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sábado, 22 de agosto de 2015

PRÓLOGO DE PLINIO APULEYO MENDOZA A ‘LA CONSPIRACIÓN DE LOS 12 GOLPES’, DE THAYS PEÑALVER

La conspiración de los 12 golpes es el nuevo libro de  Thays Peñalver, editado por La hoja del norte. Es un recorrido por la vida política de Hugo Chávez Frías desde sus años en la Academia Militar. 

EL PROLOGO

Rara vez he encontrado en nuestro ámbito continental una periodista capaz de cumplir la tarea que Thays Peñalver se ha propuesto en este libro: seguir paso a paso la vida de un personaje como Hugo Chávez, quebrando los mitos creados en torno a su figura para mostrarnos la cruda realidad de su trayectoria. Todo esto lo hace sin furia ni pasión, más bien con la fría y delicada precisión de quien maneja un escalpelo.

¿Cuál es la conspiración de los doce golpes que anuncia el título de la obra? No es, como podría uno suponerlo a primera vista, doce golpes de estado promovidos por Chávez para cumplir con los propósitos revolucionarios que tenía desde antes de ingresar a las Fuerzas Armadas. Tal es una de las leyendas que él mismo ha tejido y que incluso ha sido aceptada por sus propios adversarios. Pero no es así; lo demuestra Thays Peñalver cuando examina, una tras otra, a lo largo de los años, las amenazas conspirativas que se urdieron en el establecimiento militar contra los sucesivos regímenes democráticos que ocuparon el poder desde la caída de Pérez Jiménez. La paradoja que uno descubre leyendo estas páginas es que tales golpes no estuvieron a cargo solo de oficiales influidos por Castro y el marxismo. Había conspiradores de extrema izquierda y de izquierda nacionalista, como también de un generalato o de militares de derecha que solo buscaban repartirse los beneficios del poder. Su unión en el proyecto de golpe era provisoria y no excluía más tarde feroces retaliaciones.

Para explicar este fenómeno de las reiteradas amenazas conspirativas sufridas siempre por la democracia y también la dura realidad de las dictaduras militares que aparecen en la historia de Venezuela, Thays inicia el libro con un minucioso y detenido estudio de lo que ocurrió en sus primeros tiempos con la Armada y con la Aviación, descuidadas hasta el punto de dejar al país desprotegido mientras sus altos mandos se repartían buena parte de los recursos destinados para mejorar sus dotaciones. “Las Fuerzas Armadas —escribe Thays— en general representaban a una nación cuyo presupuesto se gastaba en ellos [sus comandantes], mientras que el 80% de la población no sabía leer ni escribir”.

Quienes amamos y conocemos bien a este país, sabemos lo dura y heroica que ha sido la lucha por la democracia cada vez que esta ha sido amenazada. Lo vemos hoy. Cárcel o exilio, para no hablar de los riesgos de muerte, constituyen el duro precio que deben pagar quienes afrontan tal combate. El llamado Socialismo del Siglo XXI, con todos sus sueños y promesas, ha sido derrotado por la realidad. Nunca Venezuela ha conocido un desastre tan grande y terrible como el producido por este desvarío, triste resurrección en nuestro continente del comunismo y del castrismo, con las argucias engañosas de un populismo asistencial. Detrás está el mito que tras la muerte de Hugo Chávez se propone, con sacramental respeto, recordarlo como un segundo Bolívar. Era necesario que una detenida investigación, como la que recorre las páginas de este libro, nos mostrara con una fría objetividad su real perfil biográfico, sin pisar los linderos de la leyenda.

Ningún rasgo de tal leyenda lo pasa por alto este libro. Por ejemplo: siempre se ha dicho que Chávez, catequizado desde muy joven por dos devotos del marxismo –su hermano Adán y José Esteban Ruiz, su profesor en Barinas–, había conseguido entrar en la Academia Militar gracias a sus méritos deportivos para cumplir tareas políticas clandestinas. Sin embargo, cuando uno se sumerge en las páginas de este libro, encuentra que su pasión por el béisbol y sus dotes de pítcher no les consta a ninguno de sus compañeros de entonces. Lo recuerdan más bien como un muchacho aficionado al arpa, al cuatro y las maracas.

No tenía tampoco una verdadera vocación militar ni se distinguió en los batallones a los cuales fue asignado. Su propia abuela le decía “Usted no sirve pa’ eso”. “Jamás había comandado realmente fuerza militar importante –escribe Thays–. No se había destacado por nada”. Expulsado del pelotón donde debía prestar reales servicios militares, su carrera como capitán podría reducirse a tareas de bombero, cocinero, oficial de personal, presentador de espectáculos folclóricos, profesor de historia, jefe de cultura y artes plásticas. Jamás se vio sujeto a disparar un arma, ni comandar una escuadra.

Tampoco es cierto que desde su ingreso a la carrera militar, como se ha dicho, haya adelantado labores de adoctrinamiento ideológico para propagar entre los oficiales su credo marxista, a fin de llegar al poder por la vía insurreccional y abrirle paso a la revolución bolivariana. Como bien lo recuerda Thays Peñalver, todos sus compañeros, en diferentes entrevistas, coinciden en manifestar que Hugo no era realmente importante dentro del movimiento conspirativo y lo que producía más bien era miedo de que no respondiera a las expectativas ni a las tareas encomendadas. De modo que siempre le sacaban el cuerpo.

La única vez en que las circunstancias le asignaron un papel decisivo para tomarse el Palacio de Miraflores fue el cuatro de febrero de 1992, cuando Carlos Andrés Pérez estuvo a punto de ser derrocado. El golpe, leemos en este libro, había obtenido un rotundo éxito a nivel nacional, pero el único de los comandantes que falló fue Hugo Chávez. Se hallaba a solo 700 metros del palacio, en el Museo Militar, pero se limitó a presenciar con binóculos todo lo que estaba ocurriendo en aquellos parajes sin atreverse a enviar sus tropas al combate. Sin duda, en ello jugó su escasa experiencia militar.

Fue el primer comandante en rendirse y ello de mucho le serviría, pues para no verse implicados en el frustrado golpe, los generales decidieron presentarlo como el jefe supremo de aquella frustrada insurrección. Una vez capturado, Chávez no tuvo inconveniente en asumir gloriosamente tal papel. Lo demostró ante las cámaras de televisión cuando declaró: “Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital”. Su “por ahora” pasó a la historia.

Las últimas páginas de este libro nos revelan la pasmosa conversión del irrelevante militar en el personaje que astutamente, con la bandera de una revolución bolivariana y el total apoyo de Fidel Castro, llegaría al poder para nunca dejarlo hasta morir.

La conspiración de los doce golpes es un libro destinado a convertirse en una pieza esencial para comprender el origen de un desastre llamado Socialismo del Siglo XXI.

Plinio Apuleyo Mendoza
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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domingo, 2 de agosto de 2015

PLINIO APULEYO MENDOZA, UNA DICTADURA AL DESNUDO, DESDE COLOMBIA, CASO VENEZUELA,

A pesar de la inflación, el desempleo, la inseguridad, las expropiaciones, los ataques a la prensa y a la oposición, etc., Maduro, como alumno aventajado del régimen castrista, tiene todo previsto para atornillarse en el poder.

Nunca los venezolanos imaginaron que el suyo dejaría un día de ser un país de inmigrantes. Lo era cuando yo llegué allí por primera vez. Había medio millón de italianos, otro medio millón de españoles y un número muy crecido de portugueses que llenaban plazas y calles de ciudades como Caracas, Valencia o Maracaibo. El atractivo que Venezuela tenía para ellos era una moneda tan sólida frente al dólar que les permitía enviar remesas de dinero a sus países de origen, todavía empobrecidos por la guerra. Pues bien, hoy es un país de desesperados emigrantes.

No me refiero solo a los venezolanos que ya se han radicado en Colombia, Panamá, Costa Rica, Estados Unidos o en la propia Europa, buscando mejor suerte. Son muchos más los que desean tomar el mismo camino. Nada menos, según una reciente encuesta, que un 49 % de la población. La mayor parte, escribe mi amigo Carlos Alberto Montaner, son jóvenes y adultos educados. No lo dudo, mis dos sobrinos venezolanos que llevaban hasta hace algún tiempo una vida próspera gracias a su trabajo han tenido que cerrar casas y oficinas y marcharse a los Estados Unidos en busca de un nuevo destino.

Todo esto tenía que suceder como resultado de un alud de catástrofes producidas por el chavismo: la mayor inflación del mundo, un alto índice de desempleo, la inseguridad más grande y peligrosa del continente, la expropiación de cuatro millones de hectáreas, la destrucción de PDVSA con el despido del 50 % de sus trabajadores y de sus técnicos más calificados, la ruina del campo y de la industria por un Estado que se propuso controlar más del 80 % del aparato productivo.

A lo anterior debe agregarse el espantoso naufragio de la moneda local, que en el mercado negro supera los 670 bolívares mientras la tasa de cambio oficial es de solo 6,30 bolívares. El desabastecimiento, como bien lo hemos visto, es atroz. Desde las cuatro de la madrugada se forman colas enormes frente a los supermercados para que mujeres de todos los niveles sociales acudan desesperadas a ver qué pueden comprar. Medicinas de uso común, incluyendo los antibióticos, han desaparecido de las farmacias, poniendo en peligro a enfermos y personas de la tercera edad.

Algo que vale la pena tomar en cuenta es que hasta fervientes seguidores de Chávez hoy no soportan a Maduro. Pese a las dádivas y prebendas que reparte en las clases marginales, tan solo 15 % de los venezolanos lo apoyan. A la distancia, podría creerse que un régimen tan impopular estaría a punto de caer, bien por cuenta de los electores o por un golpe militar. Pero Maduro, como alumno aventajado del régimen castrista, tiene todo previsto para atornillarse en el poder.

De una parte, ha logrado comprar o clausurar medios de comunicación; mantiene en prisión a Leopoldo López, Daniel Ceballos, Antonio Ledezma y a docenas de jóvenes opositores; no permite que la valerosa María Corina Machado salga de Caracas, y ahora busca inhabilitarla como candidata en las próximas elecciones del 6 de diciembre, en las cuales Maduro espera impedir el triunfo de la oposición mediante un hábil y sigiloso fraude.

Para evitar que el descontento llegue a las Fuerzas Armadas, los altos mandos han sido astutamente neutralizados gracias a corruptos privilegios. En segundo lugar, toda la nueva generación de oficiales ha recibido un severo adoctrinamiento para hacer de ellos férreos defensores de la revolución chavista.

No nos engañemos: el régimen de Maduro es hoy una real dictadura que recibe el trato amistoso de todos los gobiernos del continente, incluyendo el nuestro. Por fortuna, frente a esta realidad, Aznar y 26 expresidentes de América Latina, entre ellos Álvaro Uribe, Andrés Pastrana y Belisario Betancur, han lanzado un grito de alarma.

Como fieles demócratas, no desean que Venezuela termine convertida en otra Cuba.

Plinio Apuleyo Mendoza
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/una-dictadura-al-desnudo-plinio-apuleyo-mendoza-columna-el-tiempo/16173635

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viernes, 23 de enero de 2015

PLINIO APULEYO MENDOZA, SOMBRAS SOBRE EUROPA, DESDE COLOMBIA

Mucho me temo que la amenaza, apoyada en ciego fanatismo religioso, continuará.

Son muy inquietantes los tropiezos que oscurecen el panorama de Europa en este 2015. El último, desde luego, es la salvaje masacre perpetrada por yihadistas en París. Mucho me temo, por desgracia, que esta amenaza, apoyada en un ciego fanatismo religioso, continúe haciéndose sentir si el Estado Islámico gana terreno en países del Oriente Próximo.

Según The Wall Street Journal, la culpa de este avance recae en el propio Obama, pues faltando dos años para el fin de su mandato ha decidido que un billón de dólares –lo que costaba la presencia militar de EE. UU. en Oriente Próximo– era mejor destinarlos a escuelas, carreteras y ciencia e investigación en su propio país. Ahora bien, el gran riesgo de esta bonita decisión es el de facilitar el avance armado del Estado Islámico.

Es un hecho que los yihadistas, convertidos en una peligrosa fuerza militar, han avanzado en Siria y cubierto buena parte de Irak buscando estrechar el cerco sobre Bagdad, su capital, al tiempo que no vacilan en difundir terribles videos en los que vemos los últimos minutos de periodistas americanos antes de ser degollados. Alentados por este avance, otros movimientos yihadistas están ganando terreno en Yemen y en Libia. También han disparado una ofensiva sin cuartel en Nigeria, donde el líder islamista Boko Haram, luego de secuestrar a 275 niñas en edad escolar, arrasó la ciudad de Baga, con un saldo de 2.000 muertos.

La política de Obama, dice The Wall Street Journal, parece esperanzadora, pero es ingenua. La misma que ha lesionado la economía en varios países de Europa. Recordemos que el crecimiento del PIB en Francia fue minúsculo; tan solo de un 0,2 por ciento en el último trimestre del 2014. En Alemania e Italia, la cifra no fue mayor. Este declive viene de años atrás, agravado en países como Grecia, España y Portugal por las enormes deudas que han contraído.

No olvidemos que el auge económico de los países europeos en las primeras décadas de la posguerra fue constante y progresivo. Las empresas desarrollaron nuevas tecnologías y renovaron sus plantas de producción, abriendo mayores fuentes de empleo. Francia consiguió alcanzar un ingreso per cápita equivalente a 80 por ciento del logrado por EE. UU. Pero todo aquello comenzó a derrumbarse a mediados de los años 80.

¿Cuál fue la causa? Parece increíble, pero corrió por cuenta de una izquierda dispuesta a darle toda su omnipotencia al Estado con el sueño de hacer menos rico al rico y menos pobre al pobre, mediante altos impuestos y subvenciones, aumento del gasto público, restricciones al libre mercado y a la competencia. Esta política, sustentada en mitos ideológicos, acabó por frenar las inversiones privadas, la creación de nuevas empresas, el desarrollo de tecnologías y produjo un desempleo alarmante. Fue el caso en España cuando Rodríguez Zapatero sustituyó a un Aznar que le había asegurado a su país una era de gran prosperidad.

Desempleo y malos índices económicos han distanciado al elector raso de los partidos tradicionales. Ya no creen en ellos. En busca de una opción inédita, han cobrado fuerza en España, Francia, Grecia, y aun en Italia, movimientos populistas con opciones de triunfo. Sean de izquierda o derecha, su rasgo común es un rechazo de la zona euro y de las imposiciones de la Unión Europea. En España surge Podemos, cuyo líder, Pablo Iglesias, se declara admirador del chavismo, y en Francia cobra inusitada fuerza Marine Le Pen, candidata de una extrema derecha también enemiga de la inmigración. Por otra parte, Grecia está ad portas de abrir una crisis con la UE por causa del partido Syriza, de izquierda radical, que puede triunfar en las elecciones del 25 de enero.

Sí. El panorama del Viejo Continente en este nuevo año está cubierto por oscuras y amenazantes nubes.

Plinio Apuleyo Mendoza
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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domingo, 21 de diciembre de 2014

ALBERTO LÓPEZ NÚÑEZ, RESPONDIENDO A DON PLINIO

ALBERTO LÓPEZ NÚÑEZ
Don Plinio Apuleyo Mendoza, uno de los más grandes intelectuales y analistas políticos colombianos, hoy en El Tiempo, en un muy agudo como todos sus artículos
 (http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/la-pregunta-que-nos-hacemos/14995904),

luego de un sesudo análisis sobre la situación política, social y económica de Venezuela y Colombia, se pregunta ¿para dónde vamos?

No me atrevería a responderle a Don Plinio, pues no tengo su nivel intelectual ni político, si no fuese porque él mismo se ha respondido esta pregunta. De manera que lo que hago es repetir su tesis al respecto. En efecto en dos libros de los cuales es coautor junto con Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa, “El perfecto idiota latinoamericano” (1996) y “Últimas noticias del nuevo idiota” (2014), Don Plinio nos da indicios para responder la pregunta que se hace en el artículo de hoy.

En la primera obra, cuando aún no se había dado el exitoso experimento del Foro de Sao Paulo de la toma del poder por la vía democrática para establecer un régimen autoritario populista, los autores nos describen al idiota latinoamericano, como el seguidor ciego de las ideas de la izquierda latinoamericana, a través de la interiorización de la “vulgata” marxista, a través de una minuciosa disección de la “biblia del idiota”, “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, quien por cierto abjuró de las ideas expuestas en ese libro recientemente.

Lamentablemente las ideas expresadas por Mendoza no fueron acogidas y ello permitió que el Foro de Sao Paulo instaurase el Socialismo del Siglo XXI, en buena parte de nuestros países. A hacer un diagnóstico del cómo y porqué esto sucedió se aboca la segunda obra citada. Sobre Venezuela señalan que Chávez llegó al poder para implantar un régimen neocomunista y para conquistar a sus vecinos. Concluye que su mandato fue un gran fracaso y sentó las bases para una catástrofe aún mayor.

Esa catástrofe la está viviendo ahora Venezuela con Maduro. Lamentablemente no veo una solución próxima para Venezuela, el régimen aún con la tremenda crisis no se cae porque está anclado a métodos totalitarios y no hay como lo que vio Don Plinio allá a finales de los 50, un esfuerzo mancomunado cívico-militar para derrotar la dictadura. La oposición tercamente se aferra a la vía electoral cuando una dictadura es imposible derrotarla solamente por esa vía, y los militares aunque el sabio Ramón J Velásquez señalaba que eran leales hasta el momento que se alzaban, parecen estar comprados por un régimen que les permite niveles de corrupción y vicios a manos llenas, hasta el punto que Venezuela es hoy un narco estado.

En cuanto a Colombia ya sabemos que la traición al mandato popular de JMS, al abandonar la política de Seguridad Democrática y entregarse a los caprichos de los narcoterroristas y criminales de lesa humanidad de las Farc, está intentando con ese engendro de Frankestein que es el farcsantismo, impulsar un régimen parecido al castrochavista, cogobernando con las Farc, vía entregándoles impunidad, elegibilidad, territorios independientes y permitirles continuar como cartel narcotraficante, amén de como dice el Procurador Ordoñez efectuar el más grande lavado de activos de la historia.

De manera que mi respuesta a la pregunta que se hace Don Plinio, basándome en su análisis del idiota latinoamericano es más bien pesimista. En cuanto a Venezuela lamentablemente lo considero un caso perdido. Con respecto a Colombia, estamos en las mismas etapas de Venezuela al inicio del gobierno chavista, donde el Ejecutivo coopta los partidos, el Legislativo, los medios, los gremios y principalmente el poder Judicial. Estamos a tiempo de parar el declive hacia un régimen autoritario populista, tenemos en el Presidente Uribe y el Centro Democrático una gran esperanza para que esto se logre, lo que no existió en Venezuela. De la coherencia ideológica, la vida democrática interna y el fortalecimiento organizativo del Centro Democrático, de manera que se articule como una oposición sólida y fuerte, depende mucho del futuro de Colombia.

Alberto López Núñez
alopezn62@hotmail.com
@alopeznunez

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sábado, 20 de diciembre de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, VENEZUELA: EL COSTO DE OPONERSE, DESDE COLOMBIA

PLINIO APULEYO MENDOZA
Parece increíble. Acompañada de sus dos pequeños hijos, Lilian llegó a la prisión de Ramo Verde para ver a su marido, recluido allí desde hace más de ocho meses. Pero esta vez no se le permitió que lo visitara. Se hallaba confinado en su celda, sin contacto alguno, le dijeron los guardias. Tampoco podía salir a tomar su hora de sol. Sí, Lilian Tintori, la bonita, infatigable y valerosa esposa del líder venezolano Leopoldo López, quedó duramente golpeada.

La conocí este año en un foro promovido por Mario Vargas Llosa para denunciar las arbitrariedades y desmanes de Nicolás Maduro. Como nunca he podido separarme de Venezuela y de su destino, había conocido a Leopoldo desde cuando era alcalde del famoso distrito caraqueño de Chacao.

A él se debía una proeza raramente vista en los tiempos de Chávez. Mientras este último había puesto los enormes recursos de su país al servicio de un desenfrenado populismo, Leopoldo López mostraba en Chacao, con hechos, una realidad muy distinta. Alto, atlético, bien parecido, era sin duda un joven ejecutivo de creciente popularidad, capaz de llevar a término lo que se había propuesto. Mostraba con sus realizaciones una alternativa muy distinta al chavismo. Por ello, no me sorprendió que después de haber ganado las elecciones locales del año 2000 con el 51,1 por ciento de los votos, cuatro años después fuera reelecto con el 79,5 por ciento, pese a todas las argucias y maniobras del régimen.

Sin duda, su aparición en el lastimado escenario político de Venezuela fue providencial. Este López va a llegar lejos, les decía a mis amigos. Y no me equivoqué. Tiempo después se había convertido en un aguerrido líder de la oposición. Era su destino.

A diferencia de Henrique Capriles, en vez de dar prudentes y calculados pasos con miras a futuras elecciones, Leopoldo denunciaba, junto con la fascinante María Corina Machado, el carácter dictatorial que iba tomando el gobierno de Chávez y luego proseguido por Maduro, su rústico sucesor. Por eso, con explosivo fervor, lo seguían millares de jóvenes que salían a las calles para expresar su descontento y hasta elegantes señoras del este de Caracas a las que veía sumarse a estas protestas, a veces enmascaradas para no ahogarse con los gases lacrimógenos de la Policía.

Lo que nunca se me pasó por la mente es que en Caracas, Mérida, Maracaibo, Valencia y el Táchira los estudiantes no solo fueran brutalmente golpeados, sino también torturados y algunos de ellos asesinados. Tampoco imaginé que el diario El Nacional, donde yo me inicié como periodista, se quedara un día sin papel y que Últimas Noticias y otras publicaciones creadas por mi amigo Miguel Ángel Capriles, así como el canal de noticias Globovisión, acabaran en manos del chavismo. Quien mejor fustigó esta desastrosa realidad que anunciaba el fin de la democracia y la implantación de una atroz dictadura fue Leopoldo.

Cuando advirtió que su vida corría peligro por causa del régimen y que su temple de líder no le permitía ni vivir en la clandestinidad ni asilarse, se entregó pacíficamente a la Policía delante de una muchedumbre de seguidores. La valiente Lilian estaba, como de costumbre, a su lado. Acusado de una docena de delitos (homicidio intencional, incendios, disturbios y hasta terrorismo), fue puesto tras las rejas de una diminuta y lóbrega celda en la prisión de Ramo Verde.

Sí, detrás de tal medida está la oscura mano de Cuba. El régimen de los Castro sabe cómo silenciar el descontento popular. A Leopoldo se le quiere aplicar el mismo feroz castigo que se le impuso a Húber Matos por el solo hecho de no haber aprobado el paso de la revolución cubana hacia el comunismo. (El Tiempo)

Plinio Apuleyo Mendoza
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miércoles, 12 de noviembre de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, ¿UN EJÉRCITO DE RODILLAS?, CASO COLOMBIA

PLINIO APULEYO MENDOZA
Recientemente se cumplieron los dos primeros años de los diálogos en La Habana entre las FARC y el Gobierno. La prensa reconoce que en esta larga búsqueda de una paz sostenible hace falta generar confianza en la ciudadanía. Supongo que para ello se ha lanzado a los cuatros vientos el máximo emblema de “Soy capaz”. ¿Capaz de qué?, nos preguntamos muchos. ¿De aceptar lo inaceptable? De pronto.

No, no se trata, como lo asegura la propaganda oficial, de elegir entre la paz y la guerra, sino de ver las atrevidas implicaciones que supone cada acuerdo. El otro día, escuchando a Fernando Londoño en La hora de la verdad, me sorprendió su análisis de las once nuevas instituciones convenidas con las FARC y dadas a conocer recientemente. Los rótulos que llevan parecen inofensivos: un consejo para la reconciliación y la convivencia, veedurías ciudadanas y observatorios de transparencia, consejos territoriales, un sistema especial de alertas tempranas y otras más de similar perfil. Londoño nos muestra cómo terminan dibujando un nuevo orden institucional que va a darles a las FARC un real poder a lo largo y ancho del país.

A estas conquistas se suma la más grande que han logrado. Tiene que ver con la guerra jurídica encaminada a poner de rodillas a nuestras Fuerzas Armadas. Pero el primer gran golpe dado contra ellas no lo dieron las FARC sino –quién iba a pensarlo– el acuerdo suscrito por el entonces ministro de Defensa, Camilo Ospina, y el fiscal Mario Iguarán, acuerdo que puso fin al fuero militar. Se buscaba con ello dar en el exterior una imagen de transparencia, teniendo en cuenta la mala reputación difundida por conocidas ONG sobre la justicia militar en nuestros países.

Nunca nadie llegó a imaginar que los duros golpes dados a la guerrilla bajo el gobierno de Uribe iban a provocar que las FARC pusieran en marcha con inquietante éxito su guerra jurídica.

Dentro de este nuevo escenario, la Ley de Justicia y Paz, que concedía beneficios y penas alternativas a guerrilleros y “paras” a condición de que confesaran sus delitos y denunciaran a sus cómplices, iba a convertirse en la mejor arma para criminalizar al Ejército. En efecto, por causa de los falsos testigos buscados y pagados por agentes de la subversión, los mejores y más exitosos militares en la lucha contra la guerrilla fueron objeto de amañados procesos y abrumadoras condenas.

Como bien lo escribe el coronel Hernán Mejía Gutiérrez, la imposición desproporcionada de prisión con penas de 40 o 60 años por operaciones militares, ignorando las pruebas y la doctrina de guerra, sumada al abandono institucional para su defensa, han minado definitivamente el espíritu y la moral de las tropas.

Hoy día, muchos colombianos desconocen una pavorosa realidad: más de 15.000 militares permanecen detenidos en centros de reclusión por obra de una Fiscalía parcializada que anula para ellos la presunción de inocencia y termina convirtiendo operaciones de guerra, que en cualquier parte del mundo son del resorte exclusivo de la justicia penal militar, en conductas violatorias del derecho internacional humanitario.

Por cierto, las altas penas que se han impuesto a oficiales como Uscátegui, Del Río, Arias Cabrales, Plazas Vega, Mejía Gutiérrez y muchos otros más tienen como propósito ponerlas en pie de igualdad con las que se han dictado contra los comandantes guerrilleros, a fin de que en un proceso de justicia transicional militares y terroristas sean vistos como responsables de las mismas culpas y obtengan iguales beneficios.

¿De qué puede servirnos tener un ejército de rodillas cuando concluyan estos azarosos y secretos diálogos de La Habana, cuyo real desenlace desconocemos?

Plinio Apuleyo Mendoza
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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domingo, 5 de octubre de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, ¿CUÁL DERECHA? ¿CUÁL IZQUIERDA?, DESDE COLOMBIA,

¿Qué duda cabe? Izquierda es un bonito sello ideológico. Cobija a personalidades tan emblemáticas de esta tendencia como Ernesto Samper, Piedad Córdoba o Navarro Wolff, a un buen número de columnistas y a los dirigentes del Partido Liberal, de Cambio Radical, del Partido Verde y desde luego del Partido Comunista y del Polo Democrático, así como a buena parte del Partido de la U y ahora a quienes se congregaron en Medellín en busca de una alternativa nueva y distinta del uribismo y el santismo.

¿Qué los une? Propuestas tan atractivas para los estratos populares como la lucha contra la pobreza, el incremento del gasto social, servicios públicos a bajo costo, reformas agrarias encaminadas a quebrar latifundios y una política fiscal y una planificación económica que permitan una real redistribución de la riqueza. Todo ello, claro está, a cargo del Estado.

Sin embargo, tan ambiciosos proyectos suelen encubrir dos posiciones ideológicas opuestas: la que se identifica con la socialdemocracia y la que ahora anda tras el llamado Socialismo del Siglo XXI. La primera agrupa al liberalismo, Cambio Radical y otros partidos cercanos al Gobierno. La segunda al comunismo, al Polo Democrático y, aunque difieran en sus medios de lucha, a las Farc y al Eln.

El rasgo distintivo de todos cuantos en Colombia se consideran de izquierda es la satanización de quienes no compartimos sus concepciones imponiéndonos el rótulo de derecha o de extrema derecha y presentándonos como cavernícolas, amigos de los privilegios y enemigos de las reivindicaciones populares. Así quedamos catalogados, por cierto, los voceros de un pensamiento liberal (no el de doña Piedad, sino el de Adan Smith, Von Misses, Hayeck o Jean François Revel). De poco valen que los liberales de Hispanoamérica intentemos demostrar cosas que deberían resultarle a todo el mundo obvias. Así, como nosotros, debieron sentirse los discípulos de Galileo cuando era vista como una herejía su meridiana verdad de que la Tierra era redonda.

¿Cuál es nuestra herejía? Decir, por ejemplo, que la pobreza se derrota mediante un modelo liberal como el de Chile o de los 'tigres asiáticos'; modelo que se apoya en el esfuerzo privado, el ahorro, las inversiones, el adelgazamiento del Estado, la supresión de sus asfixiantes trámites y regulaciones y de los monopolios estatales, empresariales y sindicales y, sobre todo, a fin de dar paso a una verdadera economía de mercado, la búsqueda de una educación de alto nivel como la que puso a Singapur en el primer mundo. Decimos también que entre nosotros el Estado, manirroto, pésimo administrador, mal empresario, genera burocracia y clientelismo y una cultura del trámite. No cumple, en cambio, las funciones que son de su exclusiva incumbencia, como el orden público y la administración de justicia, dejándonos expuestos a la inseguridad y a la violencia.

De modo que nuestro Estado no es, como cree la izquierda, el remedio para combatir la pobreza sino parte del mal. Su único y real beneficiario entre nosotros es la clase política. En sus predios, monopolios y servicios pasta una profusa burocracia, que eleva el gasto público y es entorpecedora, deficiente. "Adelgazar al Estado -dice Mario Vargas Llosa- es la mejor manera de modernizarlo y moralizarlo. Se trata, sobre todo, de poner fin al reglamentarismo kafkiano y a los controles paralizantes y al régimen de subsidios y de concesiones monopólicas, de prendas y dádivas".

Todo esto para nuestra izquierda son herejías de derecha. Los rótulos son su arma de guerra. Izquierda es una palabra que luce como una flor en la solapa. Y derecha, un rótulo sombrío que nos endilgan a quienes nos permitimos recordar unas cuantas verdades de Perogrullo.

Plinio Apuleyo Mendoza.
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jueves, 26 de junio de 2014

ALICIA FREILICH, EL PERFECTO IDIOTA VENECUBANO, COLORÍN COLORAO,

De pie frente al óleo Adán y Eva de Alberto Durero, grita en pleno Museo del Prado: ¡Qué par de patriotas! ¡En una selva llena de bestias, sin ropa ni zapatos y para comer sólo una manzana, no protestan, son camaradas felices porque están en el paraíso!

Es la reacción de muchos durante medio siglo ante el obvio fracaso de la revolución castrista y es tema de estudio en el Manual del perfecto idiota latinoamericano (1996) donde los analistas políticos Carlos Alberto Montaner, Plinio Apuleyo Mendoza y Álvaro Vargas Llosa actualizan al pionero y visionario Del buen salvaje al buen revolucionario concebido veinte años atrás por el pensador y periodista venezolano Carlos Rangel.
En griego clásico el vocablo “idiota” designó a quien se mira el ombligo despreciando el interés público. Y en latín es sinónimo de ignorante. La fusión de ambos conceptos por uso define al aislado que se pasma sujeto a dependencias “sin pensar” como lo describió nuestro Pedro Emilio Coll en su famoso El diente roto (1890).
Trabajar en la bendita democracia imperfecta con y para la juventud renueva al pedagogo porque su función radica en motivar la curiosidad y actitud crítica del educando. Y le siembra al maestro fe de creyente en el conocimiento libre para mejorar la condición humana. En el actual infierno venezolano esa convicción se venía disolviendo como sal en agua.
Si no fueran suficientes, la evidencia de los textos escolares revolucionarios, el discurso modelo de Fidel-Chávez que ni el parco Stalin soportaría, el caletre del incapacitado Nicolás Maduro, el orfeón de loros que vegeta en la Asamblea, la crueldad del obediente cortejo judicial y la pobreza analfabeta de los en sus bolsillos nada pobres Diosdado Cabello con su cúpula militar trisoleada, tan sin luces que pretende escapar a la muy lenta pero segura justicia internacional, basta entonces escuchar cualquier frase o declaración de jóvenes funcionarios, alumnos o miembros del oficialismo, para sentir pasmo, dolor y tristeza por el destino que les aguarda sumidos y perfectos en el Jurásico.
De repente, un hecho histórico complejo como el reciente 12 de febrero, todavía inconcluso, estallido parcial del gueto Venezuela chavista siglo XXI, ocurre para estímulo de la lucha progresista que cada día suma el número de opositores a esta dictadura mafiosa. A mayor persecución, tortura, maltrato y criminalidad gubernamental, crece la resistencia desde la Generación estudiantil 14 que aglutina grupos antes paralizados por caos y miedo. ¿Cómo desarticular y orientar al sector juvenil venecubanizado? La represión es el arma bestial de un poder con pies de barro. Ahí está el detalle.
 “Colorín colorao, este cuento se ha acabao” era el susurro para que durmiéramos. Ahora es grito para despertar, desobedecer constitucionalmente y levantarse de una vez. En idioma subliminal cursi pero a gusto del G2-PSUV: El verde ramo entre rejas es moho pero al aire libre se vuelve bosque.
Allí está la clave para quien decida salir de la idiotez. Incluido el sector disidente de los partidos políticos sentado para tertulias de mesa que por su terco caudillismo parroquial engendró a Hugo Chávez. Y sigue comiendo cuentos.
Alicia   Freilich
alifrei@hotmail.com
@aliciafreilich

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sábado, 21 de junio de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, COLOMBIA: PREGUNTAS E INQUIETUDES

A propósito del triunfo de Santos, dos preguntas nos hacemos los colombianos. La primera: ¿cómo y por qué logró ganar cuando la primera vuelta había favorecido a Óscar Iván Zuluaga? La segunda tiene proyecciones en el inmediato futuro del país y es el costo de esta victoria. Intentemos contestarlas con objetividad.

Sin lugar a dudas, el factor relevante del triunfo de Juan Manuel Santos es el papel que juega la maquinaria oficial cuando se trata de un presidente-candidato. Haya o no compra de votos (y desde luego en la Costa la hubo), en un país como Colombia la reelección contiene vicios inevitables. Nuestro mundo político, contaminado por el clientelismo, pone su caudal electoral y su maquinaria al servicio de quien tiene el poder. Y ese apoyo, desde luego, será siempre recompensado. Es el más perverso recurso para derrotar al voto limpio de opinión, que es la mejor expresión de una democracia.

A este factor, que tuvo su peso en las elecciones del 15 de junio, debemos honestamente sumar otro: el apoyo que obtuvo Santos de la izquierda. No fue nada menospreciable. En buena parte, los electores del Polo atendieron más a Clara López que a Robledo. Y a ello debemos agregar una parte de los ‘verdes’ y los que Petro, con su populismo de estirpe chavista, pudo aportar. Este voto no supone un real soporte para el nuevo gobierno de Santos, pues la izquierda –lo dicen sus dirigentes– se propone mantenerse en la oposición. Su anhelo es el de constituir una tercería con opciones de triunfo en la elecciones presidenciales del 2018. Tendrían el apoyo de las Farc convertidas en fuerza política.

Finalmente, debemos reconocer, sin duda, que la carta de la paz favoreció a Santos. Si bien muchos electores compartían ciertas condiciones expuestas por Zuluaga para adelantar los diálogos de La Habana (suspensión inmediata de acciones terroristas, el pago mínimo de penas y la entrega de las armas), a la hora de acercarse a las urnas no pocos tuvieron el temor de que las Farc se levantaran de la mesa y se viniera a pique el sueño de la paz. Por eso votaron por Santos.

¿Cuál es el costo de esta reelección? Muy alto. El apoyo de la izquierda tiene su precio. No necesariamente en puestos, sino en algo más inquietante: lograr que el Gobierno, a través de sus delegados en La Habana, acepten las más cuestionables exigencias de las Farc.

Muchos otros problemas ponen sombras e inquietudes en torno al segundo gobierno de Santos. Bajo el luminoso estandarte de descentralizar recursos para dar alguna autonomía financiera a las regiones en la realización de sus proyectos, se va a mover el clientelismo político con sus prácticas de corrupción y despilfarro. Por otra parte, no le será fácil al Presidente resolver lo que no logró cumplir en su primer gobierno: la necesaria reforma de la justicia, la creciente desmoralización de las Fuerzas Militares tras las injustas condenas a valiosos oficiales, la crítica situación de la salud, la creciente inseguridad y el bajo nivel de nuestra educación, que la coloca entre las peor calificadas del mundo.

Todos estos problemas no resueltos explican los siete millones de votos obtenidos por Zuluaga y exigen formas de gestión aún no vistas en el Presidente reelecto. A estas inquietudes se suma otro enigma, que no deja dormir tranquilos a los colombianos: ¿cuándo, cómo y a qué precio se firmará el famoso acuerdo de paz en La Habana? Lo ideal sería que en este proceso tuviesen consultas y alguna participación el propio Zuluaga y Marta Lucía Ramírez. Sería la mejor manera de asegurar que el proceso de paz tenga el apoyo de todos los colombianos.

Por ahora, todos quedamos a la espera de lo que pueda ocurrir en los próximos cuatro años.

Plinio Apuleyo Mendoza.
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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jueves, 19 de junio de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, UN RETRATO DEL CONTINENTE, DESDE COLOMBIA

Trabajando a seis manos, Carlos Alberto Montaner, Álvaro Vargas Llosa y yo llegamos finalmente a trazar un completo panorama de nuestro continente. Me refiero al libro de reciente aparición que se conoce como el Nuevo idiota.

En sus páginas se registran dos realidades continentales. Predominan, de un lado, los países con gobiernos democráticos de centroizquierda o centroderecha que avanzan por la vía del desarrollo gracias a una real economía de mercado y al provecho obtenido de la globalización. De otro lado aparecen aquellas naciones que han optado por un populismo asistencial, con rasgos ideológicos heredados de Marx y de Fidel Castro y bautizado pretenciosamente como Socialismo del Siglo XXI.

Al personaje que se mueve detrás de esta última corriente lo hemos llamado, con perdón suyo, el idiota. Y es que no es para menos. Lo define una vulgata ideológica inamovible según la cual la pobreza corre por cuenta del imperialismo norteamericano y de las oligarquías locales cuyos privilegios sólo pueden ser eliminados mediante expropiaciones y el monopolio del Estado en todas las áreas de la producción. Estos iluminados idiotas han llegado al poder en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua e incluso en Argentina, gracias a la dinastía Kirchner.

Todos ellos tomaron como sagrada Biblia el libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina. ¡Qué error! El propio Galeano, hoy con 73 años, acaba de confesar que cuando escribió este libro era muy joven y no sabía nada de economía.

¿Cómo se explica que nuestro personaje, pese a estas impugnaciones dadas por la realidad a su credo ideológico, haya logrado apoderarse de varios países en el continente? Tal éxito se le debe a Chávez. Fue él quien dio alas al nuevo idiota. Más de una vez hemos recordado cómo modificó el viejo catecismo castrista. Así, en vez de aceptar que la revolución solo podría alcanzarse por la vía armada, demostró que era posible llegar al poder por la vía electoral y desde el poder, con toda suerte de artificios y las ofertas de un populismo asistencial, hacer la revolución.

Ahora bien, ya ha llegado la hora de comprobar los desastres del socialismo del siglo XXI mirando el caso de Venezuela: deudas impagables, inflación nunca vista, moneda por los suelos, total escasez y una terrible inseguridad.

¿Es claro el camino para los países que siguen la senda opuesta de una economía de mercado? Algunos sí y otros no. Entre los primeros pueden figurar tranquilamente Brasil, Perú, Uruguay e incluso Colombia, y desde luego Chile, líder regional con una renta per cápita de casi veinte mil dólares, cuyo exitoso rumbo corre hoy algún riesgo por obra de los trasnochados aliados que llevó en su campaña Michelle Bachelet.

México –decimos– se quedó a mitad de camino en el tránsito hacia la modernidad, aunque hoy las condiciones están dadas para que pueda dar el salto adelante que todos los latinoamericanos necesitamos que dé.

Colombia, en nuestro libro, presenta dos caras. La primera produce optimismo cuando se observan sus alentadores índices de desarrollo: crecimiento sostenido del PIB, inflación de un solo digito y altos niveles de inversión. La segunda suscita inquietud por las pugnas surgidas entre los partidarios de Santos y de Uribe, el deterioro de la justicia, una clase política corroída por el clientelismo y la corrupción, las maniobras políticas de las Farc y sus aliados y el incierto precio que estas le pueden fijar al proceso de paz.

Luces y sombras aparecen, pues, en este panorama de América Latina. Pero todo indica que el porvenir está en el modelo de desarrollo que les apuesta a la economía de mercado, a la educación, a una limpia democracia y no a los sueños y desvaríos de los nuevos idiotas. (El Tiempo)

Plinio Apuleyo Mendoza.
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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domingo, 15 de junio de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, COLOMBIA: RIEGOS DE LA REELECCIÓN DE SANTOS

 “Venezuela vive una de las etapas más dramáticas de su historia contemporánea. La democracia ha sido secuestrada por Hugo Chávez. Desde la caída de Marcos Pérez Jiménez en 1958, sus instituciones no habían estado tan amenazadas y violentadas. Todo esto tiene indudables repercusiones políticas y sociales a escala continental, y muy particularmente para nosotros, los colombianos. Frente a los últimos acontecimientos no se puede seguir siendo indiferente, porque en situaciones como esta, la indiferencia se vuelve cómplice.”

¿Quién pudo haber expresado tan dura visión de la Venezuela chavista hace diez años? No, no fue como podría pensarse Álvaro Uribe Vélez. Fue Juan Manuel Santos. Corría el año 2004 y él escribía abiertamente lo que pensaba en El Tiempo, diario de su familia.
En aquel artículo sobre Venezuela no vaciló en acusar al presidente Hugo Chávez de “fracturar la sociedad, sembrar odios y fomentar, por todos los medios, la lucha de clases”. Escribió también que en el seno de las fuerzas armadas de Venezuela la situación era “grave, muy grave; no solo por la purga y la politización, sino por los planes de convertirla en una fuerza miliciana y adoctrinada.”
Más claro no canta un gallo. Dueño de estas ideas que parecía compartirlas enteramente con el presidente Uribe, Santos consiguió en 2010 que el mandatario colombiano lo viera como su legítimo sucesor y lo lanzara como candidato de su movimiento político. Hasta entonces, nunca Santos había sido elegido para un cargo público. Carecía, por lo tanto, de un caudal electoral propio. De modo que su triunfo se lo debió enteramente a Uribe.
¿Cómo explicar que solo tres días después de haber tomado posesión de su cargo, el 7 de agosto de 2010, Santos olvidara todo lo escrito por él sobre la realidad venezolana para tenderle la mano a Chávez llamándolo su “nuevo mejor amigo”? En ese momento se vio por primera vez su hábil perfil de jugador de póker (así se le conoce en el alto mundo bogotano) capaz de mover sus cartas con cierto engaño. Para marcar diferencias con su antecesor y no aparecer como una ficha suya en el poder, nombró en su primer gabinete ministerial a acérrimos adversarios de Uribe. Al mismo tiempo, no vaciló en acercarse a gobiernos del continente con los cuales Uribe había mantenido serias diferencias. Buscaba con ello incorporarse a los sectores mayoritarios de una OEA dirigida por el señor Insulza que, poniendo de lado inquietudes democráticas, veían amistosamente al gobierno cubano.
Ahora bien, en el manejo económico del país mantuvo una línea de estímulo a la inversión extranjera, de apertura con nuevos tratados de libre comercio y de impulso a la exploración y explotación petrolera. Los índices económicos logrados con esto le aseguraron una muy buena imagen en el exterior.
No ocurrió lo mismo en el ámbito nacional. Si bien, algunos de sus programas alcanzaron a despegar, como la entrega de viviendas gratuitas y el auge de la industria petrolera –sin duda gracias a la llegada de expertos venezolanos exiliados por cuenta del chavismo-, otros de vital importancia para el común de los ciudadanos se derrumbaron o jamás llegaron a cumplirse: la salud, la justicia, la infraestructura vial, el agro y la seguridad.
Estos dos últimos, mostraron, al contrario, un alarmante deterioro. Cultivadores de papa, café, caña de azúcar, soya, trigo, se encuentran en una ruinosa situación. Y en cuanto a seguridad se refiere, se perdió lo que Uribe había logrado. Hoy, tal como ocurre en Venezuela, la delincuencia es un azote público.
¿Cómo explicar tales fallas? Si bien Santos comparte con Uribe una macro visión de los problemas nacionales, su falla radica en lo que el propio Uribe califica como micro gestión; es decir, en verificar que lo ofrecido se cumple. Lo hacía Uribe conociendo las fallas del propio Estado en manos de una incompetente burocracia. Así, por ejemplo, si a medianoche se producía un ataque de la guerrilla, de inmediato, vía telefónica, movilizaba tropas y guarniciones. Y cada fin de semana, en vez de reposo, viajaba a las regiones más apartadas para comprobar su real situación.
Pero, como bien se sabe, el tema emblemático de Santos ha sido la apertura de diálogos con las FARC para poner fin a un sangriento conflicto que dura en Colombia más de 50 años. Con este propósito, en los dos primeros años de su gobierno, realizó secretos contactos con las guerrillas. Sabiendo que estas, luego de recibir certeros golpes en el campo militar, veían imposible la toma del poder por la vía armada, procedió a negociar su desmovilización. De esta manera esperaba levantar ante el mundo un glorioso trofeo de paz. Y de paso, asegurar su reelección.
El recorrido hecho por él con este propósito es bien conocido. Luego de contar con el apoyo de los gobiernos de Cuba y Venezuela, las negociaciones con las FARC que se adelantan desde hace un par de años en La Habana, no han evitado que la guerrilla siga adelantando cada semana terribles acciones terroristas contra la población civil como la voladura de carreteras, puentes y oleoductos, el reclutamiento forzado de menores, la siembra de las llamadas minas antipersona en senderos transitados por familias campesinas, además de secuestros y extorsiones.
Al mismo tiempo, los colombianos ignoramos lo que se está acordando en La Habana con las FARC. Conocemos las exigencias que hacen sus máximos comandantes, “Timochenko” e “Iván Márquez”. No admiten sanciones penales ni entrega de armas, exigen amplios cupos en el congreso y en una asamblea constituyente, reducción de las fuerzas armadas y cambios en la llamada doctrina militar, zonas campesinas bajo su control y un modelo económico similar al que ha causado desastres en Venezuela.
Todo esto, sumado a la infiltración que han logrado en la justicia, las universidades, los sindicatos, las comunidades indígenas y en la protesta social, está abriéndole la puerta al castro chavismo. De ahí que quienes se identifican con el régimen venezolano han anunciado su voto por Santos. Tal desliz hacia una peligrosa izquierda de visos populistas, explica el vertiginoso ascenso del candidato de la oposición, Oscar Iván Zuluaga. Si bien, ha decidido no romper los diálogos de La Habana, exige para mantenerlos que se suspendan las acciones terroristas y no acepta el reparto de poderes que buscan las FARC. Sólo admite rebaja de penas y conversión de las FARC y el ELN en partidos políticos.
El alza de Zuluaga en las encuestas y sus opciones de triunfo el próximo domingo se explican por los riesgos que
un gran número de colombianos ven en la reelección de Juan Manuel Santos.

Plinio Apuleyo Mendoza.
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM

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miércoles, 16 de abril de 2014

PLINIO APULEYO MENDOZA, MI VENEZUELA DE AYER Y DE HOY, DESDE COLOMBIA

(El escritor plasma recuerdos y vivencias imborrables en un país que hoy se juega su destino.)

La primera vez me pareció que Caracas tenía un aire rural y en todo caso provinciano. Bajo los tamarindos de la plaza de Bolívar había gente tomando el fresco. Grillos que latían en el crepúsculo, faroles antiguos y un capitolio con su cúpula blanca y elevada como una torta de bodas parecían pertenecer a otros tiempos; quizás a los de Juan Vicente Gómez.
Yo era todavía un adolescente y aquel fue mi primer viaje solo fuera de Colombia. Caminaba por El Silencio, cuando un amigo de mi padre, Vicente Gerbasi, me reconoció por casualidad y me llevó a una fuente de soda, El Lido. Situado en un confín de la ciudad, era un islote de luz en medio de prados donde titilaban de noche las luciérnagas y los grillos hilvanaban una letárgica sinfonía rural.
No podía sospechar yo en aquel momento que Caracas iba a ser sacudida por tres décadas de vértigo; que la paz de sus patios y crepúsculos iba a saltar en añicos y que enjambres de inmigrantes españoles, italianos y portugueses llegarían a una ciudad de recientes autopistas, que se abrían o se enroscaban como pulpos y arañas, con derroches de neón, artificios de vidrio y acero. Todo aquello iba a darle a Caracas otro perfil, sin dejar casi nada de lo antiguo, salvo el Ávila y un vago perfume de flores que todavía sigue sintiéndose cuando anochece.
Tampoco podía yo imaginar entonces hasta qué punto Venezuela sería una carta constante en mi destino personal. Allí viviría por toda una década, dejando amigos, nexos, recuerdos que cualquier efímero regreso hacen revivir con intensidad. A los 22 años, cuando dejé a París, donde adelantaba estudios de Ciencias Políticas, para radicarme en Caracas y acompañar a mi padre en su exilio, mi protector y guía fue Ramón J. Velásquez. Historiador, periodista, senador y muchos años más tarde Presidente de la República, es el venezolano nacido en el Táchira que mejor conoce a Colombia.
Hoy tiene más de 90 años y yo lo conocí cuando no había cumplido 30. Entonces era un abogado pobre y flaco, que conspiraba contra la dictadura de Pérez Jiménez.
Recuerdo su casa en el barrio El Conde, muy modesta, y los artículos suyos firmados con un seudónimo que yo iba a recoger para publicarlos en un suplemento del diario La Esfera, casi clandestinamente, pues su firma era rehuida entonces por muchos directores de diarios para no tener problemas con la dictadura.
El día que agentes de la Seguridad Nacional irrumpieron en su casa a las cinco de la mañana y se lo llevaron preso, yo lo reemplacé en la dirección de la revista Élite, entonces la más importante del país, dirección que él ejercía de hecho, pero no nominalmente. Me sentí muy extraño ocupando el escritorio de aquel amigo y protector que en ese momento, quizás con esposas en las muñecas, era llevado a una cárcel de Ciudad Bolívar, de donde saldría años más tarde, en la mañana del 23 de enero de 1958.
EL REGRESO DE LA DEMOCRACIA
¡Qué día inolvidable! Tras años de vivir en un país hermético, donde nadie se atrevía a dar opiniones sobre el régimen, vi aparecer otra Venezuela. Luego de un frustrado levantamiento de una base militar de Maracay, durante tres semanas estallaron en las calles gritos y protestas –como los que hoy vemos– hasta que en aquella madrugada histórica del 23 de enero cayó Pérez Jiménez.
Gabo y yo vimos desde el balcón de mi apartamento, a las tres de la madrugada, el avión que lo llevaba a la República Dominicana. Yo no estaba en Élite, sino en la revista Momento. Había conseguido que Gabo dejara de pasar hambres en París para trabajar conmigo. Nos veo en una sala de redacción desierta escribiendo un editorial –el primero de la democracia–, mientras la ciudad vivía, en la primera luz de la madrugada y en medio de pitos y sirenas, el delirio por la caída del dictador.
“En esta primera hora de la democracia, los venezolanos celebramos...” Tan cercanos estábamos a Venezuela que podíamos escribirlo así, impunemente.
Vivimos muy de cerca la reaparición de los partidos, el regreso de su exilio de grandes dirigentes como Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera, los entrevistamos y escribimos muchos informes políticos, hasta que el propietario de la publicación decidió confiar aquella sección de la revista a un joven diputado de Copei, esbelto y de rotundo bigote negro: Luis Herrera Campins. ¿Podíamos imaginar que años después sería Presidente de la República? “¿Te acuerdas cómo lo regañabas por sus retrasos?”, me decía Gabo con risa.
En realidad, ninguno de los más emblemáticos personajes de esa nueva democracia nos fue ajeno. La primera entrevista con Rómulo Betancourt, cuando fue elegido Presidente, se la hice yo en su casa para este diario. A Carlos Andrés Pérez lo acompañé en un avión privado a sus parajes natales, en el Táchira. El día que fue elegido Presidente por primera vez desayuné en su casa.
De Gustavo Machado, fundador y dirigente del Partido Comunista venezolano, fui cercano amigo. Escribí, tras muchas horas de conversaciones con él, una completa biografía suya. Fue reeditada cuando cumplió 80 años y él me la envió con una nota, que todavía conservo, en la cual me llama “testigo y actor del periodismo venezolano”.
PERSONAJES INOLVIDABLES
Son muchos. Por petición de su madre, me convertí en protector paternal de una jovencita venezolana de cuya vocación de cineasta me hice cargo haciéndola viajar a París para estudiar en el Idhec. Hoy es famosa directora de cine: Fina Torres.
Nunca he podido olvidar a dos grandes figuras del periodismo venezolano, cercanos amigos: Miguel Ángel Capriles y Miguel Otero Silva, el famoso escritor y director de El Nacional. Miguel Henrique, su hijo, libra hoy una heroica batalla contra el régimen chavista.
Teodoro Petkoff, el fundador del MAS y también valeroso director del diario Tal Cual, tiene para mí una connotación familiar. Hace muchos años –no recuerdo cuántos– hicimos un largo viaje en su automóvil por las riberas del lago de Maracaibo y luego por los Andes y los llanos. Nunca olvidó él, años más tarde, que, gracias a una intervención mía, Gabo le dio a su partido, el MAS, los dineros del premio Rómulo Gallegos.
Luego de vivir en Venezuela en los años cincuenta, regresé a Colombia y luego a Francia, pero jamás perdí contacto con este, mi segundo país. Volví allí cada año. Dos hermanas permanecían en Caracas dirigiendo conocidas publicaciones. Sí, a medida que se aproximaba el fin del siglo XX no dejaba de inquietarme cierto deterioro de la democracia por culpa de una clase política, vinculada a los dos grandes partidos, que iba encerrándose, como la nuestra, en sus exclusivos intereses. El fervor popular de otros días había desaparecido.
LA VENEZUELA DE HOY¿Pude imaginar el desastre que iba a representar para Venezuela, incluso para el continente, la llegada de Chávez al poder? Francamente, no. Incluso, cercanos amigos, hoy perseguidos por Maduro, lo vieron en su momento como una nueva y promisoria alternativa. Quince años después, el desastre dejado por el régimen chavista es monumental. Puede expresarse en tres palabras: despilfarro, corrupción y autoritarismo. El chavismo tiene a la vez sesgos propios del fascismo y del castrismo.Con su desaforado populismo, logró por primera vez en Venezuela y en los países que han seguido el mismo rumbo, una peligrosa fractura social. De un lado, aparecen las maltrechas clases populares que se beneficiaron de manera efímera con las prebendas obtenidas por la renta petrolera.Del otro lado, las clases media y alta y sectores sindicales, que miran con toda lucidez las funestas políticas que han arrasado al país: la manera abusiva como el Estado ha puesto su mano en la actividad económica con su control de precios, de cambios, del comercio exterior, y el clima ingrato que ha creado para los inversionistas locales e internacionales. Baja producción, obligada importación de productos básicos, delirante escasez, la inflación más alta del continente (56 por ciento), creciente devaluación de la moneda, y las divisas agotándose cada día más.Un desastre, al cual se agrega la grave crisis hospitalaria con ausencia de medicamentos básicos, cortes eléctricos y una inseguridad que hace de Caracas la ciudad más peligrosa del planeta, con más de 25.000 homicidios por año, además de robos y secuestros.La Venezuela que ahora sale a las calles para impugnar el régimen de Maduro me recuerda a la Venezuela de ayer, la que apareció repentinamente en los primeros días de 1958, con mítines y protestas que acabaron produciendo la caída de Pérez Jiménez. Tal fenómeno, que hierve en las raíces históricas del país, ha vuelto a estallar en las calles con más fuerza que nunca. Sí, es el grito de un bravo pueblo que cuando aparece no se rinde.
Plinio Apuleyo Mendoza.
plinioapuleyom@gmail.com

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