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sábado, 10 de octubre de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, EL DESASTRE

Leo una larga y enjundiosa entrevista con Arturo Cifuentes, un experto chileno en finanzas con larga experiencia en investigación y estudios de escenarios económicos en importantes organizaciones internacionales y una pasantía de largos treinta años en los Estados Unidos, único chileno invitado en dos ocasiones a declarar ante el Senado norteamericano en asuntos de su competencia. Entrevistado por el Pulso, un medio de la red dedicado a temas económicos, aclara: “yo me considero un liberal en el sentido clásico del término, voté por Andrés Velasco (centro izquierda independiente) y por tanto no soy una persona de derecha. Aclarado lo anterior, yo creo que Chile se jodió por los próximos 10 años. Puede que algo se arregle, pero lo que pasó con este gobierno es extraordinariamente grave”.
Aclarado el contexto, viene la explicación: “Aquí llegó un Gobierno de gente muy mediocre en puestos claves y muy mal preparada con cosas muy improvisadas y trató de hacer muchas reformas al mismo tiempo y eran todas malas… Además, todas las reformas que este gobierno ha impulsado, junto con ser malas conceptualmente, han estado mal implementadas, lo que le agrega una dimensión extra al tema.”
Entendámonos: Cifuentes se refiere al segundo gobierno de Michelle Bachelet, que debía expresar lo mejor de la Concertación, con sus mejores hombres. Con una salvedad que eriza los pelos: este segundo gobierno de la Bachelet es un gobierno de una Concertación devaluada cuyo propósito ha sido enterrar el legado de la otra Concertación, con un cambio trascendental de su eje político que desterró al centro político y a sus mejores técnicos y profesionales a la cola del tren ejecutivo y puso en la locomotora a los activistas de la extrema izquierda del espectro socialista y al Partido Comunista, empujados al primer plano del activismo progre por los aires del castrochavismo, decidido a rebobinar la historia en cuarenta años para aterrizar en el pasado de la Unidad Popular. Echando por la borda “lo que Chile logró desde la época de la dictadura militar hasta hace dos años” que, “en términos de progreso, es extraordinario.” Mayor y más sistematico esfuerzo de auto mutilación, imposible. Así la batuta la lleva una señora simpaticona con cara de buena gente. No todo lo que reluce es oro.
Si Chile ha recibido en tan solo estos dos años de errores cometidos por gente pretendidamente seria un atentado a la línea de flotación de su extraordinario despegue y progreso económicos, que puso al país en el umbral del Primer Mundo, podemos imaginarnos lo que representa la devastación apocalíptica llevada a cabo sistemáticamente por Hugo Chávez y sus militares corruptos al frente de la marginalidad intelectual y política del país durante dieciséis años de desastres sistemáticos. En mano de la chapucería, el aventurerismo, la voracidad y la supina ignorancia de los comunistas venezolanos y el izquierdismo radical de sus hermanos menores. Si Chile no se recuperaría en 10 años de un rasguño a sus grandes logros, ¿cuántos demandaría volver a reflotar la devastada economía venezolana y qué medios, instrumentos y fuerzas organizadas serán necesarias? ¿Existen? Responda con su sincera opinión. Y preparase a calmar sus angustias depositando un voto el 6 de diciembre. Que para más, no les da a los sedientes liderazgos.
Envidio a mis nietos, porque si se diera el milagro de que surgiera en Venezuela un auténtico liderazgo: renovado, lúcido, valiente y capaz; si aparecieran mágicamente por bambalinas unas fuerzas armadas depuradas, honestas, decentes e incorruptibles; y si ese liderazgo y esas fuerzas armadas pudieran unirse tras un proyecto histórico nacional y patriótico capaz de ser llevado a la práctica cueste lo que cueste para extirpar del país el mal de la marginalidad, la criminalidad, el clientelismo, la corrupción, el populismo y el dolce far niente de millones de seres acostumbrados a vivir echados al pie de la vaca petrolera, puede que algún día para mi generación demasiado lejano, cuando una colonia multinacional habite en Marte y la Luna esté en trámite de hacerse habitable, Venezuela vuelva a esos tiempos de hace tres cuartos de siglo, cuando los notables, los militares golpistas y los castrocomunistas del patio impidieran que Carlos Andrés Pérez pusiera el país a valer.
Daría mi vida por estar profundamente equivocado y creer que Venezuela no es esta inmundicia en que sus peores habitantes la convirtieran. Esta fétida putrefacción de la que nos hablaba desde el foro de la SIP el Nobel Mario Vargas Llosa. Sin excluir de la debacle ni siquiera a Lula, al que hasta no hace mucho tiempo solía alabar por representar los nuevos aires democráticos del subcontinente. Se equivocaba profundamente. Nadie es perfecto.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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jueves, 3 de septiembre de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, MALOS, MUY MALOS TIEMPOS

Enfrentamos malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil, asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.

Nicolás Maduro decide decretar el estado de excepción –a más grave decisión de un Estado asediado para verse autorizado constitucionalmente a ejercer un mando abiertamente dictatorial y policiaco– y cerrar la principal frontera que nos separa y hermana con Colombia por una situación de descontrol provocado por su mismo gobierno. Cerrar las fronteras para impedir el comercio entre un país desarbolado y aquejado de una grave crisis socioeconómica y otro sólido y estabilizado es como pretender sellar una red zurciendo sus cordajes. 

Si con un dólar fronterizo se pueden comprar 7.000 litros de gasolina, nadie debe extrañarse de que un comerciante se sienta tentado a llevárselos a Colombia y venderlos a su precio real. Mejor negocio, imposible.

¿Qué sucedería en nuestro país si en el intempestivo supuesto negado de una arrolladora victoria electoral, la oposición sacara del poder a la banda castrista que lo usurpa y lo pusiera en manos de las fuerzas vivas, serias y responsables que sobreviven en Venezuela? ¿Cómo haría ese supuesto e impensable nuevo gobierno de salvación nacional para recuperar las coordenadas de una sana y sincerada economía, poniendo los productos a sus justos precios de mercado como para incentivar el aparato productivo, llenar los anaqueles, ponerle fin a la barbarie de colas y bachaqueo, atraer inversiones y volvernos al redil de las naciones sensatas si, por ejemplo, para recuperar Pdvsa del burdel en que la hundiera el castrochavismo se comenzara por poner el litro de gasolina al precio del mercado mundial? ¿Es imaginable un litro de gasolina a 70 bolívares, solo para volverlo al precio fijado por las propias autoridades, a saber, 10 centavos de dólar, lo que sigue siendo un regalo?

Rafael Poleo insistía en afirmarme que el paquete económico de Miguel Rodríguez –la más sensata y lúcida de las políticas económicas jamás intentadas en la Venezuela democrática para zafarla del delirio clientelar y populista de casi todos los gobiernos democráticos– solo era posible en Venezuela bajo un gobierno pinochetista. Es decir: bajo el imperio de una dictadura militar de derechas, tan férrea, implacable y resoluta como la que sacara a Chile de un pantano mucho menos devastador que el que hoy sufrimos y la convirtiera en la primera economía suramericana.

Pues, por inmensamente mayoritario que sea el rechazo, ya convertido en odio desatado, contra Maduro, Cabello y sus pandillas castrocomunistas y por evidente que sea el desastre causado a la patria, luego de empobrecer más a los pobres y enriquecer más a los ricos, deben ser miles las bandas criminales de colectivos, pesuvistas, comunistas y ultraizquierdistas de toda laya y condición dispuestos a inmolarse en un baño de sangre por impedir el regreso a la normalidad de un país que lo reclama a los gritos. Si la caída de Pérez Jiménez provocó la devoradora apetencia por golpes de Estado de extrema derecha y extrema izquierda y el despliegue de una cruenta guerra de guerrillas que lejos de aplacarse y desaparecer tras su derrota, se retiró a conspirar en sus cuarteles militares y civiles a la espera de que sucediera lo que por culpa de la gigantesca irresponsabilidad de las élites finalmente sucediera –la revolución bolivariana– ¿qué hace presumir que a la caída de la dictadura castrocomunista de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no se desatarán las mismas apetencias?

Los remedios, es sabido, deben estar por lo menos a la altura de las enfermedades. Seguir escondiendo la cabeza en los arenales del electoralismo sin adelantar las necesarias certidumbres de lo que se hará en caso de ver frustradas las legítimas aspiraciones de victoria tras otro fraude continuado, demuestra una dramática carencia de sentido común y sentido de responsabilidad política. No concientizar a los mayoritarios sectores democráticos acerca de las gigantescas dificultades policiales, militares, de orden público y de sacrificios materiales que enfrentaremos al asumir el control del país, da pruebas de un trágico infantilismo político. No asumir con rigor, responsabilidad, estatura y solvencia moral los desafíos que enfrentamos y deberemos enfrentar supone dar por perdida una batalla que ni siquiera comienza. Sin un fervoroso patriotismo, una sólida unidad nacional tras objetivos trascendentes y un acendrado espíritu democrático no saldremos del marasmo. Ocultarlo es un crimen.

Enfrentamos malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil, asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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lunes, 17 de agosto de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, LA ÚLTIMA ORDEN: ARRASAR CON TODO

Suena a locura inimaginable, apocalíptica, como de ciencia ficción,  pero sucedió. Las dos ideas fijas de Adolfo Hitler fueron suicidarse si no ganaba la Segunda Guerra Mundial, su guerra – lo hizo cuando la vio perdida – y ordenar que sus ejércitos arrasaran con Alemania, su Alemania. Cosa que ordenó. Fue su último decreto antes de volarse la cabeza. No hubo quién le impidiera lo primero, arrastrando consigo a su recién desposada mujer y a Goebbels, su segundo, con su mujer y sus seis hijos. Lo hicieron en el bunker del Tiergarten. La orden de una automutilación colectiva para que los alemanes y todo los construido en siglos de esfuerzos desaparecieran para siempre de la faz del planeta, no le fue secundada. El fanatismo con que millones de alemanes siguieran sus delirios tenía sus límites: la propia supervivencia.

No fueron ideas brotadas del hundimiento del Tercer Reich. Con el suicidio ya había amenazado inmediatamente después de fracasar con el Putsch de la cervecería de Múnich en noviembre de 1923. Su amenaza de arrasar con los alemanes si no estaban a la altura de sus delirios lo confesó sin inmutarse en una conversación con dos cancilleres de países amigos en 1940. Ese camino hacia el holocausto, su propia destrucción y la de Alemania lo inició sin que le temblara el pulso al comprobar que no conquistaría Rusia declarándole la guerra a los Estados Unidos. Algo incomprensible – librar una guerra imposible en dos frentes – sin considerar sus impulsos tanáticos, suicidas, auto destructivos.

No lo cuento por azar. Lo cuento como antecedente de los delirios de Fidel Castro, de cuyas consecuencias somos víctimas todos nosotros, los venezolanos. Por culpa de la infame traición de los ejércitos venezolanos comandados por la felonía de Hugo Chávez y todos quienes se montaron en su cruzada devastadora. Fiel y consecuente discípulo de Hitler, Castro amenazó con hundir su isla y llevarse consigo a los Estados Unidos si le obstruían su camino a la gloria, para lo cual convenció a los soviéticos de proveerlo de misiles provistos de ojivas nucleares. Guevara lo secundó cuando afirmó su disposición a una devastación atómica en aras de la revolución. Y si no hubieran mediado Kennedy y Kruschev, en 1962 hubiéramos vivido el aterrador blow up del hongo nuclear sobre el Caribe.

Asombra la cortedad de juicio de quienes, teniendo en sus manos el manejo de esta gravísima crisis de parte opositora, se niegan a comprender que Maduro, Cabello, El Aissami y los talibanes que los secundan no tienen otro proyecto estratégico que arrasar con Venezuela. La idea fija de Fidel Castro desde que Betancourt le diera con un portazo en las narices y sus mejores oficiales salieran con la cola entre las piernas aventados de territorio nacional por ejércitos patriotas, de esos que desaparecieron en el turbión del Caracazo y la crisis política de los años noventa.

Sólo un imbécil puede negarse a comprender que la revolución se murió, si es que no nació muerta. Que Chávez se ofrendó en aras del castrismo, al que le entregara su vida y le traspasara nuestra soberanía. Que el único motor que le ha dado vida a este burdel uniformado ha sido la renta petrolera, y que esa renta ya no alcanza ni siquiera para alimentar a un pueblo desesperado y fracturado por una crisis congénita. Que lo que había que robar, se lo robaron. Y que puesto que no hay futuro, la única política visible es la hitleriana: arrasar con todo. No dejar ni las chimeneas. Y cuando huyan ante la furia del despertar, querrán cumplir la última orden de Fidel: arrasar con todo.

Todo lo que contribuya a mantener en pie la ficción sirve objetivamente a la devastación de Venezuela. A estas alturas el problema no es impedir que terminen por devastarla. Es hacerles pagar el crimen de haberla devastado. Temo que ninguno de los administradores de la llamada oposición lo entienda. Temo incluso que más de uno sea cómplice de la devastación. No sé quien es más criminal: si quien devastó a nuestra república o quienes se negaron y aún se niegan, ya próximos a la hora final, a impedirlo

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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jueves, 21 de mayo de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, EL SOCIALISMO EN LA CRIPTA, CASO CHILE

A @mauriciorojasmr y @axelkaiser

1. Leo un artículo de mi amigo, el ex mirista, ex parlamentario sueco y politólogo chileno Mauricio Rojas y, como dicen coloquialmente los chilenos, me cae la chaucha de golpe y porrazo. Absolutamente en contra de lo que he creído ingenuamente desde hace años para mi confort espiritual y el de mi Patria de origen, la izquierda chilena sigue siendo tan socialista, tan marxista leninista, tan fundacionista, tan constituyentista y tan revolucionaria como lo fuera hasta la tragedia de Salvador Allende y la Unidad Popular. Aunque Usted no lo crea.

Es de verlo y no creerlo. El ominoso y tétrico fracaso de la Unidad Popular y el conjunto de las fuerzas de la izquierda chilena – marxistas o socialdemócratas, que a los efectos, en Chile y según Mauricio Rojas da lo mismo -, la implosión de la Unión Soviética, el derrumbe espontáneo del Muro de Berlín, el fin del bloque de dictaduras satélites del estalinismo, la conversión de la China de la Revolución Cultural en la China del capitalismo salvaje, la superexplotación del trabajo y el imperialismo colonialista y la victoriosa imposición del sistema capitalista, el arrase del consumismo post industrial y la transformación del socialismo tercermundista en socialismo del saqueo, la inmoralidad, la corrupción despiadada que se hicieran imperantes desde la Venezuela castrista y la Cuba chaveciana: nada de todo eso ha logrado conmover la fortaleza principista de los socialistas chilenos. Siguen creyendo en la revolución como los niños de sus barriadas en el viejito pascuero. No provoca repetir que el mundo está loco, loco. Sino que está imbécil, imbécil.

Que tras la derrota de la Concertación y el triunfo de Sebastián Piñera era previsible imaginarse el fin de la transición democrática y el definitivo enrumbamiento de la sociedad chilena hacia la estabilización de una sociedad liberal, moderna y progresista, política y socialmente digna representante del Primer Mundo en los aledaños del Tercero, nos pareció en su momento un hecho incontrovertible. Lo refrendaba el brinco del PPC por encima de los veinte mil dólares. Izquierdas y derechas parecían presagiar algo más semejante a demócratas y republicanos que a marxistas y conservadores. Hasta que un telúrico desplazamiento de las fuerzas concertacionistas golpeadas e incómodas en los predios opositores tras veinte años completos del disfrute del Poder en hombros de la DC comenzara a revelarnos que la movilidad social producto de la modernización impulsada por la dictadura y continuada con habilidad y sabiduría por esa misma Concertación, en lugar de reforzar las nuevas tendencias hacia la globalización, podría convertirse en un tropiezo que desencajara las placas tectónicas de la política chilena y dejara emerger los fétidos humores reconcentrados en el submundo de las ideologías. Como dice el refranero venezolano: no es que la izquierda marxista leninista chilena se hubiera muerto aquel lejano y ya casi olvidado 11 de septiembre de 1973; es que estaba de parranda. Y al parecer, comenzaba a renacer en medio de los terremotos en gloria y majestad.

2. Los deslumbrantes veinte años de la Concertación, como la española un verdadero modelo de transición, si lo hubiera, permitió lo que parecía imposible: la pacífica convivencia de contrarios, el amortiguamiento de los rencores, el borrón y cuenta nueva. Si no el perdón, por lo menos su forma más excelsa, como lo afirmara Jorge Luis Borges: el olvido. Más racionalidad, imposible. Todo lo cual lo atribuyo, en gran medida, al predominio del factor político más fructífero de la historia política chilena de los últimos dos siglos: la hegemonía del centro, expresión del peso social y económico de las clases medias. Inolvidable el silencio que desde las gradas del Estadio Nacional en la ceremonia de transmisión de mando de la dictadura a la democracia se le impusiera a los pocos alborotadores de la extrema izquierda - ¿o de la izquierda, a secas? – que pretendieran sabotear el discurso del estadista en que los años, la experiencia y el sufrimiento colectivo convirtieran a Patricio Aylwin. No era el momento del cahuín, del bochinche y la camorra: Chile había arribado a la adultez, a la ponderación, a la gravedad, al temple de las sociedades experimentadas. No más cordones industriales: emprendimiento y progreso. No más comités de defensa: fuerzas armadas institucionales. No más sindicalismo de barricadas: comités de empresa y entendimiento laboral.

Más de veinte años después, gobernando tras medio siglo Sebastián Piñera y la derecha, algo absolutamente intolerable para la izquierda marxista leninista nacional, comenzamos a atisbar los nubarrones desde la distancia. Al país no le podía ir mejor económica y socialmente hablando, pero eso era demasiado peligroso. Esos muchachos que salían a incendiar omnibuses y romper cristales, a exigir la excelencia educacional sin despeinarse, como si recibir todo de gratis de parte del Estado fuera lo más natural del planeta, no lo hacían súbitamente exasperados por una sociedad cuyo progreso y su alto nivel de vida atisbada desde el gobierno de la derecha, les pareciera condenable: eran los acomodados mensajeros del Partido Comunista, del Partido Socialista y de todos los radicalismos de los partidos de izquierda, los carteros del Foro de Sao Paulo, los amamantados por el castrochavismo desde Caracas, financiados con el petróleo, que creían llegada la hora de las constituyentes y todas esas yerbas de la devastación. Eran los jinetes de la hoz y el martillo que no andaban de parranda: habían pasado sus veinte años lamiéndose las heridas y esperando el momento propicio para el zarpazo. Era la izquierda que ya gobernaba en Brasil, en Uruguay, en Argentina. En Perú, en Bolivia, en Venezuela, en Nicaragua. En hombros del Foro de Sao Paulo y los ingresos petroleros. Era la izquierda que con Insulza ya se había apoderado de la OEA y debía ir más lejos. Tender todos los puentes con Cuba. Tantos, como se le permitiera. Que era preciso favorecer el desembarco por La Guaira.

Ya victoriosa Michelle Bachelet, de regreso de Nueva York adonde fuera a pasar sus años sabáticos a resguardo de las Naciones Unidas para hacerse su vestuario de caperucita roja a la medida, y libre de la incómoda presión de los democristianos, suficientemente golpeados y ninguneados por su extravío electorero y oportunista, esa izquierda creyó llegado el momento para desenterrar el hacha de guerra, desempolvar la retroexcavadora, quitarse las máscaras y el maquillaje e intentar la más absurda, tragicómica y patética de sus faenas: resucitar la Unidad Popular, arrinconar a la DC, darle emprendimiento al PC y soltar las hienas del castro comunismo.

3. Hay algo de extemporáneo y patético en el esfuerzo de la izquierda chilena, de todos los colores y todos los matices, trasnochada y miope, por rebobinar la historia y, montada sobre la cabalgadura del progreso, el desarrollo y la prosperidad volver a intentar la revolución socialista, como si a pesar de los cuarenta y dos años transcurridos desde el 11 de septiembre y el cuarto de siglo de la caída del Muro y la disolución de la URSS todavía viviéramos en una sociedad mono productora, conservadora, patriarcal y semi agraria como la que se despeñara en los abismos del año 1973. Tanto más contradictorio, cuanto que sucede también a horcajadas de la corrupción pública y otros daños colaterales que ha traído consigo la prosperidad en el mundo. Ahora, que ser de izquierdas no garantiza en absoluto ser honesto, ni siquiera incorruptible. Pues esos daños colaterales no son patrimonio nacional: son existenciales. No sólo el continente está gravemente enfermo, más su lado izquierdo que su lado derecho. El mundo entero se consume en la inmoralidad, el consumismo delirante, el enriquecimiento personal y crematístico, la inescrupulosidad y el saqueo de las arcas venezolanas dirigido desde La Habana como única perspectiva futura para toda la izquierda regional. Golpeando incluso a la que fuera un ejemplo de moralidad pública: la sociedad chilena.

De allí el aldabonazo que recibo en los escritos de Mauricio Rojas y de Axel Kaiser desde Chile. La solidaridad automática de todos los gobiernos de la región, incluso del de Santos, con el bandidaje de Maduro y la brutal inescrupulosidad de los espalderos y segundones de Chávez traficando con toneladas de cocaína y manteniendo cuentas mil millonarias en euros y en dólares en los bancos de España, Andorra, Suiza e Inglaterra – no se diga de las que podríamos especular existan en los países bajo absoluto control de la izquierda comunista mundial - no resultan de un afecto lejano y meramente ideológico. Es que el cáncer del totalitarismo marxista, contrariamente al del nazifascismo, no ha sido ni de lejos erradicado de la cultura sociopolítica contemporánea. Carcome a las izquierdas latinoamericanas y puja por imponerse en Europa luego de poner el pie en España y Grecia.

Se ve acorralado en Venezuela, aunque siempre agarrado al salvavidas de la consciente o inconsciente complicidad del establecimiento socialdemócrata, que impera en la oposición oficialista negándose sistemáticamente a comprender la hondura y profundidad del mal. Patalea en Argentina y Brasil, en donde ha mostrado todas sus garras. Y no descansa en Chile en donde, a juzgar por su crisis, el constituyentismo castrochavista no cesa en su empeño por volver a las andadas de la tragedia.

Latinoamérica está muy lejos de haber sanado de su enfermedad congénita: el populismo. De su matriz caciquesca y caudillista, socializante, se aferran todos sus males. De su izquierdismo genético, todas sus derivaciones. El trabajo está muy lejos de haber sido resuelto.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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lunes, 23 de febrero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, EL FRACASO DE LOS LIDERAZGOS

            Ni Lenin, ni Mussolini ni Hitler asaltaron el Poder gracias a la arrolladora potencia de sus propias fuerzas: se lo apropiaron, ciertamente, en medio de una crisis social generalizada, pero cuyo efecto determinante sería el fracaso de los liderazgos hasta entonces encargados de la defensa del sistema de dominación y la preservación del establecimiento. Que se expresara en un doble sentido, como bien lo subrayara el perspicaz analista alemán Sebastian Haffner: por el fracaso de los liderazgos democráticos y la indignación, el asco y la repulsión que dicho fracaso provocara en la ciudadanía. Incluso en sus propias masas de respaldo, mayoritarias hasta la víspera misma de la catástrofe, que ante tanta cobardía, tanta pusilanimidad y tanta vergüenza optaron por irse con el que mostraba un mayor poder, mayor fuerza, decisión, voluntad y seguridad en si mismo, así fuera el viejo enemigo que sus líderes debían haber ayudado a combatir.

            Si ello es válido para los fascismos, tanto más lo es para los comunismos. Todas las revoluciones marxistas, sin excepción ninguna, crecieron en el caldo de cultivo del fracaso de los liderazgos y asaltaron el Poder con fuerzas siempre menores que las del establecimiento reinante. Aprovechándose de las querellas intestinas, los enfrentamientos fratricidas, los desacuerdos y riñas siempre infinitamente menos significativas que el poder arrollador que conjuraron. Tras todas las revoluciones yace la traición de los pocos y la pusilanimidad de los muchos, la voluntad de algunos y la indecisión de los más. En una palabra: el fracaso, el rotundo y ominoso fracaso de los liderazgos democráticos.

            Más pueden la psicología social y el análisis de la conducta de masas explicar tropiezos de magnitudes colosales como las revoluciones, las guerras, los enfrentamientos fratricidas que la ciencia política o la economía. Visto a posteriori, pareciera que una leve modificación en los odios y rencores que enfrentaban a los mayores y más carismáticos líderes de distintos partidos, grupos y fracciones hubiera podido evitar los desastres que esos instintos y pulsiones auto mutiladoras provocaran sobre el curso de la historia. Y ello tanto en el pasado, como en el presente.

            ¿Qué razones objetivas, indiscutibles, evidentes y sobre todo insuperables impiden que los distintos partidos y sus distintas personalidades comprendan que todos ellos tienen un enemigo común – el neo fascismo castrocomunista - que pone en riesgo sus sistemas de vida y que acordar un entendimiento común para hacerle frente, cancelar un sórdido ciclo de nuestra historia y hacernos a la construcción de una Nueva Venezuela es un imperativo categórico de los tiempos que corren? ¿Qué criterio superior esgrimen quienes se niegan a comprender que sólo unidas todas las fuerzas opositoras podrían llevar a cabo el magno propósito de desalojar del Poder a los invasores y recuperar la plena soberanía de la Patria?

            Tras todas las catástrofes de nuestra historia ha sombreado la desunión. Nos ha costado cientos de miles de vidas, la devastación reiterada de la República, el sufrimiento de millones de seres humanos, el impedimento material y espiritual para alcanzar la suma posible de nuestras felicidades. Y aún hoy, tras más de doscientos años de sufrimientos, las fuerzas medulares de nuestra libertad y nuestra democracia se dejan desgarrar los anhelos unitarios por egoísmos y mezquindades sin nombre.

¿Seremos estúpidos?

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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domingo, 25 de enero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, EL 23 DE ENERO: LA SALIDA

1. 

“Una invitación a disertar sobre el Pacto de Punto Fijo me ha obligado a revisar los hechos que lo concitaran, sobre todo en la circunstancia histórica de vivir en condiciones, en muchos sentidos, inmensamente más graves y devastadoras para el país que las imperantes cuando la sociedad venezolana decidiera, en un momento de grave orfandad política, pero acompañada por la juventud laboral, universitaria y liceana, el liderazgo emergente en los partidos, particularmente en Acción Democrática, la Iglesia católica y militares patriotas empujar a la dictadura al destierro y erradicar muchas de sus taras y males mediante el soberbio expediente de la rebelión popular del 23 de enero, el establecimiento de un gobierno de transición, la firma del Pacto de Punto Fijo así como del acuerdo mínimo de gobierno y la construcción de la extraordinaria democracia social, política y económica que terminaría siendo llamada la Democracia de Punto Fijo. Un sistema de libertades y garantías constitucionales de 40 años: el período más pacífico, constitucionalista, próspero y progresista de nuestra historia republicana. Un período que debió haber contado con una populosa e invencible falange de defensores a ultranza, pero que por caprichos, rencores e inconsistencias de males endémicos y ancestrales terminaría sus días tirada a la basura y ultrajada por la escoria que ella misma, en sus descuidos, procreara”.

“Lo insólito y sorprendente es que aún hoy, incluso en los sectores de la élite dirigente de la oposición, sobran quienes lejos de solidarizarse con nuestra democracia – la única real y verdadera de nuestra bicentenaria historia republicana – se suman al desprecio, hábilmente instrumentalizado por la barbarie militarista para quebrarle la columna vertebral al sistema y abrirle los portones al golpismo caudillesco de rancia y muy pestilente estirpe. Al leer el aparato bibliográfico que me acompaña – soy un auténtico coleccionista de los libros de nuestra historia – me impresiona la ingente obra realizada desde el primer día de gobierno puntofijista – vale decir: consensuado, respetuoso de las leyes y obediente de la separación de los poderes, la alternabilidad, el respeto a los DDHH y el desarrollo económico y social preferentemente dirigido a los sectores más necesitados de nuestra población – hasta el arribo de su sepulturero. Enrique Aristeguieta Gramcko, de cuya amistad me precio y acompañante en el foro que al respecto celebramos este mediodía en la Universidad Metropolitana, la enumera a vuelo de pájaro: marea, es vertiginosa”.
“La estulticia golpista y proto golpista ha querido difamarla aferrándose a las obras del dictador militar, aquel cuyo pescuezo retoñaría de muy mala manera cuarenta años más tarde: algunas importantes construcciones de gran formato, unas ya planificadas durante el gobierno de Medina Angarita, otras bajo su esfuerzo desarrollista y llevadas a la práctica durante el gobierno de la dictadura. No le llegan al tobillo a las ingentes obras de ingeniería vial, puentes, carreteras, infraestructura, desarrollo habitacional, autopistas, represas, establecimientos educativos, hospitalarios, etc. Sin contar con la gigantesca obra puesta en acción que transformó la Venezuela rural en la pujante democracia social de nuestra modernidad: la electrificación del país, la nacionalización plena del petróleo, la creación de PDVSA – no para importar pollos podridos y transferir gigantescos montos numerarios a los amigotes del presidente, golpistas de medio pelo y tiranos cuasi centenarios sino para montar centros de desarrollo industrial, acerías, metalúrgicas, – el gigantesco desarrollo educacional – pasando de 3 a más de 100 establecimientos universitarios y becando a decenas de miles de jóvenes venezolanos para estudiar en la mejores universidades del mundo -, el despertar, en fin, social y cultural de nuestra democracia. Todo lo cual con el barril de petróleo a mucho menos de 10 dólares. Exhibir la existencia del sistema sinfónico de orquestas infantiles como obra de Hugo Chávez es tan absurdo, irreverente y obsceno como lo sería considerar que el Metro de Caracas, la Cota Mil y la Avenida Libertador fueron creadas bajo el empuje del teniente coronel o sus esbirros. Suyos serán y para el ominoso recuerdo de su infinita mediocridad los campamentos aladrillados debidos a arquitectos neofascistas del régimen que exhiben para inmensa vergüenza de los demócratas su desfachatada firma. Conventillos disfrazados de edificios de apartamentos que tendrán el mismo triste final que tuviera su promotor: la ruina”.
“Este 23 de enero debiera haber sido día de profunda reflexión. ¿Qué nos une y qué nos separa de la acción popular de la más extraordinaria fecha de nuestro calendario histórico? ¿Qué les ha sucedido entre tanto al cerebro y al corazón de la Nación? ¿Vale comparar la MUD con la Junta Patriótica y a algunos de los presidenciables de la oposición con Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba o Rafael Caldera? ¿Cuán bajo hemos descendido como Nación desde entonces?”
“La Iglesia ha recordado la efemérides con el mejor de los reconocimientos: un documento a la altura de la Carta Pastoral del Arzobispo de Caracas, Monseñor Rafael Arias Blanco. The rest is silence”.
2. 
El texto antes citado fue publicado el 23 de enero del 2014. En su esencia -la defensa de la Democracia de Punto Fijo y las bases estructurales que pusiera en pie – sus consideraciones continúan tan vigentes como hace un año. Constituyen un balance irreprochable. Salvo en un punto: el régimen todavía imperante ha agravado entre tanto las circunstancias que provocaran la insurrección cívico militar que derrocara al dictador y lo aventara para siempre del país. Con aterradores agravantes: nuestra economía no es la boyante empresa que pusiera en pie la dictadura desarrollista; la pobreza que entonces existía se ha convertido en miseria y depauperación; un abismo de incomprensiones, odios y rencores separa a nuestras clases sociales; el valor de la moneda ha sido ultrajado hasta extremos irrisorios, por no decir trágicos; la entidad de las Fuerzas Armadas ha sido arrastrada por el fango y el desprecio; el endeudamiento público es colosal y mientras el 23 de enero supuso en lo económico una cierta continuidad con las bases estructurales sentadas por el desarrollismo, hoy las bases de un modelo seudo socialista catastrófico que nos ha hundido en el abismo deberán ser removidas de cuajo para intentar la reconstrucción de la Nación. Con un lastre reconocido hace ya más de un siglo por nuestros pensadores: como todas las revoluciones del pasado, la chavista ha envilecido a millones y millones de compatriotas y generalizado la corrupción y la inmoralidad a extremos nunca antes conocidos. Venezuela es hoy una parodia de Sodoma y Gomorra.
Si la insurrección popular del 23 de enero de 1958 dispuso de una sorprendente unanimidad social, cívico-militar, esperanzada y llena de futuro, hoy resulta inimaginable un consenso generalizado y nacional que logre la renuncia y el desalojo del régimen dictatorial sin atravesar por graves amenazas, disturbios y eventuales conmociones. El veneno marxista infiltrado en el cuerpo social por el castrocomunismo ha logrado que sus fuerzas, que entonces coadyuvaran con los restantes sectores democráticos a derrocar al dictador, hoy le sirvan de último sostén: son, como los colectivos y el PSUV, el parapeto civil que, unido a la presencia de altos mandos de las fuerzas armadas invasoras y sus tropas de ocupación, sostienen al gobierno más corrupto, incapaz, ineficiente y devastador que conozca la historia de la República. Es sobre esa macolla de generalato corrompido, tropa y generales cubanos, así como trasnochados sobrevivientes del marxismo leninismo que se alza el gobernante más despreciado de nuestra historia.
En pocas palabras: la Venezuela del general Marcos Pérez Jiménez, al margen de sus brutales violaciones a los derechos humanos y la naturaleza policial de su sistema de dominación, era un islote de felicidad, próspero y en pleno desarrollo en comparación con la Venezuela atropellada por el chavismo: devastada materialmente, enconada y pervertida socialmente, enquistada por el terrorismo islámico, la subversión castrista y el odio de clases. ¿Un 23 de enero al día de hoy?
3. 
Es el 23 de enero de 1958, no obstante, el único antecedente legítimo que pueda servirnos de precedente histórico para una salida a la crisis existencial que nos aqueja al día de hoy, cincuenta y siete años después. Que encuentra en los mismos sectores que entonces permitieron el alzamiento nacional un reencuentro de nuestro pueblo con su democracia: la juventud universitaria, la sociedad civil, los partidos, la Iglesia. Y last but not least: los sectores más conscientes, patrióticos y nacionalistas, el reservorio de nuestras fuerzas armadas. Convocados por un espíritu unitario al reconocimiento de la autoridad supra constitucional de una Junta Patriótica – es la idea: el nombre poco importa – , como puente de transición hacia un proceso electoral y la elección universal de las nuevas autoridades.
Desde la escritura del escrito con que encabezamos este artículo, se han cumplido tareas de magnitudes históricas, así, por omnipresentes, no lo podamos reconocer con claridad: se ha consolidado, en primer lugar, un nuevo liderazgo nacional, ampliamente reconocido por la sociedad democrática, como lo confirman todas las encuestas de opinión, en las figuras de María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma. Dando pruebas de una gran lucidez y madurez política, ese nuevo liderazgo ha buscado afanosa e incansablemente la unidad con los liderazgos consagrados y superando todos los escollos, prejuicios y malentendidos, hoy se fortalece la unidad entre el llamado Congreso Ciudadano y la Mesa de Unidad Democrática. Debemos resaltar al respecto los auspiciosos encuentros que han tenido lugar entre Henrique Capriles y los líderes del Congreso Ciudadano.
Y un último elemento de importancia capital: la sociedad democrática, reforzada por los amplios sectores desencantados de otro delirio de utopías trasnochadas que despierta del encantamiento a la pesadilla de una realidad espantosa, reconoce en la necesidad estratégica de un cambio profundo y verdadero la única vía para reencontrarnos con nosotros mismos. Subordinando toda acción táctica – calle y/o elecciones – al supremo fin estratégico: el desalojo del régimen y la limpieza a fondo de una realidad que la historia nos conmina a superar y dejar atrás.
Razones todas para el optimismo. Me encuentro de paso y casualmente con Monseñor Ovidio Pérez Morales, me sonríe emocionado: “estamos muy optimistas. El amanecer ya se aproxima”. Es el latido del tiempo que nace. Es el parto del futuro que ya comienza a anunciarse.
Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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jueves, 22 de enero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, LA RENUNCIA

1

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
Dicebamus hesterna die: decíamos ayer. Y henos aquí, luego de 23  interminables y desastrosos años, mordiéndonos la cola de nuestros propios estragos. No está vivo Hugo Chávez para intentar su tercer golpe de Estado; no están vivos Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri y Juan Liscano para volver a conspirar y exigir la renuncia del presidente constitucional de la República, que no existe; ni están vivos muchos de los constituyentes que lograron imponer la llamada "bicha”, luego de tironeos y exabruptos que se prolongaron por otros turbulentos años.

            Fueron los tres expedientes con que el golpismo cívico militar intentó sacarse del medio a   CAP y de paso cortar el hilo constitucional y atropellar las instituciones, hasta hacer tabula rasa de la democracia instaurada este próximo 23 de enero hará 57 años. Uslar y Liscano, en representación del establecimiento literario y académico del país, de la derecha ilustrada que nunca existió y del odio a la democracia del mantuanaje que jamás se atrevió a montar sus propios parapetos políticos: un partido liberal y un partido conservador como Dios manda. Sino que, aprovechándose del cambalache característico de la sociedad venezolana en que ricos y pobres, aristócratas y pat’enelsuelo de consuno, han vivido de chupar voraz e insaciablemente de las ubres del Estado petrolero.

            Majadero repetirlo, pero como bien decía André Gide, debemos hacerlo todas las mañanas porque los venezolanos somos particularmente olvidadizos: los alquimistas de AD, en primer lugar, y luego sus aprendices y principiantes de brujos socialcristianos, que lograron con el auxilio de los ingresos petroleros la magia de meter a todas las clases, castas, grupos y partidos en un mismo saco. El de la mercantil repartija del ingreso petrolero. Capaz de mantener la moneda venezolana durante medio siglo anclada respecto del valor del dólar en términos verdaderamente homéricos. Y así, durante toda la primera mitad del siglo XX y gran parte de la segunda, el Bolívar fue más fuerte que el dólar, el franco, el marco, la libra esterlina. No hablemos de la Lira, la peseta y las miserables monedas latinoamericanas que nunca valieron una locha.

            Al amparo de la renta petrolera y del dólar a 4.30, con escasos habitantes y hábitos disciplinados por una tiranía de 27 años y una dictadura militar desarrollista por otros 10, ¿quién y por qué insólitas razones habría de quejarse en Venezuela? A partir de la erupción del pozo de La Rosa, en Cabimas, nos volvimos multimillonarios. Y sin necesidad de rompernos el espinazo trabajando de sol a sol ni viviendo del sudor de nuestras frentes, nos hicimos famosos como el pueblo más rico y feliz del planeta. Y comenzamos a dar lecciones de civismo, de estabilidad democrática, mirando con curiosidad pasar el cortejo dictatorial de nuestros vecinos, unos muertos de hambre que se entusiasmaron con las promesas de felicidad del comunismo castrista.

2
           
Fue así una eternidad, hasta que dejó de serlo. Un viernes 18 de febrero de 1983, gobernando Luis Herrera Campins, se derrumbó el valor de la moneda. Y aunque resulte difícil de creerlo, por ese hueco del exacto tamaño de un dólar americano, que sellaba las arcas del tesoro del Banco Central y las bienaventuranzas de un entendimiento supraclasista, se vaciaron todas las instituciones, todos los hábitos, todas las certidumbres, todas las buenas costumbres. Ahogándose en el deslave del desmoronamiento del bolívar, los náufragos de la felicidad despertaron de un sueño que duraba medio siglo a la peor de las pesadillas de un instante: Venezuela no era la excepción a la regla, el país de los milagros, el ejemplo del hemisferio, el islote de la felicidad, el resguardo de los desheredados y perseguidos. Venezuela era un país tanto o más miserable que los países de su vecindario. Quizás peor.

            Si hasta allí hubiéramos llegado, se hubiera tratado de un simple balde de agua fría. A los que los ciudadanos de otros lugares del planeta están más que acostumbrados. Americanos, alemanes, italianos, franceses, españoles, chinos, ingleses, japoneses – por mantenernos en lo alto de las naciones - ¿quién no ha vivido devaluaciones, quiebras, insolvencias, corralitos, procesos inflacionarios? ¿Quién no se vio afectado por el crash de 1929? Y así nosotros, de haber sido un pueblo como cualquier otro – Colombia o México, por ejemplo, o Chile y Argentina, hubiéramos podido extraer las debidas lecciones de la crisis asumiendo los necesarios correctivos. Pero a nosotros, los malcriados del petróleo, los subvencionados de nacimiento, los tá’ barato del Caribe, nos significó un océano de pesadumbre. Para decirlo en seis palabras: el mundo se nos vino abajo.

            Y en esa conmoción de malcriados hijitos de papá Estado, millonarios de nacimiento, zánganos y regalados desde la cuna, no sólo no se nos ocurrió sacar la elemental conclusión que en tales casos recomienda la sabiduría popular - no hay mal que por bien no venga -, buscándole el lado bueno, como por ejemplo, romper de una buena vez el cordón umbilical que nos ata al petróleo y comenzar a producir riqueza con el sudor de nuestras frentes, sino que en el colmo de la inconsciencia y la estulticia consideramos que quien sí lo quiso hacer, y hasta comenzó a hacerlo con tan singular éxito que logró ser reconocido en el Foro de Davos de enero de 1992, merecía ser fusilado, con mujer, hijas y nietos.

            Y abriendo las compuertas de la barbarie, el dinosaurio cuartelero despertó del letargo desenvainando las espadas y puñales de la traición. Fue cuando además de llevar a cabo el mayor acto de felonía y estupidez cometida en el siglo XX venezolano, de las cloacas de la política nacional salieron los Caldera, los Liscano, los Úslares, los Escobares, los Rangeles y toda esa cofradía mencionada al comienzo de este artículo. Y la masa de desharrapados con o sin corbatas se lanzaron a la caza del botín, como en una película de horror.

            Nos pusimos consciente y tenazmente a la búsqueda del abismo. Y como la piara de cerdos endemoniados de los Evangelios, nos lanzamos detrás de Hugo Chávez.

3

            Y aquí estamos. Luego de no sólo haber acuchillado lo mejor de lo mejor que hemos producido con algunas gotas de sudor de nuestras frentes en doscientos años de República – la democracia de Punto Fijo – de haber descuartizado a las pocas instituciones que hemos sido capaces de crear, y de haber triturado la cultura bicentenaria que habíamos erigido en un prolongado esfuerzo civilizatorio, nos revolcamos durante una década completa en un océano de dólares, logrando el sueño incumplido del tío Mc Pato: literalmente nadar desnudos en millones de millones de dólares, de euros, de yenes, de libras esterlinas, regalárselos a todos los amigotes del barrio latinoamericano invitados al festín no por bolsas de cientos de miles sino en baúles, camionadas y barcos de miles de  miles de millones de dólares.

            Si no nos merecemos el dudoso prestigio de ser uno de los pueblos más tarugos, incultos, echones, irresponsables, aventureros, ignorantes, fabuladores, farsantes, estultos y bárbaros de los pueblos de este hemisferio, yo quisiera saber que otro título peor nos merecemos; si luego de regalarle más de cincuenta mil millones de dólares en efectivo a los tiranos cubanos, otro tanto a los mendicantes de la región - de Kichner a Lula y de Daniel Ortega a Evo Morales – de andar construyendo carreteras en Nicaragua y hospitales en Uruguay, regalando helicópteros y ambulancias en Bolivia y manteniendo zánganos como Pablo Iglesias y otros aventureros marxista leninistas nos caben otros epítetos y adjetivos más deshonrosos.

            De allí que no sea nada extraño que otra vez circulen en el viciado ambiente político nacional los mismos expedientes: golpe, constituyente, referéndum, plebiscito, renuncia. Si una costurera mágica pegara el mes de enero de 1992 con el mes de enero del 2015 y solapara una página central con los meses de mayo o junio de ambos años posiblemente la historia no registraría tropiezo alguno. Pasamos del 92 al 2015 como en un suspiro, en un pestañeo, en una modorrita. No cambió nada.
  
 Eso ha sido la historia venezolana. Una siesta interminable con unos despertares de pesadilla, asaltos y asesinatos a mansalva, saqueos e iniquidades por mayor. Luego, otra vez la modorra, la duermevela, el sobresalto, el griterío, el bochinche. Un insoportable dolor de cabeza, un embotamiento de los sentidos, una fétida y nauseabunda aparición de liderazgos uniformados.

            De entre todas las opciones, la mejor de entonces hubiera sido la renuncia. No por darle en el gusto a Uslar Pietri y a Juan Liscano, sino por permitir un elegante mutis por el foro. Que la renuncia de CAP no hubiera cambiado el destino que los dioses le habían marcado a Venezuela desde el 4F y la conspiración de los cuarteles: hundirse en el fango de la barbarie y la escatológica inmundicia de sus peores genes. Pero hubiera rescatado un poco de vergüenza nacional. El juicio fue el primer acto de la criminalización descarada de la Ley, su prisión un magnicidio disfrazado de hipocresía y los gobiernos de Ramón Jota y Caldera sórdidos capítulos de un sainete.

            Vuelve a elevarse el clamor por la renuncia. Por el referéndum, el plebiscito y la Constituyente. Con una diferencia tan de bulto, que avergüenza subrayarla: Venezuela no es la loca estúpida y caprichosa en manos de sus delirios, como entonces. Es una ruina, una cloaca moral, un matadero. Pedirle la renuncia a un ilegítimo que usurpa la presidencia de la República, es de una cortesía versallesca. Como lo hubiera sido pedírsela a Gadaffi o a Sadam Hussein. Una forma elegante de exonerar a los venezolanos de ejercer su derecho a la legítima defensa. Y asumir la pesada carga de su histórica responsabilidad ante esta ignominia. Pero aún así: sigue siendo la fórmula menos onerosa. Si bien con un giro que se hará necesario: imponérsela. La renuncia se las pide, incluso exige, a quienes tienen la capacidad intelectual de comprender el foso en que se encuentran y tienen una pizca de honor. Me temo no ser éste el caso. Habrá que imponérsela.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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domingo, 4 de enero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, VENEZUELA, ESPAÑA Y EL DESLAVE

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
            Quino, el talentoso dibujante argentino padre de esa maravillosa criatura que bautizara como Mafalda y que ha venido a superar con creces nuestras infantiles simpatías por La Pequeña Lulú, ha dicho que la vejez es como un golpe de Estado fascista. Lo de fascista se entiende en quien sufriera, junto a su tribu imaginaria, del golpismo militar argentino. Ante el cual su perspicaz criatura pidiera que le detuviesen el mundo para apearse. Un golpe, por cierto, de otro jaez que el golpismo militar venezolano, producto de un deslave con pretensiones libertarias. Como si existieran golpes buenos y golpes malos, y no fueran todos productos de una indigestión exantemática.

            Son los deslaves sociopolíticos monumentales, apocalípticas diarreas colectivas que afectan a los pueblos cuando colapsan todas las válvulas de escape de sus sistemas de dominación y la presión y el descontento llevan a estallar las calderas. Súbitos despertares pesadillescos que manifiestan una terrorífica contradicción: salir de una pesadilla para despertar en una inmensamente peor. En Venezuela decimos “salir de Guatemala para ir a caer a Guatepeor”.

            Lo dramático para sus espectadores más conscientes y sabidos es constatar que esos deslaves, como las tragedias, se dirigen inexorable e inevitablemente hacia el abismo, exactamente como los endemoniados de Gerasa en la narración del Lucas. Con una diferencia que los hace mucho más trágicos: no hay piaras de cerdos como para asumir y metabolizar el extravío.

            Los venezolanos lo sabemos. Un deslave que comenzó con un levantamiento motinesco que ya presagiaba todas las taras y desvaríos hamponiles que marcarían a sangre y fuego el futuro cuarto de siglo - en febrero de 1989 -, se afianzaría con un avieso golpe de estado militar en febrero de 1992 y terminaría por romper todos los diques y lanzar a la república a los abismos del caos tras la elección del endemoniado de Sabaneta. Tras dieciséis años de extravío y devastación posiblemente hayamos comprendido cuál es el fin y hacia dónde conducen los deslaves. En nuestro caso, hacia la trágica disgregación de la Nación, la proliferación del crimen y la inmoralidad, la devastación espiritual y moral, cuyas cifras empalidecen al más esforzado: posiblemente hayan desaparecido en los laberintos de la irresponsabilidad, la corrupción, el vicio y el saqueo nada más y nada menos que tres millones de millones de dólares, doscientos cincuenta mil homicidios y la irreparable pérdida de la unidad nacional.

Los españoles han comenzado el 2014 a vivir uno de esos deslaves que puede llegar a asumir proporciones apocalípticas. Como el venezolano. Si bien con el sórdido antecedente de una de las más salvajes y cruentas guerras civiles de la historia. Y como suele suceder, experimentan su extravío en medio de algarabías y fanfarrias, como si fuera el reencuentro con el destino, la marcha triunfal hacia la redención, la purificación de todos los pecados, el avistamiento de la tierra prometida.

Exactamente como Chávez nos cantara desde las alturas de sus cuarteles la isla de la felicidad. Aquella en que terminaría muriendo como un perro, esquilmado, en los huesos, solo, carcomido por la insaciables voracidad de sus mayordomos. Que como el monstruo de la historia de Bram Stocker sólo se mantienen con vida chupando con desesperación la sangre vivificante de sus víctimas.

Lo escribo perfectamente consciente de que este llamado de alerta no encontrará en España más que unos pocos oídos generosos, dispuestos a ver detrás de las máscaras de la felonía y la traición de un aprendiz de Drácula llamado Pablo Iglesias. Si el deslave ya avanza con una velocidad de crucero, podremos asistir al descarrilamiento de una sociedad que salió de una tiranía con una sensatez ejemplar. En gran medida auxiliada por aquella que tampoco supo evitar la colisión: Venezuela. Que Dios los ampare.

Antonio Sanchez Garcia
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sábado, 3 de enero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, MONEY, MONEY, MONEY…

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
 “36 muertos en una estampida en Shanghái tras lanzarse dinero falso”  - tituló El Mundo, de España,  habiéndose convertido en el principal titular de portada de los principales periódicos del mundo este último día del año 2014.  No sucedió en Times Square ni en la Plaza del Sol, en Madrid, pero pudo haber sucedido igual.  O en Santiago de Chile, en Berlín, incluso en La Habana y en Pionyang. ¿O el brutal desarrollo del capitalismo de Estado en China, luego del más aterrador proceso de acumulación primitiva de capital, la feroz superexplotación del trabajo, los más bajos salarios del orbe y la devastación de la naturaleza acicateada por las leyes del capitalismo mercantilista nos harán olvidar que China aún se proclama revolucionaria, socialista, legítima hija de los heroicos sacrificios de la Larga Marcha y de millones y millones de seres humanos sacrificados en el altar de la estricta aplicación de las leyes del materialismo histórico?

No fue Marx el creador de la Economía Política, pero si no me equivoco fue el primero en destacar el signo definitorio del capitalismo: la alienación de la mercancía y la monetarización absoluta del espíritu. O el dinero, patrón del intercambio, el espíritu absoluto que Hegel veía en la Razón. Así muchos profesores de filosofía aún no se enteren, esa alienación de la mercancía está presente como angustia existencial en Martin Heidegger y en Georg Lucáks. Lo que explica el aparente non sens de saber a Marcuse como un leal y fiel discípulo del filósofo que amaba a Hitler.

Lo que Marx descubrió y a él le debemos ese extraordinario aporte, es que detrás de la igualdad de todos los hombres, en la base más profunda de las relaciones sociales, incluso del fundamento de la libertad, lo que nos intercomunica por lo menos desde el Siglo XVIII de manera absoluta, excluyente, relevante y arrolladora es esa mágica y maravillosa mercancía llamada “dinero”, ese pedazo de papel impreso por el cual comunistas y capitalistas, conservadores y revolucionarios, chinos y americanos, cubanos y argentinos estarían dispuestos a dejarse aplastar por una estampida. Así se trate de la desaforada búsqueda de una ilusión: billetes falsos. Ante los cuales, la muerte verdadera viene a conferirles plena autenticidad. La media centena de chinos murieron por la desesperada búsqueda de dinero en su más pura expresión, así fuera falso: obtenerlo de gratis, no como una recompensa del cálculo del rendimiento.

 “El poder se lleva en el bolsillo” – escribió Marx en los Fundamento de la Crítica de la Economía Política. Lo que ni siquiera imaginó fue que esa metáfora del Poder adquiriría tan apocalíptica dimensión, que terminaría por aplastar toda otra expresión de la objetivación del espíritu. Y entre ellas, desde luego, la revolución que inspirara con sus escritos, su obra y sus afanes. Las primeras señales de alarma las encendió el desarrollo de la teoría de la alienación y el reclamo de las buenas conciencias contra el monstruo devorador del consumismo. Tal fue el desprecio de Marcuse por las mercancías hace apenas medio siglo, que volviéndose contra el automóvil, símbolo de símbolos del consumismo capitalista, le escuché decir que el único fin liberador, lúdico que le encontraba a un automóvil era el poder hacer el amor en sus asientos traseros.

Pero eran otros tiempos. Ni tan lejanos, pero como si fueran remotos. Ernesto Guevara pecó de un brutal idealismo cuando, siendo brevemente jefe de la economía cubana, firmó ese papelito símbolo de la alienación con su alias – Ché - y puso todas sus delirantes fuerzas en imponer el trabajo voluntario. Desde luego, como lo puede comprobar hoy por hoy cualquier hijo de vecino, esos tiempos del rechazo del dinero pasaron al olvido. La revolución cubana es tan voraz devoradora de dinero, que sin el que le provee la estupidez venezolana ya habría colapsado. Pues no conoce otra manera de obtenerlo que chuleándoselo a los otros. De manera que prodiga legitimaciones y respetos a la cáfila de asaltantes, ladrones y facinerosos venezolanos que en nombre de la revolución roban a destajo y en cantidades verdaderamente colosales. ¿Hubiera creído Marx, el judío descalzo, que en su nombre y en el país del señorito rumboso que quería ser emperador se instauraría una revolución socialista narcotraficante y todo por dinero?

Money, money, money. No es otra cosa la que mueve a los lulistas, a los foristas, a los izquierdistas chilenos, bolivianos, argentinos. Por la plata salta el mono de este zoológico universal en que la inmundicia ha convertido estos últimos días de Pompeya. Las más corruptas élites están en Moscú, en Caracas, en La Habana, en Shanghái. En donde se hace gárgaras por la honradez revolucionaria con espumoso Dom Perignon. Viejos, niños, jóvenes no piensan en otra cosa que en nacer ricos, crecer ricos, morir ricos. El sueño americano era poseer un millón de dólares antes de cumplir los treinta años. Jóvenes venezolanos de aparente alcurnia decidieron que esa cifra era miserable y la hicieron crecer hasta superar el billón. ¡Y lo lograron!

Ser pobre y tener los bolsillos vacíos. He allí el colmo de la tragedia. ¿Qué tiempos aquellos en que jugábamos con una pelota de trapo!

Antonio Sanchez Garcia
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jueves, 1 de enero de 2015

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, EL AÑO QUE NOS ESPERA

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA
Mi querido y admirado amigo Alberto Quirós Corradi, babeando en sus últimos estertores este horrible 2014, publica su tradicional Bola de Cristal revelándonos sus pronósticos para 2015. Un cambio de calendario que pareciera dividir la historia en tramos mensurables. La verdad es que el tiempo histórico es, ya lo dijo hace más de 2.500 años Anaximandro y Borges solía recordárnoslo a cada paso, un río que siempre fluye y siempre es el mismo. Y el nuestro, cada día que pasa más un cauce cloacal que un río en serio, no es la excepción. Caracas no tuvo un Danubio, un Rin, un Támesis o un Sena. Tuvo el Guaire: desde la modernidad cauce de excrementos y ratas, algunos cadáveres flotantes y pestilencias de zamuros. Como le dijo Izarra, el filósofo, a Maduro, el sátrapa: “Es lo que hay”.

La naturaleza ha insistido en retratarnos en nuestra miserable y minúscula dimensión. Pocas naciones tienen ríos como el Orinoco o el Amazonas. Ante el monumental desafío de selvas, ríos y montañas, nos hemos conformado con el Guaire y La Bonanza. Una cloaca y un basurero. La grandeza nos incomoda y procuramos borrarla del mapa, arrancarle sus nombres fundacionales, anonimizarla, a no ser la tragicómica “grandeza” de los payasos iluminados en armas, que solo nos han deparado desgracias y a los cuales insistimos en erigirles altares. Las otras, construidas con nuestro sudor, las arruinamos en cuanto dejan de observarnos: el Teresa Carreño, la Ciudad Universitaria, el Guri, pero sobre todo la democracia y sus instituciones. Revolcarnos en el fango, hundirnos en el pantano, chapotear en las inmundicias de nuestra barbarie. De todas las grandezas, la que mayormente nos incomoda es la más humilde: la sensatez. De todos los medios el que más odiamos es el esfuerzo. De todas las actividades la que más detestamos es el trabajo. Un venezolano sensato es un oxímoron. Como un venezolano serio y laborioso. Vivimos borrachos, ebrios de estupidez, yendo de un extremo al otro, como halados por las vísceras de nuestro entendimiento.

¡Cómo nos gusta un golpe de Estado, una cachucha, un borracho en uniforme!  ¡Cómo nos encanta el revoltijo, el despelote, el caos, el bochinche! En medio de uno de ellos, dejamos irse a uno de nuestros magníficos antecesores, salvado del criminal y sanguinario delirio de un revoltoso para ir a morirse, traicionado por el fracaso a la Carraca. La guerra, esa suprema coronación del bochinche, las montoneras, la disgregación y las tiranías, sus hermanas menores, nos parecieron inmensamente más apetecibles que el orden, el consenso, el entendimiento, la paz.

De modo que, obedeciendo a esas determinaciones ancestrales, este río llamado Venezuela que va a dar a la mar que es el morir seguirá arrastrando materias fecales en descomposición, latrocinios y corruptelas de toda suerte, sufrimientos atroces siempre menguados por el calor del trópico, la templanza de su clima, la calidez de sus gentes. El gobierno seguirá su inexorable curso de deterioro, las humillaciones y ofensas encauzadas por un ominoso y ridículo Poder Moral seguirán ofendiendo la poca decencia nacional que aún sobrevive, la fiscal amparando el crimen, el defensor del pueblo defendiendo a sus ofensores, el contralor echando humaredas para tapar los desfalcos, los saqueos, los robos contumaces de sus camaradas.

Del otro lado de la rivera las fuerzas que ya no sé cómo llamarlas, pues la palabra oposición les queda inmensamente grande, seguirán prohijando el contubernio, la connivencia, el acomodo. Que nada les aterra más que un sacudón del árbol de la indecencia, no vayan a perder todos los frutos del paraíso prometido: volver a ser cuarta república, arrebatados por un revolcón histórico social. Harán cuanto les sea posible por mantener con vida a un régimen agonizante, que no se imaginan otra vida que esta vergonzante que llevamos.

El pueblo, zaherido y humillado, escarnecido y vilipendiado seguirá sufriendo de las penurias de una agonía maquillada. Pues la reina de Venezuela ya es una anciana decrépita y arrugada, maquillada tras toneladas de carmín. Que el rojo sangre es el color de la inmundicia cuartelera. Y solo un milagro hará que reviente del fondo del desvencijado y ofendido corazón de la patria un grito de furia e indignación que derrumbe las máscaras, las mentiras, las falsías y los engaños, para volver a ser lo que algunas veces hemos sido: un pueblo honorable.

Que Dios nos auxilie.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
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