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martes, 21 de enero de 2014

ALBERTO RODRIGUEZ BARRERA, DE CUANDO EL CARISMA NO MADURA

“Y por lo tanto, aun cuando no requieren la ayuda de otro, desean vivir juntos...
ateniéndose severamente a cualquier medida de bienestar. Este sigue siendo el fin principal, de los individuos y del estado.” Aristóteles
En cada esfera de la realidad venezolana debemos actuar exaltando las razones por las cuales fracasa el castrcomunismo. Y estas y otras razones parten de la irresponsabilidad, como común denominador. El castrochavismo no ha logrado asumir la responsabilidad del papel ni de la función de gobierno, no ha logrado asumir la responsabilidad social de las instituciones, no ha logrado asumir la responsabilidad comunitaria, no ha logrado asumir la responsabilidad política, y no ha logrado asumir los derechos y las responsabilidades pluralistas de los venezolanos. 

En todas estas esferas ha incorporado la “falla mecánica” que se atasca en su “verdad única”: la politización de los negocios, de los centros de enseñanza, del hospital y de cuanto ha birlado, perjudicando la capacidad de producción de todos. 

El castromadurismo se ha limitado a sí mismo por su propio interés e impide ejercer los deberes de la función social, dedicándose a la ilegitimidad y la usurpación del poder.

El “paternalismo misericordioso” que despliegan carece de normas, calidad y credenciales, y la irresponsabilidad se evidencia más cuando eluden la responsabilidad comunitaria e institucional haciendo intervenir a todos en cosas que no son estrictamente de su función. Lo que se incrementa en este “asopado” son las fallas, la incompetencia, el no hacer nada bien. Al poner todas las carretas descoyuntadas en una misma línea soldadesca, los problemas sociales básicos se desatienden, y los marginados siguen en viviendas inadecuadas, carencia de trabajo, falta de conocimientos y motivación; un pobre tarantín  de salud se eleva sobre el hospital destartalado.

Con su dedicación a la confusión y el choque de conflictos, el castromadurismo pierde la prioridad y superioridad de encargarse del bien común, que es la verdadera responsabilidad política.  Porque cuando se dejan de preguntar qué es lo que necesita la comunidad, atentos sólo a imponer realengamente lo que les da la gana, la responsabilidad política también se disuelve, conjuntamente con los derechos y las responsabilidades individuales.  Ya en Venezuela hemos aprendido por qué el apoyo popular se va a otra parte, porque es el empleo, el acceso a medios de ganarse la vida en instituciones pluralistas, lo que da un sentido de propiedad, de un pequeño capital, de una independencia económica. Y si no hay normas pre-establecidas y no importan las normas de rendimiento, todo se degrada sin derecho de apelación. 

La gran lección del castrchavismo, además de despedir empleados con pitos rimbombantes y llamar al robo a quien no tiene, está en el “mercado persa mercalista” del buhonerismo, ese estancamiento económico de desesperación, incapaz de alentar un mejor futuro.

Un gobierno que no se enfoca en la función de cada área para obtener un objetivo común y una tarea común con el insumo de otros, no logra que los individuos asuman responsabilidades de cooperación e integración. 

La mayor parte de las instituciones de la sociedad son apolíticas, y -como los individuos- no bailan “al son que les toquen”, cosa que lleva siempre al fiasco. La efectividad de las instituciones esenciales está en mantenerse fuera del proceso político para poder funcionar y cumplir su misión; al no politizarse pueden regirse por principios objetivos propios. Y esto acentúa y no contradice la primera magnitud política que tiene la formulación de política, en la educación, el cuidado de la salud y –en general- en la productividad, porque a todo gobierno lo responsabiliza el pueblo del buen desempeño de las instituciones.

Antes de fijar normas, al castrocomunismo lo descarrila la arrogancia, ya que no permite que cada institución se dedique a la sola causa de su función, conocimiento e interés. Pero todo lo meten, irresponsablemente, en el saco roto de su sectarismo, absolutista y político, donde el desempeño es determinado por el “kit” de viáticos, perros calientes, loncheras, ronsonoles, cachuchas y demás ocurrencias rojiiitas, ese combo de enfermedad degenerativa.

La oposición al castrocomunismo hace mayoría por constituirse de minorías, que tienen la habilidad de detener, impedir e inmovilizar por la variedad de causas a que cada cual se dedica. Esto se impregna y multiplica en masa, como la masa crítica de la energía atómica, capaz de producir un “cambio de estado” máximo. Contra esto, el castromadurismo no tiene antídoto.

Además de la demagogia, la irresponsabilidad del castrofascismo se traduce en fracasos que también se fundamentan en su dependencia de un carisma que a final de cuentas ha resultado peligroso, desastroso como legado, una muerte política.  

Carismáticos fueron Stalin, Hitler, Mao, Mussolini, Castro, Chávez; liderazgos equivocados cuyo arrastre llega a la locura cuando las olas del mar no los obedecen. Son figurines a quienes la realidad se les va de las manos, tornándose paranoicos, maniáticos, destructores hasta de sí mismos. El casttromadurismo ha demostrado que sin carisma y sin programa realista tampoco “se va pal baile”. En esto cabe recordar, de paso y en general, que las grandes realizaciones constructivas del siglo 20 fueron obras de individuos totalmente ajenos al carisma pantallero. Es más: el enemigo o adversario del castrocomunismo no es ni debe ser algún otro carismático; son los nuevos métodos que se diferencias de los tradicionales desgastados, es la responsabilidad de saber manejar los problemas.

Las decisiones a tomar para el futuro, que no son ideológicas ni de intereses bastardos, se refieren a medios de acción, acuerdos sobre los fines, movimiento de consenso sobre fines, responsabilidad y compromiso serio con las prioridades, trabajo muy duro y competente. Más que carisma y programa, el momento exige el ideal de las metas claras.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com

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martes, 14 de enero de 2014

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA, CÓMO SUPERAR UNA ENFERMEDAD DEGENERATIVA

“En las democracias el pueblo es lo supremo, pero en las oligarquías, los pocos; y, por lo tanto, decimos que estas dos formas de gobierno también son diferentes.” Aristóteles
La sociedad venezolana ha logrado sobrevivir a duras penas –sin caer en la desgracia de la sumisión castrocomunista- porque ha sido menos dependiente del gobierno, porque logró consolidar en la democracia otros centros de poder independientes de él, y que no se dejan aplastar. Antes del castrochavismo, Venezuela venía encaminada hacia el pluralismo, tanto en la sociedad como en el cuerpo político. Un pluralismo de organizaciones que buscaba concentrarse más en las funciones únicas de cada sector: negocios, escuelas, salud, valores, hábitos. Ya habíamos comenzado a “separarlas” de la política, como debe ser en los tiempos modernos.

El castrofascismo, inspirado en el pasado de fracasos todopoderosos del comunismo, lo ha querido concentrar todo en sus manos, al estilo “que nadie respire mientras pienso en qué hacer”, al estilo feudal. Su verdad única ha venido frenando la expansión coherente que exige el mundo actual: pluralismo de grupos dedicados a sus causas sectoriales específicas. Veníamos en el camino de la descentralización deseada, acorde con el desarrollo que plantea el siglo 21, y donde ninguna de las verrugas era tan desastrosa como el acaparamiento de la verruga única del castrochavismo. Creyéndose “expertos del todo”, como el totalitarismo fracasado en todas partes, recaen en el error de siempre querer centralizarlo todo: el hogar, la crianza, la educación, los negocios, los sindicatos, los medios, la salud... Todo lo cual hacían mejor las familias solas hace 100 años, al igual que las instituciones de un solo propósito, con una autonomía que no era oficial o política.

El castromadurismo no ha sabido manejar el negocio de la evolución contemporánea, y siguen la línea absolutista y monopólica que en Rusia, Alemania y Cuba demostraron ya su ineficiencia, en su afán por absorberlo todo, triturando la libertad de acción autonómica y aboliendo los avances descentralizadores. Al afincarse en la subordinación de toda la sociedad, de todas las instituciones y de todas las funciones sociales, el totalitarismo de izquierda o de derecha fracasa, y no solamente en cuanto a crear una nueva sociedad viable sino también en sus intentos de someter las más convenientes realidades del pluralismo. Ahí donde comunistas, nazis y fascistas lograron salir del “hueco” inútil, fue porque se retractaron –con una pequeña ayuda de los amigos- y devolvieron la autonomía. Y en todo ello, como lo evidencia el castrocomunismo, tanto de Chávez como de Maduro, el único éxito bien logrado ha sido la destrucción.

En el pluralismo, cada institución cumple una función específica, limitadas con un estrecho propósito que es lo que les da fortaleza. El castrofascismo, como pesadilla totalitaria, pierde eficacia al salirse de la órbita específica que le corresponde a un gobierno moderno.  Al perseguir el pasaje gratis que los lleve al control de todo, su poder se disuelve como la sal en el agua; porque la politización exacerbada olvida que en un pluralismo social lo que importa es la función, y las funciones por sector no son políticas –casi que son apolíticas-, haciendo que la efectividad social se mida por el poder de contratar, colocar, trasladar, distribuir y fijar tareas y normas de nuevas instituciones pluralistas, cosa que es algo muy diferente al viejo absolutismo.

Lo que el madurismo castrocomunista impide, deteniendo el desarrollo integral, es que los sectores activos de la sociedad venezolana multipliquen las maneras de ganarse la vida, se seguir una profesión o oficio, de contribuir, de ser productivos. La querencia de sirvientes sumisos hace que el castrofascismo regrese a lo que Marx –hace más de 120 años- escribió respecto a que el proletario trabajaba más para un amo que para una organización. Hoy el problema no son los proletarios explotados; hoy las personas en su mayoría trabajan para organizaciones, y no como sirvientes; hoy los trabajadores son más que obreros, sin amos, pese a los esfuerzos que hace el castrocomunismo.

Lo que hoy pasa no es igual a hace 100 años, cuando los objetivos políticos eran la abolición de la autonomía dentro de la sociedad y la concentración de todo en un gobierno central. Eso “peló bola” olímpicamente hace rato. La “soberanía” no está ahí. El castromadurismo se mueve en una magnífica carroza de lujo, pero es una carroza fúnebre. Buscando el poder ilimitado superan a Stalin y llegan hasta el zarismo ruso de sangre azul, cuando esa circulaba abstractamente. Y los “negocios” ya ni siquiera son como los pintados por Henry James, Dickens o Balzac.  Porque el mundo siguió andando; llegando a un pluralismo de acción por función que no admite vuelta atrás.  Hoy negocio es administración, algo que debería ser bueno para todos en la medida en que se ajusten a una función social específica.

Cuando el castromadurismo infla una burocracia colocando en nómina a sólo sus panteras rosas y eliminando a todo lo que se le oponga, creyendo que eso es “poder”, actúa como en el orden monárquico: el rey por encima del duque, el duque por encima del conde, el conde por encima del caballero y el caballero por encima del aldeano. Es decir: con un pluralismo a la antigua, sostenido por una banda hamponil asesina...

La resistencia venezolana, que hoy está en una carrera decisiva para impedir el atraso crítico que representa el castromadurismo, cuenta hoy con una gran fuerza representada por la diversidad de organizaciones pluralistas existentes y sobrevivientes en la sociedad. Este es un valioso ejército para actuar en base a las funciones por sector que requieren los venezolanos con urgencia. Pero hay que diferenciar entre sus integrantes genuinos y los bichitos que siempre merodean como sádicos. Una organización pluralista no se interesa en el gobierno ni en gobernar. No es un todo. Es un órgano de la sociedad cuyos resultados se generan “por fuera”. Su “producto” es un venezolano satisfecho, un venezolano defendido y seguro para desarrollar sus quehaceres sociales multidisciplinarios, un venezolano con hospitales y pacientes curados, un venezolano con centros educativos que le permitan poner en práctica la diversidad de saberes que aprende...

En ningún caso se trata del derecho divino a que aspira la enfermedad degenerativa que es el castrocomunismo.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com

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sábado, 4 de enero de 2014

ALBERTO RODRÍGUEZ BARRERA, VORACIDAD EN EL REINO DE LOS BILLETES

“...debemos considerar si hay sólo una forma de gobierno o muchas, y si son muchas, qué son, cuántas son, y cuáles son las diferencias entre ellas.” Aristóteles

En las ciencias políticas ya es una especie de ley tácita que cualquier gobierno se hunde en la ineficiencia cuando se centra en la satisfacción de electorados diferentes, cuyos valores y exigencias son distintos, ya que se pretende arropar a todos con clichés únicos.

Esta presión es la que ha llevado al castromadurismo a reiterar su ramillete de promesas, generalmente beneficiando a un grupo a expensas de otros. Mientras tales favoritismos ilógicos suceden, no hay capacidad para la prioridad que es mantener el orden, y se genera la inseguridad monumental que hoy nos rodea, donde los ciudadanos no duermen tranquilos y andan por las calles aterrorizados, en guardia ante la desesperación de ataques desaforados.

El castrocomunismo no abandona o descarta sus errores, los consolida y repite, los sigue manteniendo, los incrementa, los expande, los vuelve ilimitados, botando el dinero estúpidamente. 

Al asumirlo todo, todo se gangrena; y sigue creyendo que todo se compra con dinero. También hemos comprendido los venezolanos que el gasto descocado del gobierno ha empeorado las cosas. Y las ha empeorado en su incapacidad para proteger a los pobres y oprimidos, que es lo más triste. Como el fanatismo hace presa de la ignorancia, el castrmadurismo no atiende a las zonas de pobreza suministrando empleos, alcantarillados, agua potable, transporte, escuelas, para así mantener viva la esperanza de una vida decente. Lo que ahí hay en cuanto a estas materias es lo que se hizo antes, con algunos pequeños detalles nuevos que tampoco han incrementado este fin.

Con verborradia y slogans no se modifican las condiciones sociales de los pobres. En esto, el fracaso del castrocomunismo ha sido uniformemente desalentador; de hecho, ha superado todos los fracasos de gobiernos anteriores.

En peores condiciones ahora, lo que ya eran condiciones de existencia escasa se han transformado en habitaciones del crimen, dominadas por el miedo, vándalos, suciedad. Los pobres se han vuelto más pobres, más desaventajados para valerse por sí mismos, ya que hasta los pocos favorecidos “con carnet” y subsidios personales asumen una dependencia que los paraliza y los deja sin energías para la lucha. A pesar del chorro de dólares petroleros y la succión exacerbada por vía de los impuestos, no hay redistribución idónea del ingreso ni se fomenta la justicia y la igualdad económica.

El propósito original de los impuestos, que era favorecer a los pobres con los aportes de los ricos, está sirviendo en el fascismo castromadurista para el traspaso de los recursos ecomómicos hacia nuevos ricos; es una redistribución que no está determinada por la productividad. Porque otra verdad comprobada hoy es que más productividad genera menos desigualdad. El igualitarismo del castromadurismo trabaja por una nomenclatura ínfima que se reserva toda clase de privilegios, dándose a sí misma el nivel de vida e ingresos de los muy ricos. De ahí la inflación que expropia a la clase media y destruye la productividad. Los impuestos que pagamos los venezolanos generan todo tipo de efectos catastróficos, sociales y económicos.

El castromadurismo, en su afán de succionar ilimitadamente a los venezolanos para aumentar sus rentas, desvía el flujo de ingresos de los gastos productivos hacia el gasto público improductivo, perjudicando gravemente a la economía. El aumento de las rentas del fisco deprime y produce la llamada “estanflación”, porque el gasto público del castrocomunismo fascista es una amenaza, una piratería fiscalista que va abriendo las puertas para una rebelión tributaria, una provocación para que la gente no trabaje y haga trampas, en retribución a las trampas que hace el gobierno. La “economía roja” se hace una “economía gris”, monumentalmente peor que la del capitalismo.

La succión permanente y creciente, conjuntamente con la pésima distribución de los recursos, están minando la cohesión moral de la sociedad y produciendo un veneno político, el cinismo de la verdad única, la incitación a la dependencia absoluta del gobierno, esa “cubazuela” de la bancarrota donde los bienes de abajo sólo sirven para el lujo y los muy bien provistos privilegiados de arriba, que invierten la pirámide de la lengua para afuera, siendo tan sólo dignos del aplastamiento que los espera.

La amenaza de un gobierno que no admite límites en sus actividades desnaturalizadas es evidencia de su incapacidad para generar cualquier tipo de cambio social. La vorágine en los billetes es más que un síntoma, es una rapiña que justifica la incredulidad que generan sus promesas reencauchadas.

Ya los “estados gastadores” son una fea verruga de inconsciencia, ya que sus presupuestos y decisiones pasan por encima de los recursos disponibles para la idoneidad social y sólo obedecen a los deseos infinitos de apropiación lujuriosa, donde la voracidad sólo alcanza para pavonearse y regodearse –sólo ellos- en la titilante alfombra roja que tampoco fue de su hechura.

Alberto Rodriguez Barrera
albrobar@gmail.com

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