 La historia política de todos los tiempos, está marcada por hechos  despóticos. Propios del cinismo que ejercen quienes aprovechándose del poder,  extreman conductas con el propósito de sobreponerse a toda situación alineada  con la ética y la moralidad. Quien abusa se vale de condiciones que favorecen  su hostil pretensión. Su comportamiento responde a problemas arraigados a nivel  emocional por cuanto nunca logró aprender maneras adecuadas y saludables de  relacionarse con los demás. O porque pensó que la única forma de obtener alguna  ganancia de toda situación a vivir, debía ser a través del ejercicio  autoritario del poder. Para este tipo de personas, la agresividad resulta la  excusa perfecta para ocultar su inseguridad, sus miedos y frustraciones. Por  tanto, necesita ejercer cierto control sobre otras personas. O porque vivir  tales problemas, le incita a descalificar a otros permanentemente.
La historia política de todos los tiempos, está marcada por hechos  despóticos. Propios del cinismo que ejercen quienes aprovechándose del poder,  extreman conductas con el propósito de sobreponerse a toda situación alineada  con la ética y la moralidad. Quien abusa se vale de condiciones que favorecen  su hostil pretensión. Su comportamiento responde a problemas arraigados a nivel  emocional por cuanto nunca logró aprender maneras adecuadas y saludables de  relacionarse con los demás. O porque pensó que la única forma de obtener alguna  ganancia de toda situación a vivir, debía ser a través del ejercicio  autoritario del poder. Para este tipo de personas, la agresividad resulta la  excusa perfecta para ocultar su inseguridad, sus miedos y frustraciones. Por  tanto, necesita ejercer cierto control sobre otras personas. O porque vivir  tales problemas, le incita a descalificar a otros permanentemente.
Naturalmente, cualquier persona puede ser abusador. Pero quienes  definen su vida por el mundo castrense, tienden más a asumir conductas marcadas  por tan cuestionada condición ya que su posición de autoridad induce en ellos  mayores posibilidades de dejarse seducir por el poder. O porque se ufanan, arrogantemente,  de poseer la capacidad de mando necesario para conducir un proceso de gobierno  en momentos de crisis. Y esta proximidad con el poder, anima actitudes que  propenden a tropezar con un ejercicio de dignidad y de honor que poco o nada  entienden. De dignidad, en el sentido de que el proceder autoritario no se  corresponde con postulados sociales sobre los cuales se apuntala el concepto de  ciudadanía. Y de honor, por cuanto en personas así se dan profundas incongruencias  entre el discurso expuesto y las acciones realizadas.
No es difícil inferir que el abuso y el autoritarismo constituyen  dos caras de una moneda. Por la perversidad que encubren como prácticas  políticas, solapan realidades que por sus características deforman propósitos  asociados con consideraciones democráticas. Entonces no hay duda de que el  abusador es autoritario y viceversa. Entre ambas naturalezas hay un vínculo  cuya fuerza de atracción está determinada por los resentimientos que habitan en  la persona que así se comporta. Particularmente, cuando cree detentar la  autoridad para con ella desplegar posturas que sólo reflejan irritación ante  todo, por todo y para todo. Por consiguiente, no hay duda de que estas personas,  generalmente uniformadas y armadas, desarrollan habilidades para cometer desmanes.  Así le es fácil amenazar al ciudadano común sólo por el hecho de expresar un  punto de vista distinto del que éste uniformado espera. En consecuencia, lo  humilla o ataca verbal o físicamente. Hace sentirlo culpable para justificar el  abuso cometido. Rehúsa disculparse pues siempre tiene la razón. Utiliza  sanciones y recompensas para manipular emocionalmente a ese ciudadano inculpado  por su arbitrariedad. Necesita dominar las conversaciones e ideas expuestas  debido a que necesita considerarse el centro de atención frente a todo. Tiende  a invadir la privacidad de cualquiera.
Personajes signados con conductas así, no son extraños. Bastaría  con mirar el país para dar cuenta de que esta clase de individuos, es la que  detenta el poder político y con el mismo, toda un conjunto de vicios por lo que  se permiten maltratar al venezolano cuya mayor y mejor riqueza que no es otra  que sus esperanzas y sentimientos de democracia. Ante esta aberrante realidad,  se depara una lucha sin desmayo pues no hay lugar para quienes abusando del  poder político, buscan derrumbar la consciencia democrática. No hay cabida ni  para los excesos, ni para el tiranía. O sea, ni abuso ni autoritarismo. 
VENTANA DE PAPEL
LO IMPORTANTE NO ES EL DISCURSO
Lo importante  no es el discurso cuando los problemas son calamitosos. Cuando los problemas  rasgan la piel del venezolano. Lo importante no es el discurso. Sobre todo,  cuando las palabras son como briznas de paja al viento. Cuando las acciones  están lejos de promesas que jamás se cumplen. De ofrecimientos que sólo sirven  para acompasar la bulla de la demagogia y el ruido del populismo. Entonces, ¿de  qué vale un discurso montado sobre aire? Sólo para aturdir sordos y engañar  ilusos. Aunque también, para endulzar momentos  que aprovecha quien, desde la tribuna del orador o desde el  andamio del politiquero, miente sin la más mínima vergüenza. Por eso es  necesario ser cauteloso, caminar con pisada firme para no caer en las trampas  de una oratoria infundada. De un discurso que además de atusado de frases  rebuscadas o de citas fabricadas en laboratorios de la mentira, no deja nada  claro. Por el contrario, resulta confuso. Como decía Cantinflas, "puro buche y  pluma". La política exige palabras con sentido práctico. Menos verso y más  contundencia. La brevedad no significa sacrificar ideas. Menos, apalear  propuestas o recurrir a la sofocante redundancia. Un buen mensaje no requiere  sino el tiempo necesario. Pero sobre todo, de un verbo exacto que no vaya más  allá de lo que se intenta. Del hecho comparativo entre la verborrea  presidencial ensimismada por el calor electoral y la elocuencia fresca del candidato  de la alternativa democrática, hay una brecha que revela la angustia de quien  se sabe perdido luego de catorce años de insípida prédica y enflaquecida gestión  de gobierno. De manera que lo importante no es el discurso.
NUEVO  NEGOCIO BOLIVARIANO
El apremio  gubernamental por conservar el poder, hace que la inventiva de sus obstinados  funcionarios elaboren respuestas que produzcan el escozor necesario en una sociedad  que busca mejorar su calidad de vida. De esa manera, el gobierno justifica la  represión que emprende en nombre de aplacar una violencia que el mismo incita y  que el sentido de las protestas de calle que clama por soluciones  inalcanzables, derive en conflictos a partir de los cuales el oficialismo avala  el manejo de la situación en cuestión. La opinión del dirigente de Acción  Democrática, Danny Ramírez, es categórica. Aduce que "las ultimas  manifestaciones son organizadas y las trancas coordinadas por moto taxis que  promueven un colapso que le arroja dividendos políticos al gobierno de las  ciudades donde estos moto-taxistas han venido multiplicándose". Además,  obtienen una ganancia adicional del caos producido, razón por la cual se valen  de las trancas generadas para imponer su ley que deja ver sólo arbitrariedad y  angustia en la población. Ramírez, señala también que este tipo de prácticas  viene repitiéndose toda vez que, al parecer, ha resultado ser un pingüe negocio  ya que constituyen el único medio de transporte que  logra superar esas infernales trancas. Aunque lo peor  estriba en que dichas acciones son amparadas por el gobierno ya que encuentra  en las mismas una razón para acusar a quienes protestan de vandalismo. Aun así,  esta situación pareciera ser un nuevo negocio revolucionario.
¿QUÉ ESTÁ  PASANDO?
No hay duda de  que el gobierno dispone de recursos extraordinarios como nunca antes. Suficientes  para resolver los problemas y promover el desarrollo y bienestar del país. Pero  en lugar de una democracia, hay una autocracia, un solo poder. La persona del  Presidente decide todo, concede todo, permite todo. Hace lo que le venga en  gana sin considerar el orden constitucional, legislativo y judicial. La Carta  Magna, quedó relegada. Pura letra en mucho papel sin utilidad alguna. Es lo que  suele verse como socialismo del siglo XXI. Y que de doctrina política no tiene  nada ni tampoco exalta la importancia de las nuevas realidades acontecida en el  curso del presente siglo caracterizado por lo que se ha denominado: la Sociedad  del Conocimiento, de la Información y la Globalización. ¿Entonces, qué está  sucediendo que no hay una reacción encadenada que incite una protesta en esa  dirección? Antonio Luís Cárdenas Colmenter, quien fuera ministro de Educación y  rector de la UPEL, asegura que "Venezuela no es un Estado democrático sino autocrático,  pues todo el poder lo detenta el Presidente Hugo Chávez Frías mientras que los  otros poderes  públicos actúan de acuerdo con lo que ordena Chávez". El país político, sabrá sacudirse  esto encaminándose hacia derroteros alineados sobre el optimismo que otorga  estar convencido de que "este mal teatro entró ya en su momento de cierre".  Pero no por ello, deja de ser punto de partida la reflexión de inicio. ¿Qué  está pasando?
 


 
 
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