El
rasgo más destacable de toda la crisis generada en el caso de las tiendas Daka
no lo constituyen las colas, ni el discurso oficial, ni la engañifa pública que
postula la existencia de una “guerra económica”.
Por
encima, incluso, del nerviosismo generado en el universo del comercio, y del
público en general, se me ocurre que con lo que nos tenemos que quedar es con
la apropiación del discurso que justifica los saqueos y el pillaje anarquizado,
y su legitimación, ejecutado en calidad de amenaza, por parte del gobierno
nacional.
Vamos
a ponerlo en estos términos: si los programas sociales de este gobierno de
verdad tuvieran la efectividad que todos los estamentos del chavismo, desde
Iris Varela hasta Ricardo Menéndez, desde Nicmer Evans hasta Mario Silva,
postulan como una verdad revelada, en este país no se hubiera presentado un
solo foco de pillaje en los episodios de la semana pasada.
Los
programas sociales del gobierno no se están transformando en desarrollo social.
Todo lo contrario: relajar las normas laborales, apurar soluciones compulsivas
y no planificadas, colocar en los mandos gerenciales a personas sin solvencia
moral, consagrar la impunidad en el delito, promover la tenencia de armas,
tolerar las invasiones, relativizar la propiedad privada y el respeto a la ley,
le ha ido dando los toques definitivos al virus incivil que se ha apropiado con
toda comodidad de la conciencia colectiva de nuestro pobre país.
La
posibilidad de un escenario de anarquía total expresada en saqueos no es nueva
en Venezuela: tiene en la psique de todos, flotando como una eventualidad,
desde el 27 de febrero de 1989. De manera implícita y explícita, sin embargo,
Hugo Chávez lo asomó como una hipótesis legítima en sus primeras alocuciones
públicas una vez investido de presidente. Alguna vez, incluso, llegó a asomar
que tal cosa, un aleccionador flujo invasivo y depredador que recorriera a
Caracas del oeste para el este, podría tener lugar si la oposición se empeñaba
en intentar obstaculizar sus proyectos.
Saquear
no es un ejercicio legítimo de justicia, ni un pronunciamiento político con
fines específicos. Ni siquiera se trata de un acto de violencia selectiva de
carácter propagandistico. El saqueo es la expresión por excelencia de la Venezuela
salvaje. El país sin educación, sin valores, sin límites y sin ley. Por lo
tanto, sin justicia. La expresión más acabada de la violencia orgiástica, del
apuro dionisíaco que habilita a una personas a
disponer de bienes ajenos sin castigo y sin consecuencias.
No
es la primera vez que tal cosa sucede. Los estallidos sociales pueden ser
también fenómenos concretos que se producen en momentos de penurias económicas
o tragedias naturales. Han tenido lugar en muchas naciones del vecindario
latinoamericano –República Dominicana, Argentina, Uruguay o Brasil-, y más
allá, en el mundo desarrollado, como consecuencia de tensiones étnicas o
sociales, en países tan civilizados como Estados Unidos o Inglaterra.
La
diferencia respecto a lo que acabamos de vivir y los ejemplos citados es una:
los desmanes de las semanas anteriores, aislados afortunadamente, concurrieron
a la calle atendiendo un llamado oficial que técnicamente los hizo legítimos.
Los llamados a saqueos son aplaudidos y
atendidos por acomplejados y resentidos, pero también por los vivos
químicamente puros. A nadie se le debe escapar este detalle: fue el gobierno el
que promovió la presencia de la gente en el festín de los días anteriores.
Elías Jaua, entre otros dirigentes chavistas, llegó a afirmar, incluso, que si
un escenario general de violencia llegara a concretarse “no sería en contra de
nosotros”.
Finalmente,
las personas que fueron vistas llevándose en sus carros bienes que no les
pertenecen no parecían estar siendo objeto de alguna agresión económica, o
padeciendo alguna penuria especialmente grave. Muy por el contrario. Todos
pudimos verlos: se trataba de personas bien vestidas y comidas, que acudieron a
aquella cita de forma oportunista, asumiendo que nada les iba a ocurrir por
llevarse cosas ajenas robadas. Parecían tener claro que, en Venezuela, aquel
que acoja los postulados que el chavismo invoca para poder salirse con la suya
jamás será objeto de ninguna sanción. Fueron encarados y enfrentados por muchos
presentes en Naguanagua: un episodio que nos indica que en este país no todo
está perdido.
Poco
se dice, entretanto, de la paradoja que estamos viviendo: un momento de crisis
cambiaria y fiscal en tiempos de vacas gordas, esto es, con el petróleo a 100
dólares el barril; un aparato productivo convertido en chatarra y un sistema
cambiario, expresado en Cadivi, con el cual los funcionarios del gobierno y el
estado han estado esquilmando y sobornando a cualquier ciudadano inocente
durante años. Durante los años de la Venezuela bolivariana.
alonsomoleiro@hotmail.com
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