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martes, 27 de marzo de 2012

ALBERTO MEDINA MÉNDEZ: DISCUTIR IDEAS Y NO PERSONAS, DESDE ARGENTINA

Muchas veces recibí comentarios negativos sobre diferentes artículos de opinión que he compartido con los lectores. También me llegaron expresiones de adhesión, pero ese no es el punto. Después de todo, de eso se trata, de la diversidad, de gente que está de acuerdo y otros que no.
Pero si llama la atención como algunos insisten con la necesidad de dar nombres, de mencionar personas, de evitar que las consideraciones expresadas sean imprecisas en cuanto a quienes se refiere.
No es habitual que decida escribir bajo este formato, refiriéndome a comentarios que me hacen llegar, mucho menos aún de profundizar en lo que tiene que ver con un estilo de plantear los problemas. Pero considero pertinente hacerlo en esta oportunidad, para ir al hueso, y aprovechar la cuestión para dejar en claro, esta visión.
No es precisamente temor, cobardía, ni se trata de evitar planteos jurídicos, o cosa que se le parezca, es mucho más simple, y al mismo tiempo pretendidamente más reflexivo.
Lo concreto es que creo con convicción que el mundo está gobernado por ideas y no por personas. Si bien son los individuos los que ejercen el poder, y los que cambian el rumbo de los acontecimientos, a la hora de ejecutar acciones o tomar decisiones, ellos se apoyan en posiciones políticas preconcebidas, en ideologías o sistemas de ideas que avalan su accionar.
Es cierto que le imprimen su estilo personal e impronta y hasta su cuota de bondad o perversidad manifiesta. Pero no menos cierto es que sus paradigmas culturales, su estructura mental y parámetros fija el escenario y el marco dentro del cual se mueven.
De hecho, la inmensa mayoría de los problemas que el mundo vive, viene de larga data y muchos ciudadanos parecen seguir esperando al “mesías político”, ese líder carismático, genial, plagado de inteligencia y atributos que los rescate del pantano. Y claramente eso no sucede.
Y no ocurre, simplemente, porque las personas pasan, pero las ideas persisten si no son revisadas, cuestionadas y replanteadas.
Es evidente que ciertos personajes dejan su huella, en los más de los casos por su inmoral actitud frente a la tarea, por sus métodos despreciables y mezquindad manifiesta, y por sus defectos y debilidades, más que por sus aciertos, fortalezas y atributos personales.
Es que, hemos desperdiciado oportunidades, demasiadas tal vez, convencidos de que el problema son las personas, los nombres, los lideres circunstanciales y entonces, equivocadamente nos abocamos a contribuir con el final de sus ciclos y declaramos una especie de batalla política “anti”, en la que el objetivo principal es acelerar los tiempos para que cierto mandatario culmine su etapa de poder.
Los que seguimos creyendo que la democracia es el menos malo de los sistemas conocidos, cuando el caudillo de turno no nos seduce con su visión, siempre intentaremos prepararnos para que en la próxima renovación electoral se produzca el recambio de modo pacífico e institucional. Los otros, los más intolerantes y autoritarios, de esos que aun pululan por la sociedad, hasta admitirán formas inaceptables, directas o indirectas, de dar por terminada abruptamente esa etapa.
Pero lo que muchos siguen sin comprender, es que ese esfuerzo, ese desgaste de energías en intentar disputar el poder con el líder de turno, solo nos enfoca de modo inadecuado y nos lleva irremediablemente a discutir personas.
En ese esquema, demasiada gente termina enojándose con los valores personales del mandamás, con sus modos y formas, su estilo y discurso, su impronta y entorno.
Son temas del presente, de la coyuntura, pero hay que entender que la inmensa mayoría de ellos, pasaran a formar parte del anecdotario de la historia política local y de ningún modo influirán definitivamente en el rumbo de los acontecimientos.
Si queremos cambiar la historia, debemos enfocarnos en la necesidad de discutir ideas, aportar argumentos que permitan superar ideas que no funcionan, que no resisten análisis alguno, y lo que es mas grave, cuyo impacto cotidiano genera inequidad, injusticia e inmoralidad.
No es posible que por discutir personas nos perdamos de bucear en lo profundo y debatir sobre lo relevante. Que al líder actual lo suceda otro con idénticas ideas, pero con modos diferentes, no nos permitirá cambiar la historia. Seguiremos por la misma ruta y rumbo al mismo destino.
Es mas, a veces, hasta se puede dar la paradoja que cambiar de partidos gobernantes, o líderes circunstanciales, por otros mejores, con formas más refinadas, prolijas y pulcras, con personajes más carismáticos, nos lleven más rápidamente al destino inadecuado.
Sigo pensando, que plantear nombres, hablar de situaciones puntuales, solo debe hacerse de modo referencial, pero de ninguna manera central. Lo que debemos discutir es el núcleo de creencias que una sociedad defiende. Es eso lo que explica el lugar al que hemos llegado. No estamos como estamos por obra de la fatalidad, la casualidad, o las mentiras de algún gobernante. Estamos como estamos porque pensamos lo que pensamos, porque defendemos un sistema de ideas incorrecto, un dogma inapropiado, un credo improcedente, respecto de nuestros fines últimos.
Pretendemos encaminarnos al éxito y crecimiento, al progreso y desarrollo, a la paz y a la libertad, deseamos una sociedad mejor, más justa, donde podamos sentirnos orgullosos de vivir, pero muchos creen poder llegar donde desean, con intolerancia, autoritarismo, métodos violentos y practicas manipuladoras.
Lamento no acordar con quienes prefieren la denuncia, el escrache y la acusación como método para hacer política, periodismo o simplemente defenestrar al mandatario de turno. Son muchos los que lo hacen. Demasiados tal vez. Prefiero esta senda elegida, la de discutir ideas y no personas.
albertomedinamendez@gmail.com

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AXEL KAISER * CHILE, EL PRECIO DE NUESTRO BIENESTAR

por John Stuart Mill se quejó alguna vez de aquellos espíritus “superficiales“ que despreciaban la filosofía especulativa por considerarla ajena a los asuntos de la vida diaria. Para Mill, estos personajes ignorantes no entendían que la filosofía, las ideas, eran a  largo plazo la fuerza más aplastante que pudiera existir sobre los asuntos humanos. Mill, por cierto, no está solo en esto. En su famosa Teoría General, John Maynard Keynes alertó que las ideas de economistas y filósofos políticos, correctas o equivocadas, eran más poderosas de lo que comúnmente se creía. Incluso más, según Keynes, el mundo se rige por poco más que ideas.
El curso de la evolución social entonces, si Keynes y Mill estaban en lo correcto, lo definen las ideas que en ella predominan. En consecuencia, el avance de ideas de una u otra naturaleza llevarán a la sociedad por el camino de la decadencia o el de la prosperidad.
Históricamente no ha habido grupo de ideas más contagioso y destructivo que el colectivismo. El mejor ejemplo de ello es Alemania. Desde medidados del siglo XVIII hasta  principios del siglo XX, el mundo germano fue el faro intelectual, cultural y científico del mundo occidental. En su bestseller The German Genius, el británico Peter Watson explica cómo, la alemana, más que cualquier otra cultura moderna, fue la que forjó el mundo que conocemos hoy. El hecho de que hacia 1910 más de la mitad de la literatura científica del mundo se publicara en alemán y que en 1933 Alemania contara con más premios Nobel que Inglaterra y Estados Unidos juntos, son un reflejo de la pasada preeminencia intelectual germana.
Todo eso se evaporó con el avance de las ideas socialistas. Como bien explicó Friedrich von Hayek en Camino de Servidumbre, fue el ataque sistemático de intelectuales alemanes a la filosofía indvidualista sobre la que se fundó la civilización occidental, lo que proveyó las bases para que el nacional socialismo se hiciera del poder. Y así, una nación de la que se llegó a argumentar que constituía la verdadera heredera de la civilización romana y griega, se sumiría en el barbarismo y la oscuridad  del colectivismo. El mismo colectivismo que bajo el nombre de "marxismo" sacrificaría a más de 100 millones de seres humanos.
La lección que debemos extraer de esta historia es que nada de todo aquello de lo que disfrutamos hoy en Chile gracias a la revolución liberal iniciada hace más de tres décadas está asegurado. Si continúa avanzando el discurso estatista redistributivo, la ideología igualitarista, la retórica anti empresarial y la moralina anti lucro, veremos severamente dañado nuestro sistema de libertades. Esto llevará a Chile al fracaso en su proyecto de alcanzar la paz y prosperidad que han logrado otros países, sumiéndolo en un nuevo período de estancamiento y conflictividad. Quienes piensan que mientras haya consumo las mayorías defenderán el sistema caen en una simplista ilusión. Las mayorías  —ni hablar de las minorías bien organizadas—, infectadas por la demagogia estatista, pueden perfectamente optar por destruir un sistema que las beneficia. Las malas ideas, así lo prueba el socialismo, pueden y suelen triunfar frente a toda evidencia. Pues el problema, como bien ha explicado Douglass North, es uno de fe y no de racionalidad. Y las ideologías, como advirtió el mismo North, son materias de fe antes que de razón y subsisten pese a las abrumadores pruebas en contrario.
Hoy, a nuestro sistema de libertad económica se le ataca desde la oposición, desde el gobierno, desde la academia y desde las calles. Mientras tanto, salvo excepeciones, sus partidarios guardan silencio o transan derechamente sus principios. Creen que pueden cosechar los beneficios de la libertad sin comprometerse con su defensa. Se equivocan. Thomas Jefferson advirtió que hay un precio que pagar por nuestra libertad y prosperidad: la eterna vigilancia. No basta con el cheque a fin de mes, pues nadie quedará libre de las consecuencias cuando lo alcanzado hasta ahora se haya perdido.
* investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 20 de marzo de 2012.

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