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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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jueves, 2 de abril de 2015

LUIS FUENMAYOR TORO, CAÍDA DEL BIENESTAR

Durante muchos años hemos dicho que los efectos beneficiosos del llamado socialismo del siglo XXI, categoría para nosotros inexistente, no eran sino el resultado del reparto de parte de la renta petrolera, incrementada por los precios internacionales del crudo, hacia programas sociales que por décadas ha mantenido el Estado venezolano como forma de legitimación de su sistema político. Hemos afirmado que efectos similares se vieron en el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979), cuando fortuitamente hubo también ingresos extraordinarios por las mismas razones. Sobre la base de los resultados de estos dos momentos concluimos que se trataba de efectos no permanentes, no sustentables, que durarían mientras se mantuvieran elevados los precios petroleros, para desaparecer después, incluso en muy poco tiempo.

Tristemente, la realidad actual nos ha dado nuevamente la razón. La cacareada democratización estudiantil (realmente masificación al no mantener la calidad) se desvanece rápidamente: Más de 500 mil estudiantes dejaron de inscribirse en el sector educativo oficial en 2013, cifra altísima en relación con 2011; en primaria la disminución de los inscritos fue casi de 20 mil, mientras en secundaria estuvo en el orden de los 70 mil; el resto, más de 450 mil son de las misiones educativas. También afecta negativamente al sistema el crecimiento de la deserción, que de menos de un mil estudiantes en 2011-12 pasó a ser mayor de 25 mil en 2012-13 en la educación primaria, mientras la de bachillerato fue de más de 200 mil en el mismo período (cifras Ministerio de Educación).
Si nos vamos al caso de la miseria encontramos que la pobreza total y extrema vuelven a alcanzar cifras que habían sido superadas. Para 2003, la pobreza total llegó a ser 61 por ciento, mientras la extrema era casi 30 por ciento, bastante por encima de las de 1998. Luego de ese momento, por las acciones sociales del Gobierno, se reducen en forma importante para alcanzar su mejor nivel en 2009, con una pobreza general menor de 35 por ciento y una extrema de un 8 por ciento (cifras del INE). A partir de allí las cifras se estabilizan hasta 2013, cuando comienzan a deteriorase en forma rápida y alcanzan 52,6 y 25,2 por ciento respectivamente en 2014, según la Encuesta de Condiciones de Vida 2014 hecha por investigadores de la UCV, USB y UCAB.
Al utilizar la renta petrolera solamente en gastos: administrativos del Estado, incluyendo el armamentista y el de los servicios de inteligencia y seguridad; misiones, propaganda oficial, propaganda electoral, subvenciones, bienestar social, que incluye salud y educación; importaciones de bienes y servicios, sin invertir en la producción y sin ahorro en fondos especiales, más la enorme corrupción, la caída del ingreso significará ineludiblemente empeoramiento grave de las condiciones de vida. Fracaso total.         
Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro

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martes, 3 de marzo de 2015

JHOTANI MEDINA QUINTERO, ¿INDEPENDENCIA O BIENESTAR?

“Un país puede captar comercio mundial alternativamente invitando a empresarios de otros países a ir al nuevo país para construir fábricas y para abastecer con esas fuentes a sus mercados existentes. *Sir ARTHUR LEWIS, Premio Nobel de Economía
Recientemente el presidente Nicolás Maduro anunció en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en Costa Rica que él era partidario que la isla de Puerto Rico obtuviera su independencia de los Estados Unidos de América, inmediatamente se abrió el debate al respecto sobre este Estado Libre Asociado a los Estados Unidos de América (EE.UU). Cuando escuchamos hablar de Puerto Rico, muchos piensan en Héctor Lavoe, Marc Anthony o el extinto grupo de baile sincronizado MENUDO. Esta isla representa más que eso, después de la segunda guerra mundial, el primer intento de una nación latinoamericana en superar el subdesarrollo. Sólo existe en la región otro antecedente de lo que se denomina una economía de transferencia, Cuba. Una vez llegado al poder Fidel Castro en la isla caribeña en 1958 se comenzó a gestar un proceso de acercamiento hacia la extinta Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS), ahí comenzó un proceso de subsidios a la economía cubana que le costó a la URSS cientos de miles de millones de dólares pero que no podría ser sustentable ni sostenible en el tiempo. A diferencia de esto, otra vecina isla caribeña, Puerto Rico, sí usó la transferencia de capital norteamericano y tecnología para desarrollar su incipiente economía agrícola que hacía emigrar a su población hacia la metrópoli (EE.UU.) ocasionando una fuga de talento humano lejos de desarrollar la isla. Así fue como a principio de los años 50 el gobierno de EE.UU., permitió que eligieran su primer gobernador, Luis Muñoz Marín. Cabe destacar que Puerto Rico comenzó a depender de EE.UU., tras la guerra Hispano-Estadounidense en 1898, España le cedió la isla a los Estados Unidos de América. En 1917 los puertorriqueños obtuvieron la ciudadanía estadounidense, en 1950 el gobierno norteamericano le permitió el derecho de redactar su propia Constitución, esta relación adquirió su forma jurídica actual en 1952 cuando dicha Constitución estableció que Puerto Rico era, legalmente un Estado Libre Asociado a EE.UU. Una vez Muñoz Marín en la gobernación de la Isla, se creó el programa “Manos a la Obra” que invitaba al capital norteamericano a invertir en la isla para generar empleo para los puertorriqueños, a través de un serie de atractivos, incentivos arancelarios, mano de obra barata, apoyo para la construcción de plantas manufactureras e inclusiones dentro del sistema de tarifas de los Estados Unidos de América. Hay quienes señalan que el modelo puertorriqueño es un modelo de “desarrollo imperial”. Mientras EE.UU., controlaba las prerrogativas esenciales de soberanía sobre un Puerto Rico culturalmente distinto, los puertorriqueños lo obligaron a promover el desarrollo económico y social de la isla como condición de ese convenio.
Puerto Rico fue el primer país en redescubrir la doble ventaja de la inversión extranjera y de la producción para la exportación. El capitalismo puertorriqueño de exportación llevó electricidad y agua a las aldeas montañosas más remotas de la isla, elevó el promedio de vida y disminuyó el analfabetismo. La isla dejó de ser catalogada como el “hospicio del Caribe”. Los resultados fueron asombrosos. El ingreso per cápita aumentó de 118 dólares en el año 1940, a 1700 dólares en el año 1970. Entre 1940 y 1970, la economía creció a un ritmo de casi 10% anual. La creación de empleo en la industria, la administración pública y el comercio, conjuntamente con la emigración, absorbieron el aumento de la población durante esos años. Durante la década de los años 70 la Operación Manos a la Obra únicamente creó cerca de 18.000 empleos de fábrica mientras que la población de la isla alcanzó la cifra de 500.000 habitantes. Sin embargo, curiosamente, el ingreso per cápita (IPC) continuó aumentando, en 1977 se registró el IPC en 2472 dólares. Actualmente el Ingreso Nacional Bruto per cápita (INB) de Puerto Rico alcanza la insólita cifra de 23.000 dólares anual, es el promedio de la ganancia de cada puertorriqueño por año, mientras que en países como Colombia, Chile y Venezuela no alcanza estos niveles de bienestar económico del pueblo puertorriqueño. Chile y Venezuela que en el pasado tuvieron índices poblacionales parecidos y ahora Venezuela duplicó al país austral en su número de habitantes, el INB de Venezuela es de apenas 12.550 dólares anuales, Colombia se ubica en 7.590 dólares anuales, y Chile apenas llega a 15.230 dólares anuales, es decir, ninguno alcanza la isla caribeña que decidió escoger entre independencia absoluta o bienestar económico basado en una economía de transferencia que les permitió elevar el nivel de su población …

Jhotani Medina Quintero
jhotanium@gmail.com
@jhotanimq

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sábado, 28 de diciembre de 2013

SIMON GARCIA, PLURALIDAD, UNI0N Y BIENESTAR, EL LUGAR COMÚN

Esta epoca de fin de año, llena de resonancia espiritual y religiosa, es propicia para el trato amigable, la actitud generosa y la reconciliación. Ello se manifiesta en los ámbitos de la vida privada y en el espacio más abierto de las relaciones familiares. Son días de reflexión, regocijo y definición de nuevos buenos propósitos.También la vida pública suele adquirir un cierto sogiego, incluso en actividades sociales tan ordinariamente agresivas como la política y la guerra. En la una y la otra, que son dos formas distintas de competencia  por el poder, la navidad se asocia a oportunidad para el encuentro civilizado entre los contendores o para el cese de la refriega bélica.

Sin muchas luces ni arbolitos de navidad, con pocos estrenos de gaitas y un compensatorio CD de aguinaldos de Gaélica,  en medio de un anémico clima festivo, el espírtu de la navidad se asomó vagamente con la invitación del gobierno nacional a los Alcaldes electos con la tarjeta de la MUD. Una iniciativa que  vale mucho, al margen de la desconfianza que hace saltar a los picados de culebra ante tan sorpresivo bejuco.
Su importancia es directamente proporcional a la evaluación que tengamos sobre los efectos nocivos que cultural y socialmente ha provocado la más enconada división de nuestra sociedad desde la Guerra Federal. 
El choque de las emociones comenzó por destruír amistades, separar familias y puso un cuchillo entre los dientes a gente de ordinario tranquila, trasmutada en ardorosos defensores de una concepción unilateral de la patria. 
Un conflicto en torno a ella que se ha trasvasado a otros comportamientos y que ha terminado por desconyuntar a la sociedad, pues cada quien jala para su versión sin admitir que puedan tener y hacer que coexistan democráticamente, divergentes visiones sobre lo que es hoy y lo que debe ser mañana la casa común que termina por ser toda patria.
En medio de la tregua algunos, que ven los resultados electorales como su botella media llena, buscan estímulos ideológicos para mantener encendido su volcán de odios. Pero a quienes fuimos a votar en contraposición a las políticas del Estado nos corresponde, porque nos jugamos la vigencia de la pluralidad que defendemos, asumir el diálogo con disposición activa y constructiva. No sólo para buscar un área de convenimientos mínimos entre el gobierno y la Alcaldías, sino para tender la mano a los otros millones de venezolanos que dieron su respaldo a los candidatos propuestos por el PSUV.
Para encontrarnos con ellos es importante aceptar lo que hay de verdad en sus razones y en sus demandas.  Tal vez aprendiendo a oirlos y a manejar positivamente nuestras discrepancias podamos entender por qué nuestra botella, a la luz de los comicios municipales, está otra vez medio vacía.
No hay que disculparse por dialogar. Todos los que quieran, desde el progresismo, trabajar por la unión entre los venezolanos tienen que hacer política sin dejarse llevar a ejercerla como un sucedáneo de la guerra, donde el que piensa distinto es tenido por traidor y enemigo. Dialogamos porque no validams el apartheid hacia los que defienden el proceso revolucionario y porque la unidad nacional es un bien público necesario para evitar que el país se vaya a pique. Dialogamos porque los venezolanos rojos rojitos, tengan o no el gobierno,  son y serán importantes para asegurar  el bienestar político y social de todos. Así que, ¿por qué temer el diálogo y las posibilidades de empeños comunes que tanto hemos exigido?
Lo más importante es que la sensación de que seguir la peleadera es arar en el mar, es compartida cada vez por mayor número de venezolanos en uno y otro lado. La existencia de radicales, también en uno y otro lado, aporta el señalamiento y el debate sobre objetivos máximos; pero siempre arrastra el inconveniente de apelar a medios inviables o que sencillamente conducen precipitadamente a aislarse de la mayoría. Pero los radicales son consustanciales a la diversidad y hay que confrontarse dialogalmente también con ellos.
Nada perdemos en dedicar estos días festivos a sembrar entre nuestros amigos, de allá y de acá, las semillas del pluralismo y de la reconciliación. Hacerlo con la confianza de que habrán de venir tiempos de regocijo compartido y de mayores coincidencias desde proyectos políticos obligados a competir por un modelo de bienestar sin abandonar la sabrosa experiencia humana de la convivencia. Hacerlo, sobre todo, porque el 2014 se nos viene encima con rostro duro y amenazas de resaca.
Simon García
simongar48@gmail.com   
@garciasim

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martes, 27 de marzo de 2012

AXEL KAISER * CHILE, EL PRECIO DE NUESTRO BIENESTAR

por John Stuart Mill se quejó alguna vez de aquellos espíritus “superficiales“ que despreciaban la filosofía especulativa por considerarla ajena a los asuntos de la vida diaria. Para Mill, estos personajes ignorantes no entendían que la filosofía, las ideas, eran a  largo plazo la fuerza más aplastante que pudiera existir sobre los asuntos humanos. Mill, por cierto, no está solo en esto. En su famosa Teoría General, John Maynard Keynes alertó que las ideas de economistas y filósofos políticos, correctas o equivocadas, eran más poderosas de lo que comúnmente se creía. Incluso más, según Keynes, el mundo se rige por poco más que ideas.
El curso de la evolución social entonces, si Keynes y Mill estaban en lo correcto, lo definen las ideas que en ella predominan. En consecuencia, el avance de ideas de una u otra naturaleza llevarán a la sociedad por el camino de la decadencia o el de la prosperidad.
Históricamente no ha habido grupo de ideas más contagioso y destructivo que el colectivismo. El mejor ejemplo de ello es Alemania. Desde medidados del siglo XVIII hasta  principios del siglo XX, el mundo germano fue el faro intelectual, cultural y científico del mundo occidental. En su bestseller The German Genius, el británico Peter Watson explica cómo, la alemana, más que cualquier otra cultura moderna, fue la que forjó el mundo que conocemos hoy. El hecho de que hacia 1910 más de la mitad de la literatura científica del mundo se publicara en alemán y que en 1933 Alemania contara con más premios Nobel que Inglaterra y Estados Unidos juntos, son un reflejo de la pasada preeminencia intelectual germana.
Todo eso se evaporó con el avance de las ideas socialistas. Como bien explicó Friedrich von Hayek en Camino de Servidumbre, fue el ataque sistemático de intelectuales alemanes a la filosofía indvidualista sobre la que se fundó la civilización occidental, lo que proveyó las bases para que el nacional socialismo se hiciera del poder. Y así, una nación de la que se llegó a argumentar que constituía la verdadera heredera de la civilización romana y griega, se sumiría en el barbarismo y la oscuridad  del colectivismo. El mismo colectivismo que bajo el nombre de "marxismo" sacrificaría a más de 100 millones de seres humanos.
La lección que debemos extraer de esta historia es que nada de todo aquello de lo que disfrutamos hoy en Chile gracias a la revolución liberal iniciada hace más de tres décadas está asegurado. Si continúa avanzando el discurso estatista redistributivo, la ideología igualitarista, la retórica anti empresarial y la moralina anti lucro, veremos severamente dañado nuestro sistema de libertades. Esto llevará a Chile al fracaso en su proyecto de alcanzar la paz y prosperidad que han logrado otros países, sumiéndolo en un nuevo período de estancamiento y conflictividad. Quienes piensan que mientras haya consumo las mayorías defenderán el sistema caen en una simplista ilusión. Las mayorías  —ni hablar de las minorías bien organizadas—, infectadas por la demagogia estatista, pueden perfectamente optar por destruir un sistema que las beneficia. Las malas ideas, así lo prueba el socialismo, pueden y suelen triunfar frente a toda evidencia. Pues el problema, como bien ha explicado Douglass North, es uno de fe y no de racionalidad. Y las ideologías, como advirtió el mismo North, son materias de fe antes que de razón y subsisten pese a las abrumadores pruebas en contrario.
Hoy, a nuestro sistema de libertad económica se le ataca desde la oposición, desde el gobierno, desde la academia y desde las calles. Mientras tanto, salvo excepeciones, sus partidarios guardan silencio o transan derechamente sus principios. Creen que pueden cosechar los beneficios de la libertad sin comprometerse con su defensa. Se equivocan. Thomas Jefferson advirtió que hay un precio que pagar por nuestra libertad y prosperidad: la eterna vigilancia. No basta con el cheque a fin de mes, pues nadie quedará libre de las consecuencias cuando lo alcanzado hasta ahora se haya perdido.
* investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 20 de marzo de 2012.

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domingo, 5 de febrero de 2012

ANGÉLICA MORA: ¿QUÉ ES PEOR QUE UN TERREMOTO? (DESDE CHILE)

Los pueblos se pueden reponer de un terremoto. Es cosa de tener valor ante la tragedia y levantarse más pujante aún, ante el desafío que les ha presentado la naturaleza.
El 27 de este mes se cumplirán dos años del terremoto 8,8 que desoló el sur de Chile.
Hoy he recorrido las provincias afectadas y me maravilla como se han levantado del caos, mejores que cuando las azotó el sismo; y muchas del maremoto, en las zonas costeras.
El servicio de transporte es puntual y conecta, en bajísimas tarifas, las redes de las carreteras chilenas.
Hoy he paseado por diferentes barrios, sin temor a ser asaltada.
He visitado lugares llenos de diligentes ciudadanos procurándose los elementos necesarios para su hogar.
He visto que no falta nada y la tierra les ofrece toda clase de frutos y productos.


No tienen que mendigar en abastos, ferias ni carnicerías por nada. La tierra pródiga les da arroz, trigo, aceite y carne en demasía.
El país exporta sus mejores frutas y productos al exterior.
Se han creado 630 mil empleos en los últimos 48 meses y la tasa de creación de empresas se duplicó con respecto al 2011, en que el país se levantaba de uno de los peores terremotos de su historia.
Frente a este bullir de diligentes hormigas, pido muy dentro de mi que los chilenos posean también el suficiente discernimiento para no caer bajo las ruinas que conlleva el comunismo. Los chilenos -repito- son una pieza demasiado apetecible para la voracidad roja, pero de ese mordisco no se recuperarían tan fácilmente como lo están haciendo ahora luego del terremoto, porque el comunismo muerde, pero no suelta su presa.
Tenemos los casos de Cuba y Venezuela, atrapados por el Monstruo, luchando por años por desprenderse de esa terrible dentellada.


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lunes, 7 de noviembre de 2011

CARLOS R. PADILLA CARPA: EL ORIGEN DE LA CRISIS EN LOS PAÍSES DEL ESTADO DE BIENESTAR


"Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enseñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida." ...Proverbio Chino

Cuando el estado del bienestar se introdujo por primera vez en Inglaterra, fue presentado como un paso más en el desarrollo de la historia de la humanidad.
La historia sin embargo parece sugerir que la edad del declive de una nación es con frecuencia un periodo que muestra una tendencia a dar peces y no en enseñar a pescar y a la simpatía por regímenes similares. Tanto como se retiene el status de líder, estos son demagogos y populistas, pero si esa posición se ve en peligro se inicias procesos de represión.
Las posibilidades reales del estado de bienestar estarán dadas por la existencia de recursos que le permitan mantener sin fuentes de producción estables tal situación de dispendio. En una primera etapa intenta servir a las mayorías, luego solo a quienes los apoyan y finalmente a nadie.
Pero esta situación de bienestar material, en la que todo parece estar disponible sin esfuerzo aparente, por un lado relaja valores tales como la disciplina, el trabajo, la dedicación, la atención, y por otra parte muchas personas llegan a pensar que la abundancia es su derecho natural y que se deben satisfacer sus deseos sin contribución alguna por su parte. Si ello no se materializa sobreviene la crisis.
Mientras tanto, quienes manejaban los presupuestos nacionales cuya fuente no era otra que el rentismo y los irracionales impuestos al capital privado, se enriquecían escondiendo corrupción tras la ineptitud. A su sombra acrecentaban sus chequeras los mercantilistas que comercializaban con el oligopolio estatal.
Se propone entonces la sustitución del estado de bienestar centralizado por un estado federal descentralizado para la sociedad del bienestar que procure un desarrollo armónico   y un incremento de la calidad de vida de todos los ciudadanos, mediante el equilibrado ejercicio de la libertad, la igualdad de oportunidades para educación, salud y servicios públicos enmarcados en un efectivo estado de derecho que limite las potencialidades del gobierno a las funciones que le son propias de seguridad, justicia y obras públicas de infraestructura.
Un sistema contrario al mercantilismo negociador a la sombra del estado y a todo intento de monopolios y menos de oligopolios.
Un ejercicio de la libertad entendida como la actividad individual de hacer lo que el libre albedrio de cada uno decide en respeto a la libertad de los demás, aceptando la igualdad de seres humanos dentro de un estado de derecho en sana práctica de la fraternidad sin plantear favoritismo hacia ninguna clase social sin importar la desigualdad porque no es egoísta y procurando solventar la pobreza mediante la antigua expresión de no darle a nadie un pez sino ensenarle a pescar
Un sistema que respete a los emprendedores y los promocione para la sana competencia y al contrario del socialismo marxista no tenga   interés en quitarles lo que han ganado en la seguridad que el capital crea empleo y riqueza e intentar reducir las fortunas mediante impuestos no sólo reduce el bienestar de quien las posee, sino el de todos, en general.
carlos.padilla.carpa@gmail.com

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domingo, 30 de octubre de 2011

RAFAEL TERMES: DEL ESTADO DEL BIENESTAR A LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR

Para lo que tiene que ser mi intervención en este curso sobre «la necesaria vertebración de la sociedad», los organizadores han elegido un título en cuyos extremos figuran dos palabras -Estado y Sociedad- con una intencionalidad adversativa que se observa a primera vista. Sin embargo, en ambos extremos del título se repite la palabra bienestar dando fe de que el objetivo a lograr es precisamente el bienestar, aunque, en cuanto a la manera o los medios de lograrlo, las opiniones pueden ser no sólo distintas sino incluso contrapuestas. Hay más, la cadencia del enunciado completo -«Del Estado del Bienestar a la Sociedad del Bienestar»- acredita que los organizadores -y yo con ellos- piensan que desde la situación presente -el Estado del Bienestar- hay que evolucionar hacia una meta mejor que quedaría definida por el sintagma «la Sociedad del Bienestar». No podía ser de otra manera en un curso dirigido por la Fundación Independiente, cuya aspiración principal es la revitalización de las estructuras sociales espontáneas como la mejor manera de alcanzar los objetivos a los que el hombre como hombre, antes que como ciudadano, aspira ineludiblemente, y entre los cuales ocupa un lugar fundamental el anhelo innato al bienestar.
Empezaré, pues, por hacer algunas reflexiones sobre el bienestar; pasaré después a exponer, cómo, en mi opinión, el intento de proporcionar este bienestar a todos mediante la actuación premeditada y directa del Estado ha fracasado moral y económicamente; y finalmente intentaré decir cómo puede efectivamente alcanzarse el deseable bienestar mediante la espontánea actuación de la persona humana, individualmente o en asociación con quien libremente desee, siempre que el Estado no interfiera en este propósito y se limite, que no es poco, a crear el marco legal para que la acción humana espontánea se produzca, acudiendo, simplemente, en virtud de la función subsidiaria que le es propia, a resolver aquellos pocos casos en los que los individuos no son capaces de lograr, por sí solos, el nivel indispensable de bienestar.
EL BIENESTAR
Sabemos, por propia experiencia, por observación de lo que ocurre a nuestro alrededor y por la enseñanza de la más sana filosofía, que el hombre tiende naturalmente a la felicidad. No se necesitan muchas demostraciones para probar que el hombre, en su polifacético obrar, busca inexorablemente la felicidad, aunque en la apreciación de lo que apetece como bueno pueda errar, y de hecho yerra frecuentemente. Lo cual no obsta para decir que siendo el hombre libre, aunque con libertad humana imperfecta -solamente Dios es verdaderamente libre- la voluntad humana apetece libremente la felicidad, aunque la apetezca de modo necesario. Es cierto que la felicidad es un concepto subjetivo y cada uno, según sus disposiciones anímicas, la cifrará a su manera, de forma que bien puede decirse que hay tantas formas de buscar la felicidad como hombres y mujeres existen, aunque, tal vez, quepa añadir que algunos puedan pensar que la mejor manera de ser feliz es no preocuparse demasiado por llegar a serlo. Sin embargo, cabe ciertamente afirmar que entre los objetivos o fines que el hombre se puede proponer en busca de la felicidad, en términos generales, ocupa un lugar destacado el encaminado a satisfacer no sólo las necesidades básicas o de subsistencia -en las que el hombre no se diferencia de los animales irracionales-, sino también y sobre todo las necesidades superiores, que únicamente el hombre siente, y que comprenden con los bienes del espíritu, la inclinación hacia lo que se llama el bienestar, como una realidad condicionada por el uso de las cosas materiales no absolutamente imprescindibles para poder mantenerse en la existencia.
Ahora bien, la aspiración a cubrir las necesidades básicas y, por encima de ellas, las originadas por la inclinación al bienestar, requiere el empleo de recursos que, por lo general, son escasos. Y aquí empieza la historia del hombre que, desde que Dios lo puso en la tierra, para que la trabajara, no ha cesado de luchar para extraer de su seno lo necesario para el logro de este bienestar que innatamente desea. De tal forma que Alfred Marshall pudo definir la economía como «el estudio de aquella parte de la acción individual y social que está más íntimamente relacionada con la consecución y uso de los requisitos materiales del bienestar». Pero la simple observación de lo que, a lo largo de la historia, ha sucedido, pone de manifiesto que no todos ni siempre logran este bienestar que apetecen y al que, por su propia condición de personas humanas, tienen derecho. Y aquí es donde se asientan los argumentos para pretendidamente justificar la intervención del Estado para adoptar el papel de benefactor de los necesitados, dando lugar a lo que, con el paso del tiempo, ha venido a ser lo que hoy conocemos con el nombre de Estado del Bienestar.
EL ESTADO DEL BIENESTAR
En este punto, con el que doy comienzo a la segunda parte de mi exposición, no me parece ocioso llamar la atención sobre la componente política -en la acepción menos noble de la palabra- de los orígenes de tal actuación estatal. Fue en efecto el Canciller Bismarck quien, en los años ochenta del siglo pasado, en su lucha contra el naciente socialismo, adoptó determinadas disposiciones sociales de carácter paternalista, pensando que, si los obreros percibían que el Kaiser se ocupaba de ellos, dejarían de oír los cantos de sirena del partido socialista. Sin embargo, pese al sesgo interesado y al carácter espúreo de su origen, nada habría que objetar, hasta aquí, a una política tendente a resolver las necesidades básicas de los estratos menos favorecidos de la sociedad, ya que sin duda existe acuerdo en que alguien debe tomar la decisión de subvenir a la indigencia.
Lo que sucede es que, a partir del final de la primera Guerra Mundial, lo que debía haber quedado como un sistema de resolver las necesidades actuales y futuras de aquellas pocas personas que, por distintas razones, no son capaces de hacerlo por sí mismas o en voluntaria y libre colaboración con otros ciudadanos, se fue convirtiendo en un instrumento para universalizar la protección social, con carácter de servicio público, burocratizado, para pobres, clases medias y ricos. Este modelo impuesto por los políticos, con la complicidad de las élites dirigentes que, al amparo del pensamiento keynesiano, habían perdido la fe en el Estado liberal, con el paso del tiempo ha ido extendiendo su ámbito de acción y engrosando la magnitud de sus prestaciones, sin que se sepa bien hasta dónde hay que llegar.
Puede decirse que este Estado del Bienestar es el que desean los votantes, pero la verdad es que éstos no tienen mucho donde elegir porque, a pesar de que los resultados insatisfactorios del modelo fueron pronto patentes, los políticos -sean socialistas sean conservadores- tienden todos a ofrecer programas de gasto en favor de sus clientelas, a fin de ganar las elecciones que es lo que realmente importa a los políticos. Si los ciudadanos han aceptado, implícitamente, el planteamiento del Estado del Bienestar, ha sido bajo el engaño de hacerles creer que la protección que les otorgaba era gratuita; siendo así que la pagamos todos -unos más y otros menos- hasta que resulte imposible pagarla, cosa que ya está sucediendo.
Desgraciadamente, a pesar de la amarga experiencia del desempleo que se ha abatido sobre Europa -y en especial sobre nuestro país- a consecuencia, sin duda, del modelo socio-económico que late tras el Estado del Bienestar, la realidad es que los políticos, presos ellos mismos del engaño en que han hecho incurrir a sus electores, no se atreven a mentar nada que pueda suponer un intento de cambio del sistema de protección social, a pesar de que estén convencidos de que hay aspectos del mismo con imperiosa necesidad de ser modificados. Y es que aun haciéndoles gracia de no caer, en interés partidista, en el fomento del fraude y en la corrupción del sistema, la tentación de utilizar los alegados beneficios de la Seguridad Social con fines electorales es muy grande.
Pero los hechos son tenaces y, si no se toman las necesarias medidas correctoras, como están ya haciendo algunos países europeos, la quiebra económica del Estado del Bienestar, sobre todo en lo que se refiere a las pensiones, la sanidad y la protección del desempleo, es inexorable, en un plazo más bien corto, ya que es imposible y, dentro del proyecto de la Unión Europea todavía más, intentar cubrir el déficit que estas prestaciones provocan, con más y más deuda; deuda, que a su vez, a causa del peso de los intereses, es generadora de mayor déficit.
El Estado del Bienestar, tal como se ha concebido y aplicado, ha sido y sigue siendo perjudicial, pero no solamente por la quiebra económica a que conduce. Con ser esto malo, a mi juicio no es lo peor. Lo peor del Estado de Bienestar es el daño que ha hecho a la mentalidad de los hombres de nuestro siglo. El Estado ciertamente debe proteger las situaciones de indigencia y, en ejercicio de su función subsidiaria, extenderla a los contados casos que la sociedad no puede atender. El error del Estado del Bienestar es haber querido que esta protección se universalizara, alcanzando al inmenso número de aquellos que, sin necesidades perentorias, debían haber sido puestos a prueba para que dieran los frutos de que la iniciativa individual es capaz; en lugar de ello, generaciones enteras han sido adormecidas por el exceso de seguridad, con cargo al Presupuesto y, lo que es peor, en detrimento de las unidades productivas de riqueza que, de esta forma, se sienten desincentivadas. En este sentido el nivel a que se ha llevado el Estado del Bienestar ha traicionado incluso el pensamiento de Lord Beveridge, tenido por el padre del Estado del Bienestar moderno, quien había escrito: «el Estado, al establecer la protección social, no debe sofocar los estímulos, ni la iniciativa, ni la responsabilidad. El nivel mínimo garantizado debe dejar margen a la acción voluntaria de cada individuo para que pueda conseguir más para sí mismo y su familia».
Lo que, contrariamente, ha sucedido, es que nuestros contemporáneos, acostumbrados a tener cubiertas, sin esfuerzo, todas sus necesidades básicas, desde la cuna hasta la tumba, han perdido el amor al riesgo y a la aventura, creadora de riqueza. Preso de una paralizante excesiva seguridad, el hombre de hoy se desinteresa progresivamente de su contribución al desarrollo de la sociedad, lo que conduce a instituciones cada vez más ineficaces y anquilosadas. En esta situación, lo único que subsiste es la ambición por el enriquecimiento rápido y sin esfuerzo, fomentando la corrupción y el empleo de toda clase de artes torcidas para lograrlo.
El Estado del Bienestar, en manos de políticos que buscan sus propios objetivos de perpetuación en el poder, produce efectos contrarios a los que dice perseguir. El seguro de desempleo amplio y duradero, produce más paro; la ayuda a los marginados produce más marginación; los programas contra la pobreza producen más pobres; la protección a las madres solteras y a las mujeres abandonadas, multiplica el número de madres solteras y el número de hogares monoparentales... Los estatistas dicen que, a pesar de todo, el Estado del Bienestar produce sociedades socialmente más justas. Y pretenden probarlo, porque, haciendo un empleo abusivo del concepto de «justicia», han convertido en «derechos» a satisfacer en nombre de la «justicia social», lo que no eran más que reivindicaciones propugnadas por determinados grupos políticos y sindicales. Por eso, aunque, en España, desde 1970 el peso del gasto social sobre el PIB se ha más que doblado, la gente no se siente satisfecha y pide más y más amplias prestaciones, continuando la escalada de presiones para convertir en derechos las pretensiones más absurdas y abusivas, como es, por ejemplo, la demanda de hacerse reembolsar los gastos de abortar, con lo cual, además de haber legalizado el crimen, se pretende que el crimen en que el aborto consiste sea pagado con el dinero de los contribuyentes, con total vulneración de lo que debe entenderse por Estado de Derecho.
Los defensores del Estado del Bienestar dicen, también, corrompiendo de nuevo los conceptos, que, gracias a él, nuestras sociedades son más solidarias, cuando, en realidad, la solidaridad organizada con cargo al Presupuesto lo que hace es expulsar la virtud personal de la solidaridad, con sacrificio personal, de la que la sociedad dio abundantes pruebas antes de que el intervencionismo estatal justificara la inhibición del individuo. Este es el daño moral hecho por el Estado del Bienestar: la vinculación del individuo al Estado. Sus efectos serán muy difíciles de desarraigar en unas generaciones crecidas al amparo del Presupuesto. No sin razón se ha podido decir que el ciudadano de nuestros días contempla la seguridad que el Estado del Bienestar le proporciona como algo consustancial a su propia forma de vida y a lo que difícilmente va a renunciar. Esto es lo malo.
LA SOCIEDAD DEL BIENESTAR
La crítica económico-financiera y sobre todo moral que acabo de hacer al Estado del Bienestar no significa, ni mucho menos, que tengamos que renunciar a la búsqueda del bienestar social. Lo que significa, y con ello entro en la tercera parte de mi intervención, es que hay que buscarlo por otro camino y este camino no puede ser más que el de devolver el protagonismo al individuo y a la sociedad, replegándose el Estado al papel que le es propio. Yo no soy anarquista y, por lo tanto, no pretendo elaborar un modelo de bienestar en el que el Estado esté ausente. Creado por el hombre, para servirle a él y a la sociedad, que es un producto espontáneo de la propia naturaleza humana, el Estado es necesario. El Estado debe existir, acotado a los límites determinados por los fines para los que primigeniamente fue concebido, es decir, para servir, y no como ahora sucede, para ser idolatrado, sacrificando en su honor a las personas y a sus bienes materiales y espirituales, entre los cuales están la libertad y la dignidad humana, tantas veces conculcadas por las concepciones estatistas.
El Estado debe existir para servir a la sociedad, no al revés, definiendo el marco legal dentro del cual los individuos, aisladamente o en asociación con quien deseen, puedan perseguir libre y responsablemente sus propios fines; y administrando justicia entre los ciudadanos, todos iguales ante la ley, para dirimir los conflictos que en la persecución de estos fines puedan presentarse. Descendiendo al campo concreto del bienestar, que es el que esta mañana nos ocupa, el Estado, si se me permite el juego de palabras, no debe, en principio, dar al hombre lo que necesita para asegurarse el bienestar, sino darle la seguridad de que por sí mismo puede ganarse el bienestar que necesita, espoleando en él, con los adecuados incentivos, el ímpetu para abrirse camino en la vida, es decir, fomentando la responsabilidad de forjar la propia existencia, generando en el individuo la garra suficiente para afrontar la lucha con vistas a la realidad presente y a las eventualidades del futuro. O sea, propiciando todo lo que el Estado del Bienestar ha destruido, pretendiendo dar a todos una excesiva y, por ello, paralizante seguridad.
Todo individuo, en orden a la satisfacción de sus necesidades económicas, intenta maximizar la utilidad de su consumo a lo largo del tiempo, mediante una adecuada combinación de gasto y ahorro. El hombre sabe que, contando con sus solos medios, si desea disponer de recursos en el futuro para atender a toda clase de necesidades, previsibles o no, ha de sacrificar el consumo presente en aras de un ahorro que le asegure el futuro. Esta convicción hace al hombre emprendedor y prudente, al mismo tiempo. Emprendedor, para asumir aquellos riesgos razonables que prometen mayores ingresos, y prudente, para apartar del consumo aquella razonable parte de los ingresos destinados a la previsión del futuro. Por esto el ahorro es una virtud.
Esta situación, que es, a mi entender, la deseable, es la que se produce cuando el Estado no lo impide. En ausencia del intervencionismo estatal, la sociedad se vertebra y produce, por iniciativa individual, todas aquellas instituciones de carácter privado necesarias para el logro de los objetivos del bienestar. El primer resultado de este cambio de enfoque es que los objetivos se lograrían mejor, es decir, más eficientemente y a menor coste. Todo el mundo está convencido de que los sistemas privados de prestaciones sociales son más eficaces y baratos que los públicos. Incluso los que defienden la Seguridad Social pública, lo hacen, no por razones económicas, sino por la necesidad -dicen, erróneamente, desde luego- de primar la equidad sobre la eficiencia, reconociendo, implícitamente, lo que hoy ya no se discute, es decir, que la eficiencia está del lado privado. Es más, en el supuesto de que el Estado quiera reservarse -en algunos casos razonablemente, como veremos- el papel de financiador total o parcial de las prestaciones sociales, su provisión puede y debe confiarse al sector privado porque lo hará mejor y más barato.
Para anticiparme a las críticas -que, sin haberse expresado, estoy ya oyendo- a las críticas, digo, basadas en el presunto menosprecio del sistema expuesto hacia aquellas personas que ni son capaces por sí mismas de hacer frente a sus necesidades de bienestar presente y futuro, ni disponen tampoco de los medios para acceder a las instituciones que la sociedad civil promueve, me gustaría explicar con cierto detalle, por vía de ejemplo, cómo funcionaría, cómo debería funcionar, sin olvidar a los menos capaces, un sistema de bienestar social, proporcionado por la libre iniciativa de la sociedad, en tres campos tan sensibles y significativos como son la enseñanza, la asistencia sanitaria y el sistema de pensiones, a fin de probar que el sistema liberal que propugno ni es insensible ni inhumano.
Empezando por la enseñanza, habría que privatizar todos los centros de educación, primaria, secundaria, profesional y universitaria y, en los casos en que no resulte, por el momento, posible, hay que desenchufar los centros estatales de los presupuestos del Estado, dotándoles de autonomía de gestión, así como suprimir todas las subvenciones a los llamados centros concertados, de forma que unos y otros, con las tasas o matrículas necesarias para cubrir sus respectivos costes, compitieran en eficacia, calidad y precio, a fin de que los padres o los propios alumnos pudieran elegir el Centro que más les convenza. De esta forma se acabaría con la injusticia, la inmoralidad, de que el Estado imparta educación gratuita o a un precio irrisorio, tanto al hijo del mayor potentado como al hijo del obrero menos remunerado. Esta situación es inmoral porque la diferencia entre, por ejemplo, las 70.000 pesetas de la matrícula y las 500.000 pesetas, por lo menos, que es el coste real de una plaza en una Facultad Universitaria, la pagan en sus impuestos principalmente las clases medias, incluidas aquellas personas que no utilizan los servicios educativos.
Naturalmente que, para tranquilizar a los críticos, añadiré que, dejando aparte que en el Estado liberal la gente dispondría de mayores rentas netas a consecuencia de los menores impuestos que esta clase de Estado reclama, el sistema que propugno no se opone a que el Estado, para que no se pierda ninguna inteligencia por falta de medios económicos, facilite bonos escolares a quienes lo necesiten, de acuerdo con su nivel de renta, a fin de que cada uno aplique el bono, en pago total o parcial, a la escuela, instituto o universidad libremente elegida y que, al no ser subvencionada, ofrecería precios de matriculación de acuerdo con sus propios costes reales y según la calidad de la enseñanza impartida. Pienso que este esquema es más razonable que el actual y deja a salvo la atención a los menos pudientes.
Aunque el sistema descrito es sustancialmente aplicable a todas las otras áreas del bienestar, pasemos a la asistencia sanitaria, donde para mejorar una eficiencia que hoy está por los suelos, es indispensable, también, aumentar la competencia entre todos los prestadores de servicios para la salud, sean centros hospitalarios, sean oficinas de farmacia, sean, en su caso, compañías aseguradoras del coste de estos servicios, llegado el momento de su utilización por parte de los usuarios finales. Veamos, brevemente y a título de ejemplo, lo que cabe hacer con los actuales hospitales públicos. Estas instituciones pueden ser vendidas o, en su caso, cedidas por el Estado a grupos privados, quienes previo pago de un canon al Estado por dicha cesión, facturarían a las Compañías Aseguradoras, o Mutuas, los gastos incurridos por sus afiliados. Estas Compañías captarían sus clientes entre los que quisieran «desengancharse» de la Seguridad Social dejando de cotizar la parte correspondiente a sanidad. Naturalmente que para admitir la deducción de cuotas habría que demostrar la existencia de póliza de cobertura privada, ya que el Estado no puede permitir que, por falta de la misma, recayera sobre él la subsidiaria función asistencial.
En la línea de la protección a los que no dispongan de medios para afiliarse a una Mutua, o hacerse su propio seguro de asistencia sanitaria, el Estado, en su papel subsidiario,en el que según se ve no ceso de insistir, proporcionaría, como en el caso de la enseñanza, bonos sanitarios para ser gastados en el centro médico que cada uno eligiera.
Pero es en el campo de las pensiones de jubilación donde quizá mejor se ve lo que estoy propugnando. El actual sistema español de pensiones, público y de reparto, exige su reconversión para hacerlo privado y de capitalización. Las razones de esta afirmación son obvias. El sistema vigente es, en primer lugar, injusto porque la pensión del jubilado de ayer la pagan los trabajadores de hoy, trasladándose así la carga hacia las generaciones futuras que no saben si, cuando llegue la hora de su jubilación, habrá alguien que pague sus pensiones. Porque el sistema, además de injusto, es ineficiente; tiende a la quiebra. Cuando había cuatro trabajadores por jubilado, el sistema sin dejar de ser injusto, funcionaba; pero, a medida que la población envejece y el paro aumenta, va disminuyendo la base en que se apoya el invento. Cuando se llegue, ya estamos cerca, a que no haya ni un trabajador por jubilado, ¿cómo vamos a pagar las pensiones? Por esto el sistema, más pronto o más tarde, inexorablemente quebrará. Todos los estudios lo confirman y el propio Pacto de Toledo, artimaña política para mantener el sistema público y de reparto, lo reconoce cuando, para asegurar el pago de las pensiones en el futuro, no encuentra otra solución, en forma más o menos disimulada, que reducirlas.
Por esto, aun aquellos que, en nombre de una mal entendida solidaridad, no quieren reconocer la inmoralidad del sistema de reparto y la ineficiencia de la gestión pública del mismo, no tienen más remedio que aceptar que, finalmente habrá que cambiarlo, para pasar -gradualmente, desde luego- a un sistema en el que cada uno se construya la pensión que desee para el futuro con su propio ahorro de hoy, de acuerdo con su propia función de utilidad. Yo ahorro ahora para tener más el día de mañana. Si gasto más hoy, tendré menos mañana. Optar por una u otra alternativa debe ser una libre decisión de cada cual. Cada cual debe fabricarse la pensión, o el seguro de enfermedad, de que quiera disponer. ¿Significa esto que el Estado no tiene nada que decir en este asunto? Desde luego que no. El Estado tiene dos funciones a realizar: la función reguladora y la función subsidiaria. En méritos a la primera, el Estado debe obligar a todo el mundo a asegurarse una pensión mínima que, en la mayoría de los casos, debe ser equivalente o próxima al salario que se percibe. ¿Qué se necesita para esto? ¿Detraer, por ejemplo, un 10% del salario? Pues se detrae, con exención fiscal desde luego. ¿Alguien quiere obtener una pensión más amplia y quiere ahorrar, por ejemplo, un 20%? Ahorre un 20%, que también debería estar exento de impuestos para estimular el ahorro, ya que el ahorro, que se convertirá en inversión, es bueno para el país. Que cada uno ahorre para su pensión lo que quiera, pero el Estado debe exigir el mínimo, porque si alguien no se asegura, puede caer en la indigencia y el Estado, en méritos de la otra función, que es la subsidiaria, tendría que acudir en socorro de ese indigente, que ha llegado a serlo porque ha querido, no porque no haya podido.
El caso del que no ha cumplido con la obligación de asegurarse la pensión mínima porque no ha podido, porque no ha tenido ingresos de donde detraer el ahorro, es completamente distinto. En este caso, la aplicación del principio de subsidiariedad entra de lleno. En este caso, el Estado debe pasarle una pensión, que llamamos «asistencial» y que se financia con cargo a los Presupuestos Generales; es decir con cargo a los impuestos que pagan todos los contribuyentes y que, como ya he señalado, serán impuestos muy reducidos, porque, en el modelo de Estado mínimo que estoy defendiendo, el Estado necesita poco dinero. Pero las pensiones que llamamos «contributivas» deben hacerse capitalizando cada uno su propio ahorro, con un mínimo obligatorio y voluntariamente por encima de dicho mínimo.
Ahora bien; que el Estado obligue a todos los ciudadanos a constituirse una pensión mínima no quiere decir que los fondos destinados a ello, así como los destinados a capitalizar pensiones voluntarias de mayor importe, tengan que ser administrados por el Estado. El Estado obliga hasta un mínimo y estimula fiscalmente por encima del mínimo, pero este ahorro forzoso o voluntario que cada uno realiza debe poder invertirlo en la capitalizadora privada que prefiera de acuerdo con las condiciones que le ofrezca, en régimen de competencia, que quiere decir de eficiencia, con la ventaja añadida de que el ahorro administrado por las capitalizadoras sirve para financiar, a través del mercado de capitales, la economía privada creadora de riqueza y empleo.
De esta forma, gracias a la mayor eficiencia del régimen de mercado, con el mismo ahorro se obtendrían pensiones mayores de las que ahora promete la Seguridad Social y, andando el tiempo, no podrá pagar, porque, como los cálculos imparciales demuestran, el sistema quebrará. Los políticos, del partido que sea, no quieren hablar de ello, porque piensan que les quita votos, pero de hecho es imposible mantener nuestro sistema público de pensiones.
CONCLUSIÓN
Preferir al Estado del Bienestar la Sociedad del Bienestar que, desde luego requiere la presencia del Estado, pero de un Estado mínimo, que cree el marco regulador y ejerza simplemente la función subsidiaria, no impide reconocer que, en las actuales circunstancias, es difícil que la sociedad civil asuma el papel que le corresponde. No porque intrínsecamente carezca de capacidades para ello, sino porque, tras décadas de intervencionismo estatal, estas capacidades han sido adormecidas. Pero precisamente porque, adormecidas, siguen latentes, no es imposible despertarlas, regenerarlas y vertebrarlas para que produzcan con toda pujanza los frutos deseables.
Es cierto que, al día de hoy, la virtud moral de la solidaridad, que supone sacrificio y esfuerzo personal, aparece dañada por los efectos deletéreos de la solidaridad organizada por el Estado, con cargo al presupuesto, porque las conciencias se sienten tranquilizadas, ya que -piensan los ciudadanos- para ocuparse de los otros ya está el Estado, que para esto nos quita el dinero con los impuestos. Pero, a pesar de ello, todos podemos observar la presencia y hasta el auge de tantas organizaciones no gubernamentales, que es un nombre moderno para designar el antiguo y permanente fenómeno del voluntariado social. No es que yo pretenda que el bienestar de los incapaces de procurárselo por ellos mismos haya que esperarlo exclusivamente de la benevolencia o la beneficencia de los que tienen más recursos; ya he dicho insistentemente que esta función ha de ser asumida por el Estado, en el ejercicio de su papel subsidiario. Si he querido referirme al fenómeno del altruismo que, sin duda, existe en nuestra sociedad a pesar de que, en su conjunto, aparezca como tan egoístamente hedonista, ha sido para hacer caer en la cuenta del potencial de la sociedad para, acertadamente estimulada, desarrollar todo el poder creador inserto en la propia libertad del hombre. Y es este potencial el que debe crear las instituciones civiles que, reemplazando al Estado en el papel que errónea e ineficazmente tiene asumido, sirvan para lograr, en interés propio que no es sinónimo de egoísmo, el deseable bienestar de los promotores, sabiendo que, aun sin proponérselo, lograrán también el bienestar de los demás.
Para este despertar de la sociedad frente al Estado, para este rearme de las instituciones civiles es necesario insistir, en toda ocasión, como incansablemente hace la Fundación Independiente, entre otras entidades, en la inexcusable recuperación de los valores morales individuales y de la convivencia, así como en la responsabilidad que alcanza a todos aquellos que con sus palabras y su ejemplo pueden ayudar a la revitalización de las estructuras espontáneas capaces de evolucionar, prescindiendo de la no deseable actuación gubernamental, los grandes y pequeños problemas del cotidiano vivir, a fin de alcanzar aquel nivel de bienestar que, como decía al empezar, es necesario para que el hombre pueda atender, sin agobios materiales, al cultivo de los valores superiores del espíritu que, como ser racional y libre, de naturaleza trascendente, le son exclusivamente propios.
Curso de Verano organizado por la Fundación Independiente y la Fundación General de la Universidad Complutense de Madrid
El Escorial (Madrid), 11/15 agosto de 1997

Separata del número extraordinario de "Cuadernos de Sociedad". 8ª Conferencia

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lunes, 17 de octubre de 2011

EDITORIAL DE ANALITICA PREMIUM: EL TLC DE COLOMBIA CON LOS EE. UU. LUNES, 17 DE OCTUBRE DE 2011

Mientras que nuestro país va de mal en peor la recuperación de la economía colombiana avanza con pie firme
Colombia ha logrado después de 5 años de congelamiento que la Cámara de Representantes norteamericana aprobara por un margen mayor al que lograron Chile y Centro América, el tratado de libre comercio entre los dos países.
Mientras que nuestro país va de mal en peor la recuperación de la economía colombiana avanza con pie firme. Es cierto que la crisis económica y financiera mundial no es de buen augurio, sin embargo Colombia ya había firmado acuerdos similares con Canadá y Suiza, lo que ciertamente le podría ayudar a amortiguar la caída en las importaciones provenientes de los EE. UU.
Chávez debería pensar por qué , a pesar de su inflamada retórica hacia el Imperio, Colombia Brasil y, en alguna medida, Cuba buscan mejorar sus relaciones comerciales y diplomáticas con el gigante del norte.
Cada día son menos los países de nuestra región los que toman en serio a Chávez y la mayoría de estos consideran que su tiempo pasó y que Venezuela dejó de ser el gran proveedor de recursos financieros para convertirse en un país cada día más endeudado y con menor capacidad de generar ingresos en divisas.
Colombia ya no depende del comercio con Venezuela, ha logrado exportar a otros mercados. Brasil sabe que es poco lo que le puede seguir vendiendo a nuestro país y pronto Argentina se dará cuenta de lo mismo. Las alianzas se resquebrajan y pareciera que lo que nos queda es el ALBA, la preocupación de los chinos por todo lo que han prestado y el oportunismo de última hora de los rusos que no parecen darse cuenta de la fragilidad económica y política del régimen.
Sea cual fuere la verdad sobre la salud del Presidente es evidente que se respira aires de fin de régimen, sin que se sepa a ciencia cierta qué o quién lo va a sustituir.
Hay países como Colombia, Perú y Brasil que prosperan, otros se defienden más o menos satisfactoriamente mientras que Venezuela, Cuba y Haití no ven luz.
Envíe sus comentarios a editor@analitica.com
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viernes, 31 de diciembre de 2010

LA LARGA MARCHA DE LA SUIZA A LA FINLANDIA DE AMÉRICA (I). GONZALO PERERA. COLUMNISTA. CASO URUGUAY

Introducción

La Historia no es materia de estudio en las aulas, ni modus vivendi para sus docentes, ni pasatiempo para diletantes. Es la indispensable revisión de los procesos sociales, sus razones, causas y efectos- jamás mágicos ni caprichosos- para poder comprender cómo, en qué plazos y con qué objetivos intermedios, pueden alcanzarse las metas a las que una comunidad aspira.

El Uruguay vivió a lo largo del siglo XX un largo proceso que condujo desde el Uruguay batllista de Don Pepe, aquella vieja "Suiza de América" , que para ponerle fechas, puede situarse entre 1908 y 1954, hasta el Uruguay neo-liberal que comienza a despuntar en 1959  y muere con la crisis bancaria del 2002.
Dos etapas de más de cuatro décadas (en cada una de las cuales cabe distinguir microprocesos, oscilaciones, momentos de mayor o menor "pureza" del modelo hegemónico), con un breve interregno de unos 5 años.

Hoy resulta evidente que el Uruguay y la región entera revisan su hoja de ruta. Sin embargo es prematuro aún anunciar que esté en vigencia un nuevo modelo. Quizás ya lo esté y no se recorte claramente su formato, quizás estemos en un proceso de transición hacia un nuevo paradigma societario, quizás estemos en un interregno en que distintas aletrnativas pugnan por moldear la sociedad. Desearía que, en un futuro cercano, el Uruguay fuera conocido como "la Finlandia de América".

Dedicaré algunas notas a compartir esa convicción. Pero se debe empezar por la apasionante e imprescindible Historia.

Particularmente a 30 años del plebiscito del 80, donde el más de 40% de uruguayos que apoyaron el proyecto dictatorial parece haberse evaporado. En la reconstrucción de la suplantación del Uruguay batllista por el Uruguay neoliberal, indispensable para entendernos como sociedad, hay recurrencias. Se repiten,  a lo largo de décadas, nombres,  posturas doctrinarias e intereses económicos y se desvanece el travestismo histórico. El que alimenta una Historia borroneada, difusa, y para la cual, en política, "todos son lo mismo" y "que se vayan todos".

Criticable es todo, pero no es cierto que "todos son lo mismo": por eso es posible pensar distintos futuros. Y  repasar algunos " ilustres olvidados", ayuda a comprender hasta qué punto no todos son lo mismo.

 Los "ilustres olvidados".

Es bien sabido, querido lector, que nuestro país fue denominado "la Suiza de América". En su momento, como elogioso apelativo a un país- el nuestro- que había tomado a través de Don Pepe Batlle y su adhesión a la doctrina krausista, un perfil democrático, pacífico, laico, con un fuerte Estado de Bienestar.

 El elogio por similitud  siempre supone que el modelo de referencia es loable, por lo que subyacía en esta expresión la imagen de una Suiza socialmente avanzada, multicultural, fabricante de chocolates y relojes. Que muy parcialmente tiene que ver con la Suiza real. Con la que quizás esté tanto o más emparentada el Uruguay de fines del siglo XX, el del secreto bancario hecho axioma, la sacrosanta plaza financiera.

Pero dejando de lado alegorías helvéticas, el Uruguay inclusivo, equiparador, integrador y con un fuerte Estado-actor productivo de comienzos del siglo pasado, dio lugar, a fines del mismo, a un Uruguay polarizado, excluyente, con un Estado minimizado en sus atribuciones,  ausente en funciones estratégicas y sustractor de los recursos de los más pobres a expensas de los delincuentes de cuellos blanco.

Y ese proceso no fue obra exclusiva de la dictadura militar, así como la dictadura terrista no logró destruir el molde del Uruguay Batllista. Las dictaduras expresan picos en las tensiones sociales, cuando el poder económico abandona las buenas formas para preservar privilegios que siente amenzados.

El fascismo, por ejemplo, es ante todo la dictadura del gran capital: la barbarie y atropello sistemático a los derechos humanos aparecen como atroz medio político al servicio de un fin económico.

El proceso del Uruguay del siglo XX transcurrió en su mayor parte, en democracia y fue conducido y diseñado por civiles. Algunos que llegaron a justificar la dictadura militar y formaron parte del 40% que acompañó a los militares en el 80, y otros que jamás aprobaron el proceso políticos de esa década tenebrosa, pero que no se opusieron al proceso económico subyacente, que continuaron y profundizaron. Algunos nombres, algunas trayectorias, permiten ilustrarlo claramente. No se trata de juzgar éticas personales ni intenciones o convicciones íntimas. Simplemente repasar hechos y rescatar de un pudoroso manto de olvido- que en ciertos casos suena a complicidad- el rol de algunos actores decisivos.

Comencemos el recorrido en el año 1959, en el primer gobierno colegiado del Partido Nacional cuando el Ministro Juan Eduardo Azzini impulsaba la reforma cambiaria y monetaria que se aprobó en diciembre de dicho año: el primer gran paso hacia liberalización de la economía uruguaya.

El clásico Estado batllista era replegado a un Estado que dejaba el protagonismo al libre juego de las leyes del mercado y que guardaba para sí el rol de moderador de la discusión.

Sin embargo, y como cierto contrapeso, a los inicios de 1960, Azzini creaba la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), dirigida por el entonces joven economista Enrique Iglesias, con la intención de planificar planes de desarrollo estructurales, asegurarles sustentabilidad financiera y éxito. Inspirados fuertemente en el pensamiento de Raúl Prebisch, quien entre 1950 y 1963 desde la CEPAL se constituyera en verdadero maestro intelectual de generaciones de economistas de la talla del vicepresidente Danilo Astori, por ejemplo.

El pensamiento prebischiano, desarrollado desde fines de la década del 40, comprendía elementos diagnósticos y propositivos. En su parte diagnóstica, se basa en la comprensión- a mi juicio correcta- de que la aceleración de la demanda de productos manufacturados supera largamente a la de la producción de materias primas, por lo cual la relación de intercambio real entre los países "centrales" (productores de bienes manufacturados) y los países "periféricos" ( productores de biene sprimarios o "commodities")  es objetivamente perjudicial a los países periféricos (en Economía Política, esta es la llamada tesis de Prebisch-Singer).

En su nivel propositivo,  a mi juicio menos incisivo que el diagnóstico,  postulaba un proceso de industrialización por sustitución de importaciones, la generación de polos locales de desarrollo, de los cuales un ejemplo es la instalación del polo industrial de Paysandú hacia mediados del siglo XX.

La visión desarrollista prebischiana, siendo distante a la doctrina económica socialista, lo es también al liberalismo económico. Por ende, desconocer que el propio Azzini dió, entre una paleta de fuertes tonalidades liberales, unas  pinceladas de corte desarrollista, sería faltar a la verdad y escondería la gradualidad con la que se forjan algunos procesos.

Pero la piedrita que corrió definitivamente el fiel de la balanza, Azzini la colocó en 1960, firmando la primera carta intención con el Fondo Monetario Internacional: un préstamo por 300 millones de dólares destinados a políticas agropecuarias. Allí  sí Azzini y el primer gobierno blanco del siglo XX tiraban al cajón de los recuerdos el protector sobretodo de Don Pepe. E iniciaban el largo camino al endeudamiento externo endémico, formidable negocio de colocación de dinero y supervisión política para los países ricos, a expensas de los recurrentes ajustes de cinturones de los pobres de los países pobres.

En abril de 1965 quebró el Banco Transatlántico desatando una feroz crisis financiera. Bancos cerrados durante dos semanas, cuatro de ellos intervenidos por el Banco República en ruinas tras salir  a cubrir todos los boquetes. Devaluación y solicitud directa de préstamo a los Estados Unidos para refinanciar el desangrado Banco República (cualquier similitud con hechos del 2002, me temo que  no es mera coincidencia).  Por dos veces, las Medidas Prontas de Seguridad intentaban contener el creciente descontento social, pues, como siempre ha ocurrido, la crisis podría hacer perder mucho a casi todos, pero mientras que algunos perdían hectáreas, otros perdían el derecho a una vida mínimamente digna.

Respeto todo los dolores fruto de quebrantos bancarios. Pero quien tiene mucho y pierde parte puede salir adelante. Quien sólo tiene un ranchito y lo pierde, es un nuevo marginado, excluido y, potencialmente, un desesperado. Esta impronta se reiteraría y agravaría: retirada la colchoneta del Estado batllista- que no era la panacea pero sí un claro factor regulador y moderador de tensiones sociales- la creciente crisis financiera y económica haría caer a los de más abajo al vacío absoluto. Y los anillos de las periferias metropolitanas comenzaron a poblarse con lo que, en cruel ironía, los uruguayos denominamos "cantregriles", en alusión al elegante Cantegrill Country Club de Punta del Este.

En 1967, tras cierta esperanza producida por el ascenso a la presidencia de la República del General Oscar Gestido, la economía no sólo no se enderezaba sino que la inflación anual  alcanzaba el 130% . Así, comenzaba lo que  durante décadas sería absolutamente "normal" a los uruguayos: si algo hoy sale 100 pesos, dentro de un año, como mínimo, saldrá 200 pesos.  Todo quien tenga más 35 años debe  recordarse razonando así  a menudo.

A la muerte de Gestido el 7 de diciembre del mencionado año, sucede  la ascensión a la presidencia de Jorge Pacheco Areco y la multiplicación vertiginosa del proceso de liberalización, endeudamiento y exclusión. Mucho se ha dicho y escrito sobre Pacheco y su presidencia, pero no se ha hecho justa revisión de los hombres que diseñaron primero bajo su mandato,  luego con los militares y también luego con gobiernos democráticos, la hechura, corte y confección del modelo económico que estalló en mil pedazos en el 2002.

La "reforma naranja" que modificara la constitución nacional en 1967, transformaba la CIDE en la crucial OPP (Oficina de Planeamiento y Presupuesto), de rango ministerial, y creaba el Banco Central del Uruguay.
Allí entrarían en escena algunos de los "ilustres olvidados" más relevantes. Me refiero, por ejemplo, al Dr. Ramón Díaz, el Ing. Alejandro Végh Villegas, los contadores Ricardo Zerbino y Alberto Bensión.

El presidente Pacheco designó al frente de la cartera de Industria y Comercio a Jorge Peirano Facio.  Sí, el mismo Peirano Facio del 2002, el padre de los Peirano Basso del 2002. Como subsecretario, se designó al Dr. Ramón Díaz, abogado especializado en temas económicos, profesor de la Facultad de Derecho, un fanático cruzado del liberalismo económico. Y "cruzado" es buena metáfora, ya que el Dr. Díaz ejemplifica, junto a nuestros compatriotas Ignacio de Posadas, Peirano Facio y descendientes, a los argentinos José Martínez de Hoz y Domingo Cavallo y al chileno Hernán Büchi, esa rara vertiente del liberalismo que constituyen los ultra liberales- ultra católicos.

Para quienes el uso de preservativo puede ser materia de objeción de conciencia, pero la supresión por decreto de 70 mil plazas de trabajo (Martínez de Hoz, por ejemplo) no lo es , y hasta se exhibe con orgullo como un "acto de responsabilidad".

Peirano Facio y Ramón Díaz emprendieron el plan de estabilización económica. Al frente de la OPP: el Ingeniero Alejandro Végh Villegas, uno de los más brillantes estudiantes que recuerda la Facultad de Ingeniería, formado  en Economía en Estados Unidos al influjo de la Escuela de Chicago. Tan fanático del libre mercado como Díaz, pero sin su impronta religiosa, Végh fue por dos veces ministro de Economía de la dictadura, embajador en USA del "proceso", y  - antes y después de ello-  uno de los generadores de ideas más cercanos al Dr. Jorge Batlle durante toda su vida pública. Fue sucedido luego por Díaz, dando pie a una anécdota que resume el Uruguay de las siguientes dos décadas.

Ramón Díaz tomó como segundo en la OPP a Ramiro Rodríguez Villamil (socio y columnista en "Búsqueda",  humorista de dicho semanario bajo el seudónimo "Kid Gragea", director de Radio Sarandí, Director de Canal 5 en el gobierno de Jorge Batlle).  En 1970 la dupla Díaz- Rodríguez Villamil presento una Rendición de Cuentas de tan solo 26 artículos, una suerte de balance de la gestión presupuestal, sin ningún incremento de la inversión pública ("gasto público", para Díaz: la lucha de ideas suele empezar  por el lenguaje). Díaz advirtió al Presidente Pacheco que evitara que otros ministros agregaran artículos que aumentaran "el gasto público". Pacheco aceptó en principio la propuesta, pero la rendición de cuentas de Díaz-Rodríguez Villamil comenzó a recibir, como es usual, artículos adicionales por parte de otros integrantes del Ejecutivo.  Díaz exigió entonces  a Pacheco que interviniera y de ser necesario, interpusiera el recurso del veto, llegado el caso. Ni Pachecho Areco fue capaz de acceder a una propuesta tan draconiana en pleno año electoral.

El presidente Pacheco, capaz de gobernar en constante recurso a las Medidas Prontas de Seguridad, el hombre fuerte que se jactaba de ponerle el pecho a la insurección política y social, vio que el fundamentalismo economicista del Dr. Díaz desconocía por completo la política.  El 26 de octubre de 1970 Ramón Díaz y Ramiro Rodríguez Villamil renunciaron a la OPP, y a partir de allí fustigaron toda concesión "sensiblera" o "populista" a la disciplina económica que Díaz pregonaba, como suerte de cacería de los moros invasores de la "Tierra Santa" de su entelequia economicista.

Había quedado también allí claramente asentado - de manera aún provisoria - un principio que el neoliberalismo estamparía hasta años recientes como "ley de fuego". El carácter de "super-ministerio" de la conducción económica, desde la cual se"filtra" y se pone en cuestión cualquier iniciativa que pueda tener otra cartera, con escaso derecho a réplica.

 La supremacía de la defensa de un modelo económico libre mercadista al 100%, por encima de todo, fue paradigmáticamente expuesta por Rodriguez Villamil en "Búsqueda" en noviembre de 1979, cuando frente a una condena de la OEA a las violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar uruguaya, expresara:
"Es obvio que muchos derechos humanos quedaron en suspenso, fueron expresamente o implícitamente ignorados. Pero este no fue un ejercicio deportivo de desprecio o violación sistemática del orden jurídico, sino una consecuencia inevitable de una situación de una gravedad tal que puso en riesgo valores que había que defender de cualquier modo, y a cualquier precio"

Dicho de otro modo, si de destrucción de la "rémora" del aparato estatal y apertura total a las sacrosantas leyes del mercado se trataba,  el fin justificaba los medios. Aunque los medios significaran desapariciones, torturas y asesinatos. 

Es de estricta justicia señalar que  Rodríguez Villamil marcó luego distancias con lo que escribió en aquel momento. Y que, en las mismas épocas, en el mismo semanario "Búsqueda", otras plumas no cedían del mismo modo libertades civiles y garantías constitucionales a cambio de libertad de empresa. No se trata de demonizar ni caricaturizar, sino de entender.  Y  lo que es central aquí es constatar hasta qué punto el dogmatismo económico, la defensa de un modelo propicio a la buena fortuna de ciertos sectores y clases de la sociedad, llevó a  varias personas de cuya inteligencia nadie duda, a pasar por alto las mayores atrocidades cometidas en el Uruguay moderno.

La próxima semana veremos cómo recuperada la democracia, encontramos los mismos nombres, las mismas ideas, los mismos axiomas. Despuntaron en el 59, con pinceladas de desarrollismo. Se hicieron descarnadamente neoliberales a fines de los 60  y no repararon en sutilezas como los derechos humanos con tal eliminar la injerencia estatal en pos del libre mercado. Y siguieron impertérritos bajo administraciones democráticas, hasta el gran estallido del 2002.  Los "ilustres olvidados" y su obsesiva concepción economicista y deshumanizada de la sociedad.

Libre mercado puro y duro. La libertad del gran empresario a elegir entre  veranear en el Caribe o en la Polinesia y  la libertad del gurí de cantegril a morise de mal puchereado o de una neumonía.

Flor de libertad. Libertad de todo delito cometido (y antecedentes) para el que funde bancos y arrastra muchedumbres a la quiebra o hasta el suicidio.

Flor de libertad.

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