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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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miércoles, 14 de octubre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, SE VAN LOS MUCHACHOS

Hace poco se celebró  el concurso de Miss Venezuela. Se eligió, entre otras, a la mujer, a la siempre bella mujer venezolana que competirá en otro certamen en el que se escogerá a la mujer más bella del universo. En esta oportunidad, la Reina venezolana que optará por la victoria en ese otro concurso fuera del país, será la espectacularmente bella Mariam Habach, una tocuyana que compitió representando a su estado Lara.     

Viendo esta dura competencia entre 24 jóvenes y glamorosas bellas mujeres, representando  a todos los estados de este hermoso país, es inevitable que se haga presente el agobio, propio, y, por lo demás, legítimo y justificado, cuando el sentimiento lo engendra el hecho de ser padre, de ser abuelo.

¿Cómo  evitar la tristeza si ya no transcurre un solo día en Venezuela sin que las nuevas encuestas que se realizan arrojen el comprensible resultado de que el 60 % de la juventud manifiesta su deseo de abandonar el país? Y que sea huyéndole a la inseguridad, a la zozobra y a la desesperanza, ante la imposibilidad de poder forjarse un futuro distinto. El presente venezolano sólo le ofrece a los muchachos y a las muchachas del país  el reinado del hamponato dominante, de la impunidad convertida en referencia de la administración de justicia en Venezuela, y la imposibilidad de avivar esperanzas entre la incertidumbre y la expansión victoriosa de la mediocridad.

El patrimonio más valioso de cualquier país lo conforma su recurso humano, su gente; principalmente el relevo, las nuevas generaciones. La juventud es garantía de porvenir. Y en Venezuela, hoy, una parte importante de ella, lamentablemente, no quiere estar en su suelo.

Duele, y mucho, demasiado, quizás, apreciar las colas de muchachas y de muchachos en los accesos a los diferentes Consulados de los demás países del mundo representados en Venezuela, en procura de la oportunidad casi salvadora de emigrar. Lo hacen, como diría un acongojado Padre recientemente, en estampida. Quizás, a su juicio, por otra razón: es que aún pudiendo sobrevivir en Venezuela, mañana tampoco podrá desarrollarse profesionalmente, porque el perfil del técnico o del que supera alguna carrera universitaria y al que aspira la Venezuela de los próximos años, no se corresponde siquiera con la posibilidad de triunfar, de alcanzar el éxito, sino con el de la obediencia sumisa a la voluntad del Estado.

Jamás en la historia venezolana se había producido el fenómeno de la migración, mucho menos en forma masiva. Se estima que esa migración, además de las familias que esos venezolanos han formado en el exterior, sobrepasa a los TRES MILLONES de compatriotas radicados en el exterior, y  repartidos por todos los rincones de la Tierra. Y nadie apuesta hoy responsablemente por la cantidad de ellos a los que les resultará atractivo el regreso a su Patria, aun habiendo un cambio político, económico y social en los próximos años. Es que para muchos de esos venezolanos que ya están asentados fuera del país, el asunto no se circunscribe solamente a una buena o a una mala situación en Venezuela. También se trata de tener que enfrentarse a las exigencias de una reconstrucción en un inevitable ambiente de hostilidad.

En Venezuela, debería haber una muy alta preocupación por el hecho de la ausencia en estos términos. También por la progresiva y constante desintegración familiar, a partir de este caso, como por todo lo demás que el Gobierno se ha encargado de hacer para que el estatismo adquiera su peso determinante, apoyado sobre los hombros de las nuevas generaciones, teóricamente más identificadas con la relación Estado-Gobierno-sociedad.

En otras palabras, la desarticulación familiar venezolana está trascendiendo lo obvio: vivir el doloroso momento de  ver partir a los hijos, a los nietos o a los hermanos; sentirlo con el tormento y el susto inevitable que provoca el hecho  de pensar que, tal vez, sea esa  la última vez que vea al ser querido que se ausenta; registrarlo y archivarlo en el alma con  las lagrimas incontenibles que brotan cuando, al abrazarlos con sentimiento, se hace inevitable desearles que les vaya bien, que se cuiden y que no olviden que  “los quiero mucho”.

Sin duda alguna, la huida actual de la juventud venezolana es tan grave como la epidemia que se propagó cuando, a pitazo limpio y sonoro, se le destruyó el cerebro a la Industria Petrolera venezolana, para convertirla finalmente en lo que es hoy, hermanada con la otra destrucción: la de la producción de alimentos, la de la producción de hierro, acero y aluminio; la de la confianza nacional e internacional en la economía de esta parte de América Latina. Desde luego, porque es eso lo que ha sucedido,  es por lo que no son fortuitas ni gratuitas las opiniones que la Cepal y el Fondo Monetario Internacional han emitido hace pocas horas sobre los resultados de la economía venezolana en el 2015 y, posiblemente,  de la del 2016.

Hay un dicho coloquial alusivo al tema y que reza lo siguiente: “uno nunca sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”. Y, para mayor dolor de Venezuela, resulta ser que la migración profesional, en un alto porcentaje, ha sido recibida en el mundo con los brazos abiertos por su preparación académica. De hecho, hoy ya se hace complicado conseguir personal calificado en el país, especialmente en el sector médico, técnicos en múltiples servicios, como en el campo de la docencia. ¿Y cómo impedir que  eso continúe sucediendo, especialmente en el área de la docencia, cuando la respuesta que le ofrece el mercado de trabajo venezolano es la subestimación gubernamental, y la puesta en escena de míseros sueldos en el medio de una vorágine inflacionaria que incrementa el empobrecimiento nacional?.

Por supuesto, nadie que no haya pasado hambre puede permitirse la libertad de menospreciar los Títulos Universitarios y Postgrados nacionales e internacionales de aquellos a los que, por derecho, les corresponde recibir un salario digno. Es comprensible y respetable que cualquier educador venezolano al que se le ofrece un salario diario de $5 en un cálculo del dólar a 700,oo bolívares, acepte la oferta laboral recibida desde otros países, para impartir enseñanza a sus estudiantes. ¿Y preocupa a las autoridades venezolanas  estar contribuyendo a perder año de preparación y de estudio, a la vez que se permite un permanente deterioro y la ausencia de su valioso cuerpo de maestros en todos los niveles del sistema nacional de educación?. Es más fácil acabar también con el cerebro de la buena educación en el país.

Definitivamente, ha llegado el momento de rescatar a Venezuela de entre las tragedias en las que hoy se sume. Pero no hay que hacerlo a partir de ese interesado recurso instrumento de las ideologías. Los problemas no son un asunto de derechas o de izquierdas. Es que Venezuela, progresivamente, ha ido perdiendo su identidad de República, de país y de Nación. Y eso ha sucedido de la peor manera durante los últimos 17 años. Han sido muchos años de retroceso. Millones de venezolanos apostaron por una meta distinta a la que les ofrecía un formato político económico y social de conducción con varias décadas de trayectoria. Apostaron por un atajo y todo fracasó. Ahora hay que retomar el rumbo y hacerlo como venezolanos y en beneficio de Venezuela. Es hora de reflexionar, de unir esfuerzos y de trabajar por el rescate y la reconstrucción del país.

El 6 de diciembre se presenta como una valiosa oportunidad para retomar la ruta perdida: la del progreso, la de la Justicia y la del orden público. Hay recursos y un valioso contingente humano y adecuadamente formado para asumir los retos de la evolución. Nadie puede decir que todo será fácil; tampoco que es imposible. Si votar ese día equivale a dar el primer gran paso hacia los grandes cambios, no hay que abstenerse, negarse; muchos menos resistirse a ponerle el hombro al país. Eso se traduce, desde luego, en impedir que siga siendo el populismo el gran soporte del nuevo punto de partida y del lugar de llegada de la Venezuela del Siglo XXI.

No hacerlo de esa manera y en esos términos, equivaldría a actuar precisamente en contra de los sueños de las muchachas que engalanaron la celebración del Miss Venezuela. Especialmente, de su derecho a hacer familia en Venezuela, a educar a sus hijos en Venezuela, a hacer lo que corresponde para que sus muchachos, una vez formados, antes que migrar,  les sean útiles algún día a su Patria.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

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Edecio Brito Escobar
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jueves, 8 de octubre de 2015

EGILDO LUJAN, IMPUESTO DE SALIDA O PEAJE DE EXCARCELACIÓN

Los que la han vivido y sufrido, especialmente  argentinos, brasileros y peruanos, entre otros,  saben que a los venezolanos les esperan duros momentos cuando la hiperinflación termine de delinear su figura rapaz y se apodere del sistema de vida de quienes pisan tierra en el territorio nacional.

Todavía la población no se ha percatado de qué se trata esa “enfermedad de los precios”. Quizás sí que mientras su capacidad de compra se esfuma aceleradamente y el empobrecimiento se posiciona en el recinto de todos los hogares venezolanos, los administradores del Estado, sencillamente, la pasan de lo mejor, sin mayor preocupación que la de justificar la expansión del improductivo gasto fiscal.

El discurso común, la conversación coloquial se limita a afirmar que, lamentablemente, la situación de los venezolanos es sumamente complicada en todos los aspectos, primordialmente en lo económico.

Para esa población, el bello país que, por décadas, funcionó como un motivador permanente para el desplazamiento de vecinos latinoamericanos, europeos y asiáticos, sencillamente, ahora es un punto de partida para la emigración casi en masa. Es decir, la nación que, como ninguna otra, recibió un valioso caudal de inmigrantes de todas las latitudes, bien para reiniciar sus vidas, escapar de guerras o de conflictos grupales en sus respectivos países, hoy asiste con dolor al viaje de muchos que decidieron irse, con la esperanza de paz y bienestar económico en otros lugares.

Para el recuerdo y la nostalgia, ha quedado la positiva referencia de que muchos de los que vinieron, lograron paz y prosperidad en suelo venezolano. También que su inclusión hizo posible una transculturización lo suficientemente positiva, como para enriquecer un mestizaje con emergió con la aparición misma de la República. Ser venezolano es sinónimo de un híbrido humano y de razas diversas; es un individuo sin patologías sociales manipulables  de quienes medran de la explotación inhumana de la xenofobia o de la discriminación. Pedantemente, inclusive, muchos no dudan al afirmar que ser venezolano, es ser único; tan especialmente único, como para no dudar que es partir de allí, de ese incomparable ensamblaje de razas, de donde nace, emerge y se proyectan las venezolanas con “ventaja comparativa y competitiva”, y  con las que Venezuela se hace sentir fuera de sus fronteras, en concursos de belleza, talento e inteligencia. ¿Cuántos triunfos han logrado ellas, a partir precisamente de esa opción competitiva, capaz de extenderse, por igual, a ámbitos profesionales de los más diversos tipos, como a los deportivos e intelectuales?.

Pero a partir de allí, Venezuela, la tierra de las bondades infinitas, incluyendo la de disponer de diversos recursos naturales y de la heterogénea posibilidad de convertirse en un país del primer mundo, sencillamente, comenzó a perder su rumbo cuando no entendió que los ingresos de su casi providencial recurso energético comercial por excelencia, el petróleo, no debían ser empleados en la alimentación del facilismo, del dispendio y de la corrupción.

Durante más de tres décadas, sencillamente, el país ha evitado atacar las causas de sus errores en esa concepción convertida hoy en lastre cultural en el orden político, económico y social. Y en los últimos 17 años, del lastre se ha pasado a los peores errores gestados, promovidos y conducidos por una expresión política organizada incapaz de entender al país en sus necesidades, a la población en su potencialidad transformadora y al recurso humano “competitivo”, hoy convertido en la más costosa y dolorosa fuerza intelectual de exportación.

Los venezolanos, al disponer de bondades y oportunidades internas para trabajar y alcanzar bienestar con su esfuerzo, nunca fueron amantes ni dados a la emigración. Sí al turismo y, con legítimo derecho, a disfrutar de la posibilidad de viajar. Sin embargo, en pocos años, han perdido la posibilidad de viajar; de hacer turismo. En cambio, se han convertido en emigrantes; es lo que dicen las encuestas, porque no quieren vivir en un país en ruinas y en un ambiente de extrema inseguridad, como en Somalia, como en Nigeria. 

En algunos informes estadísticos, se trata de demostrar  que ya habrían más de tres millones de venezolanos esparcidos por todo el mundo. De hecho, con motivo de la manifestación de protesta en contra  del resultado del enjuiciamiento del líder político Leopoldo López, el 19 del mes en curso se reportaron simultáneas expresiones organizadas de protesta de venezolanos en 44 ciudades del mundo. Y eso, sin duda alguna,  pone de manifiesto en lo que se ha traducido la masiva emigración venezolana.

A esa inmensa familia venezolana dispersa por el mundo, se le quiere de regreso en su país aquel día cuando pueda hacerlo. Pero, mientras tanto, a esa misma familia se le quiere visitar en el sitio donde esté: a los abuelos, a los padres, a los hijos, a los nietos, a los hermanos, a los “panas” de la consanguinidad. A todos ellos, de la manera como el cruce de razas construyó esa particular forma de expresar afecto, cariño o hermandad que transmiten y esperan siempre dar y recibir los venezolanos.

En Venezuela, sin embargo, la idea de quienes detentan, a su manera y conveniencia,  la rectoría de la nación, es distinta. Bien porque la emigración para ellos es una traición. 0 porque no estar dentro  del país, es actuar de espalda a su Patria. Así de fácil, sencillamente, es el juicio o el prejuicio con respecto a esa distancia o a esa cercanía que se pretende administrar desde un ángulo fiscalista, posiblemente como excusa.  La razón para llegar hasta allí va mucho más allá que la pretensión de establecer un impuesto por respirar “aire puro” en las instalaciones aeroportuarias. Es por salir del país. Se debían cancelar hasta cinco millones cien mil bolívares.

Como consecuencia de que el bolívar ha perdido su valor de cambio, al extremo de convertirse prácticamente en papel basura para los venezolanos en medio de la inflación más alta del mundo, la mendicidad ciudadana para comprar dólares se convierte en una práctica limitada, en razón de la rigidez del control de cambio y la perversión de la multiplicidad de tipos de cambio. Es decir, estar dentro del territorio nacional y pretender salir, no lo condiciona la voluntad de querer hacerlo; lo hace aquel que tiene a su cargo la administración monopólica del ingreso y del egreso de las divisas.

Es por eso por lo que Venezuela, ha terminado por convertirse en una verdadera jaula. Pero, además, en un país en el que la voracidad fiscal pública también funciona asertivamente para bajarle velocidad al proceso migratorio que no se detiene, en vista de que el propio liderazgo se ha desentendido de la importancia de avivar las esperanzas alrededor de un futuro distinto, de posibilidades evolutivas.

Venezuela es un país-jaula. Y en razón de esa realidad, permanentemente, se está tratando de aplicar medidas como la última que fue abortada este mismo fin de semana.

Ya se sabe  que ha quedado sin efecto la medida que debían cumplir los viajeros, de tener que pagar a partir del 1 de 0ctubre un impuesto de salida por ciudadano de Bs. 5.100 que, traducido al cambio oficial de Bs. 6.30 por dólar, equivale a más de $ 809, lo cual hacía prácticamente impagable semejante tributo. No obstante, haberlo derogado no le resta su distinción de ser uno de los impuestos de salida más alto del mundo que se le ocurrió a un anónimo burócrata; además de registrar una tasa que, en la mayoría de los casos, excede el costo mismo del pasaje. ¿A quién, realmente, le deben el Gobierno y el país la burda osadía de implementar semejante locura gerencial, si es que se le puede premiar con atribuirle semejante calificación?. ¿0 qué se pretendía, realmente, cuando  un impuesto de salida normalmente no supera a nivel internacional la cantidad de $ 30 en la mayoría de los países del globo?

Todas estas trabas -y aparentes desatinos- podrían calificarse de torpezas. Pero ¿será verdad que es así?. Lo cierto es que, a la vez que se cruzan mensajes sobre cuál será el nuevo municipio fronterizo  que pasará a ser afectado por una medida de excepción, simultáneamente se plantea si al cancelarse un impuesto  “de salida” del país,  en realidad, lo que se estaba pretendiendo era forzar la aceptación de un peaje de excarcelación o de liberación de la avanzada hiperinflacionaria.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
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miércoles, 7 de octubre de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, CIELO ABIERTO PARA LAS IMPORTACIONES

El único templete gubernamental que no necesita del ruido ensordecedor de los fuegos artificiales indispensables para engalanar “actos revolucionarios”, es el de los llamados “mercados a cielo abierto”.

Tales eventos, en realidad, no requieren de esos fulanos escándalos cargados de pólvora e interés en llamar la atención. Porque de  la atención, de esa necesaria atención “popular”, se ocupan las flotas infinitas de camiones y gandolas rebosantes de los bienes disponibles para el momento, como de una inacabable variedad de lemas propagandistas  que destacan la obra inconmensurable que ha convertido a Venezuela en un reino de la seguridad alimentaria y, desde luego, de la infaltable soberanía alimentaria.

Los “mercado a cielo abierto”, en verdad, son una vitrina; el muestrario funcional para la ocasión, cuando se trata de poner en escena la única manera como el petroestado puede colocar ante los ojos de miles de consumidores de bajo poder adquisitivo, lo que produce la empresa privada nacional, de lo que es capaz de producir el propio Estado y, desde luego, lo otro, lo obvio, lo normal, lo rutinario: las importaciones.

Nadie tiene una explicación convincente acerca de por qué hay que importar alimentos y a qué se debe la pasión del comprador por llevarse a su casa un alimento producido en Brasil, en Uruguay, en Argentina, en Canadá, en los Estados Unidos, en Nicaragua y hasta en Guyana. Pero hay reflexiones hasta para exportar.

Las respuestas y explicaciones a las que apelan aquellos que insisten en enumerar las razones por las que hay que importar alimentos, van desde el fracaso de la Reforma Agraria en vigencia desde hace más de 40 años, hasta la actual incapacidad gubernamental para administrar un conuco. 0tros dicen que todo está asociado a las expropiaciones de tierras productivas de los últimos años, a la pereza administrativa de Agropatria, y, posiblemente, a la crueldad injerencista y antivenezolana de los fenómenos climáticos del Niño y de la Niña. 

Sin embargo, lo que no termina de convencer es la recurrencia reflexiva a tratar de saber cómo es que, poco a poco, “mercado a cielo abierto” ha terminado convirtiéndose  en sinónimo de “cielo abierto para las importaciones”. ¿Por qué no puede ser que “mercado a cielo abierto” sea sinónimo de “cielo abierto para la producción nacional”?. ¿Qué es lo que tiene la producción internacional que esté ausente en la nacional?. ¿Asunto de precios por lo foráneo?. ¿Asunto de desprecio por lo Hecho en Venezuela?.

Quizás pudiera estar asociado a lo que justificó la Resolución Conjunta 205, 156 y 16 del pasado 31 de agosto y publicado en la Gaceta Oficial  número 40.734, con base en el visto bueno de la comandita Ministerio de Alimentación, Agricultura y Tierras, Economía y Finanzas, Comercio Exterior y Cencoex. Sin embargo, eso no tiene sentido, porque luce ilógico que un Gobierno que busca  ingresos hasta debajo de las piedras  para mantener el mismo ritmo de gastos de la época de la bonanza, se atreva a ofrecer beneficios arancelarios  y facilitación de trámites para la importación de una serie de productos terminados que se pueden producir en el país. Por eso todo luce contradictorio  y hasta  incomprensible.

Por lo pronto, y cuando el último y más alto consumidor trimestre del año ya comenzó su marcha, los puertos del país abren sus espacios a la llegada de barcos cargados de alimentos para algunos días, quizás hasta que haga acto de presencia el comprometedor y electoral 6 de diciembre. Sus importadores y destinatarios son Casa y hasta la Pdvsa pollera. Es lo que dice la siamesa Bolivariana de Puertos.¿Y después qué?.

Es verdaderamente lamentable que, año tras año, después de haber transcurrido más de tres lustros de lo que pareciera una oculta programación para destruir todo vestigio de producción nacional, se convoque a la dirigencia de los gremios agroproductores para que expongan, en una especie de coro de voces afónicas, los problemas y limitaciones que impiden la producción nacional y describan posibles soluciones.

Al final, se trata de reuniones que únicamente han servido para tomarse las fotos de rigor,  y continuar con lo mismo: la importación cancelada con dólares subsidiados; la proliferación de grandes negociados financieros ocultos; la regulación siempre rígida de  precios a los productores nacionales, a la vez que se les conmina a la venta de los mismos  por debajo de los costos de producción; competencia desleal con productos importados adquiridos con dólares a precio de regalo como caramelos de piñata cumpleañera.

En materia de producción y oferta de alimentos, sin duda alguna, el país alcanzó su llegadero. Y lo ha hecho con hambre, con escasez y la presunción de que, entre excusas y reuniones, al Circo le crecieron los enanos.

Por supuesto, superado el momento comicial es posible que los presidentes de Fedeagro, Antonio Pestana, de Cavidea, Pablo Baraybar, y de Fedenaga, Carlos Albornoz, en razón de esa habitual costumbre de propiciar reuniones con tintes milagrosos, pudieran ser escuchados o llamados a integrar una Mesa Técnica para seguir estudiando  los  informes y propuestas que sus gremios vienen formulando desde hace más de cinco años, para que haya más producción nacional en las alacenas de las familias venezolanas. Lo que nadie sabría decir por anticipado, es si, finalmente, a sus sectores se les permitirá trabajar para garantizar el necesario e inevitable abastecimiento del 2016.  Después de todo, últimamente, en Venezuela lo usual es que sea irrelevante escuchar la voz de los dolientes de la producción de alimentos.

Los que producen alimentos en Venezuela, son hoy tan sobrevivientes como cualquier empresario nacional que se empeña en seguir adelante a pesar de las adversidades. Ellas son las mismas que, en su ámbito, afectan por igual  al comercio, a la industria, a la banca, al sector asegurador, al turismo, a las telecomunicaciones, entre otros. Es a lo que ha llevado al país esa insistencia de flotar administrativamente, de acuerdo a lo que determina una hoja de ruta basada en la misma ideología que ahora, ¡no sorpresa¡, se insiste en mantener, después del remozamiento del Plan de Gobierno de la actual administración.

Desde luego, pocos entienden la decisión gubernamental de mantener vigente el mismo  procedimiento político. Sobre todo cuando su cambio no es necesario porque lo demanda la actitud caprichosa de ningún sector organizado del país. Sino porque es una necesidad que emerge de la propia situación de crisis general a la que ha llegado la sociedad venezolana, precisamente por haber sido conducida con base en semejante estrategia. Y porque la solución -que implicará peores y más altos costos a los de empobrecimiento que está siendo sometida en la actualidad- no hay que seguirla posponiendo infinitamente.

En Quíbor, estado Lara, los productores agropecuarios del país alertaron a qué se está enfrentado Venezuela si no cambia su rumbo productivo de alimentos, más allá de que el Gobierno tenga previsto en cuanto a modificar o no el formato rector de sus equivocaciones.  Lo que explicaron, no es desconocido. Ellos hoy están impedidos de generar mayores y mejores resultados, si no superan ciertos impedimentos: carencia de insumos, incremento incontenible de costos forzados por una incontenible dolarización, controles de precios que desestimulan la producción, inseguridad personal y familiar, pésima vialidad agrícola, carencia de maquinaria adecuada de repuestos, exclusión en la compra de combustible y lubricantes, carencia de mano de obra especializada por estar en huída ante medidas en las fronteras.

Es el listado de problemas que, en realidad,  nunca ha estado ausente de la agenda que ha servido de orden de trabajo en cada una de las innumerables reuniones técnicas que han celebrado con uno y otro ministro; con uno y otro viceministro; con uno y otro funcionario dispuesto a escuchar, pero impedido de decidir, mucho menos de convencer a quienes presumen de salvadores populares.

Dichos obstáculos están ahí. Ante los ojos de aquellos que, en el medio de la dura acusación en contra suya y de su incompetencia que significan la escasez, el desabastecimiento, las colas, y el no poder comer a diario más allá de dos veces, si acaso. Ciertamente, importar siempre será más fácil para aplacar presiones, administrar tensiones y presumir de una sensación de abundancia. Inclusive, será eternamente así si no hay que demostrar cuánto cuesta la importación, identificar al proveedor y hasta poner a prueba la calidad de lo que se importa.

En Lara, nadie habló de claudicar ni de dejar de hacer lo que se viene haciendo desde hace dos o tres generaciones: producir; hacerlo, a pesar de los gobiernos. Triunfar, aun cuando las importaciones de alimentos siempre serán las aliadas por excelencia del peor uso que se puede hacer de los recursos petroleros: financiar la producción de otros países; darle la espalda a la producción nacional. Y también lo hicieron sentir, sin necesidad de depender de fuegos artificiales para que se les escuche y comprenda.

Egildo Lujan Navas
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lunes, 28 de septiembre de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, EDUCACIÓN AL DESNUDO Y SIN LIBROS

Dicen que en los países se imparte una educación de calidad, proporcionalmente en razón de la formación de su liderazgo. De sus conductores. De sus gobernantes. Cuando a esos países les conducen líderes que recibieron una educación de calidad, sus habitantes, obviamente, siempre  serán favorecidos con una educación de calidad. Es una relación de compensaciones subjetivas que, desde luego, siempre hará posible que dichos países, con el correr de los años, van a poder evolucionar, superar permanentemente sus obstáculos formativos e informativos.

De ahí que la educación, como tal, siempre será el tema más importante para los países, indistintamente de sus ubicaciones continentales, cuando sus conductores tengan plena conciencia sobre qué es la educación, para qué se debe educar, por qué se tiene que impartir una educación de calidad.

De hecho, una evaluación detenida sobre la estructuración del mapa mundial en razón de los niveles de educación de cada país, de entrada, arroja el resultado esperado: los países que tienen mayores índices de analfabetismo, son los que denotan más señales de atraso. A mayor nivel de ignorancia, mayores son los problemas que agobian a sus pobladores; más diversificada es la naturaleza de los problemas sociales, económicos, políticos y morales.

Por lo tanto, no es posible desvincular subdesarrollo del carácter prioritario o no que se tenga de la importancia de que exista y funcione un sistema de educación de mucha calidad.

Y el planteamiento general viene al caso, luego de que siete millones de niños venezolanos iniciaran teóricamente esta semana el año escolar 2015-2016. Lo hicieron en el peor de los ambientes: 40% de las instalaciones educativas públicas en malas condiciones físicas para impartir enseñanza; educadores sin garantía de que las recientes decisiones salariales les serán reconocidas y cumplidas; colegios privados acosados por entes públicos empeñados en impedir –o reconocer- acuerdos de modificaciones en matrículas y mensualidades; niños impedidos de asistir a clases por la imposibilidad familiar de sufragar vestimentas, calzado, libros y útiles, debido a la expansión incontenible de la inflación.

Sin duda alguna, es una lista de complejidades que imposibilita el cumplimiento de un período escolar de 180 días de clases. Pero, además, que abre el espacio para que se incluyan otros dos aspectos que no pueden ni deben excluirse de este crudo análisis: la imposibilidad de que miles de estos muchachos puedan iniciar y concluir su año de estudios, en vista de que en sus hogares no hay los alimentos suficientes y variados cuya ingesta facilite el aprendizaje. Y que las autoridades responsables de dicho proceso, están pendientes es del cumplimiento del Programa Escolar, cuya novedad es la incorporación de nuevas efemérides asociadas a fines políticos partidistas, como de la distribución de textos escolares gratuitos con una alta incorporación de objetivos adoctrinadores de la muchachada infantil.

Con el inicio escolar en estas condiciones, es inevitable que el factor económico, especialmente el elemento salarial, se haga sentir en cualquier consideración relacionada con el proceso formativo de seis intensos  meses de actividades. Tiene que ser así.

Los salarios en Venezuela parten del mínimo mensual establecido de que es de Bs.8.000. Eso equivale a $ 11 al cambio de Bs. 700, único al que acceden los ciudadanos ajenos a la conducción del Estado, y que opera como referencia en la fijación de precios dolarizados. Sin embargo, los salarios fluctúan de acuerdo a la preparación o habilidad del trabajador, y oscilan entre Bs. 8.000 y Bs. 50.000, considerado, por cierto, “un buen salario”.

Pero ¿qué tan “bueno” es un salario mensual en el seno de cualquier familia, cuando una dotación de sólo un niño de vestimenta escolar, integrada por camisa, pantalón, zapatos, medias y ropa interior cuesta no menos de Bs. 25.000?. ¿Qué hacer cuando a ese solo niño se le debe complementar  dicha  dotación con otras dos para el mismo año escolar, en razón de uso y daños propios de la actividad escolar?. Se trata de Bs. 75.000 mínimo por niño, sin incluir la compra de los inevitables útiles escolares. La cuenta familiar arroja que en un hogar promedio venezolano conformado por  2 niños, en este año escolar se debe asumir un gasto de Bs.300.000.

Cuando a dicha cantidad se añaden los gastos adicionales relacionados con transporte y lonchera diaria de alimentación para el año escolar y en atención individual por niño, habría que añadir otros Bs.110.000, hasta concluir en el promedio complementario de Bs. 220.000 por los dos niños.

La suma de estas partidas de cálculo arroja un egreso familiar de Bs. 520.000 durante el lapso de 9 meses del llamado año escolar, y una erogación mensual promedio de Bs.57.777. Es decir, un monto que excede el total de lo que se considera “un buen salario”. Y que se aplica en su evaluación, a la consideración de que es un egreso familiar para que los niños asistan a clases, cumplan con sus necesidades de dotación sin excesos, y con la presunción de que no se enfermarán ni podrán ir a un control médico de rutina.

Con la escala de sueldos anteriormente señalada, ¿cuántas familias podrán cumplir con este gasto anual y mensual promedio?. ¿ Cuántos niños o adolescentes se pudieran ver obligados a terminar siendo desertores escolares para  ahorrar gastos, o para dedicarse a trabajar y contribuir con el ingreso familiar?. ¿Cuál es realmente el resultado educativo al que aspira Venezuela, cuando el panorama que se vislumbra solamente para este año escolar ofrece este cuadro de dificultades?.

Es innegable que éste es otro de los graves problemas, entre tantos otros, al que se enfrentan Venezuela y los venezolanos. Países vecinos en donde también se registra una severa caída de sus ingresos, debido a que sus exportaciones de commodities no están aportando los recursos necesarios para sufragar sus egresos, están atacando severamente los gastos innecesarios. Se están ocupando de impedir que el derroche y el posible  descontrol administrativo no castigue a sus empresas, sus habitantes, incluyendo niños, jóvenes y ancianos.

En Venezuela, el empecinamiento público, en cambio, gira alrededor del mantenimiento de  controles a la economía, de una obsesiva persecución a los que producen, y de flexibilizar procedimientos arancelarios para que las importaciones promovidas por amigos y allegados al Gobierno, no se detengan ni se contengan. Y, todo ello, mientras que el precio del petróleo, única fuente de ingresos del país, se mantiene a menos de 50 dólares promedio el barril.

Los informes que han estado levantando las calificadoras internacionales de riesgo sobre Venezuela, poco a poco han comenzado a dejar saber que, ante la ausencia de decisiones para evitarlo y la manera como el Ejecutivo insiste en hacerle frente a las obligaciones de la deuda, a expensas, inclusive, del funcionamiento del sector productivo, sí es posible caer en el terreno del impago en el 2016. Es decir, que la nación, además de la recesión y la hiperinflación, saboreará la amargura de caer en default. Pero eso pareciera no provocar ruidos en el alto Gobierno, mucho menos entre las individualidades administrativas encargadas de impedir que eso suceda.

Y si eso, con la gravedad de lo que representa para el necesario rescate del estado de problemas de la economía, tampoco cuenta, ¿por qué esperar que cambie la seria, dura y comprometedora situación de dificultades que se registra con el sistema educativo del país?. No cuenta, por lo visto, caer eventualmente en default. Mucho menos, posiblemente, que las familias tengan que enviar a sus muchachos a clases desnudos y sin libros, además de peor alimentados.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
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viernes, 25 de septiembre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, HAMBRE Y RABIA

Los aliados más provechosos de que ha gozado el Gobierno durante sus 17 años,  sin duda alguna, han sido la propaganda y el uso hábil de la mentira. Es decir, no ha sido, como dicen muchos, la astucia política y la capacidad para el empleo de la estrategia y de la logística militar.

Pero tales aliados ya se agotaron, perdieron fuelle, y ahora a la elite rectora no le ha quedado más alternativa que apelar a la equivocada creencia de que  conduce a una población dispuesta a someterse al cambio de enfoques sociales, porque su cerebro no es capaz de discernir sobre otras cosas que no sean sumisión, miedo y burlarse de sus miserias apelando al chiste y a la broma de cafetín.

En esa realidad de hoy, es que el Gobierno, entonces, se ha lanzado a promover aventuras políticas alrededor de los casos del Esequibo y de Colombia. En el primero, la gracia se le convirtió en morisqueta. En el segundo, se la juega para evitar que se le convierta en una desventura, con peores y más graves consecuencias que las que ya están viviendo los tachirenses, quizás también los  zulianos. Y ojalá que no incluyan, además, a los pobladores de Falcón, Bolívar, Nueva Esparta, Anzoátegui, Sucre y Amazonas. 

Por supuesto, en la jugada se le ve la costura al propósito por mampuesto de llevarse consigo, además, la anulación de los comicios del 6D, o de restarle fuerza al rechazo que se ha ganado con su incompetencia y peor manera de gobernar.

En el caso con Colombia, el Gobierno venezolano sabe perfectamente que todas las fronteras  representan zonas de cuidado y atención. También que cuando los países colindantes guardan grandes diferencias entre los modelos económicos que  definen sus desarrollos, sencillamente porque sus motivaciones ideológicas no son homogéneas, entonces, de lo que hay que ocuparse es de evitar que dichas diferencias terminen en tensiones. Y mucho más, si por esas mismas definiciones –o debilidades-  ideológicas, entre ambos territorios se mueven fuerzas militarizadas que son combatidas por un Gobierno y admiradas, alabadas o respaldas por el otro.

Si hay conciencia de eso y el argumento público que se usa para justificar procedimientos como las medidas de excepción, operativos, movimientos de tropas, es que están dirigidos a favorecer a las poblaciones de los dos países, ¿por qué, paralelamente, no se ofrecen demostraciones convincentes de que hay voluntad activa para solucionar los motivos que provocan las diferencias?.

Para resolver las tensiones y sufrimientos de los ciudadanos de ambos países, tienen que haber disposiciones a alcanzarlo, tanto civiles como militares. Y eso incluye, sin duda alguna, la tolerante permisividad desde ambos lados, para que la corrupción siga siendo la fuente de enriquecimiento también con doble cedulación.

Los orígenes de los problemas que se dan en Colombia en su relación fronteriza con Venezuela, los deben enfrentar las autoridades colombianas. Y los de este lado, desde luego, por las autoridades venezolanas, que saben perfectamente cuáles son: los controles de precios y de cambio, con la brutal devaluación del bolívar, el demencial sistema de cambio que se mantiene interesadamente, para justificar la vigencia del disparatado dólar a Bs. 6,30 y al otro extremo el de Bs. 700,oo para la compra en el exterior de productos de primera necesidad, cuyo precio de venta al público en Venezuela es infinitamente menor que el establecido en los países vecinos.

¿Dudan el Banco Central de Venezuela, el Cencoex, el Seniat, la Guardia Nacional que ese par de controles no son el punto de partida y de llegada para que exista una enorme fuga de todo tipo de productos para ser vendidos fuera de las  fronteras venezolanas, a precios que generan ganancias galácticas?. ¿Dudan, asimismo, que eso no lo evitarán jamás cerrando puentes,  vías primarias entre los países, cuando  saben, por otra parte, que Venezuela y Colombia se unen por  decenas de trochas o caminos verdes no custodiados, y miles de kilómetros de fronteras terrestres, marítimas y fluviales?.

Por otra parte, ¿ a qué se debe esa curiosa conducta compartida por el Poder Ejecutivo y Petróleos de Venezuela, para diferir eternamente la sinceración o ajuste  del precio de la gasolina, hasta llevarla al oscilante valor internacional?. Algunos afirman que es un procedimiento administrativo patético, porque en Venezuela llenar el tanque de gasolina de un carro cuesta Bs. 5,00, es decir, menos de un centavo de dólar, y fuera de las fronteras cuesta $ 40, equivalentes a Bs. 28.000.  La diferencia de precios es obvia; la razón de fondo para mantenerla es la madre y el padre de lo obvio. Sobre todo, si porque la diferencia existe y el precio no se toca, se hace posible que se fuguen clandestinamente millones de litros diarios  de gasolina que, según cifras oficiales, le provocan a Venezuela la pérdida anual de unos $ 10.928 MILLONES.¿Y que van al bolsillo de quién o de quiénes?.

En Venezuela, ya no hay la abundancia de dólares que, como lo dijera el hoy anulado  exministro Jorge Giordani en su oportunidad, permita su derroche en la actual campaña electoral. Se hizo durante la última presidencial del ausente Hugo Chávez Frías. Lo permitían los precios del petróleo. Hoy sólo quedan miles de nuevos ricos involucrados en la importación de 80% de lo que consumen los venezolanos, indistintamente de que su participación se traduzca en la ruina de los sectores privados productivos, y que  el país se vea sometido a vivir en un ambiente de gran escasez y con una hambruna que comienza a tocar las puertas de los despachos públicos. Algunos dicen que eso no es cierto ni posible; la mayoría, en cambio, manifiesta que en Venezuela ya no hay más dólares y que los bolívares para derrochar, sólo están alimentando la inflación. Y, al final,  todo se está traduciendo en hambre y rabia.

La Democracia, aun maltrecha, pisoteada o convertida en tarantín político, ofrece vías para, corregir, solucionar y cambiar de rumbo. Hay que recurrir a esa posibilidad. Porque la desesperación, la inseguridad y el hambre están engendrando sentimientos y reacciones impredecibles. Es hora de tomar medidas cruciales para evitar posibles males mayores. Y hacerlo, inclusive, a partir de previos entendimientos institucionales que contribuyan a aminorar la incidencia en esos cruzados sentimientos en el sistema de vida en el país, aunque mucho más en el estómago de cada venezolano.

La responsable evaluación de escenarios económicos apoyados en esa lógica económica de la que, seguramente, no se debe hablar en el Gabinete -que no es tal- ni tampoco, quizás, en el Banco Central -del que sólo queda un nombre y un prestigio mancillado- conduce a una pragmática recomendación: unificación cambiaria alrededor de un valor aproximado de Bs. 140,oo/$, mientras se libera la compra de divisas, dejándola flotar en su valor por la demanda y oferta; reemplazar el régimen de control de precios por un sistema administrado transitorio, hasta que el libre mercado pueda funcionar con autonomía plena.  

De igual manera, hay que incentivar a los productores del campo con un acceso real al sistema financiero que facilite el emprendimiento productivo y promueva el rendimiento productivo y competitivo. Las tierras productivas que fueron expropiadas y cuyos dueños siguen sin recibir el pago por dichos bienes, se les deben regresar a estas personas con sus respectivas compensaciones. Y la agroindustria, definitivamente, tiene que dejar de estar al servicio del capricho burocrático, y convertirse en el gran motor de la oferta   nacional e internacional de alimentos, dada su ya reconocida capacidad procesadora y el estricto cumplimiento de los más exigentes estándares de calidad del mundo.

En el caso de la industria privada, hay que ofrecerle la posibilidad de su recuperación, coadyuvándola en su desarrollo, a partir de su incorporación a la modernización  del equipamiento  de  sus maquinarias y del acceso a las materias primas que no se producen en el país y que necesita para dinamizar sus operaciones. Desde luego, como en el caso del sector primario, en la parte industrial también se deben regresar las empresas expropiadas con sus respectivas compensaciones a los propietarios afectados. Y en el caso de aquellas empresas en manos del Estado que sólo son mantenidas con fines clientelares, deben ser negociadas por vía accionaria a los trabajadores y particulares con voluntad de riesgo, para incorporarlas a un ritmo productivo y competitivo formal y responsable.

Medidas como éstas, entre otras tantas, serían necesarias para recuperar la economía nacional, generar empleos productivos y bien remunerados. Se atacarían las causas de la escasez. Y la inflación pudiera comenzar a ser domada, siempre y cuando  las devaluaciones pasen a ser un recurso monetario para vigorizar la capacidad competitiva de la producción nacional a nivel internacional, y no la excusa de siempre para alimentar la voracidad fiscal del Estado venezolano.

El hambre y la rabia colectiva que se percibe en las colas y en donde no hay colas   para acceder a los bienes de primera necesidad, se manifiestan entre venezolanos que ya no caen en la trampa lingüística de la guerra económica y de falsas justificaciones gubernamentales, para no evitar que lo malo de hoy pase a ser la causa de lo peor de mañana.

Escasez, inflación, inseguridad, desempleo no son fantasmas en esta comarca latinoamericana. Son realidades. Una verdad de dimensiones inimaginables, cuya peor composición está dada por el empobrecimiento de profesionales, trabajadores y amas de casa, por igual. Un serio y grave problema que debe ser atendido y comprendido por el Gobierno, y no convertido en un recurso utilitario para justificar rencillas fronterizas que, en el peor de los casos, pudiera terminar provocando un agravamiento de esa subjetiva impresión de que la anarquía comienza a tomar cuerpo en Venezuela. ¿0 es que no cuenta el costo referencial de la “rencillita” Argentina por Las Malvinas?

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

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jueves, 10 de septiembre de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, EL APAGÓN DE LAS EMPRESAS PRIVADAS FORMATO DEL FUTURO

El servicio de telecomunicaciones en Venezuela es quizás uno de los más atrasados de Latinoamérica. La incompetencia gubernamental se ha ocupado de que sea así. Poco más de 17 años ha bastado para alcanzar ese nivel. No hay ninguna diferencia entre dicha condición y la que exhibe el servicio eléctrico. La similitud describe una realidad homogénea y también identifica al mismo responsable.

En telecomunicaciones y en su conducción, existe una justificación gubernamental cuando los usuarios reclaman eficiencia y cuestionan la mala calidad del servicio de internet y telefonía móvil: “muchos venezolanos juegan demasiado y la lentitud es deliberada, porque el país necesita que se trabaje mucho más”.   

En cuanto al servicio eléctrico, se trata de una actividad regida por el Gobierno que se ha ido deteriorando progresivamente. Lo ejemplariza el estado en que se encuentra la red nacional de generación y distribución. Desde la década de los setenta hasta 1999, Venezuela desarrolló el sistema nacional de electrificación más completo, diversificado y moderno de toda Latinoamérica. Su alcance hizo posible la cobertura satisfactoria de más del 95% de las ciudades, pueblos y caseríos en todo el territorio nacional. El país, incluso, alcanzó estándares competitivos en la exportación de energía eléctrica. Colombia y Brasil pasaron a ser mercados a conquistar con el nuevo recurso de exportación. Se trataba de llegar a ciudades de países vecinos. No de alcanzar espacios distintos que pudieran desvirtuar la competitividad.

Durante los últimos tres quinquenios Venezuela ha invertido más de 45 mil millones de dólares para mantener ese ritmo de crecimiento sectorial. Es lo que describen las cifras dadas a conocer por las autoridades. Curiosamente, como en otros casos conocidos, aquí la inversión no ha servido para evitar que el servicio eléctrico presente un cuadro distinto al de una condición lamentable en  generación, transmisión y comercialización.

La inversión se habría hecho supuestamente en programas de desarrollo. Nadie explica, sin embargo, por qué abundan los proyectos sin ejecución, la paralización de otros, el retardo de las ejecutorias, la insistencia en la carencia de recursos. De igual manera, tampoco se describen las razones por las que otras obras no han pasado de ser simples registros en maquetas. En el menos mal de los casos,  en la etiqueta efectista de una abundante colocación de “primeras piedras” promovidas por costosas campañas publicitarias.

¿Por qué, de igual forma, se dejó sin efecto el cumplimiento de los programas de mantenimiento necesarios para preservar el caudal de generación eléctrica de que ya disponía el país?.

No haber acometido el programa de desarrollo debidamente, ni implementado con la rigurosidad del caso el proceso de mantenimiento, se ha traducido en que Venezuela dependa hoy de un servicio eléctrico deficiente a nivel nacional. Su tarjeta de presentación más conocida es la de  las constantes interrupciones -o apagones no programados- con sus obvias consecuencias: incomodidades y pérdidas materiales, degradación del confort y de la calidad de vida  para la ciudadanía,  como de la economía en general.

Ningún país puede avanzar si su infraestructura agropecuaria, industrial, de prestación de servicios o de comercialización no dispone de un servicio eléctrico confiable. ¿Cómo hacerlo, además, si tampoco gozan de dicho servicio la habitabilidad y sus  requisitos anexos?.

Todo tejido público y privado de producción está íntimamente ligado en su acceso confiable y seguro al servicio de energía eléctrica. De no ser así, el proceso está condenado irremediablemente al deterioro y a la  definitiva paralización y desaparición.

En Venezuela, como en cualquier otro país, la empresa privada constituye la única garantía de desarrollo por lo que ella representa para la estructuración de la infraestructura productiva y comercial. Y la pérdida de calidad del servicio eléctrico, entre otros, es actualmente la causa de un costo no apreciado por las autoridades ni por la propia sociedad. De hecho, se ha convertido   en un impedimento en la logística productiva. No permite producir ningún bien terminado a precios competitivos con las empresas competidoras del exterior. Y se ha convertido en un activador del afán importador, como de la economía de puertos. Es, por supuesto, otro motivo  de la fuga de divisas, aunado al invariable régimen de control de cambio. Otros, desde posiciones decisorias, los convierten, inclusive, en excusas para adquirir productos que se podrían fabricar a nivel nacional, y en una alternativa funcional para el sostenimiento de la corrupción.

La escasez de alimentos es una de las principales preocupaciones del venezolano. Le disputa y gana la posición del liderazgo social que también ostentan  la inseguridad y la inflación causada por la gigantesca y desordenada devaluación del bolívar. Los que gobiernan, sin embargo, parecieran no inquietarles que el 80% de los alimentos que se consumen el país sean elaborados con base en un proceso industrial que requiere energía eléctrica. Después del procesamiento, un porcentaje de igual proporción necesita refrigeración para su conservación. ¿Por qué no asumir y aceptar que se hace necesaria la disposición de un servicio eficiente y continuo de energía eléctrica? ¿Por qué, adicionalmente, no reconocer que la prevención de las incidencias de los efectos climáticos en la prestación de dicho servicio no debe ser subestimada?.

Es necesario lograr el autoabastecimiento y la posible exportación de energía eléctrica. Y hacerlo con el propósito de ahorrar divisas y de producirlas. Para alcanzarlo, se requiere eficiencia y una operatividad competitiva. Hay que descartar el componente ideológico como requisito imprescindible para la selección del personal especializado. El país dispone de expertos para alcanzar dichos objetivos. Las inversiones sectoriales se tienen que acometer con base en verdaderos controles administrativos. El Estado, inclusive, pudiera reservarse la producción energética de acuerdo al postulado de actividad básica. Es un tema que puede ser motivo de debate, incluyendo la modalidad de la comercialización a cargo de una red nacional de empresas privadas. Cuando sean los particulares y no los gobiernos los que dominen este campo, se podrá garantizar la oferta de un eficiente servicio que se comercialice de acuerdo a tarifas adecuadas, para que las empresas comercializadoras puedan operar sin cargo al Estado.

Cuando el servicio eléctrico no dependa del enfoque populista de siempre, no habrá razones para que se justifique y se permita el robo de energía actual. ¿Cuál  es realmente  la proporción o relación costo-beneficio de dicha modalidad?. Tampoco tendría razón de ser que las dependencias gubernamentales sigan siendo un ejemplo de derroche. Mucho menos que el Gobierno Nacional siga siendo el mayor deudor o moroso del pago por el consumo de energía eléctrica, como lo es actualmente también en otros servicios, como son: agua, teléfonos y aseo urbano.

Si no se le presta atención a la actual situación que afecta integralmente al servicio eléctrico del país, definitivamente, no se podrán evitar su mala calidad y los apagones. Las empresas privadas tendrán que seguir funcionando entre carencia de dólares y apagones, además de una rentabilidad caprichosa, según la decisión de quien gobierna. También pudieran darse apagones encadenados. Mejor dicho, relumbrones  y más relumbrones.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
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miércoles, 2 de septiembre de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, LAS IDEAS DEL MERCADO FORMATO DEL FUTURO

“Todo este conjunto de relaciones entre trabajo, capital, distribución y producción, que es válido en general, se torna más que evidente en Venezuela, porque el proceso económico ha consistido fundamentalmente hasta hoy en la distribución de una riqueza y de un ingreso producido por la riqueza petrolera. Por lo que a este proceso se refiere, los intereses de obreros y empresarios están, para solaz de la cultura de izquierda, obviamente contrapuestos”. Econ. Emeterio Gómez.
Los distintos sectores de la economía venezolana en los que convergen los ciudadanos de riesgo financiero  y de trabajo productivo, han puesto en la calle una serie de propuestas dirigidas a estructurar una agenda en la que figuren posteriormente verdaderos programas para la producción nacional de largo plazo.

Lo han hecho de la mano de su máximo organismo gremial: Fedecámaras. Y motivados por la certeza de que los diversos Consejos de Cámaras, que son precisamente los que configuran el Directorio de dicha institución, acogerán a partir de ahora dichas propuestas como su objetivo de trabajo motivacional en todo el país.

Es, sin duda alguna, una forma audaz de lanzarse al ruedo de las disquisiciones, de las divergencias, de las confrontaciones ideológicas y -¿por qué no?- de ese submundo de la política venezolana. De ese sitio franco para el culto a los juicios y a los prejuicios, y en el que si existen posiciones claras con predominio inocultable, es que toda iniciativa privada siempre tendrá que ser objeto de indagación, porque no siempre está libre de sospechas. También que las ideas del mercado son y siempre serán buenas y recibirán la mejor de sus acogidas, si son los Gobiernos los que determinan su presencia, su desenvolvimiento y hasta su razón de ser.

Ante esa doble acepción que se tiene en Venezuela de la participación ciudadana en el ir y venir de la economía y de lo económico, entonces, es que Fedecámaras va a la calle a bregar atención, comprensión y a promover discusión. Ya que si en la actual coyuntura histórica no lo hace de esa manera y con miras a dichos propósitos, difícilmente logrará no sólo que aquellos que se ocupan de la política comiencen a entender de qué se trata eso que en la Constitución nacional vigente se describen como Derechos Económicos. Sino que, además, todo cambio político que pueda producirse a partir de ahora, también debe y tiene que incluir cuáles son los nexos que regirán desde entonces la relación Estado, empresa privada y trabajadores.

Para Fedecámaras, los Consejos de Cámaras  y las propias Fedecámaras regionales no será un trabajo fácil lo que implica la ambiciosa pretensión de provocar tantos debates como sean necesarios, para que esa imprescindible revisión a fondo de lo que ha sucedido no sea lo que continúe prevaleciendo en el Siglo XXI, casi bajo los mismos términos de los dos siglos anteriores.

Pero el trabajo hay que hacerlo y lo más pronto posible. Ya que hoy nadie puede dudar que si existe un área de la economía venezolana que ha pagado y muy cara la experiencia vivida en los últimos tres lustros, a la par de las Industrias Petrolera, Petroquímica, del Acero, el Aluminio, la Minería Metálica y No Metálica en general, es la empresa privada en general.

Lo que hoy queda de la empresa privada formal en el país, y especialmente de aquella que fue excluida -o destruida- deliberadamente por no acogerse al patrón que se impuso desde el propio 2001, es una estructura signada por la sobrevivencia, y a merced de la rígida voluntad de quienes administran discrecionalmente sus propias normas. Y con esa realidad que muchos se empeñan en tratar de minimizarla en su gravedad e inconveniencia, no es posible reorientar la economía venezolana en el necesario tiempo prudencial, y con una comprobada capacidad para evitar que lo social se convierta en un obstáculo para alcanzar niveles eficientes de producción y de productividad.

Si ante el actual y aparentemente prolongado proceso de irrecuperabilidad del precio del producto de exportación venezolano por excelencia, como es el petróleo, se insiste en seguir avivando la expansión del peso del Estado y manteniendo de rodillas el esfuerzo empresarial privado, no será posible evitar que futuras generaciones de hijos del país puedan vivir, una y otra vez, en un ambiente de condiciones en los que el desquicio administrativo sea lo normal, y no lo excepcional.

Por supuesto, lo que está planteado y hoy se ha convertido en motivo determinante para que no se repita la costosa, injustificada y casi irracional experiencia a que el actual Gobierno ha condenado a treinta millones de ciudadanos, es que, de una vez por todas, la dirigencia venezolana, indistintamente del lugar que ocupe actualmente, se tiene que dedicar a trabajar por y para Venezuela. 

Y eso incluye, por supuesto, al liderazgo institucional gremial de la empresa privada, que no puede dejar de transmitirle a la ciudadanía que sus prédicas de siempre, que sus propuestas de hoy no son trampas caza bobos, sino expresiones sinceras alrededor de la necesidad imperiosa de hacer empresa, de incrementar fuentes dignas y decentes de trabajo, y justo bienestar social para todos los que producen riqueza con su esfuerzo.

Venezuela se tiene que negar a seguir en las posiciones del rezago productivo continental y global; a continuar liderando las peores posiciones cuando se trata de la vida en libertad; a seguir siendo ejemplo de las pocas naciones del mundo en las que la inflación determina qué alimento se puede o no consumir en sus hogares; a seguir siendo otro doloroso ejemplo de un país que no es capaz de evitar la pérdida de su muchachada entre la migración y las balas. Pero nada de eso será posible si lo económico continúa siendo un quiste en la voluntad de quienes conducen al país; un factor de interrupción en la visión salvadora que practican quienes insisten en sepultar las ideas del mercado, a cambio de la idílica adoración del poder del Estado en todo y para todo.

Sin duda alguna, no es fácil lo que Fedecámaras, sus afiliados y sus representados se han planteado. Inclusive, desde las ya conocidas trincheras anticapitalistas que históricamente han sobado las instancias del estatismo en sus peores expresiones, como son los de la corrupción y la promoción inteligente de vivir de un llamado pueblo al que se le esquilma y usa cruelmente como instrumento para el arribismo, ya han salido los consabidos cuestionamientos a la idea empresarial.

No obstante, la dirigencia empresarial comprometida con la convicción de no dejar de opinar cuando el país clama por participación, insistirá en hacer escuchar su voz, con transparencia y sinceridad; el sentimiento verdaderamente identificado con la Venezuela de progreso a la que tienen derecho los venezolanos que están aquí; los venezolanos que se fueron; los venezolanos que vendrán. ¿Logrará ser escuchada y entendida?. Es el reto. Hay que trabajar para conseguir la gloria. Sería lamentable terminar dando pena.

Egildo Lujan Navas
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jueves, 27 de agosto de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, LA TORMENTA FINANCIERA PERFECTA

Batallando contra una de esas terribles gripes que dan ahora en Venezuela, y que se distinguen por no ser sólo un motivo para que te sientes mal, como era antes, sino que ahora, además, también te duelen hasta las uñas, se produce la primera gran duda: ¿será realmente gripe?; ¿y si es tuberculosis?, ¿quién te dice que no es chikunguya?. Porque también pudiera ser dengue. ¿y no será un infarto en proceso?.

Supongamos que no es gripe; que es otra cosa: ¿cómo le haces frente?. ¿a quién le preguntas, si tu médico se fue del país?. Cuento con guarapos y remedios caseros. Pero ¿y si voy a otro médico y me prescribe alguna medicina que no se consigue en ninguna farmacia?

Lo cierto es que uno termina resignándose, encomendándose a Dios y refugiándose en la lectura. Y hasta  se hace amigo entrañable de la cama y de la televisión, para tratar de pasar el tiempo y distraerse. Entonces, lo interesante, más allá del dolor por lo nacional, termina por funcionar como medicina accidental. Porque pensar en migrar te lleva a lo real: tampoco la cosa más allá de Venezuela está mejor. Lo que aquí sucede, es que la peor sensación que se siente cuando hay una enfermedad de por medio, es que los que gobiernan se fueron de la Tierra para seguir “raspando la olla” desde la Luna.

Ante esa realidad, de gripe y angustias, la pluralista visitante familiar, como es la televisión, te hace reaccionar. Te presenta a un grupo de osados surfistas en una playa de Hawaii, aventurándose  temerariamente a desplazarse sobre una cadena de  olas tan enormes y altas como un edificio de más de 15 pisos. ¿Y cómo es que alguien es capaz de entretenerse de esa manera, cuando cualquier error podría acabar con su vida?. Sin respuesta sensata, sin embargo, aquello te lleva a asociar semejante cuadro natural con  lo que vive cada venezolano en su país. Y como las altas fiebres son capaces de provocar delirios, entonces, la lógica nos lleva a lo lógico: los delirios individuales no son necesariamente malos. Pasan a ser malos cuando quien los vive termina sintiéndose amo de la verdad, como con potestad supranatural  para  secuestrar el derecho ajeno a la libertad.

Lo cierto es que en mi delirio provocado y avivado por la alta fiebre del primer día, entre olas y lógicas, identifiqué a un pequeño niño portando una franela tricolor: la bandera de Venezuela. Se trataba de una criatura montada sobre una de esas enormes y encrespadas olas; y me invadió una terrible angustia por el gran peligro que ella corría. Despertar, por supuesto, se tradujo en un alivio; en un gran alivio. Pero no tanto como para no terminar asociando ampliamente  dicha situación con lo que le sucede a la Venezuela de hoy.

Es la situación que agobia a  los venezolanos, y cuya gravedad no se percibe, a pesar de las  voces de alerta que, dentro y fuera del país, vienen advirtiendo sobre la gravedad que ello plantea. Porque la verdad sea dicha, es un problema  que no se manifiesta entre todos los venezolanos. Sólo se ha apoderado de aquellos que, como diría el economista y exMinistro del Gobierno chavista Felipe Pérez Martí, no forman parte del grupo de 300.000 compatriotas que asumieron que son amos de la Nación y que pueden hacer de ella y con ella lo que les viene en gana. Es el grupo que conduce a Venezuela a donde a ellos les conviene.

Los venezolanos están  transitando por el camino equivocado.  Es lo que ha decidido ese grupo. Pero la complejidad de los problemas, como de llegar a soluciones integrales en lo económico, social, político y moral que vive el resto de la población, imponen la necesidad del diálogo y del entendimiento entre las partes que se debaten entre lo ideológico y lo pragmático.  Es la única alternativa de evitar peores males. Ciertamente, hay quienes insisten en propiciar y promover soluciones irracionales entre pólvora y sangre. Pero eso hipoteca el futuro con un alto costo de odios, venganzas y mayor resentimiento al que se incubó durante los últimos 16 años. 

Es, definitivamente, el momento de la corrección del rumbo con urgencia, pero también con inteligencia.

Ya todo está dicho. Pero lo dicho sigue siendo insuficiente cuando se trata de subsanar y superar las diferencias. Es más, lo dicho hay que  repetirlo cuantas veces sea necesario, hasta que la salida permita conquistar la luz cuya desaparición han provocado la ignorancia y la incompetencia. Hay que corregir, entonces, para  ver la salida; también para salir del terrible y prolongado túnel que llevó a Venezuela a moverse nuevamente entre lo impensable de la primera mitad del siglo XX ¿0 de la segunda del siglo XIX?.

No se trata de un sueño ni de delirios. Los venezolanos están a merced de la fortaleza de la inseguridad, del desabastecimiento, de los problemas de la salud, de la inflación, de la violencia acrecentada por la impunidad; también del poder que se ha consolidado alrededor de la corrupción y de aquellos que viven de ella y con ella. En fin, se trata de calamidades que engendran preocupaciones las 24 horas de cada día. Mientras tanto, el consuelo accidental sigue siendo la pretendida justificación de que todo es una consecuencia de la caída de los precios del petróleo.

Los precios del petróleo no se van a recuperar antes del 6 de diciembre ni tan fácilmente después del 6 de diciembre. Y si el país va a continuar dependiendo de un hecho electoral y de un evento milagroso en la economía global, capaz de revertir el desplome de dichos precios, es hoy una quimera. El problema es serio y grave. Y la gravedad es una consecuencia de la negación gubernamental a asumir su responsabilidad de gobernar, de decidir. No decidir oportunamente es lo que ha sembrado la situación socioeconómica actual.  Porque  al derrumbarse el precio del barril de petróleo a un tercio y seguir siendo la única fuente de ingreso de divisas  -hoy a $ 38 el barril de los $ 120 o más que estuvo ingresando- resulta inevitable pensar, entonces, que el 2015 sigue siendo un buen año en materia económica.

Los ingresos del 2016 no alcanzarán para pagar deudas externa e interna; tampoco para honrar compromisos adquiridos  con acreedores comerciales privados o suplidores de insumos para mantener  funcionando el aparato productivo nacional. Además ¿cómo recuperar la confianza generada, entre otras razones, por las grandes pérdidas que han sufrido –y siguen registrando- las compañías extranjeras que operan en el país?. Ellas fueron las primeras víctimas del actual “corralito”  que reina en Venezuela. Y siguen esperando por la oportunidad de repatriar el dinero represado en el país, obedeciendo a las rigideces del control de cambio. ¿Cómo podrán ahora convertir en divisas aquello por lo que ahora viene, además, la hiperinflación entre acciones desquiciadas?.

El Gobierno Nacional, hábil en hacer uso de la propaganda como tabla salvadora ante muchas circunstancias adversas, no podrá recurrir a dicho instrumento para impedir que la peor imagen del país para hacer nuevos negocios siga siendo precisamente esa situación que está dañando los balances de ese contingente de empresas internacionales que se radicó en Venezuela. Ante cualquier campaña gubernamental, la palabra la tienen los balances de Ford, General Electric, Dupont, American Airlines, Pfizer, General Motors, Goodyear, Kellogs, 3M, Procter y muchas otras de igual o más importancia.

Por otra parte, ¿cómo evitar que también hable y diga lo que sabe del país la mayoría de los suplidores foráneos que, confiando en Venezuela dieron crédito, y el Gobierno no ha honrado el compromiso con los empresarios venezolanos, al no venderles los dólares para cancelar las deudas pendientes?. Y,  adicionalmente, ¿ qué decir ante el porqué Venezuela tiene en curso más de una veintena de demandas internacionales por miles de millones de dólares en el Ciadi, de parte de compañías Internacionales que se sienten perjudicadas por acciones adoptadas por el Gobierno, desconociendo caprichosamente los acuerdos suscritos por Venezuela  para, precisamente, resguardar la presencia de inversiones extranjeras en territorio nacional?.

En fin, de lo que se trata es de una situación que ha puesto al país a naufragar o surfear en el medio de una verdadera "Tormenta Financiera Perfecta".

Es una crisis gigantesca que impone deponer actitudes de conflicto; salir del terreno de lo ideológico y de entrar en el campo conciliatorio. La retórica, las amenazas rimbombantes y las bravuconadas en “cadena” ya no tienen cabida. Todo es irrealizable si no hay  concertación. El país  se enfrenta al riesgo de entrar en una explosión social de impredecibles consecuencias y que la mayoría de los venezolanos no quiere vivir. No deben producirse más discursos ni amenazas que induzcan a más distanciamientos. Hay que entrar en el terreno de la seriedad y del respeto a la majestad de las responsabilidades constitucionales.

Al país lo han conducido al terreno de lo inevitable: al Fondo Monetario Internacional y a otras instancias internacionales, como alternativas viables para negociar con acreedores y poder abrocharse los cinturones. Seguirse entregando a China Comunista y a la Rusia de Putin, equivale a condicionamientos que no permitirán ningún desarrollo integral autónomo   Las autoridades económicas y el Banco Central de Venezuela no pueden continuar ausentes de la obligación legal de presentar las cifras reales de la economía. Es el paso previo para aplicar las medidas y los controles correctivos que sean necesarios, en un ambiente de circunstancias en las que, además, hay que olvidarse de amiguismos, de clientelismo y de populismo.

Se trata del país. De hacer lo que corresponde, para que Venezuela y los venezolanos  se  reencuentren nuevamente con la posibilidad de convertir oportunidades de bienestar y de progreso, con las ventajas que ofrecen los avances del Siglo XXI”.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
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Enviado a nuestros correo por
Edecio Brito Escobar
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CNP 314

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