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sábado, 21 de febrero de 2015

LUIS VICENTE LEÓN, UNA MIRADA A LOS ANUNCIOS CAMBIARIOS

Seguimos en una situación delicada en materia cambiaria, por temor a tomar medidas necesarias
Un mes y medio después que el Presidente anunciara que se tomarían medidas cambiarias, el ministro de Finanzas y el presidente del Banco Central dieron algunos detalles sobre las mismas. Aunque ya se sabía que la decisión no sería la óptima, debido a que fue descartada la unificación cambiaria que permitiría reducir los vicios típicos del sistema de cambios múltiples, lo dicho por ambos voceros no mejora las opiniones sobre el sistema e inmediatamente afecta el valor de la deuda venezolana.
Entre las razones que generan incertidumbre, se encuentra la tozudez del Ejecutivo por mantener tasas de cambio artificialmente bajas y evadir, al menos en el discurso, la devaluación real del tipo de cambio, indispensable para rescatar algunos equilibrios perdidos, aunque insuficientes para resolver la crisis económica del país. 
Cuando en diciembre se anunció que habría una fusión de los sistemas Sicad I y Sicad II, lo lógico era esperar que el tipo de cambio resultante se ubicara en un nivel intermedio, tendiendo más hacia los 50 Bs/USD del Sicad II, al ser esta tasa la que más se aproxima al tipo de cambio de paridad. Sin embargo, el Gobierno anuncia que las subastas del "nuevo" Sicad arrancará con una tasa de referencia de 12 Bs./USD, una decisión inadecuada, que ratifica el error de sobrevaluación que explica parte importante de la crisis.
Una ganga
Adicionalmente, los cupos de viajeros y de compras electrónicas se mantendrán a tasa Sicad, lo que representa una verdadera ganga para una actividad que no es prioritaria para los intereses de la nación. 
Sin duda, esto impulsará aún más la demanda de divisas y estimulará los "raspa cupos" que amplifican el problema. Como si esto fuera poco, se pretende que el Cencoex, cuya tasa se mantendrá fija en 6,30 Bs./USD (la tasa más absurda del mercado), cubra el 70% de las importaciones.
Todo lo anterior, nos deja escépticos sobre la capacidad para atender el problema de desabastecimiento, pues el bolívar continuará sobrevaluándose en un contexto de elevada demanda y poca oferta de divisas, lo que dificultaría aún más las importaciones de materias primas y productos terminados. Sería pertinente que el Gobierno explique con cuáles dólares se cubrirán las importaciones a tasas de 6,30 Bs./USD y 12 Bs./USD, si los ingresos petroleros están cayendo en más del 50%.
De igual modo, sería interesante saber cómo hará para impedir las prácticas perversas de corrupción y arbitraje que este sistema de cambios múltiples genera.
Frente a estos errores de bulto, la buena noticia es que se permitirán las operaciones de mercado abierto en el nuevo Sistema Marginal de Divisas (que por cierto, en vez de marginal debería ser general), lo que representa una pequeña ventana que se abre para dar oxígeno al mercado. 
Legalizar el intercambio de divisas a una tasa producto de la oferta y la demanda, sin restricción de cantidades y burocráticas, podría favorecer a muchas empresas y personas que se han visto marginadas por los sistemas oficiales. Sin embargo, aún es pronto para hacer valoraciones, siendo necesario ver si se trata de un mercado de libre flotación y si existe suficiente oferta de divisas como para soportar la demanda.
Seguimos entonces en una situación delicada en materia cambiaria, por temor a tomar medidas duras pero necesarias. Mantener dos tasas artificialmente bajas no impedirá que haya inflación, pero lo que sin duda logrará es mantener niveles de ineficiencia y corrupción.
Luis Vicente Leon
luisvleon@gmail.com
@luisvicenteleo

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lunes, 28 de julio de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, UNIDAD FINAL

La democracia no es un sistema de consensos. Es un modelo político para dirimir el disenso

Sí, ya sé que tienen razón quienes dicen que en la unión está la fuerza. Pero el tema es que la unidad a la que se refieren esos dichos, no es la unidad ficticia y artificial que obliga a los integrantes de cada parte a callarse y aceptar pasivamente cualquier cosa, aunque les parezca espantosa, inútil o peligrosa. 

La unidad que da la fuerza no es la que impide a los integrantes de un grupo diferir. No es la que obliga a callar por solidaridad primaria frente a una acción arbitraria o torpe de un compañero de tendencia política o la que indica que debes aceptar las directrices del comando, aunque las mismas resulten desquiciadas.

Cuando los grupos de poder interno, en cualquiera de los bandos, pretenden poner en el banquillo de los acusados a quien reta sus decisiones, cómo deberíamos llamarlo: ¿búsqueda de unidad o autocracia? Cuándo las autoridades de un partido acusan de traidores a quienes proponen cambios, cómo lo llamamos: ¿defensa de la unidad o manipulación? Cuándo los líderes racionales rechazan conceptual y éticamente las medidas radicales de algunos de sus correligionarios pero deciden callarse para no ser "traidores", cómo lo llamamos: ¿unidad o temor?

Entiendo el sentimiento de quienes quieren preservar la fuerza de sus grupos y sienten que los conflictos internos pueden deteriorar la capacidad de lucha contra el enemigo. También el sentimiento de quienes creen que las diferencias internas los hace vulnerable. Incluso comprendo la tesis de quienes creen que un conflicto interno dentro del chavismo es una amenaza para el "legado" de Chávez y los que dentro de la oposición indican que una pelea interna solo demuestra que no entienden el peligro que tienen enfrente.

El problema es que nada de lo que está pasando en ambos grupos resuelve el problema. Que el Gobierno evite tomar decisiones modernas para atender la crisis buscando evitar el conflicto con sus radicales internos no garantiza ninguna unidad revolucionaria, solo agiganta la crisis y construye una bomba de tiempo que hará la salida cada vez más costosa y más peligrosa para el Gobierno, que será luego atacado en conjunto por la oposición igual que por sus críticos internos, que serán incluso más agresivos.

En el caso de la oposición, tratar de mantener la farsa de una unidad de criterios entre grupos (afortunadamente) heterogéneos es, por decir lo menos, una ridiculez. Esa es una unidad pegada con chicle. Es obvio que hay adentro diferentes visiones del país, intereses político encontrados, liderazgos en conflicto y una línea muy marcada que diferencia a quienes quieren presionar cambios en el Gobierno y quienes quieren presionar un cambio de Gobierno antes de cualquier próximo proceso electoral. Y entonces, ¿se quedan callados quienes no están de acuerdo con las vías radicales?, o ¿se callan quiénes piensan que ir a un proceso electoral sin condiciones adecuadas es caminar al despeñadero?

La democracia no es un sistema de consensos. Es un modelo político para dirimir el disenso y el único consenso que se necesita para ello es alrededor de las reglas de juego que se seguirán para dirimirlos. No es democrático acallar a nadie y no importa si es a quien piensa como nosotros o a quien piensa diferente. No estoy de acuerdo con la visión radical que se está manifestando en ambos bandos. Para mí son puntas que se tocan. Estoy totalmente dispuesto a defender su derecho a expresarse. Son las reglas de juego las que deben preservarse en consenso, no el pensamiento. Bajo la tesis de la falsa unidad, se cometen violaciones a los derechos políticos y a la democracia y se aleja a los grupos de su renovación indispensable. Para algunos, los retos a la unidad son el mayor peligro para chavismo y oposición. Para mí, el chantaje de la unidad es el verdadero peligro.

Luis Vicente Leon
luisvleon@gmail.com
@luisvicenteleon

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domingo, 25 de mayo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, POPULARIDAD PRESIDENCIAL

Su nivel actual, luego del deterioro, es equivalente a la popularidad de Obama en Estados Unidos

Era obvio que la popularidad del presidente Maduro se resentiría como consecuencia de la crisis. Desde noviembre, cuando se había recuperado como producto del Dakazo, ha caído más de 13 puntos porcentuales. Ahora bien, la pregunta es ¿qué significa que Maduro tenga 37% en el medio de una matraca de crisis?

Si nos ubicamos en el plano de la polarización, la respuesta es predecible. Para los opositores el mensaje es que Maduro está en caída libre y que la proyección lineal indica que en dos meses ya no lo quiere ni Cilia (y su salida es inminente, agregan los más optimistas).

Si se trata del chavismo radical: "eso es mentira. A Maduro lo quiere todo el mundo y no le afecta en nada la crisis (que, por supuesto, es una percepción falsa creada por los medios golpistas)".

Como es usual, ninguno de los análisis radicales tiene ni pata ni cabeza, aunque llenan las redes sociales y las declaraciones en medios polarizados de bando y bando. Pero debo reconocer que dentro de la oposición y del chavismo (y en los medios serios) hay gente pensante que entiende el significado de estos números, incluidos los líderes más importantes de cada lado, aunque los discursos para el gallinero camuflen el tema.

La preocupación principal del chavismo racional tiene que ser la tendencia negativa. La popularidad de Maduro no sólo es más baja que la de Chávez sino que tiende a ser peor, sin resolver la crisis. La revolución se jactó siempre de representar la mayoría contundente del país (y lo era) y basó su gobernabilidad en ese respaldo. Chávez utilizó además su carisma para colonizar la democracia, no por la vía tradicional de las dictaduras: las armas, sino por la base de la democracia que es la elección, aunque sesgada. Construyó una democracia procedimental (y no integral) que lo protegía. Tomó las instituciones y pulverizó la alternancia. No tuvo que reprimir porque no había organización social a quien enfrentar y el sector militar le era subordinado porque dependía de él y de su conexión para mantener la zona de confort.

Maduro es otra historia. Cuenta sin duda con las instituciones que heredó, pero su popularidad se debilita y requiere reforzar de otra manera la base de su gobernabilidad. Sólo hay una a la mano: el sector militar, y se revierte con esto la relación de dependencia que existía en el gobierno anterior. Los militares dependían de Chávez como Maduro ahora depende de ellos y su margen de maniobra se limita notablemente. Esto puede permitirle sostener el poder, pero parece no tener libertad para adoptar medidas económicas indispensables que rescaten el equilibrio, a la vez que se complica su potencia electoral a futuro, incluso controlando instituciones.

Para la oposición el problema es explicar cómo en el medio de esta crisis y con el agravante de una comparación desventajosa de Chávez con Maduro, éste pueda mantener una conexión popular que lleve a casi cuatro de cada diez venezolanos a apoyar su gestión, sin que por el otro lado nadie haya podido capitalizar su descenso y representar la otra parte mayoritaria del país. Pero, además, si bien Maduro no está ni cerca de la popularidad convencional de Chávez, su nivel actual, luego del deterioro, es equivalente a la popularidad de Obama en Estados Unidos y muy superior a la de Ollanta Humala en el Perú, con ambas economías creciendo. Controlando el poder, los recursos, los medios y el sector militar y lejos de un evento electoral, no luce que Maduro se encuentre realmente amenazado con ese 37%, como no sea por la propia torpeza de su gobierno en el manejo radical y prepotente de la crisis económica y la convulsión social. Pero de eso hablaremos más adelante. Ahora que se desaten los linealpensantes.

Luis Vicente Leon
Luisvleon@gmail.com
@luisvicenteleon

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lunes, 5 de mayo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, SÍ, TENGO MIEDO


El 79% de la población evalúa negativamente la situación del país. Es obvio el porqué. El deterioro en la calidad de vida es dramático. Cuando preguntamos cuáles son los principales problemas del país, por primera vez en años la primera respuesta no es la inseguridad (que aparece en segunda posición), sino el desabastecimiento, escoltado por la inflación y el desempleo. Los problemas económicos se roban el "show". ¿Y cómo no, si la inflación llega a 59% para darnos el "privilegio" de ser el país con mayor inflación del mundo? ¿Cómo no, si debes visitar cuatro establecimientos para comprar la canasta alimentaria, donde faltará igual la leche, aceite, azúcar y harina? ¿Cómo no, si es difícil comprar papel toilette? ¿Cómo no, si las empresas ya no planean nuevos lanzamientos sino cronogramas de cierre de plantas? ¿Cómo no, si para comprar cemento o cabillas hay que recurrir al mercado negro?

Pero, como otras veces, no coincido con la jerarquización que da la mayoría a los problemas del país. Si bien la economía es un problema central, creo que es más fácil avanzar ahí que en la solución de la inseguridad y es ésta la que me quita el sueño. La inseguridad está desbordada, llegando a niveles emocionalmente insoportables. Es un horror, pero nuestra división más perversa no es política sino esa que se refleja en el hecho de que un joven de un barrio pobre tiene una esperanza de vida casi una década menor que la de uno de urbanización. Es entre quienes se han acostumbrado durante años a que les cobren peaje para subir a su casa, los aterroricen los azotes de barrio o les maten los hijos en su entorno y los más novatos, que hemos visto instalarse más recientemente la inseguridad en nuestras vidas. Hoy estamos, sin embargo, frente a la socialización de la violencia y no de las soluciones. Es posible que en breve el gap de esperanza de vida entre barrio y urbanización se cierre, pero igualando hacia abajo.

Ahora vivimos en carne propia lo que otros vivieron siempre, cuando te roban, te secuestran, se meten en tu casa o te asesinan o ves con estupor la instalación del sicariato.

Pero hay una sociedad para quien la muerte violenta es aún inaceptable. Es esa mamá que no se recupera del asesinato de su hijo y se echa a morir con él. Es esa pareja que, después del secuestro, siente que los malandros están asechándolos en su propio baño y prefieren reventarse de ganas; y mañana no se quieren parar de la cama, ni abrir la puerta ni la ventana ni salir a esa jungla espantosa donde sienten náuseas ante el peligro de vivir aquí.

Y entonces, los novatos, con menos experiencia, colapsan y no hay lugar donde vayas ni conversación que no termine discutiendo la necesidad de emigrar.

El clímax personal lo viví anoche cuando mi esposa lloró de la nada y me dijo con ese sentimiento reservado a las ocasiones más dramáticas de la vida: "nos estamos quedando solos", y estaba implícito el reclamo de que es por mí, porque no me da la gana de irme. Hay un éxodo en nuestro entorno, donde todos parecen dividirse entre quienes se fueron, quienes se van... y quienes deberían irse.

Traté de calmarla, pero sonaba hipócrita, porque yo también tengo miedo. Se me quedó clavado en esa funeraria, hace apenas un mes, cuando quería abrazar a la familia de Gustavo, asesinado en el Ávila montando bici y alrededor de él se velaban 6 personas más, también asesinadas en diferentes circunstancias... y había siete familias destruidas por el dolor. Y es a ese dolor a lo que le tengo miedo. Pero también es la gasolina que me impulsa a trabajar para que mis hijos, apenas ayer comulgando por primera vez, puedan vivir donde quieran y sin embargo, quieran (y merezca la pena) vivir aquí.

Luis Vicente Leon
luisvicenteleon@gmail.com
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martes, 8 de abril de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, ¿HACIA DÓNDE VAMOS?


La palabra que mejor describe la situación venezolana es: "incertidumbre". Las visiones diversas que tienen los analistas, especialistas, periodistas, políticos y taxistas (parece que toda buena conversación comienza con un comentario sobre lo que te dijo un taxista) son una demostración de eso.

En el medio de la confusión, aumentan las presiones para responder las preguntas que nos acoquinan: ¿Hacia dónde vamos? ¿Está cerca el final del conflicto? ¿Puede haber un cambio en breve? ¿Se podrá seguir viviendo aquí?

Y a uno le provoca responder, con la mayor sinceridad: "Y que voy a saber yo. ¿Acaso me has visto cara de astrólogo?".

Pero no. Lamentablemente esa salida no es aceptable en mi profesión. En el caso de los clientes, no están esperando realmente que sepas cómo se desenvolverán los acontecimientos. Simplemente buscan una opinión lógica y experimentada que les ayude a tomar decisiones racionales y si al final explota el "Black Swan", ese evento impredecible que cambia la historia, siempre tendrán a quien echarle la culpa del error de proyección.

En el caso de la calle, el tema es más complejo. Está el señor que te aborda en el aeropuerto, con cara de angustia por lo que está pasando y, luego de hacer una apología a tu trabajo y tu "acertadísimo" criterio, espera de ti una respuesta. Y si ésta no es alineada con lo que él piensa, te mira extrañado, se despide fríamente y va con su mujer al asiento mientras le dice: "yo siempre he sabido que ese bicho es un farsante, vendido". O la señora en el pasillo del supermercado, que agarra al adolescente que lleva arreado para que le cargue el carrito y te lo muestra diciéndote: "¿y qué va a ser de estos muchachos. Les están siquitrillando su futuro, que luce más negro que Kunta Kinte" (ajá, si tienes menos de 40 años y nunca viste Raíces, estás poniendo la misma cara que el carajito mirando a la mamá con ceño de: ¿qué se fumó esta loca"?

Pero la peor es la periodista que te pregunta en vivo desde Miami más o menos cuántas horas le quedan a Maduro y si puedes comentarle cuál es el diseñador favorito de la lideresa sustituta o de la primera dama esperada para ir mandando un paparazzi a Madison con 56 en espera de una exclusiva.

Pues bien, ya que insisten, independiente del elevado riesgo de error, aquí les respondo, sin anestesia, ni garantía.

1) ¿Hacia dónde vamos? A un país más primitivo, en el que la concentración de poder se agudiza, los derechos políticos merman y los canales de comunicación de la disidencia se pulverizan. El modelo económico, en contraposición, se flexibiliza y se producen algunas negociaciones entre el sector público y el privado, con el que el gobierno abre válvulas de escape para sacar presión de la olla sin negociar con los adversarios políticos y esto le ayudará a surfear la ola mientras sostenga altos ingresos petroleros. 

2) ¿Esta cerca el final del conflicto? La convulsión social vino para quedarse y mutará, pero podría faltar mucho tiempo, organización, recursos y liderazgo para convertirse en un riesgo real al gobierno. 

3) ¿Puede haber un cambio en breve? Ese siempre es un escenario abierto y cuando el país esta encendido y la pólvora regada, cualquier chispita puede hacer explotar al más pintado, pero que la posibilidad exista no significa que sea el escenario de mayor probabilidad (aquí se alborotan los lineal pensantes) y, aún ocurriendo, nada garantiza que el cambio sea el deseado por quienes lo buscan y no se convierta más bien en un boomerang. ¿Se podrá seguir viviendo aquí? Aquí si se fueron de palo, pues eso sólo tiene respuestas personales y sobre esto prefiero no perder una excelente oportunidad de quedarme callado.

Luis Vivente Leon
luisvleon@gmail.com
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sábado, 15 de marzo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, ¿ALCALDES REPRESORES? LA ABSURDA SENTENCIA DEL TSJ

El Tribunal Supremo de Justicia emitió una sentencia que ordena a los alcaldes de Baruta y El Hatillo actuar contra las barricadas y las guarimbas que ocurren en sus municipios, igualitas por ciertos a las que están activas en muchísimos otros municipios en todo el país.

Esta decisión luce tan conveniente para el gobierno que se hace evidente la posibilidad de que haya sido dictada por motivaciones políticas antes que constitucionales. Todo con la intención de presionar a esos alcaldes a reprimir las protestas de sus vecinos con armas de fuego —que, debo acotar, es lo único que tienen sus cuerpos de seguridad—; es decir: los obliga legalmente a incorporarse en la violencia represiva, incluso en niveles muy superiores a los que aplican los cuerpos de seguridad antimotines del Estado, entrenados y preparados con los instrumentos adecuados para esa misión como bombas lacrimógenas, unidades antimotines, ballenas y perdigones, elementos que no posee ningún cuerpo de seguridad municipal.

En dos palabras: la sentencia pone a los alcaldes a nivel de los colectivos armados, encargándole a ambos hacer el trabajo sucio.

Como he dicho muchas veces, rechazo las acciones de protesta violentas y considero que las barricadas y las guarimbas son, además, anárquicas, inútiles y masoquistas para la propia oposición.  Lo he dicho ya en este mismo espacio. Pero es una barbaridad ordenar a los alcaldes reprimir, con riesgo de balas y de muertes, a cualquier persona que queme un caucho o tire un colchón o un vestido de novia en la calle para trancar el tránsito.

Se sabe que hay algunos locos de carretera armados en barricadas focalizadas, pero si se refieren a la violencia real, a los disparos y las armas de verdad, quienes parecen  estar metidos hasta el cuello y servir de disparadores reales de las masacres son los angelitos paramilitares armados que vienen desde otros municipios y pasan frente a las fuerzas del orden del Estado, que deberían estar obligadas a actuar pero parecen estár entretenidas reprimiendo estudiantes, acción que les resulta más fácil en términos de órdenes superiores. Si no es así, ¿cómo se explica, por ejemplo, que fueran tan eficientes para evitar que los estudiantes salieran de la UCV a marchar pacíficamente hasta la Defensoría del Pueblo, pero curiosamente se le “escabulleron” los colectivos armados por entre sus piernas para entrar a la universidad a armar la sampablera? O, si es necesario otro ejemplo, ¿por qué actuaron con tanta cancha los vándalos que destruyeron la Torre Británica, si estaban en pleno epicentro de la concentración de los cuerpos antimotines que intentan —infructuosamente— controlar la locura en Altamira?

Esta orden que se le da a los alcaldes de “atacar” sólo puede ser producto de un error o de una estrategia deliberada para destruir los liderazgos opositores municipales, convirtiéndolos en chivos expiatorios de la crisis, comprometiendo y envenenando la relación con sus electores directos y colocándolos en el riesgo de ser inhabilitados o destituidos por desacato al TSJ, algo que luce empíricamente inevitable, ya que sería imposible que, con sus instrumentos disponibles, puedan llevar adelante cualquier acción adicional a dialogar con unos manifestantes que, ciertamente, están radicalizados y sordos.

Estamos hablando de una decisión que, como es usual, encaja perfectamente dentro de los intereses del chavismo, que previamente ya había iniciado una campaña abierta contra los alcaldes de los municipios opositores, acusándolos de fomentar la violencia y de incapacidad para garantizar la paz. Un monumento al caradurismo, viniendo de un gobierno que tiene encendido focos por todo el país sin lograr, ni siquiera con su represión fiera y desenfrenada, algo más que empeorar el problema cada día y contar muertos y culpas por decenas.

El actor entrenado, facultado, instrumentado y legalmente responsable de enfrentar motines y protestas extralimitadas, al parecer, pretende responsabilizar a los alcaldes de controlar y disolver las barricadas con sus exiguas fuerzas policiales que —repito, porque es importante— no están capacitadas ni dotadas para esa tarea. Y la amenaza de acusarlos de asesinos y violadores de derechos humanos casi es otra comiquita política, que daría risa sino fuera por el drama espantoso que el país está viviendo, mientras el gobierno dedica esfuerzos económicos, comunicacionales e institucionales en buscar culpables que le permitan desviar la atención de su propia responsabilidad e incapacidad para atender la crisis y resolver un conflicto, que en el fondo, tiene a su propia incapacidad como raíz.

Esta crisis sólo se resuelve con diálogo, negociación y rectificación. Pero esto es algo que, en efecto, parece mucho más difícil en Venezuela que conseguir un fallo del Tribunal Supremo de Justicia a favor de lo que el presidente quiera.

Ver que el TSJ le ordene a los alcaldes acabar con las guarimbas y las barricadas es exactamente igual a que le ordenen a los bomberos controlar los secuestros o a unos perros mucuchíes a dirigir el tránsito automotor.

Quizás hasta se animan, en un próximo amparo integrado y para ahorrar el papel que está tan escaso, a ordenarle a todos los alcaldes específicamente elegidos en la tarjeta de la MUD (a la que parece que tampoco le queda mucho tiempo) prohibir la inflación, el desabastecimiento, el desempleo, la inseguridad, la prostitución, la bebida, bailar pegado, el dengue y las enfermedades venéreas en todos sus municipios, porque es sospechoso que en las zonas opositoras se vean toda esa clases de problemas y perversiones.

Uno no puede evitar preguntarse si será que, en esa onda tan productiva y expedita del TSJ, deberíamos animarnos a pedir un amparo para que se oficie a los líderes del chavismo y de la oposición (bueno, entendiendo lo peludo que la tendrán los alguaciles para identificar quiénes son) y los encierre con llave en la sede de la Nunciatura Apostólica, con carácter de cónclave. Y que no salgan de ahí hasta que haya humo blanco alrededor de los acuerdos indispensables para rescatar la paz, la calidad de vida, el abastecimiento, la libertad de expresión, la división de poderes, el respeto a las minorías, el estímulo a las inversiones, la propiedad y la empresa privada, el control de la inseguridad, el castigo a la corrupción, la depuración del sistema judicial, la independencia de los jueces y el respeto al equilibrio electoral.

Ahora que estamos en un país donde todo lo que no está prohibido es obligatorio, ordene usted, señora magistrada, que mientras no lleguen a un acuerdo no salgan. Prohíbales, incluso, las visitas conyugales y cualquier merequetén intersectorial en la casa de Dios. Que no haya ni televisión por cable, para que no se amedrenten con la denuncia del espionaje en dos vías, ni whiskey, ni vino ni prosecco. Y que por cada día que pase sin acuerdos les ponga usted una penitencia: que se afeiten el bigote, que se quiten la gorra, que no se monten más en una tanqueta, que no puedan pescuecear más nunca en una tarima ni pedir “la salida”. Cosas así, digamos, que de verdad les duelan.

Aunque sea por desgate, le aseguro que resolvemos este rollo y comenzamos de nuevo a tener un país y no este campo minado donde si no nos mata un secuestrador, lo hace un radical o un policía. O, peor aún, nos termina matando la tristeza de perder, en esta maldición, a cualquiera de nuestros hijos.

Luis Vicente León
luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon

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miércoles, 12 de marzo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN. LA RESPONSABILIDAD ES SUYA, PRESIDENTE

Soy irreverente y no me dejo llevar por las presiones de propios ni ajenos. Lo bueno no es bueno porque venga de los míos y lo malo no es malo porque venga de los demás. Lo bueno es bueno y lo malo es malo, venga de donde venga. Por supuesto que puedo equivocarme, pero de eso se trata una opinión, de ser propia, con sus aciertos y sus errores.

He dicho que no estoy de acuerdo con las guarimbas. Encerrarte a ti mismo y a tus vecinos o hacerle tragar humo de caucho a quienes piensan como tú, no me parece una vía efectiva para protestar contra quienes sí pasan libres por sus calles y respiran aire puro. Evitar que tus hijos vayan al colegio para protestar contra el Gobierno es peor aún. 

Toda guarimba es protesta masoquista y te lleva a una situación de desgaste y frustración, sin contar con que contamina la protesta general y produce rechazo de las mayorías; esas que también sufren y podrían haberte acompañado en otro tipo de protesta racional. La protesta pacífica es la vía, pero la guarimba es el barranco.

Pero, lejos de lo que dicen los linealpensantes, en mi rechazo a la guarimba no hay un ápice de justificación al Gobierno. Estas protestas, pacíficas o violentas, tienen una base real y más allá de que algunas minorías intentan aprovechar el momento para loqueteras golpistas que hay que conjurar, la mayoría está protestando con razón. Es cierto que Maduro heredó las bases de una crisis de la que no es el único responsable, pero su inacción primero y su radicalización después, solo ha empeorado el entuerto.

Critico las barricadas, pero mi crítica no esconde que muchas de esas personas lo hacen desesperadas por la devastación económica que los embarga. Se equivocan en la forma, pero su protesta tiene un fondo que es absurdo no leer. Tiran piedras como primitivos, pero eso no neutraliza el hecho de que no consiguen leche, ni aceite, ni medicamentos básicos, llevándolos a una situación extrema que los afecta más, lejos de ayudarles. 

Los muchachos que se extralimitan, se equivocan en su reacción, pero no al sentir que su futuro está comprometido. Que su país se destruye frente a sus narices y que al Gobierno parece solo importarle preservar el poder para una revolución que no es capaz de garantizar al pueblo ni papel toilette.

La reacción del Gobierno ante las manifestaciones ciudadanas es tan torpe que provoca enmarcarla como un tributo a la pendejada política. Crea víctimas que convierten la protesta en lucha. Reprime fieramente, incentivando la rabia y el deseo de batalla de sus adversarios. Mete a todos los manifestantes en un saco de golpistas, dándole en la madre a quienes están pacíficamente buscando solución a sus problemas y llevándoles a pensar, equivocadamente, que podría ser mejor la otra lucha, frente a un gobierno que parece gritarles en su cara que le importa un bledo lo que ellos piensen, porque no están ahí para resolver los problemas de todos, sino para mantener la revolución de ellos.

Reitero mi llamado a la cordura y mi rechazo a la violencia (guarimba o represión), pero aunque la paz y el diálogo es tarea de todos, es usted, Presidente, el responsable de lograrlo y si no se logra, es a usted, según su juramento, a quien Dios y la Patria le reclamará. 

Libere los presos políticos, Presidente, porque es una vergüenza que los haya. Atienda los planteamientos de los estudiantes, son nuestros hijos y claro que tienen derecho a exigirle. Deponga la actitud hostil frente al sector empresarial e incorpórelos como lo que son: agentes fundamentales del desarrollo, y envíe un mensaje convincente al país de que todos cabemos, porque con sectarismo y agresión, nunca se sabe quién termina no cabiendo.

luisvicenteleon@gmail.com
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sábado, 8 de marzo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, LAS GUARIMBAS Y EL BARRANCO,

Existe una preocupación genuina, en algunos políticos, analistas y personas ponderadas de la propia oposición, con respecto a la parte violenta de las protestas contra el gobierno que están teniendo lugar en varias partes del país. 
Y tal preocupación radica en que es imposible generalizar toda esa protesta marcándola con la etiqueta golpista. Puede que al principio hubiera algunas chispas encendidas por los grupos más radicales, pero ahora hay una parte de la población que, producto de una espontaneidad que ha sido generada por el desespero, no encuentra otro medio para manifestarse y siente que no es posible quedarse callado ante los atropellos y el deterioro de su calidad de vida. Es una expresión social que debe ser leída con mucho cuidado.
Es imposible generalizar la protesta nacional (incluso la que ha derivado en actos de violencia) como producto de un plan de desestabilización al gobierno o un intento de golpe de Estado. 
Dejando de lado por un momento el pragmatismo, es perfectamente comprensible el sentimiento de la gente que se desespera genuinamente ante lo que vivimos. ¿Cómo no sentirlo? Incluso quienes rechazamos las guarimbas o las acciones duras sentimos también la frustración y la rabia ante un modelo político y económico primitivo que nos aleja cada vez más del desarrollo y deteriora evidentemente nuestras vidas.
Esas personas quieren canalizar su energía en la búsqueda de una solución, pero no han encontrado nada ni a nadie que se las ofrezca de manera racional y estructurada. Y entonces explotan. Pero lo hacen sin tener ni un plan, ni un objetivo concreto ni una articulación formal. Y eso se traduce en una especie de estallido de acciones y emociones incontroladas.
Y no es su culpa no saber cómo expresarse eficientemente.
La culpa, o al menos buena parte de ella, es de un liderazgo perdido, dividido, desarticulado y pobre que no es capaz de conducirla ni de conectarla por rutas creativas, articuladas y más sofisticadas que tirar piedras o quemar basura en una calle que, además, es su propia calle y no la del destinatario de su protesta.
Y el peligro que se corre es que la canalización anárquica de esa energía no va sino hacia otra gran frustración, que ya se vivió en 2002 y que podría costar años superar.
Esta protesta de guarimbas no tiene quién la dirija y se concentra en atacar a los propios, en tu propia calle o urbanización, sin avanzar hacia quienes realmente rechazan ni convocan a quienes necesitan que se integren para convertirse en mayoría. Una guarimba no va para ninguna parte, excepto a destruir lo que no se debe destruir y a darle excusas al adversario para maquillar y esconder el fondo de los problemas. Problemas que siguen ahí, independientemente de que las formas no sean las correctas.
Y acá es necesario hacer una acotación: no estoy cuestionando el fondo que produce estas protestas ni el derecho a explotar cuando el desespero es lo que queda, ni si es verdad o no que habrá quienes se sientan mejor después de hacerlo, como quien grita de rabia para liberar tensión. El asunto es que mientras están haciendo la guarimba, la confianza de la gente en la capacidad para sustituir lo malo que tenemos y corregirlo se fulmina.
Dicho de una manera más llana: una guarimba asusta a quienes deberías estar enamorando.
Si lo vemos numéricamente, que es la forma más concreta que tengo para verlo, las encuestas muestran que una población que mayoritariamente estaba de acuerdo con la idea de protestar y el derecho a que la gente lo hiciera cada vez que lo necesitara, ahora perciben la acción de calle como una protesta sifrina, concentrada en las urbanizaciones de clase media alta y rica, que además no conectan con la población más pobre, aunque ésta debería ser la más deseosa de cambio.
Las guarimbas maquillan y eclipsan el fondo de la protesta, tanto que las mayorías no logran reconocerlo ni identificarse con ellas. Pero mucho más interesante es este segundo resultado: la mayoría de las personas rechaza las protestas como si quemar un caucho o retar a la guardia antimotines multiplicara por cero las razones de la protesta y la lucha para lograr que el gobierno atienda la demanda de la sociedad, esa demanda que quienes rechazan la guarimba también tienen. Y esta misma mayoría cree que se desbordaron sin orientación ni sentido, las perciben violentas y culpan a una oposición que, por cierto, aunque no asume ni la dirección ni la responsabilidad de las guarimbas, es la que tendrá que asumir los costos políticos en cuanto a la pérdida de soporte a esa propuesta.
El tercero de los resultados que es necesario contemplar es que Nicolás Maduro sigue manteniendo a la mitad de la población conectada con el chavismo, mientras que la oposición queda totalmente fraccionada en una batalla interna brutal por controlar la nada.
Es obvio que las circunstancias dividen a la oposición entre quienes creen que ésta debe ser una lucha por articular la mayoría y presionar al gobierno a que responda las demandas de la gente, camino hacia procesos electorales futuros que lleguen con una oposición en mejores condiciones de defender, como sea, sus derechos; y quienes sienten que esto no da más, que esperar es imposible y que vale la pena hacer lo que sea para que el gobierno se caiga ya, como si deseos preñaran. Y ahora aparece una pugna entre dos partes irreconciliables a la que hay que sumar la lucha de egos de los líderes que ven en esta batalla la oportunidad (o el riesgo) de tener o perder el liderazgo de su grupo.
Esto evidentemente no funciona. No me refiero a ser radical —una opción que yo, personalmente, rechazo como vía, pero entiendo que siempre es una alternativa en la lucha política—, sino a serlo de manera incompleta, anárquica y con líderes que convocan y luego evaden.
Es interesante pensar en políticos como Rómulo Betancourt, por poner un ejemplo individual, o los comunistas de la época de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, por poner un ejemplo colectivo. Ellos no se hacían pasar por inocentes a la hora de pedirle al pueblo que se rebelara contra el régimen establecido y sus argumentos para no estar presos no eran que ellos no convocaban la violencia y la rebelión.
Creo que las guarimbas no componen la vía de protesta. Para mí son un gran error. Pero los líderes que las promueven o quienes creen en ellas tienen que dar la cara y asumirlas plenamente. Deben estar al frente de lo que creen, defendiéndolo y asumiendo todos los costos y beneficios de la acción.
Por ahora, el resultado no es más que la destrucción de sus propias zonas, una desconexión de los proyectos políticos viables y de los sectores populares. Incluso, cuando algunas manifestaciones tienen lugar en un barrio, las fotografías se muestran durante todo el día en las redes sociales, como si se tratara de la demostración de una masificación de la violencia. No se dan cuenta que el hecho que cualquiera pueda  decir de memoria el nombre de los barrios puntuales en donde ha ocurrido una protesta sonora es una clara demostración de que lo han hecho muy pocos.
En resumen: se desconectan de los más pobres, se dividen los liderazgos y se raya la protesta de la mayoría opositora. Todo esto sin ningún beneficio palpable.
Lamento no tener un “To do list” que proponga qué hay que hacer como sustitución de la guarimba. Eso es algo de lo que debe encargarse el liderazgo opositor. Pero lo que sí es innegable es que la acción, justa y sentida, de algunos guarimberos (distintos a los golpistas, que también los hay) sólo empeora lo que todos queremos resolver.
Nada puede ser exitoso sin planificación, sin objetivos concretos y sin liderazgos claros.
De mantenerse esa vía, sólo veremos más frustración del lado opositor. Eso sí: con más basura en la calle de la que algunos se sentirán orgullosos de haber tirado, pero que todos tendremos que limpiar en silencio.
Nada de esto que digo descalifica la idea de protestar y de exigir. Pero el país opositor tiene que articularse en una lucha pacífica, ésa que vuelve loco al otro y no a ti mismo. Ésa que significa acompañar a la gente en su drama diario y demuestra que hay otra forma de gobernar y vivir.
La protesta es la vía, pero la guarimba… es el barranco.
luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon

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martes, 4 de marzo de 2014

LUIS VICENTE LEÓN ¿ES POPULAR LA RADICALIZACIÓN?

A un año de la muerte de Chávez, la economía está crítica y el entorno es muy negativo
Se cumple un año de la muerte de Chávez y uno se pregunta: ¿qué ha cambiado? Para responderla me remito a una expresión que logró uno de los pocos consensos que recuerdo entre chavismo y oposición: "Maduro no es Chávez". Capriles lo usó para atacarlo y el propio Maduro para explicar porque se esfumaron los 20 puntos de ventaja con los que comenzó la campaña en pleno velorio y que culminó con una diferencia que Chávez hubiera llamado pírrica.

En realidad ambos tenían razón. No hay nada malo en ser distinto, pero cuando intentas imitar, las diferencias que resaltan son las negativas. El carisma de Maduro es inferior. Su control interno más difícil y su volátil popularidad genera dos problemas: 1) menor margen de maniobra para pedir a la población sacrificios y 2) una mayor dependencia militar.

Maduro recibió de Chávez una economía resentida. Es injusto decir que la crisis es solo su responsabilidad. Pero sin suficiente conexión para pedir a la población que postergue gratificaciones, su capacidad para tomar decisiones difíciles (pero indispensables) es mínima y el Gobierno se congeló meses en discusiones que lo llevaron a una pasmosa inacción. El resultado fue más crisis, reflejada en inflación, desabastecimiento y matraca de sobrevaluación.

Cuando esto se le viene encima en pérdida de popularidad, Maduro reacciona con el Dakazo, que le ayuda a enviar mensajes de autoridad, acompañamiento, creación de culpables externos, control de la Fuerza Armada y concentración de poder. La medida es desastrosa en términos económicos y acentúa precisamente el control y el intervencionismo que causaba (y causa) la crisis, pero le permite subir 12 puntos de popularidad, ganar las elecciones municipales y tener una corta luna de miel.

La crisis, sin embargo, continúa su curso sin haber sido atacada en sus causas y las esperanzas se diluyen, precisamente cuando la gente está hipersensible y algunos grupos opositores más radicales intentan tomar ventaja de la genuina rabia y frustración de mucha gente ante la evidente incapacidad y abuso del Gobierno. Las legítimas protestas estudiantiles, le permiten a algunos terceros montarse en la ola y crear un momentum de convulsión política que, en su hipótesis, haría que el régimen tambaleara y se produjeran los estímulos para el cambio definitivo, reflejado en la expresión: "la salida". 

El resultado no ha sido el previsto ahí. El país se convulsionó, pero cruzó rápidamente la frontera de la violencia, estimulado por la participación de los impresentables colectivos armados y la brutal represión oficial. Lo que debió ser una protesta pacífica, basada en los problemas que efectivamente viven las grandes mayorías, se convirtió en muertos, guarimbas, saqueos y destrucción de propiedad ejecutada por quienes protestan. La mayoría de los venezolanos, que aprueban el derecho a protestar y la legitimidad de esa protesta, evalúan en negativo el resultado, pues lo relacionan con la violencia que rechazan, y termina generando un efecto boomerang sobre toda la oposición, a quien ahora se le dificulta tomar ventaja de la crisis.

A un año de la muerte de Chávez, la economía está crítica y el entorno es muy negativo. Como dijo Jorge Roig: "el país está mal", yo diría muy mal. Pero la oposición también está más fraccionada y la lucha de egos de sus líderes pone en peligro su capacidad de acción racional. Incluso los moderados están presionados por la desesperación de quienes no aguantan más y algunos quedan presos de los presos.

Las guarimbas son un flashback que nos remite a épocas de mal recuerdo.

Y a uno le provoca resumir todo en un dramático grito a la oposición: "qué hay de nuevo, viejo".

Luis Vicente Leon
luisvicenteleon@gmail.com
@luisvicenteleon

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lunes, 17 de febrero de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, ¿DEFAULT O NO DEFAULT?

¿Cuál es el riesgo mayor de que mi análisis esté equivocado?

Que la ignorancia los lleve al suicidio...

La pregunta que dejamos la semana pasada es: ¿tiene razón el mercado dándole a los bonos venezolanos categoría de basura o vuelve a sobreestimar el riesgo país, contaminado por las acciones radicales del chavismo, que sin embargo no ha dejado de reconocer sus obligaciones de deuda pública externa (aunque sí las deudas comerciales)?

La situación del país se ha deteriorado y es natural que los tenedores de bonos estén nerviosos. Por una parte, el mercado percibe que la estabilidad del gobierno de Maduro es inferior a la de Chávez y que existen riesgos de implosión o de rebelión popular ante la crisis. Los eventos sucedidos empeoran las proyecciones. Por otra parte, la negativa del Gobierno a tomar acciones económicas racionales hace que un operador financiero, sentado en New York, Londres o Hong Kong, termine por decir: "esto no se ve bien, no lo entiendo y mejor salgo de ahí antes de que me pise las que te conté" (¿cómo se dirá pelotas en chino?).

No los culpo, pero ahora les cuento lo que pienso (con igual riesgo de equivocarme). La probabilidad de que el Gobierno haga un default existe, pero es inferior a la que el mercado le está atribuyendo.

Después de muchas conversaciones con tenedores de deuda, siento que están invadidos por el efecto papel toi-lette: "si en Venezuela no tienen con que limpiarse, menos tendrán para pagarnos la deuda". Suena lógico, pero no es cierto. No hay suficiente papel, ni leche, ni azúcar, ni aceite, ni harina, no porque no haya ingresos suficientes en divisas sino porque hay un modelo intervencionista y controlador que llena de distorsiones el sistema y colapsa la oferta y la demanda. Que ante la negativa de devaluar para evitar los costos políticos, han privilegiado una estrategia de recortar las asignaciones de divisas y las importaciones para equilibrar por la vía del volumen la balanza comercial y de pagos. Las exportaciones petroleras siguen estables y los precios altos. 

El flujo es suficiente para enfrentar el pago de deuda externa y las importaciones convencionales (a menos que sigan regalando las reservas a BsF/$ 6,3). 

Las deudas comerciales vencidas probablemente serán negociadas a descuento con acreedores y pagadas con deuda nueva, luego de varios años sin emitir alguna, pero el retraso en el pago puede colapsar el abastecimiento interno. 

No obstante, los bonos tienen estímulos para ser pagados. ¿Por qué? Porque los activos de la nación en el exterior son gigantes y se pondrían en riesgo de embargo. Porque los buques de Pdvsa pasan diariamente por los territorios de los acreedores que quedarían guindados. Porque los pagos petroleros vienen de bancos internacionales que podrían recibir ordenes judiciales de congelar envíos de dinero al país y porque Venezuela no se puede dar el lujo de cerrarse las puertas al financiamiento internacional. Sería mil veces más probable que el Gobierno finalmente devalúe y reduzca el gasto público interno, antes de "defaultear".

Entiendo la desconfianza que genera el no reconocimiento de las deudas comerciales (que algunos llaman default interno) y es probable que sea cierto que el flujo de caja no dé para pagar todo eso. Pero brincar de ahí al default de deuda externa es un doble salto mortal. Primero porque es precisamente el deseo de garantizar los pagos de deuda externa, que tienen compromisos legales en el exterior, lo que está complicando el pago interno. Es obvio que el Gobierno privilegia la deuda externa sobre la local.

¿Cuál es el riesgo mayor de que mi análisis esté equivocado? Que la ignorancia los lleve al suicidio (una tesis no despreciable) o que el precio del petróleo se derrumbe. 

Pero ahí pasamos al departamento de Hermes el Iluminado.

@luisvicenteleon
Luisvicenteleon@gmail.com

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martes, 4 de febrero de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, ESTO ES LO QUE HAY

Ahí estaba yo, en plena colota, con la radio prendida en una de esas estaciones que todavía se resisten al joropo mezclado con loas a la revolución. Daban y comentaban noticias, como antes. Reportaban el número de muertos del fin de semana. 

Bueno, era un número estimado por los periodistas de la fuente, quienes tienen una especie de contador portátil, doble dígito, en la puerta de la morgue, porque las estadísticas oficiales hace años que no se publican, bajo la tesis de que si no se reportan oficialmente los homicidios, estos no ocurrieron. Algo parecido a la desaparición de las estadísticas del BCV, que no publicarlas creen que resulta más eficiente que la política económica para aniquilar la inflación, la depresión, la escasez y la desinversión.

Luego vino el tema de los secuestros. Dar una cifra ahí es más atrevido, puesto que las denuncias son mínimas ya que las víctimas prefieren no hacerlo, con el argumento racional de que no está claro si el funcionario receptor es precisamente una de esas voces que daban instrucciones remotas en la radio con la que se comunicaban los secuestradores, mientras tú vas tirado en el suelo, con los pies de un malandro en tu espalda para que no te muevas mientras pasan una de esas alcabalas móviles, que cumplen una función tan efectiva como la propaganda oficial que invita a no comprar productos para almacenar en casa, mientras el Gobierno indica que no le dará más divisas a esos "oligarcas imperialistas" que son los únicos que las producen o importan.

Por cierto, me enteré que ahora se están haciendo secuestros múltiples, que consisten en meter diferentes secuestrados en el mismo carro. Me luce que están inspirados en el Facebook, porque ahora tienes la oportunidad de encontrarte con un viejo amigo del colegio que no veías desde la graduación, y ahí, en susurro, le lanzas el típico: " ¿qué más pana, cómo está la vaina? Tiempo sin verte".

El programa derivó al área económica, analizando las nuevas medidas, que no han pasado de enunciados generales de intervencionismo y control. Interesante, toda vez que es ese intervencionismo la causa de las distorsiones que ahora pretenden tapar con más controles y que tendrán que maquillar después con más y más y más, hasta que explote.

No les han pagado la deuda a las empresas de alimentos para reponer las divisas usadas para importar mercancías que ya fueron vendidas con precios regulados y más auditadas que crupier de casino. Las líneas aéreas, a quienes el Gobierno adeuda millardos de dólares, están suspendiendo la venta de boletos y cancelando rutas cada semana. La conductora del programa, en este punto, entró en crisis preguntándose horrorizada: "y ahora qué voy a hacer con mi suegra que le tocan sus seis meses donde mi cuñado en Miami, después que me la calé ese mismo tiempo en mi casa".

El programa empezaba a abordar temas calientes como la crisis de medicamentos, el colapso de las viviendas para alquiler, el deterioro de los centros comerciales, la suspensión de operaciones de cadenas de tiendas por ausencia de mercancía y política cambiaria para reponerla, cuando sonó mi celular. Era una cliente que me informaba que su jefe de Chicago venía de improvisto. "Necesito que lo calmes para que no me cierren la oficina" dijo con voz desesperada. Y yo, en la cola, con el aire dañado porque no hay repuestos, viendo un motorizado pegándole en el vidrio al señor de al lado para que le pasara el reloj por una rendijita, cual cajero automático, colgué el celular (total, ahora se cae a cada rato por temas de desinversión) apagué la radio y puse un CD viejo con esa canción premonitoria que dice: "Esto es lo que hay. Esto es lo que hay."

Luisvicenteleon@gmail.com
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viernes, 24 de enero de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, CRISIS ES...

La crisis es eso que la población vive a diario cuando tiene que patear muchos supermercados, abastos, bodegas, mercales, pdvales, chinos y buhoneros para medio completar su lista de compras para el hogar. 

Es lo que siente una ama de casa cuando tiene que saltimbanquear la ciudad, llamar y pinear a sus familiares, amigos y jalarle mecate al encargado de la tienda de atrás para que la llame en cualquier momento, del día o de la noche, desesperada por conseguir la leche completa o descremada, qué más da. 

Es el sentimiento del hombre al que le chocaron su carro de trabajo y lo tiene varado en un taller desde hace un mes porque no se consigue el repuesto y las páginas de Internet por las que antes se podía pedir el repuesto importado están cerradas, diga usted por qué. 

Es también la frustración de vivir pendientes de dónde hay una cola para meterse en ella primero y enterarse después. ¿Qué llegó? ¿La harina, el azúcar o el papel tualé? 

Crisis es saber que tu salario pierde valor cada semana y sentirlo en carne propia cuando pasas tu compra de bienes esenciales por la banda transportadora del mercado y ves la cuenta en la caja registradora y te horrorizas y volteas a ver si es que se coló por error media compra de la catira buenísima que viene atrás, y a la que tú, hecho el musiú, habías volteado a ver varias veces en la cola para pagar. Después de todo, qué más podías hacer si esa cola, que antes duraba no más de 5 minutos, ahora puede ser de una hora o más.

Crisis es llegar de emergencia a una clínica (porque a un hospital ni siquiera vale la pena hablar) y encontrarla a reventar, sin cubículos para atenderte, sin reactivos para la prueba que te tienen que dar, con el tomógrafo dañado hace meses porque el proveedor de repuestos no tiene dólares para importar. Sin cuartos disponibles hasta el día tres, con el ascensor al revés y con déficit de doctores, porque la mayoría... para Miami se fue.

Crisis es que necesites trabajar en Porlamar y tengas que buscar un pasaje de avión. Si lo consigues es genial porque el precio es más barato que un whisky del que te regalaba antes una aeromoza buenamoza vestidita de Margarita Zingg; el detalle es que ya no hay, ni pasajes ni escocés y de chiripa la aeromoza con trajecito roído, puesto al revés. Que después de hacer malabarismos, cuando finalmente lo consigues, bajas al aeropuerto seguro de que la hora que en el pasaje está, es meramente referencial. Después de todo, en la Venezuela de hoy ¿qué diferencia puede haber entre las tres de la tarde y las tres de la mañana? Y ni hablar cuando finalmente entras al avión y notas que el aspecto parece indicar que fue utilizado en la Segunda Guerra Mundial.

Pero el problema se amplifica si el viaje es más allá, para Miami, Madrid o Bogotá. Debiéndole el gobierno millones de dólares a American Airlines, a Iberia, a Avianca y a TAP, uno entiende perfectamente que el hecho de que todavía te vendan un pasaje en bolívares es un tributo al riesgo empresarial.

¿Y todavía quieres más? ¿Quieres hablar de conseguir un medicamento de ultramar? ¿O te quieres poner superficial y hablamos de conseguir un BB o un Iphone cuando el gobierno les debe hasta las metras a las operadoras y más? ¿O prefieres que discutamos sobre la posibilidad de conseguir un carro de cualquier tipo, modelo, año o color, después que el gobierno decidió, para resolver el problema automotriz, regular los precios de los bienes que no hay?

Pues bien, si quieres definir la palabra crisis, voltéate en cualquier carretera, autopista, puente, túnel, puerto, parque industrial, cárcel, escuelita o la Universidad Central y entonces piensa en lo que eran... y entenderás perfectamente la crisis que hay.

@luisvicenteleon

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sábado, 18 de enero de 2014

LUIS VICENTE LEÓN, ¿HUBO DEVALUACIÓN? CLAVES PARA ENTENDER EL DISCURSO DE NICOLÁS MADURO,

El presidente Maduro presentó en la Asamblea Nacional un discurso radical y amenazante que tuvo poco sobre su Memoria y Cuenta y mucho de retórica para maquillar algunos anuncios de un ajuste estructural que se hace indispensable en el medio de una crisis económica que se acrecenta a diario.


El envoltorio socialista dentro del cual debe mantener su discurso exige que la adopción de acciones económicas, que será inevitable tomar, no sean ni explícitas ni plenas, comprometiendo su eficiencia desde el nacimiento.

¿Hubo o no hubo devaluación? Luego de una larga introducción llena de citas irrelevantes, el Presidente anunció entrelíneas una devaluación implícita del tipo de cambio, aunque los periódicos nacionales e internacionales resalten en sus primeras planas que el gobierno mantiene la tasa oficial en 6,3 Bs/$, dándole continuidad a una brutal sobrevaluación cambiaria.

Nicolás Maduro informó que mantendría el dólar oficial a 6,30Bs/$, pero que fortalecerá los mercados alternativos con tasas más elevadas (aunque sólo definió por ahora al SICAD), donde probablemente se operarán presupuestos de divisas más altos, desplazando importaciones que hoy se hacen con dólares de CADIVI. Es obvio que el Presidente evadió decantarse por una devaluación abierta (algo que hubiera sido lo económicamente correcto) debido al elevado costo político que esta medida tendría, además del impacto inmediato sobre las estadísticas de actividad económica venezolana, las cuales se deteriorarían en términos de moneda extranjera, mostrándose un poco más reales.

Pero es obvio que el gobierno necesita esta devaluación para cubrir un enorme déficit fiscal y una demanda desbordada de divisas para importación. La ruta que toma es evidente: van a re-jerarquizar las asignaciones de divisas, fortaleciendo a SICAD y reduciendo el número de beneficiarios de CADIVI (ahora eliminada y sustituida por el Consejo que centralizará las importaciones y podrá asignar  las divisas discrecionalmente en uno u otro mercado cambiario). En la práctica, esto significa que el precio del dólar promedio al que se adquirirán mercancías se incrementará, registrándose una devaluación implícita. Debajo del anuncio del mantenimiento del tipo de cambio barato, el gobierno tenderá a devaluar para incrementar los ingresos en bolívares de PDVSA y así reducir sus crisis de flujo de caja en bolívares.

Maduro envuelve también en la retórica del control del consumismo, de corte “construcción del Hombre Nuevo”, el anuncio de una restricción de liquidez y del gasto público, una decisión que era también indispensable para poder bajar la presión inflacionaria que se come el poder adquisitivo de los venezolanos y mantiene a toda la economía nacional en jaque. Y esto no es algo que haya sido desatado por esa “Guerra Económica” que Maduro ha utilizado en clave de campaña política, sino precisamente por el financiamiento que ha tenido que hacer el Banco Central de Venezuela a PDVSA, debido a la fuerte sobrevaluación cambiaria, que le impide obtener suficientes bolívares para financiar sus necesidades básicas y el sostenimiento de las misiones, además del deterioro de la actividad privada como una consecuencia de la hostilidad gubernamental.

¿Qué significan los cambios en el gabinete? Los nombramientos en el gabinete económico forman parte de un mensaje que debe leerse con cuidado. En la Vicepresidencia Económica ratifica a Rafael Ramírez y en Finanzas a Marcos Torres, pero devuelve a Merentes al Banco Central de Venezuela. Éste es un team proveniente de un reciclaje interno del gabinete vigente, así que no puede considerarse como un cambio profundo. Sin embargo, no forman parte de la opción más radical (la más cercana al ministro Jorge Giordani, cabeza de los ideológicos y muy mencionado como “fuente” en la parte política del discurso de Maduro).

Ramírez es un perfecto representante del modelo bipolar: radical en lo político, pero negociador en lo económico. Y eso es algo que se puede comprobar en las negociaciones que adelantó el año pasado con la petroleras extranjeras. Marcos Torres, por su parte, es un técnico sólido y relativamente abierto, quien viene de desempeñar una labor positiva en el Banco de Venezuela. Y a Merentes se le conoce por sus posiciones más abiertas y sus propuestas cambiarias mas flexibles, aunque también por la poca capacidad de acción reciente.

No es un gabinete moderno, pero tampoco son representante de esa ruta de la comunización del país. Además, todos tienen experiencias previas de negociación con el sector privado. Ahora bien, aunque esta jugada de Maduro incluye algunos parches para atender la crisis, es obvio que no hubo ningún indicio de que el gobierno esté dispuesto a una cirugía mayor, algo indispensable en medio de esta crisis.

¿Dónde estamos parados ahora? Paradójicamente, en medio de un discurso radical, Nicolás Maduro anunció una devaluación implícita, una restricción monetaria y un gabinete de corte moderado. Pero además dedicó una parte importante a atacar a la empresa privada, disminuyendo su capacidad para estimular las inversiones y acciones posibles del único sector que puede garantizar un rescate relativamente rápido de la oferta de bienes y servicios, hoy indispensable para atender los problemas de desabastecimiento y escasez.

La tendencia gubernamental parece ser incrementar las importaciones públicas para sustituir un sector insustituible. Todas las experiencias mundiales de esta estrategia son claramente negativas: no existe ningún ejemplo de importaciones públicas masivas que haya garantizado estabilidad económica y mucho menos desarrollo. Es cierto que la disponibilidad de divisas del gobierno venezolano es suficiente como para evitar un colapso de abastecimiento este año, pero también se puede esperar que sea irregular si consideramos las fallas de distribución y limitaciones de productos, envases y marcas, con altos índices de improductividad.

El Presidente se enfrascó de nuevo en el análisis de las consecuencias y no de las causas de la crisis. Y sus intentos por atacar las razones de fondo son, como diría Hugo Chávez, “pírricos”. Está claro que los anuncios de Nicolás Maduro, limpiándolos de las amenazas y los ataques, permiten presumir que sabe que tiene que adelantar algunos cambios estratégicos o se le vendrá el mundo encima. Sin embargo, las estrategias previstas son tan débiles y están tan encubiertas que no pasarán de oxigenar su gestión apenas un poco durante los próximos meses, pero lo harán arrastrando una crisis de inversión, producción privada y confianza que queda sin resolver.

Todo esto sin considerar las dramáticas consecuencias que tendría una caída en los precios del petróleo. Ojalá no ocurra.

@luisvicenteleon

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