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miércoles, 23 de abril de 2014

JOSE LUIS MENDEZ LA FUENTE, PLAZA DE LAS TRES CULTURAS, PLAZA DE ALTAMIRA, ETC

Los hechos ocurridos en Venezuela durante estos dos últimos meses, traen a la memoria de manera casi forzosa, aquellos otros del 2 de octubre del año 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de Méjico, diez días antes del inicio de los Juegos Olímpicos, donde murieron cientos de estudiantes, y que pasaron al lado oscuro de la historia con el nombre de la matanza de Tlatelolco.

El gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz, del PRI, quería lógicamente que las olimpiadas mejicanas, las primeras de un país de habla hispana, fuesen un éxito y por ello en materia de seguridad interna puso algo más que su empeño. Sin embargo, ciertos disturbios, al principio sin importancia, que empezaron en el mes de julio de 1968 con un partido de fútbol entre dos escuelas y que terminó en una riña, se fueron enturbiando con la participación de la policía al disolver la turba y detener a varios estudiantes en el interior de las instalaciones académicas. La respuesta a la represión policial, no se hizo esperar y varias instituciones educativas suspendieron sus actividades. La aparición del ejército y su actuación posterior entrando a los campus, utilizando incluso armas de guerra, no solo agudizo la situación sino que la generalizó. El 30 de julio de 1968, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra en Ciudad Universitaria, condenaría públicamente los hechos, izando la bandera mexicana a media asta y con un emotivo discurso se pronuncia a favor de la autonomía universitaria, exigiendo la libertad de los presos políticos, esto es, de los estudiantes detenidos. Ese mismo día encabezaría la marcha por la avenida de los Insurgentes, donde surge un lema muy común utilizado por el movimiento estudiantil, ¡Únete pueblo!
 Durante los meses de agosto y septiembre se producen varias protestas populares, entre las que destacan la multitudinaria marcha del día 26 de agosto hacia la Plaza de la Constitución, donde se ubica el Palacio Nacional, sede del Ejecutivo, en la que se insulta abiertamente al presidente de Méjico, y la del  13 de septiembre,  conocida como “La marcha del silencio“, por ir  los manifestantes con pañuelos en la boca.
A mediados de septiembre el ejército tomó la UNAM. En la tarde del 2 de octubre, un día después de la salida del ejército de la Ciudad Universitaria, unas diez  mil perosnas, entre las que se encontraban, estudiantes amas de casa, obreros, profesores universitarios y miembros del Batallón Olimpia  infiltrados en la manifestación, cuyos integrantes iban vestidos de civiles con un pañuelo o guante blanco en la mano izquierda, se concentraron en la Plaza de las Tres Culturas en el barrio de Tlatelolco, bajo la mirada vigilante del ejército apostado en las calles de la ciudad, en esta ocasión por temor a que fuera asaltada la Torre de Tlatelolco donde estaba la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En medio de arengas y de discursos, de repente surgieron en el cielo unas luces de bengala que hicieron que los concurrentes dirigieran automáticamente su mirada hacia arriba. Fue cuando se oyeron los primeros disparos, que muchos creyeron eran de salva. El fuego intenso duro casi media hora. Venían de todas partes y de todas partes cayeron cuerpos. Durante toda la noche se allanaron residencias y detuvieron a miles de personas. La versión oficial que mantuvo la cifra de 44 muertos, le echo la culpa a provocadores armados, ubicados en los edificios que rodeaban la plaza, como los iniciadores del tiroteo. Algunos periodistas, testigos presenciales, estiman que la cifra pudo haber sobrepasado las 300 víctimas. Varios escritores mejicanos plasmaron los hechos, siempre negados oficialmente, en varias obras, como Elena Poniatowska y el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz quien cita, en Posdata, el número que el diario inglés The Guardian, tras una investigación cuidadosa, considera como el más probable, 325 muertos.
En la serie de fotografías publicadas en la revista Proceso y en el diario El Mundo aparece cómo los estudiantes detenidos, algunos integrantes del Comité Nacional de Huelga, fueron torturados por el ejército y los hombres del guante blanco, en los sótanos del Edificio Chihuahua, presuntamente por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien sería presidente dos años más tarde. Este último y algunos de los generales que habían coordinado la operación y dictado órdenes directas fueron juzgados y condenados en primera instancia, Echeverría quien había confesado haber solicitado la salida a la calle del ejército para mantener el orden y quine reconoció 29 años más tarde, ante un comité de la verdad conformado por el Congreso mejicano, que los estudiantes estaban desarmados, fue absuelto posteriormente.
Desde hace algo más de una década, se sabe la relación del gobierno los Estados Unidos con los eventos del 68, al publicar en octubre del 2003, la Universidad George Washington documentos de la CIA, el Pentágono, el Departamento de Estado, el FBI y la Casa Blanca. Según la CIA, el gobierno mexicano "arregló" con el líder estudiantil Sócrates Campos Lemus una acusación contra dirigentes políticos disidentes, entre los que se encontraría Carlos Madrazo, de apoyar el movimiento estudiantil, con el propósito de dividirlo y acabarlo.
La historia siempre es historia; pueden cambiar las ciudades, las plazas y los nombres de los personajes, pero los hechos casi siempre se repiten.
Jose Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1

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martes, 15 de octubre de 2013

JOSE LUIS MENDEZ LA FUENTE, YO NO QUIERO PUEBLO

La palabra pueblo  en frases como “Hoy tenemos pueblo”, “Yo no pido la reelección, quien la pide es el pueblo”, “Yo estaré aquí hasta que Dios quiera y hasta que el pueblo mande”, “Yo ya no soy yo. Yo soy el pueblo", “iré con el pueblo a recuperar Sidor” o “Llamo al pueblo a no tolerar la corrupción”,  etc., ha sido la muletilla, el estribillo, el comodín para llenar y rellenar todos los discursos, peroratas y mensajes presidenciales, en estos tres lustros de gobierno  chavista.


Identificarse con el pueblo y apoderarse luego de su alma, es uno de los recursos políticos más antiguos y eficaces que el mundo conoce. No todo el mundo puede hacerlo, se requiere liderazgo y carisma, pero sobre todo que una parte de la sociedad se sienta disminuida, menospreciada o ignorada en todos los sentidos, con respecto al resto, que permita su manipulación. 

Es la esencia misma del populismo como fase corrompida de la democracia; eso que los antiguos griegos conocieron como demagogia. Aunque el pueblo no es propiamente una masa, se comporta casi siempre como si lo fuera, llevado de un lado para otro por su líder. 

Puede ser tan maleable y dócil que en algunos casos, e incluso por un periodo de tiempo largo, puede comportarse como un rebaño de ovejas siguiendo a su guía, hasta el punto que durante el despotismo ilustrado, en pleno siglo XVIII, el paternalismo de la monarquía hacia su pueblo era de una naturaleza tal, que un lema de la época lo expresaba  de un modo lapidario: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Frase que muy bien pudiera aplicarse a la Venezuela  actual.

Chávez  se jactó, durante los últimos catorce años,  de gobernar siguiendo la voluntad del pueblo y de hacerlo todo en su nombre. Un pueblo  que se asemeja a un títere movido por los hilos de su amo, que no solo vota cuando se lo piden por el gobierno de turno, sino que es capaz de hacer interminables colas para comprar harina o aceite, esperar horas para tomar un transporte público que lo lleve a su casa después del trabajo, que se resigna a un aumento de salario por partes, que no le alcanza para cubrir tan siquiera la inflación, o que tiene que sufrir el maltrato de los funcionarios públicos cuando acuden a un ministerio u organismo cualquiera a solicitar información o ayuda, no se diga justicia. 

Ese es el mismo pueblo que se conforma  con lo que le  dan, pero que no reclama lo que le corresponde. Y esa es la diferencia que aún no se ha hecho en algunos países, entre ellos los nuestros hispanoamericanos. Hay que empezar a desarrollar el concepto de ciudadanía y a darle vida en desmedro del de pueblo; un concepto complejo, ambiguo a veces, que en todo caso se presta para  ser manoseado y adulterado.

Por eso, yo no quiero pueblo.  Prefiero, en su lugar, hablar de ciudadanos; es decir, hombres y mujeres con derechos y obligaciones. Personas que sepan que es la ley la que los hace iguales y les da la fuerza para reclamar y pedir. Que conozcan por qué y cuándo  exigir y  no mendigar las migajas, que les caen a veces de la mesa repleta. Actuar si, pero por impulso propio, no a control remoto, porque alguien los empuja o engatusa.

Se hace necesario pasar del pueblo soberano,  concepto sentimental, pero que como masa informe, abstracta, no tiene derechos, a la  ciudadanía que se concreta y particulariza en todos y cada uno de los individuos con derechos y deberes que la constituyen, esto es, en los ciudadanos. Cuando esto ocurra, si no logramos un cambio profundo en la cultura política del país, al menos dejaremos de escuchar tanta tontería, de tanto pueblo.

  Xlmlf1@gmail.com

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