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martes, 27 de diciembre de 2011

RADIOMIAMI.US: WASHINGTON TRAZÓ UNA LÍNEA ROJA EN SUS RELACIONES CON TEHERÁN

Para eliminar la amenaza iraní, EU se dispone a actuar junto a Israel. Lo que aumenta el riesgo de que en esta región estalle una guerra que asestará un golpe al mercado petrolero, sostiene el experto del Consejo Analítico de política exterior y de defensa, Vladimir Averchev.
EEUU no parará ante el uso de cualquier recurso, incluyendo los militares, para impedir que Irán cree sus propias armas nucleares, declaró hoy el jefe del Pentágono Leon Pantetta. Si es necesario, será asestado un golpe preventivo contra los centros nucleares iraníes, amenazó el ministro.
Los norteamericanos sospechan que en el territorio iraní existe una planta oculta para enriquecer el combustible nuclear. Entre tanto, no hay pruebas indiscutibles a favor de esta versión. Es necesario que la inteligencia las encuentre. No obstante, si antes Washington acusaba a Teherán de desarrollar sus armas nucleares, esta vez supuso públicamente que a Irán le quedan apenas dos años para crear su propia bomba atómica. El jefe del Pentágono prometió tomar todas las medidas para impedir que Teherán se haga de estas armas.
No está descartado que el golpe militar ya se está preparando y los representantes de EEUU hablen más bien para distraer la atención de su intención de confirmar estas sospechas y sólo después iniciar la operación bélica. La retórica cada vez más agresiva de Washington puede estar relacionada a la vez con la intención de derrocar el régimen actual de Teherán. Esta es una de las opiniones que acaba de expresar el profesor de la cátedra de Oriente del Instituto de relaciones internacionales de Moscú, Serguei Druzhilovsky.
Los norteamericanos necesitan una guerra relámpago, o sea, atestar un golpe, derrocar el poder yasegurar la instauración de un gobierno de marionetas. Lo más importante es quitarse de encima un régimen que se ha atravesado como un hueso en la garganta de EEUU. Si existe tal guión, este golpe será asestado, no cabe duda alguna. Ellos quieren no tanto destruir la industria nuclear como derrocar a Ahmadineyad. Pero no veo hasta ahora ninguna posibilidad de que el régimen de Teherán caiga ante las presiones cada vez más fuertes. Más bien, al revés. Conociendo a los iraníes, el shiismo, el shajidismo, su disposición a los sacrificios, el efecto será absolutamente el contrario. Si los yanquis no lo toman en consideración, se meterán en una aventura de la cual tardarán años en salir.
Sea lo que fuere, Washington ya trazó una línea roja en sus relaciones con Teherán. Para eliminar la amenaza iraní se dispone a actuar junto a Israel. Lo que aumenta el riesgo de que en esta región estalle una guerra que asestará un golpe al mercado petrolero, sostiene el experto del Consejo Analítico de política exterior y de defensa, Vladimir Averchev.
Los analistas relacionan el recrudecimiento de la retórica antiraní con la campaña de las elecciones presidenciales que ya está incrementando su ritmo. Los republicanos reprochan tradicionalmente a los demócratas de ser indecisos cuando se trata de los intereses de seguridad nacional. Esta presión seguirá creciendo y, al final, obligará a reaccionar a Barak Obama. Es poco probable que antes de las elecciones este se decida por acciones bruscas, pero después no se puede descartar la opción de intervención. Con más razón todavía, porque para este momento finalizará el plazo otorgado a la inteligencia para encontrar evidencias de armas nucleares en Irán. Una misión idéntica se llevó a cabo en su época en Iraq. Entonces, las armas de exterminio masivo nunca fueron halladas, pero la guerra se desató pese a todo. El tiempo mostrará si el Pentágono volverá a tropezar con la misma piedra por segunda vez.

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miércoles, 2 de febrero de 2011

LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA EN EL MUNDO ÁRABE. FERNANDO MIRES. DESDE ALEMANIA

El título de este artículo invoca un concepto problemático: el de revolución. Para evitar discutir sobre ese punto, declaro de inmediato que estoy utilizándolo en su sentido más amplio: como sinónimo de cambio brusco de régimen y nada más. De régimen, entiéndase, no de sistema socioeconómico ni de nada parecido. Y si hablo de cambio de régimen me estoy refiriendo, por cierto, a una revolución política.

En los momentos en que redacto estas líneas está teniendo lugar una revolución política en algunos países del mundo árabe. Si se me pidiera más precisión diría, predominantemente política, y en un segundo lugar social, y quizás en un tercer lugar –no se sabe bien- económica. Con ello estoy afirmando que la palabra revolución es sólo el nombre de un apellido. Y el apellido de la revolución que presenciamos es, política.

Pero, además, el título de este artículo invoca a un concepto tanto o más problemático que el de revolución: el de democracia. Debó aclarar por lo tanto, que en la terminología historiográfica la caracterización de una revolución como democrática no tiene que ver con el hecho de que de ella surja una democracia o no (y la verdad es que pocas veces surge) sino de lo que niega una revolución.

Ahora, las revoluciones árabes de los últimos días han surgido, sin lugar a dudas, como negación de largas y cruentas dictaduras. El concepto revolución democrática, quiero decir, es esencialmente negativo. Por ejemplo, la revolución francesa fue llamada democrática porque negó una monarquía, pero ni los gobiernos de Robespierre ni de Napoleón fueron democráticos. La revolución rusa durante Kerensky fue llamada democrática porque negó al zarismo y no porque Kerensky ni mucho menos Lenin hubiesen construido una democracia. La revolución de Fidel Castro fue llamada al comienzo democrática porque derrocó al dictador Batista y sólo un ignorante podría decir que en Cuba surgió una democracia.

Y así sucesivamente. Ni siquiera de la norteamericana de 1776 -si se toma en cuenta la supervivencia de la esclavitud- surgió inmediatamente una verdadera democracia política.

En cierto modo las revoluciones democráticas al ser realizadas contra gobiernos no democráticos anticipan un orden democrático pero casi nunca lo realizan. Seríamos muy injustos entonces con las naciones árabes si exigiéramos de ellas, después de la caída de algunos dictadores, la instauración de un orden democrático perfecto, el que apenas existe en occidente.

Ahora, lo que sí originan las revoluciones democráticas, son condiciones para que después de ellas, a veces mucho después, sean erigidas verdaderas democracias. Las revoluciones democráticas son, si se quiere, la base política desde donde surgen las democracias.

Hecha esta reflexión, corresponde ahora precisar el tipo de dictaduras contra las cuales se levantan las actuales revoluciones del mundo árabe. Para decirlo en breves palabras, ellas están siendo realizadas en contra de dictaduras “post- nasseristas”. Naturalmente me estoy refiriendo a la tradición inaugurada por quien fuera el máximo líder del mundo árabe: Gamal Abdel Nasser. Nasser, miembro de la revolución militar que derribó al corrupto rey Faruk en 1952, erigió su gobierno después de desbancar al general de tendencias liberales Naguib, en 1953. Al nacionalizar el Canal de Suez -apoyado por la URSS y los EE UU en contra de Inglaterra y Francia- Nasser pasaría a convertirse en un líder nacional y arabista a la vez. El distanciamiento con respecto a los EE UU ocurrió cuando Nasser desarrolló una política de agresión hacia Israel. De este modo surgió aquel tipo de gobierno dictatorial llamado “nasserismo”, concepto utilizado por la politología tradicional para designar a dictaduras militares que reúnen los siguientes requisitos: militarismo, estatismo, nacionalismo, pan-arabismo, laicismo, socialismo ideológico, y adhesión al imperio soviético. En lo económico se caracterizaron por un gigantomanía expresada en mega-proyectos industrialistas en el mejor estilo estaliniano, incluyendo deportaciones masivas y campos de concentración.

A esa especie dictatorial pertenecieron entre otros Sadam Hussein en Irak, Hafez el Assad en Siria, Zine El Abidene Ben Alí en Tunez, Muamar –al -Gadaffi en Libia, Alí Abdala Saleh en Yemen, Abedaliz Butefilka en Argelia, etc.

En síntesis, todas esas dictaduras eran, en términos políticos, hijas de la Guerra Fría y en términos económicos, hijas de la industria pesada. Hoy, en plena globalización, la mayoría de las dictaduras “arabistas” han sobrevivido pero sin las condiciones históricas que les dieron origen, es decir, se han vuelto anacrónicas. Conscientes de eso, algunas han experimentado ciertas mutaciones, pero sólo con el objetivo de permanecer en el poder. Por ejemplo, han realizado concesiones a quien durante mucho tiempo fuera su enemigo mortal: el islamismo radical. La dictadura egipcia fue más lejos aún: después de haber sido durante Nasser vanguardia regional en la lucha en contra de los EE UU e Israel, pasó a convertirse desde el periodo del predecesor de Mubarak, Anwar El- Sadat, en “el mejor nuevo amigo” de los EE UU e Israel. De más está decir que para los ciudadanos de las “naciones post-nasseristas”, más importante que los reacomodos geopolíticos de sus respectivos gobiernos ha sido la desmedida corrupción que ostentan, la ineficacia administrativa, los nepotismos y tendencias dinásticas y, sobre todo, la terrible represión ejercida en contra de opositores y disidentes.

Para poner un ejemplo, en la mayoría de esas naciones existen universidades bien dotadas desde donde egresan profesionales que después no logran insertarse en la vida económica y civil puesto que tanto la economía como la política están asfixiadas por un Estado burocrático y militar. Eso explica que estudiantes y jóvenes profesionales han sido, si no la vanguardia social, por lo menos el detonante de la actual revolución democrática y popular. En términos generales, aquello que desean, es liberar a la sociedad del peso del Estado. Podemos pues afirmar que una de las olas de la revolución democrática de nuestro tiempo ha llegado a las arenas árabes. No es frase literaria. Quiero simplemente remarcar que las diferentes revoluciones democráticas, incluyendo a las árabes, pueden ser consideradas desde una perspectiva macro-histórica, como momentos de una sola revolución, una que comenzó con la Declaración de los Derechos Humanos en los EE UU y Francia, o quizás antes, con la revolución parlamentaria inglesa (1642-1689).

Esa al menos era la idea de Tocqueville que desarrolló después Claude Lefort para mencionar la contradicción fundamental del siglo XX: la de totalitarismo – democracia (La Invención Democrática, Nueva Visión, Buenos Aires 1984)Al referirme a las olas de la revolución democrática estoy tomando, aunque sólo en parte, una propuesta de Samuel Hungtinton quien en su famoso libro “La Tercera ola”, nos habla de diferentes oleadas democráticas (Paidos, Madrid 1984).La imagen de las “olas” es excelente. Corresponde muy bien al modo como ha tenido lugar la expansión democrática en la era moderna. Sin embargo, Huntington, al imaginar la periodización en forma de olas, se refiere no a las revoluciones democráticas sino a los diferentes procesos de democratización que han tenido lugar, lo que es algo diferente.


De este modo, Hungtinton distingue tres grandes “olas democratizadoras”: (1828-1926; 1943-1962; 1974 .....)Ahora bien, la imagen de las “olas” puede ser extrapolada hacia las llamadas revoluciones democráticas. En ese sentido podríamos intentar una periodización algo diferente a la de Hungtinton; a saber, en lugar de tres, “clasificar” cinco grandes olas.

DANTON Y ROBESPIERRE
La primera ola habría tenido lugar a partir de las dos revoluciones democráticas fundadoras de la modernidad política: la norteamericana de 1776 y la Francesa de 1789 cuyos influjos se expandieron de modo parcial a la España de las “Juntas” y aún más allá, hacia los países sudamericanos en donde la revolución fue independista, democrática en sus declaraciones, y antidemocrática en la práctica (hegemonía de ejércitos oligárquicos). Con Hungtinton es posible coincidir que a la primera ola democrática sucedió una fuerte contra-ola a la que aquí llamaré, la contrarrevolución totalitaria, la que en su forma fascista y nazi tuvo lugar en Turquía, Japón, Italia, y sobre todo Alemania; y en su forma comunista, en la URSS y los países que después ocupó. En ese sentido, tanto el fascismo y/o el nazismo como el comunismo, intentaron ser presentados por sus gestores como revoluciones, pero desde la perspectiva de la revolución democrática fueron las contrarrevoluciones más brutales que conoce la historia.

La segunda ola de la revolución democrática es posible localizarla en las revoluciones y democratizaciones que tuvieron lugar en Europa del Sur a mediados de los setenta del pasado siglo, particularmente en la Grecia de los coroneles, en el Portugal de Oliveira Salazar y en la España post-franquista.

La tercera ola tuvo lugar en las revoluciones democráticas de la URSS y de sus países satélites, sobre todo en Europa del Este y Central. A primera vista la revolución anticomunista fue iniciada a partir del ascenso de Michael Gorbachov al poder. Sin embargo, desde una perspectiva más amplia, esa revolución venía arrastrándose lentamente, comenzando en la sangrienta Hungría de 1956, en la Primavera de Praga de 1968, pero sobre todo en la Polonia de Solidarnosc. Como suele suceder, después de la revolución democrática ha seguido una ola si no contrarrevolucionaria, por lo menos, restauradora. El “putinismo” (de Putin) representa en gran medida la contra-ola restauradora. Por lo menos intenta restaurar una noción estatista de la política, un personalismo extremadamente autoritario, amén de amenazas expansionistas en contra de países que pertenecieron a la ex URSS.

En los países políticamente menos desarrollados de Europa del Este y Central (Bulgaria, Rumania, Albania e incluso Hungría) se observan fenómenos similares a la restauración “putinista”.

La cuarta ola de la revolución democrática tuvo lugar en Sudamérica a fines de los años ochenta, como consecuencia del descenso de los gobiernos militares, particularmente en el Cono Sur.

Por último, la quinta ola de la revolución democrática es la que en estos días está ocurriendo en el mundo árabe. Y pese a que estamos sólo presenciando sus momentos iniciales, ya asoman algunas de sus características principales. Una de ellas es que no se trata de revoluciones típicamente “clasistas”. Si bien fueron iniciadas por estudiantes y profesionales, han sido asumidas por sectores de “clase media”, por obreros y por campesinos. Esto es, se trata de auténticas revoluciones populares. Quizás por la misma razón no pueden ser clasificadas como de “izquierda” o de “derecha”.

Al igual que todas las verdaderas revoluciones rompen los esquemas políticos en uso. Tampoco siguen la directriz de una oposición establecida. Por el contrario, esa oposición sometida a permanentes fraudes electorales, se ha visto obligada a ponerse detrás de un movimiento con el cual nunca contaron.

Ha sido dicho que se trata de revoluciones que sin Internet y teléfonos móviles no hubieran sido posibles. Esa es una exageración. Cuando un pueblo comienza a comunicarse consigo, siempre encontrará medios apropiados para organizarse. En las primeras revoluciones fueron el periódico clandestino, el pasquín, el volante y el panfleto pegado en las paredes. Después hubo revoluciones radiales. Las de Europa del Este fueron televisivas. Las de ahora son, naturalmente, digitales. Lo importante es que siempre han sido mayoritarias y multitudinarias y, mientras más lo son, menor ha sido su grado de violencia. Hecho muy interesante.

La característica más decisiva de las revoluciones árabes reside, sin embargo, en que ellas representan una “tercera fuerza”. ¿Qué quiero decir con eso? Algo ya evidente: ellas están situadas más allá de esa contradicción que aparecía como fundamental, contradicción representada en la falsa alternativa: “o dictadura militar o dictadura islamista”. Los propios dictadores se encargaban de divulgar esa falsa alternativa como si fuera la única posible. Gracias a ella, chantajeaban al gobierno de los EE UU y a los gobiernos europeos. “O nos apoyan, o la gente que sigue a Bin Laden se tomará el poder”.

Todavía hay escépticos que piensan que después de la revolución democrática los islamistas llegarán al poder en los países árabes. En el fondo siguen el pre-juicio, en cierto modo racista, de que los pueblos árabes y musulmanes están incapacitados para el ejercicio de la democracia. El trauma de la “revolución de los Ayatolah” todavía persigue a muchos políticos occidentales. Pero la diferencia es muy grande, y hay que considerarla. Aparte de que en los países árabes no existe un clero islámico como en Irán, ninguna de las revoluciones que hoy tienen lugar asume formas religiosas. Ni siquiera son anti-modernas, ni mucho menos anti-occidentales, como desde el primer momento se presentó, sin tapujos, la revolución iraní (y hasta ahora no ha sido quemada ninguna bandera estadounidense; hecho inédito en la región) La población musulmana participa en el proceso revolucionario y es lógico, natural y necesario que así sea. Lo más probable es que el “Islam político” deberá tener representación en la reorganización de esos países, lugar que le corresponde históricamente. Entre los creyentes islámicos y quienes siguen el islamismo como ideología, hay muchas diferencias. El occidente político, sobre todo el gobierno de los EE UU, está llamado a tender puentes hacia los nuevos escenarios políticos que surgirán de la revolución, sea cuales sean. Nunca hay que olvidar, en ese sentido, que democratización y pacificación son dos procesos que marchan casi siempre juntos.

El antiguo ideal kantiano relativo a que en un orden mundial republicano no puede haber guerras, no ha perdido vigencia (Kant entendía por república algo muy parecido a lo que hoy se entiende bajo el concepto de “democracia institucional”) Por lo menos sabemos que nunca, o casi nunca, ha habido guerra entre dos naciones democráticas. Luego, mientras más avanza la ola democrática, mayores serán las posibilidades de establecer relaciones, si no de paz, por lo menos de cierta convivencia, en esa tan compleja y tan importante región del mundo. Al fin y al cabo, nunca las dictaduras serán garantía de paz. En ninguna parte.

fernando.mires@uni-oldenburg.de

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miércoles, 28 de julio de 2010

SOPLAN VIENTOS DE GUERRA, CON VOZ PROPIA, ALBERTO JORDÁN HERNÁNDEZ

Las declaratorias de guerra y ruptura de relaciones constituyen lenguaje característico del comandante presidente, para desviar atención a la ineficiencia del corrupto régimen, que hoy vive su peor crisis. Es identificación de la diplomacia a patadas (para corroborarlo usó como testigo de excepción al futbolista Diego Armando Maradona). Lo hace en protección de las fuerzas irregulares de Colombia.

Antes, mordazmente se refirió al deterioro de relaciones con España y dijo: “será esa nación la que más perdería".

Lo de Colombia venía preparándolo y esperaba el momento “oportuno”, el cual lo dio el deterioro con putridez de su régimen. En enero 2005, congeló las relaciones por la captura del “canciller” de las FARC, Rodrigo Granda Escobar, quien vivía aquí, acreditado con documentación legal. Debido a esa detención el Tribunal Militar Primero de Juicio sentenció a 3 años y 8 meses por “Privación ilegitima de libertad” al Teniente Coronel (GN) José Humberto Quintero Aguilar.

En 2009 hubo otras evidentes muestras: por la muerte del líder de las FARC, Raúl Reyes, Chávez decretó un minuto de silencio y ordenó la movilización de tropas a la frontera; otra congelación la originó la publicación del decomiso a las FARC de lanza-cohetes, vendidos a Venezuela por Suecia; y se repitió por la firma del acuerdo de cooperación militar entre EEUU y Colombia.

En la despedida al ex embajador de Cuba, Germán Sánchez Otero, instruyó a su canciller: "Hay que preparar la ruptura de Relaciones, Nicolás. Eso va a ocurrir. Vayámonos preparándonos. Porque esa burguesía colombiana nos odia. Y aquí ya no hay posibilidad de retorno, o de un abrazo. Es imposible".

En en la III Cumbre de Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) manifestó: “los vientos de guerra comienzan a soplar”. Para el diario La Razón de Madrid, quien puso en marcha el ventilador y el molinillo fue el “títere golpista y tramposo que puede sangrar a toda Sudamérica para imponer sus delirios de grandeza”. Y agregó que ha quedó en evidencia como proveedor de armamento a las FARC.

El juez español Eloy Velasco denunció al régimen de cooperar para que la banda separatista vasca ETA y las FARC formaran a guerrilleros que en España atentarían contra personalidades colombianas.

El embajador del país vecino ante la OEA Luís Alfonso Hoyos reveló con pruebas, que en Venezuela operan 1.500 guerrilleros colombianos en más de 80 campamentos.

Eso provocó la ruptura. La reacción negativa hizo dejar atrás el discurso de que "Venezuela limita en buena parte del oeste y suroeste no con el Estado colombiano sino con las FARC" y el llamado a reconocerla como fuerza deliberante, pues ahora considera que no hay condiciones para toma del poder (Bueno sería la eliminación de las plazas erigidas a Marulanda).

También se produjo por quinta vez la amenaza de suspender envío de petróleo a EEUU, su principal comprador (1,4 millones de barriles diarios que ingreso de 5 mil 400 millones de dólares al año). Alega plan de invasión yanqui. Como el soplar vientos de guerra no elimina la putrescencia de los contenedores de alimentos, ahora se proclama "amante de la paz”

NOTA MARGINAL: El 15 de julio la Guardia Nacional detuvo en territorio venezolano a cuatro periodistas colombianos. Vinieron a buscar noticias en el municipio de Nula, en Apure. Intentaban ubicar el campamento de Carlos Marín Guarín, alias "Pablito", del ELN, que según el Gobierno colombiano se encuentra en esa zona. Para desgracia de la comunicación social, las autoridades colombianas pagaron con la misma moneda y el pasado 23 deportaron a dos periodistas de RCTV Internacional que fueron a trabajar allá.

albertojordanhernandez@yahoo.es

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

*VIENTOS DE GUERRA, ALFONSO USSIA, DIARIO LA RAZÓN – MADRID, COLOMBIA, VENEZUELA, LATINOAMERICA

Soplan vientos de guerra en Sudamérica», ha dicho Hugo Chávez. El los está soplando. Su problema es Colombia, la gran nación que resiste y está venciendo al narcoterrorismo de las FARC, el monstruo criminal protegido por Chávez y todos los regímenes comunistas que se han implantado en la zona. Ecuador ofrece cobijo a los terroristas de las FARC, como Venezuela, por donde deambulan no sólo admitidos, sino agasajados.

Colombia ha anunciado la instalación de siete bases norteamericanas en su territorio. Es una decisión legítima y legal.

Colombia, que es una nación admirable y plenamente democrática, necesita con urgencia terminar con sus dos grandes tragedias. El narcotráfico y el terrorismo. Y esa ayuda se la pueden proporcionar los Estados Unidos. Ellos, la droga y la sangre, son los enemigos de Colombia, no Venezuela. Pero cuando un Estado abraza con amistad a la droga y la sangre, todo lo que se mueve en su entorno se interpreta como una amenaza.

Mucho agradecerían los colombianos que Hugo Chávez, con independencia de su rumbo e ideología, se ofreciera a colaborar en la lucha contra el narcoterrorismo colombiano. Pero lo apoya. Como lo apoyó Cuba, que ahora no puede ayudar a nadie porque el régimen comunista, que nunca fue una revolución, asiste a la ruina y descomposición de su sistema.

Lo que antaño venía de la URSS y se posaba en la Habana, ahora viene de Venezuela, pero no es lo mismo.

Venezuela también se está destruyendo. Su población, la mitad de ella chavista, vive en los umbrales de la miseria. Los dólares se los reparten los dirigentes, como siempre ha sucedido en aquella nación prodigiosa.


Nada ha cambiado en Venezuela, excepto su temor hacia un Estado vecino que nunca ha agredido a nadie. Colombia desea terminar con sus dramas, no extenderlos, ni aumentarlos, ni exportarlos. Y con la ayuda, al fin abierta, de los Estados Unidos, a las FARC se le reducen sus pocas esperanzas.

Soplan vientos de guerra en Sudamérica porque Chávez ha puesto en marcha el ventilador y el molinillo.

Venezuela tiene un pacto con Rusia y en Colombia se ha respetado.

El riesgo de los sistemas tardo-comunistas que Chávez ha creado en su entorno con el dinero que niega a los venezolanos es la derrota del terrorismo de las FARC, al que todavía en Europa algunos imbéciles visten con la romántica voz de «guerrilla».

Brasil no parece entrar en los planes de Chávez, y el populismo barato peronista de los Kirchner argentinos, tampoco. No sobra el dinero, y el que sobra se establece donde siempre. Desde que Cristina Fernández es la presidenta de Argentina, su patrimonio personal se ha incrementado en un 158% pasando de tres millones de euros a ocho millones. Calculo y es más que el 158%, pero no soy matemático, y paso. La corrupción es el gran enemigo de Sudamérica, y nunca han soplado vientos de guerra contra la mangancia, el abuso, la avaricia y la inmoralidad de una buena parte de sus dirigentes.

Colombia es una excepción, como lo son Chile, Costa Rica y un Perú que, poco a poco, va reencontrando su camino. Colombia es una nación que ha luchado en soledad contra un terrorismo cruel. Colombia tiene un gran Presidente y un Gobierno decidido. En Colombia el poder está en los votos, no en las oquedades populistas.

Si soplan vientos de guerra, que nadie mire a Colombia como origen de ellos. Nacen de Venezuela, de un títere golpista y tramposo que puede sangrar a toda Sudamérica para imponer sus delirios de grandeza.

ALFONSO USSIA
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