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LA LIBERTAD, SANCHO, ES UNO DE LOS MÁS PRECIOSOS DONES QUE A LOS HOMBRES DIERON LOS CIELOS; CON ELLA NO PUEDEN IGUALARSE LOS TESOROS QUE ENCIERRAN LA TIERRA Y EL MAR: POR LA LIBERTAD, ASÍ COMO POR LA HONRA, SE PUEDE Y DEBE AVENTURAR LA VIDA. (MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA) ¡VENEZUELA SOMOS TODOS! NO DEFENDEMOS POSICIONES PARTIDISTAS. ESTAMOS CON LA AUTENTICA UNIDAD DE LA ALTERNATIVA DEMOCRATICA
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jueves, 30 de abril de 2015

EDECIO BRITO ESCOBAR, NO MÁS BOLÍVARES DE AGUA Y SUELDOS DE HAMBRE


Apreciadas amigas y amigos:

A pocos días de la conmemoración mundial del Día del Trabajador, en Venezuela los que viven de un salario, de una pensión de retiro y de honorarios profesionales tienen que hacer malabarismos de todo tipo para evitar que la inflación les lleve a la calle a vivir del favor de los amigos. 

En cambio, los que no disponen de ese ingreso "fijo", sencillamente, han pasado a ser la fuerza laboral de mayor crecimiento exponencial. La reventa de bienes subsidiados por el Estado y que hoy conforman el funcionamiento del "mercado negro", sencillamente, da para vivir modestamente, aun cuando el beneficio deba ser compartido con quienes controlan dicho "mercado". ¿"Mafias"?. ¿"Burócratas"?.

Las empresas sobreviven y los trabajadores subsisten. Los empleos formales desaparecen. Y el Gobierno se entretiene atacando a uno y a otro, por igual. A los primeros, negándoles la posibilidad de funcionar. A los segundos, restringiéndoles el derecho a demandar solución. "No lava ni presta la batea". El Presidente de Fedecámaras Miranda y Director de Fedenaga Egildo Luján Nava considera que la dolarización, sin ser una solución en sí misma, es una alternativa para poner orden en la administración de la casa y estimular la demanda a partir de un salario digno, no dependiente del Bolívar y en una economía que, de hecho, ya está dolarizada. ¿Qué opina Usted?.

A los colegas que hoy están de guardia y desean hacer uso público de estas reflexiones, les recordamos que están en libertad de hacerlo. Pero también que es necesario citar la fuente.

Edecio Brito Escobar
ebritoe@gmail.com
CNP-314

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martes, 15 de octubre de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, FLECHAZOS AL POR MAYOR, FORMATO DEL FUTURO…

Nunca antes había sucedido el registro de la coincidencia histórica de la conmemoración del Día de la Raza, de la Resistencia Indígena, Encuentro de Dos Mundos o de la Integración de las Culturas, con un momento tan, pero tan complicado del país, como el que vive actualmente.

Y no, por supuesto, porque Venezuela no pudiera haber sido sacudida en algún instante de su devenir y desde sus entrañas, por la multiplicidad de escenarios adversos como aquellos en los que la Nación se mueve actualmente. Sino porque, ante tan semejante conflictividad, la respuesta de quienes están llamados a liderar la generación de respuestas para superar los problemas, debilitar sus causas desde las raíces, casi -¿o más?- de 30 millones de venezolanos, han debido someterse a la dolorosa experiencia de apreciar que ese grupo, después de 14 años de entrenamiento y de casi seis meses de dedicación al exigente oficio de gobernar, sencillamente, siguen ocupándose es de “tirar flechas”.

Hasta finales del 2012, es verdad, la creencia colectiva con respecto a esa particular manera de ejercer la responsabilidad de conducir al país, era la de que errores, deficiencias, equívocos e inauguración del 10 ó 20% de cualquier obra pública, no era tal. Es decir, nada era producto de las casualidades, sino de acciones concebidas y administradas con base en minuciosos y bien definidos planes, diseñados en sofisticados laboratorios de envidiable concepción ideológica, y gerenciados por la más exquisita élite intelectual de los integrantes del rimbombante Frente Francisco de Miranda y el Polo Patriótico.

Sin embargo, con el transcurrir de los días, el agravamiento de los problemas de todo orden y que ha ido sembrando indignación en cada estrato social venezolano, lo que ya define otra convicción en el sentir de la acogotada población ubicada en cualquiera de las regiones del país, es que lo que está sucediendo es que “sin billete, esta supuesta gerencia pública no funciona”.

Es decir, todo aquello que se convirtió en la vitrina de un proyecto político nacional e internacional, inspirado en la necesaria redención popular, a partir de la puesta en marcha de un nuevo modelo económico apuntalado por el crecimiento dominante del Estado e insuflado por su capacidad propagandística para mercadear cambio, revolución y amor patrio, sencillamente, ha perdido su capacidad de maniobra y de convicción, porque es víctima de la peor escasez: del dinero providencial proveniente de los negocios petroleros.

Con dinero en abundancia y de libre uso, por la disfuncionalidad de instituciones encargadas - según “la mejor Constitución del mundo”- de impedir que eso sucediera, le gestión pública pudo flotar sobre su propia disfuncionalidad y “tapar un hueco con otro hueco”. Pero con un negocio petrolero dando tumbos, incapaz de recomponerse con base en la ventaja de su centenaria trayectoria productiva, y obligado a financiar cuanto gasto dominical fue engendrado 14 años atrás y casi 200 días después, la fiesta popular ha cambiado de melodías.

Lo que no deja de sorprender, por supuesto, es que en el medio de semejante “atajaperros”, y cuando en abril próximo pasado se promovió la celebración de cuanta reunión de diálogo era necesaria, entre técnicos de los casi cuarenta ministerios con  individualidades del sector productivo, con miras a darle “otro rostro” a la economía nacional, se suscita una alharaca multigrupal partidista, dirigida a demandar la aprobación parlamentaria de “poderes especiales” para, supuestamente, combatir la corrupción y facilitar el proceso revolucionario.

Los sondeos profesionales de las últimas semanas registran que casi el 60% de los venezolanos no cree en esa exacerbada campaña anticorrupción. Y en cuanto al llamado proceso revolucionario, lo extraño es que se le relacione con otro hecho no menos curioso: por obra y gracia de las circunstancias, al sembrador de confianza y promotor de los más de 1.200 encuentros de abril, es decir, al Ministro de Finanzas y matemático Nelson Merentes, se le sustituyó en la Vicepresidencia Económica de la Nación por el Ministro de Petróleo y Minería, ingeniero Rafael Ramírez.

Sólo que con dicho reemplazo, además de que se sepultan expectativas positivas y esperanzas de que, finalmente, se había abierto una brecha para el entendimiento, se reposiciona la impresión de que todo lo que está sucediendo alrededor de tales “movimientos” ministeriales, no pasa de ser otra demostración de que el Gobierno está huérfano de capacidad técnica para sacar al país del atolladero en el que lo metió. Por lo que la alternativa más funcional que le queda a la mano, es moverse sobre anuncios efectistas, supuestos cambios que no son tales, y un gatopardianismo de múltiples patas para llegar con rostro recién maquillado y sobrecargado de presunta bonanza, al venidero proceso electoral del 8D.

¿Por qué?. ¿Para qué?. Supuestamente, porque en el seno del grupo que gobierna hay “un reacomodo de posiciones políticas”, y semejante paso no se identifica –ni tolera- que las decisiones en materia económica, por ejemplo, no se correspondan con fines distintos a lo que significa “apuntalar la revolución”.

Es decir, lo que cuenta e importa es la hoy maltrecha y presunta revolución, indistintamente de que eso se traduzca en que la inflación pueda cerrar en el 2013 sobre el 50%, el déficit fiscal por encima del 15% del Producto Interno Bruto, los niveles de escasez rebasen el 21% (a decir del propio Banco Central de Venezuela) y la desordenada conducta cambiaria criolla, sencillamente, siga comportándose como el río 0rinoco en temporada de lluvias prolongadas. Al margen, desde luego, del misterio que envuelven las estadísticas oficiales relacionadas con el desempleo y el número de víctimas, por la acción de la violencia en todo el país, y las crisis que registran los sistemas de salud y de educación.

El nuevo Vicepresidente Económico ha debutado aclarando lo que el Presidente quiso decir, cuando se refirió a la reactivación del Sistema Complementario de Administración de Divisas (Sicad) y el monto que se “subastará” semanalmente, en adición a lo que hace la Comisión de Administración de Divisas (Cadivi), punto de partida de esa especie de nuevo virus nacional conocido como el “cadivismo”, que vino al mundo hace ya diez años, por decisión unilateral de los mismos que hoy tratan de desacreditarlo o descalificarlo.¿Y a partir de allí, qué?.

El mal amado y reconocido Fondo Monetario Internacional ha dicho que los crecientes “desequilibrios” en la economía de Venezuela hacen que la situación actual “no sea sostenible”, a no ser que “se hagan correcciones”. Pero tales procedimientos, desde luego, no se traducen en que hay que seguir “tirando flechazos al por mayor”, sino asumir que a Venezuela y a los venezolanos no se les puede condenar eternamente al infortunio económico, social y moral por capricho. Y que gobernar, definitivamente, no equivale a seguir usando a esa manoseada y maltratada alabanza a la Patria, ni tampoco a la Nación como un botín territorial para el goce del poder, la distribución de espacios de mando, mientras se está de espaldas al reclamo colectivo de querer vivir cada día mejor.

egildolujan@gmail.com

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 Edecio Brito Escobar 

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, TRABAJANDO POR EL ARMISTICIO, FORMATO DEL FUTURO…

Aquellos que viven en Venezuela hurgando entre los hechos del Siglo XIX para justificar los aciertos o fracasos que ellos lideran en pleno Siglo XXI, no pueden continuar recurriendo a las tergiversaciones interesadas sin tener que asumir el costo de semejante atropello a la verdad.

Tal osadía, ciertamente, ha servido para llenar el recipiente de las satisfacciones subjetivas y de la alimentación de un ego que carece de dimensiones definidas. No obstante, ofende a gran parte de la población que, por formación familiar o escolar, siempre entendió de qué se trató, por ejemplo, la lucha independentista. A la vez que trata de desvirtuar  las razones por las que ese mismo contingente de venezolanos hoy se resiste a cultivar una actitud pasiva e indiferente ante la pretensión de los que se empeñan en llenar cerebros infantiles de falsas concepciones de las relaciones interpersonales, como de construir una frágil conciencia sobre lo que significa ser realmente hijo de Venezuela.

En el nombre de los que idearon, pensaron, trabajaron y lucharon por darle forma y figura a esta  Nación que luego sería Patria verdadera, ha emergido una secta cuya mayor distinción histórica ha sido la de autodenominarse más venezolanos que el resto de sus hermanos; más patriotas que la otra parte que ha definido mental y espiritualmente su propia manera de amar a la Patria; más auténticos y sinceros en su lucha contra la fantasmagoría de las supuestas fuerzas indignas y malignas que nacen en las entrañas de un imperialismo, cuya autenticidad, sin embargo, no pasa de ser útil cartón piedra en los llamados “backing” de las arengas templeteras que alimentan el remozado populismo tropical en estos rincones del continente.

Barata social y políticamente hablando sería semejante conducta, si esa secta no hubiera trascendido sus bien recibidas pretensiones transformadoras iniciales, para convertirse después en esa especie de fuerza destructora de la base institucional pública de la Patria que dicen amar y defender. Porque la verdad es que si de alguna conquista ella puede hoy ufanarse dentro y fuera del territorio nacional, es de haber volteado al país con sus sueños de vanguardia, secuestrar sus esperanzas de constante transformación, y llenar el presente de trincheras individuales y familiares para diseñar y materializar sobrevivencia permanente, de largo aliento.

En el orden económico, como en el social y el moral, poca diferencia visual y espiritual existe entre las imágenes globales que reseñan el dolor del masacrado pueblo sirio, por su empeño en vivir en libertad, y el cementerio de motivaciones y entusiasmo que las expropiaciones, los despojos y llamados rescates de tierras incultas ha provocado un accionar inspirado en una presunta justa distribución de las tierras y necesaria lucha de clases.

Por temérsele a la libertad económica y al libre devenir de una sociedad con capacidad para disentir, no ha importado condenar a esa misma sociedad a entregarse a la obligación de vivir de colas en colas para adquirir los bienes que le permitan satisfacer sus necesidades básicas, recibir un servicio médico asistencial preventivo y curativo digno, una educación para el desarrollo motivacional y productivo, y  una enseñanza conductual acorde con lo que significa vivir rodeado de fundamentaciones éticas y morales.

Ante tal cultivo de inexplicables acciones de parte de quienes han convertido los símbolos patrios en el ícono referencial de su manera de construir “país-potencia”, los inevitables como lógicos resultados pasan a ser ahora, según la concepción sectaria de los que detectan la subyacencia del riesgo de alimentar impaciencia sin capacidad de apaciguarla a la brevedad, el rostro de una supuesta guerra económica que “obliga” a actuar contra sus responsables, los hacedores de sabotajes, los enemigos de la paz y de la concordia.

Venezuela, entonces, es campo abierto de la peor de las guerras que puede vivir país alguno: el de la posibilidad de tener que someterse a la violencia del hambre. La verdad es que no poder comprar un kilo de harina precocida, aceite comestible, leche fría y en polvo, margarina  o azúcar, es una batalla que pierde el consumidor.

No poder entender cómo es que si se exportan cada día por un precio superior de los  100$ los barriles de petróleo que quedan de la producción de 2.300.000 barriles diarios y el consumo interno de 800.000, no haya posibilidad de atender las necesidades mínimas de las fincas y empresas que producen y los comercios que distribuyen los bienes producidos. ¿Y esa es una batalla que gana quién o pierden quiénes?.

Asimismo, a diario se multiplican los exhortos y llamados a una importante lucha contra la corrupción. Pero los observadores de esa otra faceta de la guerra económica, los venezolanos, son suspicaces, se manifiestan escépticos ante la manera como se pretende erradicar esa plaga moral. ¿Acaso porque no califica como batalla, sino como una simple riña callejera?.

Pocos entienden en qué consiste y cuál es la base de esa llamada “guerra económica”. Aunque, comparativamente con el rebuscamiento de siempre de los vericuetos históricos para tratar de hacer entender que los fracasos de hoy no pasan de ser errores circunstanciales, es una tesis novedosa. Pero no convincente.

Porque aquello que los venezolanos esperan con extrema urgencia, si es que hubiera esa llamada “guerra económica”, es la inmediata aparición de alguna vaga propuesta dirigida a lograr que entre los ministros de la economía, el Banco Central de Venezuela y la presidencia de la República se suscriba un armisticio, cuyo único propósito sea el de diseñar un Plan de Gobierno en materia económica para disciplinar el gasto público, atacar las causas de la inflación, estimular el crecimiento sustentable de la economía y respetar el derecho de propiedad, única manera de reactivar las inversiones nacionales y extranjeras.

Mientras que la nación siga estando a merced de cada grupo en disputa por esa especie de botín en el que se ha convertido el ejercicio del poder en Venezuela, y que cada tendencia siga actuando de espalda a la de los otros, ese gran vocero que se “encadena” permanentemente  para desentenderse de dichas intrigas, jamás podrá convencer a seguidores y adversarios sobre la sinceridad y firmeza de sus llamados públicos.

Dicho armisticio, obviamente, sería el gran paso inicial  para que lo que comenzó a hacerse sentir en todo el país hace ya doscientos días, no siga siendo la peor referencia  sobre la  Venezuela del Siglo XXI, que se empeña en vivir de las deformaciones históricas del Siglo XIX: la escasez de papel sanitario. Y esa sí es una batalla que ganarían todos los venezolanos. ¿0 es que tampoco hay disposición o capacidad gubernamental para, dentro de esa supuesta  “guerra económica”, lograr que el pudor colectivo nacional se administre de manera íntima en las salas de baño de los hogares de los venezolanos, sin que tenga que ventilarse en las marquesinas de Wall Street en Nueva York?

egildolujan@gmail.com

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Edecio Brito Escobar (CNP-314)
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martes, 16 de julio de 2013

EGILDO LUJAN, NEBULIZANDO LA ECONOMÍA, FORMATO DEL FUTURO…

Definitivamente, julio del 2013 pasará a los anales de la economía venezolana como el mes cuando el gobierno de entonces, por decisión de algunos de sus ministros y la autorización del máximo liderazgo al frente del poder, se atrevió a dejar entrever que está dispuesto a asumir ciertos costos políticos, ante la imperiosa necesidad de flexibilizar su control de cambio.

Desde luego, flexibilizar no equivale a eliminar, a borrar la figura restrictiva que nació como recurso “castigador” contra quienes, para el momento del alumbramiento, habían osado participar en un paro cívico dirigido, precisamente, a evitar que Venezuela transitara por el camino que concluyera en lo que hoy están viviendo los venezolanos.

Pero abre espacios para que, progresivamente, se supere el sometimiento al encarcelamiento que ha vivido la economía, bajo la rigidez vigente durante más de diez años  de “sólo pan y agua para el preso”, a la vez que, por la vía de la destrucción de la fuerza exportadora nacional, se obligó a los que producen a depender de manera absoluta del petro-estado recaudador de divisas, dispensador de divisas, libre condicionante de la existencia de empresas, como de la desaparición de aquellas inconvenientes, por los motivos que se dispusieran en una alocución dominical o en cualquier lugar  del país.

Es verdad, y minimizarlo equivaldría a pretender desconocer lo que ya es inocultable: en una mayoría importante de los 5.000 representantes de las empresas que fueron invitados desde mayo pasado a dialogar con equipos técnicos gubernamentales, para detectar problemas y evaluar eventuales soluciones, hay optimismo con lo que va a suceder con el acceso a las divisas, una vez que ha comenzado a darse la segunda fase del Sistema Complementario de Administración de Divisas -Sicad-, atribuido en su motivación y nacimiento a la dupla conformada por los ministros Nelson Merentes/Rafael Ramírez.

Y si bien no todos los asistentes a tales encuentros creen que se trata de un mecanismo oxigenador de la economía, sino de un paliativo nebulizador de las empresas que se prepararon para subsistir y sobrevivir en el medio de la restricción cambiaria, predomina el empeño de la vocación de los amantes de la libertad económica para, antes que imitar a otros colegas en la migración hacia países vecinos, perseverar, echar el resto por y para el crecimiento productivo, como de la generación de servicios eficientes en un país de oportunidades infinitas, como sigue siendo Venezuela.

¿Y esos ministros que están impulsando tales manifestaciones evolutivas, tienen garantizada su permanencia en los cargos y la perdurabilidad de su osadía?. Hoy nadie lo sabe, al menos fuera del ámbito del grupo gubernamental. Pero lo que también es indiscutible, sin duda alguna, es que de ese atrevimiento que comienza a sepultar en el recuerdo los atrevimientos impulsados desde el gobierno de los catorce años anteriores por la abundancia de petrodólares y el innegable respaldo popular, aparece actualmente, ante los ojos de propios y extraños, como la acertada recurrencia al recurso pragmático por excelencia, de detener la marcha hacia peores escenarios relacionados con la escasez y el abastecimiento.

Por supuesto, las diversas enfermedades que hoy exhibe la economía venezolana no se van a solucionar, al unísono, con la apertura de esta ventana hacia la racionalidad cambiaria. Y es allí, precisamente, en donde ahora se centra la atención de quienes, aun sobreviviendo dentro de dicho cerco, consideran que sólo este paso de poco servirá si, por otra parte, se mantiene activa y con posibilidades de ampliarse, la anarquía conceptual, orgánica y hasta administrativa que exhibe el desempeño gubernamental “pasillos adentro”.

Bastaría con analizar cada declaración ministerial, evaluar la orientación de cada visión del hecho económico nacional e internacional, y cotejarlo como cuidadosa referencia comparativa, para concluir en que las sanas intenciones de cambio forzadas por la gravedad del cuadro económico, social, político y moral que vive la nación, siguen atadas a intereses grupales -o individuales-, más empecinadas en resguardar cuotas de poder, que en apostar por la multiplicación de soluciones a esa ristra de problemas que viven millones de venezolanos. Sobre todo, y especialmente de los no convencidos con las bondades de la gobernabilidad mercadeada como revolución criolla, en vista de que hay otros millones que, aun haciendo “colas” para adquirir un rollo de papel sanitario y sacándole provechos a su desempleo real, creen en el acierto gubernamental del llamado socialismo del siglo XXI a la venezolana.

Los días que transcurrirán hasta la llegada del 2014, definitivamente, serán retos a la paciencia de cada uno de los venezolanos, ante cualquiera de esos dos escenarios en los que habrá de desenvolverse la ciudadanía: el de la progresiva consolidación de la evolución que asoma la vigencia del Sicad, además del acercamiento gubernamental con aquellos que ayer fueron despojados de sus empresas y bienes, y a quienes hoy se les ofrece un reencuentro con su país y propiedades,  en un ambiente de sincero respeto a la nueva relación. 0, en su defecto, en el de la continuación de lo que hoy obliga a centenares de protestas públicas, y de exigencia a soluciones impostergables. Aunque, poco a poco, es verdad, se asoma otra alternativa que tampoco puede desestimarse. Se trata de  que, forzados por las implicaciones del -para variar- nuevo proceso electoral  del venidero 8 de diciembre, al Gobierno le dé por ocuparse más de dicho objetivo grupal, jugar en función de ese propósito y, una vez más, tirar al país en el rincón, mientras se sale de ese valioso trance para quienes hoy están al frente del poder, primero de la zaga en ausencia absoluta de quien lideró el grupo político que dirige a la nación.

Y si a algo contribuye la evaluación desapasionada de todas las alternativas vigentes o por aparecer, es a creer, una vez más, que también todo va a depender de la voluntad de las autoridades a gobernar con sentido de país, a los factores democráticos opositores a construir condiciones reales para que la Democracia no sucumba por el peso de sus ineficiencias, y a la propia ciudadanía organizada a no dejar de presionar en los sitios donde opera y en las condiciones que pueda hacerlo, para que los venezolanos con ejercicio de liderazgo sigan  transitando por el camino del diálogo verdadero, de la reconciliación sin desequilibrios, para que la paz y la justicia no continúen siendo eternas esperanzas nacionales.

Esa es la salida ideal a lo que hoy sucede. Todo lo contrario, por supuesto, a esa añoranza y hasta convicción entre pocos, de que las plazas venezolanas deberían estarse convirtiendo en escenarios clonados de las experiencias por las que hoy atraviesan los brasileños y los egipcios. Unos y otros, ciertamente, podrán cerrar sus ciclos de protestas cambiando gobiernos. Pero no siempre tales cambios, en las condiciones como se están planteando, se traducen en el añorado efecto de las soluciones mágicas a los problemas que se viven y agitan el alma, sino en nuevos y más exigentes retos para que cada individuo sea un agente de cambio, y no un beneficiario de luchas ajenas.

Sólo para efectos de opiniones públicas como profesional y dirigente empresarial nacional e internacional

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martes, 9 de julio de 2013

EGILDO LUJAN NAVA, ABASTECIENDO LA CASA CON COMIDA AJENA, FORMATO DEL FUTURO…

El Presidente de la República viajó nuevamente al exterior. Y, como en las primeras ocasiones después de juramentarse, lo hizo para ratificar acuerdos, convenios con gobiernos “amigos” y traer alimentos para el país. A él, le preocupan la escasez y el abastecimiento por la manera como se han hecho presentes durante el primer semestre del 2013. Tanto como la oferta de garantizar permanentemente la seguridad alimentaria, la cual hay que honrarla de la manera que sea.

Y como él también sabe que en Venezuela no es posible producir alimentos en las cantidades y variedades que demanda una población consumidora impactada por la liquidez monetaria que aumentó un 66% durante el último año, entonces, hay que recurrir a los países con capacidad exportadora y a los que forman parte de Petrocaribe. Es decir, a esos  otros países “amigos” que gozan del privilegio de poder pagar con alimentos, parte de sus deudas por petróleo barato y despachado desde Venezuela. Por supuesto, si estas exportaciones de alimentos hacia Venezuela provienen de las triangulaciones con las compras a otros productores del resto del mundo, no importa. También eso legitima la seguridad alimentaria.

Pero esa forma de honrar la seguridad alimentaria en el país, no es posible  mantenerla eternamente. Tiene que haber una mayor producción, tanto del sector privado, como del sector público. Los productores primarios e industriales venezolanos, por supuesto, sólo pueden producir las cantidades que les permite la estructura legal y administrativa gubernamental. Mejor dicho, las restricciones controladoras y la predominante discrecionalidad con la que se administran las normas, incluyendo controles de cambio y de precios.

La norma cuenta. Es rígida e implacable cuando tiene que ver con empresas privadas y con empresarios no coincidentes con los principios que inspiran tales fundamentos legales. Porque nadie sabe todavía cuál es el grado de exigencias, cuando el “administrado” es el propio Estado, y más si también goza de la prerrogativa de poder actuar apoyado en requisitorias consagradas por situaciones “de emergencia”. En Venezuela, las “emergencias” han servido de todo y para todo.

Al Estado “administrado”, por supuesto, no le inquieta que un ente público denominado Indepabis esté en la calle. Muchos menos, haciendo alarde de estar sobrecargado de fiscales con la exigente misión de impedir que la inflación siga creciendo como hasta ahora, y que el acaparamiento y la especulación, además del desconocimiento de los caprichosos precios que se fijan y autorizan al margen de la valoración de las permanentes variables estructuras de costos, desempeñen el rol de útil de excusa adecuada para sancionar, multar y aterrorizar a modestos comerciantes.

Las redes comerciales de alimentos que creó el Estado para distribuir alimentos a precios subsidiados y paliar el efecto inflacionario, se supone, son un modelo de rectitud administrativa, de eficiencia distributiva, de repercusiones sociales satisfactorias para gobernantes y gobernados.

Los que no califican en la evaluación de ese perfil referencial, por supuesto, son los comerciantes mayoristas privados que rigen mafias para abastecer el comercio informal, a decir de las máximas autoridades del Indepabis.

Es decir, el buhonerismo en Venezuela no es una consecuencia de la imposibilidad de emprender libremente, de promover empresas, de carecer de formación particular para competir en el enjuto mercado de trabajo nacional. El buhonerismo, en verdad, de acuerdo a la lógica deducción que emerge de cómo se piensa y actúa en esa peculiar lucha anti-inflacionaria gubernamental, es un hijo legítimo de la avaricia por el lucro, del amor desenfrenado por la renta, de la cacería irracional de la plusvalía que nace entre quienes tratan de vivir a expensas de conculcarle el derecho de la ciudadanía, a alimentarse en las condiciones que lo dispone el gobierno.

El balance de lo que ha estado sucediendo últimamente a nivel económico y social en la llamada Venezuela “revolucionada”, sin embargo, obliga a tratar el tema de la escasez y el abastecimiento, con un sentido de mayor frialdad y crudeza. Porque no es cuestión solamente de llenar anaqueles para proyectar la sensación de que hay abundancia. Tampoco de asegurar que en julio se hará presente, con autonomía y capacidad avasallante, una avalancha de divisas lo suficientemente poderosa, como para suponer que CADIVI y el SICAD sí harán posible la reactivación de la economía, la desaparición de las deudas privadas internacionales y, por supuesto, de las colas de consumidores y riñas en ellas para poseer un kilo de harina precocida de maíz.

¿Y será realmente así?. La realidad obliga a pensar, noche y día, en que a ese estadio de paz y tranquilidad no se llegará milagrosamente. Porque sigue siendo indispensable que las dos mitades de venezolanos enfrentadas por razones políticas, lleguen a acuerdos y echen las bases de un entendimiento mínimo que permita vencer problemas progresivamente.  Los meses siguen transcurriendo y esos grupos continúan midiéndose, viviendo en un careo interminable, aun cuando cada parte insiste en decir que desea lo mejor para el país y todos sus habitantes.

Las partes tienen que plantearse la posibilidad de ver al país desde un tercer ángulo, como el observador de un juego de ajedrez: no puede ser que ciertas personas, como los países, sólo quieren sacar provecho de las situaciones desfavorables. La inexistencia de una mínima voluntad a favor del entendimiento ha llevado al país a una situación extremadamente peligrosa, ni siquiera para asumir que, entre otras cosas, se hace necesario producir para que haya garantías ciertas de disfrutar de una plena seguridad alimentaria. Tan delicada es esa situación que, de no contar con el regalo del ingreso petrolero, el Jefe de Estado tampoco podría salir de las fronteras venezolanas a hacer canje de petróleo por alimentos y, en muchas ocasiones, en condiciones comerciales desventajosas.

El liderazgo de las partes en disputa tiene que sopesar el hecho de que a Venezuela, se le aprecia en el exterior como un hoyo negro en el espacio, donde poco se produce y en donde todo se consume sin importar el desmejoramiento permanente de las condiciones mínimas para producir. Es el rostro de una verdad que debe considerarse desde un ángulo venezolanista, divorciada de la errónea creencia de que lo adverso beneficia al comunismo o a la democracia, al capitalismo o al socialismo del siglo XXI. Porque, en atención a lo que está planteado, de lo que se trata no es de un problema político o ideológico: es un asunto de seguridad estratégica. 

La mayoría de los venezolanos está cansada de la eterna confrontación, de vivir en el medio de la discordia y tener que ser parte de ella por la fuerza. Si alguna vez Venezuela pudo ser un país dispuesto a sumar ideas y aportes para que otros pueblos del Continente terminaran viviendo en paz y en armonía, ¿qué impide que hoy no pueda reeditarse esa gloriosa experiencia internamente?.

Venezuela dispone de  tierras aptas para la producción, de agua suficiente para el riego productivo, de una trayectoria productiva a cargo de miles de productores de una comprobada vocación, además de conocimiento tecnológico vanguardista y de ganas para hacer las cosas distintas. Y si hay escasez de  ciertas condiciones para que la dependencia externa de comida se revierta, bastaría con cambiar dos factores adversos: la carencia de recursos financieros y de seguridad jurídica. Por lo demás, limitantes que pueden revertirse con base en el uso práctico de la voluntad política puesta al servicio de Venezuela y de los venezolanos.

El camino que inició el Ministro de Finanzas, Nelson Merentes, es el correcto: dialogar, escuchar; y cuantificar y calificar todo lo que funciona como impedimento para que de la demanda de soluciones, se pase a la generación de respuestas que materialicen en hechos palpables esa necesaria voluntad de revertir lo adverso. Por supuesto, bien valdría el momento para que aquellos que acompañan a ese Ministro en funciones de gobierno, revisen pensamientos, verbo e identidad con el país, para que, finalmente, terminen por construir la confianza que debe hacer posible que las partes de venezolanos enfrentados, terminen por reconciliarse.

Definitivamente, la economía necesita, y con urgencia, es que no siga siendo expresión de la audacia improvisadora de unos pocos, empeñados en construir éxito con base en una manera contradictoria de hacer compatibles riesgo emprendedor particular y  negativa gubernamental a estimular dicho esfuerzo. En otras palabras, si los escenarios para la participación de la inversión particular siguen siendo los mismos que Venezuela ha identificado durante los diez últimos años de hacer gobierno, entonces, no habrá manera de evitar que el Presidente de la República siga estando obligado a construir seguridad alimentaria con nuevos viajes a la casa de países “amigos”.

Y no será posible, inclusive, que el costoso empeño político que le impuso ese mismo gobierno a la incorporación de Venezuela al Mercosur, no pase de ser un motivo mucho más sofisticado para seguir siendo mercado comprador; nunca exportador, aun cuando unos 19 empresarios se estén atreviendo a viajar esta semana a Uruguay, para participar en una muestra descriptiva de la Venezuela lista para seducir potenciales compradores. ¿Y cómo?. ¿Apelando de rodillas a la divina providencia?.

Lo que  demanda e impone el hecho de asumir la presidencia pro-témpore de la figura comercial que reúne a ese grupo de países, no es precisamente el culto a la potencialidad exportadora. Sería preferible que esos 180 días se dediquen a lo posible: a aceptar responsablemente que hay que competir con los mismos que Venezuela ya le compró hace menos de 100 días unas 750.000 toneladas métricas de alimentos, sin haber tenido ellos necesidad de enviar a vendedores u oferentes de sus productos, porque desde aquí salió el Presidente de la República en persona a comprarlas. Y que para competir, aunque la palabra luzca chocante en el sentir de los ministros responsables de estimular la producción y exportación nacional, hay que estimular la inversión privada y no seguir convirtiendo al sector laboral en un patrimonio ideológico para manipulaciones improductivas.

Egildo Lujan Nava

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martes, 2 de julio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, ENTRE NELSON MERENTES Y EDUARDO SAMÁN, FORMATO DEL FUTURO…

Las vicisitudes que han vivido los venezolanos desde entonces a la fecha, no han sido lo suficientemente eficientes como para borrar de la memoria colectiva lo que sucedió entonces, y que le permitió al país -con su carga de costo político adicional por el indulto a un grupo de militares insurgentes contra la Democracia- reencontrarse con la importancia de no menospreciar la utilidad de lo que se conoce como lógica económica.

Tiene que ver con aquél paso que debió dar el entonces agitador Presidente Rafael Caldera, imposibilitado de seguir respirando tranquilo mientras no dejara de buscar culpables y responsables de la recibida crisis -¿o burbuja?-financiera, cuyo incontenible desarrollo comprometía al propio gobierno en su frágil estabilidad, sacudía la paz social y desnudaba la dureza de un empobrecimiento que agobiaba a gran parte de la sociedad venezolana.

Lo cierto es que el “nadie se imagina lo que ha significado para mí  tomar esta decisión”, como le dijo Caldera al país al hacer dicho anuncio, ha sido, quizás, la demostración más auténtica que Gobierno alguno podía haber exhibido en Venezuela, en contra de sus orígenes políticos  y principios que sirvieron para que naciera el ya extinto “Chiripero”, con el propósito de detener la marcha nacional hacia escenarios peores que los ya vividos en 1992.

¿Acertado?. ¿Desacertado?. ¿Bueno?. ¿Malo?. La quincalla histórica siempre útil para las adjetivaciones y/o calificaciones de los que se ocupan de interpretar lo sucedido, desde luego, hoy le ofrece opciones a los que se ocupan del tema y tienen  legítimo derecho a construir esas y más interrogantes, como tantas respuestas sean necesarias.

Sin embargo, lo que no puede minimizarse -salvo que sea por razones mezquinas o producto de esos rancios egos que sobreponen visiones y criterios unilaterales aun por sobre la inteligencia de quienes aman vivir en libertad- es que la incorporación al Gobierno de entonces de los economistas Teodoro Petkoff y Freddy Rojas Parra, significó –así de simple y trascendental- el reencuentro de la economía y el acontecer político venezolano, con el camino de la racionalidad y responsabilidad de gobernar para beneficio de todos.

Cuando eso sucedió, los venezolanos añoraban gobernabilidad, sinceridad en el discurso desde las entrañas del poder, hechos reales que hicieran posible la sinergia entre el acontecer económico y la reconstrucción de la confianza en el futuro productivo venezolano. Pero, sobre todo, que el propio Jefe de Estado ofreciera demostraciones sinceras de no estar detrás de jugarretas contra la propiedad y la empresa privada, porque lo que trataba de alcanzar con sus “sacrificios políticos”, era evitarle al país y a sus habitantes tener que someterse al naufragio emocional de vivir entre más ruinas sociales y morales.

Desde luego, ese episodio político protagonizado  por un estadista capaz de entender la utilidad del pragmatismo en el desempeño de funciones públicas, apuntalado en el orden económico por un equipo ministerial decidido a no fracasar en el intento, y una población ansiosa de salir del charco momentáneo de la duda y la frustración ante la incapacidad evidente de sus gobernantes, hizo posible lo que esperaba una gran mayoría de los venezolanos: la simbiosis capaz de reacomodar institucionalmente las alternativas que impidieran, en principio, la conversión de la insurgencia y del terror como forma sustitutiva de la transición gubernamental.

A partir de ese momento, han transcurrido tres lustros. Y, con ellos, los más inimaginables acontecimientos de todo orden, siendo el peor y más costoso, sin duda alguna, el de la destrucción del pilar institucional que la Nación se había comenzado a dar hace dos siglos, para hacer del Estado una caricatura. 0, quizás, un formato de imagen democrática al servicio de la conflictividad engendrada por administradores de causas ideológicas nacionales e internacionales y pescadores globales de fortuna fácil, teniendo como propósito final el sometimiento de quienes históricamente nunca le sirvieron dócilmente al aventurerismo utópico del igualitarismo colectivista.

Esta realidad que se debate entre interpretaciones de “pesadilla histórica”, “castigo político” y hasta de procesos concebidos a la luz de predicciones alrededor de la geopolítica y geoeconomía regional y continental, desde luego, hoy es lo suficientemente compleja, como para suponer que están equivocados aquellos que consideran que a esta situación se ha llegado por acierto estratégico, o los que creen, sencillamente, que Venezuela está encallejonada.

Mejor dicho, está metida en una especie de calle ciega y de la que sólo se puede salir si, una vez más, la comprensión de la utilidad del pragmatismo político, es capaz de sobreponerse al confusionismo que domina la multiplicidad de tendencias grupales que, cual “chiripero” de ayer, hacen que aquel que hoy ocupa la jefatura del Estado, no pueda hacer otra cosa que saltar para no caer; gritar para poderse escuchar a sí mismo; construir burlas para evitar que las lágrimas y gemidos provoquen la aceptación de que solo, íngrimo y solo, no es viable ni factible retroceder del callejón en el que el Gobierno ha metido al país.

Ese Gobierno, sin duda alguna, ha acertado al poner en manos del matemático Nelson Merentes, la responsabilidad de gerenciar el Ministerio de Finanzas. Y el acierto lo identifican los empresarios privados del país, con el hecho de que mientras ese funcionario estuvo al frente del Banco Central de Venezuela, echó manos de la virtud de cualquier servidor público consciente de lo que significa jurar para cumplir con la Constitución y las Leyes de la República, mientras se está actuando en esas posiciones burocráticas: atender al empresariado que no podía flanquear las entradas de los Ministerios de la Economía, escucharle en sus observaciones y reclamos, asegurarle que se iba a ocupar del caso, cuando se diera la oportunidad de hacerlo. En otras palabras, porque fue capaz de demostrar que, sin ser economista ni gozar del amparo político del que siempre hizo gala su antecesor Jorge Giordani, dejó entrever su voluntad de servir y no de servirse.

Pero hoy Nelson Merentes, en sí y por sí mismo, no es suficiente, indistintamente de que haya más de 4.000 jefes de empresas de todos los tamaños, asistentes a las reuniones de mesas y submesas técnicas, que aún abrigan una vaga esperanza de que en julio sí habrá subastas versión SICAD, que la solicitud de divisas será en agosto un triste clamor de lo vivido hasta julio, y que a partir de octubre comenzará la fiesta nacional del abastecimiento. Porque hoy Merentes, para mayor mortificación de empresarios y consumidores, no tiene a su lado a un estratega capaz de convertir sus buenos propósitos en hijos reales, y no en simples engendramientos platónicos. Su aliado en el accionar es a quien, hasta para sorpresa de él mismo, reencaucharon como Presidente del Indepabis, Eduardo Samán.

De hecho, mientras que Nelson Merentes –se supone- está haciendo su cola en Cadivi para conseguir la cuota de  dólares que le corresponde, para viajar el exterior y demostrarle a la Banca de Inversión que la economía venezolana está mucho mejor de lo que difunden los medios que no forman parte del Sistema Bolivariano de Comunicación e Información (SIBCI), por lo que invertir aquí es confiable, el otro, el anti-aliado, Eduardo Samán, está demandando un mayor presupuesto para duplicar el número de fiscales que le permitan perseguir, inculpar y castigar a acaparadores y especuladores, y hasta buhoneros, cuando las circunstancias así lo ameriten, como si la escasez, el desabastecimiento y la inflación fueran responsabilidad de los administrados, de los gobernados y no de quienes gobiernan y administran políticas públicas.

En otras palabras, dos personas, sólo dos funcionarios, mientras que productores y consumidores siguen a la expectativa con lo que sucederá con el abastecimiento durante los próximos meses, son suficientes para que, propios y extraños al país, una vez más, asuman que no es cuento malo aquello que reza que, para mal dormir de la ciudadanía, hoy no hay voluntad -¿o capacidad?- de enfrentar las causas del decrecimiento de la economía, como del empobrecimiento destructor de la capacidad de compra de los venezolanos. Y que aun cuando esos 4.000 y tantos empresarios que asistieron a las reuniones con los técnicos gubernamentales, lo hicieron confiando en que la sola presencia de Nelson Merentes en el Gabinete, podía cambiar lo peor que se ha estado viviendo desde octubre del año pasado, ahora la vista se centra es en la arremetida contra la lógica económica y la confianza en la inversión privada que representa lo dicho y prometido por el que, inteligentemente, ha llamado el periodista Gregorio Salazar El Monje del Santo Control, Eduardo Samán, Presidente del Indepabis.

Desde luego, en el medio de la inquietud general con la que casi 30 millones de venezolanos se adentran en el segundo semestre del 2013, a la espera de las milagrosas acciones cambiarias que habrán de producirse a partir de julio, venezolanos de las últimas generaciones no encuentran respuestas a las interrogantes relacionadas con el por qué el Gobierno se resiste a convertir el diálogo en la opción ideal para superar errores, reencontrar entendimiento y, de ser posible, reeditar lo que fue posible estructurar y accionar bajo el formato del pragmatismo político a lo Caldera.

Con las contradicciones de origen que evidencia la dupla Merentes/Samán, sin duda alguna, no es posible seguir viviendo exclusivamente de lo que dispensa el negocio petrolero. Hay que desarrollar otras alternativas productivas, pero eso sólo es viable con una amplia y decidida participación de la inversión privada. Pero mientras la percepción sea la de que quienes gobiernan no quieren asumir el costo político de cambiar de rumbo, por lo que hay que seguir difiriendo decisiones, ganando tiempo, añorando una lluvia de divisas que no se generará a corto plazo, la pregunta es: ¿ y a qué se juega, realmente?.


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miércoles, 12 de junio de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, NUBES TORMENTOSAS, FORMATO DEL FUTURO…

Es realmente inquietante el diario acontecer en Venezuela. Muchos venezolanos creen que cada habitante ha aprendido a vivir como si soñara sobrecargado de pesadillas, y desarrollado la propiedad existencial de poder despertar a voluntad, cuando se percata que está ante una situación de gran peligro o de un momento simplemente desagradable.
Ya es normal que cada mañana comience con la lectura de diarios, la sintonía de noticieros radiales o televisivos, en los que la información impactante sea el de la muerte de 10, 20  o más ciudadanos de diferentes edades, sexo o condición social, provocada por una minoría que vive del delito, entendido éste como hurtos, robos, secuestros, violaciones, y ahora también invasiones.
Y esto se da en época de verano o de lluvias, por igual, con el agravante de que cuando es el agua la que aparece, al dolor anterior se suma el efecto de las inundaciones, de los derrumbes, es decir,  los damnificados, los nuevos refugiados, los peores hacinados. Mientras que desde las instancias gubernamentales, con gran despliegue propagandístico, se insiste en exaltar la entrega de nuevas viviendas, aunque sin que tales entregas, curiosamente, terminen por asomar la mínima posibilidad de que los damnificados históricos dejarán de serlo alguna vez. ¿Alguien conoce la cifra exacta de verdaderos damnificados que existen actualmente en Venezuela?.
Más de la mitad de la población venezolana vive en barrios. Y más del 75% de las cifras de fallecidos a diario, tristemente, los “aportan” los barrios; esos mismos lugares en donde la mayoría también está representada por gente trabajadora, luchadora de sol a sol, pero cuya condición para los efectos de la acción social del país, representada por la erogación de fondos públicos y el aporte incondicional de la empresa privada, no termina de superarse a la velocidad que sus habitantes esperan.

Los compatriotas que viven en los barrios venezolanos, definitivamente, tienen que dejar de ser sólo componentes de estadísticas nacionales e internacionales, para determinar si se están alimentando debidamente. Cuando lo peor por lo que pasan, es que sus ingresos, como mucho de sus miembros que les son arrancados a la vida por la acción del hamponato espontáneo u organizado que se mueve en ese medio ambiente, están a merced de la inflación, de la escasez y del desabastecimiento.  Y es por eso por lo que, sin que tal consideración implique justificación alguna o una irresponsable solidaridad populachera con dicho proceder, razones abundan para comprender que ellos insistan en protestar cuando su mañana sigue apareciendo aliada a las inminencias de ser mucho más que los desplazados de hoy: eternos damnificados.
Pero ¿y es que acaso esa posibilidad de damnificados cerro arriba, no guarda relación con los damnificados valle adentro, desprotegidos también ante el reinado de la delincuencia organizada, la misma que ha creado su propia metodología para asaltar, secuestrar y asesinar a quienes viven en urbanizaciones de clase media, o en modestas viviendas de jubilados y profesionales que han tenido que convertir sus moradas en oficinas?. Tanto se parecen en las situaciones y condiciones, que, además, ya son neovecinos de ocasión, cuando tienen que compartir tiempo y espacios para hacer su respectivo turismo de mercado en procura de medicinas, alimentos, papel y toallas sanitarias, pasta dental, jabón para el aseo personal y familiar.
Mientras tanto, permanece invariable el debate profesionalizado y academizado con relación a si lo que le sucede a los habitantes de los cerros, de las urbanizaciones del Norte y del Sur de Caracas, y a los de las urbanizaciones del Este y del 0este, por ejemplo, es producto de una acción fríamente concebida, audazmente planificada y criminalmente conducida. Porque “las cosas siguen pasando” y en el ambiente no se percibe una sola evidencia de que se quiere “que las cosas cambien”. Además de que tan verdadero es que el imperio de la libertad particular está a merced de los delincuentes, como que nada se hace para evitar que la moneda siga reduciendo cada minuto su capacidad de compra, la inflación a la venezolana siga exhibiéndose cual Miss universal poderosa, la producción primaria y manufacturera no encuentren cómo salir del atolladero en el que los metieron los controles de precios y de cambio, que las relaciones laborales se hayan convertido en un torneo de anarquía y de creciente improductividad, y que los “países amigos” sean hoy los verdaderos amos de la cacareada soberanía alimentaria venezolana.
Si en las zonas populares la delincuencia y el costo de la vida se han hermanado, hasta que llegan las lluvias y ellas se ocupan del resto de lo que queda, abajo, en la planicie urbana, tal hermandad es identificada de manera más amplia por la heterogeneidad de sus impactos, acompañada ahora por la obligación particular, además, de hacerle frente al avance del virus AH1N1.
Y mientras que los responsables de la formación profesional en el país tienen que declararse en paro permanente para que les reconozcan su trabajo digna y respetuosamente, dentro de los recintos universitarios y fuera de ellos, la controversia, el debate y la inquietud gira alrededor de lo que envuelve todo este complejo cuadro: se acentúa  la inflación, hoy convertida en la más alta del Continente, y el río suena anunciando una nueva devaluación. Más inflación, sueldos y salarios más destruidos, reservas internacionales que ya no alcanzan para alimentar la economía de puertos que se tejió al destruirse y expropiar el entramado nacional privado de producción, conforman hoy una seria inquietud por las inminentes implicaciones sociales.
Ante dicha dura y compleja realidad, no es válida la tesis acusatoria de canto al pesimismo y al agorerismo, cuando la conclusión del análisis arroja que se vive un momento de graves dificultades. Sí la de que, definitivamente, esto marcha mal, y que a los venezolanos les llegó el momento de engavetar fundamentalismos ideológicos, deponer radicalismos grupales, y planificar y trabajar unidos en la reconstrucción del país; dicho de otra manera, convertir en hecho tangible el mensaje que dio el pueblo en las pasadas elecciones presidenciales.
Luego de quince años de ejercicio gubernamental con base en lo que está contemplado en la Constitución, carece de seriedad que se insista en ver hacia atrás, para identificar al culpable de lo que acontece hoy. Mucho menos, apelar permanentemente a distracciones colectivas, a partir del uso de ruidos que, como en el caso de lo último que acaba de suceder con Colombia, sólo se traduce en efectos contrarios a la necesidad de dinamizar las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambas naciones.
A lo que sí hay que dedicarle tiempo y voluntad política, es al diálogo, al entendimiento y a la construcción de un ambiente de paz y justicia, para que, de una vez por todas, se reinicie el retorno a lo que siempre distinguió al pueblo venezolano: la fraternidad, la solidaridad, la hermandad como estandarte de un país realmente civilizado, ganado para convertirse en el prototipo de una nación verdaderamente democrática dentro y fuera de Latinoamérica.
Sí es posible hacer del actual momento, el período del rescate y la prosperidad. Sólo basta con echar mano de la experiencia, de los recursos humanos, y llegar a hacer de la explotación de los recursos naturales el epicentro de un ejemplo de administración transparente, capaz de convertirse en la superación definitiva del estigma de que Venezuela es un centro geográfico de la corrupción en esta parte del mundo.
Hay que liberar al ambiente nacional de las nubes tormentosas que hoy impiden percibir y apreciar lo obvio: Venezuela es un país de oportunidades. Y del entendimiento sincero, maduro y responsable entre sus habitantes, depende que el futuro sea de abundancia de éxitos y de prosperidad.
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miércoles, 22 de mayo de 2013

EGILDO LUJÁN NAVA, ¿DESPERTANDO DE LA PESADILLA?, FORMATO DEL FUTURO,

Una gran parte de los venezolanos que se ha negado a convivir pasivamente con los “postulados” del llamado socialismo del siglo XXI, y que, además, ha dedicado tiempo, insomnios y hasta recursos personales para evitar que se insista en imponerlo, cuando ha cuantificado el resultado de tan meritorio como respetuoso esfuerzo voluntario, muchas veces ha terminado decepcionado planteándose dos interrogantes: ¿es que alguna vez despertaremos de esta pesadilla?; lo que está sucediendo ¿es porque nos lo merecemos política e históricamente?.
La otra parte disidente, que no se sabe si es mayoritaria o minoritaria, admite ser menos impaciente. Pero también que está segura de que el pragmatismo de lo posible en la política, conduce al país hacia un lugar de no retorno y, además, de no continuidad en los términos como se han estado planteando las cosas durante la última década. Es por eso por lo que ha preferido convivir con lo que otros han tratado de convertir en logro histórico por la fuerza, aunque, realmente, sin dejar de confrontarlo. De hecho, en atención a dicho objetivo,  aporta y actúa a favor de la vigencia del derecho de propiedad, de la importancia de la empresa privada, del valor social de seguir generando fuentes dignas de trabajo; en pocas y gigantes palabras,  hace país.
Y lo lleva a cabo de esa manera, porque, a su juicio, de nada sirve inmolar ideas, capitales, sueños y esperanzas, cuando, con semejante acto de pirotecnia irracional, lo que se está haciendo es sembrar ruinas. Y no es sobre ruinas, precisamente, que mañana será posible recuperar la fuerza productiva que hoy ya no está; muchos menos, serenar a quienes, legítimamente, saldrán a reclamar el derecho a vivir mejor y que hoy se les niega, bien por deliberadas acciones excluyentes, o porque, tanto fue el daño que se le provocó a la estructura productiva nacional, que se hará necesario subsidiar por años el paro forzoso que hoy es sólo un frío renglón en los análisis estadísticos públicos criollos e internacionales.
Lo cierto, en todo caso, es que es hacia estas consideraciones que hoy se encaminan disímiles, como numerosas reflexiones, luego de que las actuales autoridades del país, en el medio de un inexplicable discurso presidencial cargado de ruidos contra toda posibilidad constructora de confianza, han optado por tratar de darle vida propia a la economía nacional, sacarla del marasmo, del quietismo de los últimos meses y cuya costosa cosecha no ha sido otra que la vaciedad de los anaqueles del comercio formal, el disgusto de marca mayor de los consumidores en general, mientras se vociferan acusaciones sobre una supuesta “guerra económica” dirigida, supuestamente, a desestabilizar ¿acaso lo desestabilizado?.
Tales llamados gubernamentales se han hecho exhortando a la conversación, al diálogo sobre situaciones y compromisos a soluciones de injustificada tardanza, especialmente en cuanto al cumplimiento de disposiciones normativas relacionadas con la concepción administrativa de la burocracia de los nuevos tiempos. En todo caso, el paso se ha dado y queda ahora la incógnita acerca de si, como lo exponía Formato del Futuro la pasada semana, se trata de simples paliativos de ocasión, y no las respuestas a revisiones estructurales de aquello que se comenzó a arraigar en el país desde hace ya treinta años, y se exacerbó durante la última década, en el medio de un desorden administrativo de magnitudes inestimables.
Horas de palabras, promesas y compromisos oficiales se han puesto sobre la mesa del entendimiento durante estos días recientes que, en muchos casos, han cumplido un rol oxigenante para el funcionamiento de un importante número de pequeñas y medianas empresas. También han aparecido garantías de que no se incurrirá nuevamente en el error de comprometer respuestas positivas en materia de asignación de divisas, si la caja no da para eso. Y, de igual manera,  se ha hecho sentir desde la voz ministerial que procura generar alianzas empresariales de largo plazo y sin condicionamientos distintos a los que implica trabajar juntos que ¡oh, sorpresa¡ bastarían apenas 24 meses para que Venezuela pueda vivir, una vez más, en el reinado de la libre convertibilidad. Pero…
Pero queda camino por transitar. Y ese espacio faltante, sin duda alguna, tiene que ver con la disposición -y voluntad- gubernamental de no fundamentar tanto compromiso, tanta garantía a la circunstancia del encuentro inicial. También tiene que convertirlo en componente activo de las llamadas mesas técnicas de  trabajo que se han convocado para su realización a partir de mañana lunes, e impedir que terminen por convertirse en una variable en pleno 2013, de aquella Constituyente Económica a la que se indujo a participar al empresariado privado del país hace ya varios años, y cuyos resultados prometidos –y esperados- siguen siendo un misterio, sencillamente, porque son inexistentes, en vista de que nada se constituyó, nada se convirtió en la verdad descrita en el formato motivacional inicial.
Sobran las razones para creer que, en efecto, hoy no es posible apelar a diálogos que no se pueden dar, ni a entendimientos influidos por fines estrictamente utilitaristas. Y todo porque la economía venezolana no está en condiciones de seguir siendo sometida a los imponderables de las improvisaciones impulsadas por las circunstancias: ella demanda respuestas, compromisos y acciones que trasciendan el coyunturalismo efectista, y penetre de lleno en el mundo de lo estructural.
El empresariado privado del país no sólo cree que es en atención a dicha convicción, que se debe actuar a partir de ahora, más allá del juicio ajeno acerca de que lo mercantil está minimizando la necesidad de apuntalar la Democracia. Especialmente, porque para una parte importante de ese mismo conglomerado empresarial que apuesta por la producción, la distribución, la comercialización y el consumo dentro y fuera del país, de lo que se trata es, precisamente, de darle contenido social a una forma de gobierno, cuya dependencia del rentismo petrolero y del costoso populismo ha terminado por convertir el estatismo en una respuesta mágica a todo.
Respuestas de ese tipo, en verdad, siempre se han manifestado como una farsa que ha concluido en ineficiencias. Y tantas han sido, inclusive, que hace apenas pocos meses hubo necesidad de diseñar una estructura ministerial que se ocupe de convertirlas en eficiencias.
En todo caso, lo prevaleciente, predominante y trascendente de hoy ante los ojos de propios y extraños al país, es que hay una brecha para el diálogo que se ha abierto y que no debe desestimarse ni desaprovecharse.  Y que aun cuando todo hace suponer que las cifras macro de la Nación no son esperanzadoras para llegar hasta allí, la pretensión de convertir el instante en un momento ideal para las decisiones que se sobrepongan a lo coyuntural, deben activarse y aligerarse. Por encima, inclusive, de la multiplicidad de diferencias de criterios entre ministerios y dependencias medias, ya que, de no hacerse en esos términos, los acercamientos de hoy, simplemente, no pasarán de ser una simple garantía para el funcionamiento de una estructura gerencial pública imposibilitada de generar nada distinto a más de lo mismo ya vivido, y convertido en la causa de  la mayoría de lo que sucede actualmente en el territorio nacional, en lo económico, social, político y hasta moral.
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miércoles, 17 de abril de 2013

EDECIO BRITO ESCOBAR, CONSECOMERCIO Y LOS CONSUMIDORES VENEZOLANOS

Han transcurrido más de diez meses desde que CONSECOMERCIO, en nombre de sus más de sus 200 Cámaras sectoriales y regionales afiliadas, se pronunciara a favor de la dinamización de decisiones gubernamentales en materia económica que se tradujeran en beneficio de la producción, el procesamiento y la comercialización de bienes que satisfacieran plenamente los requerimientos de los siempre exigentes consumidores venezolanos.

Para entonces, nos preocupaba que se dejara de lado la necesidad de atender los requerimientos de suministro de divisas para producir e importar, mediante la implementación de un sistema de fácil y expedito acceso al mercado cambiario; de sincerar los precios de materias primas y bienes esenciales fundamentales para atender la demanda impulsada por el gasto público; de atender la importancia que, en atención al cíclico y expansivo consumo decembrino, significaba la agilización de las actividades portuarias en el país.

Luego de haber transcurrido casi cuatro meses de 2013, y sin que hasta este momento se haya hecho sentir en la economía nacional cada una de  las propuestas que se sugirieron entonces, CONSECOMERCIO, anteponiendo los legítimos derechos de los consumidores a ser atendidos en sus requerimientos de todos los días en materia de alimentación, vestido, calzado, educación, salud y seguridad por sobre los reclamos –también legítimos- del sector terciario de la economía,  ratifica cada uno de esos llamados que hiciera a partir de junio de 2012.

Y aboga por la pronta atención a la impostergable necesidad de adoptar las urgentes decisiones económicas que exige nuestro país, para que, de una vez por todas, Venezuela pueda tomar la senda del éxito, del crecimiento productivo, y de la ansiada modernidad.

Hace pocas semanas, cuando se produjo la devaluación de nuestro signo monetario, y los consumidores decidieron proteger sus ahorros adquiriendo bienes que, irremediablemente, registrarían el impacto en precios de dicha decisión, CONSECOMERCIO dijo que esta decisión era extemporánea y carente de medidas complementarias. Pero, además, que la respuesta del comercio a dicha demanda era posible por la existencia en el mercado de inventarios que arribaron tardíamente al mercado venezolano, luego del colapso portuario de finales de 2012.

Asimismo, cuando se anunció la desaparición del SITME y se estableció el SICAD, CONSECOMERCIO declaró que dicha decisión excluía inconvenientemente a decenas de pequeñas y medianas empresas comerciales que nunca pudieron calificar para acudir a CADIVI, por lo que al carecer del RUSAD no podrían pujar en las subastas del SICAD, ni importar las materias primas, insumos, repuestos, bienes de capital y bienes finales que ponían históricamente en el mercado.

Y hoy, al comenzar el segundo trimestre del 2013, CONSECOMERCIO insiste en que la atención al buen funcionamiento de la economía y las necesarias correcciones a la férrea e improductiva política de controles bajo la cual viene operando, no puede seguir siendo dejada de lado en la espera de que las soluciones aparezcan por sí mismas o producto de alguna decisión aislada.

La verdad es que las empresas, indistintamente de tamaños y sectores, pero especialmente las pequeñas y medianas, las cuales constituyen la inmensa mayoría en nuestro país, ya no están en condiciones de seguir operando a déficit y con riesgo de mayor debilitamiento. Y los consumidores, eternos y continuos afectados por esta situación que se traduce en pérdida de calidad de vida, ya no pueden continuar siendo ignorados como parte determinante de la realidad económica.

Esta situación debe ser revisada integralmente, en conjunto con todos los factores socioeconómicos del país, para que luego pase a ser el componente vertebral de un nuevo modelo de desarrollo inclusivo, generador de fuentes de trabajo de calidad, de salarios decentes, y atractivo para las inversiones privadas y públicas, nacionales e internacionales, única alternativa para superar progresivamente la dependencia del rentismo petrolero, y diversificar la economía con fines altamente competitivos.
Edecio Brito Escobar (CNP-314)
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