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jueves, 28 de mayo de 2015

LEANDRO AREA PEREIRA, MITOS,HEROES Y CULPAS

Cada país posee un repertorio en el que se exhiben efemérides, héroes, fechas patrias, paisajes y personajes de todo pelo y alcurnia que conforman el representativo de identidad de esa nación. Así, seguro estoy de que Pelé estaría presente en el del Brasil, la Virgen de la Coromoto en el de Venezuela y Celia Cruz, quizás, en el cubano.

En el caso nuestro hay de entre estos ungidos representantes, cuatro que llaman mi atención y que vistos en su conjunto y a pesar de sus aparentes diferencias, que son de toda índole, permiten una elaboración caleidoscópica sobre el representativo social del venezolano y su furtiva imagen. Ellos son Simón Bolívar, el Padre de la Patria; María Lionza, diosa virgen; José Gregorio Hernández, el médico de los pobres y Armando Reverón, el pintor de la luz. Relacionando estos cuatro personajes, exprimiéndolos si se pudiera en uno solo, pudiéramos percibir el sabor y el aroma de lo que hemos sido como pueblo; nuestro oscuro horizonte.

Para un joven de hoy estas figuras son poco familiares, es verdad, y no forman parte en apariencia de su radar informativo ni son parientes próximos de sus gustos y deseos, y menos aún de su sensibilidad. Pero a pesar de ello son los que sin saberlo les mueven el piso. El país en que viven, la realidad que soportan y con la que cada vez menos quieren sentirse vinculados, se encuentra permeada por la presencia fantasmagórica de esos mitos que, así como el de ser  un país rico, se han convertido en leyendas que por más apolilladas que estén, siguen ejerciendo una inmensa influencia sobre nuestras maneras de vivir, que son el pensar, el sentir y el actuar. Son de tal peso sus influjos, que no hay gesto como forma de expresión corporal o palabra como manera del pensamiento o acción, que no esté determinados por su espectral presencia.

He dicho en otra parte y lo repito aquí que en este tremedal llamado Venezuela, sin distingos de raza, sexo o disgusto político, cargamos en nuestro relicario de penitencias, restos de esos náufragos con los que nos identificamos sin saberlo. Cada sociedad somatiza sus mitos, goces, derrotas, rencores y ausencias, y las hace propias. Los convertimos en materia y espíritu y traducimos en comportamientos automáticos pues viven en nuestros tatuajes más profundos. Pobre de ellos. Somos los leyendas que nos nombran.

Bolívar, Hernández, María Lionza y Reverón, ¿qué tendrán en común? El ostracismo, su expulsión, su confinamiento, su expatriación, su desarraigo, su exilio, su condena, su muerte prematura. Todos ellos seres inacabados, inconclusos, derrotados, exaltados a conveniencia por la misericordia de unos cuantos.

Cada uno de nosotros está cargado de esa vibra que como hemos dicho se transfiere a través de múltiples e insospechados caminos al ser hereditario que somos a través del parto biológico, que es uno, y del parto social que es múltiple y constante y que valora lo que le rodea desde esos imanes, esas brújulas selectivas y atávicas.

Pensar en estos asuntos después que salgamos de las caraotas y el arroz y las elecciones puede resultar importante.
                     
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea

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lunes, 1 de diciembre de 2014

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ, EL SILBÓN, LA LLORONA, LA EXPLOSIÓN SOCIAL...

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ
La gente está más entretenida en buscar juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar

Uno de los mitos populares es la explosión social, posiblemente el más significativo de esta etapa urbana que dejó atrás la ruralidad. Tal vez por la memoria de los levantamientos de febrero de 1936, décadas posteriores se formó una nube de complejos de culpa en el subconsciente colectivo, implícita en la premonición de que un día bajarían los cerros de nuevo a cobrar tantos sufrimientos y egoísmo, y los pobres en las calles tomarían venganza. Cincuenta y tres años después, el 27 de febrero de 1989 esta superstición se consolida con los terribles sucesos de ese día y queda asociada a otra: que no se puede subir el precio de la gasolina. Los últimos gobiernos se sometieron a tan angustiosa profecía: despilfarras el combustible o te asarán con él. Hoy babalaos del análisis social, -ahora hay que ser santero por decisión de Fidel-, repiten la profecía del Baba oduduwa, el "negro hermoso", encarnación del apocalipsis yoruba.

La tal explosión social es como el Silbón, la Llorona, la Bola de fuego, unos y otros castigos sobrenaturales a la maldad. Arvelo Torrealba tomó leyendas llaneras y las convirtió en Florentino y el Diablo tal vez lo más grande de la poesía popular culta latinoamericana, que narra el triunfo del bien sobre el mal después de una intensa noche de arpa, cuatro, maracas y ron, en la que el Príncipe de la Oscuridad varias veces reclama victoria. Levantamientos, turbas, desórdenes, tropeles que quebrantan el orden público ocurrieron en muchas naciones ricas con democracias híper avanzadas. Montreal, Los Angeles, NY, Londres, Estocolmo, París y varias más los vivieron recientemente y al estudiarlos surgen algunas conclusiones que pueden ser útiles a nuestros orishas, a ver si dejan de anunciar catástrofes sanguinarias.

La Comuna de Chacao

Esos levantamientos masivos no surgieron de la miseria, el autoritarismo, la escasez, ni la inseguridad, sino en las ciudades más sofisticadas del mundo actual, con mejor calidad de vida y como consecuencia de otros problemas, como el racismo: árabes atropellan blancos en París y Estocolmo, bandas de delincuentes agreden gente normal en Londres, blancos humillan negros en Los Angeles... y así. El factor esencial es que desórdenes normales se extendieron y se convirtieron en riots por inhibición de la fuerza pública, que por una u otra razón no actuó. Con una diferencia sustantiva: one day after las autoridades políticas y sociales, gobierno y oposición, seglares y religiosos calificaron los hechos de censurables y vergonzantes.

Después de la Comuna de París de 1871 la ciudadanía parisina organizó diversos actos de expiación por las atrocidades revolucionarias y hasta edificaron la Iglesia del Sagrado Corazón en Montmartre como desagravio al Altísimo y a las víctimas del aquelarre. En Venezuela, lejos de edificar siquiera un kiosko, ni prender una vela, toda la elite dirigente, el derrier de Latinoamérica de 1989, se dedicó a enaltecer los bochornosos acontecimientos y a culpar de ellos, no a los atracadores que tomaron las calles, sino al gobierno, los ricos, los políticos, "el paquete económico", el aumento de la gasolina, y a la gran convicta, la Babilonia que permitía eso: la democracia. Más de 40 parlamentarios, incontables curas, escritores, periodistas, dejaron claro que la delincuencia masiva era más bien un acto de justicia social. La desgracia de Venezuela no fueron los tristes acontecimientos, sino una elite capaz de sublimar un monstruoso crimen colectivo.

La Declaración de Mall Aventura

Los disturbios y saqueos del 27 de febrero surgieron de la confluencia de tres elementos: la huelga de la Policía Metropolitana, el aumento de los precios de los pasajes un día antes que la gente cobrara su quincena, y el efecto demostración de lo que ocurría. Si se compara lo ocurrido en la Venezuela de 1989 con los ejemplos de las urbes citadas, coinciden en la inhibición de aparato represivo. Hoy se vive el mito que sus intelectuales inorgánicos crearon y cada vez que algún babalao quiere coger titulares o hacer una admonición solemne, desempolva el estallido social. No habrá nada de eso porque el diputado Freddy Bernal no va a poner la policía en huelga de brazos caídos y cada vez que aparece una guarimba, los grupos irregulares y la Guardia Nacional dejan muy claro que no son tímidos.

La gente está más entretenida en buscar juguetes, electrodomésticos baratos y pinos para decorar. Pero el gobierno estimula, con el nuevo atropello contra MC Machado, el plan decembrino de los opositrolles de acosar las urbanizaciones del Este de Caracas y Baruta para amargarles la fiesta, tal cual meses anteriores. La decisión del comando revolucionario del Mall Aventura es ahogar el Niño Jesús y los demás niños en gases lacrimógenos, luego de evaluar que las navidades distraen de los problemas del país. Con eso solo ensombrecerán las posibilidades electorales opositoras (el parecido: Fidel las suspendía en Cuba porque eran "una treta del consumismo capitalista"). Les falta ordenar que 24 y 31 todos salgan a la calle vestidos de luto y a las doce de la noche, en vez de abrazos estridentes, se escuche una atronadora mentada de madre. Eso provoca hacerlo, pero en protesta porque a este país le tocan líderes tan insólitos.

Carlos Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@carlosraulher

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sábado, 4 de octubre de 2014

GABRIEL BORAGINA, MITOS Y FALACIAS LABORALES.

Las horas de trabajo obrero no reportan ninguna ganancia al capitalista. Ni aun en el caso que el empresario decidiera obligar a sus empleados trabajar las 24 horas del día los 365 días el año, obtendría ninguna “ganancia” o “lucro” de ese trabajo. Si el producto de dicha jornada laboral de 8.760 horas fueran -por ejemplo- discos de pasta o de vinilo, el valor de esas 8760 horas de trabajo dedicadas a estas "mercancías" sería exactamente igual a cero para el capitalista, sencillamente porque -hoy en día- no tendría a nadie a quien venderle un artículo semejante. 

En consecuencia, ningún capitalista obtiene ningún "lucro desmedido” del trabajo obrero. Es más, ni siquiera obtiene “lucro” alguno. El lucro del capitalista (y también el del obrero) no surge del trabajo, de ningún trabajo, sino que emana del consumidor, nunca del trabajador.

Que las leyes laborales reduzcan las horas laborales no le hace "ganar más" al empleado/obrero, porque las horas laborales -como vimos arriba- no cuentan para nada en el valor final del producto o servicio. Lo que da “valor” al trabajo no es su duración ni su extensión, sino su productividad, pero esta productividad dependerá -a su turno- de la demanda del respectivo objeto producido (producto). Si el artículo producido carece de demanda (como en el ejemplo de los discos de pasta o de vinilo) la productividad laboral será nuevamente igual a cero. Caso este en el que no gana nadie: ni el empresario, ni el obrero/empleado, ni el consumidor. Por el contrario: pierden todos ellos.
En definitiva -como vemos- no existe nexo alguno entre la ganancia del capitalista y el trabajo obrero/empleado. Sin embargo, si es cierto a la inversa: el obrero/empleado obtiene una ganancia del capitalista, que de no existir este jamás conseguiría. Si no existiera ningún capitalista sobre la faz de la tierra, no habría ni obreros ni empleados. Estos quedarían obligados a ser sus propios “empleadores”. Es decir, se retrotraería la situación social a la época feudal y pre-feudal, en la que sólo había una economía de autarquía, o sea, miserable y paupérrima al extremo, en la que cada uno deberíamos hacer nuestros propios alimentos, zapatos, pantalones, camisas, casas, muebles, etc. dado que esta era la situación previa de la gente a la Revolución Industrial. Obreros y empleados deben su misma existencia como tales al capitalista. El capitalismo rescató, de una vez y para siempre, a aquellas gentes de la vida miserable. Lástima que luego el mundo dejó de lado el capitalismo.
Volviendo a la falacias laborales populares: si el trabajador trabaja “mas” horas el empleador no gana “mas” dinero por este hecho.
Por estos mismos razonamientos, las leyes que fijan “salarios mínimos” tampoco consiguen que los trabajadores ganen “mas” dinero, sino que pierdan sus puestos de trabajo. Obtienen el efecto contrario al deseado por el legislador. A medida que el “salario mínimo” sube el desempleo crece de modo más que proporcional. Es una ley inexorable de la economía contra la que el legislador nada puede hacer para cambiarla.
Nuevamente: porque si las ventas finales son inferiores a la cuantía del total de salarios pagados por el producto invendido el capitalista incurrirá en pérdidas.
Numéricamente: si por una silla el capitalista debe pagar (forzado por legislación laboral) un salario mínimo (por ejemplo) de 100.- al obrero carpintero, pero la silla se termina vendiendo en el mercado al precio de 50.- (precio supuesto de mercado) al no poder ajustar el salario a una cifra menor a 50.- la única salida que la ley laboral le deja al capitalista es despedir al obrero carpintero. Lo que es exactamente igual a decir que las leyes de “salario mínimo” generan desocupación. En realidad, son las mismas leyes del trabajo las que originan la llamada precariedad laboral. Si el empleador quiere subsistir como tal (en el ejemplo de la silla, o cualquier otro) deberá contratar “en negro” a quien esté dispuesto a trabajar por el salario de mercado (menor de 50.-). El empleador puede subir el salario y tomar más empleados “en blanco” sólo en dos casos:
1.                Que las ventas de sillas superaran los 100.- por unidad vendida, más un margen de ganancia razonable para el empresario.
2.                Que se derogue el “salario minino” para la actividad.
De no darse los supuestos 1 y 2, la única alternativa que la ley le da al empleador para subsistir como tal es despedir mano de obra “en blanco” y contratarla “en negro”. Resultado al que las mismas leyes laborales empujan a los empresarios y empleadores en general, posiblemente como efecto “no querido” por el legislador laboral, pero las leyes económicas operan de todos modos, con independencia de los deseos y la voluntad del legislador humano. A diferencia de las leyes jurídicas, las leyes económicas son de cumplimento inexorable e irreversible. Jamás pueden ser violadas impunemente por nadie, ocupe la posición de poder que ocupe.
Otro ejemplo demostrativo de la manera en que las leyes laborales precarizan la situación del obrero/empleado es el siguiente: generalmente, estas leyes establecen indemnizaciones por despido que crecen en cuantía conforme aumenta la antigüedad del empleado en el puesto de trabajo. Esta legislación tiene dos efectos inmediatos:
1.                Por el primero, constituye un poderoso incentivo a que el obrero/empleado se interese más en acumular años en el puesto, que a trabajar en sí. “Calentar un asiento" por X cantidad de años en una oficina o una fábrica, le generará una indemnización suculenta.
2.                Del lado del empleador, la misma norma opera como incentivo para despedir personal con poca antigüedad, lo que crea una elevada rotación de empleados.
En suma, el resultado de disposiciones de este tipo origina una altísima inestabilidad en el empleo, hoy llamada precariedad laboral.
En materia laboral es donde más se verifica el famoso refrán que dice que “El camino al infierno está sembrado de las mejores intenciones”. Estas “buenas intenciones” de los legisladores laborales conducen al obrero/empleado a un verdadero infierno laboral, del cual el único retorno es volver al pleno empleo del capitalismo.

Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina

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sábado, 26 de julio de 2014

ENRIQUE PRIETO SILVA, SIMON BOLIVAR: ¡MITOS Y VERDADES!

Mucho se ha escrito sobre El Libertador, Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar, el gran héroe de la independencia americana, quien naciera en la ciudad de Caracas el 24 de julio de 1783, y muriera en la Quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, Colombia el 17 de diciembre de 1830. Hoy, a 231 años de su nacimiento sigue vivo el debate ideológico sobre su vida, sus hechos, sus virtudes, sus proezas, sus mitos y sus verdades. Sin dejar de reconocer, que mucho daño se le ha hecho a su figura, cuando se le endiosa o diviniza quitándole la fruición del hombre, que pensó, amó y sintió el placer humano de generar un gentilicio nuevo, en un pueblo que había vivido bajo la égida de un conquistador.

Bolívar, nació en el seno de una acaudalada familia criolla, sus padres Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios, y en posesión de un mayorazgo instituido para él, por el presbítero Juan Félix Jerez y Aristeguieta.
Nos dice nuestro insigne novelista e historiador, Don Arturo Uslar Pietri, en prólogo que hace a Augusto Mijares en su obra biográfica "El Libertador”, que “Bolívar era venezolano... un venezolano de vieja data, su primer abuelo llegó a la recién fundada Caracas cuando el siglo XVI desarrollaba lentamente sus últimos lustros. Puede decirse, literalmente, que su familia creció con el país y estuvo directamente mezclada a su historia”. “Pertenecían a la orgullosa casta de los blancos criollos, con viejos papeles de hidalguía de su origen vizcaíno - la Villa de Bolívar-  y con fundadas aspiraciones a un título de nobleza”. Quedó huérfano de padre a los dos años, y de madre a los nueve, teniendo como su principal educador al maestro Simón Rodríguez, contando además entre sus preceptores a Andrés Bello y Guillermo Peldrón. Viajó en su juventud por Europa con su maestro Simón Rodríguez, de cuya guía nació su inquietud por la lectura de los clásicos latinos: Montesquieu, Rousseau, Holbach, Spinoza y los enciclopedistas.
En 1797 ingresó como cadete en el batallón de Milicias de blancos de los valles de Aragua y dos años más tarde en 1799, viaja a Madrid, donde conoció a María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, con quien contrajo matrimonio, contando apenas 19 años de edad el 26 de mayo de 1802, y pronto regresan a Caracas para dedicarse a la agricultura en las haciendas heredadas de sus progenitores, y a escasos ocho meses de su matrimonio, el 22 de enero de 1803 muere su esposa, por lo que emprendió un nuevo viaje a Europa, esta vez más consciente de la necesidad de un aprendizaje a fondo. Profundizó sus estudios con la orientación del sabio marqués Gerónimo de Ustáriz, quien le introdujo en la lectura de los clásicos antiguos y modernos, de los filósofos y de los grandes pensadores. Luego de pasar por Cádiz y Madrid, viajo a Francia e Italia, hasta radicarse en París, donde conoció a Alexander Humboldt y en 1805 se afilió a la masonería. Durante este viaje, en su visita  a Roma, recorriendo con su maestro y Amigo Simón Rodríguez el Monte Sacro, el 15 de agosto de 1805, juró libertar a su patria. Y en 1806, al conocer la acción independentista de Miranda, emprendió el regreso a Venezuela y después de viajar por los Estados Unidos, arribó en junio de 1807, donde se incorporó al movimiento independentista, formando parte de los círculos promotores del 19 de abril de 1810, siendo designado por la Junta de Caracas, junto a López Méndez y Andrés Bello, comisionado ante el gobierno británico. Luego de proclamada la independencia el 5 de julio de 1811, el joven Bolívar se incorporó al ejército con el grado de coronel. Desde entonces comienza la vida militar de quien luego fuera libertador de cinco repúblicas: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú, Panamá y Venezuela.
En su hazaña bélica tuvo triunfos y derrotas, de particular interés la Batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821, con la que selló la independencia de Venezuela, y creó la plataforma para la independencia de las repúblicas bolivarianas. Se reseñan hechos y acciones que encumbran su obra. Se le ve como jurista, como estadista, como guerrero, como literato, como humanista, y, hasta como profeta y dictador. Expresa de él Francisco García Calderón: “Bolívar supera a unos en ambición, a otros en heroísmo, a todos en actividad multiforme, en don profético, en imperio. Fue, en medio de gloriosos generales, de enemigos caudillos, el héroe de Carlyle: “Fuente de luz de íntima y nativa originalidad, virilidad, nobleza y heroísmo, a cuyo contacto todas las almas se sienten en su elemento”. Ante él cedían todos los poderes. “A veces -escribió su adversario el general Santander- me acerco a Bolívar lleno de venganza y el sólo verlo y oírlo me he desarmado y he salido lleno de admiración”. El pueblo, con infalible instinto, lo endiosa, comprende su misión heroica. El clero lo exalta y en la misa de las iglesias católicas se canta la gloria de Bolívar entre la Epístola y el Evangelio. Es estadista y guerrero, traza planes de batalla, organiza legiones, redacta estatutos, da consejos de diplomacia, dirige grandes campañas. Su genio es tan rico, tan diverso como el de Napoleón. Cinco naciones que libertó del dominio español le parecieron estrecho escenario para su acción magnifica. Había concebido un vasto plan de confederación continental. Reunió en Panamá a los embajadores de diez repúblicas y soñó en una liga anfictiónica de estas democracias para influir en los destinos del mundo.
Agrega Francisco García Calderón: “Bolívar es general y estadista, tan grande en los congresos como en las batallas. Es superior a todos los caudillos como político. Es un tribuno. Es el pensador de la revolución; redacta constituciones, analiza el estado social de las democracias que liberta, anuncia con la precisión de un vidente el porvenir”. Enemigo de los ideólogos, como el primer cónsul; idealista, romántico, ambicioso de síntesis en las ideas y en la política, no olvida las rudas condiciones de su acción. Su latino ensueño parece templado por un realismo sajón. Discípulo de Rousseau, quiere que la autoridad del pueblo sea el único poder que exista sobre la tierra. Ante la democracia anárquica busca inquietamente un poder moral. En 1823 pensaba: “La soberanía del pueblo no es ilimitada: la justicia es su base y la utilidad perfecta le pone término”. Es republicano: desde que Napoleón (a quien tanto admiraba) fue rey, decía: “su gloria me parece el resplandor del infierno”. No quiso ser Napoleón y menos Iturbide, a pesar del servil entusiasmo de sus amigos. Desdeñó las glorias imperiales para ser soldado de la independencia. Analizó profundamente los defectos de una futura monarquía en las antiguas colonias españolas.
Aterrado contempla las contradicciones de la vida americana y de ella extrae el sumun de esas negaciones contra la libertad. Así escribe: “…el desorden trae la dictadura y ésta es enemiga de la democracia”. “La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos”. Y en ese contradictorio pensar del bien y el mal extrae otras contradicciones: “La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos donde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas”. Libertad sin licencia, autoridad sin tiranía: tales son los ideales de Bolívar. En vano lucha por ellos, entre generales ambiciosos y pueblos desordenados. Comprende antes de morir la vanidad de su esfuerzo, por ello exclama: “Los que han servido a la revolución han arado en el mar.... Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último periodo de la América”. Denuncia la miseria moral de estas nuevas repúblicas con la crudeza de los profetas hebreos: “No hay buena fe en América, ni entre los hombres, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las constituciones libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía, la vida, un tormento”. Enervado en el pesimismo, credo de su madurez, se funda en el implacable análisis de los defectos americanos. Comprendió la originalidad y los vicios del nuevo continente. “Nosotros somos -decía- un pequeño género humano; poseemos un mundo aparte, cercado por dilatados mares; nuevos en casi todas las artes y las ciencias, aunque en cierto modo, viejos en los usos de la sociedad civil. Yo considero el estado actual de la América como cuando, desplomado el imperio romano, cada desmembración formó un sistema político, conforme a sus intereses, situación o corporaciones....” “Ni nosotros, ni la generación que nos suceda --pensaba en 1822-- verá el brillo de la América que estamos fundando. Yo considero a la América en crisálida; al fin habrá una nueva casta de todas las razas que producirá la homogeneidad del pueblo”.
En esa vida de contradicciones renace un hombre diferente del que se originan los mitos, verdades y leyendas. El orgullo aristocrático y la ambición lo llevaron a la autocracia. Ejerció la dictadura y fue creyente de los beneficios de la presidencia vitalicia. Decía, que en la república, el ejecutivo debe ser más fuerte, porque todo conspira contra él, en tanto que en las monarquías el más fuerte debe ser el legislativo, porque todo conspira en favor del monarca. Estas mismas ventajas deben confirmar la necesidad de atribuir a un magistrado republicano una suma mayor de autoridad que la que posee un príncipe constitucional. No olvida los peligros de una presidencia autoritaria. Lo inquieta la anarquía, “que hace crecer la feroz hidra de la discordante anarquía, como una vegetación viciosa, ahogando su obra triunfal”. Aterrado contempla las contradicciones de la vida americana: el desorden trae la dictadura y ésta es enemiga de la democracia. “La continuación de la autoridad en un mismo individuo, frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos”. Pero también: “La libertad indefinida, la democracia absoluta, son los escollos donde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas”. Libertad sin licencia, autoridad sin tiranía fueron sus ideales, pero en vano luchó por ellos. Hoy a sus 231 años, han querido hacer surgir un nuevo bolivarianismo, que en realidad es una insulsa parodia del Paladín Americano.

Enrique Prieto Silva
eprieto@cantv.net
@Enriqueprietos

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sábado, 1 de junio de 2013

ELINOR MONTES, DESMONTAR LOS MITOS

Mientras sigamos en la realidad virtual creada el por régimen seguiremos encerrados en su laberinto sin salida.
Si los demócratas quieren un cambio radical hacia el rescate de la democracia deben ser radicales en el desmontaje de los mitos erigidos por y para el régimen y comenzar a hablar con la verdad en vez de decir lo que suponen que le gusta al “Chavismo light”. Algunos de estos mitos son: estamos en democracia y la lucha contra la pobreza.
La democracia es imposible sin una constitución democrática –garante de los derechos humanos- que se cumpla y se haga cumplir.
En Cubazuela los poderes públicos son de y para el Castro-comunismo, en consecuencia la justicia está negada y con ella están negados el resto de los derechos humanos. Los tribunales sentencian en contra de la gente y las leyes no tienen por fin garantizar la dignidad de la persona humana, no crean condiciones para la convivencia en paz, no tienen como objetivo el bien común e impiden que se de a cada quien lo que le corresponde; son instrumentos del régimen para construir el “nuevo modelo de sociedad socialista” -que por ser inmoral ha sido, es y será repudiado por la mayoría de la nación venezolana que lleva por las venas libertad-. El estado de indefensión y de injusticia es tal que ni siquiera hay adonde acudir cuando fallan los servicios básicos, porque el que presta el servicio y los órganos que deben velar por su cumplimiento son uno, el régimen que se paga y se da el vuelto y quien ha protestado pacíficamente termina enjuiciado injustamente, torturado, discriminado, otros. De allí la hemorragia de huelgas de hambre como último recurso para tratar de conseguir justicia. 
El 14/A y los sucesos posteriores demuestran lo que se venía denunciando desde hace mucho, la soberanía nacional reposa en el régimen cubano-venezolano, que decide el reparto aparente del poder con la oposición para afianzar el mito de la democracia participativa y protagónica que no es más que el totalitarismo Castro-comunista disfrazado de democracia.
En cuanto al mito de lucha contra la pobreza, no ha habido en estos 14 años un sólo plan con ese fin, el régimen usa la educación para adoctrinar y reparte a los pobres las migajas del botín –los recursos de la nación- para dominarlos y empobrecerlos. Que mejor indicador de pobreza que la gente haciendo cola por comida, comprada o regalada. Hoy los otrora trabajadores de las tierras y empresas expropiadas-robadas, por no haber defendido o por haber colaborado a la toma de su fuente de empleo por el régimen, dependen de las migajas que éste les da a cambio de su libertad y su dignidad. Otra evidencia de pobreza es calcular hoy el patrimonio en moneda extranjera en el mercado no controlado por el régimen, por ejemplo el salario mínimo equivale aprox. a $ 2, 87 diarios. En consecuencia no hay democracia y hay pobreza.
@elinormontes

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sábado, 11 de mayo de 2013

FERNANDO FACCHIN B., MITOS, MIEDOS Y MENTIRAS

 “Hay un arma más terrible que la calumnia: La verdad”. Talleyrand
En el aberrante proceso político que vive nuestro país, existe un uso perverso de las  técnicas y antiguas formas de aglutinamiento de masas, donde los mitos, miedos y mentiras arrastran al “soberano” y lo congregan ante una falsa visión de un mañana mejor. 
Concepción que ha tomado lugar preponderante en consolidar al extinto presidente en un falso mito casi religioso, producto de la incapacidad y la mediocridad del usurpador y su cohorte, quienes carecen de personalidad política propia y requieren convertir al antecesor en una figura mítica que le sirva de respaldo político y mediático, de allí el bochornoso espectáculo que nos ofrecen día a día los personeros del Gobierno y la Asamblea Nacional, todo con un contenido visceral, sin ideología ni dogmática, pero con muchísimo mito, miedo y mentiras, se exaltan masas que no se reconocen con la democracia ni con la sociedad misma, sin cuadros naturales y sin valores comunes, sin  formación político-social.
Pero, el tiempo pasa rápidamente, el país se desmorona, la gobernanza está ausente, entendiendo por tal “El arte o manera de gobernar para el logro de un desarrollo económico, social e institucional duradero, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la Sociedad Civil y el Mercado de la Economía” (DRAE). La situación política planteada conduce al enrarecimiento de las relaciones del Estado con la sociedad y repercute en la falta de una política definida, clara y precisa para combatir la pobreza, la marginación, la intolerancia y demás ingente problemática que vive el país. En la ignorancia conceptual, el usurpador cree haber vencido a sus opositores sólo porque, “por ahora”, administra la vida política y las rentas gubernamentales, pero no logra construir la gobernanza para encauzar una visión estratégica de desarrollo sostenible. La gobernanza es un concepto más amplio que el de gobernabilidad, incluye la reciprocidad de las relaciones entre la ciudadanía y el Estado, dentro del marco del respeto y reconocimiento de todas las partes de la sociedad, para construir un proyecto de país.
Con la ayuda del mito, el miedo y la mentira se alimenta y amplifica la “acción” del Gobierno  como en un sueño, donde se llega a lo absurdo y se alimenta del odio entre el mismo pueblo. Tal suerte de ensoñación, inescrupulosamente estimulada, termina en pesadilla. Toda esa habilidad castro-maquiavélica lleva a los más desposeídos a creer que el usurpador, en nombre del legador, les representa, les defiende,  asume sus pasiones, sus preocupaciones y sus esperanzas, lo cual, es definitivamente falso, a ellos les gusta soñar, pero igualmente le llega el momento en que no quiere más circo, entonces comienzan a exigir soluciones, creando el clima psíquico para el estallido social, producto de situaciones de exaltación sin reflexión, de un sobrexcitar en lo más profundo de las masas, el odio, la venganza y el delito.
De allí que hagan uso de la deformación de la realidad de los hechos, de la descalificación violenta explotando la lástima, se arenga a la violencia contra la oposición en forma desconsiderada y abusiva, táctica perversa de mentes enfermas, medio de persuasión en algunos casos y en otros de provocación, tal y como sucedió en la AN.
La promoción política del usurpador y sus acólitos se reduce a tres expresiones fundamentales, el mito, la mentira descalificatoria y la voz de mando, el predominio de la violencia frente a la razón, de lo sensiblemente brutal a lo irracional, la exaltación de las zonas más oscuras del inconsciente colectivo con la sola idea de “¿orientar al soberano?” en la perspectiva del momento, todo dentro de un discurrir irracional y discontinuo. Por tal razón el desgobierno nacional es prisionero de sus propios mitos, miedos y mentiras.
ffacchinb@gmail.com

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miércoles, 27 de junio de 2012

MILAGROS SOCORRO, CONTRA MITOS Y RISITAS

Si en vez de rebajarse a sostener conversaciones con los caciques de las prisiones, los llamados pranes, el Presidente de la República mantuviera contacto con las universidades nacionales, tendría información de calidad y no diría tantos disparates.

En estos días, el jefe del Estado volvió a sacar de paseo sus estrafalarios criterios acerca de la inseguridad ciudadana, farallón donde se ha estrellado sistemáticamente. Dislates y mentiras quedaron en el acto desenmascarados puesto que en las mismas fechas había aparecido el libro Violencia e institucionalidad-Informe del Observatorio de Violencia 2012, de Roberto Briceño-León, Olga Ávila y Alberto Camadiel, editado por Editorial Alfa.

El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), que surgió como respuesta a la decisión del Gobierno nacional, en 2004, de prohibir la difusión de información sobre delito y violencia, está integrado en la actualidad por grupos de investigación de 7 universidades.

La publicación, un minucioso inventario de la criminalidad en nuestro país, propone una tesis distinta de la que ha dominado en Venezuela y en América Latina, ya que, exponen sus autores, no es la pobreza lo que ocasiona la violencia, sino la debilidad institucional.

No es el desempleo, sino la impunidad. No es la desigualdad, sino el elogio de la violencia por los líderes. No es el capitalismo, sino el quiebre de las normas que regulan el pacto social.

También se refuta la tesis según la cual la violencia ha sido igual en toda la historia del país. Rebate la propaganda que apunta a que la magnitud del problema en Venezuela es similar a la de otros países, como Brasil y Colombia, o inferior a la de México. Y, desde luego, echa por tierra "la idea de que es un problema menor o que simplemente se trata de invenciones que provocan risa".

Para desmontar el embuste de que siempre hemos tenido la misma violencia, el libro explica, por ejemplo, que el año 2011 fue el más violento de la historia venezolana: 19.459 homicidios. "Por cualquiera de las formas que se mida, con cualquiera de las fuentes que se utilice, se encontrarán más homicidios, más muertos en las cárceles, más secuestros, más robos a mano armada, más heridos". Significa que en Venezuela se cometieron, en promedio, 1.621 homicidios cada mes, 53 asesinatos cada día. Dado que en la Batalla de Carabobo hubo 200 bajas, según lo confirmó el Libertador en un parte de guerra, en 2011 cada 4 días tuvimos la misma cantidad de fallecidos que en Carabobo.

Venezuela tiene hoy una tasa de 67 homicidios por cada 100.000 habitantes, una de las más altas del planeta. Esto no siempre fue así. En 1998 se cometieron en Venezuela 4.550 homicidios (era una tasa de 19 homicidios por cada 100.000 h). 13 años más tarde, en 2011, hubo 19.366 asesinatos y la tasa subió a 67 homicidios por cada 100.000 h. Un incremento superior a 4 veces en la cifra de víctimas y de tres y media en la tasa en muy breve periodo. (Tómese en cuenta que Francia tiene una media de 1 homicidio por cada 100.000 h; y Japón e Inglaterra, incluso menos. La de Estados Unidos es de 6 por cada 100.000 h, mientras la de Canadá es de 1,4).

En Colombia, para el año 2001 hubo 27.840 homicidios, y en 2011 la cifra fue de 13.520 casos. Es decir, que disminuyeron a menos de la mitad, se contabilizaron 14.320 víctimas menos que 10 años antes. En contraste, en Venezuela, en 2001 se registraron en el archivo oficial 7.960 homicidios, y en 2011, 18.850 víctimas. Hubo, pues, 10.890 asesinatos más que hace 10 años. En Colombia se redujeron a la mitad, mientras que en Venezuela, en el mismo periodo, se duplicaron los homicidios.

El OVV calcula, de manera conservadora, que entre 2001 y 2011 hubo en el país 141.487 asesinatos, una explosión de violencia que coincidió con un aumento sin precedentes del ingreso nacional y la aplicación de políticas redistributivas que, según la publicidad oficial, han disminuido la pobreza.

Este libro demuestra que los argumentos del Gobierno no se sostienen: es falso que "el problema siempre ha sido así", los mismos datos oficiales muestran que las tasas de homicidios antes de 1999 eran varias veces menores. Es falso que "en otros países es peor", Venezuela tiene más homicidios que la mayoría de países en el mundo.

La verdadera explicación para el horror de violencia que hemos vivido se encuentra en una política equivocada. No se puede desarmar a la población si la consigna es "el pueblo en armas".

No se puede fomentar la vida y la paz, cuando se elogia la muerte, la guerra y a los violentos.

msocorro@el-nacional.com

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lunes, 14 de mayo de 2012

NELSON MAICA C., CONFLICTO, REACCIÓN, POLÍTICA

¿Cómo, de cuál manera reaccionamos ante un conflicto? ¿Tenemos, la mayoría de los venezolanos, un conflicto político económico por resolver en los próximos meses? ¿Cuáles nuestras reacciones ante un conflicto y, sobre todo, ante este?
Regreso a los apuntes, a las experiencias, a las lecturas actuales. Mucha literatura sobre el tema y reflexionar y escoger. Tomamos algunas.
En la mayoría de los casos, según numerosos especialistas, reaccionamos ante un conflicto de la siguiente manera:
01.      Se le echa la culpa a otra persona presente.
02.      Nos echamos la culpa a nosotros mismos.
03.      Otro resolverá, presente o ausente.
04.      Yo resuelvo, nosotros resolvemos.
05.      La solución al azar, al tiempo, a la ocasión.
06.      Se culpa a un ausente.
Tratamos de averiguar las posibles conductas de acuerdo a los roles y nos resulto, a manera de ejemplo, lo siguiente:
a) Empresarios y organizaciones pequeñas, se ubican en la nº 4 (Yo resuelvo, nosotros resolvemos)
b) Ejecutivos, se ubican en la nº 3 (Otro resolverá, presente o ausente)
c) Administradores y gerentes, se ubican en la nº 4 (Yo resuelvo, nosotros resolvemos)
d) Médicos e Ingenieros, se ubican en el nº 1 y 2 (Se le echa la culpa a otra persona presente; nos echamos la culpa a nosotros mismos)
e) Trabajadores de oficina, se ubican en el nº 1 y 2 (Se le echa la culpa a otra persona presente; nos echamos la culpa a nosotros mismos)
¿Y estos rojitos como han reaccionado comúnmente frente al conflicto que les presenta tan inmenso, estruendoso y total fracaso?
Por lo observado y resultados de su gestión:
01, se le echa la culpa a otra persona presente;
03, otro resolverá, presente o ausente;
05, al azar, al tiempo, a la ocasión;
06, se culpa siempre a un ausente: el imperio. Jamás se echan la culpa así mismos.
Les invito a comparar algunos de los mitos y creencias en boga para 1960 vs. 2003 vs. 2012, como ejercicio:
Mitos y creencias. 1960:
01.      El conflicto es malo
02.      Los miembros de las organizaciones tienen problemas emocionales
03.      Para eliminar el conflicto hay que despedir.
Mitos y creencias. 2003:
01.      El conflicto es inevitable y puede ser bueno
02.      Algunos tipos de conflicto pueden estimular la competencia productiva
03.      El conflicto bien administrado puede generar mínimas perdidas y máximas ganancias.
Mitos y creencias. 2012:
01.      ¿Qué tal un conflicto ahora? ¿Malo, bueno, inevitable, mas tarde, etc.? ¿Cuál su opinión?
02.      ¿Cómo esta la organización de la sociedad? ¿Conflicto para qué? ¿Cuál la ganancia o la pérdida de la sociedad venezolana con un conflicto ahora?
03.      ¿Cómo evitar el conflicto y convertirlo en algo productivo y beneficioso para la sociedad? ¿Ganamos o perdemos con un conflicto de baja o gran intensidad? ¿Cómo y quien administra un conflicto hoy?
¿Cuáles serian los orígenes del conflicto? ¿Por qué el conflicto? Por valores, posiciones, poder, recursos, ideología (Democracia vs. Dictadura; Capitalismo vs. Comunismo-Socialismo, en este caso), otros. Aporte.
¿Cuál la finalidad del conflicto? Neutralizar, prescindir de rivales, tomar el poder, quitar la represión, el terror y el crimen que representa e implanta el comunismo socialismo en la sociedad, en el pueblo, en la ciudadanía.
¿Existe un conflicto bueno? Algunos opinan que si; que se pueden alcanzar niveles saludables de conflicto siempre y cuando sea controlado y restringido. ¿Eso es posible aquí, ahora? Reflexión.
Para ciertos tratadistas el conflicto seria casi inevitable por múltiples deseos y metas, prioridades:
01.      Por recursos limitados
02.      Porque “impongo” mis normas a los demás, choque de valores
03.      Porque a mas grande, mas conflicto, responsabilidades mal definidas
04.      Por cambios
05.      Por impulsos humanos hacia el éxito, deseos de reconocimiento, poder
06.      Por otras, sugiéralas.
¿Cuáles serian, entre muchas, las fuentes de un conflicto? Valores, cambios, actitud, amenaza, fracaso, otras. Aporte, agregue, tache. Continuará.
Lema Histórico de Venezuela: “Dios y Federación”. Orquídea. Anzoátegui: “Cereipo”.

Las víctimas del comunismo en el mundo:
•          Checoslovaquia, 1948-1968, 65.000 victimas, régimen comunista con apoyo de cuba.
•          China, 1949-2012, 35 millones de victimas, Mao Tse Tung, masacre Tiananmen, régimen comunista.
•          ¿Venezuela?


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viernes, 27 de enero de 2012

MURRAY ROTHBARD: SEIS MITOS SOBRE EL LIBERTARIANISMO

El libertarianismo es la corriente política de más auge hoy en América. Antes de juzgarla y evaluarla, es de vital importancia dilucidar precisamente en qué consiste la doctrina y, más en concreto, en qué no consiste. Es especialmente relevante aclarar unos cuantos malentendidos que la mayoría de gente tiene acerca del libertarianismo, en particular los conservadores. En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los mitos más comunes en relación con el libertarianismo. Cuando nos hayamos deshecho de éstos, entonces la gente será capaz de discutir sobre el libertarianismo sin fábulas, mitos y malentendidos, y tratar con éste tal y como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos y deméritos.

Mito #1: Los libertarianos creen que cada individuo es un átomo aislado, herméticamente sellado, actuando en un vacío sin influenciarse con los demás.
Ésta es una acusación habitual, pero harto curiosa. En toda una vida de lector de literatura libertariana no me he topado con un solo teórico o autor que sostuviera algo parecido a esta posición. La única posible excepción es el fanático Max Stirner, un alemán individualista de mediados del siglo XIX quien, sin embargo, tuvo una repercusión mínima en el libertarianismo de su tiempo y posterior. Además, la explícita filosofía “la fuerza hace el derecho” de Stirner y su rechazo de todo principio moral incluyendo los derechos individuales, tenidos por “fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como libertariano en cualquier sentido. Aparte de Stirner no hay nadie con una opinión siquiera remotamente similar a la que sugiere esta acusación.
Los libertarianos son metodológica y políticamente individualistas, desde luego. Ellos creen que sólo los individuos piensan, valoran y eligen. Creen que cada individuo tiene derecho a la propiedad sobre su cuerpo, libre de interferencias coercitivas. Pero ningún individualista niega que la gente se influencia mutuamente de forma constante en sus objetivos, en sus valores, en sus iniciativas y en sus ocupaciones. Como Friedrich A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la economía de libre mercado en su best-seller “The Affluent Society” se cimentaba en esta premisa: la economía asume que cada individuo llega a su escala de valores de un modo totalmente independiente, sin estar sujeto a la influencia de nadie más.
Por el contrario, como responde Hayek, todos saben que la mayoría de gente no produce sus propios valores, sino que es instigada a adoptarlos de otras personas.1 Ningún individualista o libertariano niega que la gente se influencie mutuamente todo el tiempo, y por supuesto no hay nada de nocivo en este ineludible proceso. A lo que los libertarianos se oponen no es a la persuasión voluntaria, sino a la imposición coercitiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder policial. Los libertarianos no están en modo alguno en contra de la cooperación voluntaria y la colaboración entre individuos; sólo en contra de la obligatoria pseudo-cooperación impuesta por el Estado.
Mito #2: Los libertarianos son libertinos: son hedonistas que anhelan estilos de vida alternativos.
Este mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien identifica la ética libertariana con el hedonismo y asevera que los libertarianos “veneran el catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos de vida alternativa que la afluencia capitalista permite elegir al individuo”.2 El hecho es que el libertarianismo no es ni pretende ser una completa guía moral o ascética, sino sólo una teoría política, esto es, el importante subconjunto de la teoría moral que versa sobre el uso legítimo de la violencia en la vida social. La teoría política se refiere a aquello que es apropiado o inapropiado que el gobierno haga, y el gobierno se distingue de cualquier otro grupo social como la institución de la violencia organizada. El libertarianismo sostiene que el único papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y criminal. El libertarianismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el libertarianismo.
Luego no debe sorprender que haya libertarianos que sean de hecho hedonistas y devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también libertarianos que sean firmes adherentes de la moralidad burguesa convencional o religiosa. Hay libertarianos libertinos y hay libertarianos vinculados firmemente a la disciplina de la ley natural o religiosa. Hay otros libertarianos que no tienen ninguna teoría moral en absoluto aparte del imperativo de la no-violación de derechos. Esto es así porque el libertarianismo per se no pregona ninguna teoría moral general o personal. El libertarianismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y principios morales. Los libertarianos convienen con Lord Acton en que “la libertad es fin político más alto”, pero no necesariamente el fin más alto en la escala de valores de cada uno.
No hay ninguna duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de libertarianos que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse complacidos cuando el libre mercado dispensa más posibilidades de elección a los consumidores, elevando así su nivel de vida. Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor que la miseria absoluta es una proposición moral, y nos conduce al ámbito de la teoría moral general, pero no es una proposición por la que crea que deba disculparme.
Mito #3: Los libertarianos no creen en los principios morales; se limitan al análisis de costes-beneficios asumiendo que el hombre es siempre racional.
Este mito está desde luego relacionado con la precedente acusación de hedonismo, y en parte puede responderse en la misma línea. Hay libertarianos, particularmente los economistas de la escuela de Chicago, que rechazan la libertad y los derechos individuales como principios morales, y en su lugar intentan llegar a conclusiones de política pública sopesando presuntos costes y beneficios sociales.
En primer lugar, la mayoría de libertarianos son “subjetivistas” en economía, esto es, creen que las utilidades y los costes de los distintos individuos no pueden ser sumados o mesurados. Por tanto, el concepto mismo de costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, más importante, la mayoría de libertarianos fundamentan su postura en principios morales, en la convicción en los derechos naturales de cada individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces en la absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué individuo o grupo ejerce dicha violencia.
Lejos de ser inmorales, los libertarianos simplemente aplican una ética humana universal al gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría esta ética a cada persona o institución social. En concreto, como he apuntado antes, el libertarianismo en tanto que filosofía política que versa sobre el uso legítimo de la violencia, toma la ética universal a la que la mayoría de nosotros nos acogemos y la aplica llanamente al gobierno. Los libertarianos no hacen ninguna excepción a la regla de oro y no dejan ninguna laguna moral, no aplican ninguna vara de medir distinta al gobierno. Es decir, los libertarianos creen que un asesinato es un asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si es perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y que no queda legitimado porque una organización de ladrones decida llamarlo “impuestos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud incluso si la institución que la ejerce la denomina “servicio militar”. En síntesis, la clave en la teoría libertariana es que no concede excepción alguna al gobierno en su ética universal.
Por tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los libertarianos los consuman siendo el único grupo dispuesto a extender estos principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo. 3
Es cierto que los libertarianos permitirían a cada individuo elegir sus valores y actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada individuo el derecho a ser moral o inmoral según su juicio particular. El libetarianismo se opone firmemente a la imposición de todo credo moral a cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia – excepto, por supuesto, la prohibición moral de la violencia agresiva en sí misma. Pero debemos percatarnos de que ninguna acción puede considerarse virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo consentido voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:
“No puede forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a ser virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a actuar como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien empleada. Y ningún acto, en la medida en que sea coaccionado, puede implicar virtud – o vicio”4.
Si una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a llevar a cabo una determinada acción, entonces ésta ya no supone una elección moral por su parte. La moralidad de una acción sólo puede ser el resultado de una decisión libremente adoptada; una acción difícilmente puede tildarse de moral si uno la acomete a punta de pistola. Imponer las acciones morales o prohibir la acciones inmorales, por tanto, no fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la coerción atrofia la moralidad porque priva al individuo de la libertad para ser moral o inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente de la posibilidad de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral obligatoria nos sustrae la oportunidad misma de actuar moralmente.
Es además especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en manos del aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la organización de policías, gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo de los principios morales equivale a poner al zorro al cuidado del gallinero. Prescindiendo de otras consideraciones, los responsables de la violencia organizada en la sociedad jamás se han distinguido por su superior estatura moral o por la rectitud con la que sostienen los principios morales.
Mito #4: El libertarianismo es ateísta y materialista, y desdeña la dimensión espiritual de la vida.
No hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al libertarianismo y la posición religiosa de cada uno. Es verdad que muchos si no la mayoría de los libertarianos en la actualidad son ateos, pero esto tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los intelectuales, de la mayoría de credos políticos, son ateos también. Hay muchos libertarianos que son ateos, judíos o cristianos. Entre los liberales clásicos precursores del libertarianismo moderno en una época más religiosa que ésta encontramos una miríada de cristianos: desde John Lilburne, Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII hasta Cobden y Bright, Fréderic Bastiat y los liberales franceses del laissez-faire y el gran Lord Acton.
Los libertarianos creen que la libertad es un derecho inserto en una ley natural sobre lo que es adecuado para la humanidad, en conformidad con la naturaleza del hombre. De dónde emanan este conjunto de leyes naturales, si son puramente naturales o fueron prescritas por un creador, es una cuestión ontológica importante pero irrelevante desde el punto de vista de la filosofía política o social. Como el padre Thomas Davitt señaló:
“Si la palabra ‘natural’ significa algo en absoluto se refiere a la naturaleza del hombre, y en conjunción con la palabra ‘ley’, ‘natural’ remite al orden que es manifestado por las inclinaciones de la naturaleza humana y nada más. Por tanto, tomada en sí misma, no hay nada de religioso o teológico en la ‘Ley Natural’ de Aquino”5.
O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante holandés Hugo Grotius:
“La definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada de revolucionaria. Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de normas que el hombre es capaz de descubrir mediante el uso de su razón, no hace otra cosa que reafirmar la noción escolástica de una fundamentación racional de la ética. De hecho, su intención es más bien la de restaurar esta noción debilitada por el augustianismo radical de ciertas corrientes protestantes de pensamiento. Cuando asevera que estas normas son válidas en sí mismas, independientemente de que Dios las dispusiera, repite el aserto que ya fue proclamado por algunos de los escolásticos…”6
El libertarianismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual del hombre. Pero uno fácilmente puede llegar al libertarianismo desde posiciones religiosas o cristianas: enfatizando la importancia del individuo, de su libre voluntad, de sus derechos naturales y de su propiedad privada. Uno puede igualmente llegar al libertarianismo mediante una aproximación secular a los derechos naturales, con la convicción de que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la ley natural.
Atendiendo a la historia, además, no está claro en absoluto que la religión sea un fundamento más sólido del libertarianismo que la ley natural secular. Como Karl Wittfogel nos recuerda en su Oriental Despotism, la unión del trono y el altar ha sido una constante durante décadas que ha facilitado el imperio del despotismo en la sociedad7. Históricamente, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido en muchos casos una coalición mutuamente alentadora de la tiranía. El Estado se servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se servía del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana8. Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio social jugaron un importante papel en la marcha hacia el estatismo, y el proceder condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética habla por sí mismo. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han proclamado que la única vía hacía el reino de los cielos pasa por el marxismo, y si quisiera ser grosero diría que el reverendo Jim Jones, además de considerarse un leninista, se presentó a sí mismo como la reencarnación de Jesús.
Por otra parte, ahora que el socialismo ha fracasado de un modo manifiesto, política y económicamente, sus valedores han recurrido a la “moral” y a la “espiritualidad” como último argumento en pro de su causa. El socialista Robert Heilbroner, arguyendo que el socialismo debe ser coactivo y tiene que imponer una “moral colectiva” a la sociedad, opina que: “La cultura burguesa está centrada en los logros materiales del individuo. La cultura socialista debe centrarse en sus logros morales o espirituales”. Lo curioso es que esta tesis de Heilbroner fue elogiada por el escritor conservador y religioso de National Review Dale Vree, que dijo:
“Heilbroner está… diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho en el último cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo tiempo. Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su terminología disonante, Heilbroner está interesado en lo mismo que vosotros: la virtud9.
Vree también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una cultura socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que la “primacía del individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros “morales y espirituales” bajo socialismo en oposición a los burgueses logros “materiales”, y añade acertadamente: “contiene un timbre tradicionalista esta afirmación”. Vree prosigue aplaudiendo el ataque de Heilbroner al capitalismo por no tener “ningún sentido de ‘lo correcto’” y permitir a los “adultos que consienten” hacer aquello que les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la diversidad tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no todo estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo económico junto con individualismo cultural”, y por tanto él está inclinado hacia un nueva fusión socialista-tradicionalista – hacia un colectivismo omnicompresivo.
Cabe apuntar aquí que el socialismo deviene especialmente despótico cuando reemplaza los incentivos “económicos” o “materiales” por los incentivos pretendidamente “morales” o “espirituales”, cuando aparenta promover una indefinible “calidad de vida” antes que la prosperidad económica. Si las remuneraciones son ajustadas a la productividad hay considerablemente más libertad así como estándares de vida más altos. Pero si se fundamentan en la devoción altruista a la madre patria socialista, la devoción tiene que ser regularmente reforzada a golpe de látigo. Un creciente énfasis en los incentivos materiales del individuo suponen ineluctablemente un mayor acento en la propiedad privada y en la preservación de lo que uno gana, y trae consigo una libertad personal superior, como atestigua Yugoslavia en las últimas décadas en contraste con la Rusia soviética. El despotismo más horrible en la faz de la Tierra en los años recientes ha sido sin duda el de Pol Pot en Camboya, donde el “materialismo” fue hasta tal punto desterrado que el dinero fue abolido por el régimen. Habiendo suprimido el dinero y la propiedad privada, cada individuo era totalmente dependiente de las cartillas de racionamiento de subsistencia del Estado y la vida no era sino un completo infierno. Debemos ser prudentes, pues, antes de despreciar los objetivos o incentivos “meramente materiales”.
El cargo de “materialismo” dirigido contra el libre mercado ignora el hecho de que cada acción envuelve la transformación de objetos materiales mediante el uso de la energía humana conforme a ideas y propósitos sostenidos por los actores. Es inaceptable separar lo “mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En todas las grandes obras de arte, extraordinarias emanaciones del espíritu humano, se han empleado objetos materiales: ya fueran lienzos, pinceles y pintura, papel e instrumentos musicales, o la construcción de bloques y materia primas para las iglesias. No hay ninguna escisión real entre lo “espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier despotismo sobre aquello material sojuzgará también aquello espiritual.
Jean-Jacques Rousseau 
Mito #5: Los libertarianos son utópicos que creen que toda la gente es buena por naturaleza y que por tanto el control del Estado es innecesario.
Los conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por naturaleza parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación estatal de la sociedad.
Esta es una opinión muy común acerca de los libertarianos, si bien es difícil identificar la fuente de semejante malentendido. Rousseau, el locus classicus de la idea de que el hombre es bueno pero es corrompido por sus instituciones no era precisamente un libertariano. Aparte de algunos escritos románticos de unos pocos anarco-comunistas, que en ningún caso consideraría libertarianos, no conozco a un solo autor libertariano o liberal clásico que haya defendido esta postura. Por el contrario, la mayoría de escritores libertarianos sostiene que el hombre es una mezcla de bondad y maldad y que lo importante para las instituciones sociales es fomentar lo primero y mitigar lo segundo. El Estado es la única institución social capaz de extraer sus ingresos y su riqueza mediante coerción; todos los demás deben obtener sus rentas o bien vendiendo un producto o servicio a sus clientes o bien recibiendo una donación voluntaria. Y el Estado es la única institución social que puede emplear sus ingresos provinentes del robo organizado para intentar controlar y regular la vida y la propiedad de la gente. Por tanto, la institución del Estado establece un canal socialmente legitimado y santificado para que las personas malvadas cometan sus fechorías, emprendan el robo organizado y manejen poderes dictatoriales. El estatismo, así pues, alienta la maldad, o como mínimo los aspectos criminales de la naturaleza humana.
Como Frank H. Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los titulares del poder sean individuos que detestan su posesión y su ejercicio es análoga a la probabilidad de que una persona de corazón extremadamente benévolo devenga el patrono de una plantación de esclavos”10.
Una sociedad libre, por el hecho de no instituir un canal legitimado para el robo y la tiranía, desalienta las tendencias criminales de la naturaleza humana y aviva aquéllas que son pacíficas y voluntarias. La libertad y el libre mercado desincentivan la agresión y la compulsión y fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio voluntario, en la esfera económica, social y cultural.
Puesto que un sistema de libertad promovería la voluntariedad y desalentaría la criminalidad, además de deponer el único canal legitimado de crimen y agresión, cabe esperar que una sociedad libre padeciera de hecho menos violencia criminal y agresiones de las que padecemos actualmente, aunque no hay razón alguna para asumir que desaparecerían por completo. Esto no es utópico, sino una implicación de sentido común del cambio de lo que socialmente se tiene por legítimo y del cambio de la estructura de premio y castigo en la sociedad.
Podemos aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran buenos y ninguna tuviera tendencias criminales, entonces no habría ninguna necesidad de un Estado, tal y como conceden los conservadores. Pero si por otro lado todos los hombres son malvados, entonces el caso a favor del Estado es igualmente débil, pues ¿por qué tiene uno que asumir que aquellos hombres que componen el gobierno y retienen todas las armas y el poder para coaccionar a los demás están mágicamente exentos de la maldad que afecta a todas las otras personas que se hallan fuera del gobierno?
Tom Paine, un libertariano clásico a menudo considerado ingenuamente optimista acerca de la naturaleza humana, rebate el argumento conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte como sigue:
“si toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado fortalecer la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes debiera rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles…” Paine añadió que “ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”11.
Y como el libertariano F.A. Harper escribió una vez:
“De acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse en proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad en la cual se demandará una autoridad política completa sobre todos los asuntos humanos… Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de dictador? Quienquiera que sea el elegido para el trono con seguridad será una persona enteramente malvada, puesto que todos los hombres lo son. Y esta sociedad será entonces regida por un dictador absolutamente malvado en posesión de todo el poder político. ¿Y cómo, en nombre de la lógica, puede emanar de ahí algo que no sea pura maldad? ¿Cómo puede ser esto mejor que el que no haya autoridad política alguna en la sociedad?”12
Por último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una mezcla de virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la virtud y desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la voluntariedad y lo mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, por tanto, ya establezca que el hombre es bueno, malo, o una combinación de ambos, se justifica el estatismo. En el curso de negar que es un conservador, el liberal clásico Friedrich Hayek apuntó:
“El principal mérito del individualismo [que Adam Smith y sus contemporáneos defendieron] es que es un sistema bajo el cual los hombres malvados pueden hacer menos daño. Es un sistema social que no depende para su funcionamiento de que encontremos hombres buenos que lo dirijan, o de que todos los hombres devengan más buenos de lo que son ahora, sino que toma al hombre en su variedad y complejidad dada…”[13]
Es importante señalar qué es lo que diferencia a los libertarianos de los utópicos en el sentido peyorativo. El libertarianismo no se propone remodelar la naturaleza humana. Uno de los objetivos centrales del socialismo fue crear, lo cual en la práctica supone emplear métodos totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un individuo cuyo primer fin fuera trabajar diligente y altruistamente por la colectividad. El libertarianismo es una filosofía política que dice: dada cualquier naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el más efectivo. Obviamente, el libertarianismo – como los demás sistemas sociales – funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean los individuos y menos criminales haya. Y los libertarianos, como la mayoría de la otra gente, querrían alcanzar un mundo donde más personas fueran “buenas” y menos criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina del libertarianismo per se, que dice que cualesquiera sea la composición de la naturaleza humana en un momento dado, la libertad es lo más deseable.
Mito #6: Los libertarianos creen que cada persona conoce mejor sus propios intereses.
Del mismo modo que la acusación precedente sugería que los libertarianos creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es cierto con respecto a mucha gente, se dice, el Estado debe intervenir.
Pero los libertarianos no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más de lo que asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la afirmación de que la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier otro sus propias necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto que todos siempre conocen mejor sus intereses. El libertarianismo propugna que cada uno debe tener el derecho a perseguir sus propios fines como estime oportuno. Lo que se defiende es el derecho a actuar libremente, no la necesaria sensatez de dicha acción.
Es cierto también, no obstante, que el libre mercado – en contraste con el gobierno – ha articulado mecanismos que permiten a las personas acudir a expertos que pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo alcanzar los fines propios de la mejor manera posible. Como hemos visto antes, los individuos libres no están separados los unos de los otros. En el libre mercado cualquier individuo, si tiene dudas sobre sus verdaderos intereses, es libre de contratar o consultar a un experto que le ofrezca consejo en base a su conocimiento presumiblemente superior. El individuo puede contratar a este experto y, en el libre mercado, testar continuamente su competencia y su utilidad. Las personas en el mercado, por tanto, pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos estimen más provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos serán recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán a ser desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del gobierno obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los contribuyentes. No hay ninguna fórmula de mercado para testar su éxito informando a la gene de sus verdaderos intereses. Sólo necesita tener habilidad para adquirir el apoyo político de la maquinaria coercitiva del Estado.
Por tanto, el experto privado tenderá a florecer en proporción a su habilidad, mientras que el experto del gobierno florecerá en proporción a su destreza en obtener prebendas políticas. Además, el experto del gobierno no será más virtuoso que el privado; su única superioridad radica en el arte de conseguir favores de aquellos que retienen el poder político. Pero una diferencia crucial entre ambos es que el experto privado tiene todos los incentivos para velar por sus clientes o pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del gobierno carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus ingresos de todos modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer mejor al consumidor.
Espero que este artículo haya contribuido a limpiar el libertarianismo de mitos y malentendidos. Los conservadores y todos los demás deben ser educadamente advertidos de que los libertarianos no creemos que los hombres son buenos por naturaleza, ni que todos están perfectamente informados acerca de sus propios intereses, ni que cada individuo es un átomo aislado y herméticamente sellado. Los libertarianos no son necesariamente libertinos o hedonistas, ni son necesariamente ateos; y los libertarianos enfáticamente creen en principios morales. Dejemos ahora que cada uno de nosotros se disponga a examinar el libertarianismo tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo estoy seguro de que, allí donde este examen tenga lugar, el libertarianismo gozará de un auge impresionante en el número de sus seguidores.
Traducido por Albert Esplugas Boter
Editado por Daniel Duarte
Este artículo, publicado inicialmente en Modern Age, 24, 1 (Invierno 1980), pág. 9-15, como “Mito y verdad acerca del libertaranismo”*, está basado en una ponencia presentada en abril de 1979 en el congreso nacional de la Philadephia Society de Chicago. El tema del encuentro fue “Conservadurismo y Libertarianismo”. (Puede leerse el original en LewRockwell.com).
[1] John Kenneth Galbraith, The Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin, 1958); F. A. Hayek, “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect,’” Southern Economic Journal (Abril, 1961), pp. 346-48.
[2] Irving Kristol, “No Cheers for the Profit Motive,” Wall Street Journal (Feb. 21, 1979).
[3] Para un llamamiento a aplicar estándares éticos universales al gobierno, véase Pitirim A. Sorokin and Walter A. Lunden, Power and Morality: Who Shall Guard the Guardians? (Boston: Porter Sargent, 1959), pp. 16-30.
[4] Frank S. Meyer, In Defense of Freedom: A Conservative Credo (Chicago: Henry Regnery, 1962), p. 66.
[5] Thomas E. Davitt, S.J., “St. Thomas Aquinas and the Natural Law,” in Arthur L. Harding, ed., Origins of the Natural Law Tradition (Dallas, Tex: Southern Methodist University Press, 1954), p. 39
[6] A. P d’Entrèves, Natural Law (London: Hutchinson University Library, 1951), pp. 51-52.
[7] Karl Wittfogel, Oriental Despotism (New Haven: Yale University Press, 1957), esp. pp. 87-100.
[8] Acerca de esto y otras sectas cristianas totalitarias, véase Norman Cohn, Pursuit of the Millenium (Fairlawn, N.J.: Essential Books, 1957).
[9] Dale Vree, “Against Socialist Fusionism,” National Review (Diciembre 8, 1978), p. 1547. El artículo de Heilbroner se publicó en Dissent, Verano 1978. Más sobre el artículo de Vree en Murray N. Rothbard, “Statism, Left, Right, and Center,” Libertarian Review (Enero 1979), pp. 14-15.
[10] Journal of Political Economy (Diciembre 1938), p. 869. Citado en Friedrich A. Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1944), p. 152.
[11] “The Forester’s Letters, III,”(orig. in Pennsylvania Journal, Apr. 24, 1776), en The Writings of Thomas Paine (ed. M. D. Conway, New York: G. P. Putnam’s Sons, 1906), I, 149-150.
[12] F. A. Harper, “Try This On Your Friends”, Faith and Freedom (January, 1955), p. 19.
[13] F. A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948), enfatizado en el curso de su “Why I Am Not a Conservative,” The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960), p. 529.
11 JUNIO 2011 PUBLICADO POR: DANIEL via orden voluntario

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