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sábado, 26 de septiembre de 2015

DARIO ACEVEDO CARMONA, EL GOLPE DE ESTADO Y LA TRANSICIÓN, DESDE COLOMBIA

Para entender lo que está sucediendo y lo que puede llegar a suceder en los próximos meses y años es indispensable echarle una mirada a la conferencia pronunciada por el Alto Comisionado de Paz, el filósofo Sergio Jaramillo, pronunciada en mayo de 2013 en la Universidad Externado.

Desde su propio título “La transición en Colombia”, que resume la concepción, el método y los pasos a dar durante las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC y el “posconflicto”, queda abierto el espacio a la incertidumbre y a la duda.

Según el Alto Comisionado, se dieron cinco pasos para aclimatar la negociación: 1. Reconocimiento  de la existencia de “un conflicto armado interno”. 2. Expedición de la Ley de Víctimas, que ubicó el centro de la reparación de millones de víctimas en el Estado. 3. Creación de “un entorno internacional favorable” desde el que se justificó la presencia de Venezuela como garante y a Cuba como sede de los diálogos. 4. Creación de un espacio legal para la aplicación de la Justicia Transicional y 5. “Armar un proceso metódico para llegar a la paz” pues la terminación del conflicto dará lugar a “a una fase de construcción de paz, es decir a una fase de transición.” Ya que “Una cosa es firmar un acuerdo que formalmente ponga fin al conflicto, y otra es la fase posterior de construcción de la paz”.

Desde el comienzo, pues, la filosofía gubernamental para la negociación entregó, sin ni siquiera un cese unilateral del fuego como contrapartida, una serie de posiciones de gran trascendencia: estatus de igualdad, reconocimiento de un conflicto armado, países amigos de las guerrillas, una ley marco previa a acuerdos que les permitió, sin discusión, saber hasta dónde podría ser laxo el gobierno, y, la adopción de la idea determinista y mecanicista, pregonada por las guerrillas, que explica “el alzamiento armado” como consecuencia de injusticias sociales y de la exclusión política, que deben ser enmendadas a través de reformas profundas (hay que “refundar el Estado” dijo Timochenko). Y como esas reformas se toman su tiempo, la paz, solo podrá ser tal, cuando hayan tenido resultados positivos. Eso es factible en un marco temporal al que nuestro generoso filósofo, denominó “la transición”.

Todos los acuerdos firmados hasta ahora y los que han quedado pendientes para ser abordados por el “congresito” o “comisión legislativa”, se corresponden con la Agenda de cinco puntos que se firmó con las FARC. El gobierno pretendió, inútilmente, convencernos de que en ese temario no cabrían asuntos de la Agenda Nacional ni cambios a la Constitución Nacional. Los hechos son tozudos y nos demuestran que mientras el Presidente y sus negociadores  se desgañitan aclarando que nada extraordinario ni anómalo se va a firmar, lo cierto del caso es que sí se está procediendo desde una lógica peligrosa que va en contra de la institucionalidad y de la sistemática expresión mayoritaria de los colombianos.

De manera que, la filosofía de la negociación se desveló como una filosofía de la concesión, del entreguismo y de la complacencia con las guerrillas, a partir del hecho discursivo más trascendental y arriesgado de todo el proceso: igualarnos con una guerrilla a punto de ser derrotada que no representa los intereses de ningún sector de la sociedad, y, otorgarle legitimidad, razón moral y validez al discurso guerrillero de las “causas objetivas” y por ende a que el Estado “pague la deuda social” con el agro , como si las guerrillas fuesen la voz del campesinado.

El pueblo colombiano, pues, según Jaramillo, está pagando una culpa, nos merecemos la suerte que corremos y hay que estar dispuestos a hacer sacrificios inenarrables para darles gusto a las guerrillas y poder convivir en paz. Es lo que se desprende de considerar que su lucha armada, con sus crímenes atroces, ha tenido y tiene razón de ser.

La noción de transición, se refiere a un periodo de tiempo -“10 años”- cedido, regalado, es decir, una década bajo el ojo escrutador de los jefes de las guerrillas ocupando puestos en el Congreso, movilizando las masas, estimulando las protestas sociales y exigiéndole a la “oligarquía” el cumplimiento de los acuerdos y que la transición se extienda otros 10 años.

Pero, el aspecto más inquietante de esta filosofía es el espíritu golpista que subyace en la idea de la “excepcionalidad”. Según esta perturbadora noción “Los efectos de 50 años de conflicto no se pueden reversar funcionando en la normalidad”. Y, ¡OJO!: “Tenemos que redoblar esfuerzos y echar mano de todo tipo de medidas y mecanismos de excepción: medidas jurídicas, recursos extraordinarios, instituciones nuevas… que trabajen intensamente en el terreno para lograr las metas de la transición”. Aquí está pues, el núcleo de una filosofía golpista que hace trizas nuestro ordenamiento legal, que arrasa con la convivencia alcanzada por las más importantes fuerzas políticas y sociales del país y que ofrece la Constitución como postre.

Abran sus ojos señores empresarios, tomen nota dirigentes de los partidos que aún sienten algo de estima por lo que nos rige y recapacite el alto clero que traga sapos sin vomitarlos. No es cosa nimia decir que no se puede “reversar el conflicto funcionando en la normalidad”. ¿Acaso no es clara la relación directa y estrecha entre este esperpento inconstitucional y el proyecto de ley que otorgaría poderes excepcionales al presidente Santos?

Diez años funcionando en la “excepcionalidad”, con “instituciones nuevas” y “recursos extraordinarios” y “medidas jurídicas” ¿no es la manera taimada de esconder que la Constitución de Colombia va a ser sustituida? ¿No es el “Congresito” o “Comisión Legislativa” una institución “nueva” que suplanta al lento y dudoso Congreso de la República que “trabajará intensamente” sin trabas ni tropiezos, con mayoría simple en pro de hacer reales los acuerdos de La Habana?

¿No giran los acuerdos de La Habana sobre temas de orden constitucional que dejan bajo la esfera presidencial asuntos cruciales como por ejemplo: cárcel para responsables de delitos atroces, la entrega de armas, reformas a la propiedad agraria, amnistía e indulto a comandantes, reparación a las víctimas de sus crímenes, creación de las mil y una comisiones que enredarán el país en una maraña burocrática, participación y elegibilidad política de los autores de crímenes atroces y otorgamiento de curules en el congreso, las asambleas departamentales y los concejos municipales?

A la sombra de esos parámetros es que el Fiscal desliza sus exabruptos jurídicos, los congresistas enmermelados justifican el golpe de estado y el nuevo minDefensa nos asusta con silencios que huelen a cobardía.

Inspirado en la filosofía de la “transición” el proyecto de “poderes especiales” para el Presidente se asemeja a tener un cuchillo en la yugular. Ese poderosísimo instrumento, en manos de un presidente que deshonra la promesa de someter los acuerdos a refrendación popular al afirmar que eso “sería un suicidio”, es una auténtica amenaza contra la democracia.

Si quieren imaginar la situación que nos espera si no hacemos algo por evitar que se produzca este Golpe de Estado en ciernes, no hay que hacer mayor esfuerzo, miremos la caótica y deplorable situación de Venezuela.

Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc

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jueves, 10 de septiembre de 2015

ELSA CARDOZO, AGRESIVIDAD SORDA

La vieja tesis de que las democracias son menos agresivas y los autoritarismos son más ... La vieja tesis de que las democracias son menos agresivas y los autoritarismos son más proclives a hacer la guerra ha sido objeto de muchas revisiones. 

Una de las más interesantes concluyó que las democracias inestables son particularmente agresivas y, la verdad, es que desde hace rato habría que añadir que esa agresividad –generadora de tensiones internacionales, no necesariamente de guerras– ha sido el signo de los neoautoritarismos que con ropaje democrático se multiplicaron al finalizar la Guerra Fría.

Por estos lados, ante insuficientes reformas políticas y desencanto con las económicas, reaparecieron en el tránsito entre los siglos XX y XXI líderes carismáticos con propuestas refundadoras que, en nombre de una mayor participación popular, desestimaron los componentes liberales de representación, contrapesos y alternancia de la democracia. Ganado el gobierno en elecciones, unos cuantos impulsaron reformas constitucionales centralizadoras, concentraron poder en la presidencia y bregaron la reelección inmediata y hasta indefinida mientras, en consecuencia, se desvirtuaba la competencia electoral con condiciones crecientemente adversas para los opositores. Tras más de una década de experimentos refundadores, los índices internacionales más respetables que evalúan todos esos aspectos (en tiempos en los que la democracia se resiente en toda la región), colocan precisamente a Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia en los puestos más cercanos al autoritarismo, es decir, a Cuba.

En los cuatro casos, a la deliberada erosión de la democracia la acompañaron estrategias para cultivar apoyos internacionales que permitieran a los gobiernos distanciarse, desvirtuar y desafiar los acuerdos de protección de la democracia y los derechos humanos. En la conjunción entre los atropellos a la democracia y la disposición de recursos económicos extraordinarios para costear alianzas y desplantes, Venezuela se convirtió en el caso más extremo de estridencia y disposición a la confrontación exterior. Ahora, ante la merma de recursos que ofrecer, realizaciones que mostrar y legitimidad interior que alegar, recrudece una sorda agresividad internacional.

Primero fue con Guyana, con la campaña para dar la vida por la reclamación, para finalmente apagar los micrófonos, dar vueltas por el Caribe en plan de reducir daños y tratar de recuperar apoyos en tiempos de sequía para la petrodiplomacia.

Luego ha sido la escalada con Colombia, mucho más agresiva, verbalmente y en acciones cargadas de arbitrariedad, generadoras de una inocultable emergencia humanitaria imposible de acallar a voluntad. Desde Caracas se han descalificado informes y expresiones de preocupación internacional a la vez que evadido –viaje a China mediante– cualquier encuentro bilateral y debate multilateral sustantivo, no solo en la OEA sino también en la Unasur.

Así son los altos costos y riesgos en los que el gobierno venezolano está dispuesto a incurrir (y quiere que se sepa dentro y fuera de Venezuela), antes que asumir su parte de responsabilidad y las acciones necesarias para superar la debacle económica; antes que dejar fluir con el necesario respeto y normalidad el proceso electoral y permitir su debida observación. Así es también la debilidad no solo material sino moral y estratégica, que en su escalada de agresividad ha evidenciado la pérdida de apoyos internacionales incondicionales y de capacidad para moverse en un contexto internacional que se ha vuelto tremendamente complicado, hasta para los que lo hacen bien.

Elsa Cardozo
elsacardozo@gmail.com

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sábado, 25 de octubre de 2014

DARÍO ACEVEDO CARMONA, HACIA UNA PAZ TRAMPOSA, AHORA COLOMBIA,

Cabalgan, el presidente, sus amigos y aliados, sobre el sofisma de que los críticos de esta negociación somos enemigos de la paz, que nos oponemos a negociar. De ahí su pretensión de presentar los intentos que hizo Uribe como una contradicción y demostración de incoherencia e hipocresía.

SANTOS EL SOFISTA
El expresidente Uribe no lo niega, confirmó que había realizado cerca de 26 acercamientos y que estos fracasaron porque los irregulares no aceptaron la condición de cesar hostilidades. Sostiene que la política de Seguridad Democrática estaba orientada a devolverles la seguridad a los colombianos y forzar una negociación con los violentos en condiciones impuestas por el Estado, lo contrario a la estrategia santista.

Por eso, la andanada contra el expresidente y senador Uribe en las dos últimas semanas tiene mucho de argucias y de trama, preparada por varios personajes. No hay que ser agente 007 para ligar hechos y sacar conclusiones. El gobierno anda empeñado en vender la idea de la cercanía de la paz. Para aclimatar su objetivo ha organizado campañas publicitarias, realizado giras nacionales e internacionales, ha ganado el favor de varios mandatarios, ha pronunciado discursos y conferencias en numerosos escenarios y ante públicos muy diversos. Es como si nos estuvieran preparando para una gran fiesta nacional en la que recibiremos a un invitado muy especial. Ha entregado las banderas éticas y morales del Estado en la lucha contra los terroristas, les ha dado reconocimiento, oxígeno, tiempo suficiente para reparar lazos y reponer energías, y hasta les facilitó reunión cumbre a los números uno de las FARC y el ELN.

Pero, el invitado parece querer aguarle la fiesta cuando declara que la paz no está tan cerca, que faltan muchas cosas para discutir. Aprovecha la debilidad de carácter del gobernante y su premura para firmarla y entonces lo chantajea, le exige cosas que no figuran en los acuerdos iniciales, aumentan el número y la complejidad de sus demandas. Una de ellas, indica que hay que doblegar, destruir, arrasar o neutralizar a Uribe, al que consideran su principal enemigo. Ya lograron sacrificar a altos oficiales que les propiciaron fuertes golpes. Las Farc quieren todas las garantías y todas las seguridades para allegarse a una firma. Han pedido leyes y se las han dado o prometido, cambios y los han satisfecho, tiempos y se los han alargado, salvamento de jefes en peligro y los han obtenido. Pero, su presa principal es Uribe. Cazado Uribe, sus seguidores y su partido dejarán de ser una “amenaza” para ellos y para su paz.

Todos los elementos dan para hablar de una especie de confabulación, en curso quizás, desde cuando el presidente Santos, experto en esas mañas, era ministro de Defensa y llevó al filósofo Sergio Jaramillo al viceministerio durante el segundo mandato de Uribe. Entre ambos deben haber preparado las líneas gruesas y delgadas de su proyecto. La amistad que los une les facilitó mantener a buen recaudo su plan y darle tiempo al filósofo de redactar el documento que igualó al Estado con las FARC como apuesta inicial.

En el camino han sucedido muchas cosas. Las muertes del “Mono Jojoy” y “Cano” (en operativos planeados por Uribe al final de su gobierno). El atentado contra el exministro Fernando Londoño Hoyos del que culparon a la “extrema derecha”. La expedición del Marco Jurídico para la paz, el nombramiento de un Fiscal dedicado a promover la impunidad para criminales de guerra y de lesa humanidad. El presidente, gran relacionista, ha ganado buenos aliados en las altas Cortes con su “mermelada”. En su campaña reeleccionista arrasó con el pudor y la vergüenza al invertir jugosas sumas en publicidad oficial.

Ahora está tramitando una reforma dizque para el equilibrio de poderes. Entre un artículo y otro hay verdaderos orangutanes como el de que se apruebe un referendo para ratificar la paz y se pase por la faja el control de constitucionalidad que habría que hacer en todo lo que se está cediendo, la eliminación del fuero del Contralor y del Procurador (para completar la captura de todos los poderes).

El presidente ha debilitado la Fuerza Pública provocando varias crisis en el Alto Mando que ha dejado por el suelo a los mejores guerreros de la institucionalidad.

Una Oposición estigmatizada como enemiga de la paz, un Ejército con sus altos mandos investigados por la Fiscalía, unos magistrados cooptados, otros cebados. Unos medios incondicionales que temen perder la pauta publicitaria oficial. Los partidos de la Unidad Nacional que renunciaron a la defensa del Estado y la democracia y prefieren hacerle la guerra a Uribe y al Centro Democrático. Y unas elites económicas, con honrosas excepciones, carentes de sentido del olfato para descubrir que los están llevando al matadero.

Todo este entramado, a la manera del rodaje de una película, se ha impuesto con el método de los hechos cumplidos. De a pocos, sin librar batallas teóricas o ideológicas, maniobrando con astucia, dando golpes bajos  y arteros, diciendo una cosa y haciendo lo contrario, enviando mensajes de reconciliación a Uribe mientras lo ataca por otros lados. Periodistas supuestamente independientes caen de bruces en el lodazal de la mermelada oficial. Por eso dejan de ser creíbles Coronell, Arismendi, Yamit, el cuñado Pombo y el sobrino que dirige la revista Semana.

Cabe pues preguntar ¿hacia dónde nos conduce el presidente al acrecentar las expectativas de una inminente firma de la paz en lo que resta de este año?

Lo que se viene para el país no es nada agradable ni positivo para nuestra imperfecta y débil democracia. Un arreglo que llamarán Paz, concertada a la medida de una guerrilla crecida y arrogante, que poblará la vida nacional de aparatos, comisiones y leyes, sin penas de cárcel ni entrega de armas y con un andamiaje de estímulo de las luchas sociales y de masas en el marco de lo que llaman “democracia directa” que significa agitación y movilización permanente para agudizar las contradicciones del régimen, presionar por el cumplimiento de los acuerdos y exigir más y más y más.

Mientras tanto, instituciones legales y funcionarios públicos perderán poder y capacidad de ejercer y gobernar, expectantes e impotentes ante el espectáculo de un país entregado a las minorías de vanguardia. Lenin no la hubiera tenido tan fácil.

Será el final de una etapa e inicio de la segunda, la “transición”.

Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc

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viernes, 24 de octubre de 2014

RUBEN DARIO ACEVEDO CARMONA, LOS ACUERDOS DE LA DISCORDIA, AHORA COLOMBIA

En el Acuerdo de Participación Política firmado por el Gobierno Nacional y las FARC encontramos demasiadas coincidencias que suscitan hondas preocupaciones por su alcance político y afectación del ordenamiento constitucional. Enumeraré 16 que merecen mayor debate.

1. En el punto 2.1.1.1 se consagra la constitución de una Comisión de Garantías (una entre muchas en los otros Acuerdos) con participación de expertos y de representantes de movimientos sociales para la expedición de un Estatuto de la Oposición. Aquí se está desconociendo una función esencial del Congreso en franca violación de la Constitución.

2. Se estipula la creación de un “Sistema Integral de Seguridad” para el ejercicio de la política que se encargue de trazar políticas de tolerancia, convivencia y solidaridad. Tendrá un “Mecanismo de control interno” que se basará en principios de soberanía, no intervención y libre determinación de los pueblos. Entendemos que estos principios son reivindicados por Estados constituidos y reconocidos, no por partes de un conflicto interno, a no ser que se le otorgue carácter de Estado a la guerrilla. La guerrilla podría presentarse como un Estado dentro del Estado.

3. Se creará una “Instancia de Alto Nivel” (más comisiones, camino a una parainstitucionalidad y paraestatalidad) que ponga en marcha el “Sistema Integral de Seguridad para el ejercicio de la política”, que contempla entre otras tareas y responsabilidades, la revisión del Marco Normativo para los delitos contra los políticos, en especial los surgidos del Acuerdo. Otra suplantación del Congreso que irá quedando como rey de burlas.

4. Se creará un “Sistema de Alertas Tempranas” para la protección de los elegidos por las FARC a cargos de representación política. El Estado colombiano se despoja de esta responsabilidad y se deja meter en otro organismo paraestatal.

5. En el espíritu del anterior punto, se creará otro “Sistema de Planeación, Información y Monitoreo” del “Sistema…” con participación de delegados de ONG internacionales. El Estado declina su deber y lo pone en manos de ONG de común acuerdo con las FARC.

6. Como si las anteriores no fuesen suficientes, se acuerda crear una “Comisión” (otra) de seguimiento y evaluación de desempeño del “Sistema Integral de Protección”.  Imaginemos el enredo, los reclamos, los desajustes, los encontrones y las denuncias permanentes que saldrán de este aparataje.

7. Se creará un Comité (que es lo mismo que una comisión) de investigación de los delitos contra la política y especialmente contra la oposición. De nuevo el Estado es suplantado.

8. Se expedirán medidas para el fortalecimiento, reconocimiento y  empoderamiento de los movimientos sociales. Aflora aquí la idea de democracia directa tan cara a los populistas, como si la Constitución no reconociera los derechos a la protesta, a la huelga y demás. La guerrilla apunta a crear un poder de las masas, callejero y levantisco.

9. Se presentará un proyecto de ley de garantías y promoción de la participación ciudadana y de los movimientos sociales (emanado de alguna comisión). Más leyes y aparatos en función de la movilización permanente de las masas.

10. Se Creará un “espacio” y un “mecanismo” de diálogo con voceros de organizaciones y movimientos sociales. Como si el Estado tuviera la obligación de “unir y coordinar” dichos movimientos. Más “democracia directa” que significa confrontación permanente.

11. Creación de una Comisión (otra) para elaborar normativa de garantías para los movimientos sociales y convertirla en “política pública” (otro encontrón con la Constitución a la que habría que ajustar con este esperpento).

12. El punto 2.2.3 (página 10) Estipula la concesión de medios de comunicación (emisoras, canales de tv, periódicos) a las comunidades y a los movimientos sociales en especial a los de las zonas de mayor conflicto. Por supuesto, donde las guerrillas tienen su influencia.

13. Se creará un “Consejo Nacional de Reconciliación y Convivencia” con secciones regionales y veedurías ciudadanas. Así, el país irá quedando en manos de todos estos organismos conformados a partes iguales. Lo que existe ya no servirá para nada.

14. Se revisará la conformación y las funciones de los Consejos Territoriales de Planeación. Esto equivale al proceso de desmonte de las instituciones que para el efecto ya están establecidas. El gobierno accede a incluir modificaciones que alteran el sistema de gobierno que dependerá de las presiones de la nueva institucionalidad ligada a los movimientos sociales donde residirá, de hecho, el nuevo poder, el poder popular.

15. Se procederá a una “Reforma del Régimen y Organización Electoral (página 17) que expedirá el estatuto de la Oposición en el que se entiende que las guerrillas serán esa oposición. ¿En que queda el Consejo Electoral?, ¿cambiarán las circunscripciones electorales?, ¿Eso no tiene que ver con la Constitución y con el Congreso?

16. El punto 2.3.6 (página 18)  habla de la creación de “Circunscripciones Territoriales de Paz”. Este es una de las concesiones más riesgosas para el país puesto que garantiza la presentación exclusiva de candidatos de las guerrillas en sus zonas de influencia, una violación flagrante de la estructura democrática.

Después de leer con detalle este Acuerdo, se entiende perfectamente que sí se han hecho enormes e innecesarias concesiones a las FARC, de tal suerte que sin decirlo y sin reconocerlo, se cambian las formas de la democracia y, por ende, la Constitución vigente. El preámbulo del Acuerdo expresa de una forma en apariencia inofensiva una filosofía entreguista puesto que acepta pulir y ajustar la noción de democracia con una organización terrorista: “La construcción y consolidación de la paz… requiere de una ampliación democrática que permita que surjan nuevas fuerzas…Es importante ampliar y cualificar la democracia como condición…de la paz…La firma e implementación del Acuerdo Final contribuirá a la ampliación y profundización de la democracia…” Las FARC terminan dictando lecciones de democracia.

Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc       

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sábado, 6 de septiembre de 2014

ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA, SANTOS, EL TARTUFO

            Que era un patiquín que no saldría a la calle sin peinado y maquillaje, lo sabemos de toda la vida. Cada cual es dueño de sus ambiguas viscosidades. Que era un lameculos dispuesto a jugarse el todo por el todo para complacer a quien, en muy mala hora, lo encumbró al Poder, lo supimos cuando llevó a sus últimos extremos las órdenes que le impartiera quien manejaba la alcabala que le abriría las puertas del palacio Nariño, incluso dispuesto a invadir un territorio extranjero en donde sabía no encontraría una verdadera oposición. Que fue el Libertador el primero en clasificar al Ecuador de republiqueta. 

EL IMPOSTOR
Que era un siniestro tartufo de lucido aprendizaje en las mazmorras de la policía política, lo aprendimos cuando después de asesinar a Raúl Reyes secuestró las informaciones que podían alfombrarle la entrada a la presidencia, maniatar a Chávez y sobarle el lomo a Fidel Castro al que, como toda la clase política colombiana, le ha lamido las entre suelas.

            Cuando se negó a entregarle Makled, el Kingspin, a la DEA supimos que su inescrupulosidad y su maquiavélico afán de poder iba tan lejos como estar dispuesto a enconchavarse con el chavismo y aliarse con las FARC. Y cuando la miopía colombiana lo reeligió y perdió todo freno, llegó al extremo de acostarse con Timoschenko y Raúl Castro sin hacerle asco a los viejos compromisos con Álvaro Uribe. Finalmente, si una hechura del Islam gobierna en los Estados Unidos y antes se chorrea que enfrentarse al castrocomunismo, ¿por qué no habría el patiquín de la burguesía neogranadina abrazarse con los socios de las narcoguerrillas colombianas?

            El colmo acaba de suceder: ansioso por granjearse las simpatías de la satrapía venezolana y darle una sobadita de lomo al tirano habanero, decide pisotear todos los compromisos internacionales y ultrajar los más elementales derechos humanos expulsando de Colombia a un joven luchador por la libertad y la democracia como Lorent Saleh. Se iguala en hombría y decencia al pedófilo nicaragüense, que impide la entrada al país a uno de los más notables diplomáticos venezolanos, Milos Alcalay.

            Así, Daniel Ortega y Juan Manuel Santos, Fidel Castro y Timoschenko comen del mismo plato y ultrajan los mismos principios. Todo sea en bien de una dictadura de mala muerte que aún puede seguir siendo ordeñada. Una buena lección para aprender hacia el futuro. Humillaciones y traiciones de este calado no se olvidan fácilmente. Ya llegará el momento de las cuentas. Prohibido olvidarlas.

Antonio Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
‏@Sangarccs

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domingo, 17 de agosto de 2014

DARIO ACEVEDO LOS INTELECTUALES Y EL PAÍS, AHORA COLOMBIA,

Nadie que posea algún grado de ilustración debería ser ajeno al debate en curso entre dos destacados intelectuales, Eduardo Posada Carbó y Mauricio García Villegas en torno a la visión que se tiene del pasado y el presente de Colombia.

El primero desde su columna en El Tiempo y el segundo desde la suya en El Espectador, controvierten sobre los primeros años de vida republicana e independiente y en un salto prodigioso, pero lógico, al significado del momento presente signado por las negociaciones de paz.

El historiador Posada en su último libro, La nación soñada, adelanta una profunda crítica a una historiografía nacional que se ensaña en propagar la visión de un pasado violento, poco o nada democrático, gobernado por líderes irresponsables y oligárquicos. Consecuente con ello, plantea la necesidad de mirar con ojos menos trágicos y reduccionistas nuestro pasado, que sintetizaría, en aras de la brevedad de este escrito, en que ni todo ha sido color de rosa ni todo ha sido un desastre como se desprende de las generalizaciones.

García Villegas, jurista y docente, lanzó varias afirmaciones de esas que no por comunes dejan de ser bastante problemáticas: comparte la calificación de los primeros años de vida independiente como “Patria boba”, dice que Colombia carece de mito fundacional y que ese vacío puede ser llenado con la firma la paz entre el gobierno Santos y las guerrillas. Omite que en aquellos años, Europa y América emergían a la democracia y en Colombia apenas sembrábamos semillas de identidad.

Para llegar a donde quiero, me parece necesario advertir que en este debate está en liza la percepción que tenemos sobre el pasado y el presente del país. Imposible no hacer alusión a la visión negativa que la generación de mediados de los años sesenta hasta los ochenta convirtió en dominante en contraposición a la épica y legendaria Historia Patria. Aparte de textos académicos que enriquecieron el saber, pulularon otros con aire político con los que nos alimentamos jóvenes ávidos de torcer el contenido y el rumbo de la Historia. Por supuesto, para hacer la revolución era menester subvalorar y hasta despreciar las instituciones que nos rigieron. A la luz de las interpretaciones marxistas nada era defendible, solo el cambio radical de las estructuras sociales nos llevaría a cambiar la narrativa del pasado.

A raíz del fracaso del experimento comunista y el desgaste de la religión civil marxista, se produjeron algunos cambios en el mundo académico y político sobre los problemas de la sociedad, sobre la tragedia que significa predecir el futuro lejano, el recurso a la violencia y las limitaciones del radicalismo. Recobró fuerza y legitimidad la política de la reforma como método para alcanzar la solución de problemas concretos.

Sin embargo, ese fracaso parece no haber afectado mayormente a ciertos núcleos de la intelectualidad y de la política colombiana. Seguimos sufriendo el accionar de unas guerrillas ya anacrónicas y pervertidas por el narcotráfico y el terror nacidas en tiempos revolucionarios, pero miradas aún con complacencia teórica y sociológica.

De otra parte, en el mundo del pensamiento se mantiene una forma de ver los problemas de la sociedad y de la política nacional,  casi en los mismos términos de la época de auge del marxismo, que soslaya el triunfo de la filosofía liberal sobre el materialismo histórico. Es extraño que no se haya producido un cierre de cuentas con la teoría que fracasó como alternativa a la sociedad capitalista y a la democracia “burguesa”. La retórica y la analítica tienen muchas similitudes con esa doctrina cuyos seguidores se enmascaran en causas ecológicas, humanitarias y antiglobalización.

Esa pervivencia se aprecia, por ejemplo, en afirmaciones poco matizadas respecto de aquellas de los años setenta cuando nos enseñaron y luego enseñamos que en Colombia no había democracia, que votar era apoyar la tiranía que el que escruta elige, que Colombia era una dictadura gobernada por 14 familias, etc. No diré, como pueden pensar algunos, torcidamente, que somos el paraíso terrenal.

Circulan tesis de las que se puede colegir que no vale la pena defender nada en el país, nada es nada. Y cuando así se piensa, cobran validez tesis como la esgrimida por García Villegas según la cual, el mito fundacional que nos hace falta para encuadrar en la teoría de la hechura de la nación, es la firma de la paz con unas guerrillas que no nos representan aunque sí nos hacen sufrir demasiado. O la que escribió doña Aura Lucía Mera “Si no fuera por Hollman Morris… jamás los colombianos nos hubiéramos enterado de lo que realmente ha sucedido y sucede en este país amnésico, frívolo, que no quiere enterarse de nada, ni que le recuerden la historia” ¡Morris, el nuevo libertador cual Simón Bolívar!, Mera nos “recuerda” que somos tan violentos que “Hemos aprendido geografía a través de las masacres y ataques demenciales de guerrilleros, paramilitares, ejército y bandas delincuenciales” (El Espectador, 5/08/2014) como si fuese lo mismo ser soldado que guerrillero, paramilitar o mafioso, o defender las instituciones que atacarlas.

Nuestro pasado, con todo lo trágico, imperfecto e injusto que ha sido y es, se despacha con diatribas e inculpaciones colectivas “todos somos culpables” que se clavan como puñaladas en la yugular de nuestra autoestima.

El columnista Ricardo Silva nos dice como igualar al ciudadano común y corriente con los violentos y criminales de todos los pelambres y a Ernesto Samper con otros expresidentes “El gran reto que nos espera es desacostumbrarnos al fanatismo, a la brutalidad: el gran desafío de nuestra sociedad es hacernos conscientes de nuestra propia violencia. Breve resumen del desastre: el Estado colombiano… se ha pasado los últimos veintitantos años tocando y cavando fondo. (ET 8/08/2014).

Más  les valdría haber transcrito esta estrofa del tango Cambalache: “Es lo mismo el que trabaja/ noche y día como un buey/ que el que vive de los otros/ que el que mata que el que cura/ o está fuera de la ley”.

Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc

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FERNANDO OCHOA ANTICH, EL RETO DEL PRESIDENTE SANTOS, CASO COLOBIA

El discurso de Juan Manuel Santos, en el acto de juramentación ante el congreso colombiano, fue, a mi criterio, exageradamente optimista. Llamar a la unidad de los colombianos  “con el fin de trazarse una meta en la que todos nos podamos comprometer: ser en el 2025 un país en paz total, un país con equidad y el más educado de América Latina”, pareciera ser posible, ya que Colombia muestra unas cifras macroeconómicas realmente positivas; pero, lo que me pareció totalmente fuera de la realidad  fue plantear, que ”llegó la hora  no sólo de avanzar en las metas inmediatas sino de que pensemos y nos repensemos como nación, de repensar el contrato social que hemos heredado y las instituciones y políticas que nos han regido”, sin considerar la  complejas circunstancias políticas que debe enfrentar su gobierno.

La grave situación política que vive Colombia se pudo percibir claramente durante el acto de juramentación. Un número importante de senadores y de representantes no aplaudieron las palabras del presidente Santos en muestra de rechazo a su gestión. El asunto tomó mayor importancia al conocerse que el ex presidente Álvaro Uribe y la bancada de su partido Centro Democrático se había retirado del acto “como una muestra simbólica, en consecuencia con la posición crítica del uribismo al gobierno de Santos, y no en desprecio a la democracia ni a la constitucionalidad”, ratificó el senador Alfredo Rangel. Por su parte el santismo planteó, a través del senador Roy Barreras, lo siguiente: “desprecio ofrecieron, desprecio tendrán en las plenarias de aquí en adelante”. Definitivamente, un enfrentamiento de graves consecuencias.
Además, durante la intervención del presidente Santos, resaltó las delicadas complicaciones que enfrentan las negociaciones de paz: “aquí quiero hacer una advertencia: los hechos de violencia  de las últimas semanas son una contradicción inaceptable, y ponen en riesgo el mismo proceso… Y mucho menos se entiende que sigan causando víctimas civiles, incluyendo niños, como ocurrió en Miranda. La paciencia de los colombianos y de la comunidad internacional no es infinita. Señores de la FARC: ¡están advertidos¡” Hay otro elemento a considerar: las recientes declaraciones de Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timochenko, quien afirmó: “tras un acuerdo de paz, Colombia no seguirá siendo la misma” en medio de fuertes críticas al gobierno estadounidense, a los militares, a los medios de comunicación y a la clase política.
El presidente Santos tiene ante sí un complejo reto que le exigirá una importante habilidad política: primero, deberá fortalecer la contradictoria alianza que le permitió el triunfo electoral; segundo, tendrá que construir, de alguna manera,  un real acercamiento con el urubismo; tercero, deberá entender que el enemigo ideológico a vencer son los sectores de izquierda radical que, de manera natural, se fortalecerán con el éxito de las negociaciones de paz.  Me angustia observar el creciente incremento de las tensiones entre los presidentes Uribe Y Santos. De continuar por ese camino, Colombia pondrá en riesgo la estabilidad de su sistema político. Recuerden, lo que ocurrió en Venezuela. El enfrentamiento surgido entre los presidentes Pérez y Lusinchi debilitó las bases de nuestro sistema democrático, facilitando el triunfo electoral de Hugo Chávez… 

Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
@FOchoaAntich

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jueves, 24 de julio de 2014

ANDRÉS HOYOS, EL RETORNO DE LA ECONOMÍA POLÍTICA, DESDE COLOMBIA,

Tengo varios amigos economistas y, aparte del respeto que me inspiran, solía tenerles envidia. Hoy ya no estoy seguro de que quisiera estar en los zapatos de la mayoría de ellos.

La devaluación de mi envidia proviene de que en tiempos recientes la disciplina ha sufrido, con escaso lapso entre uno y otro, tres fuertes golpes que afectan otros tantos pilares de su prestigio. El primer golpe lo dio China, un país que violando la mayor parte de los principios que la ortodoxia (generalizo para saltarme una digresión) había establecido como inviolables logró tasas de crecimiento casi absurdas durante treinta años. No, los grandes gurús no podían explicarlo y pronosticaron sucesivas debacles que nunca llegaron. El segundo golpe lo dio la Gran Recesión de diciembre de 2007, una crisis no ya en China, sino en los países desarrollados, que prácticamente ninguno de esos mismos gurús previó o incluso consideró posible. El tercer golpe fue la reciente publicación en inglés del libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, que reabrió por ahí la mitad de las discusiones que la ortodoxia consideraba cerradas, reviviendo la noción de “economía política”, cuyo largo entierro había sido meticulosamente celebrado, sobre todo en Estados Unidos, junto al del cadáver de Marx, que era lo primero que querían enterrar.
Ahora resulta que la economía no es la ciencia casi exacta de la que muchos se jactaban, sino una ciencia social, es decir, una disciplina rigurosa aunque inexacta e impredecible por naturaleza. Lo obvio, antes olvidado, ahora vuelve a ser obvio: no existe ninguna decisión económica de peso que sea exclusivamente técnica o que se vuelva tautológica a causa de unas fórmulas matemáticas brillantes; hay decisiones más o menos afortunadas, más o menos útiles, mejor o peor calculadas, pero todas las de importancia en últimas tienen un componente político que las inscribe en el flujo de la historia.
Ojo que lo anterior no significa que la heterodoxia, ni siquiera la muy sólida de Piketty, ofrezca fórmulas infalibles. Lo que sí quiere decir es que los argumentos de autoridad se debilitaron. Un ejemplo, entre cientos, puede ser: las reservas internacionales de un país como Colombia se invierten en bonos del tesoro americanos, los cuales rinden algo más del uno por ciento anual, mientras que los endowments de Harvard, Yale y Princeton han rendido, con todo y Gran Recesión, 10,2% en promedio y tras descontar la inflación a lo largo de treinta y tantos años. ¿Es obligatorio por razones técnicas tratar las reservas del país como se han venido tratando? No. ¿Hay que invertirlas como los fondos de Harvard? Tampoco. ¿Hay que repensar ese y muchos otros problemas? Desde luego.
Quisiera explicarme mejor diciendo que tengo amplia envidia disponible para aquellos economistas que empiecen a dudar en serio de la ortodoxia, sin por ello pasarse a la contraria. Toda ortodoxia es una heterodoxia que un día se aburrió de pensar. La duda, como ya lo sabía Sócrates, conforma junto con la curiosidad el más potente motor del pensamiento. Porque así como algunos andarán de luto mesándose los cabellos ante las “locuras” que se pueden empezar a cometer en política pública y pasan horas tratando de detectar algún error menor en las cuentas de Piketty, otros dicen: abanicos a la porra, que llegaron las brisas. Levantada la veda de la innovación teórica y práctica, lo que hay es tema.
Andres Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes

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