BIENVENIDOS AMIGOS PUES OTRA VENEZUELA ES POSIBLE. LUCHEMOS POR LA DEMOCRACIA LIBERAL
domingo, 29 de enero de 2012
CARLOS SABINO: TENDENCIAS LATINOAMERICANAS (FUENTE CADAL) PANORAMA ELECTORAL
miércoles, 8 de junio de 2011
PATRICIO NAVIA: HUMALA TRIUNFO EN PERU GRACIAS AL APOYO DE MODERADOS
viernes, 25 de febrero de 2011
TÚNEZ, EGIPTO, LIBIA...CUBA: ES HORA DE QUE EL CASTRISMO PASE A LA HISTORIA. FERNANDO JAVIER RUIZ. TOMADO DE CADAL
miércoles, 13 de octubre de 2010
VARGAS LLOSA: EL ESCÁNDALO DE UN GRAN NOVELISTA LIBERAL. PABLO DÍAZ DE BRITO. TOMADO DE CADAL.
Nobel inesperado para Mario Vargas Llosa. ¿Cómo reacciona el campo popular? Silencio mortal desde la costosa expedición oficial de la Argentina a Frankfurt. Ni un tweet, siquiera. Pero resulta fácil imaginar los comentarios entre una arribista de la cultura como Cristina Kirchner y un resentido eterno como Héctor Timerman. Pero dejemos al "campo popular" argentino y sus rencores. Se trata de provincianismos sin importancia ni alcance.
Veamos un poco más lejos. El País de Madrid, por ejemplo. El diario socialdemócrata, que ha tenido a Vargas Llosa de columnista por años, le ha hecho una edición on line "por todo lo alto", con profusión de firmas, notas, fotos, editoriales. Entre las muchas columnas, hay una de un crítico literario, J. Ernesto Ayala Dip, titulada "Una obra que no tiene límites". El autor, luego de hacer una muy elogiosa recorrida por las novelas del premiado Vargas Llosa, termina con una consideración a sus posturas "neoliberales", señalando: "Las ideas políticas de Mario Varga
s Llosa, su defensa de ciertas políticas neoliberales pueden que no lo hagan demasiado simpático a mucha gente. Podríamos decir, como Marx decía de Balzac, que el autor de La casa verde es políticamente conservador pero en el terreno del arte de la ficción es progresista". O sea: en lo que realmente importa, en la literatura, Vargas Llosa es uno de los nuestros, un progresista, uno de izquierda, en lo demás, que cuenta poco y nada, es un detestable "neoliberal", un conservador.
El caso de Ayala Dip se repitió en cientos de casos, a medida que el Nobel de Literatura a Vargas Llosa provocaba reacciones. "Gran novelista; ahora, sus ideas políticas, bueno, no tienen nada que ver con su obra", etc.
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Es interesante observar cómo la izquierda, el progresismo, habituados a ser los dueños únicos de la cultura -y especialmente de la literatura- quedan desconcertados y traman argucias de reapropiación, como la de Ayala Dip. Así que Vargas Llosa es un progresista, aunque él no lo quiera. Todo lo bueno, lo excelso, en el terreno de la cultura, debe ser, guste o no guste su autor, de izquierda.
Seguramente, Vargas Llosa le respondería al español que él es efectivamente progresista, pero nunca "conservador", que es lo opuesto a liberal. Porque si algo es un liberal es progresista; pero claro, no en la acepción hoy corriente.
Por eso vale la pena detenerse en este sobreentendido de la izquierda sobre su total dominio del campo de la cultura, y de cómo, cuando uno que, claramente, no es de izquierda destaca en ese terreno, debe hacer algo para, o descalificarlo, o apropiárselo. Como la enorme estatura literaria de Vargas Llosa no es materia de discusión para nadie, se elige la estrategia de la apropiación: es un progresista, no un conservador, aunque el no lo sepa o no lo quiera saber. Porque hoy, en el terreno de la cultura, no hay lugar para novelistas liberales; eso es un escándalo moral que no se puede permitir. Literalmente: no puede ser.
En tiempos pasados no era así. En la alta cultura había autores de gran calidad en todos los campamentos políticos. Había filósofos y escritores socialistas, o decididamente marxistas; pero también los había, y muchos, liberales. Y luego estaban los conservadores, generalmente católicos de misa diaria; y, por último, estaban los de la extrema derecha.
Esto fue así durante casi todo el siglo XX. Había variedad ideológica en la cultura, y la posición ideológica y política no era motivo o criterio de juzgamiento de la calidad de un autor, era apenas una opción personal. Los ejemplos son archiconocidos: Thomas Mann, por ejemplo, era un liberal típico; en filosofía, Husserl y sus colegas eran liberales; Proust era un conservador; Virginia Woolf era feminista radical, pero ferozmente clasista; luego estaban los de extrema derecha, como Celine o Heidegger, o nuestro Leopoldo Lugones. Los de izquierda eran numerosos, y se dividían entre socialdemócratas, comunistas y anarquistas. En fin, había de todo, como en el campo de la política, pero nadie pretendía que pertenecer a un sector político-ideológico en especial diera una suerte de credencial para ingresar al club de la alta cultura.
Esta pluralidad se mantuvo, más o menos, hasta la primera mitad del siglo pasado, es decir, hasta la generación que vivió su juventud bajo el primer peronismo. Las cosas cambian en Europa en los 60, y, en la Argentina, en los 70.
Sartre es la figura emblemática de este avance. La hegemonía de la izquierda se vuelve en pocos años casi total, y los liberales y conservadores que vienen del período anterior son vistos como sobrevivientes de un mundo que se extingue. Todo el mundo se hace marxista.
A partir de los 80 cambiarán las teorías hegemónicas de moda: la semiótica y el estructuralismo mixturado con el psicoanálisis sustituirán a Marx y sus discípulos y seguidores, como Luckaks (había que leer su "Historia y conciencia de clase"). Lo que no cambiará más es la hegemonía de la izquierda en la cultura.
En el caso de la literatura, cambiará –arbitrariamente- el canon, según el gusto de la gente que tiene el poder para conformarlo, pero lo que no cambiará es esa hegemonía. Por ejemplo, Cortázar, un hombre de la izquierda más ortodoxa y dura, está hoy saliendo del canon, o al menos bajando drásticamente en el ránking. Pero lo que importa es que, para ser escritor, artista, filósofo o teórico de las ciencias sociales, se debe ser, como conditio sine qua non, de izquierda. A partir de ahí, y sólo de ahí, se permite cierto pluralismo.
Algunos polítólogos, por ejemplo, podrán inclinarse por la socialdemocracia (pero esta es una tendencia más de los 80 y 90, y hoy parece estar en retirada ante una nueva ola radicalizada, como la moda Laclau). También se permiten los extremistas de derecha, pero sólo si se los rescata del pasado, como es el caso de Carl Schmitt. Como regla general, hay que hacer profesión de fe anticapitalista, lamentar y condenar los males del capitalismo, para poder moverse con cierta confianza, hacer carrera y tener éxito, acceso a las cátedras más preciadas, etc.
El escritor está sometido a la misma horca caudina que el investigador y docente universitario. Sólo un Vargas Llosa se puede permitir ser escandalosamente liberal. Un escritor standard y en carrera se aseguraría el ostracismo y el exilio interno si se declarara liberal contundente, como hace Vargas Llosa. De hecho, estamos asistiendo a un caso que difícilmente se repita en el futuro. Vargas Llosa ya pertenece a una generación que es rigurosamente de izquierda: recordemos que él logra la consagración internacional cuando aún era de izquierda, un dato no menor. Su viraje lo hizo cuando ya habitaba el Olimpo literario. Los otros casos de grandes escritores liberales latinoamericanos pertenecen a generaciones anteriores, formados cuando existía aquél pluralismo perdido (Octavio Paz, por ejemplo). Hoy no se imagina a un escritor en sus 40, con un par de novelas con buena crítica editadas por una editorial de prestigio, haciendo un viraje semejante.
Pablo Díaz de Brito es periodista y analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
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jueves, 15 de julio de 2010
LIBERACIÓN DE PRESOS POLÍTICOS EN CUBA: UNA CONCESIÓN ARRANCADA BAJO LA PRESIÓN INTERNACIONAL, PABLO DÍAZ DE BRITO, TOMADO DE CADAL, 14 DE JULIO DE 2010
miércoles, 19 de noviembre de 2008
CLAUDIO PAOLILLO: YA HUBO FRAUDE EN VENEZUELA. 17 DE NOVIEMBRE DE 2008
Si la oposición pudiera, finalmente, frenarle el paso a Chávez, eso supondría una situación similar a la que ocurrió en 1980 en Uruguay, cuando militares como el mandamás venezolano dirigían una cerrada dictadura. Ese año, los militares uruguayos quisieron legitimar en las urnas su ilegal ocupación del poder. Llamaron a un plebiscito para hacer una nueva Constitución que les permitiera alcanzar ese objetivo, llenaron de propaganda por el "Sí" a todos los medios de comunicación del país, amenazaron a los opositores, cerraron periódicos, prohibieron la participación de líderes políticos y encarcelaron a algunos de ellos.
sábado, 13 de septiembre de 2008
*CLAUDIO PAOLILLO ESCRIBIO PARA CADAL: LA PERVERSIÓN POPULISTA

11 de septiembre 2008
"Brasil y México van a arrastrar a los demás", me respondió seguro hace un par de meses un banquero muy importante de Europa, cuando le pregunté sobre el riesgo de que el populismo se expanda en América Latina. La convicción del banquero parecía sincera, pero también dejaba la sensación de una desesperada expresión de deseos. Es que el banquero y su banco tienen mucho interés en que esta región se mantenga relativamente estable, libre de los altibajos políticos y económicos que la han caracterizado desde siempre, por una sencilla razón: el éxito de su gestión depende de que los miles de millones dólares que manejan, él y su banco, no acaben evaporándose a raíz de uno de los ramalazos imprevisibles con que los latinoamericanos cada tanto sorprendemos al mundo.
Es verdad que mi interlocutor se basó en fundamentos de peso. El populismo está presente, básicamente, en cinco países: Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. El creía -y ha de seguir creyendo- que allí se quedaría. Porque, me decía, los demás, aun aquellos que llegaron a los gobiernos con "bandera progresista", no son tan insensatos como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o el inefable matrimonio de los Kirchner. "No lo son -argumentaba- ni el mexicano Felipe Calderón, ni el brasileño Lula, ni la chilena Michelle Bachelet, ni el uruguayo Tabaré Vázquez, ni el colombiano Alvaro Uribe, ni el peruano Alan García, ni el costarricense Oscar Arias". Para entonces, el banquero no sabía qué rumbo habría de seguir el paraguayo Fernando Lugo. Pero, en cualquier caso, sostenía, México y Brasil, más Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Costa Rica, representan el 85% de la población latinoamericana, así como un porcentaje similar del producto bruto general de la región.
Es un buen punto de partida para el optimismo del banquero europeo. Pero quizá no todo esté dicho en esta materia. Chávez, Morales y Correa continúan instalando sus "dictaduras democráticas" en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la Cuba de los Castro presenta al mundo cambios meramente cosméticos pero sigue siendo el régimen de facto más antiguo de América Latina, Ortega está cada vez más atado a este círculo vicioso y los Kirchner son, literalmente, increíbles.
A eso hay que sumar la incógnita de Lugo, a quien es aún imposible juzgar con cierta perspectiva dado que no ha cumplido ni un mes al frente del gobierno paraguayo (aunque ya denunció un intento de golpe de Estado en su contra), la posibilidad real de que los ex guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ganen las próximas elecciones en El Salvador, la acechanza permanente de Ollanta Humala en Perú, el sorpresivo ingreso de Honduras al invento chavista del ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), la persistencia de Andrés López Obrador en México y una chance cierta de que, en Uruguay, al moderado gobierno de Tabaré Vázquez pueda seguirle uno "más de izquierda", lo que en ese país significa, sencillamente, uno más populista.
El populismo en la región no es algo nuevo. Populista fue Perón en Argentina y populista fue Vargas en Brasil. El problema es que el neo populismo no ha cambiado su esencia pero sí su rostro. Y con eso, en ciertos círculos que antes lo detestaban, ha conseguido legitimarse.
El argentino Héctor Leis y el brasileño Eduardo Viola, dos prominentes profesores de filosofía y ciencias políticas que dictan clases en universidades de América y Europa, analizaron este fenómeno en un libro que acaba de publicarse ("América del Sur en el mundo de las democracias de mercado"). El cambio con respecto al populismo es evidente, según explican estos expertos.
"Otrora repudiado por los nombres más representativos del pensamiento democrático, tanto de la izquierda como de la derecha, debido a su fuerte carga autoritaria asociada de forma innegable a sectores reaccionarios del militarismo latinoamericano, el populismo retorna hoy prestigiado por las urnas de la democracia y con su pasado prácticamente olvidado", dicen Leis y Viola.
De este modo, "con el mismo ímpetu que el populismo gana votos en un gran número de países de América Latina, también gana legitimidad ideológica en el campo democrático". Lo más dramático, advierten, es que "es difícil saber lo que es peor" puesto que "nada podría ser tan perjudicial para los procesos de consolidación democrática en marcha en el continente que confundir la democracia con el populismo".
El populismo asigna preeminencia a la noción del "enemigo" y, por tanto, a las lógicas de guerra. Los investigadores recuerdan que "cuando el comportamiento político de los actores reproduce esta lógica, la nación termina, tarde o temprano, despedazada en partes irreconciliables". En ese ambiente, la democracia y el desarrollo se convierten en quimeras inalcanzables.
En el pasado, la democracia en la región enfrentó dos enemigos: el populista demagogo y el extremista revolucionario; ambos prometían resolver todos los problemas con soluciones rápidas y sencillas. Pero si antes atacaban a la democracia por separado, ahora, además, están juntos. "La falsificación democrática del populismo es que no crea ciudadanía sino mayorías desprovistas de conciencia al servicio de las élites de turno", dicen Leis y Viola. Y así, en nombre de la "democracia", el populismo ataca los derechos básicos de las personas, descree de la economía de mercado y descuida al Estado, al cual toma como botín de guerra.
Tal vez tenga razón el banquero europeo en su optimismo sobre el futuro próximo latinoamericano. Pero su operación aritmética (Brasil y México más algunos otros es igual a 85% de América Latina y con eso basta) luce algo simplista a la luz de un fenómeno mucho más complejo, plenamente vigente, en aparente expansión y, ciertamente, muy peligroso.
Claudio Paolillo es director del semanario Búsqueda en Uruguay
lunes, 2 de junio de 2008
*RAÚL FERRO ESCRIBE EN CADAL: “UNASUR: Y AQUÍ VAMOS DE NUEVO...”

26 de mayo de 2008
El nacimiento oficial de la Unión Naciones Suramericanas a fines de mayo de este año es el último capítulo de una arraigada tradición latinoamericana: crear superestructuras políticas para facilitar la integración de los países pero que, en el mejor de los casos, resultan absolutamente inútiles para su propósito. Y en el peor de los casos, terminan poniendo más trabas a esa integración que supuestamente intentan impulsar.
A pesar de las toneladas de evidencia histórica que pavimenta la larga historia de intentos frustrados de integración latinoamericana, los líderes de de la región insisten majaderamente en dirigir estos procesos de unión a partir de criterios políticos, ignorando las verdaderas fuerzas que hacen que un proyecto de integración tome forma y que asegure su funcionamiento en el tiempo: la de los negocios y el mercado. Un buen ejemplo de ello es la evolución del antiguo Mercado Común Centroamericano, un proyecto nacido hace casi cincuenta años como una iniciativa, como no, típicamente política.
La lógica detrás del mercado único en el istmo era impecable: tener un mercado mediano crearía mejores oportunidades de desarrollo que cinco pequeños mercados cerrados. Al Mercado Común Centroamericano, sin embargo, le tomó más de 30 años llegar a ser un mercado de verdad. En sus primeros 20 años de existencia, entre 1960 y 1980, el comercio intrarregional creció muy lentamente, hasta superar ligeramente los US$ 1.000 millones ese año y caer nuevamente hasta principio de los 90. A partir de allí es cuando el proyecto comienza a tomar vuelo realmente, creciendo de forma enérgica y sostenida. En 1992, el comercio entre los países miembros del Mercado Común Centroamericano apenas había recuperado la marca de los US$1.000 millones anuales. Para el año 2005, bordeaba los US$ 4.000 millones. Un mercado regional formado por 8.000 empresas, de las que un 80% son pequeñas y medianas, que sostiene dos millones de puestos de trabajo y genera siete millones de toneladas de carga transportada cada año, según datos de la Secretaría de Integración Centroamericana.
Este despegue fue impulsado por los negocios. Cuando las guerras civiles que azotaron al istmo en los años ochenta llegaron a su fin, regresaron los capitales que se habían fugado a raíz del conflicto. Los empresarios volvieron, además, con la convicción que era mucho mejor negocio jugar en un mercado abierto más grande que en pequeños mercados protegidos. Uno de los primeros motores de este proceso de integración centroamericana fue la fusión de las cadenas de retail Supermercados Unidos, de Costa Rica, y Grupo Paiz, de Guatemala. Su unión, más varias adquisiciones que hicieron con posterioridad, creó un conglomerado de tamaño más que respetable en ventas y, lo más importante, significó la creación de una cadena de suministro regional que abrió oportunidades de negocios a pequeños y medianos productores de todos los países del istmo. El conglomerado fue finalmente adquirido por Wal Mart.
Este nuevo Mercado Común Centroamericano ha comenzado a tomar en los últimos años la forma de una Unión Aduanera que, lejos de cerrarse al mundo, intenta aprovechar su asociatividad para negociar en conjunto con el mundo. Las experiencia de los acuerdos de libre comercio firmados con Estados Unidos y otros países de las Américas, así como el Tratado de Asociación Económica con la Unión Europea negociado en el 2006 son un buen ejemplo de esta estrategia.
Es muy poco probable que la Unasur pueda seguir el camino de integración real, y no retórica, que tomó en los últimos 15 años el Mercado Común Centroamericano. Para empezar, las diferencias entre sus miembros fundadores son demasiado grandes. El presidente venezolano, Hugo Chávez, ha querido presentar al nuevo organismo como “una derrota para Estados Unidos”, dándole un absurdo y extemporáneo espíritu de guerra fría a Unasur. Esta simple visión hace peligroso e inconveniente extender las atribuciones de Unasur al ámbito militar, como se propuso en la reunión fundacional en Brasilia.
Por otro lado, dentro de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), una de las organizaciones a partir de las cuales se armó Unasur, tanto Bolivia como Ecuador han rechazado con vehemencia los planes del Perú de negociar un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Con estos antecedentes es difícil que Unasur tenga una dimensión comercial y económica constructiva.
Desafortunadamente, la nueva organización se perfila como un nuevo esfuerzo inútil y sin sentido que se agrega a una larga lista de experimentos regionales fallidos. Existen otras prioridades a las cuáles las cancillerías latinoamericanas deberían dedicar sus esfuerzos en lugar de distraer recursos y talento en otro inútil circo político como Unasur.
Raúl Ferro es Director de Desarrollo de Contenidos de Business News Americas y miembro del Consejo Consultivo de CADAL.
sábado, 10 de mayo de 2008
*GONZALO BUSTAMANTE KUSCHEL ESCRIBE PARA CADAL: “EL ANTÍDOTO CONTRA EL POPULISMO ANTICAPITALISTA”

14 de abril de 2008
En sus orígenes, la palabra Capitalismo ( Kapitalismus en alemán, el concepto de Capital: vinculada a la “ciencia del dinero” proviene de éste idioma, mientras Capital: relacionado a una pena o falta, del latín) tendrá la connotación de un “concepto-enemigo” no solo para quienes se declararan en el siglo XIX defensores del socialismo, sino que además para sectores ultra conservadores y reaccionarios que lo ocuparán con un claro sentido antisemita. Es así que nacerá como un “concepto-a combatir” ya sea por ser enemigo de los intereses de la Nación o de la integridad del pueblo. Será sólo a inicios del siglo XX donde se iniciará la defensa, desde la Economía, del capitalismo; pero sólo desde ella, vale decir, atendiendo a sus efectos sólo económicos y desatendiendo sus implicancias éticas, sociales y políticas. Lo anterior no se aplica a Adam Smith, uno de los padres de la promoción de una “sociedad del comercio” quien siempre tuvo presente la dimensión ética y política del capitalismo.
Hoy en día, el término sigue estando bajo ataque y constante crítica, la cual se ve favorecida por dos formas de populismo: una de corte “socialista no-renovada” y otra “nacionalista-popular”: el Capitalismo como sinónimo de lo opuesto a los intereses del pueblo, el sistema de la explotación, la generación de inequidad, además de disolvente de los intereses y valores de la Nación. Desde ésta vereda, se propone como solución a todos los males el aumento del gasto social y la intervención estatal, además de la vuelta a una cultura tribalista que se oponga a la Globalización que es vista sólo como “Capitalismo Global”, la consolidación del Mac-World . La otra forma de populismo proviene del mismo sector privado que transforma las utilidades a corto plazo en “una ideología del management ”. La “utilidad a corto plazo” adquiere la forma de un valor en sí mismo, capaz de dar sustento a la propia actividad empresarial y al sistema económico; es la “ilusión del llame ya” aplicada a los negocios y la economía.
La crisis de los mercados financieros, la falta a la ética de altos ejecutivos, no sólo demuestran la falsedad del endiosamiento “de la utililidad a corto plazo” sino que además son una constatación de que buena parte de la Ciencia Económica que ha abordado el capitalismo exclusivamente desde su dimensión económica, olvidando las implicancias éticas, sociales y política, se equivoca. La verdadera base de sustentación del capitalismo es ética y cultural.
Los valores de la sociedad burguesa son los que han permitido construir sociedades económicamente desarrolladas. Partiendo desde sustratos religiosos, los valores y las virtudes, como hábitos que reflejan los mismos, son los que han permitido cimentar una economía de capitalismo avanzado. La sociedad del comercio requiere no sólo de reglas claras y sistemas económicos abiertos, sino de agentes que generen confianza en sus acciones. Eso lo da una base cultural y no la simple especulación.
En Sudamérica hemos tenido a lo largo de nuestra historia ambas formas de populismo: la retórica populista-estatal sumada a la búsqueda de la ganancia rápida y fácil. No han sido pocas las veces en que la “elite capitalista” se ha confundido con el mismo Estado de retórica “anticapitalista” para generar sistemas corruptos y de utilidad “ fast food ”.
El mundo financiero internacional ha dado un gran paso al aprobar el avanzar hacia un código de conducta que regule su actividad para asegurar de esa forma una mayor estabilidad, transparencia y ser nuevamente un sistema creíble. De esa forma se gana en generar una institucionalidad más estable. En Sudamérica deberíamos desarrollar una costumbre de “códigos de conducta” para nuestros gobiernos en el cual las propuestas reemplacen la retórica barata, la capacidad y el mérito, como requisitos para ocupar un cargo público, en vez de la simple pertenencia a un partido político, el amiguismo o los lazos familiares; la transparencia al ocultamiento, la probidad a la corruptela y por cierto instalar una cultura en que nuestros ciudadanos evalúen a sus dirigentes no por la “simpatía” sino por la eficacia y eficiencia de sus acciones.
De igual forma se necesita fortalecer el sector privado fomentando una cultura del emprendimiento y no denostando el sistema que permite su desarrollo, tarea a la cual muchas veces los mismos empresarios contribuyen con malas prácticas que solo generan desconfianza en el Mercado. El mayor capital del capitalismo es el prestigio que debe generar una clase empresarial de calidad profesional y ética.
Desde Troeltsch, pasando por Weber, Parsons hasta McCloskey y Benjamín Friedman, se ha apuntado a que el Capitalismo es más que un sistema económico, es una cultura basada en virtudes humanas y el desenvolvimiento de la libertad y creatividad. Por eso, si queremos para nuestro continente que ocurra aquello a lo que aspiraba Borges: “un mínimo de Estado, un máximo de individuo”, necesitamos crear las condiciones institucionales y valóricas para que esto sea posible. Al decir de Maquiavelo: el Hombre es un animal imitativo, por lo cual nuestros empresarios deben tener claro que cada mal ejemplo es un aporte a la destrucción del mismo sistema. Sólo de sujetos que han visto lo correcto se puede seguir la suficiente responsabilidad que permita “un mínimo de Estado, un máximo de individuo”.
Gonzalo Bustamante Kuschel es Profesor de Filosofía Política en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile) y Miembro del Consejo Académico de CADAL.
jueves, 17 de abril de 2008
*GONZALO BUSTAMANTE KUSCHEL ESCRIBE EN CADAL: “EL ANTÍDOTO CONTRA EL POPULISMO ANTICAPITALISTA”

14 de abril de 2008
En sus orígenes, la palabra Capitalismo ( Kapitalismus en alemán, el concepto de Capital: vinculada a la “ciencia del dinero” proviene de éste idioma, mientras Capital: relacionado a una pena o falta, del latín) tendrá la connotación de un “concepto-enemigo” no solo para quienes se declararan en el siglo XIX defensores del socialismo, sino que además para sectores ultra conservadores y reaccionarios que lo ocuparán con un claro sentido antisemita. Es así que nacerá como un “concepto-a combatir” ya sea por ser enemigo de los intereses de la Nación o de la integridad del pueblo. Será sólo a inicios del siglo XX donde se iniciará la defensa, desde la Economía, del capitalismo; pero sólo desde ella, vale decir, atendiendo a sus efectos sólo económicos y desatendiendo sus implicancias éticas, sociales y políticas. Lo anterior no se aplica a Adam Smith, uno de los padres de la promoción de una “sociedad del comercio” quien siempre tuvo presente la dimensión ética y política del capitalismo.
Hoy en día, el término sigue estando bajo ataque y constante crítica, la cual se ve favorecida por dos formas de populismo: una de corte “socialista no-renovada” y otra “nacionalista-popular”: el Capitalismo como sinónimo de lo opuesto a los intereses del pueblo, el sistema de la explotación, la generación de inequidad, además de disolvente de los intereses y valores de la Nación. Desde ésta vereda, se propone como solución a todos los males el aumento del gasto social y la intervención estatal, además de la vuelta a una cultura tribalista que se oponga a la Globalización que es vista sólo como “Capitalismo Global”, la consolidación del Mac-World . La otra forma de populismo proviene del mismo sector privado que transforma las utilidades a corto plazo en “una ideología del management ”. La “utilidad a corto plazo” adquiere la forma de un valor en sí mismo, capaz de dar sustento a la propia actividad empresarial y al sistema económico; es la “ilusión del llame ya” aplicada a los negocios y la economía.
La crisis de los mercados financieros, la falta a la ética de altos ejecutivos, no sólo demuestran la falsedad del endiosamiento “de la utililidad a corto plazo” sino que además son una constatación de que buena parte de la Ciencia Económica que ha abordado el capitalismo exclusivamente desde su dimensión económica, olvidando las implicancias éticas, sociales y política, se equivoca. La verdadera base de sustentación del capitalismo es ética y cultural.
Los valores de la sociedad burguesa son los que han permitido construir sociedades económicamente desarrolladas. Partiendo desde sustratos religiosos, los valores y las virtudes, como hábitos que reflejan los mismos, son los que han permitido cimentar una economía de capitalismo avanzado. La sociedad del comercio requiere no sólo de reglas claras y sistemas económicos abiertos, sino de agentes que generen confianza en sus acciones. Eso lo da una base cultural y no la simple especulación.
En Sudamérica hemos tenido a lo largo de nuestra historia ambas formas de populismo: la retórica populista-estatal sumada a la búsqueda de la ganancia rápida y fácil. No han sido pocas las veces en que la “elite capitalista” se ha confundido con el mismo Estado de retórica “anticapitalista” para generar sistemas corruptos y de utilidad “ fast food ”.
El mundo financiero internacional ha dado un gran paso al aprobar el avanzar hacia un código de conducta que regule su actividad para asegurar de esa forma una mayor estabilidad, transparencia y ser nuevamente un sistema creíble. De esa forma se gana en generar una institucionalidad más estable. En Sudamérica deberíamos desarrollar una costumbre de “códigos de conducta” para nuestros gobiernos en el cual las propuestas reemplacen la retórica barata, la capacidad y el mérito, como requisitos para ocupar un cargo público, en vez de la simple pertenencia a un partido político, el amiguismo o los lazos familiares; la transparencia al ocultamiento, la probidad a la corruptela y por cierto instalar una cultura en que nuestros ciudadanos evalúen a sus dirigentes no por la “simpatía” sino por la eficacia y eficiencia de sus acciones.
De igual forma se necesita fortalecer el sector privado fomentando una cultura del emprendimiento y no denostando el sistema que permite su desarrollo, tarea a la cual muchas veces los mismos empresarios contribuyen con malas prácticas que solo generan desconfianza en el Mercado. El mayor capital del capitalismo es el prestigio que debe generar una clase empresarial de calidad profesional y ética.
Desde Troeltsch, pasando por Weber, Parsons hasta McCloskey y Benjamín Friedman, se ha apuntado a que el Capitalismo es más que un sistema económico, es una cultura basada en virtudes humanas y el desenvolvimiento de la libertad y creatividad. Por eso, si queremos para nuestro continente que ocurra aquello a lo que aspiraba Borges: “un mínimo de Estado, un máximo de individuo”, necesitamos crear las condiciones institucionales y valóricas para que esto sea posible. Al decir de Maquiavelo: el Hombre es un animal imitativo, por lo cual nuestros empresarios deben tener claro que cada mal ejemplo es un aporte a la destrucción del mismo sistema. Sólo de sujetos que han visto lo correcto se puede seguir la suficiente responsabilidad que permita “un mínimo de Estado, un máximo de individuo”.
Gonzalo Bustamante Kuschel es Profesor de Filosofía Política en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile) y Miembro del Consejo Académico de CADAL.
sábado, 29 de diciembre de 2007
*CARLOS SABINO ESCRIBE EN CADAL: EL FIN DEL PRINCIPIO EN VENEZUELA


Chávez ha tenido que aceptar, evidentemente muy molesto, que los venezolanos no querían convertir a su país en una dictadura totalitaria. Y los resultados electorales de Venezuela pueden afectar a los otros países de lo que podríamos llamar el eje chavista, en especial a Bolivia.
UNA REGIÓN EN BUSCA DE UN DESTINO
Más que la amenaza de los populismos autoritarios, el problema de América Latina es que no está aprovechando plenamente la favorable coyuntura económica que se le presenta: el énfasis que ponen sus dirigentes por redistribuir la riqueza antes de generarla, la impaciencia ante las desigualdades del ingreso entre sus habitantes y la inestabilidad o, más exactamente, lo imprevisible de sus rumbos políticos, hacen que las inversiones no fructifiquen del modo adecuado y que el crecimiento se retarde.
TENDENCIAS Latinoamericanas procura ofrecer al lector un panorama balanceado de la realidad de nuestra región: como informe semestral no es un típico boletín de coyuntura, -pues trasciende lo anecdótico para bucear en las tendencias que se mueven más allá de lo cotidiano- pero esto no implica que vayamos al otro extremo, a la reflexión puramente abstracta, desconectada del variado acontecer de la región. Este equilibrio, además, se refiere a los temas y los hechos a destacar: la idea es vincular lo económico con lo político y lo social, en tanto presentamos informaciones que no se limitan a un grupo específico de países sino que abarcan también acontecimientos que, en ocasiones, pueden pasar desapercibidos.
Carlos Sabino es Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales. Es profesor titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela y profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Es miembro de la Mont Pelerin Society, y corresponsal de la agencia AIPE en Venezuela. Entre sus libros figuran: Empleo y Gasto Público en Venezuela; De Cómo un estado Rico nos Llevó a la Pobreza; El Fracaso del Intervencionismo en América Latina; Desarrollo y Calidad de Vida; y Guatemala, dos Paradojas y una Incógnita.
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