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domingo, 26 de octubre de 2014

MERCEDES PULIDO, DIFÍCIL, MAS NO IMPOSIBLE

Impera la desconfianza. Pareciera que el cambio ha sido tan dramático en nuestras vidas, metas y relaciones sociales que no sabemos cómo pensar y  actuar pues lo que conocimos no tiene asidero en la realidad. Para algunos el país tiene heridas profundas de desencuentro  que cualquier propuesta es desechada como fracaso. 

El debate no ha sido parte de nuestra cultura individualista. Cuando elegimos una simple junta de condominio, poco se contrastan agendas de trabajo, la discusión es por la presidencia y de allí en adelante ella será  responsable de todos los males y deficiencias. Por ello no es de extrañar que presentado el presupuesto nacional para el 2015 se asuma como una tarea que no nos compete, la realidad dirá otra cosa. Pareciera que no sabemos o no queremos saber lo que es un país.

Recientemente Héctor Pérez Marcano describía el proceso de unificación de muchos desencuentros a finales de los cincuenta. Las diferencias eran profundas, cada quien tenía su propuesta hasta que se visualizó que la meta principal simplemente era el derrocamiento de la dictadura.  Entonces el esfuerzo mancomunado pudo construir la junta patriótica y las diferencias sin desaparecer fueron parte de la construcción del país. 

La “visualización” en el campo científico es la transformación de los datos experimentales en imágenes que permiten comprender tanto las contradicciones, como las posibilidades que plantean los retos del conocimiento. En el ámbito humano es una técnica psicológica para lograr una condición emocional e instrumental que permita una imagen concreta de metas y sus vías para lograrla. Si nos dejamos atrapar por fanatismos, dogmatismos o miedos que impiden plantear alternativas, entraremos en el marasmo de lo inmediato, de las pasiones irracionales y la negación de responsabilidades.

Visualizar la necesidad de reconocer las diferencias es fundamental para la meta de refundar el país. Esto sucede en todas las facetas de la vida, al fundar una familia, ejercer una profesión, o asumir que nada de lo humano es estático. Irritan las mentiras que niegan la realidad que vivimos, el desparpajo al desconocer la diversidad de un país, la justificación y menosprecio a ultranza de necesidades económicas y sociales de la mayoría, racionalización del sometimiento con los “denunciantes patriotas” envenenando los vínculos humanos.  

Por supuesto que irritan, pero nuestra meta es eliminarlos, no hacerles el juego. Si bien es importante reconocer su existencia, tenemos que visualizar que nuestra meta es llegar a reconstruir instituciones que manejen diferencias. Los partidos siguen siendo referencias obligantes para la organización pero hoy la realidad exige reflexión y  propuestas del país que necesitamos. Empecemos por al menos tener una caja de resonancia con las parlamentarias aunque existan muchos terremotos en el   camino. Visualicemos nuestras capacidades aunque no sean  perfectas.

Mercedes Pulido
mercedes.pulido@gmail.com
@mercedespulidob

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viernes, 11 de mayo de 2012

AGUSTÍN LAJE (*),LA VERDADERA NATURALEZA DEL INDIVIDUALISMO, DESDE ARGENTINA,

Como parte fundamental e ineludible del esfuerzo por hegemonizar culturalmente bajo las premisas del colectivismo a la sociedad, se hizo necesario inyectar en ésta una falsa idea de su opuesto: el individualismo. En efecto, anular la alternativa lógica de un pensamiento, es el camino más efectivo para el posicionamiento hegemónico del mismo.

En líneas generales, dos han sido principalmente las versiones ofrecidas sobre la naturaleza del individualismo. La primera, lo trata como un desvío moral según el cual todo hombre debe vivir para sí mismo, a pesar de que en ese intento deba sacrificar a los demás: es la idea del caníbal. La segunda, lo trata como un error analítico según el cual todo hombre es considerado como una suerte de átomo aislado actuando en el vacío donde la interacción con los demás no debe tenerse en cuenta: es la idea del náufrago aislado del mundo social.

Ambas caracterizaciones son intencionadamente erradas por cuestiones que se hace necesario explicar, en virtud de la magnitud del adoctrinamiento colectivizante que programa a las personas para pensar automáticamente en el individualismo en los términos antedichos.

La primera definición que incluye una completa desatención del individuo por sus semejantes al punto de poder sacrificarlos en aras de sus propios fines, contiene en sus raíces −paradójicamente− la lógica colectivista: la negación de que todo hombre sea un fin en sí mismo y que, por consiguiente, existan hombres pasibles de ser reducidos a la condición de “medio”.

La segunda definición por su parte, al explicar que una visión individualista de la realidad divorcia al individuo de su medio social, está nuevamente insinuando que se trata de la idea según la cual el otro no existe. Pero sólo un ingenuo arriesgaría a descartar la influencia de los individuos entre sí en el marco de sus interacciones.

Dicho lo que el individualismo no es (ni una reivindicación del canibalismo ni una defensa del atomismo aislacionista), de inmediato surge el inevitable interrogante: ¿Entonces de qué se trata el individualismo? Pues se trata del reconocimiento de que cada individuo es un ser único, inigualable e irrepetible en interacción con otros seres únicos, inigualables e irrepetibles; que es el dueño de su existencia y que, por tanto, su vida no le pertenece a su prójimo ni su prójimo le pertenece a él; que es parte componente de una sociedad −esto es, de un conjunto de individuos en permanente interacción−, y no un engranaje de un todo superior que en cualquier momento puede reclamar su descarte; en concreto, que un individuo es un fin en sí mismo y no un medio de los demás.

Tal es la naturaleza del individualismo. Tal es la naturaleza de una idea que, lejos de disociar al individuo de su dimensión social, la tiene tan en consideración que sólo admite que las interacciones entre los hombres se den en forma de intercambios voluntarios y cooperativos (la solidaridad, por caso, es una viva expresión de la individualidad) donde nadie deba sacrificar ni ser sacrificado. Y a estos efectos, el individualismo reclama no la anarquía, sino un sistema ordenado donde los derechos del individuo sean el centro de gravedad del ordenamiento social.

Así como toda acción humana es precedida por una idea, toda sociedad es conducida por una filosofía que aparece relativamente implícita en su seno y de la cual emanan aquellas ideas que los individuos consideran al momento de actuar. La tragedia de nuestro tiempo se puede resumir en la intencionada desnaturalización del individualismo, alternativa lógica del colectivismo, que posiciona a éste último como filosofía hegemónica en la sociedad.

Las bases del colectivismo están sostenidas por la idea de que la sociedad, lejos de ser un mero conjunto de individuos y sus interacciones, se trata de una entidad superior al individuo con fines propios distintos a los de éste. El corolario fundamental de esta idea es que el individuo no tiene derecho a existir para su propio bien sino para cumplir con lo que la sociedad “dispone” y le “exige”, y que por lo tanto ni su vida ni su trabajo le pertenecen. La gran estafa de esta elucubración intelectual es deificar una abstracción como la sociedad poniéndola al margen de cualquier voluntad individual: cuando nos dicen que aquella tiene “fines”, en verdad se están refiriendo a los fines que tiene un grupo de individuos que se adjudica arbitrariamente la voz de este dios moderno.

Observe por un instante a su alrededor y advertirá que las premisas colectivistas están dando forma a lo que nos sucede: el individuo está siendo progresivamente despersonalizado dentro de la masa; la soberanía que tiene sobre su existencia se está diluyendo para ser subordinado a lo que se considera como el “bien” de la “sociedad” (eufemismo que cada vez se asemeja más al bien de todos menos el suyo); su vida y su trabajo están siendo hipotecados en favor de todo aquel que, arguyendo falsos derechos, reclame aquello que no le pertenece; y las interacciones entre los individuos están siendo cada vez menos voluntarias, y más coercitivas.

En la medida en que no se recupere y reivindique la verdadera naturaleza del individualismo, la filosofía colectivista empujará cada vez con mayor fuerza al hombre a jugar el papel de animal de sacrificio. Y existe sólo una manera de corromper al hombre en tal grado que, además de aceptar este juego de caníbales morales, lo haga desprevenida y hasta gustosamente: destruyendo su individualidad. Verdad ésta, que han comprendido a pie juntillas aquellos que vislumbran la conquista del poder del Estado como método, y el saqueo como propósito.

(*) Autor del libro “Los mitos setentistas”.
@agustinlaje

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domingo, 4 de marzo de 2012

GABRIEL BORAGINA: COLECTIVISMO E INDIVIDUALISMO COMPARADOS. (I PARTE)

Cuando me refiero al individuo sin más, necesariamente me estoy refiriendo a todos los individuos y no solamente a uno. Si quisiera referirme sólo a un individuo no tengo necesidad de (ni debo) hacerlo así, sino que directamente lo identificaré por su nombre propio (Pedro, Juan, Adolfo, María, etc.) o, si es una cosa, por su nombre común (una roca, un zapato, un florero, etc.). Pero si no identifico al individuo en cuestión, la palabra individuo se entiende que alude a todos los individuos. Cosa semejante sucede con el término individualismo, se refiere a una doctrina que representa y  tiene como objeto a todos los individuos y no a algunos y -menos aun -a uno en particular. 
Una persona individualista, entonces, es aquella que piensa y vive en función de todos los individuos y no solamente en la de sí mismo. Se ama a sí mismo y vive para sí mismo, es verdad, pero ello no se contrapone con que también lo haga para todos los demás individuos. Y si no llega a amarlos, como mínimo los respeta y los considera.  Si no lo hiciera así, sería un colectivista y no un individualista. Ninguna persona desconoce que, además de sí misma, existen otras personas en el mundo. Lo que diferencia el actuar y hablar de un individualista al de un colectivista no es este hecho, sino la postura y actitud mental que asuma respecto de sus semejantes. Es decir, si los considera individuos o los considera formando parte de  grupos (que pueden ser el suyo propio o ajenos).  Por ejemplo, si Juan es negro y cuando pienso en Juan lo pienso como Juan, lo estoy pensando como individuo. Si en cambio, cuando pienso en Juan no lo hago como Juan sino como "negro" lo estoy pensando no como individuo sino como parte de un colectivo, en este caso, un colectivo racial : el de los negros. Lo mismo se me aplica a mí mismo. Si en lugar de pensarme como Gabriel me pienso como rubio no me estoy pensando como individuo, sino como parte de un grupo colectivo (en este caso el de los rubios). Lo mismo sucede con muchas etiquetas tales como judíos, católicos, obreros, arios, negros, flacos, gordos, nipones, alemanes, norteamericanos, inteligentes, idiotas, etc. se tratan -en todos los casos- de etiquetas de colectivos que denotan un pensar, un decir (y en muchos casos un sentir) colectivista.
El colectivista concibe al mundo "naturalmente" como un "colectivo". No piensa en términos de individuos, sino como partes de un ente "colectivo" mayor. Para un colectivista un individuo sólo es una pieza de un mecanismo mayor y su "función" sólo se limita exclusivamente a hacer "funcionar" dicho mecanismo. Lo ve pues, como un simple engranaje de una cadena de trasmisión. La "cadena de transmisión" viene a ser el grupo o colectivo, y el individuo solamente su engranaje. Por consiguiente, cuando piensa en términos de "derechos" y "obligaciones" lo hace respecto de algún "colectivo" y nunca respecto de otros individuos.
El colectivista se debe y debe a grupos. Inversamente, entiende que tiene derechos respecto de grupos. No a ni de individuos.
Veamos algunas aplicaciones prácticas de estos conceptos.
Cuando un conductor estaciona en un lugar prohibido para tal efecto en la calle, lo hace -precisamente- porque entiende que él forma parte de un conjunto que tiene "derechos" que ejercer sobre otro conjunto que tiene "obligaciones" para con el conjunto al que el sujeto en cuestión pertenece.  Un colectivo llamado el estado-nación le ha otorgado "derechos" sobre determinados bienes que le ha dado en llamar bienes públicos. Es decir, que forma parte de un colectivo que, puede denominarse indistintamente "el público, la sociedad, el estado, la ciudadanía, etc." y que ese colectivo tiene una "propiedad pública" que es -por ejemplo- la calle. De modo tal que, actúa coherentemente con tales premisas cuando estaciona donde quiere, por cuanto lo está haciendo en un lugar que le han dicho que le pertenece tanto a él como a todos los que forman parte de ese colectivo.  Lo malo pues no está en lo que hace, o sea, en su conducta, sino en la noción de "público" que es un concepto típicamente colectivo y no individual. Por eso se trata de una conducta colectivista y no individualista.
Su mentalidad es pues colectivista, por cuanto considera que él forma parte de un "colectivo" al que puede denominar "pueblo, comunidad, etc." o -en su caso puntual- el "colectivo" de los "conductores de automóviles" que "tiene derechos" como parte de ese "colectivo" a utilizar a su antojo los espacios públicos, porque son de propiedad del público, y como él forma parte de ese público tiene "derecho" a usarlos.  En consecuencia, no se siente infringiendo ninguna disposición, ni ningún derecho cuando estaciona su automóvil en espacios públicos prohibidos a tal efecto.
La persona que fuma en un lugar público -poniendo otro ejemplo- no es individualista sino colectivista. Si fuera individualista no fumaria en lugares públicos, sino que lo haría en privados (individuales o pertenecientes a individuos). Si lo hace en un lugar público es porque es colectivista y, al serlo, puede pensar que el resto de los presentes están allí porque también son colectivistas (aunque no fumen), ergo, considera que no les molesta ni les debe molestar que el sujeto en cuestión fume. Si no fueran colectivistas no estarían allí. O bien puede pensar que si les molesta, son ellos (los molestados) los que no deberían estar allí. ¿Por qué si es un lugar público (y por lo tanto parte de él mismo) no debería hacer allí lo que le venga en gana? Este es el razonar de un colectivista.  En consecuencia, si fuma en ese lugar, su conducta es producto de su ser y "razonar" colectivista. No individualista.  Y además "coherente" con su colectivismo. Lo mismo puede decirse para otras tantas acciones que se verifican en la vía pública (es decir colectiva) como tirar basura, cruzar semáforos en rojo, adelantase en la fila, etc.
La forma pues como se comporta la gente en espacios públicos -es decir, en espacios colectivos-nunca es ni puede ser individualista sino colectivista.
En los espacios públicos nunca resultará posible ver conductas individualistas, porque al ser espacios colectivos, necesariamente la gente que se mueve y se comporta en ellos, lo hará de modo colectivista. Si hay tres (o 10 o 30) asientos en una plaza pública y todos están ocupados, los que están sentados no tienen un derecho exclusivo ni mejor a ocuparlos que otros, por lo que si llegan otras personas que se quieren sentar y los que ocupan se resisten, los recién llegados no harán más que ejercer su derecho público y colectivo si desplazan por la violencia a los que estaban sentados primero. En el colectivismo nadie tiene exclusivos ni mejores derechos que otros.  De idéntico modo, si el hecho de violencia se produce, y los que se quieren sentar echan a los golpes a los que ya estaban sentados, lo hacen en nombre de sus "derechos públicos" o colectivos y no en virtud de ningún derecho "individualista".
Esta es la razón por la cual se necesita de la policía en los espacios públicos y no en los privados.  Sólo se requiere de la policía en espacios privados cuando algún colectivista desea ejercer su colectivismo en un reducto privado. O en otros términos, cuando una o muchas personas de mentalidad y conducta colectivista quiere/n violar el derecho de otra u otras personas, por ejemplo, cuando el ladrón quiere entrar en la casa u otra posesión del vecino o de la del lector.
La conducta del ladrón es típicamente colectivista. Cuando roba lo hace porque entiende que los bienes que roba son públicos y que él tiene algún "derecho" sobre ellos o parte de ellos. Como "el ladrón ve a todos conforme a su condición", contempla a todos sus "prójimos" como potenciales o efectivos ladrones, de modo tal que, al ser un colectivista consecuente con su colectivismo, no siente al robar encontrarse infringiendo "derecho individual" alguno, ya que no considera estarse apoderando de ninguna "propiedad privada" (la que para él no existe). Ergo, no es un individualista, sino un colectivista.
gabriel.boragina@gmail.com

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viernes, 27 de enero de 2012

MURRAY ROTHBARD: SEIS MITOS SOBRE EL LIBERTARIANISMO

El libertarianismo es la corriente política de más auge hoy en América. Antes de juzgarla y evaluarla, es de vital importancia dilucidar precisamente en qué consiste la doctrina y, más en concreto, en qué no consiste. Es especialmente relevante aclarar unos cuantos malentendidos que la mayoría de gente tiene acerca del libertarianismo, en particular los conservadores. En este ensayo enumeraré y analizaré críticamente los mitos más comunes en relación con el libertarianismo. Cuando nos hayamos deshecho de éstos, entonces la gente será capaz de discutir sobre el libertarianismo sin fábulas, mitos y malentendidos, y tratar con éste tal y como corresponde: de acuerdo con sus verdaderos méritos y deméritos.

Mito #1: Los libertarianos creen que cada individuo es un átomo aislado, herméticamente sellado, actuando en un vacío sin influenciarse con los demás.
Ésta es una acusación habitual, pero harto curiosa. En toda una vida de lector de literatura libertariana no me he topado con un solo teórico o autor que sostuviera algo parecido a esta posición. La única posible excepción es el fanático Max Stirner, un alemán individualista de mediados del siglo XIX quien, sin embargo, tuvo una repercusión mínima en el libertarianismo de su tiempo y posterior. Además, la explícita filosofía “la fuerza hace el derecho” de Stirner y su rechazo de todo principio moral incluyendo los derechos individuales, tenidos por “fantasmas mentales”, dudosamente le acreditan como libertariano en cualquier sentido. Aparte de Stirner no hay nadie con una opinión siquiera remotamente similar a la que sugiere esta acusación.
Los libertarianos son metodológica y políticamente individualistas, desde luego. Ellos creen que sólo los individuos piensan, valoran y eligen. Creen que cada individuo tiene derecho a la propiedad sobre su cuerpo, libre de interferencias coercitivas. Pero ningún individualista niega que la gente se influencia mutuamente de forma constante en sus objetivos, en sus valores, en sus iniciativas y en sus ocupaciones. Como Friedrich A. Hayek mencionó en su notable artículo “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect’”, el asalto de John Kenneth Galbraith a la economía de libre mercado en su best-seller “The Affluent Society” se cimentaba en esta premisa: la economía asume que cada individuo llega a su escala de valores de un modo totalmente independiente, sin estar sujeto a la influencia de nadie más.
Por el contrario, como responde Hayek, todos saben que la mayoría de gente no produce sus propios valores, sino que es instigada a adoptarlos de otras personas.1 Ningún individualista o libertariano niega que la gente se influencie mutuamente todo el tiempo, y por supuesto no hay nada de nocivo en este ineludible proceso. A lo que los libertarianos se oponen no es a la persuasión voluntaria, sino a la imposición coercitiva de valores mediante el uso de la fuerza y el poder policial. Los libertarianos no están en modo alguno en contra de la cooperación voluntaria y la colaboración entre individuos; sólo en contra de la obligatoria pseudo-cooperación impuesta por el Estado.
Mito #2: Los libertarianos son libertinos: son hedonistas que anhelan estilos de vida alternativos.
Este mito ha sido planteado recientemente por Irving Kristol, quien identifica la ética libertariana con el hedonismo y asevera que los libertarianos “veneran el catálogo de Sears Roebuck y todos los estilos de vida alternativa que la afluencia capitalista permite elegir al individuo”.2 El hecho es que el libertarianismo no es ni pretende ser una completa guía moral o ascética, sino sólo una teoría política, esto es, el importante subconjunto de la teoría moral que versa sobre el uso legítimo de la violencia en la vida social. La teoría política se refiere a aquello que es apropiado o inapropiado que el gobierno haga, y el gobierno se distingue de cualquier otro grupo social como la institución de la violencia organizada. El libertarianismo sostiene que el único papel legítimo de la violencia es la defensa de la persona y su propiedad contra la agresión, que cualquier uso de la violencia que vaya más allá de esta legítima defensa resulta agresiva en sí misma, injusta y criminal. El libertarianismo, por tanto, es una teoría que afirma que cada individuo debe estar libre invasiones violentas, debe tener derecho para hacer lo que quiera excepto agredir a otra persona o la propiedad ajena. Lo que haga una persona con su vida es esencial y de suma importancia, pero es simplemente irrelevante para el libertarianismo.
Luego no debe sorprender que haya libertarianos que sean de hecho hedonistas y devotos de estilos de vida alternativos, y que haya también libertarianos que sean firmes adherentes de la moralidad burguesa convencional o religiosa. Hay libertarianos libertinos y hay libertarianos vinculados firmemente a la disciplina de la ley natural o religiosa. Hay otros libertarianos que no tienen ninguna teoría moral en absoluto aparte del imperativo de la no-violación de derechos. Esto es así porque el libertarianismo per se no pregona ninguna teoría moral general o personal. El libertarianismo no ofrece un estilo de vida; ofrece libertad, para que cada persona sea libre de adoptar y actuar de acuerdo con sus propios valores y principios morales. Los libertarianos convienen con Lord Acton en que “la libertad es fin político más alto”, pero no necesariamente el fin más alto en la escala de valores de cada uno.
No hay ninguna duda acerca del hecho, sin embargo, de que el subgrupo de libertarianos que son economistas pro-mercado tienden a mostrarse complacidos cuando el libre mercado dispensa más posibilidades de elección a los consumidores, elevando así su nivel de vida. Incuestionablemente, la idea de que la prosperidad es mejor que la miseria absoluta es una proposición moral, y nos conduce al ámbito de la teoría moral general, pero no es una proposición por la que crea que deba disculparme.
Mito #3: Los libertarianos no creen en los principios morales; se limitan al análisis de costes-beneficios asumiendo que el hombre es siempre racional.
Este mito está desde luego relacionado con la precedente acusación de hedonismo, y en parte puede responderse en la misma línea. Hay libertarianos, particularmente los economistas de la escuela de Chicago, que rechazan la libertad y los derechos individuales como principios morales, y en su lugar intentan llegar a conclusiones de política pública sopesando presuntos costes y beneficios sociales.
En primer lugar, la mayoría de libertarianos son “subjetivistas” en economía, esto es, creen que las utilidades y los costes de los distintos individuos no pueden ser sumados o mesurados. Por tanto, el concepto mismo de costes y beneficios sociales es ilegítimo. Pero, más importante, la mayoría de libertarianos fundamentan su postura en principios morales, en la convicción en los derechos naturales de cada individuo sobre su persona o propiedad. Ellos creen entonces en la absoluta inmoralidad de la violencia agresiva, de la invasión de los derechos sobre la propia persona y propiedad, independientemente de qué individuo o grupo ejerce dicha violencia.
Lejos de ser inmorales, los libertarianos simplemente aplican una ética humana universal al gobierno del mismo modo que cualquier otro aplicaría esta ética a cada persona o institución social. En concreto, como he apuntado antes, el libertarianismo en tanto que filosofía política que versa sobre el uso legítimo de la violencia, toma la ética universal a la que la mayoría de nosotros nos acogemos y la aplica llanamente al gobierno. Los libertarianos no hacen ninguna excepción a la regla de oro y no dejan ninguna laguna moral, no aplican ninguna vara de medir distinta al gobierno. Es decir, los libertarianos creen que un asesinato es un asesinato y que no deviene santificado por razones de estado si es perpetrado por el gobierno. Nosotros creemos que el robo es un robo y que no queda legitimado porque una organización de ladrones decida llamarlo “impuestos”. Nosotros creemos que la esclavitud es esclavitud incluso si la institución que la ejerce la denomina “servicio militar”. En síntesis, la clave en la teoría libertariana es que no concede excepción alguna al gobierno en su ética universal.
Por tanto, lejos de ser indiferentes u hostiles a los principios morales, los libertarianos los consuman siendo el único grupo dispuesto a extender estos principios por todo el espectro hasta al gobierno mismo. 3
Es cierto que los libertarianos permitirían a cada individuo elegir sus valores y actuar acorde con ellos, y reconocerían en suma a cada individuo el derecho a ser moral o inmoral según su juicio particular. El libetarianismo se opone firmemente a la imposición de todo credo moral a cualquier persona o grupo mediante el uso de la violencia – excepto, por supuesto, la prohibición moral de la violencia agresiva en sí misma. Pero debemos percatarnos de que ninguna acción puede considerarse virtuosa a menos que sea emprendida en libertad, habiendo consentido voluntariamente la persona. Como dijera Frank Meyer:
“No puede forzarse a los hombres a ser libres, ni puede forzárseles a ser virtuosos. Hasta cierto punto, es verdad, pueden ser obligados a actuar como si fueran virtuosos. Pero la virtud es el fruto de la libertad bien empleada. Y ningún acto, en la medida en que sea coaccionado, puede implicar virtud – o vicio”4.
Si una persona es obligada por la fuerza o la amenaza de la misma a llevar a cabo una determinada acción, entonces ésta ya no supone una elección moral por su parte. La moralidad de una acción sólo puede ser el resultado de una decisión libremente adoptada; una acción difícilmente puede tildarse de moral si uno la acomete a punta de pistola. Imponer las acciones morales o prohibir la acciones inmorales, por tanto, no fomenta la moral o la virtud. Por el contrario, la coerción atrofia la moralidad porque priva al individuo de la libertad para ser moral o inmoral, y entonces necesariamente despoja a la gente de la posibilidad de ser virtuosa. Paradójicamente, pues, la moral obligatoria nos sustrae la oportunidad misma de actuar moralmente.
Es además especialmente grotesco dejar la salvaguarda de la moralidad en manos del aparato estatal, es decir, ni más ni menos que la organización de policías, gendarmes y soldados. Poner al Estado a cargo de los principios morales equivale a poner al zorro al cuidado del gallinero. Prescindiendo de otras consideraciones, los responsables de la violencia organizada en la sociedad jamás se han distinguido por su superior estatura moral o por la rectitud con la que sostienen los principios morales.
Mito #4: El libertarianismo es ateísta y materialista, y desdeña la dimensión espiritual de la vida.
No hay ninguna conexión necesaria entre las adscripción al libertarianismo y la posición religiosa de cada uno. Es verdad que muchos si no la mayoría de los libertarianos en la actualidad son ateos, pero esto tiene que ver con el hecho de que la mayoría de los intelectuales, de la mayoría de credos políticos, son ateos también. Hay muchos libertarianos que son ateos, judíos o cristianos. Entre los liberales clásicos precursores del libertarianismo moderno en una época más religiosa que ésta encontramos una miríada de cristianos: desde John Lilburne, Roger Williams, Anne Hutchinson y John Locke en el siglo XVII hasta Cobden y Bright, Fréderic Bastiat y los liberales franceses del laissez-faire y el gran Lord Acton.
Los libertarianos creen que la libertad es un derecho inserto en una ley natural sobre lo que es adecuado para la humanidad, en conformidad con la naturaleza del hombre. De dónde emanan este conjunto de leyes naturales, si son puramente naturales o fueron prescritas por un creador, es una cuestión ontológica importante pero irrelevante desde el punto de vista de la filosofía política o social. Como el padre Thomas Davitt señaló:
“Si la palabra ‘natural’ significa algo en absoluto se refiere a la naturaleza del hombre, y en conjunción con la palabra ‘ley’, ‘natural’ remite al orden que es manifestado por las inclinaciones de la naturaleza humana y nada más. Por tanto, tomada en sí misma, no hay nada de religioso o teológico en la ‘Ley Natural’ de Aquino”5.
O, como d’Entrèves escribió en el siglo XVII aludiendo al jurista protestante holandés Hugo Grotius:
“La definición de ley natural [de Grotius] no tiene nada de revolucionaria. Cuando mantiene que la ley natural es el cuerpo de normas que el hombre es capaz de descubrir mediante el uso de su razón, no hace otra cosa que reafirmar la noción escolástica de una fundamentación racional de la ética. De hecho, su intención es más bien la de restaurar esta noción debilitada por el augustianismo radical de ciertas corrientes protestantes de pensamiento. Cuando asevera que estas normas son válidas en sí mismas, independientemente de que Dios las dispusiera, repite el aserto que ya fue proclamado por algunos de los escolásticos…”6
El libertarianismo ha sido acusado de ignorar la naturaleza espiritual del hombre. Pero uno fácilmente puede llegar al libertarianismo desde posiciones religiosas o cristianas: enfatizando la importancia del individuo, de su libre voluntad, de sus derechos naturales y de su propiedad privada. Uno puede igualmente llegar al libertarianismo mediante una aproximación secular a los derechos naturales, con la convicción de que el hombre puede alcanzar la comprensión racional de la ley natural.
Atendiendo a la historia, además, no está claro en absoluto que la religión sea un fundamento más sólido del libertarianismo que la ley natural secular. Como Karl Wittfogel nos recuerda en su Oriental Despotism, la unión del trono y el altar ha sido una constante durante décadas que ha facilitado el imperio del despotismo en la sociedad7. Históricamente, la unión de la Iglesia y el Estado ha sido en muchos casos una coalición mutuamente alentadora de la tiranía. El Estado se servía de la Iglesia para santificar sus actos y llamar a la obediencia de su mando, presuntamente sancionado por Dios, y la Iglesia se servía del Estado para obtener ingresos y privilegios. Los Anabaptistas colectivizaron y tiranizaron Münster en nombre de la religión cristiana8. Y, más cerca de nuestro siglo, el socialismo cristiano y el evangelio social jugaron un importante papel en la marcha hacia el estatismo, y el proceder condescendiente de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia soviética habla por sí mismo. Algunos obispos católicos en Latinoamérica han proclamado que la única vía hacía el reino de los cielos pasa por el marxismo, y si quisiera ser grosero diría que el reverendo Jim Jones, además de considerarse un leninista, se presentó a sí mismo como la reencarnación de Jesús.
Por otra parte, ahora que el socialismo ha fracasado de un modo manifiesto, política y económicamente, sus valedores han recurrido a la “moral” y a la “espiritualidad” como último argumento en pro de su causa. El socialista Robert Heilbroner, arguyendo que el socialismo debe ser coactivo y tiene que imponer una “moral colectiva” a la sociedad, opina que: “La cultura burguesa está centrada en los logros materiales del individuo. La cultura socialista debe centrarse en sus logros morales o espirituales”. Lo curioso es que esta tesis de Heilbroner fue elogiada por el escritor conservador y religioso de National Review Dale Vree, que dijo:
“Heilbroner está… diciendo lo que muchos colaboradores del NR han dicho en el último cuarto de siglo: no puedes tener libertad y virtud al mismo tiempo. Tomad nota, tradicionalistas. A pesar de su terminología disonante, Heilbroner está interesado en lo mismo que vosotros: la virtud9.
Vree también está fascinado con la visión de Heilbroner de que una cultura socialista “promueva la primacía de la colectividad” antes que la “primacía del individuo”. Cita a Heilbroner con relación a los logros “morales y espirituales” bajo socialismo en oposición a los burgueses logros “materiales”, y añade acertadamente: “contiene un timbre tradicionalista esta afirmación”. Vree prosigue aplaudiendo el ataque de Heilbroner al capitalismo por no tener “ningún sentido de ‘lo correcto’” y permitir a los “adultos que consienten” hacer aquello que les plazca. En contraste con este retrato de la libertad y la diversidad tolerada, Vree escribe: “Heilbroner dice seductoramente que debido a que la sociedad socialista debe tener un sentido de ‘lo correcto’, no todo estará permitido”. Para Vree, es imposible “tener colectivismo económico junto con individualismo cultural”, y por tanto él está inclinado hacia un nueva fusión socialista-tradicionalista – hacia un colectivismo omnicompresivo.
Cabe apuntar aquí que el socialismo deviene especialmente despótico cuando reemplaza los incentivos “económicos” o “materiales” por los incentivos pretendidamente “morales” o “espirituales”, cuando aparenta promover una indefinible “calidad de vida” antes que la prosperidad económica. Si las remuneraciones son ajustadas a la productividad hay considerablemente más libertad así como estándares de vida más altos. Pero si se fundamentan en la devoción altruista a la madre patria socialista, la devoción tiene que ser regularmente reforzada a golpe de látigo. Un creciente énfasis en los incentivos materiales del individuo suponen ineluctablemente un mayor acento en la propiedad privada y en la preservación de lo que uno gana, y trae consigo una libertad personal superior, como atestigua Yugoslavia en las últimas décadas en contraste con la Rusia soviética. El despotismo más horrible en la faz de la Tierra en los años recientes ha sido sin duda el de Pol Pot en Camboya, donde el “materialismo” fue hasta tal punto desterrado que el dinero fue abolido por el régimen. Habiendo suprimido el dinero y la propiedad privada, cada individuo era totalmente dependiente de las cartillas de racionamiento de subsistencia del Estado y la vida no era sino un completo infierno. Debemos ser prudentes, pues, antes de despreciar los objetivos o incentivos “meramente materiales”.
El cargo de “materialismo” dirigido contra el libre mercado ignora el hecho de que cada acción envuelve la transformación de objetos materiales mediante el uso de la energía humana conforme a ideas y propósitos sostenidos por los actores. Es inaceptable separar lo “mental” o lo “espiritual” de lo “material”. En todas las grandes obras de arte, extraordinarias emanaciones del espíritu humano, se han empleado objetos materiales: ya fueran lienzos, pinceles y pintura, papel e instrumentos musicales, o la construcción de bloques y materia primas para las iglesias. No hay ninguna escisión real entre lo “espiritual” y lo “material” y por tanto cualquier despotismo sobre aquello material sojuzgará también aquello espiritual.
Jean-Jacques Rousseau 
Mito #5: Los libertarianos son utópicos que creen que toda la gente es buena por naturaleza y que por tanto el control del Estado es innecesario.
Los conservadores tienden a añadir que, puesto que el hombre es vil por naturaleza parcial o totalmente, se hace precisa una severa regulación estatal de la sociedad.
Esta es una opinión muy común acerca de los libertarianos, si bien es difícil identificar la fuente de semejante malentendido. Rousseau, el locus classicus de la idea de que el hombre es bueno pero es corrompido por sus instituciones no era precisamente un libertariano. Aparte de algunos escritos románticos de unos pocos anarco-comunistas, que en ningún caso consideraría libertarianos, no conozco a un solo autor libertariano o liberal clásico que haya defendido esta postura. Por el contrario, la mayoría de escritores libertarianos sostiene que el hombre es una mezcla de bondad y maldad y que lo importante para las instituciones sociales es fomentar lo primero y mitigar lo segundo. El Estado es la única institución social capaz de extraer sus ingresos y su riqueza mediante coerción; todos los demás deben obtener sus rentas o bien vendiendo un producto o servicio a sus clientes o bien recibiendo una donación voluntaria. Y el Estado es la única institución social que puede emplear sus ingresos provinentes del robo organizado para intentar controlar y regular la vida y la propiedad de la gente. Por tanto, la institución del Estado establece un canal socialmente legitimado y santificado para que las personas malvadas cometan sus fechorías, emprendan el robo organizado y manejen poderes dictatoriales. El estatismo, así pues, alienta la maldad, o como mínimo los aspectos criminales de la naturaleza humana.
Como Frank H. Knight mordazmente resalta: “La probabilidad de que los titulares del poder sean individuos que detestan su posesión y su ejercicio es análoga a la probabilidad de que una persona de corazón extremadamente benévolo devenga el patrono de una plantación de esclavos”10.
Una sociedad libre, por el hecho de no instituir un canal legitimado para el robo y la tiranía, desalienta las tendencias criminales de la naturaleza humana y aviva aquéllas que son pacíficas y voluntarias. La libertad y el libre mercado desincentivan la agresión y la compulsión y fomentan la armonía y el beneficio mutuo del intercambio voluntario, en la esfera económica, social y cultural.
Puesto que un sistema de libertad promovería la voluntariedad y desalentaría la criminalidad, además de deponer el único canal legitimado de crimen y agresión, cabe esperar que una sociedad libre padeciera de hecho menos violencia criminal y agresiones de las que padecemos actualmente, aunque no hay razón alguna para asumir que desaparecerían por completo. Esto no es utópico, sino una implicación de sentido común del cambio de lo que socialmente se tiene por legítimo y del cambio de la estructura de premio y castigo en la sociedad.
Podemos aproximarnos a nuestra tesis desde otro ángulo. Si todos los hombres fueran buenos y ninguna tuviera tendencias criminales, entonces no habría ninguna necesidad de un Estado, tal y como conceden los conservadores. Pero si por otro lado todos los hombres son malvados, entonces el caso a favor del Estado es igualmente débil, pues ¿por qué tiene uno que asumir que aquellos hombres que componen el gobierno y retienen todas las armas y el poder para coaccionar a los demás están mágicamente exentos de la maldad que afecta a todas las otras personas que se hallan fuera del gobierno?
Tom Paine, un libertariano clásico a menudo considerado ingenuamente optimista acerca de la naturaleza humana, rebate el argumento conservador de la maldad humana en pro del Estado fuerte como sigue:
“si toda la naturaleza humana fuera corrupta, estaría infundado fortalecer la corrupción instituyendo una sucesión de reyes, a quienes debiera rendirse obediencia aun cuando fueran siempre tan viles…” Paine añadió que “ningún hombre desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”11.
Y como el libertariano F.A. Harper escribió una vez:
“De acuerdo con el principio de que la autoridad política debe imponerse en proporción a la maldad del hombre, tendremos entonces una sociedad en la cual se demandará una autoridad política completa sobre todos los asuntos humanos… Un hombre gobernará a todos. ¿Pero quién ejercerá de dictador? Quienquiera que sea el elegido para el trono con seguridad será una persona enteramente malvada, puesto que todos los hombres lo son. Y esta sociedad será entonces regida por un dictador absolutamente malvado en posesión de todo el poder político. ¿Y cómo, en nombre de la lógica, puede emanar de ahí algo que no sea pura maldad? ¿Cómo puede ser esto mejor que el que no haya autoridad política alguna en la sociedad?”12
Por último, como hemos visto, puesto que los hombres son en realidad una mezcla de virtud y maldad, un régimen de libertad sirve para alentar la virtud y desalentar la maldad, al menos en el sentido de que la voluntariedad y lo mutuamente beneficioso es bueno y lo criminal es malo. En ninguna teoría de la naturaleza humana, por tanto, ya establezca que el hombre es bueno, malo, o una combinación de ambos, se justifica el estatismo. En el curso de negar que es un conservador, el liberal clásico Friedrich Hayek apuntó:
“El principal mérito del individualismo [que Adam Smith y sus contemporáneos defendieron] es que es un sistema bajo el cual los hombres malvados pueden hacer menos daño. Es un sistema social que no depende para su funcionamiento de que encontremos hombres buenos que lo dirijan, o de que todos los hombres devengan más buenos de lo que son ahora, sino que toma al hombre en su variedad y complejidad dada…”[13]
Es importante señalar qué es lo que diferencia a los libertarianos de los utópicos en el sentido peyorativo. El libertarianismo no se propone remodelar la naturaleza humana. Uno de los objetivos centrales del socialismo fue crear, lo cual en la práctica supone emplear métodos totalitarios, un Hombre Socialista Nuevo, un individuo cuyo primer fin fuera trabajar diligente y altruistamente por la colectividad. El libertarianismo es una filosofía política que dice: dada cualquier naturaleza humana, la libertad es el único sistema político moral y el más efectivo. Obviamente, el libertarianismo – como los demás sistemas sociales – funcionará mejor cuanto más pacíficos y menos agresivos sean los individuos y menos criminales haya. Y los libertarianos, como la mayoría de la otra gente, querrían alcanzar un mundo donde más personas fueran “buenas” y menos criminales hubiera. Pero esta no es la doctrina del libertarianismo per se, que dice que cualesquiera sea la composición de la naturaleza humana en un momento dado, la libertad es lo más deseable.
Mito #6: Los libertarianos creen que cada persona conoce mejor sus propios intereses.
Del mismo modo que la acusación precedente sugería que los libertarianos creen que todos los hombres son perfectamente buenos, este mito les acusa de creer que todos son perfectamente sabios. Pero como esto no es cierto con respecto a mucha gente, se dice, el Estado debe intervenir.
Pero los libertarianos no asumimos la perfecta sabiduría del hombre más de lo que asumimos su perfecta bondad. Hay algo de sentido común en la afirmación de que la mayoría de los hombres conoce mejor que cualquier otro sus propias necesidades e intereses. Pero no se asume en absoluto que todos siempre conocen mejor sus intereses. El libertarianismo propugna que cada uno debe tener el derecho a perseguir sus propios fines como estime oportuno. Lo que se defiende es el derecho a actuar libremente, no la necesaria sensatez de dicha acción.
Es cierto también, no obstante, que el libre mercado – en contraste con el gobierno – ha articulado mecanismos que permiten a las personas acudir a expertos que pueden aconsejar sensatamente acerca de cómo alcanzar los fines propios de la mejor manera posible. Como hemos visto antes, los individuos libres no están separados los unos de los otros. En el libre mercado cualquier individuo, si tiene dudas sobre sus verdaderos intereses, es libre de contratar o consultar a un experto que le ofrezca consejo en base a su conocimiento presumiblemente superior. El individuo puede contratar a este experto y, en el libre mercado, testar continuamente su competencia y su utilidad. Las personas en el mercado, por tanto, pueden patrocinar aquellos expertos cuyos consejos estimen más provechosos. Los buenos doctores, abogados o arquitectos serán recompensados en el libre mercado, mientras que los malos tenderán a ser desplazados. Pero cuando el gobierno interviene, el experto del gobierno obtiene sus ingresos mediante la coacción sobre los contribuyentes. No hay ninguna fórmula de mercado para testar su éxito informando a la gene de sus verdaderos intereses. Sólo necesita tener habilidad para adquirir el apoyo político de la maquinaria coercitiva del Estado.
Por tanto, el experto privado tenderá a florecer en proporción a su habilidad, mientras que el experto del gobierno florecerá en proporción a su destreza en obtener prebendas políticas. Además, el experto del gobierno no será más virtuoso que el privado; su única superioridad radica en el arte de conseguir favores de aquellos que retienen el poder político. Pero una diferencia crucial entre ambos es que el experto privado tiene todos los incentivos para velar por sus clientes o pacientes, obrando del mejor modo posible. El experto del gobierno carece por completo de semejantes incentivos; él obtiene sus ingresos de todos modos. Luego el libre mercado tenderá a satisfacer mejor al consumidor.
Espero que este artículo haya contribuido a limpiar el libertarianismo de mitos y malentendidos. Los conservadores y todos los demás deben ser educadamente advertidos de que los libertarianos no creemos que los hombres son buenos por naturaleza, ni que todos están perfectamente informados acerca de sus propios intereses, ni que cada individuo es un átomo aislado y herméticamente sellado. Los libertarianos no son necesariamente libertinos o hedonistas, ni son necesariamente ateos; y los libertarianos enfáticamente creen en principios morales. Dejemos ahora que cada uno de nosotros se disponga a examinar el libertarianismo tal cual es, sin temor ni partidismos. Yo estoy seguro de que, allí donde este examen tenga lugar, el libertarianismo gozará de un auge impresionante en el número de sus seguidores.
Traducido por Albert Esplugas Boter
Editado por Daniel Duarte
Este artículo, publicado inicialmente en Modern Age, 24, 1 (Invierno 1980), pág. 9-15, como “Mito y verdad acerca del libertaranismo”*, está basado en una ponencia presentada en abril de 1979 en el congreso nacional de la Philadephia Society de Chicago. El tema del encuentro fue “Conservadurismo y Libertarianismo”. (Puede leerse el original en LewRockwell.com).
[1] John Kenneth Galbraith, The Affluent Society (Boston: Houghton Mifflin, 1958); F. A. Hayek, “The Non-Sequitur of the ‘Dependence Effect,’” Southern Economic Journal (Abril, 1961), pp. 346-48.
[2] Irving Kristol, “No Cheers for the Profit Motive,” Wall Street Journal (Feb. 21, 1979).
[3] Para un llamamiento a aplicar estándares éticos universales al gobierno, véase Pitirim A. Sorokin and Walter A. Lunden, Power and Morality: Who Shall Guard the Guardians? (Boston: Porter Sargent, 1959), pp. 16-30.
[4] Frank S. Meyer, In Defense of Freedom: A Conservative Credo (Chicago: Henry Regnery, 1962), p. 66.
[5] Thomas E. Davitt, S.J., “St. Thomas Aquinas and the Natural Law,” in Arthur L. Harding, ed., Origins of the Natural Law Tradition (Dallas, Tex: Southern Methodist University Press, 1954), p. 39
[6] A. P d’Entrèves, Natural Law (London: Hutchinson University Library, 1951), pp. 51-52.
[7] Karl Wittfogel, Oriental Despotism (New Haven: Yale University Press, 1957), esp. pp. 87-100.
[8] Acerca de esto y otras sectas cristianas totalitarias, véase Norman Cohn, Pursuit of the Millenium (Fairlawn, N.J.: Essential Books, 1957).
[9] Dale Vree, “Against Socialist Fusionism,” National Review (Diciembre 8, 1978), p. 1547. El artículo de Heilbroner se publicó en Dissent, Verano 1978. Más sobre el artículo de Vree en Murray N. Rothbard, “Statism, Left, Right, and Center,” Libertarian Review (Enero 1979), pp. 14-15.
[10] Journal of Political Economy (Diciembre 1938), p. 869. Citado en Friedrich A. Hayek, The Road to Serfdom (Chicago: University of Chicago Press, 1944), p. 152.
[11] “The Forester’s Letters, III,”(orig. in Pennsylvania Journal, Apr. 24, 1776), en The Writings of Thomas Paine (ed. M. D. Conway, New York: G. P. Putnam’s Sons, 1906), I, 149-150.
[12] F. A. Harper, “Try This On Your Friends”, Faith and Freedom (January, 1955), p. 19.
[13] F. A. Hayek, Individualism and Economic Order (Chicago: University of Chicago Press, 1948), enfatizado en el curso de su “Why I Am Not a Conservative,” The Constitution of Liberty (Chicago: University of Chicago Press, 1960), p. 529.
11 JUNIO 2011 PUBLICADO POR: DANIEL via orden voluntario

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martes, 24 de enero de 2012

GABRIEL BORAGINA: INDIVIDUALISMO VERSUS PATERNALISMO (DESDE ARGENTINA)

En las sociedades latinoamericanas, los "padres" son los burócratas y los "niños" son quienes se subordinan a ellos luego de haberlos votado.
1. DEFINICIONES
Entre nosotros es ya casi un lugar común atribuir nuestros males políticos, económicos y sociales al individualismo. Esto es un grave error, porque nuestra sociedad no es en modo alguno individualista, sino paternalista. Esto es muy notorio, sobre todo en Latinoamérica.
¿Por qué nuestra sociedad es paternalista y no individualista? ¿Qué diferencias hay entre el individualismo y el paternalismo? Muchas. En este texto sólo señalaremos unas pocas y las más acusadas.
Comencemos por definir los términos. Veamos en primer lugar la definición de individualismo que nos da la Enciclopedia Encarta:
INDIVIDUALISMO
En filosofía política y económica, doctrina promulgada por teóricos como el filósofo inglés Thomas Hobbes y el economista escocés Adam Smith, según la cual la sociedad es un artilugio artificial que sólo existe para promover el bienestar de sus miembros como individuos y que sólo se puede juzgar adecuadamente basándose en criterios establecidos por los propios individuos. Un individualista no defiende forzosamente la doctrina del egoísmo, que considera que el interés personal es la única motivación humana lógica. Por el contrario, el individualista puede tener un pensamiento político y económico cuyas motivaciones se basen en el altruismo y defender que el objetivo de la organización social, política y económica es aumentar el bienestar al máximo para el mayor número de personas. Lo que caracteriza al pensador individualista es, sin embargo, su concepto del "máximo número" como un conjunto de unidades independientes y su oposición a la interferencia de la acción del Estado en la felicidad o la libertad de dichas unidades.(1)
Veamos ahora la definición de paternalismo según la misma enciclopedia:
PATERNALISMO
M. CARÁCTER PATERNAL.
Actitud protectora de un superior respecto a sus subordinados. Tómase a mala parte cuando éstos interpretan esa actitud como un pretexto para eludir determinadas obligaciones sociales o políticas que los subordinados estiman como un derecho propio. (2)
Como vemos, el individualismo nada tiene que ver con el paternalismo y además podemos comprobar que nuestras sociedades -particularmente en Latinoamérica- son paternalistas y no individualistas como repetida y equivocadamente se dice.
Como se desprende de las definiciones de la enciclopedia transcriptas, el individualista se ve a sí mismo y ve a su prójimo como individuo y no en términos de superiores o subordinados. En el individualismo no hay relaciones de mando y obediencia, pero este tipo de relaciones es esencial al paternalismo. De allí que el paternalismo conduzca y se entremezcle con el dirigismo, que es lo que padece Latinoamérica desde hace décadas.
SINERGIA
En tanto en el individualismo un individuo coopera con el siguiente, en el paternalismo las personas tratan de someterse entre sí, en una suerte de puja por ver quien puede ejercer el rol de superior en tanto se procura dominar al vecino en el papel de subordinado. Estos roles no son constantes y pueden variar y -de hecho- varían de persona a persona y aun en una misma persona. "A" puede ser superior de "B", en tanto "B" puede ser superior de "C" y este, a su vez, de "D" y así sucesivamente. El paternalismo se estructura en forma piramidal y jerárquica, donde los mismos individuos pueden representar simultáneamente y respecto de personas diferentes, los roles de jefes y subordinados. En cambio, nada de esto sucede en el individualismo.
El individualismo es inherente al liberalismo. Al respecto es muy ilustrativa la distinción que hace Blank y que transcribimos:
"Uno de los principios básicos del liberalismo es que el estado no debe hacer por el individuo lo que éste puede hacer por sí mismo. A esto se opone el paternalismo de estado, que considera que el estado está obligado a hacerle todo al individuo, lo que también implica una visión infantilista de los individuos, como si estos fuesen niños que no son capaces de hacer nada por sí mismos. (Carlos Blank en "Popper, centinela de la libertad")"
Precisamente esta visión dual "paternal-infantil" es lo que caracteriza las relaciones sociales en Latinoamérica. Los latinoamericanos se ven a sí mismos y ven a sus semejantes como "padres" o como "niños" y se comportan respecto de sus prójimos de acuerdo al rol que asumen.
Del paternalismo se derivan el caudillismo y el dirigismo, males típicos de Latinoamérica, tal como su historia y su presente cabalmente demuestran. En el paternalismo, el "padre" representa la autoridad que no sólo protege sino que corrige y castiga, reprende y aprueba. Véanse los gobiernos latinoamericanos y se comprobará este esquema. Pero bajando de los gobiernos al llano, estas mismas conductas se observarán en las relaciones ínter sociales e inter comerciales entre latinoamericanos. Los gobiernos no son más que reflejos de sus pueblos.
Si el estado paternalista tiene una visión infantilista del individuo, es porque, precisamente, las personas adoptan y asumen esa actitud infantilista. Esto puede apreciarse en muchos países, como Argentina, por ejemplo, donde los votantes se quejan de los políticos elegidos, pero cada dos o cuatro años siempre eligen a los mismos burócratas de los que se quejaron antes y que década tras década se han comportado paternalísticamente, en un paternalismo abusivo y claramente despótico, mas parecido al del "pater familiae" de la antigua Roma, que gozaba de potestad de vida y muerte sobre su prole.
La actitud del votante argentino de resignación y enojo hacia sus gobernantes, es claramente infantil. Es la misma actitud que asume el niño cuando su padre le niega la golosina anhelada o el paseo prometido. El niño protesta, patalea, refunfuña, pero el padre hace su voluntad a pesar de los lloriqueos.
En las sociedades latinoamericanas, los "padres" son los burócratas y los "niños" son quienes se subordinan a ellos luego de haberlos votado.
2. INDIFERENCIA SOCIAL
Otro error frecuente es afirmar que nota típica del individualismo es la indiferencia social. El error parte de volver a confundir individualismo con egoísmo. Pero ya la enciclopedia nos ha aclarado que el individualismo es altruista y no egoísta.
Según el diccionario:
INDIFERENCIA
f. Estado del ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia a una cosa.
SIN. Frialdad. (3)
En realidad, ni en el individualismo ni en el paternalismo existe tal indiferencia social. Pero en tanto el individualismo es altruista el paternalismo no lo es. Veamos otra vez el diccionario:
ALTRUISMO
 (fr. altruisme ← lat. alteru, otro)
m. Esmero y complacencia en el bien ajeno, aun a costa del propio.
2 fil. Individualismo ético, opuesto al egoísmo, que afirma como objeto de la acción moral otras personas que no son el sujeto de dicha acción.
CONTR. Egoísmo. (4)
EL PATERNALISMO NO ES ALTRUISTA.
 ¿Por qué no? Un paternalista nunca aceptaría sacrificar su propio bien a favor del bien de otro. En el mejor de los casos reclamaría para sí el mismo bien ajeno, pero nunca aceptaría aquello de "aun a costa del propio". Lo mismo cabe decir de la segunda acepción del diccionario de la definición de altruismo. El paternalista jamás aceptaría NO ser sujeto de dicha acción. Pero como se ve, ni el individualismo ni el paternalismo son indiferentes sociales.
Observemos, por ejemplo, el tema de la pobreza, tema recurrente en estas cuestiones políticas y económicas. ¿Cómo resuelve un paternalista el problema de la pobreza y como lo hace un individualista?
El paternalista ve a sus semejantes como inferiores o superiores, tal como un hijo de familia ve a sus hermanos, a los que distingue por mayores y menores. Si soy de mentalidad paternalista y mi hermano menor carece de un juguete que yo si tengo, como paternalista no le presto mi juguete a mi hermano menor, sino que voy y le digo a mi padre que le quite su juguete a mi hermano mayor y se lo entregue a mi hermano menor. Es decir, no me sacrifico ni busco hacerlo, sino que pido el sacrificio de otro u otros. En el lenguaje socio-político económico, esta acción se conoce como "justicia social"
El individualista lo resuelve de otro modo. Como ve a sus semejantes como individuos tal y como él se ve a sí mismo, si su prójimo carece de algo que él si posee, no acude a ninguna autoridad para que le quite a otros lo que poseen y lo entregue al desposeído, sino que procura dárselo de su propio peculio o bien enseñarle a conseguirlo por si mismo. No acude el individualista a ninguna autoridad. Resuelve el problema por sí mismo como individuo.
1 "Individualismo", Enciclopedia Microsoft(r) Encarta(r) 99. (c) 1993-1998 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
2"paternalismo", Enciclopedia Microsoft(r) Encarta(r) 99. VOX - Diccionario General de la Lengua Española, (c) 1997 Biblograf, S.A., Barcelona. Reservados todos los derechos.
3"indiferencia", Enciclopedia Microsoft(r) Encarta(r) 99. VOX - Diccionario General de la Lengua Española, (c) 1997 Biblograf, S.A., Barcelona. Reservados todos los derechos.
4"altruismo", Enciclopedia Microsoft(r) Encarta(r) 99. VOX - Diccionario General de la Lengua Española, (c) 1997 Biblograf, S.A., Barcelona. Reservados todos los derechos.

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