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domingo, 11 de octubre de 2015

FERNANDO MIRES - ANGELA MERKEL MERECÍA EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ, DESDE ALEMANIA

Si algún lector va a leer este artículo, ruego fijarse en el título. Cuando digo que –según mi opinión- Angela Merkel merecía el galardón no estoy diciendo que el cuarteto de Túnez no lo merecía. Las informaciones muestran de modo preciso como ellos colaboraron para salvar los restos de la “primavera árabe” y lograr mantener en su país un orden parecido a la democracia.
Tampoco es mi propósito iniciar una inútil controversia acerca de quien merecía el premio: si los tunecinos, si el papa Francisco o si la Merkel, o cualquier otra u otro postulante.
He de partir de la premisa de que el tribunal de Oslo discutió el tema con seriedad y tomó la decisión que consideró más justa. Punto. Lo único que afirmo, y lo hago de modo taxativo, es que si a Angela Merkel le hubiese sido otorgado el premio, ella lo habría merecido. Y con creces. Las razones por las cuales ella merecía el premio son, por lo demás, compartidas por muchas personas.
Angela Merkel ha logrado constituirse en la principal líder política de Europa frente a los problemas más candentes de nuestro tiempo (no solo en Europa). Dicho en clave de síntesis, esos problemas son principalmente cuatro.


La unidad política de Europa
Las migraciones, sobre todo las que vienen desde Siria
El auge de los partidos y gobiernos populistas xenófobos en Europa
El peligro que representa para la paz mundial la agresiva política internacional de la Rusia de Putin.
Con relación al primer tema, Merkel asumió la responsabilidad, en contra de sus retractores, incluyendo los de sus propias filas, de mantener a Grecia dentro de la UE. Gracias a la ayuda del presidente Hollande y, no por último, del realismo político de Alexis Tsipras, logró su cometido.
Desde el punto de vista de una lógica instrumental los detractores de Merkel parecían tener toda la razón: ¿Cómo asumir el financiamiento de una economía en ruinas como es la de Grecia? ¿No habría sido más rentable expulsar a Grecia de la UE?
Efectivamente, en el corto plazo la salida de Grecia era la solución más rentable. Pero –he ahí donde entró a jugar la inteligencia de Merkel– la rentabilidad económica no siempre se traduce en rentabilidad política. Había llegado la hora de definir la identidad de Europa: o es una asociación monetaria o deberá constituirse en una unidad de valores culturales y políticos compartidos.
Merkel no lo pensó dos veces: si Europa iba a ser algo más que un banco continental –en eso la estaban convirtiendo los burócratas de la EU- Grecia no podía ser abandonada a su suerte. Europa necesitaba de Grecia tanto o más que Grecia de Europa. Los hechos ocurridos, días después de que Merkel, Tsipras y Hollande se pusieran de acuerdo en los términos del “rescate”, terminaron por dar la razón a la canciller alemana.
Putin, pocos días antes de la firma del acuerdo, había levantado la peligrosa tesis de que Rusia y Grecia están unidos por una comunidad religiosa (cristianismo ortodoxo) y ya se sabe lo que quiere decir Putin cuando habla de comunidad. Poco tiempo después Putin llevó a cabo la ocupación militar de Siria y en nombre de la guerra en contra del ISIS comenzó a destruir las posiciones de los rebeldes sirios aliados de Europa. De igual manera, en nombre de la guerra en contra del ISIS, Erdogan en Turquía -tan cerca de Grecia- inició una feroz guerra en contra del pueblo kurdo, aliado de Europa en contra del ISIS. Y por si fuera poco, el broche de oro: los miles y miles de refugiados, muchos de los cuales pasan por Grecia. En casi todos esos acontecimientos, y en muchos otros por venir, Europa necesita de Grecia.
O digámoslo de otro modo: para enfrentar a todos esos problemas, Europa debe estar unida y no en vías de desintegración. La mejor garantía para la paz en Europa, y en gran medida, cerca de Europa, pasa por la unidad de Europa, aunque eso cueste millones de euros. Esa disyuntiva la advirtió Merkel desde el primer momento.
Mucho más todavía tienen que ver con la paz inter- y extra- europea, las migraciones que vienen desde el Oriente Medio. Frente a ellas Merkel se vio frente a una encrucijada: O tomaba el camino xenófobo de Urban en Hungría, erigiendo muros y alambradas y con ello echando por la borda los principios que identifican a Europa ante el mundo, o abría las fronteras. Para los sectores conservadores e incluso para una gran parte de la socialdemocracia, la de Merkel fue una locura. Pero visto en perspectiva, era la salida más inteligente.
Merkel entendió rápidamente que el tsunami migratorio no era una catástrofe natural. La mayor parte de los fugitivos huyen de una guerra del mismo modo como miles y miles de alemanes lo hicieron en el reciente pasado. En esta nueva guerra, Alemania, como casi todos los países europeos, forman parte de la coalición en contra del ISIS y si no asumen tareas militares deben asumir al menos las no-militares, entre ellas recibir a los fugitivos de guerra.
Más todavía: si Alemania y los demás países de Europa hubieran cerrado las fronteras ¿cómo Europa habría podido recabar el apoyo de los países árabes no solo en su guerra en contra del ISIS sino, además, frente a los conflictos que se avecinan con la Rusia de Putin?
En gran medida, esos letreros que portaban fugitivos sirios en los cuales se podía leer “Mama Merkel” son el resultado de un acercamiento mucho más productivo que el logrado por toda la diplomacia europea con los países islámicos en los últimos años.
¿Qué con los refugiados vienen algunos terroristas? Puede que así sea. Pero el número de terroristas islámicos creados por el inhumano bloqueo a las migraciones, habría sido mucho mayor.
El recibimiento de las multitudes que huyen de la guerra es, sin duda, un aporte a las relaciones pacíficas de Europa con sus vecinos del Oriente Medio. Relaciones que frente a la avanzada de Putin en la región, son y serán más importantes que nunca. En ese sentido Merkel vislumbra lo que no pueden captar ni los miedosos conservadores de su partido, ni los ingenuos bienpensantes de la socialdemocracia.
Siria y gran parte de Irak están a punto de convertirse en escenario de diversas guerras de representación en la que tomarán parte directa Rusia, Irán, Arabia Saudita, Turquía y, naturalmente los EE UU, más algunos países miembros de la NATO. De tal modo que el éxodo de dimensiones bíblicas que viene de Siria no es solo un fenómeno migratorio. Se trata, dicho del modo más directo, de la evacuación de la población civil de un territorio que en un futuro muy cercano puede llegar a ser -utilicemos otro término bíblico- apocalíptico.
Sin embargo, “Mama Merkel” no es la “Madre Teresa”. Si bien su actitud frente a los refugiados surge de principios éticos, ellos están puestos al servicio de objetivos políticos. En ese sentido –y ese fue el punto que dejó más claro su discurso de Estrasburgo (6-O)- Merkel sabe que la paz de Europa no solo se encuentra amenazada desde fuera sino también desde dentro de Europa.
Por una parte, el innegable terrorismo internacional. Por otra, los partidos ultranacionalistas, xenófobos y fascistas, partidos que preceden cronológicamente a las migraciones. Esos partidos simpatizan abiertamente con la política militar de Rusia, tanto en Ucrania como en Siria. Objetivamente constituyen puestos de avanzada en la geoestrategia de Putin. Quizás es fue la razón por la cual en el mencionado discurso, Merkel, siempre tan tranquila y moderada, declaró una guerra política a la xenofobia organizada.
No solo con negociaciones se logra la paz, como imaginan los socialdemócratas, algunos dispuestos a ceder parte de Ucrania a Putin a cambio de algunas concesiones en Siria, como si los territorios, los acuerdos internacionales y las personas fueran simples mercancías. La lucha por la paz no excluye, por el contrario, requiere, de la lucha en contra de los enemigos de la paz, sea esta interna o externa. O ambas a la vez.
Y bien, precisamente por haber reconocido los antagonismos que separan a la política europea de la rusa, Merkel ha logrado posicionarse frente a Putin con buenas cartas sobre la mesa.
Por de pronto Merkel muestra su disposición a integrar a Rusia en proyectos económicos conjuntos. Putin, dada la precaria situación económica que vive su país, necesita de la colaboración europea y no tiene más alternativa que negociar con Merkel. Dentro de esas negociaciones está incluido el destino de Ucrania y en gran parte el de Siria, temas sobre los cuales Merkel se muestra dispuesta a hacer solo las mínimas concesiones posibles. Pero para abordar esos puntos, Merkel requiere de una Europa unida que la respalde frente al jerarca ruso, por lo menos con la misma seguridad con que siente el respaldo del gobierno de Obama del cual no pocas veces ha tenido que hacer de portavoz ante Putin.
En ese sentido, haber recibido el Premio Nobel de la Paz, habría significado para Merkel un respaldo simbólico en sus negociaciones por una coexistencia pacífica entre Europa y Rusia. Por lo menos un respaldo similar al que recibieron en otras ocasiones Kissinger, Arafat y el mismo Obama quienes, por las funciones que representaban, podían ser cualquier cosa, menos palomas de la paz.
Angela Merkel tampoco es una paloma de la paz. Pero es una líder política que si logra el consenso y el apoyo internacional necesario, puede hacer más por la paz que todas las palomas del mundo.
Al menos el Premio Nobel de la Paz 2015 está en buenas manos. Podría haber sido peor.
Fernando Mires
@FernandoMires1

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domingo, 4 de octubre de 2015

FERNANDO MIRES - ¿ES EL DE MADURO UN RÉGIMEN O UN GOBIERNO?, DESDE ALEMANIA

En  Venezuela ha surgido un mini-debate acerca de si el gobierno de Maduro es un régimen o un simple gobierno.

Curiosamente a los que más molesta la denominación de régimen sostienen que el gobierno de Maduro no es un simple gobierno, sino un hito en la llamada revolución bolivariana, chavista, bonita, socialista, sigloveintunista o como la llamen. ¿No es acaso todo gobierno revolucionario un régimen o por lo menos parte de un régimen?
Todo régimen nace de una revolución o del intento de implantarla. Luego, los primeros que deberían hablar de régimen son los que son o imaginan ser revolucionarios. Pues, un gobierno revolucionario que no intente cambiar el régimen anterior es un gobierno como cualquier otro y, por lo mismo, no puede ser revolucionario.
Probablemente quienes se sienten irritados con la palabra régimen imaginan –no sin razones- que quienes utilizamos esa palabra y no la de gobierno para designar a la era Maduro la empleamos como sinónimo de dictadura. Sobre ese tema hay que hacer un par de aclaraciones.
Es cierto, toda dictadura es un régimen. Así podemos hablar de régimen comunista, castrista, pinochetista, fascista. Pero por otra parte –este es el punto- no todo régimen es una dictadura.
La democracia también es un régimen de gobierno y dentro de la democracia hay distintas formas de gobierno a las que llamamos regímenes (régimen parlamentario, presidencialista, autoritario).
El concepto de régimen, por lo tanto, no solo puede ser usado como sinónimo de dictadura, sino también como sinónimo de sistema de gobierno. En ese sentido el gobierno de Maduro no es un gobierno cualquiera, es parte de un régimen el que, guste o no, será conocido en la historia como “régimen chavista”. Por lo demás, el primero que lo reconoció fue Chávez. Su gobierno, decía el líder muerto, ha puesto fin a la Cuarta República. ¿Y qué era la Cuarta República sino un régimen? ¿Y cómo poner fin a un régimen si no es con otro régimen?
Un régimen solo puede ser sustituido por otro régimen. Luego, reitero, el de Maduro no solo es un gobierno, es parte de un régimen que lo precede. El mismo gobernante lo dice. Cuando habla de democracia participativa, de concejos comunales, de democracia de calle, y otras metáforas, se está refiriendo a elementos constitutivos no de un gobierno, sino de un régimen. A ese régimen podemos agregar otras características menos positivas: personalismo extremo, recurrencia a una imagen mítica (la de Chávez) situada más allá del bien y del mal, militarización del Estado, Partido único de Estado, desaparición de límites entre el poder ejecutivo y el  judicial, control del aparato electoral y otras lindezas dictatoriales tan conocidas en y fuera de Venezuela.
Entonces, hablemos claro: Una eventual derrota política de Maduro será parte no de un cambio de gobierno sino de un cambio de régimen. Un cambio que seguramente no ocurrirá de un día a otro, como sucede en las películas, sino como resultado de un proceso cuyas formas nadie está en condiciones de anticipar. Visto desde esa perspectiva, un triunfo opositor en las elecciones del 6-D solo sería un hito en ese proceso que deberá culminar con la instauración de un nuevo régimen: más democrático, menos violento y sobre todo más constitucionalista que el actual
La conclusión es simple: para cambiar al régimen será necesario cambiar de gobierno. La gran mayoría opina por cierto que ese cambio deberá ser realizado de acuerdo a los medios que entrega la propia Constitución. Si un próximo gobierno será democrático su tránsito también deberá ser, evidentemente, democrático.
La gran mayoría –en el caso de que logre imponer el reconocimiento de su victoria electoral- se verá probablemente enfrentada a dos obstáculos. El de fracciones de gobierno que intentarán por todos los medios la continuación del régimen y el de una delgadísima capa de la oposición que, como ya ha sido su costumbre inveterada, llamará a cortar por algún atajo. Esa gran mayoría deberá, en consecuencia, estar preparada para llevar a cabo ese doble enfrentamiento.
Los tiempos que vienen después del 6-D serán, dicho casi con seguridad, los más difíciles que ha vivido Venezuela durante toda la historia del régimen chavista.
Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1


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domingo, 27 de septiembre de 2015

FERNANDO MIRES, FRANCISCO ENTRE WASHINGTON Y LA HABANA

Desde el punto de vista retórico, el discurso pronunciado el 24.10.2015 por el Papa Francisco en el Capitolio de Washington, si no es una pieza maestra, contiene todos los elementos formales que hacen de la oratoria un muy interesante género literario.

Elogio cortés a los patrocinantes, dignificación del país y del lugar desde donde se habla y elección de un eje alrededor del cual gira la retórica discursiva ocuparon lugares precisos en el texto papal.
Las menciones a cuatro personas ilustres de la historia estadounidense, Abraham Lincoln, Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton, no pudo ser más oportuna. A partir de ahí, Francisco se refirió a los temas que más interesaba exponer.
En primer lugar -venía desde Cuba- Francisco se refirió a la reconciliación nacional e internacional de los polos antagónicos heredados de la Guerra Fría.
En segundo lugar, abordó un tema que si bien ocupa un lugar central en la política norteamericana, posee una dimensión mundial, a saber: el de las migraciones masivas y, por cierto, de las peligrosas reacciones aparecidas en los países donde estas tienen lugar. No por casualidad la televisión europea dedicó mucho espacio a la presentación de ese tema. Parecía que desde los EE UU Francisco estaba hablando hacia Europa.
En tercer lugar -no podía sino hacerlo en los momentos por los cuales atraviesa la política internacional de los EE UU- estimuló Francisco a los políticos a comprometerse con mayor intensidad en la búsqueda de soluciones pacíficas. Importante fue reafirmarlo en tiempos cuando los rescoldos de las guerras preventivas de Bush no han terminado todavía de apagarse.
En cuarto lugar, Francisco no podía dejar pasar la oportunidad de referirse al tema de la pobreza generada por el desarrollo económico cuando este es dejado a su libre arbitrio y no es canalizado por instituciones inteligentes. Palabras que fueron interpretadas por la prensa como un obsequio de cortesía al Partido Demócrata, lo que no es tan cierto pues Francisco no hizo más que exponer la doctrina social de la Iglesia vigente desde los días de Juan XXlll.
En quinto lugar, y en el mejor estilo de Benedicto XVl, Francisco defendió a la familia tradicional como base del desarrollo cultural de una nación. Estas palabras fueron interpretadas como un obsequio de cortesía al Partido Republicano lo que tampoco es muy cierto pues no ha habido Papa que no haya acentuado el rol de la familia monogámica al interior de la sociedad.
Incluso la petición de que la pena de muerte sea abolida en los EE UU no fue muy original. La toma de partido de la Iglesia Católica por el derecho a la vida es sumamente conocida. Aplaudida cuando se trata de abolir la pena de muerte; discutida cuando se trata del tema del aborto.
Al final todos contentos. Francisco fue ovacionado por los congresales. La opinión pública acogió con beneplácito las palabras vaticanas.
El Papa y su Iglesia –después de todo eso es lo que más interesaba a Francisco- ganaron puntos en dos países donde el tema religioso es muy complejo. En EE UU el catolicismo compite con muchas religiones, creencias y sectas. En Cuba la Iglesia ha logrado salvarse de la arremetida estatal de los Castro, pero al precio de realizar concesiones a la dictadura. Así ha quedado el camino libre para prácticas idolátricas y supersticiosas de origen africano. En un futuro muy próximo, los eclesiásticos cubanos deberán resistir arremetidas de las sectas evangélicas las que se dejarán caer junto a los miles de turistas que ya asolan la isla.
Summa Summarum: Francisco supo mantener, tanto en Cuba como en los EE UU, la continuidad que marca el estilo político del catolicismo desde el Concilio Vaticano ll hasta nuestros días. En todo lo dicho, ya fuera en Cuba o en los EE UU, no hubo nada nuevo bajo el sol.
Desilusionados deben haber quedado los izquierdistas extremos quienes esperaban por lo menos una condena radical al capitalismo. Más desilusionados quedaron los derechistas extremos quienes esperaban una condena radical al castrismo, al chavismo y a todas las formas de dominación surgidas en nombre de una revolución social.
Los últimos ya afilaban sus garras para atacar a Francisco si criticaba más a los EE UU que a Cuba. Pero no ocurrió. Más aún, si hubo críticas duras, fue las que hizo el Pontífice, aunque de modo abstracto y general, al régimen cubano.
Ni siquiera Benedicto XVl, acusado tantas veces de anticomunista fue tan lapidario con los Castro como lo fue Francisco en Cuba cuando condenó a “las ideologías que terminan en dictadura”. Y lo dijo nada menos que en la misa celebrada en la Plaza de la Revolución. Aunque no nombró a Cuba todo el mundo se dio cuenta en contra de quienes estaban dirigidas sus palabras.
No obstante, la mayor parte de las críticas al Papa vino esta vez desde los grupos más radicales de la oposición cubana y venezolana algunos de cuyos exponentes se desataron en  insultos en contra de Francisco. Dos fueron las razones que motivaron tan vulgares reacciones. La primera, que Francisco no haya recibido a ningún representante de la oposición cubana. La segunda, que haya visitado a Fidel Castro en su casa y dedicado a él palabras de amistosa cortesía.
Naturalmente, a quien escribe estas líneas le habría gustado ver a Francisco conversar con las Damas de Blanco, por ejemplo. También le habría gustado que esa visita a Fidel Castro nunca hubiera tenido lugar. Sin embargo, quien escribe estas líneas no es un hombre de iglesia aunque sí sabe que los eclesiásticos están sujetos a normas estrictas, imposibles de ser evadidas por ningún pontífice en su calidad de jefe de estado.
Nunca, en toda la historia de los viajes papales, ha conversado un Papa con la oposición a los gobiernos de los cuales es huésped. Cuando Juan Pablo ll fue a Chile en 1987 no se entrevistó con la oposición a Pinochet, razón por la cual fue tan criticado por la izquierda chilena como hoy por (una parte de) la oposición cubana y venezolana. Más todavía, ni siquiera cuando Juan Pablo ll visitó a su propio país, Polonia, se entrevistó con la dirigentes de Solidarnosc. Si conversó con ellos lo hizo en el Vaticano, no en Varsovia. Benedicto XVl a quien nadie podría acusar de mantener simpatías por el socialismo, tampoco aceptó conversar con la disidencia cubana cuando visitó a la Isla. Francisco no podía ser la excepción.
¿Y la visita a Fidel Castro? Podría habérsela ahorrado, piensan muchos. Eso no está tan claro. Fidel Castro ocupa dentro de la nomenclatura cubana el rol de alto dignatario simbólico. Si Raúl y el Cardenal Ortega pidieron a Francisco que visitara a Fidel, difícilmente podría haberse él negado sin correr el peligro de tensar las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Cuba. Y bien, eso era justamente lo que Francisco quería evitar.
Por lo demás, ningún mandatario visita oficialmente a un país para ganar enemigos. Todos los papas viajan en son de paz, nunca en son de guerra. Quien no entiende algo tan elemental, creo que no entiende nada.
Hay, sin embargo, otro punto que es necesario mencionar. La visita de Francisco a Fidel puede ser pensada en el marco de la doctrina cristiana del perdón, quizás la más difícil de asimilar, aún por los cristianos. En ese sentido, un sacerdote, cura párroco o Papa (da igual) si tiene la oportunidad de visitar a un pecador –y creo que desde el punto de vista cristiano Fidel lo es con creces- debe hacerlo, del mismo modo como un médico debe prestar atención a un enfermo si es que se cruza por su camino.
Jesús en su doble función curó a enfermos y perdonó a los más terribles pecadores (y pecadoras). Por esa razón, la foto en la cual vemos a Francisco estrechando las dos manos de ese anciano vestido en traje deportivo marca Adidas, dice mucho más de lo que vemos.  Fueron quizás las mismas razones que tuvo Francisco para visitar a Fidel las que motivaron a Juan Pablo ll en 1983, visitar en la cárcel nada menos que a Alí Agca el hombre que había intentado asesinarlo.
Sin intentar comparar a Fidel Castro con Alí Agca, ambos tienen tres puntos en común. Primero, ambos intentaron dañar a la Iglesia. Fidel, al buscar destruirla si no en sus cimientos, en el alma de la gente; y Agca al intentar destruir a su representante máximo. Segundo, ambos actuaron siguiendo órdenes de la URSS: Fidel del Comité Central del PCUS y Agca de los servicios secretos soviéticos. Tercero, ambos tenían muy bien ganados un viaje sin retorno al infierno.
Habida cuenta de las razones expuestas es difícil explicarse las bataholas que armaron los opinadores más radicales de la oposición venezolana (en mayor medida) y de la cubana, sobre todo la que reside en Miami, al condenar de modo brutal –por decir lo menos- la visita del Papa a Cuba.
Francisco, dicho en verdad, se ajustó en los hechos y en la forma a la tradición seguida por todos sus predecesores. Él no es un cura comunista, mucho menos un agente de los Castro y en ningún caso el miembro de un trío formado por los Castro, Obama y Benoglio, como llegó a escribir uno de los más descerebrados columnistas de la oposición radical venezolana. Seguramente pensando en ese tipo de personas fue que Francisco pronunció frente al Congreso de los EE UU las siguientes palabras:
“Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología o un sistema económico y al mismo tiempo proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas, requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar. Y, por otra parte, puede generarse una tentación a la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista que divide a las personas en buenos y malos; permítanme usar la expresión, en justos y pecadores. El mundo contemporáneo con sus heridas que sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos. Sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de alimentar al enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: No”-
Uno de los “logros” mayores de las dictaduras ha sido siempre el de formar en contra suya disidencias que introducen dentro de sí a la propia lógica anti-política que dicen combatir. Así ha sucedido siempre. Sucedió en Polonia y en Hungría desde las fases postreras del comunismo cuando aparecieron grupos fascistoides que apelan a los valores sagrados de la patria, de la religión e incluso de la raza. Sucedió en Rusia donde Putín reordenó detras de sí a lo más reaccionario de su nación, incluyendo a la intolerante iglesia ortodoxa. No es casualidad tampoco que en Alemania el auge del neo-nazismo y de la xenofobia tenga lugar en la zona del Este, dominada ayer por los comunistas.
Venezuela y probablemente Cuba no han sido excepciones. Venezuela, por ejemplo, debe ser el único país en donde hay personas que públicamente justifican al régimen de Pinochet en Chile recurriendo a argumentos que hoy ni siquiera la derecha chilena osaría sostener. Todos esos grupos y grupillos aparecen hoy día confundidos dentro del espacio de una oposición mayoritariamente democrática a la que no vacilan en boicotear cada vez que pueden. Esa es la razón que me impide por ahora seguir extendiendo mis observaciones críticas hacia ellos. Pero ya llegará el día de hacerlo.
Cada política tiene sus momentos. Cada momento tiene sus políticas.

Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1

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martes, 15 de septiembre de 2015

FERNANDO MIRES, EL 11 SE SEPTIEMBRE DE NICOLÁS MADURO, DESDE ALEMANIA,

Día aciago. El 11 de Septiembre de 1973 un general asesino mandó bombardear la Casa de la Moneda de Chile donde falleció el presidente Salvador Allende. El 11 de Septiembre de 2001 los ángeles de la muerte enviados por Bin Laden perpetraron desde el aire uno de los atentados terroristas más pavorosos de la historia moderna.

El 11 de Septiembre de 2015, Venezuela amaneció aterrada: Sin mediar prueba alguna, en uno de los juicios más viciados de los cuales se tenga noticia, un poder judicial manejado desde el partido de gobierno por el más ineficaz presidente que conoce la historia venezolana, dictaminó una condena de más de 13 años en contra de uno de los más destacados líderes de la oposición: Leopoldo López.
Juicio y condena a Leopoldo pasarán a figurar junto con los casos de Dreyfus en Francia (1894-1906), el de los anarquistas Sacco y Vanzetti en EE UU (1920) y el de Nelson Mandela en Sudáfrica (1962), como una de las manchas mas sucias caídas sobre el poder judicial en un país occidental.
El repudio internacional no se hizo esperar. No hay comisión de derechos humanos –partiendo desde Amnistía Internacional- organismo judiciales de las Naciones Unidas, intelectuales y políticos de todas las tendencias -incluyendo hasta el super- izquierdista español Pablo Iglesias- que no haya mostrado reprobación ante la infamia judicial cometida en Caracas.
Maduro no solo ha liquidado al movimiento de masas montado por su predecesor. Ha echado además por la borda el enorme capital de apoyo internacional que le legó el talentoso finado.
Maduro ha terminado mostrándose al mundo como lo que es: un dictador de mala clase.
Las palabras de Felipe González no pudieron ser más terminantes: Con el oprobioso juicio y condena a Leopoldo, Maduro se ha convertido en un dictador “de facto”. La verdad es que desde hace tiempo ya lo era. Habría que agregar, para ser más precisos, que Maduro, después de la condena ordenada por él en contra de Leopoldo, ha revelado al mundo que él es un dictador “de jure”.
Pero no se trata, la de Maduro, de cualquiera dictadura. A diferencias de la norcoreana y de la cubana, Maduro representa, como la de al-Asad en Siria, la de Ortega en Nicaragua, la de Putin en Rusia y algunas más de nuestro tiempo, una dictadura electoral. Ese fue el lastre que heredó Maduro de Chávez. La diferencia es que –usando términos homéricos- mientras para Chávez las elecciones eran su “caballo de Troya”, para Maduro han llegado a ser su “talón de Aquiles”
Chávez se comportó muchas veces como un dictador. Pero la suya, si era dictadura, estaba legitimada por las altas votaciones que obtenía cada vez que era echada a andar la máquina electoral del PSUV.
Probablemente, como todo dictador o gobernante autoritario, Chávez incurrió en fraudes, si no en la contabilidad, por lo menos en los lugares de votación. Pero para que los fraudes resulten – y eso lo sabía Chávez- se requiere un país dividido en dos mitades, es decir, cuando las diferencias de dos bandos es de solo algunos miles de votos. Pero cuando las diferencias son de millones y millones de votos, punto en el que coinciden todas las encuestas venezolanas y extranjeras, ningún fraude puede ser posible. Así se explica entonces por qué el 6-D tiene vueltos locos a Cabello y a Maduro.
¿Qué hacer? ¿Suprimir las elecciones parlamentarias? ¿Así no más? ¿O inventar una guerra con el país vecino cerrando fronteras y deportando colombianos esperando que Santos pise la trampa patriotera? El plan no resultó. ¿Qué otra alternativa les queda? ¿Provocar una movilización multitudinaria a favor de López, con mucha bala, heridos, muertos, y así decretar el estado de sitio y suspender las elecciones en nombre de la paz nacional? Si así lo pensaron, el tiro les está saliendo por la culata.
La enorme cantidad de votos que ha perdido y seguirá perdiendo Maduro no eran todos a favor de la MUD. Como toda agrupación de partidos discordantes, la MUD debe dedicar muchos esfuerzos a la negociación y al dialogo para encontrar consensos adecuados, actividades que no despiertan sentimientos heroicos ni actitudes épicas, sobre todo entre los electores jóvenes. Pues bien: la brutal condena a Leopoldo López ha dado a la oposición, y por ende a la MUD, la mística electoral que aún faltaba. El descontento social ya existente será convertido, además, en un movimiento por la justicia, por la libertad, y no por último, por la dignidad ciudadana.
En Venezuela ha despertado una mística opositora y hasta el 6-D por lo menos esa mística será electoral. No hay otra alternativa.
A quienes defienden una “tercera vía” debemos recordar que Leopoldo López jamás se ha pronunciado en contra de las elecciones. No las consideró como vitales en un momento cuando aparecían distantes en el tiempo y por eso llamó a movilizaciones que desde un punto de vista estratégico han sido por muchos –y con razón- vistas como equivocadas.
Pero, errores más o menos, Leopoldo es el dirigente de un partido de la MUD. VP, su partido, lleva candidatos y muchos de ellos serán elegidos con alta votación. Más aún: Leopoldo llegó a comprometer su propia vida exigiendo al régimen la fijación de una fecha electoral. Como Mandela, López ha cometido errores infantiles. Como Mandela, podrá rectificarlos. En cierto modo ya lo ha hecho.
De acuerdo a lo dicho, cualquier llamado a entorpecer el camino electoral ya trazado por la mayoría de la ciudadanía venezolana usando el nombre de Leopoldo López no solo significará colaborar con los siniestros planes de Cabello y Maduro. Significará, además, traicionar a Leopoldo López cuyos ideales políticos coinciden en este momento con los de la MUD de la cual él es un militante activo.
Si la oposición venezolana da muestras de madurez y civilidad y logra impedir así la estrategia anti-electoral de Cabello-Maduro, bloqueando incluso la posibilidad de un golpe de Estado, a la cual el desalmado binomio de gobierno intentará casi con seguridad jugar, el 11-S de 2015 podrá ser recordado como el día en el cual Nicolás Maduro comenzó a festejar su automagnicidio político.
Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1
Fuente: http://polisfmires.blogspot.com

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domingo, 16 de agosto de 2015

FERNANDO MIRES, EL ESCÁNDALO DEL TOTALITARISMO, ALTA POLÍTICA, ROBESPIERRE - HITLER - STALIN – GUEVARA, DESDE ALEMANIA

“Hay una relación entre un Robespierre, contemplando como en nombre de La Revolución, rodaban las cabezas de sus adversarios, con el Holocausto, hitleriano y el Gulag estalinista e incluso, con un Ernesto Che Guevara en La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, haciendo volar –también en nombre de La Revolución- la tapa de los sesos de los suplicantes prisioneros.”

Cuando Hannah Arendt* publicó en 1951 su libro Los orígenes del Totalitarismo las izquierdas europeas guardaron un escandaloso silencio. No es que el libro hubiese pasado desapercibido. Todo lo contrario. Las editoriales hicieron un buen negocio. La rigurosidad intelectual, el estilo preciso y lo novedoso de sus tesis despertaron interés en círculos académicos. No así en los políticos. ¿En donde residía el escándalo? Para muchos en el hecho de que Hannah Arendt comparaba al régimen estaliniano con el nazismo.


Salvo una u otra excepción como Raymond Aron o Albert Camus, para la gran mayoría de la clase intelectual europea, la URSS, pese a sus dantescos campos de exterminio, era la depositaria de ideales sublimes nacidos en Occidente, territorio de experimentación de las ideas del intelectual más portentoso que había producido Europa después de Hegel: Karl Marx. Y no por último, la URSS era, según “los maestros pensadores”, una formación económica-social superior al orden capitalista en el proceso “irreversible” de la evolución histórica.

Por si fuera poco, Hannah Arendt dio a conocer su libro durante un periodo en el cual todavía la URSS conservaba la bien ganada imagen de “baluarte en contra del fascismo mundial”. Aunque después reiteró Arendt que bajo Kruschev y Brezhnev la URSS si bien dictatorial ya no era totalitaria –diferencia que todavía muchos politólogos no entienden- su libro no coincidía con la imagen de “la heroica URSS” de la Segunda Guerra Mundial.

Solo después de que en 1989 fuera derribado el muro de Berlín, el libro de Arendt pudo aparecer en los salones de la política. Hoy casi todos los comentaristas, incluso los que no lo han leído, lo citan.

Doce años después de los Orígenes publicó Arendt otro de sus clásicos: Sobre la Revolución. El éxito político fue esta vez mayor. En momentos en los cuales el mundo parecía estar revolucionado desde Vietnam a Cuba, aparecía un libro explicando el génesis y el sentido del concepto revolución.

Sobre la Revolución

Aunque el libro está centrado en la comparación de las revolución norteamericana de 1776 y la francesa de 1789, muchos intelectuales de izquierda creyeron encontrar en él una fuente teórica de inspiración. A pocos se les ocurrió que entre el libro de 1951 y el de 1963 podía haber un nexo. Si se hubieran dado cuenta habrían percibido que Sobre la Revolución era desde el punto de vista político aún más escandaloso que el libro sobre el totalitarismo. Mientras el primer libro se ocupaba del “fenómeno” totalitario, el segundo nos dio a conocer a su matriz. Esa matriz se encuentra –en ese punto escribía Arendt en plena sintonía con el pensamiento de Alexis de Tocqueville- en los tópicos más radicales de la revolución francesa, algunos de los cuales cristalizarían en el bolchevismo y en el nacional-socialismo.

Comparando a la revolución norteamericana con la francesa descubrió Arendt que mientras la primera solo intentó cambiar un orden político, la segunda nació conteniendo la patología representada por un enemigo meta-histórico. Y bien, ese es precisamente el punto que une a la revolución jacobina con la bolchevique y con la fascista. Mientras la norteamericana fue una revolución que tuvo lugar en un marco histórico determinado, las que le siguieron nacieron con el objetivo de derrotar a enemigos “universales”.

Los jacobinos soñaban con la destrucción del “antiguo régimen”. Los bolcheviques con el fin del capitalismo. Los nazis con el fin del judaísmo. Las tres configuraban a un Enemigo Total frente al cual no cabían concesiones.

En cierto modo Sobre la Revolución ilumina el sentido explícito de los Orígenes. A través de sus páginas se entiende como la relación establecida en los Orígenes entre bolchevismo y nazismo era para Arendt algo más que una comparación o una analogía. Esa relación era, sobre todo, una unidad, un mismo fenómeno expresado en dos formas diferentes, o para decirlo en términos conocidos: se trataba de dos cabezas de una misma hidra.

La hidra había nacido en Francia. Su nombre era La Revolución, no una revolución con minúscula sino La Revolución con mayúscula, vale decir, un proyecto histórico destinado a cambiarlo todo.

La destitución del monarca fue para los jacobinos –así observaría Claude Lefort después de Hannah Arendt- solo un medio para alcanzar la totalidad de un cambio histórico de carácter universal. Y para cambiarlo todo era necesario totalizarlo todo. Eso significa que el periodo de El Terror implantado por Robespierre no era un fin en sí sino el medio del que se valía “la historia” para alcanzar la reconciliación definitiva de la humanidad consigo misma.

Hay pues una relación entre un Maximiliano Robespierre asomado en los balcones de las Tullerías, contemplando como en nombre de La Revolución rodaban las cabezas de sus adversarios, con el Holocausto, hitleriano y el Gulag estalinista e incluso, con un Ernesto Che Guevara en La Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, haciendo volar –también en nombre de La Revolución- la tapa de los sesos de los suplicantes prisioneros.

Hubo por cierto dictaduras que pese a su infinita crueldad no lograron convertirse en totalitarias. Ya sea porque Pinochet no pudo en contra de la tradición democrática-partidista de Chile, o porque el estado renunció al control absoluto de la economía, la dictadura militar no logró completar hasta el último su ideal totalitario. Lo que no significa que este no hubiera existido: Pinochet logró al menos construir a un Enemigo Total: el “marxismo internacional”, un enemigo frente al cual todo estaba permitido.

No es seguro si hoy vivimos en una era post-totalitaria. Pero si analizamos algunos nuevos movimientos políticos veremos que la pretensión de totalizar la lucha política frente a un enemigo total no ha desaparecido todavía.

En el mundo islámico ISIS designa como enemigo total a TODO el Occidente; en Francia Marine Le Pen designa como enemigo total a la OLIGARQUÍA EUROPEA; el Partido de la Libertad Holandés de Geert Wilders a TODO el Islam; Syriza de Grecia a la TROIKA europea; Podemos a LA CASTA española y europea, y en América Latina, neo-dictaduras y autocracias intentan justificar violaciones a los derechos humanos inventando una lucha total en contra de EL IMPERIO.

La lógica meta-real del totalitarismo continúa existiendo. La tentación totalitaria comienza con la gramática totalitaria.

* Hannah Arendt fue una filósofa política alemana y posteriormente estadounidense, de origen judío, y una de las más influyentes pensadoras del siglo XX.

Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1

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jueves, 6 de agosto de 2015

FERNANDO MIRES, DIGNIDAD (Y LAS ELECCIONES DEL 6-D EN VENEZUELA)

La leí no me acuerdo donde. Puede que haya sido en un twitter. La frase decía así: “El día 6 de Diciembre, si todos los venezolanos votamos, recuperaremos nuestra dignidad”. Una frase más de las tantas que uno lee a diario. Sin embargo, pensé, esta dio en el hueso del problema. Cabía entonces preguntarme el porqué, pregunta que no podía responder sin hacerme otra: ¿qué es la dignidad?

La dignidad –digámoslo como punto de partida- no es un atributo: la dignidad reside en la propia condición humana. En ese punto están de acuerdo juristas y filósofos: La dignidad es la dignidad de ser. Eso quiere decir, por el solo hecho de existir somos dignos. La dignidad, por lo tanto, no se pierde, o tal vez, solo se pierde con la muerte pues no hay muertos dignos ni indignos. Luego, la dignidad no es ni siquiera un derecho. Es, antes que nada, una propiedad del ser.
El derecho solo cumple la función de asegurar la dignidad. Eso quiere decir: la  instituye pero no la crea. La dignidad precede a todo derecho. Más aún: si no hubiera dignidad, no habría derecho.
“Recuperaremos nuestra identidad” dice la frase citada. ¿Cómo se puede recuperar algo que se tiene? ¿Una contradicción? No, no lo es. Me explico: si bien la dignidad es inherente al ser, ese ser existe en relación con los demás. El otro –lo han dicho casi todos los filósofos- es la condición del yo.
Solo somos en la medida en que nos reflejamos en los ojos de los demás. La dignidad, para que aparezca, pasa por el “reconocimiento del otro”. Por eso la dignidad de ser requiere del reconocimiento del mismo modo que la vista requiere de la claridad. Lo mismo sucede con la dignidad: no basta que exista. Es necesario que se vea. No sin razón Hegel afirmó que la historia es la historia de “la lucha por el reconocimiento”. Podría haber dicho, es la lucha por la dignidad, y habría sido lo mismo.
¿Se entiende el sentido de la frase? Recuperar la dignidad a través de un triunfo electoral será notificar al gobierno que la oposición venezolana existe, pero no como multitud, sino como poder. En otras palabras, el poder que el gobierno mantiene será dividido en dos. A partir de ese momento el gobierno no podrá seguir actuando como si la oposición no existiera. El gobierno deberá compartir el poder con una oposición que existe pero finge ignorar.
En cierto sentido el triunfo de la oposición restituirá la dignidad política al propio gobierno pues este, en el marco de un espacio político dividido, será obligado a actuar si no de modo democrático, por lo menos no dictatorial.
La dignidad es la dignidad de ser, pero el ser debe ser reconocido para ser. Las elecciones del Diciembre venezolano se sitúan, por esa razón, como un eslabón en la larga cadena de las luchas por el reconocimiento. Ese reconocimiento, hoy negado a la oposición, será un reconocimiento político. Pero para que sea político requiere ser existencial, no para la oposición  –la oposición sabe que existe- sino para un gobierno que niega la existencia de esa oposición.
La dignidad, repitamos, es la dignidad de ser. Pero el ser no es un espíritu, es un cuerpo. Gracias a la dignidad, el cuerpo será transformado en un cuerpo ciudadano del cual el régimen no podrá más disponer como lo hace con los políticos que mantiene en sus prisiones. O como los cuerpos obligados a hacer largas colas para encontrar un alimento que escasea solo por razones ideológicas.
Si la oposición toma en cuenta el sentido histórico de las próximas elecciones tendrá lugar en Venezuela una épica que sobrepasará al acto heroico, a la inmolación inútil y a la frase marmórea.
Naturalmente, el régimen hará lo imposible para no recobrar su dignidad en aras de un poder al que intentará aferrarse por todos los medios posibles, e incluso por los imposibles.  La propia experiencia venezolana muestra, sin embargo, que cada vez que la posición ha ido unida, movilizando todas sus fuerzas y vigilando los votos en cada centro de votación, ha logrado resultados positivos e incluso triunfos resonantes, como los conseguidos por Capriles en Miranda.
El único medio digno de acceder al poder es el voto. Todos los otros medios, aunque sean posibles –y en Venezuela no hay otro posible- si ponen en juego una sola vida humana, son indignos.
La frase decía así: “El día 6 de Diciembre, si todos los venezolanos votamos, recuperaremos nuestra dignidad”. Pero, evidentemente, no solo basta votar. La tarea que tiene por delante la oposición unida será la de crear un movimiento nacional que trascienda a lo electoral pero sin que nunca pierda su carácter electoral. El voto, a fin de cuentas, es la dignidad del ciudadano.
Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1

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domingo, 12 de julio de 2015

FERNANDO MIRES, EL CRUCIFIJO DE EVO MORALES, UNA INTERPRETACIÓN


Pasado el momento de la primera impresión -una mezcla de perplejidad, indignación, asombro y de ese inevitable sentimiento que llamamos “vergüenza ajena”- tenía que llegar el momento de la reflexión. ¿Qué habrá pasado por la cabeza de Evo Morales al regalar al Papa Francisco ese adefesio con la cruz, el martillo y el Cristo crucificado?

Más allá de que el absurdo objeto haya sido producto de la mente atormentada de un mártir, el sacerdote español Luis Espinal –quien en su desesperación no talló el objeto para que fuera obsequiado al Papa- el hecho es que si Evo Morales decidió usarlo como regalo fue porque pensó que el objeto tenía un alto valor simbólico. Ahí justamente yace la pregunta del problema. ¿Dónde reside para Evo Morales el valor simbólico de la hoz y el martillo con una minimizada crucifixión en un mango? Creo que justamente a partir de esa pregunta podría comenzar nuestra interpretación.

1. Símbolos y símbolos

Evidentemente se trata de un objeto que contiene dos símbolos: en una dimensión grande, la hoz y el martillo de los comunistas y en una dimensión mucho más pequeña, el símbolo de los cristianos. Queda claro entonces que en el objeto, la hoz y el martillo dominan por sobre la crucifixión pues la hoz y el martillo no forman parte de la crucifixión sino esta última es la que aparece integrada en el símbolo del comunismo.

La fusión de los dos símbolos corresponde, es lo primero que salta a la vista, a un deseo de Evo. El poder del Papa abarca en el extraño objeto una parte diminuta. El poder de Evo, en cambio, es la parte más grande: la verdadera religión: el poder terrenal por sobre el poder espiritual.

Para muchos cristianos, una inaceptable blasfemia. La hoz y el martillo no es ni siquiera el símbolo de los socialistas. Es el de una ideología nacional surgida de un proyecto de poder basado en la imaginaria alianza entre la clase obrera (el martillo) y la clase campesina (la hoz) dirigidas ambas por un solo partido, por un solo estado y por un solo líder. Un símbolo que, además, rememora a uno de los genocidios más sangrientos que conoce la historia, en un país donde gran parte de la clase obrera no era más que una masa de esclavos moribundos, en un país donde la clase campesina fue físicamente eliminada por Stalin, en un país, en fin, donde fueron asesinados miles y miles de comunistas, más incluso que en la propia Alemania nazi.

Esa es la verdad que se esconde detrás de la hoz y el martillo y todos los comunistas, incluyendo Evo y su corte, lo saben.

Adivino la respuesta. ¿Y no simboliza el Papa y su Iglesia un pasado tanto o más sangriento que el comunismo? ¿No fueron diezmados los indios de América en nombre de la Cruz? ¿No impuso la Inquisición en Europa el reinado del terror? ¿No fueron asesinados miles y miles de musulmanes y judíos en nombre de la “verdadera religión”? ¿No fue la de Franco una “dictadura cristiana”? ¿No representa el regalo de Evo al Papa la fusión de dos creencias, decididas ambas a hacer borrón y cuenta nueva y emprender un “nuevo comienzo” en la lucha común en contra de la pobreza y la injusticia social?

En primera instancia, la argumentación comunista podría ser considerada desde el punto de vista formal, correcta. Por una parte el comunismo ha sido siempre una ideología practicada como religión. Basta ver a los comunistas cuando están juntos. Se reúnen en lugares repletos de signos. Recuerdan con fervor a sus mártires. Recitan frases aprendidas de memoria. Levantan el puño cerrado y terminan cantando la Internacional con el mismo éxtasis con que los católicos cantan el “Alabado sea el Santísimo”. En cierto modo, el comunismo, para muchos de sus acólitos, ha sido la religión perfecta, tan perfecta que ni siquiera necesita de Dios.

Por otra parte es innegable el compromiso de muchos cristianos con las luchas sociales, su abnegación y sacrificio por las causas de los pobres de América Latina y de África. Es evidente, además, que algunos saben de marxismo más que cualquier dirigente marxista, hecho que he comprobado cada vez que me he trenzado en discusiones con egresados de la universidad de Lovaina. El guevarismo, el castrismo, incluso el chavismo, han contado con muchos seguidores cristianos ¿En dónde reside entonces el problema?¿Qué tiene de malo que Evo haya obsequiado a Francisco un objeto que fusiona los símbolos de dos creencias?

El problema, digámoslo de una vez, no está en cada símbolo por separado. El problema está precisamente en el intento de fusión. Con eso quiero decir que al haber elegido un objeto que fusiona los símbolos del cristianismo con los del comunismo, Morales evidenció al mundo que el no conoce el valor y el significado de los símbolos. Problema grave pues si la vida es simbólica, la vida política lo es mucho más.

Pero antes de proseguir, una pregunta necesaria: ¿Qué es un símbolo? Un símbolo, opinión que debemos a Paul Ricoeur (“Los caminos de la interpretación”), no es solo un signo como seguramente cree Morales. Porque si bien todo símbolo se expresa en signos, no todo signo es un símbolo.

2. Los símbolos y sus significados.

Un símbolo es una forma de representación de una identidad colectiva: puede ser una bandera en el caso de una nación, una estrella, una media luna, un crucifijo en el caso de una religión. Por lo mismo los signos marcan diferencias, no semejanzas de identidades, como supuso tal vez Morales cuando regaló al Papa en un mismo objeto los signos de una ideología y los de una religión. Luego, los símbolos, además de establecer las diferencias, marcan las distancias.

“Se puede estar juntos pero no revueltos”, dice un dicho popular. Y bien, esa diferencia entre una reunión diplomática ocasional y la revoltura que representa el objeto del regalo, muestra que Evo Morales es una persona que “no sabe guardar las distancias”, no solo entre un Presidente y un Papa, no solo entre una cruz y un emblema partidario, sino, sobre todo, entre una ideología y una religión.

Que el Papa no haya protestado frente a tamaño desacato, fue, para algunos, algo difícil de entender. ¿Obedeció Francisco a la máxima cristiana de amar a sus enemigos? Pero Jesús, si bien dijo, “hay que amar a nuestros enemigos” nunca dijo que no deberíamos tener enemigos. No podría haberlo dicho. Enemigos tuvo muchos y todavía los tiene. La palabra de Cristo era controversial. No apuntaba a la unidad por la unidad. “No piensen que vine a traer paz sobre la tierra; no vine a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34)

Lo cierto es que ni Pepone ni Don Camilo, quienes en la ya legendaria película trabajaron juntos como ha sucedido a veces entre cristianos y comunistas frente a un enemigo común, jamás entregaron partes de su identidad al otro. Nunca Don Camilo habría aceptado una hoz y un martillo al lado del crucifijo. Nunca Pepone habría aceptado un crucifijo al lado de la bandera comunista.

Imaginemos que en uno de los encuentros que han tenido los Papas con representantes del Islam estos últimos hubieran obsequiado a los primeros una Media Luna con un crucifijo chiquitito. O al revés, que un Papa hubiese obsequiado a un Imam un crucifijo con el símbolo de la Media Luna en la cruz. Tanto lo uno como lo otro habría sido considerado una ofensa suficiente para generar una ruptura de relaciones entre ambas grandes religiones. Y con razón

¿Por qué entonces el Papa acepta ese regalo, no de un representante de otra religión, sino de una vulgar ideología? ¿En nombre de la unidad entre los hombres? Si fue así, ocurrió todo lo contrario.

En la ex URSS, y en los países comunistas, viven millones de descendientes de seres asesinados en el GULAG bajo el signo de la hoz y el martillo. Tantos por lo menos como descendientes de judíos asesinados en los campos de concentración nazi. En la ex Checoeslovaquia, en Hungría, en la RDA, en Polonia, hay también miles de descendientes de seres asesinados caídos en nombre de la hoz y del martillo. ¿No pensó el Papa que para esos europeos que lo veían en la televisión, muchos de ellos tan o más cristianos que el sacerdote Luis Espinal, la hoz y el martillo no puede tener un significado distinto al de la cruz svástica para los judíos?

3. El valor de los símbolos

El problema adquiere aún más gravedad si intentamos reflexionar sobre la teoría de los símbolos.

Inevitable, si hablamos de símbolos, no pronunciar el nombre de Jacques Lacan. De todos los pensadores de nuestro tiempo, Lacan ha sido el que más ha insistido en el valor de los símbolos como elementos constitutivos de una vida psíquica no patológica. La separación del campo psíquico entre los espacios de lo real, de lo simbólico y de lo imaginario, propuesta por Lacan (Seminario 5) contiene un alto valor no solo psicoanalítico y filosófico, sino, además, y aunque parezca extraño, político. Haber descubierto la potencialidad política del psicoanálisis lacaniano es a la vez la deuda que mantenemos con autores como Žižec y Laclau, entre otros.

Ahora, si quisiéramos interpretar a un crucifijo en idioma lacaniano, deberíamos decir: el crucifijo es una imagen que pertenece al campo de lo imaginario, convertido en símbolo por la cristiandad. La muerte de Jesús, en cambio, ya anuncia la entrada del ser al campo de lo indecible y por eso mismo de lo impensable, es decir “de lo real”.

“Lo real” según Lacan, es el espacio no simbolizado, es decir, el espacio infinito y eterno que nos rodea y acosa: lo desconocido (lo “Unhemlich”, según Freud) Ese espacio existe, pero no puede poseer, al ser desonocido, ninguna representación simbólica. Es, si se quiere, la verdadera realidad, pero situada más allá de nuestro pequeño mundo simbolizado.

La representación simbólica es, por lo tanto, ese lugar que nos permite ser y estar en este mundo. Faltando la simbolización, caemos en la tierra de las patologías en la cual las imágenes, al no estar articuladas entre sí, se transforman en entidades fragmentadas y amenazantes (del mismo modo que un exceso de simbolización lleva a la neurosis).

El estadio que separa a la infancia del ser adulto reside precisamente en la capacidad de simbolización, o lo que es igual, del encajamiento de las imágenes en símbolos –gramáticos y visuales – correspondientes. Es por eso que el mundo mal o no simbolizado, pertenece a los niños, a los soñantes, a los llamados locos y a los grandes poetas ¿Qué tiene que ver esto – se preguntará más de un lector- con el crucifijo de Evo? Aunque a primera vista no parece ser así, tiene que ver mucho.

El crucifijo de Evo, en lugar de separar dos símbolos –condición elemental del saber pensar- los une en un solo objeto. Como en los sueños cuando por ejemplo aparecen conversando dos personas: una que vimos ayer junto a otra que murió hace mucho tiempo. El mundo onírico, como el crucifijo de Evo, desconoce los tiempos y los espacios, las identidades y la particularidades de los signos simbólicos. El objeto del obsequio representa, en cierto modo, un sueño de Evo.

¿Es Evo Morales entonces un presidente con características patológicas? No necesariamente. Pero sí es algo muy parecido: Evo es un presidente populista.

4. Populismo y simbología

Fue Ernesto Laclau, quien llevando las lecciones de Lacan a sus estudios sobre el fenómeno populista, descubrió que las representaciones simbólicas del populismo no son equivalentes entre sí (como no lo es un crucifijo con una hoz y un martillo). Todo lo contrario, la simbología populista es opaca, difusa, incongruente. Y no puede ser de otra manera pues el populismo es la representación de significantes múltiples, a veces contradictorios entre sí y por lo tanto imposibles de ser entendidos desde la perspectiva de una lógica racional. En nuestros términos, la forma populista corresponde a la fase infantil o pre-política (salvaje) de la política.

Como en los niños, las representaciones simbólicas del populismo son incoherentes (dislocadas, según Laclau), como incoherentes son las acciones de sus propios líderes. Perón escribiendo cartas personales a Mao Tse Tung, Chávez declarándose católico y protestante, trotskista y gramsciano en una sola frase, Maduro con sus eternas “guerras”, visitado por pájaros y confundiendo panes con penes, y no por último, Evo Morales obsequiando al Papa una locura tallada en madera, son actos que corresponden precisamente a la lógica-ilógica de “la razón populista”.

Quizás para Francisco, argentino al fin, dichas representaciones no son del todo desconocidas. De ahí su frase paternal dirigida a Evo ante el escándalo del crucifijo: “Eso no esta bien”.

Mucho más paternal habría sido el Papa si hubiera dicho a ese presidente vestido de andaluz que tenía frente a sí: “Eso está mal, muy mal”.

Porque no nos olvidemos: el símbolo de la cruz tiene una enorme significación en la teología y en la poética cristiana. La cruz es la representación no solo del sufrimiento de Dios hecho hombre sobre la tierra. Es, además, el símbolo de la santa trinidad. Clavada en la tierra extiende los dos maderos horizontales sobre el mundo, elevando un madero vertical hacia el cielo. Muriendo, el Hijo (el ser humano) asciende hacia el Padre (Dios) y extiende sus brazos hacia todos nosotros (el Espíritu Santo).

No, el cristianismo no es una ideología seguida con religiosidad o un sustituto pobre de una religión como fue el comunismo. Si no es la religión verdadera, es al menos una verdadera religión, tan verdadera como la judía y la musulmana. Si el presidente boliviano no lo sabía, había llegado el momento de enseñárselo, ante él y ante el mundo.

El Papa Francisco perdió así una gran oportunidad evangélica y pedagógica: la de dar a conocer a la nación boliviana el verdadero sentido y el verdadero significado simbólico de la crucifixión de Jesús.

Fernando Mires
fernando.mires@uni-oldenburg.de
@FernandoMires1

Fuente: http://polisfmires.blogspot.com

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