último modelo que un mal o buen día -según cada quien lo asuma- de octubre de 2004, voló por los aires con su propietario adentro, debido a la explosión de una bomba activada a control remoto con un teléfono móvil. La cursilería propia del militarismo, elevada al cubo cuando se cubre de estalinismo cubanoide, transformó aquella muerte y el sepelio en un despliegue de plañideras entre las que se destacó el jefe del occiso, el fiscal general y bardo Isaías Rodríguez, quien para vergüenza nacional fue después Embajador en España. El gobierno hizo apresar a unos expolicías, los Guevara, por el testimonio de un farsante a sueldo que luego confesó sus mentiras. En aquella locura de policías ineptos y gatillos alegres, fue asesinado el joven abogado Antonio López Acosta, que nada tenía que ver con el crimen de Anderson. De nuevo las bien informadas malas lenguas apuntaron hacia un alto funcionario chavista, beneficiario de todos los gobiernos democráticos de los cuarenta años, como autor intelectual del asesinato. Lo hizo por su amistad jamás gratuita, con los banqueros y empresarios que Anderson investigaba y extorsionaba. Nada más se supo del caso salvo que los hermanos Guevara, condenados a 27 años de prisión, y su primo Juan Bautista Guevara a 30 años, continúan en la cárcel.

La polarización con odio produjo el primer resultado: mientras el chavismo o una parte del mismo lloraba la trágica muerte de Danilo Anderson, el país opositor la celebraba y fue hasta motivo de chistes. Luego murieron dos expresidentes de la república y varias personalidades que ocuparon altos cargos en los Congresos de la democracia. Ni una palabra de pésame, ni un obituario de pocas líneas en algún periódico, nada. El silencio oficial se rompió cuando murió el dos veces presidente Carlos Andrés Pérez, las palabras de Chávez fueron: “Yo no pateo perro muerto….No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador…”. 

En octubre de 2007 murió el cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, el latinoamericano que ocupó los más altos cargos en El Vaticano antes de la elección del Papa Francisco. Dijo Chávez: “Me alegra que haya muerto ese demonio vestido de sotana, ojalá se esté pudriendo en el infierno como se merece, sé que se retorcerá eternamente viendo avanzar la revolución…”. Y cuando murió tras una prolongada huelga de hambre, el productor agrícola Franklin Brito, el saludo del ministro de comunicación Andrés Izarra fue: “Franklin Brito huele a formol”.

Por alguna extraña razón o quizá habría que creer que la justicia divina está en el sector que repudia la revolución chavofidelista, son más los muertos célebres, aunque sea tristemente, de ese bando que los opositores. Algunos murieron casi en cadena por lo que en un país que se ha hecho adicto a la brujería, predicciones astrológicas, videntes, profetas, babalaos, prácticas del vudú y demás esoterismos, se popularizó la especie de que la maldición de Bolívar había alcanzado a todos aquellos que estuvieron presentes en el hurgamiento de sus restos mortales. El supuesto objetivo de la profanación era saber si algún antepasado del presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, lo había envenenado. Verdad o no, el más importante de los alcanzados por la hipotética maldición bolivariana fue el presidente, caudillo y dueño absoluto de Venezuela, Hugo Chávez Frías. Mientras decenas de miles de venezolanos desfilaban llorosos, tras largas horas de espera, para darle una miradita al supuesto cadáver, otras decenas de miles celebraban con champaña, whisky o ron y parrilladas, según sus bolsillos, el feliz acontecimiento.

El muerto chavista más reciente ha sido el excapitán Eliécer Otaiza quien participó en la asonada militar del 27-N-92 y ocupó distintos cargos en estos quince años de hegemonía chavista. Fue asesinado a tiros y su cadáver estuvo 48 horas en la morgue sin que lo identificaran. Los tuits o trinos se dispararon. Mientras una ministra de prisiones, famosa por sus ataques de furia y su parecido con la actriz Linda Blair en El Exorcista, tuiteaba: “Eliécer camarada, tu muerte será vengada”, decenas de tuiteros expresaban júbilo y hacían bromas sobre el finado. A esto nos ha conducido un proceso político que se ha empeñado en excluir a la mitad del país, en maltratarla con insultos y atropellarla con los hechos. No es de extrañar la actitud indiferente, casi de hábito, ante las muertes violentas de 200.000 venezolanos desde que comenzó el gobierno de Chávez, un 400% más que en los 40 años anteriores. En 2013 los asesinatos alcanzaron la cifra record de 25.000, mucho más que en Colombia donde existe la narcoguerrilla terrorista de las FARC o las causadas por la mafias del narcotráfico en México o por el fanatismo religioso en Irak. 

De los 200.000 homicidios, apenas el 2% fue resuelto. Así funciona la justicia revolucionaria y de esa manera nos ha transformado en una sociedad que mira la muerte de reojo y sin piedad. Una vez dijo Jorge Luis Borges que hay que tener cuidado al elegir los enemigos porque tarde o temprano uno termina pareciéndose a ellos. Justo lo que nos pasa.

Paulina Gamus
gamus.paulina@gmail.com
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MARIO VARGAS LLOSA , LOS ESTUDIANTES


La más importante batalla por la libertad se está dando en las calles de Venezuela y no es justo que los jóvenes, que la lideran, no obtengan el apoyo de Gobiernos y organizaciones democráticas

Las palabras también se gastan con el uso. Libertad, democracia, derechos humanos, solidaridad, vienen a nuestros labios a menudo y no quieren decir ya casi nada porque las utilizamos para decir tantas cosas o tan pocas que se desvalorizan y afantasman al extremo de convertirse en meros ruidos. Pero, de pronto, unas circunstancias sociales y políticas las recargan de contenido y de verdad, las impregnan de sentimiento y de razón y es como si resucitaran y expresaran de nuevo el sentir de todo un pueblo.

Es lo que vivo en estos días, en Venezuela, escuchando a dirigentes estudiantiles y líderes de oposición, a hombres y mujeres comunes y corrientes que nunca antes hicieron política y ahora la hacen, jugándose los trabajos, la tranquilidad, la libertad y hasta la vida, impelidos por la conciencia de que, si no hay un sobresalto nacional democrático que lo despierte y movilice, su país se va a la ruina, a una dictadura totalitaria y a la peor catástrofe económica de toda su historia.

Aunque el proceso viene de atrás —las últimas elecciones han visto crecer de manera gradual la oposición al régimen chavista—, el cambio cualitativo tuvo lugar a comienzos de febrero de este año, en San Cristóbal, Estado de Táchira, cuando un intento de violación de una joven en la Universidad de los Andes llevó a los estudiantes a convocar una gran marcha contra la inseguridad, la falta de alimentos, los secuestros, los desmanes de los sicarios y la sistemática restricción de las libertades ciudadanas. El régimen decidió aplicar la mano dura. La Guardia Nacional y las fuerzas paramilitares —individuos armados con pistolas, cuchillos y garrotes, montados en motos y con las caras cubiertas— atacaron a los estudiantes, los golpearon y abalearon, matando a varios de ellos. A las decenas de detenidos los llevaron a cuarteles alejados donde fueron torturados con picanas eléctricas, golpes, sodomizados con palos y fusiles y las muchachas violadas.

La ferocidad represiva resultó contraproducente. La movilización estudiantil se extendió por todo el país y en todas las ciudades y pueblos de Venezuela gigantescas manifestaciones populares expresaron su repudio del régimen y su solidaridad con las víctimas. Por doquier se levantaron barricadas y el país entero pareció vivir un despertar libertario. Los 500 abogados voluntarios que han constituido el Foro Penal Venezolano, para defender a los detenidos y denunciar los asesinatos, desapariciones y torturas, han elaborado un informe que documenta con lujo de detalles el salvajismo con que los herederos del comandante Chávez tratan de hacer frente a esta formidable movilización que ha cambiado la correlación de fuerzas en Venezuela, atrayendo a las filas de la oposición a una inequívoca mayoría de venezolanos.

Maduro fracasará si intenta aplastar el movimiento estudiantil con un baño de sangre
Mi impresión es que este movimiento es indetenible y que, incluso si Maduro y sus cómplices tratan de aplastarlo con un baño de sangre, fracasarán y la matanza solo servirá para acelerar su caída. La libertad ha ganado las calles de la tierra del verdadero Bolívar (no la caricatura que hizo de él el chavismo) y el pregonado “socialismo del siglo veintiuno” está herido de muerte.

Mientras más pronto se vaya, será mejor para Venezuela y para América Latina. La manera como el régimen, en su empeño frenético de colectivizar y estatizar la nación, ha empobrecido y destruido a uno de los países potencialmente más ricos del mundo, quedará como un caso emblemático de los desvaríos a que puede conducir la ceguera ideológica en nuestro tiempo. Además de tener la inflación más alta del mundo, Venezuela es el país de menor crecimiento en todo el continente, el más violento, y en el que la asfixia burocrática se reproduce más rápido al extremo de mantener en la parálisis casi total a la administración pública. El régimen de controles, precios “justos”, intervencionismo estatal, ha vaciado todos los almacenes y mercados de productos, y el mercado negro y el contrabando han alcanzado extremos de vértigo. La corrupción es el único rubro en el que el país progresa a pasos de gigante.

Desconcertado por la movilización popular encabezada por los estudiantes que no consigue aplastar mediante la represión, el Gobierno de Maduro, con la complicidad de los países del Alba, trata de ganar tiempo, abriendo unos diálogos de paz. La oposición ha hecho bien acudiendo a ellos, pero sin desmovilizarse y exigiendo, en prueba de buena fe gubernamental, por lo menos la liberación de los presos políticos, empezando por la de Leopoldo López, a quien, encarcelándolo, ha convertido, según todas las últimas encuestas, junto con María Corina Machado, en el líder político más popular de Venezuela. He conocido a su madre y a su esposa, dos mujeres admirables, que enfrentan con coraje fuera de lo común el hostigamiento de que son víctimas por estar en la vanguardia de la batalla pacífica que da la oposición por impedir la desaparición de los últimos resquicios de libertad que aún quedan en Venezuela.

Pero quisiera subrayar una vez más el papel principalísimo que juegan los estudiantes en la gran gesta libertaria que vive Venezuela. La chavista debe ser la única revolución en su historia que se las arregló para, desde el principio, merecer la hostilidad casi generalizada de los intelectuales, escritores y artistas, así como la de los estudiantes, que, en este caso, dieron mucha más muestra de lucidez y olfato político que, en el pasado, sus congéneres latinoamericanos.

Encarcelar a Leopoldo López le ha convertido en el líder político más popular del país
Es estimulante y rejuvenecedor ver que el idealismo, la generosidad, el desprendimiento, el amor a la verdad, el coraje están tan vivos entre la juventud venezolana. Quienes, frustrados por la inanidad de las luchas políticas en sus países de democracia adocenada y rutinaria, se vuelven cínicos, desprecian la política y optan por la filosofía de “lo peor es lo mejor”, deberían darse una vuelta por las guarimbas venezolanas, por ejemplo, aquella de la avenida Francisco de Miranda, en el centro de Caracas, donde muchachos y muchachas conviven ya desde hace varias semanas, organizando conferencias, debates, seminarios, explicando a los transeúntes sus proyectos y anhelos para la futura Venezuela, cuando la libertad y la legalidad retornen y el país despierte de la pesadilla que vive hace quince años.

Quienes han llegado a la deprimente conclusión de que la política es un quehacer inmundo, de mediocres y ladrones, y que por lo tanto hay que darle la espalda, vengan a Venezuela y, hablando, oyendo y aprendiendo de estos jóvenes, comprobarán que la acción política puede ser también noble y altruista, una manera de enfrentarse a la barbarie y derrotarla, de trabajar por la paz, la convivencia, la justicia y la libertad, sin pegar tiros ni poner bombas, con razones y palabras, como hacen los filósofos y los poetas, y creando cada día gestos, espectáculos, ideas, como hacen los artistas, que conmuevan y eduquen a los otros y los embarquen en la empresa libertaria. Cientos de miles, millones de jóvenes venezolanos están dando en estos días a América Latina y al mundo entero un ejemplo de que nadie debe renunciar a la esperanza, de que un país, no importa cuán profundo sea el abismo en el que la demagogia y la ideología lo han precipitado, siempre puede salir de esa trampa y redimirse.

Algunos de estos jóvenes han pasado ya por la cárcel y sufrido torturas, y algunos de ellos pueden morir, como los cerca de cincuenta compañeros que han perdido ya la vida en manos de los asesinos con capuchas con que pretende acallarlos Maduro. No los silenciarán, pero no es justo que estén tan solos, que los Gobiernos y las organizaciones democráticas no los apoyen y más bien, a veces, hagan causa común con sus verdugos. Porque la más importante batalla por la libertad de nuestros días se da en las calles de Venezuela y tiene un rostro juvenil.

© Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2014.

@vargas_llosa

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miércoles, 8 de enero de 2014

MARIO VARGAS LLOSA, EL EJEMPLO URUGUAYO

Ha hecho bien The Economist en declarar a Uruguay el país del año y en calificar de admirables las dos reformas liberales más radicales tomadas en 2013 por el Gobierno del presidente José Mujica: el matrimonio gay y la legalización y regulación de la producción, la venta y el consumo de la marihuana.
Es extraordinario que ambas medidas, inspiradas en la cultura de la libertad, hayan sido adoptadas por el Gobierno de un movimiento que en su origen no creía en la democracia sino en la revolución marxista leninista y el modelo cubano de autoritarismo vertical y de partido único.
Desde que subió al poder, el presidente José Mujica, que en su juventud fue guerrillero tupamaro, asaltó bancos y pasó muchos años en la cárcel, donde fue torturado durante la dictadura militar, ha respetado escrupulosamente las instituciones democráticas —la libertad de prensa, la independencia de poderes, la coexistencia de partidos políticos y las elecciones libres— así como la economía de mercado, la propiedad privada y alentado la inversión extranjera. Esta política del anciano y simpático estadista que habla con una sinceridad insólita en un gobernante, aunque ello le signifique meter la pata de cuando en cuando, vive muy modestamente en su pequeña chacra de las afueras de Montevideo y viaja siempre en segunda clase en sus viajes oficiales, ha dado a Uruguay una imagen de país estable, moderno, libre y seguro, lo que le ha permitido crecer económicamente y avanzar en la justicia social al mismo tiempo que extendía los beneficios de la libertad en todos los campos, venciendo las presiones de una minoría recalcitrante de la alianza.
Hay que recordar que Uruguay, a diferencia de la mayor parte de los países latinoamericanos, tiene una antigua y sólida tradición democrática, al extremo de que, cuando yo era niño, se llamaba al país oriental “la Suiza de América” por la fuerza de su sociedad civil, el arraigo de la legalidad y unas Fuerzas Armadas respetuosas de los gobiernos constitucionales. Además, sobre todo después de las reformas del batllismo, que reforzaron el laicismo y desarrollaron una poderosa clase media, la sociedad uruguaya tenía una educación de primer nivel, una muy rica vida cultural y un civismo equilibrado y armonioso que era la envidia de todo el continente.
Yo recuerdo la impresión que significó para mí conocer Uruguay hacia mediados de los años sesenta. No parecía uno de los nuestros ese país donde las diferencias económicas y sociales eran mucho menos descarnadas y extremas que en el resto de América Latina y en el que la calidad de la prensa escrita y radial, sus teatros, sus librerías, el alto nivel del debate político, su vida universitaria, sus artistas y escritores —sobre todo, el puñado de críticos y la influencia que ejercían en los gustos del gran público— y la irrestricta libertad que se respiraba por doquier lo acercaban mucho más a los más avanzados países europeos que a sus vecinos. Allí descubrí el semanario Marcha, una de las mejores revistas que he conocido, y que se convirtió para mí desde entonces en una lectura obligatoria para estar al tanto de lo que ocurría en toda América Latina.
Esta política del anciano estadista ha dado a Uruguay una imagen de país estable, moderno, libre y seguro
Sin embargo, ya en aquel tiempo había comenzado a deteriorarse esa sociedad que daba al forastero la impresión de estar alejándose cada vez más del tercer mundo y acercándose cada vez más al primero. Porque, pese a todo lo bueno que allí ocurría, muchos jóvenes, y algunos no tan jóvenes, sucumbían a la fascinación de la utopía revolucionaria e iniciaban, según el modelo cubano, las acciones violentas que destruirían aquella “democracia burguesa” para reemplazarla no por el paraíso socialista sino por una dictadura militar de derecha que llenó las cárceles de presos políticos, practicó la tortura y obligó a exiliarse a muchos miles de uruguayos. El drenaje de talento y de sus mejores profesionales, artistas e intelectuales que padeció el Uruguay en aquellos años fue proporcionalmente uno de los más críticos que haya vivido en la historia un país latinoamericano. Sin embargo, la tradición democrática y la cultura de la legalidad y la libertad no se eclipsaron del todo en aquellos años de terror y, al caer la dictadura y restablecerse la vida democrática, florecerían de nuevo con más vigor y, se diría, con una experiencia acumulada que sin duda ha educado tanto a la derecha como a la izquierda, vacunándolas contra las ilusiones violentistas del pasado.
De otro modo no hubiera sido posible que la izquierda radical, que con el Frente Amplio y los tupamaros llegara al poder, diera muestras, desde el primer momento, de un pragmatismo y espíritu realista que ha permitido la convivencia en la diversidad y profundizado la democracia uruguaya en lugar de pervertirla. Ese perfil democrático y liberal explica la valentía con que el Gobierno del presidente José Mujica ha autorizado el matrimonio entre parejas del mismo sexo y convertido a Uruguay en el primer país del mundo en cambiar radicalmente su política frente al problema de la droga, crucial en todas partes, pero de una agudeza especial en América Latina. Ambas son reformas muy profundas y de largo alcance que, en palabras de The Economist, “pueden beneficiar al mundo entero”.
El matrimonio entre personas del mismo sexo, ya autorizado en varios países del mundo, tiende a combatir un prejuicio estúpido y a reparar una injusticia por la que millones de personas han padecido (y siguen padeciendo en la actualidad) arbitrariedades y discriminación sistemática, desde la hoguera inquisitorial hasta la cárcel, el acoso, marginación social y atropellos de todo orden. Inspirada en la absurda creencia de que hay solo una identidad sexual “normal” —la heterosexual— y que quien se aparta de ella es un enfermo o un delincuente, homosexuales y lesbianas se enfrentan todavía a prohibiciones, abusos e intolerancias que les impiden tener una vida libre y abierta, aunque, felizmente, en este campo, por lo menos en Occidente, se han ido desmoronando los prejuicios y tabúes homofóbicos y reemplazándolos la convicción racional de que la opción sexual debe ser tan libre y diversa como la religiosa o la política, y que las parejas homosexuales son tan “normales” como las heterosexuales. (En un acto de pura barbarie, el Parlamento de Uganda acaba de aprobar una ley estableciendo la cadena perpetua para todos los homosexuales).
La represión no ha funcionado, y el narcotráfico es hoy el factor principal de la corrupción en América Latina
Respecto a las drogas prevalece todavía en el mundo la idea de que la represión es la mejor manera de enfrentar el problema, pese a que la experiencia ha demostrado hasta el cansancio que no obstante la enormidad de recursos y esfuerzos que se han invertido en reprimirlas, su fabricación y consumo siguen aumentando por doquier, engordando a las mafias y la criminalidad asociada al narcotráfico. Este es en nuestros días el principal factor de la corrupción que amenaza a las nuevas y a las antiguas democracias y va cubriendo las ciudades de América Latina de pistoleros y cadáveres.
¿Será exitoso el audaz experimento uruguayo de legalizar la producción y el consumo de la marihuana? Lo sería mucho más, sin ninguna duda, si la medida no quedara confinada en un solo país (y no fuera tan estatista) sino comprendiera un acuerdo internacional del que participaran tanto los países productores como consumidores. Pero, aun así, la medida va a golpear a los traficantes y por lo tanto a la delincuencia derivada del consumo ilegal y demostrará a la larga que la legalización no aumenta notoriamente el consumo sino en un primer momento, aunque luego, desaparecido el tabú que suele prestigiar a la droga ante los jóvenes, tienda a reducirlo. Lo importante es que la legalización vaya acompañada de campañas educativas —como las que combaten el tabaco o explican los efectos dañinos del alcohol— y de rehabilitación, de modo que quienes fuman marihuana lo hagan con perfecta conciencia de lo que hacen, al igual que ocurre hoy día con quienes fuman tabaco o beben alcohol.
La libertad tiene sus riesgos y quienes creen en ella deben estar dispuestos a correrlos en todos los dominios, no sólo en el cultural, el religioso y el político. Así lo ha entendido el Gobierno uruguayo y hay que aplaudirlo por ello. Ojalá otros aprendan la lección y sigan su ejemplo.
@vargas_llosa
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