El politicorrectismo es una trampa para
autocomplacerse con una corrección que no corrige
Ahora los negros son afrodescendientes, como
mi vecino rubio hijo de un sudafricano; los cojos son personas con discapacidad
motora, aunque sigan cojeando de la misma pata; y todos ya no somos todos, sino
que también tenemos que ser todas.
El siguiente es un ensayo para identificar el
formalismo intrínsicamente estúpido de la corrección política del siglo XXI.
Ponga mucho cuidado, querido lector, porque cuando la estupidez se oficializa
tiene el siniestro poder de parecernos normal. Todos solemos caer en la trampa
peluda y perversa de lo "políticamente correcto". En esa formalidad
inútil que parece corregirlo todo, cuando en realidad no corrige nada. Que
corta los talones de la iniciativa y nos autocensura o, peor aún, nos convierte
en fariseos implacables que censuran escandalizados a todo aquel que llame las
cosas por su nombre.
Lo primero que hay que advertir es que la
"corrección política" se aplica primordialmente al mundo de la
retórica. Se trata de palabras. Cierto, las palabras son muy importantes porque
sirven para comunicar y mientras más apropiadas sean, mayor precisión tendrá
nuestro mensaje. Pero no dejan de ser imágenes auditivas, como la palabra perro
que no muerde. El que muerde sigue siendo el perro de la vida real, no su
imagen. Todavía.
La locura de la corrección política o
"politicorrectismo", como prefiero llamarlo, parte de la hipótesis
absurda del determinismo lingüístico, por el cual se supone que la manera de
hablar condiciona la manera de actuar. Una soberana necedad. Según este
principio si a Hitler niño le hubieran enseñado a decir afrodescendiente -en
vez de negro- iba a dejar de ser racista cuando fuera grande. O mejor aún, si
en vez de decir judío lo hubieran obligado a repetir: "persona circuncisa
que pertenece al pueblo elegido por Dios", nos hubiéramos ahorrado el
Holocausto, los judíos no hubieran querido huir de Europa, no hubieran invadido
Palestina y no habría conflicto en el Medio Oriente. ¡Qué fácil es ser un buen
ciudadano si "todos y todas" habláramos de una manera políticamente
correcta!
EUFEMISMOS...
Con respecto a la raza nos hemos inventado
unos de los eufemismos más perogrullos de la historia: el "afrodescendiente".
Sucede que el Homo Sapiens, especie a la cual pertenece toda raza humana,
apareció hace aproximadamente unos 200 mil años en alguna zona del sur de
África. Así que todos somos afrodescendientes. Pero, ¿por qué tenemos que
sustituir la palabra "negro" si es de uso común y bastante acertada
para definir una característica del pigmento de la piel? Pues nada, porque se
parte del principio de que "negro" es peyorativo. Pues sucede que
también es un halago, dependiendo del contexto y del tipo de película que estés
viendo. Uno de los grandes errores del lenguaje "políticamente
correcto" es que se aísla del contexto y olvida el poder semántico de las
intenciones.
En español, "género" denomina el
accidente gramatical con el cual podemos categorizar las palabras en masculino,
femenino o neutro. Por ejemplo: "mesa" es una palabra de género
femenino, pero todos sabemos que no tiene hormonas ni cromosomas XX. Es decir,
género no es sinónimo de sexo. Hoy, por influencia de su equivalente en inglés,
gender, que en ese idioma también quiere decir sexo, hemos incorporado el
concepto "discriminación de género" para referirnos a un problema
real entre personas. Por un lado está bien. El machismo es un problema social y
la discriminación contra las mujeres o contra los homosexuales es una realidad
que hay que combatir. Había una necesidad de inventarse un término y ese nos
venía a pelo, pero sucede entonces que le hemos otorgado al género gramatical
una identidad sexual de la que carecía y ahora el politicorrectismo se empeña
en diferenciar los sexos cada vez que enunciamos una frase.
Algo absurdo porque cuando decimos, por
ejemplo, "una manada de jirafas", hemos formado el plural en género
femenino, pero bien sabemos que la mitad de esos animales de cuellos largos y
pestañas ensoñadoras son machos. Esta obsesión ridícula de los políticos
modernos es engorrosa, antieconómica y pretenciosa. Nuestra actual Constitución
-la "mejor del mundo", pero que se reforma o reinterpreta cada 15
minutos que al gobierno le convenga- es un ejemplo de cómo no hay que hablar ni
escribir. Cada uno de sus artículos se ahoga en un formalismo inútil de
"candidatos y candidatas", "concejales y concejalas",
"estudiantes y estudiantas".
"TODOS Y TODAS"
Así que la próxima vez que usted esté frente
a algún político bobalicón que, aspaventando las manos, empinándose sobre su
humanidad y señalando enérgico con el índice en alto, dice: "todos y
todas"; espántese, porque está ante alguien que no reflexiona sobre sus
propias palabras. Y si usted mismo se descubre diciéndolo, ¡y ni siquiera le
parece mal!, espántese aún más, porque la maldad invisible del
politicorrectismo le ha corrompido el entendimiento.
Pero, ¿por qué digo que es una maldad? Porque
el politicorrectismo es una trampa para autocomplacerse con una corrección que
no corrige. Es más inútil que ocultar lo barrido debajo de la alfombra. Es más
bien como la filosofía de Fritz cuando le contaba a Franz que había sorprendido
a su esposa haciendo el amor con el vecino en el sofá de la sala, pero que eso
no iba a volver a ocurrir jamás. ¿Cómo así? Le preguntaba Franz. A lo que Fritz
respondía orondo: "Ya vendí el sofá".
Otras teorías nuevas, muy válidas y
significativas, como el endorracismo, terminan siendo inutilizadas cuando el
politicorrectismo pretende corregirlas. El endorracismo es una especie de
"autorracismo", un complejo de inferioridad por pertenecer a una raza
o etnia.
Cuando la experiencia me enseña
reiteradamente que como soy indio las oportunidades para acceder a mejores puestos
de trabajo o reconocimiento social son mucho menores que si fuera rubio,
"de ojos rubios y dientes rubios", de cajón que voy a terminar
despreciando mi color marrón tierrúo y a mi abuela cariña que no se encariñó
con un gringo de la Mene Grande a ver si mi mamá nacía más clarita. Es lógico y
es necesario luchar contra esta disociación lastimosa. Ahora, ¿cómo?
"CARTELITOS"
En Venezuela nos encanta resolver los
problemas con cartelitos (o cartelotes) en los restaurantes. Por ejemplo, la
ley obliga que los locales comerciales exhiban un cartel donde reza: "Se
prohíbe todo acto de discriminación racial, racismo, endorracismo y de
xenofobia, que tenga por objeto limitar o menoscabar el reconocimiento, goce y
ejercicio de los derechos humanos y libertades...".
Al
margen de que, por default, entonces sí está permitido el racismo cuando no
menoscaba la libertad (?), me pregunto yo: ¿y cómo prohíbo el endorracismo?
¿Será que si a mi restaurante entra un peruanito acomplejado voy y le contrato
un psiquiatra? O sencillamente no lo dejo entrar. Total, no puedo permitir
actos de endorracismo en mi negocio, ¡por ley!, bajo pena de multa.
En
lo personal, yo voy a seguir llamando al pan, pan y al vino, vino; al negro,
negro, y a los jirafos, jirafas. Y cuando mi sobrino con síndrome de down por
flojo me trate de manipular para que le amarre los zapatos poniendo su cara de
"pobrecito yo el discapacitadito", le voy a decir lo mismo de
siempre: "A ti como que te va a atropellar un carrito de helados".
Para que no se haga el vivo.
JorgeSayegh@gmail.com
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