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lunes, 2 de junio de 2014

PEDRO CORZO, EL DERECHO A DECIDIR

En Estados Unidos y tal vez en otros países, hay quienes con frecuencia acusan de intolerantes a aquellas personas, entidades o gobiernos que en defensa de sus convicciones y valores, rechazan a quienes pretenden imponer principios, creencias y gustos, contrarios a sus inclinaciones naturales.

Son muchas las ocasiones en que los derechos de unos entran en confrontación con los de otros, y esto no siempre sucede en asuntos transcendentales como las creencias religiosas o los conceptos ideológicos, ocurre también cuando la música del vecino se escapa de sus paredes o cuando el estacionamiento está ocupado por un vehículo extraño.
Pero es interesante apreciar que la mayoría de las personas son más propensas a confrontar esos abusos, que rechazar enérgicamente las intromisiones intangibles que pueden alterar los fundamentos sobre los cuales se desenvuelve su existencia.
Con frecuencia se reacciona enérgicamente ante situaciones de menor cuantía, pero las más de las veces se es indiferente o negligente ante circunstancias que pueden alterar de forma definitiva los conceptos más fundamentales  y la calidad de vida.
Cierto que la convivencia y el respeto empiezan por aceptar el espacio físico y ético del otro, sin que ninguna de las partes atente contra la otra individualidad, pero la realidad es que tampoco se debe aceptar la imposición de normas  y valores que no se comparten.
Es un derecho inalienable pensar y actuar de acuerdo a las propias convicciones,  siempre y cuando, parafraseando a Benito Juárez, se respeten los derechos del prójimo.
La defensa de los valores y creencias no es en ningún modo intolerancia, sin embargo la intransigencia si hace acto de presencia cuando un sector pretende imponer una religión, pensamiento o tipo de conducta determinada, a aquellos que no comparten sus convicciones o costumbres.
Lamentablemente muchas personas por actuar en el marco de lo que algunos denominan políticamente correcto evitan o rechazan oponerse a lo que le disgusta. Callan o se abstienen, según el caso, sin percatarse que sus derechos son marginados y la agresividad de la otra parte reduce cada vez más las oportunidades de actuar en base a sus propias normas de conducta,  cultura o creencias religiosas.
Es un deber ser consecuente con las propias convicciones, aunque eso genere críticas entre aquellos que piensan de manera diferente. Defender los derechos,  las opiniones que se tenga,  es obligación de todo ciudadano aunque se encuentre sometido a un régimen autoritario,  porque de no hacerlo, su espacio vital será cada vez más reducido.
En las sociedades donde existe un control político estricto es muy difícil disentir. Rechazar la intromisión del estado o sus representantes en los aspectos en los que el individuo es soberano, puede implicar represalias de parte de las autoridades, pero aun así se debe hacer, porque las alternativas son perder la identidad y vivir en una doble moral.
Defender la identidad no significa estar contra la diversidad u oponerse a lo diferente, sino estar a favor de los valores que componen los propios referentes existenciales y anteponerlos a los ajenos, lo que no significa exclusión o veto de lo foráneo.
Los progresos en las comunicaciones y el transporte, la intensificación del comercio mundial, o para ser más preciso, la globalización, son condiciones que favorecen la relación entre lo "diferente", pero también los conflictos, por lo que los factores extremistas de cualesquiera de las partes en contacto, tienden a promover situaciones que afectan la estabilidad de una familia, de la comunidad nacional y hasta mundial.
Personalidades tan contrapuestas en cultura e ideologías como el presidente de Rusia, Vladimir Putin y John Howard,  quien fuera Primer Ministro de Australia, coinciden en defender los valores y tradiciones de sus respectivas naciones sin temor a críticas o demandas públicas. Por ejemplo el mandatario ruso expresó, “todos los países deben tener fortaleza militar, tecnológica y económica, pero no obstante lo principal que determinara el éxito es la calidad de los ciudadanos, la calidad de la sociedad, su fortaleza intelectual, espiritual y moral”.
Howard, dijo, “Aceptamos sus creencias y sin preguntar por qué. Todo lo que pedimos es que Usted acepte las nuestras, y viva en armonía y disfrute en paz con nosotros.”
Lo más constructivos es enfatizar las creencias y valores que conforman la identidad personal o nacional, sin que eso signifique xenofobia. Por otra parte también hay que estar dispuesto a asimilar lo exótico, mientras sea provechoso y útil para los paradigmas sobre los que se fundamenta la conducta y las aspiraciones del individuo y la sociedad a la que pertenece.
Defender las propias convicciones e intereses no es victimizar a las minorías,  tampoco lo es rechazar el proselitismo que estas puedan practicar, simplemente es el derecho de pensar y actuar libremente sin temer a coacciones de cualquier género o procedencia.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43

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viernes, 7 de diciembre de 2012

NELSON MAICA C., OÍDO AL PUEBLO, POLITICA

“Cuando la gente le teme al gobierno, hay tiranía; cuando el gobierno le teme a la gente, hay libertad”, Thomas Jefferson.-
Oído en tierra. Se percibe un sonido. Se identifica el sonido con alguno conocido. Servía de orientación.
Hoy, es conveniente retomar la práctica. Oído al pueblo. Se perciben sonidos. Pero se le atribuyen diversos, múltiples, aplicaciones e identidades. Para pocos, son nítidos.
Y, además, hay manipuladores, a granel, de los sonidos y rumores del pueblo, hasta el punto, que se les ocurre afirmar, que son el pueblo. Tamaña insensatez y locura experimentada, tal vez, en otras latitudes y tiempo.
Pero también hay quienes se atribuyen el poder y la facultad de dirigir e inculcarle, para su beneficio, rumores al pueblo. Otro tipo de demencia y daño.
Se olvidaron de que la gente es gente, el pueblo es pueblo, acciones y sonidos le son desconocidos, familiares, característicos, les pertenecen y, también, hay sordos y mudos y sordo mudos.
Las poblaciones, las sociedades, los pueblos, se organizan, actúan, no son inmóviles; se expresan de alguna forma y manera. Y, para ciertos tratadistas, carecen de memoria.
Algunos pretendemos observar y registrar esos comportamientos y trasmitirlos, dejar constancia; aportar, de ser posible, algún adelanto, algo útil en atención al futuro y/o alguna observación para no repetir un error, un sufrimiento, un retroceso.
En estos últimos 13 años, lamentablemente, tenemos que registrar un retroceso tan marcado que habrá que hacer un gran esfuerzo, primero, para explicarlo, entenderlo, y, luego, para superarlo (no vislumbro quienes y cuando puedan hacerlo, dada la reciente experiencia electoral) en breve, si es que este pueblo, del que formo parte, quiere y se decide y se dedica a superarlo.
De lo contrario tendremos que vivir con eso que me dijo una amiga en una oportunidad, el complejo del salmón, seguir viviendo y nadando contra la corriente.
Unos, en vías de desarrollo y, otros, en vía de retroceso; los mas, sentados, observando y esperando un no sé qué.
Unos buscando libertad y otros queriendo ser esclavos. Otros, abandonando a su suerte este pueblo; pero sin realizar hasta el último esfuerzo por él.
¿Cómo nos explicamos que la trivialidad, frivolidad, puerilidad, tontería, bagatela, bobada, arbitrariedad, ligereza, corruptela, etc., ocupe, por ahora, el lugar de la importancia, de la trascendencia?
¿Cómo nos explicamos que la supuesta dirigencia que busca restablecer la libertad, la democracia, esta, en su discurso, en sus acciones, presentándose igual que aquellos que tienen 13 años practicando la destrucción, la implantación del comunismo, la esclavitud, la represión, el terror y el crimen?
¿Cómo nos explicamos la no trasparencia en todo y en todos? ¿Cómo nos explicamos la falta de acciones contundentes de la resistencia y oposición?
¿Acaso en tan poco tiempo, 13 años, y ya parece que renunciamos todos a la aspiración por un cambio social y político hacia el progreso, la libertad, la felicidad de cada cual? ¿Renunciamos, acaso, a liberarnos del comunismo, de la esclavitud, del totalitarismo, del pensamiento único, del uniforme obligado, del caudillo, del látigo, de la libreta de racionamiento, etc.?
¿Acaso es inútil cambiar ahora? ¿Nos conformamos ya con que todo siga igual? ¿Es demasiado riesgo cambiar ahora? ¿Por qué sentimos la carestía de líderes civiles que interpreten correctamente el rumor, el ruido, que está emitiendo el pueblo, el ciudadano, de la conveniencia y oportunidad de cambiar este régimen represor, terrorista y criminal?
¿No son suficientes la represión, el terror y el crimen, ya conocidos? ¿La entrega de la soberanía? ¿La manipulación electoral? ¿Los presos políticos? ¿Los abusos judiciales? ¿Los crímenes impunes? ¿La corrupción? ¿El incremento de pobres? ¿El despilfarro? ¿Las violaciones a la constitución y leyes? ¿La intolerancia? ¿La desfachatez? ¿La falta de ética y moral? ¿Etc.?
¿Se apodero el conformismo de la población cuando se oye a algunos decir que siempre habrá una minoría que gobierne a la mayoría? ¿Pero, cual minoría? ¿Una minoría impuesta y manejada desde la isla caribeña con triquiñuelas electorales?
Alguien de a pie me comento: “no te preocupes, vive, todo llega a su fin”. ¿Pero no te das cuenta que ya estamos en comunismo? Y contesto: “eso no te lo creo, este pueblo, y me incluyo, no es comunista ni aceptara el comunismo, venga de donde venga y tráigalo quien lo traiga”. Su palabra vaya a´lante.
¿Hay que esperar que la situación del país sea tan mala, tan caótica, para que se dé la ocasión, la oportunidad, la posibilidad, de un cambio de régimen? ¿Es una ley, un axioma? ¿Una comodidad? ¿Un ventajismo? ¿Una trampa? ¿Eso esperan los politiqueros de siempre para salir como salvadores de la patria?
¿Cómo y cuándo reconoce, identifica, un pueblo que es oportuno, que debe cambiar un gobierno? ¿Todo cambio es positivo?
Experiencias. Las democracias de Europa del norte casi erradicaron la pobreza. En los países desarrollados después que le otorgaron el derecho a voto a las mujeres y a la inmensa mayoría de la población, surgió gran estabilidad en casi todos los aspectos.
La democracia más grande y pobre del mundo está en la India. Hay otros modelos de desarrollos dentro del capitalismo, más justos y socialmente equilibrados. Alemania es una economía social de mercado vigorosa.
Hecho: la votación anterior, 07OC, mayoritariamente roja (cierta o falsa) emitió un sonido; pero el ruido del pueblo que se está oyendo hoy no concuerda con ese sonido electoral. Es otro.
¿Cómo lo percibe la dirigencia de la resistencia y de la oposición? ¿Actuaran en consecuencia y en consonancia? ¿Tendrá el pueblo, la ciudadanía, que tomar acciones por su cuenta y convocarse mediante las denominadas redes sociales, tal como está ocurriendo en otras latitudes?
Ojala actúen como lo está haciendo hoy una humilde y solitaria apureña encadenada a las puertas de la gobernación de ese Estado, según los medios de comunicación, para que el gobierno revolucionario y humanista del comunismo le pague sus prestaciones sociales que le adeuda desde el 2009. Y como han actuado otros humildes y solitarios venezolanos en reclamo de sus derechos y que, en algunos casos, han dado su vida por ello y en otros están injustamente en prisión o exilio.
Ellos nos recuerdan todos los días los valores que si tiene y lleva consigo el pueblo, la gente, los ciudadanos, y los sonidos que le son propios, auténticos.
Pero es bueno recordar también, tal como dejaron para la posteridad antiguos filósofos, aquello de que si el hombre pudiera delinquir, violar y matar sin ser descubierto, lo haría. Oído al pueblo.-
“Cuando la gente le teme al gobierno, hay tiranía; cuando el gobierno le teme a la gente, hay libertad”, Thomas Jefferson.-
nelsonmaica@gmail.com

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jueves, 3 de mayo de 2012

ALBERTO MEDINA MÉNDEZ, NADA ES GRATIS. DESDE ARGENTINA

Mucha gente habla de su disconformidad con el presente y reprueba a la mediocre dirigencia que nos conduce. Son los mismos que dicen que no hay futuro y que resulta casi imposible ser optimistas en las condiciones actuales. Y en alguna medida, todo eso parece cierto. El escepticismo y la resignación parecen estar ganando la batalla.

Lo que es paradójico es que quienes declaman su permanente disgusto con la situación, no consigan percibir la relación directa entre causa y efecto, entre sus propias acciones y las evidentes consecuencias. Pese a la aparente inteligencia de muchos de ellos, diera la sensación de que no logran conectar el vínculo lineal entre sus actitudes, los acontecimientos y los resultados de todo ello.

Es como si no pudieran comprender que estamos como estamos porque hacemos lo que hacemos, o mejor dicho aún, que estamos como estamos porque no hacemos lo que resulta necesario hacer.

Con exceso de abulia y apatía, con demasiada desidia y negligencia, con indolencia e ingenuidad, casi sin querer, van contribuyendo de modo activo con la construcción del poder de los gobernantes. Los que mandan, sustentan su supremacía, en esta característica sociológica de este tiempo, casi patológica, por la cual demasiados deciden no hacer casi nada.

Solo gracias a la insensata conducta de los más, puede explicarse semejante dimensión de atropellos. Es, cada vez más, una matriz global. Una minoría, pero muy organizada, consigue someter a los mas, solo porque ese conjunto de individuos carece de organicidad y termina siendo funcional al poder de turno, a pesar de sus disidencias con esas políticas.

Los que han hecho de la política una profesión, saben poco de lo que deberían realmente conocer, es decir del arte de gobernar con inteligencia, pero indudablemente, son expertos en esto de manipular voluntades.
Conocen la ingeniería social al detalle, interpretan con habilidad las conductas humanas, perciben la pereza ciudadana, esa que hace que muchos sigan creyendo que forman parte de una sociedad democrática solo porque se presentan a votar una vez cada dos años, a veces inclusive de mala gana, casi forzados por las circunstancias legales o de repudio social.

Es paradigmático, ver como muchos ciudadanos de buena fe, caen en la trampa de no comprender que su accionar, muchas veces desidioso e indolente, son la principal causa de todo lo que soportan.

Las múltiples explicaciones que encuentran para justificar su decisión de no participar de la vida política de la sociedad, les sirven de consuelo, pero están lejos de alcanzar como argumentación para no hacer lo necesario.

Ningún resultado relevante en la vida humana, y mucho menos en comunidad, se consigue cruzándose de brazos, sentados en una silla, o simplemente con una postura de espectador en vez de protagonista.

Creer que la realidad se modificará en el sentido deseado, solo porque se invierte un escaso tiempo despotricando entre amigos contra el poderoso de turno o discutiendo en los bares, es pecar de una desmesurada ingenuidad.

Suponer que la sociedad cambiará sus paradigmas, sin un compromiso militante por parte de los que sienten profundo rechazo por el status quo, es demasiado infantil. La alteración del rumbo se consigue con mucho esfuerzo. Muchas veces inclusive, con trabajo tampoco resulta suficiente para lograrlo por falta de perseverancia o dirección correcta.

Lo que está plenamente garantizado es que con holgazanería ciudadana, no conseguiremos absolutamente nada significativo. Solo podremos llenarnos de impotencia inconducente.

Si no hacemos lo correcto, si no HACEMOS con mayúsculas, nada se transformará. Y si por lo contrario, preferimos seguir en la misma, justificándonos para explicar porqué hacemos tan poco, o a veces inclusive nada o lo incorrecto, debemos entonces estar dispuestos a pagar el precio de esa decisión.

Seguramente que muchas razones amparan nuestras elecciones individuales en lo que a la vida política hace. La corrupción, la falta de tiempo personal, la necesidad de buscar el sustento cotidiano o sencillamente la convicción de invertir el tiempo en otros asuntos que se consideran más importantes, son todas cuestiones atendibles.  Pero eso no logra modificar la ecuación. Siguen siendo decisiones que implican priorizar ciertas cosas por sobre otras. Y eso tiene consecuencias, siempre.

Asumir que lo que nos sucede es el resultado de lo decidido es un gran primer paso. Somos libres de tomar las determinaciones que deseemos, pero debemos comprender que ello conlleva un desenlace. Si no tomamos nota de esto seguiremos creyendo en esta fantasía de que lo que nos ocurre es responsabilidad de otros, los culpables de todos nuestros males.

La verdad es que esa caricatura de la realidad nos tranquiliza, nos despoja de culpas y nos hace sentir víctimas de esa casta enemiga. Es que tenemos responsabilidad y mucha, y si bien existe esa corporación que conspira  permanentemente contra nuestras vidas para arrebatarnos libertades, saquear nuestros recursos y amedrentarnos para que no reaccionemos, no menos cierto es  que está en nosotros, asumir que podemos modificar el presente con la actitud correcta y el esmero necesarios.

Hay que entender la dinámica de los acontecimientos para no fracasar en el diagnóstico de lo que nos sucede y poder luego, con la inteligencia apropiada, aplicar nuestros talentos para imprimir la energía necesaria, en el sentido preciso, y así, cambiar el curso de la historia.

Mientras tanto, resulta relevante, dar el primer paso, ese que nos ayude a entender que las decisiones que hemos tomado hasta aquí, explican lo que estamos padeciendo. Y que esto que nos pasa, de algún modo lo decidimos, por acción u omisión. Nuestro presente como sociedad es solo la inevitable consecuencia de nuestras determinaciones cotidianas, solo porque como en tantos otros aspectos de la vida personal, “nada es gratis”.


Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
skype: amedinamendez

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sábado, 14 de abril de 2012

AGUSTÍN LAJE (*) / LOS LÍMITES DE LA DEMOCRACIA Y LAS MAYORÍAS / DESDE ARGENTINA

Democracia se ha convertido en una de esas palabras-ídolo que prácticamente todas las corrientes ideológicas y todos los sectores políticos reclaman como propia. ¿Quién que esté en búsqueda de un poco de poder político osaría hoy en definirse a sí mismo como enemigo del ideal democrático? ¡Hasta los castristas alegan que en la dictadura cubana impera una “democracia” (aún cuando ya han pasado más de cincuenta años desde las últimas elecciones) mientras que la URSS en el siglo pasado definía su sangriento totalitarismo igualitarista como “democracia popular”!
La democracia es el sistema político que, en resumidas cuentas, otorga al individuo libertad política permitiéndole elegir a sus representantes o ser elegido por sus pares como tal, y al mismo tiempo, lo habilita para acabar pacífica y sanamente con una gestión de gobierno que considere perjudicial.

La percepción generalizada de que la democracia es el sistema político de gobierno más justo sobre esta Tierra ha provocado que tiranuelos de toda calaña y variopintos enfermos de poder encuentren en aquella un vocablo atractivo no por su contenido específico, sino por sus implicancias emocionales en el pueblo. El manoseo conceptual ha sido, en efecto, una constante por parte de aquellos que nada tienen que ver con la democracia pero que intentan de cualquier manera acomodar los significados a su propia conveniencia.
Así las cosas, el ideal democrático se ha ido destiñendo en tal magnitud como consecuencia de todo esto, que en la actualidad la inmensa mayoría entiende la democracia en un sentido estrictamente procedimental: ésta comienza y termina en aquella boleta que introducimos en una urna para expresar nuestra preferencia política; la mayor cantidad de papelitos consagrará a un ganador que automáticamente estará habilitado por la mayoría para hacer lo que se le venga en gana. La utilización desmedida del ya clásico argumento “somos el 54%” que emplean los kirchneristas frente a todo −literalmente todo−, es un claro ejemplo de esta forma reduccionista de entender lo democrático.
Pero la visión según la cual la democracia es una suerte de sinónimo de la “regla de la mayoría”, además de pecar de simplista, supone una contradicción insalvable: si el cumplimiento de la regla de la mayoría fuese el único requisito de una democracia, entonces la mayoría podría, por caso, prescribir legítima y “democráticamente” la muerte de la minoría, lo que redundaría en la destrucción de la propia regla en cuestión. Sin minoría, el concepto de mayoría no tiene sentido, pues se es mayoría en tanto exista, por más reducida que sea, una minoría; y sin mayoría, según el propio criterio mayoritario, no hay democracia.
De esto último se desprende que la democracia, para sobrevivir a su propia lógica interna, precisa de límites vinculados al respeto de las minorías por un lado, y garantías de libertad por el otro. En efecto, sólo en democracia se puede garantizar libertades políticas, toda vez que ella se erige como el único sistema donde la voluntad individual de las personas puede expresarse sin coerción; y sólo bajo un sistema que respete las libertades del individuo puede haber democracia, toda vez que donde no existe tal respeto, la coerción anula la posibilidad de cualquier comportamiento democrático y se abren las puertas al poder desmedido de los gobernantes.
Cuando Aristóteles entendió que la democracia podía ser corrompida y devenir en “demagogia” si los gobernantes gestionaban en beneficio exclusivo de sí mismos y de quienes los habían elegido, estaba señalando de manera tácita lo que acabamos de exponer: que en una democracia existen inexorablemente minorías pues un gobierno de voluntad unánime es imposible, y que tales minorías han de ser respetadas para que la democracia no se pervierta.
Si el respeto por las minorías y las libertades individuales son el primer límite que aparece frente a las mayorías en una democracia, el segundo límite será la idea de “verdad”.
Un curioso proceso de pereza mental muy común en la actualidad, induce a asociar aquello que dice u opina la mayoría con aquello que es “verdad”. La ecuación resulta bastante clara: cuantos más sean los que sostengan determinada proposición, más cierta ésta se vuelve. La falacia de tal relación se evidencia en los grandes descubrimientos del hombre, que siempre fueron en contra de las opiniones mayoritarias.
Que la Tierra era el centro del universo y que el sol, la luna y los planetas giraban alrededor de ella, era una opinión que sostenía la mayoría por citar un ejemplo. Tuvieron que llegar minorías para refutar el error mayoritario, como lo fue Copérnico, Galileo, Kepler y Newton, que además de demostrar que la Tierra gira alrededor del sol y que no es el centro del universo, demostraron también, sin quererlo, que el número no es sinónimo de razón o verdad.
En virtud de lo analizado, cabe plantearnos lo siguiente: el kirchnerismo, con su sistemático desprecio a las minorías, su constante atropello a las libertades individuales y su pretensión evidente de ser dueño indiscutido la verdad absoluta: ¿es un proyecto verdaderamente democrático?
Saque las conclusiones el lector.
 (*) Es autor del libro “Los mitos setentistas”. ¿Dónde conseguir la segunda edición? Click aquí.
Email del autor: agustin_laje@hotmail.com
La Prensa Popular | Edición 97 | Viernes 13 de Abril de 2012

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