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jueves, 10 de septiembre de 2015

ELSA CARDOZO, AGRESIVIDAD SORDA

La vieja tesis de que las democracias son menos agresivas y los autoritarismos son más ... La vieja tesis de que las democracias son menos agresivas y los autoritarismos son más proclives a hacer la guerra ha sido objeto de muchas revisiones. 

Una de las más interesantes concluyó que las democracias inestables son particularmente agresivas y, la verdad, es que desde hace rato habría que añadir que esa agresividad –generadora de tensiones internacionales, no necesariamente de guerras– ha sido el signo de los neoautoritarismos que con ropaje democrático se multiplicaron al finalizar la Guerra Fría.

Por estos lados, ante insuficientes reformas políticas y desencanto con las económicas, reaparecieron en el tránsito entre los siglos XX y XXI líderes carismáticos con propuestas refundadoras que, en nombre de una mayor participación popular, desestimaron los componentes liberales de representación, contrapesos y alternancia de la democracia. Ganado el gobierno en elecciones, unos cuantos impulsaron reformas constitucionales centralizadoras, concentraron poder en la presidencia y bregaron la reelección inmediata y hasta indefinida mientras, en consecuencia, se desvirtuaba la competencia electoral con condiciones crecientemente adversas para los opositores. Tras más de una década de experimentos refundadores, los índices internacionales más respetables que evalúan todos esos aspectos (en tiempos en los que la democracia se resiente en toda la región), colocan precisamente a Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia en los puestos más cercanos al autoritarismo, es decir, a Cuba.

En los cuatro casos, a la deliberada erosión de la democracia la acompañaron estrategias para cultivar apoyos internacionales que permitieran a los gobiernos distanciarse, desvirtuar y desafiar los acuerdos de protección de la democracia y los derechos humanos. En la conjunción entre los atropellos a la democracia y la disposición de recursos económicos extraordinarios para costear alianzas y desplantes, Venezuela se convirtió en el caso más extremo de estridencia y disposición a la confrontación exterior. Ahora, ante la merma de recursos que ofrecer, realizaciones que mostrar y legitimidad interior que alegar, recrudece una sorda agresividad internacional.

Primero fue con Guyana, con la campaña para dar la vida por la reclamación, para finalmente apagar los micrófonos, dar vueltas por el Caribe en plan de reducir daños y tratar de recuperar apoyos en tiempos de sequía para la petrodiplomacia.

Luego ha sido la escalada con Colombia, mucho más agresiva, verbalmente y en acciones cargadas de arbitrariedad, generadoras de una inocultable emergencia humanitaria imposible de acallar a voluntad. Desde Caracas se han descalificado informes y expresiones de preocupación internacional a la vez que evadido –viaje a China mediante– cualquier encuentro bilateral y debate multilateral sustantivo, no solo en la OEA sino también en la Unasur.

Así son los altos costos y riesgos en los que el gobierno venezolano está dispuesto a incurrir (y quiere que se sepa dentro y fuera de Venezuela), antes que asumir su parte de responsabilidad y las acciones necesarias para superar la debacle económica; antes que dejar fluir con el necesario respeto y normalidad el proceso electoral y permitir su debida observación. Así es también la debilidad no solo material sino moral y estratégica, que en su escalada de agresividad ha evidenciado la pérdida de apoyos internacionales incondicionales y de capacidad para moverse en un contexto internacional que se ha vuelto tremendamente complicado, hasta para los que lo hacen bien.

Elsa Cardozo
elsacardozo@gmail.com

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domingo, 22 de septiembre de 2013

ELSA CARDOZO, ENTRE FIDEL Y RAÚL

Ya Venezuela y Cuba no marchan en la misma dirección. Así lo escribe Américo Martín en las últimas páginas de Huracán sobre el Caribe (UCAB, 2013) cuando contrasta la persistencia del impulso estatizador del régimen venezolano con las reformas “desestatizadoras” de la economía que de modo lento e ineficaz ha echado a andar el sucesor de Fidel Castro. 

Eso no niega, como lo escribe quien ha estudiado y vivido muy de cerca los viejos y nuevos cruces en las historias de los dos países, que en ambos se mantenga la hostilidad hacia el pluralismo político y que los dos estén “en el umbral de una era de dificultades que pueden llegar a ser inmanejables”.

A esas consideraciones finales nos conducen con peculiar fluidez, entre las precisiones y los juicios que se puede permitir el buen conocedor, los quince capítulos de este libro. Sus páginas atraviesan las tramas que rodearon la salida de Fidel Castro y el ascenso de su hermano Raúl al poder sobre una economía en ruinas. Entre uno y otro, la consigna “patria o muerte” se transformó en “ahorro o muerte”.

Para comprender el origen del derrumbe, reiteradamente atribuido al bloqueo, esta lectura ilumina otros problemas de fondo. Por una parte, el pobre aprovechamiento de los cuantiosos subsidios –soviético por treinta años y venezolano, que se acerca a los quince– para hacer productiva la economía de la isla. Y, detrás de esa dependencia crónica, la figura de Fidel Castro; como nos dice Américo Martín: “Invencible en el arte de hacer promesas infladas”, siempre inclinado a “convertir decisiones económicas importantes en grandes jornadas propagandísticas” cargadas de militarismo y cada vez más temeroso de una “perestroika” en Cuba, de que la revolución no fuera irreversible, como había hecho acuñar en la Constitución.

Con signos inocultables del derrumbe, después del auge y la caída de varios “delfines”, el poder pasó a manos del menos viejo de los Castro, ya octogenario. Manos abiertas para los inversionistas y entreabiertas para algunos gestos políticamente apaciguadores, como las consultas para preparar los “Lineamientos de la política económica y social” entre 2010 y 2011 y la liberación de presos políticos en entendimiento con la Iglesia, hasta cierto punto y momento. Porque en materia de reformas políticas el puño se mantiene bien cerrado.

La lectura de Huracán sobre el Caribe asoma interesantes preguntas sobre la transición cubana, a cargo del mejor representante de la vieja guardia, que ha hablado de “cambiar la paralizante mentalidad excesivamente conservadora” pero que ha colocado en primera línea a contemporáneos suyos –entre otros, Ramiro Valdés– vinculados a la represión del “quinquenio gris”, tan benignamente bautizado. A la vez, es visible la incorporación de cuadros emergentes cercanos a Raúl Castro sometidos a escrutinio para el relevo, como es el caso del vicepresidente Manuel Díaz-Canel. Otra pregunta, sobre la que Américo Martín nos ofrece su perspectiva, se refiere al impacto social y político de las reformas, no obstante su lento ritmo y muy limitado alcance, sobre un país tremendamente empobrecido.

Al volver sobre las primeras líneas de estos comentarios no es difícil concluir que incluso frente a la Cuba que se caracteriza en Huracán sobre el Caribe, el régimen venezolano –tan atado a la Venecuba de Hugo Chávez y Fidel Castro– se nos presenta estancado en el derrumbe y empeñado en hacerlo irreversible.

ecardozo@neblina.reacciun.ve

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lunes, 29 de julio de 2013

ELSA CARDOZO, CABOS (NO TAN) SUELTOS, CASO CUBA CANAL DE PANAMA


Las autoridades panameñas pasaron varios días escarbando la montaña de sacos cargada en el Chong Chon Gang para encontrar contenedores con viejo y abundante material militar. Entrega tan azucarada como ilícita, de Cuba a Corea del Norte. Leídas desde nuestro patio las noticias sobre este caso, resuenan dos observaciones. 

Ante el equipaje soviético, un inevitable déjà vu: la irresponsabilidad de Fidel Castro cuando, inconforme ante el arreglo pacífico de la crisis de octubre de 1962 entre Nikita Kruschev y Jonh F. Kennedy, insistía en la utilización de misiles nucleares contra Estados Unidos desde Cuba. La otra observación: las semejanzas entre dos regímenes históricamente tan diversos como los de los Castro y la dinastía Kim: dos burbujas de anacronismo y opresión siempre necesitadas del pretexto de la amenaza exterior e incapaces de producir por sus propios medios progreso y bienestar para su gente; excepción hecha, por supuesto, de los medios que generosamente se concentran en sostener la cúpula del poder.

Después de idas y venidas de altos funcionarios de gobierno, chinos y venezolanos, fueron anunciados en febrero catorce nuevos acuerdos de cooperación bilateral con los que se sumarían 10 millardos de dólares adicionales a los ya acordados con Pekín; el total, se dijo entonces, eran 38 millardos de dólares. Después de 5 meses se habla de la negociación de un nuevo préstamo por 5 millardos de dólares, muy próximos a lograrse. No está claro si esos millardos se sumarían a los 10 de febrero o directamente a los fondos de antes que, se dice ahora, totalizan cerca de 36 millardos. Tampoco nos son dadas a conocer a los venezolanos las garantías otorgadas al Gobierno chino, seguramente aumentadas ante la sucesión de escándalos de corrupción y denuncias de incumplimiento en el manejo de los fondos. Lo que sí está claro es que hay una hipoteca de recursos que evidencia nuestra enorme vulnerabilidad y acelerada pérdida de capacidad ya no digamos para producir, sino siquiera para negociar la oportuna importación de bienes esenciales de consumo.

Ocurrió en los mismos días en que, por tercera o cuarta vez en quince años, se relanzaban las relaciones con Colombia. En medio de un acto militar y rodeado por oficiales activos y retirados en uniforme, el presidente Nicolás Maduro anunció una política de “tolerancia cero” frente a Estados Unidos. Allí mismo insistió en que se estaba desplegando un sistema nacional de defensa antiaérea. Lo cierto es que las formas y el discurso que emulan poco menos que una suerte de ultimátum son fundamentalmente para el público venezolano que lo quiera oír. Al imperio, que, al fin y al cabo, recibe menos descalificaciones y ofensas que las que no cesan de dirigirse al liderazgo democrático, ya se le hizo llegar la señal para el reacomodo.

Quizá una lista de palabras y frases clave ayude a atar estos cabos sueltos: anacronismo, deshumanización, irresponsabilidad, militarización, ineficiencia, opacidad en las cuentas, necesidad de divisas, vivir de prestado, escasez de bienes y derechos, abundancia de cuentos, azúcar fuera y armas dentro.

ecardozo@neblina.reacciun.ve

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